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Jack el Destripador y
otros asesinos seriales

(artículos de PomboyPombo.blogspot.com)
1.
              Jack el Destripador enfrentado a la grafología
JACK      EL DESTRIPADOR BAJO               LA   LUPA DE       UNA GRAFOLOGA:
EL        DETALLADO   ESTUDIO               DE     MONICA       LAURA   ARRA:




La        doctora    en        medicina     y    grafóloga Mónica    Laura     Arra




Portada         de        la       interesante     y       pionera     investigación
Dibujo         del          Inspector            de            Scotland      Yard
Frederick                               George                            Abberline




Otra          imagen          supuesta                del Inspector       Abberline




En el año 2010 salió publicada, por cuenta de Ediciones Dos y Una (Buenos
Aires, Argentina), la primera edición de la investigación titulada "Jack el
Destripador", escrita por Mónica Laura Arra, médica y grafóloga de extensa y
prestigiosa trayectoria académica. Desde la solapa del citado libro se nos
informa que la autora es médica recibida en la Universidad de La Plata,
especialista en Psiquiatría y Psicología Médica, e integrante en tal carácter del
Colegio de Médicos de la Provincia de Buenos Aires. También resulta
especialista     en       Medicina       Legal,     y      perita      grafóloga.

Fuera de esta reseña profesional, debe añadirse que se trata de una entusiasta
de los misterios y, en particular, de uno de los más grandes arcanos de la
criminología mundial: El enigma sobre cuál fue la identidad del infame asesino
serial              victoriano Jack               el                Destripador.

En un valioso esfuerzo Arra intentará develar la antigua incógnita desde las
páginas de su libro. Su trabajo, no cabe vacilar, resultó pionero; no por ser la
primera autora en procurar desentrañar la identidad de ese homicida en serie
mediante la aplicación de disciplinas científicas, sino debido al sospechoso que
postula para ocupar el sitial del Ripper, a saber: El Inspector Detective de la
Policía          Metropolitana Frederick              George           Abberline.

No puede dejar de destacarse este hecho -que podrá sonar raro al lector-.
Mónica Laura Arra, sin duda alguna, fue la primera en proponer al aludido
Policía victoriano para el cargo del asesino a quien el mismo formalmente
persiguió. Un libro con contenido casi idéntico (sospechosamente idéntico) vio
la luz pública en su primera edición recién en el mes de julio de 2011. Se trató
de una indagatoria a cargo del perito español José Luís Abad y Benitez. Esa
obra gozó -a diferencia del trabajo de Arra- de una muy intensa difusión
mediática en Internet, con declaraciones rimbombantes en diversos medios de
prensa,obteniendo de ese modo su virtual "cuarto de hora de fama".

Sin embargo, la obra que aquí comentamos resulta claramente anterior en el
tiempo, pese a que en el libro del grafólogo español no se hace ninguna
referencia a ella. Parece obvio que las posibilidades de que estemos frente a
una coincidencia devienen casi imposibles. En fin: extraiga el lector sus propias
conclusiones.

Quienes siguen en este blog saben que no estoy de acuerdo con la hipótesis
de que el Inspector Frederick George Abberline hubiese sido Jack the Ripper.
No voy a cambiar ahora mi postura. Pero igualmente considero que, como
estudioso de este caso criminal, no me debo abstener de tratar -humildemente-
de contribuir desde aquí a que se haga algo de justicia, y de que se repare a la
autora que realmente trabajó. Esta investigación pionera quedó casi en el
anonimato sólo porque la escritora no movilizó recursos mediáticos, a
diferencia de los muchos medios que de sobra utilizó el autor del segundo libro
de                  tenor                 prácticamente                   igual.

Ingresando a la investigación de Arra, debe ponderarse que la escritora dedica
un meticuloso análisis grafológico al diario privado del célebre inspector, y lo
coteja con variados manuscritos atribuidos a Jack the Ripper. Entre ellos, la
carta conocida por su encabezado "Querido Jefe" y la misiva "Desde el
Infierno" enviada el 16 de octubre de 1888 a George Akin Lusk, Presidente del
Comité de Vigilancia de Whitechapel. También se aporta información muy
interesante sobre el Inspector Abberline, destacándose las rarezas y fobias del
Policía, así como lo escaso y contradictorio de los datos que se saben acerca
de                                   su                                   vida.

Pero el punto más llamativo está dado por el énfasis que la autora le otorga a
determinadas cartas -que fueron escasamente analizadas por otros expertos-
dentro del fárrago de correspondencia atribuido al victimario serial de
Whitechapel. Se trata de aquellas misivas donde el redactor sugiere ser
integrante de las fuerzas del orden. En más de una carta el emisor se jacta de
ser policía, y alega que precisamente debido a esa investidura era imposible
atraparlo.

Entre tales letras resalta una remitida el 6 de octubre de 1888 amenazando al
testigo Israel Schwartz -que sorprendió al homicida momentos previos a que
ultimase a Liz Stride-. Algunas referencias convierten a esa epístola en un
documento sumamente extraño, pues al parecer tan sólo un miembro de las
fuerzas del orden podía disponer de la información que allí se maneja. Tal vez
fuera       Frederick      George       Abberline      el    policía    felón.

No olvidemos que a pesar de que la opinión que en general se tiene sobre este
detective deviene muy positiva, al punto de que incluso filmes como "From
Hell" (2001)- donde es encarnado por Johnny Depp- lo representan como un
héroe, tal vez en verdad el hombre tuviera su lado oscuro.

No resulta novedoso recelar de Abberline. Lo esencial, no obstante, radica en
que las suspicacias anteriores al libro de Arra no postulaban que el Inspector
en verdad constituyese el asesino al cual persiguió. Más modestamente, esas
versiones acusaban al detective de complicidad en los crímenes del otoño de
terror de 1888. Más aún, ni siquiera lo indicaban como cómplice, sino
simplemente lo acusaban de dejarse sobornar y de no denunciar al culpable
por haberse dejado tentar y aceptar una fuerte suma de dinero a cambio de su
silencio.

Fungiendo en este triste rol lo muestran, alternativamente, el fallecido
escritor Stephen Knigth, en su "Jack the Ripper. The final solution" de 1976, y
el genial Alan Moore en su From Hell; obra gráfica concluida en 1996 que fue
precursora de la película homónima ya mencionada.




                                   2.
MAR

                                         13

 JAMES SADLER: andanzas de un sospechoso de haber sido
                 Jack el Destripador

JAMES THOMAS SADLER:

PERFIL                      DE                   UN         SOSPECHOSO




El rostro de James Sadler reflejado en una acuarela




Fotografía fúnebre de

 Frances                                                          Coles,
víctima                 y            novia            del     sospechoso




Cuando en la madrugada del 13 de febrero de 1891 se descubrió el cadáver
de Frances Coles -una bonita fémina pelirroja que ejercía la prostitución- los recelos
sobre quién había sido su asesino recayeron rápidamente en su acompañante habitual
de entonces. Aquel hombre era un marinero cincuentón y borrachín de nombre James
Thomas Sadler, con malos antecedentes debido a su alcoholismo habitual y a su
temperamento pendenciero. Para peor, parecía no disponer de una coartada apta a fin
de justificar su situación a la hora de acontecido el crimen de la chica.

Poco antes del deceso de la mujer Sadler la visitó, y se quedó conversando con ella
durante largo rato en la residencia para inquilinos donde ésta moraba. Allí el casero lo
vio por primera vez. Pero al arrendador de la casa de huéspedes le fue fácil reconocer
al visitante, pues luego de dejar a su amiga y retirarse el individuo regresó, un par de
horas más tarde, solicitando alojamiento. Se presentó con las ropas maltrechas y
manchado de sangre en sus manos y en su rostro. Alegó, muy descompuesto, que
unos gandules le habían apaleado para robarle su reloj de oro. Como se hallaba lejos
de su residencia necesitaba imperiosamente hospedarse en la pensión para pasar la
noche. El arrendador le sugirió que se dirigiera al hospital de Whitechapel a curarse
las heridas, y se negó a alojarlo, no sólo porque el requirente carecía de dinero para
pagar, sino porque lo atemorizó su apariencia: era claro que aquel tipo además de
alterado        estaba        ebrio,      y       podría        traerle      problemas.

Una vez que al día siguiente el portero de la pensión se enterase de la violenta muerte
sufrida por su inquilina, no vaciló en aportarle a la policía los datos que sabía acerca
de aquel sujeto. Tal vez la sangre no fuera suya, sino de la pobre Frances, y el
desastrado aspecto del individuo se debiera a la resistencia agónica ofrecida por la
muchacha                  al             repeler                 la            agresión.

Lo cierto fue que pronto se apresó al sospechoso, y lo condujeron a la comisaria de la
calle Leman. En ese reducto policial el detenido repitió su versión sobre el asalto de
que fuera objeto, y protestó ser inocente del delito que le endilgaban. Como en el East
End del Londres de ese entonces la información corría raudamente, se esparció por el
vecindario el rumor de que los polizontes habían echado el guante no sólo al asesino
de Coles, sino también al mutilador de rameras que llevaba ya tres años impune.
Muchos habitantes tenían entre ceja y ceja a aquel loco. Algunos sufrieron malos
tratos por parte de la policía en las desesperadas redadas para capturarlo. Otros eran
amigos, clientes o chulos de sus víctimas. Ahora tenían la ocasión de tomar venganza,
y antes de que lo derivaran al tribunal querían ponerle las manos encima al bastardo.

Así fue que cuando los agentes trataron de sacar al arrestado por una puerta lateral, a
fin de evitar chocarse con el tumulto que rondaba por la entrada principal del edificio,
la maniobra fue advertida por los sitiadores que arremetieron buscando hacerse
justicia por propia mano con el asustado marino mientras que, al grito de "Asesino" y
otros epítetos insultantes, amenazaban con lincharlo. Los policías tuvieron que
hacerse fuertes y blandieron sus porras golpeando las cabezas de los atacantes. Lo
pudieron salvar, pero el hombre resultó una vez más vapuleado, y llegó al tribunal con
sus      ropas      nuevamente      maltrechas     y     su     rostro     amoratado.

Las desventuras padecidas por el novio de la meretriz asesinada prosiguieron. La
justicia, como acto de precaución, mandó encerrarlo en la prisión de Holloway, y
seguidamente le instruyeron proceso penal bajo la acusación de haber victimado a
Frances Coles. Desesperado el preso pidió auxilio al gremio de los fogoneros al cual
pertenecía. Éstos contrataron a Harry Wilson, un hábil abogado que pudo probar la
inocencia del encausado en el curso de una encuesta judicial que, no obstante, duraría
más                         de                       un                          mes.

Durante el lapso de su reclusión el ambiente en contra del preso se volvió en extremo
tenso. La prensa sensacionalista no paraba de comunicar a su público que aquél no
sólo había matado a su novia prostituta sino que, sin duda alguna, era el tan buscado
matador serial que en 1888 se encarnizó brutalmente con las meretrices de
Whitechapel.

Finalmente, tras atravesar tantas tribulaciones, las andanzas de James Thomas Sadler
concluyeron bien. Se lo liberó y consiguió que el periódico Star le pagase una
indemnización por difamarlo y poner su vida en riesgo. Cuando concurrió al despacho
de su abogado a cobrar la suma que le correspondía, conoció a un industrial que
programaba un viaje de comercio hacia Sudamérica (en realidad el asunto era más
bien turbio, pues se trataba de un contrabando de armas). El comerciante mencionó
que en su embarcación estaba vacante un puesto de fogonero. La oferta de inmediato
interesó a Sadler. Pese a que su letrado procuró disuadirlo advirtiéndole que ese viaje
podía ser peligroso, el hombre aceptó sumarse a la tripulación de aquel buque. Se
cerró el trato, y al día entrante el marinero zarpó rumbo a tierras sudamericanas. Fue
lo           último            que           se          supo           de           él.

Los estudiosos del caso de Jack the Ripper localizaron registros donde constan dos
personas llamadas James Sadler fallecidas en diferentes localidades británicas; en un
caso en el año 1906 y en el otro en 1910. Estos datos, si fuesen veraces, acreditarían
que en algún momento el marino retornó a su patria tras su viaje de 1891 a suelo
norteamericano. Pero la realidad es que no se sabe a ciencia cierta si una de esas dos
defunciones corresponde a este antiguo sospechoso, por lo cual su rastro se pierde en
la bruma; bruma y opacidad que signó toda su existencia, y de la cual sólo lo sacaría
fugazmente su azarosa incursión en la cruenta historia de Jack el Destripador.

                       Publicado 4 weeks ago por Gabriel Pombo




                                       3.
MAR

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    El vendedor de uvas en la historia de Jack el Destripador
MATTHEW                                                                   PACKER:
LAS    UVAS,          EL        LAUDANO          y      JACK       THE     RIPPER




Dibujo               contemporáneo                   de Matthew             Packer:
el     comerciante     que    vendió      uvas        a     Jack   el    Destripador




Liz         Stride          y          su             anónimo         acompañante
comprando        racimos        de       uvas          a      Matthew      Packer
Cartel              publicitario            del filme              "From                Hell"


Si algo caracterizó al caso criminal de Jack el Destripador fueron las rarezas y los
pequeños              enigmas              que            lo             acompañaron.
No podía extrañar entonces que las películas estrenadas mucho después de los añejos
crímenes de 1888 se beneficiaran grandemente con las llamativas anécdotas y las muchas
curiosidades                   verificadas                  en                   torno.

Sonados ribetes mediáticos alcanzó, entre otras, la historia del tendero que relató a la
policía cómo, en horas previas al doble crimen de la madrugada del 30 de septiembre de
aquel año, le habría vendido uvas a un hombre cuya actitud le pareció particularmente
sospechosa.

Las uvas constituyeron un tópico recurrente en la mitología edificada alrededor
del monstruo de Londres. No en vano en la obra gráfica "From Hell" se insiste en que el
homicida serial ofrecía a sus víctimas racimos de esa fruta -que previamente empapaba en
narcotizante laudano- a fin de ganarse su confianza antes de agredirlas. El filme
homónimo retoma el tema de las uvas, y allí podemos observar al Inspector Frederick
Abberline -interpretado porJohnny Deep- olfateando y rozando con sus dedos los labios
de las mujeres muertas para comprobar la reciente ingestión de dicho alimento.

Cuando en esa película un intrigado Sargento George Godley le pregunta a su superior
por qué razón siempre hallaban restos de uvas próximos a los cadáveres, un meditabundo
Inspector Abberline le responde que las uvas se las daba el asesino a las mujeres "para
ganarse su confianza". Dado que, presuntamente, dicha fruta salía muy cara por entonces
en el mísero distrito, se especuló que únicamente un cliente rico estaba en condiciones de
convidar con ellas a sus futuras víctimas. Y como, a estar a lo argüido en aquella ficción, la
fruta había sido rociada con láudano, el efecto adormecedor consiguiente facilitaba la
faena                                                                            ultimadora.

Empero, todo esto resulta falso. Ni las uvas tenían el precio prohibitivo que se alega, ni
existen pruebas de que el victimario las obsequiase a su presas humanas en pos de
facilitar su mortífera tarea. Se adujo que en la escena del crimen de Catherine
Eddowes fueron localizadas cáscaras de uvas, pero tal dato no consta en los registros
policiales, sino que lo propaló un periódico sensacionalista, y no se volvió a mencionar
más                                       el                                     asunto.

Si el mito de las uvas salió de algún lado, cabría estimar que fue a partir de las
declaraciones vertidas por un anciano llamado Matthew Packer. Este comerciante le
contó a la policía que en horas precedentes al "doble acontecimiento" se personó a
comprarle unos racimos de uvas, a su tienda localizada en la calle Berner, un hombre en
compañía de una fémina, a la cual luego reconocería como la infortunada Elizabeth Stride.
Mr. Packer describió con minucioso detalle a dicho individuo, y esta descripción circuló de
inmediato, siendo ponderada un retrato fidedigno del posible matador.

Tiempo más tarde, en un artículo editado en el Evening News el 31 de octubre de 1888, el
negociante narró que había visto de nuevo a ese sujeto merodear cerca de su puesto de
frutas y verduras en Commercial Road, y se percató que aquél lo miraba fijamente con
expresión hosca. El sospechoso estaba rondando el negocio con aviesas intenciones, y
cuando el frutero salió a enfrentarlo, junto con un lustrabotas que le ofreció ayuda, dicho
individuo huyó subiéndose raudo a un tranvía que transitaba por las proximidades.

A modo de colofón de este relato cabe señalar que cuando Matthew Packer ya había
cobrado alguna notoriedad merced a sus declaraciones públicas, dos hombres se
allegaron a él y le contaron una curiosa anécdota. Los caballeros pretendían saber cuál
era la identidad del asesino a quien la prensa tildaba Jack the Ripper. Aseguraron al
verdulero que aquél no era otro sino un primo de ellos venido de los Estados Unidos. El
pariente estaba seriamente trastornado y los aires londinenses no habían hecho más que
agudizar                                  su                                 desquicio.

Preguntados por Packer sobre qué pruebas tenían de su culpabilidad, le contestaron que
el primo mostraba la compulsión de llamar a todo el mundo "Jefe", hábito adquirido en
tierras norteamericanas. La famosa misiva encabezada "Querido Jefe" sin duda era
creación suya; incluso la caligrafía le pertenecía. El problema consistía en que la policía
andaba muy despistada mientras el peligroso loco continuaba suelto, y con ánimo de
vengarse de los testigos que dieron datos suyos a las autoridades.

El viejo comerciante quedó sumamente impresionado, y se rumoreó que cerró sus
negocios durante varios días. Por precaución no salió de su casa por un buen tiempo.
Empero, afortunadamente, el "primo americano" no daría señales de vida, y se considera
que en realidad nunca existió. Se habría tratado de una broma que dos pícaros gastaron a
costa del bueno de Matthew Packer. (Fuente de esta anécdota: nota editada en el Daily
Telegraph el 15 de noviembre de 1888, citada por Stewart Evans y Keith Skinner, Jack el
Destripador. Cartas desde el Infierno. ediciones Jaguar, Madrid, España, 2003, pags. 156-
158)
4.
                                            MAR

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             El vidente que persiguió a Jack el Destripador
ROBERT JAMES LEES: UN VIDENTE EN EL CASO DE JACK THE RIPPER




                               Imagen      de Robert      James      Lees en         su   vejez




Arriba   a   la   izquierda:   Cartel   publicitario   del filme   "Muerte     por    Decreto"
Arriba       a         la       derecha: Dr.      William            Withey         Gull:
¿Fue       éste       el      médico      acusado       por          Robert        Lees?




Robert James Lees fue un psíquico, médium y espiritista cristiano que alcanzó rápida fama
en la corte de la reina Victoria. Apenas contaba con dieciseís años cuando fue presentado
ante la monarca para mostrarle sus dotes como precoz visionario. Tan grata impresión le
causó a la reina madre y su entorno que continuaría durante muchos años vinculado a la
corte en carácter de médium o vidente, cobrando el correspondiente estipendio por sus
servicios.

En la teoría de la conspiración monárquico masónica se incluye una ançecdota donde
aparece este hombre cumpliendo un papel importante en la historia del homicida
serial Jack the Ripper. Anécdota que fue repetida a través de distintos medios de prensa
hasta llegar a la pantalla grande en películas como "Muerte por Decreto", donde veremos a
Robert Lees colaborando codo a codo con el mítico Sherlock Holmes en la búsqueda del
elusivo                       asesino                   de                     meretrices.

Según esta añeja formulación, Lees ayudó a las autoridades británicas en las
investigaciones en pos de desenmascarar al Ripper. De esta manera, suministraría relatos
describiendo sus visiones respecto de los crímenes, e informando sobre cuál era el posible
aspecto del criminal y dónde podría éste estar escondido. En una de sus premoniciones,
en    particular,  habría    contemplado     claramente     el rostro   del    victimario.

Sucedió que una tarde viajando en uno de los autobuses tirados por caballos (que
constituían el medio de transporte habitual en el Londres de 1888), y mientras el rodado
avanzaba por Baywater Road, reconoció al Destripador en la persona del hombre que
ocasionalmente se hallaba sentado a su frente. Se trataba de un individuo de
características distinguidas que iba vestido de levita y portaba un sombrero de copa.

El vidente descendió raudo del transporte colectivo y siguió los pasos de su sospechoso
hasta verlo entrar en una finca sita en Park Lane. Dicha mansión era propiedad de un
afamado médico de la casa real y, aunque en la narración no se aclara, es de presumir
que Lees conocía al galeno porque también éste mantenía fluido contacto con la casa real
británica.
Cuando el psíquico requirió el auxilio de la policía fue rechazado en más de una
oportunidad. No obstante, su insistencia produciría frutos, y más adelante lograría que un
detective lo acompañase a inspeccionar la casa del facultativo. Una vez allí fueron
atendidos por la esposa de aquél, quien al principio se manifestó molesta ante la
intromisión, pero finalmente admitió que su esposo venía actuando de forma muy extraña
últimamente y temía que estuviese perdiendo la cordura. Tras ello accedió a que revisaran
las pertenencias de su marido, y el policía encontró en el maletín de cirujano un cuchillo de
trinchar, objeto que obviamente no tenía sentido lógico que estuviera guardado allí.

La investigación policial proseguiría avanzando hasta desembocar en la detención del
profesional quien, una vez examinado por sus pares médicos y tras determinarse que se
hallaba irremisiblemente fuera de sus cabales, resultaría encerrado en un manicomio por
el                  resto                  de                   su                 vida.

Al igual que sucediera con tantas otras, esta incomprobada conjetura sufriría diversos
ajustes en las ulteriores obras que retomaron el tema. Depurando la versión, se aseguraría
que el anónimo galeno sospechoso gracias a las visiones del espiritista no era otro más
que Sir William Withey Gull, el cual efectivamente residía en las cercanías de Park Lane,
más concretamente en el número 74 de Grosvenor Square. En su mansión recibiría la
impertinente visita de un detective de Scotland Yard -el Inspector Frederick Abberline,
conforme      con    algunas     propuestas-   asistido   por   el   médium      acusador.

La esposa del Dr. Gull se indignó por la intromisión de los extraños que requerían a su
cónyuge, pero luego intervendría el propio médico, apaciguando a su esposa y
encarándose con los intrusos. Sir William trató de desviar las suspicacias que recaían
sobre el príncipe Albert Víctor, paciente suyo al cual trataba por su progresiva sífilis, y de
cuya identidad como Jack el Destripador el doctor estaba al tanto. Aparentemente trató de
atraer -en un gesto de grandeza- esas sospechas hacia sí mismo pretextando que por
entonces padecía amnesia, y que en cierta ocasión se había despertado con las mangas
de            su            camisa             empapadas               de             sangre.

En fin: que el Dr. Gull constituía el médico oficial de la Corona inglesa por el año 1888 y
que se le había encomendado cuidar del enfermo de sangre real deviene una
circunstancia históricamente verificada. El resto pertenece al ámbito de la fabulación, o por
lo         menos           de          los         hechos          no          corroborados.

En cuanto a Robert James Lees, sin duda le gustaba el circo mediático y, de hecho, de ello
que era que se ganaba la vida. Nunca se animó, sin embargo, a afirmar publicamente esta
versión, pero dejó que en notas de prensa otros lo hicieran por él. La leyenda de la
relación del vidente mancomunado con las autoridades para capturar al Destripador
perduró en el tiempo. Ejemplo de esto es una carta despachada desde el correo en
noviembre de 1889 y que permanece en los archivos de la Policía Metropolitana. Stephen
Knigth, primordial promotor de la teoria de la conspiración, a través de su taquillera
obra Jack the Ripper: The final solution, Londres, Inglaterra, 1976, pretendió que esa
misiva representaba una prueba irrefutable de que Lees integró las pesquisas policiales en
pos             de              dar             caza              al             criminal.


En la letra referida un presunto "Jack el Destripador" se burlaba de la policía calificándolos
de        incompetentes.         Aparentemente           comenzaba           señalando:
"Querido                                                                            Jefe.
Ya ves que no me has atrapado todavía con toda tu astucia, con todos tus Lees, con todos
tus                                                                          maderos..."

Se suponía que si ya por 1889 había cobrado estado público que Lees participó en la
infructuosa búsqueda era claro que bien podía ser cierta la versión según la cual, fundado
en sus visiones, guió al detective hasta la casa del cirujano sospechoso.

No obstante, en la magnífica obra Jack el Destripador. Cartas desde el Infierno, escrita por
los expertos Stewart Evans y Keith Skinner (ediciones Jaguar, Madrid, España, 2003) se
estudia minuciosamente dicha carta y se descubre la verdad. En realidad allí no
decía "Lees", sino "Tecs", palabra ésta que evoca a un lunfardismo con el cual las clases
bajas del East End londinense calificaban despectivamente a los policías.

Por ende, ninguna prueba eficaz avala que el médium participase en la investigación y
persecusión del asesino de prostitutas. A despecho de la falta de evidencias, el mito de
que Lees le pisó los talones al Ripper ha perdurado desde que en 1931 se publicase un
artículo alusivo bajo el rótulo "El vidente que descubrió a Jack el Destripador".
5.
                                         FEB

                                         15

             From Hell: Jack el Destripador en el comic




Portada        de        una               edición         de FROM         HELL
mostrando      al     presunto            asesino        con     su      cuchillo




El        eximio            escritor           Alan          Moore          autor
de      este        comic          sobre          Jack       el       Destripador




Gran            actuación                  de            Johnny           Deep
en      el       rol      de             Inspector       Frederick     Abberline
El excelso comic titulado "From Hell" ("Desde el infierno") demostró que aún desde esta
clase de literatura se puede dar cima a una obra seria sobre Jack the Ripper y la era
victoriana.
La novela gráfica escrita por Alan Moore, con dibujos de Eddie Campbell, sirvió de
inspiración a la película homónima estrenada en el año 2001 bajo la dirección de
los hermanos Hugues, y contó con las actuaciones protagónicas de Johnny
Deep interpretando al Inspector Abberline, Iam Holm en el doble papel de Jack el
Destripador y Dr. Gull, y Heather Graham encarnando a Mary Jane Kelly, entre otros
magníficos                     actores                      y                  actrices.

En su versión original Alan Moore ofrece un prólogo de su obra en el cual se nos muestra
a dos ancianos paseando, en el año 1923, por una playa de la localidad inglesa
Bournemouth, en el curso de un imaginario diálogo. El Inspector Frederick Abberline y
el mentalista y médium Robert Lees -pues son ellos los ancianos en cuestión- entrarán en
confidencias, y el primero en abrirse será el psíquico, quien le confesará a su amigo que
todas las visiones que durante su larga vida declaró experimentar no fueron más que
invenciones pergeñadas a fin de sacar provecho económico, o para satisfacer su vanidad
de           sentirse        foco          de           la         atención         ajena.

Habría comenzado elaborando distintas fábulas con el objeto de sorprender y agradar a
sus mayores ya desde muy pequeño. Por tal razón, cuando a los dieciseís años fue
presentado ante la corte para exhibir sus dotes a la Reina Victoria, se creyó obligado a
seguir el juego simulatorio -ahora estimulado por los beneficios financieros y los halagos-,
el   cual     continuaría    representando    por     el   resto     de    su    existencia.

Al caer la tarde, Lees acompaña a su amigo de regreso a la casa de éste, quien cada vez
más melancólico se quejará de lo mal que fue tratado por el cuerpo policial años atrás,
donde se le mintiera y se le faltara el respeto, según le señala Abberline, aunque sin
aclarar a qué se refiere. A su vez, Lees -aunque tampoco se muestra explícito- le
preguntará si no se siente culpable. Por su parte él sí parecería sentirse culpable, a juzgar
por     los     inquietos   comentarios      que      le     formula     a     su     amigo:
-¿Porqué           dejamos        que         lo         enterraran?- se         interrogará.
-¡Porque no queríamos que nos cortaran el cuello!- le responderá con énfasis el anciano
ex                                                                                 Inspector.

Luego sacarán a colación el asunto de un presunto dinero recibido para olvidarse de todo
lo     que       sabían;        y      un       abatido        Abberline       repasará:
-Una buena pensión, buenas ropas, una casa cara y bonita en Bournemouth frente al
mar...     No       me       salió      tan      mal       la      cosa,       ¿verdad?

En su apéndice de notas aclaratorias, Alan Moore explica que algunos indicios avalan que
ambas personas podrían haber continuado su relación después del año 1888 -en caso de
que realmente se hubiesen conocido por aquella fecha-. La sugerencia de que Abberline -y
quizás también Lees- hubiese aceptado un soborno para callar cuanto sabía acerca de la
identidad de Jack el Destripador proviene de varios autores, incluido Stephen Knight, pero
aquí se postulará sólo por interés literario, aclarándose que no existen pruebas para
confirmar esa suposición, la cual podría ser tanto falsa como verdadera.
En el desarrollo de la trama aparecen en forma algo marginal el pintor Walter Sickert y
el príncipe Albert Víctor, y se repite la consabida historia donde este último conoce a Annie
Crook, su casamiento, y el nacimiento de la bebé de ambos, Alice Margaret, en el hospital
de Marylebone por el mes de abril de 1885. Pero el personaje cardinal de la historia será
decididamente el Dr. William Withey Gull, en cuyas extrañas razones para convertirse en el
criminal de Whitechapel se buceará brillantemente en esta narración gráfica.

En 1871 el galeno fue elegido médico personal de Albert, el príncipe de Gales, padre de
Albert Víctor e hijo de laReina Victoria. Se alega que el cargo de médico oficial de la
Corona británica se le asignó al Dr. William Gull gracias a la influencia de sus amigos en la
masonería, integrantes del gobierno. También se describe, de manera muy pintoresca, la
ordalía de iniciación como maestro masón del protagonista del cómic. Podemos advertir
las referencias que se formulan respecto de presuntos secretos de la masonería; por
ejemplo, la consigna mediante la cual un masón requiere auxilio a otro en situaciones
problemáticas:      "¿No    hay      ayuda     para      el     hijo    de     la   viuda?".

Más adelante vemos como el matador le plantea esa consigna al jefe máximo de la Policía
Metropolitana, Sir Charles Warren, conminándolo a que le deje el campo libre para llevar a
cabo su tarea ultimadora sobre las peligrosas meretrices alineadas contra la Corona.
Asimismo observaremos el ataque cardíaco que en el año 1887 afectó al facultativo,
produciéndole ligeras lesiones físicas pero severos trastornos psíquicos. El desorden
cerebral le habría provocado afasia, enfermedad peculiarizada por causar a sus víctimas
toda               clase             de             extrañas               alucinaciones.

Se dedica un capítulo entero a los paseos que, en un carruaje guiado por el cochero
cómplice John Netley, efectuará el cirujano visitando lugares de Londres en los que
percibe símbolos y significados místicos, así como contenidos masónicos; por ejemplo, la
catedral de Hawksmoor con su impresionante campanario. La erudicción que el guionista
denota al ofrecer estas descripciones al lector prueba un profundo conocimiento de la
historia británica en general y de la ciudad de Londres en particular.

Del estado febril de la mente del Dr. William Gull, y del papel que considera le ha sido
deparado por el destino, dejan constancia las siguientes palabras que éste dirige a su
futuro     cómplice,      según       pone      en      su     boca     Alan      Moore:
-Nuestra historia ya está escrita Netley. Está escrita con sangre que ya hace tiempo se
secó

Luego, tal cual era de esperar, se llevan a efecto los asesinatos. A veces, el médico
matará a su presa dentro del propio carruaje, iniciando tranquilamente la disección ritual
para después, una vez concluida su macabra faena, trasladar los cuerpos con ayuda del
cochero hasta los distintos sitios donde finalmente éstos serán hallados.

Igualmente, le corresponde un rol destacado en la trama al Inspector Frederick Abberline,
presentado aquí como uno de los pocos policías que verdaderamente tenían deseos de
frenar la matanza y capturar al sádico criminal. Una anécdota, en apariencia marginal, que
terminará siendo trascendente en esta ficticia propuesta, está dadda por la relación más
bien platónica que Abberline sostendrá con una joven prostituta que le dice llamarse
Emma, y con la cual comparte ginebras en las tabernas de Whitechapel. Emma no
resultaría ser el auténtico nombre de esta mujer, a la cual el Inspector -quien también le
proporciona un nombre falso a ésta- accederá a prestarle el dinero que sutilmente aquella
le requiere. La cita donde al fin iría a producirse el encuentro amoroso entre Frederick
y "Emma" se difiere para el 9 de noviembre de ese año de 1888.

Esa mañana el policía concurrirá a verla al pub luciendo su mejor traje, pero sólo para
comprobar indignado que la fémina faltó a la cita y le dejó, a cambio, una carta de
despedida y disculpa. En el apéndice explicativo de From Hell el autor nos informa que
"Fair Emma" y "Ginger", entre otros, eran apodos a través de los cuales se daba a conocer
ante           sus             clientes           Mary             Jane             Kelly.

En las viñetas que cierran el cómic, se nos ofrece la -obviamente- ficticia ascención del
espíritu del Dr. William Gull tras su muerte en el hospicio donde concluyera sus días, y
vemos cómo los dioses paganos que habría idolatrado durante su existencia, lo trasladan
por el aire y le hacen contemplar una escena en un pueblito de Irlanda. Allí se encontrará
con una joven mujer rodeada de niñas -una de las cuales es Alice Margaret, la supuesta
bebé real- quien, al percibir la presencia del espectro, aferra a las infantes y lo amenaza
agitando          el       puño,         al        tiempo         que          le        grita:
-En cuanto a tí, viejo demonio... Sé que estás ahí, pero a éstas no te las llevas. Lárgate ya,
¡Vuelve            al         infierno         y          déjanos             en          paz!

Y es que quizás no hubiera sido Mary Jane Kelly quien fue destrozada en la mísera
habitación del número 13 de Miller´s Court. Tal vez en verdad -al menos así lo quiere el
sentimiento- una de las signadas como víctimas del Destripador pudiera haberlo burlado.
El pequeño habría derrotado al gigante pese a la tremenda desproporción de las fuerzas
en pugna.




                                           6.
FEB

                                   11

             El Loco del Hacha y Jack el Destripador
LA TEORIA SEGUN LA CUAL EL LOCO DEL HACHA                         DE     AUSTIN
Y JACK EL DESTRIPADOR FUERON UNA MISMA PERSONA




JAMES MAYBRICK: este sospechoso a la identidad          de Jack    the   Ripper
también podría haber sido El Loco del Hacha de Austin




Recreación         de         un          Loco           del              Hacha
La historia criminal registra dos casos paradigmáticos en los cuales a un anónimo y feroz
ultimador     se     lo    tildó   con    el   mote     de "El    Loco     del  Hacha".

El más conocido de los eventos refiere al llamado "Loco del Hacha de Nueva Orleans"
(u Hombre            del           Hacha           de          Nueva           Orleans).
Se trató aquí de un victimario impune que operó en aquella ciudad estadounidense, y cuya
secuencia de sangre abarcó de mayo de 1918 a octubre del año siguiente. Fue tristemente
famoso por su saña, y gracias a una truculenta carta donde se definía como un demonio e
invocaba que sus crímenes estaban inspirados en la música de jazz.

Menos reputados y mediáticos que los crímenes antes mencionados, resultaron los
cometidos por "El Loco del Hacha" de la también norteamericana ciudad de Austin. Este
misterioso asesino fue el causante de una ola de homicidios salvajes, macabros e impunes
acontecidos    en    las postrimerías de 1884            y durante el año          1885.
Nunca se capturó ni desenmascaró al culpable de tales fechorías, pero muchos años
después de estos sucesos se barajó un nombre por demás sorprendente: James Maybrick.

Doblemente asombroso deviene este candidato si consideramos que igualmente resultó
nominado a haber sido el hombre que se ocultaba bajo el mucho más infame seudónimo
delictivo de Jack el Destripador. El sospechoso procedía de una antigua y respetable
familia que a la fecha de su nacimiento -24 de octubre de 1838- llevaba sesenta años
instalada en la ciudad de Liverpool. De hecho, fue el primogénito, porque Williams, el
primer hijo del grabador de metales William Maybrick y su esposa Susannah, falleció
cuando apenas contaba con tres años de edad. A James le sucedieron Michael, nacido en
1841, quien de adulto se convirtió en un célebre compositor, Thomas, nacido en 1846, y
Edwin venido al mundo en 1851, estos dos últimos hermanos se inclinaron, igual que
James,                por              la             actividad              comercial.

El camino profesional tomado por Maybrick fue el comercio algodonero, notablemente
incrementado en Inglaterra a raiz de la Guerra Civil Norteamericana que provocó gran
escasez de algodón. Esta coyuntura tornó el negocio de compra-venta abierto a los hábiles
especuladores, actividad en la que este comerciante destacaba por condiciones innatas.
James Maybrick viajó bastante, y los Estados Unidos de Norteamércia configuró uno de
sus destinos favoritos. En 1880, durante el curso de uno de esos frecuentes periplos
marítimos, se ennovió con Florence Chandler, de diecinueve años; joven hermosa y
adinerada proveniente de una noble familia de Mobile, Alabama. Pero también se alega
que el individuo habría estado en suelo de Norteamérica a fines de 1884 y durante 1885,
más       en       concreto      en      la     sureña       ciudad     de        Austin.

Una de las más entusiastas propagandistas a la hora de identificar a James Maybrick con
Jack el Destripador esShirley Harrison. Esta escritora redactó los comentarios al
denominado "Diario de Maybrick"; vale decir, el manuscrito supuestamente hallado por el
desocupado liverpoolense Michael Barrett en 1991, el cual entre 1992 y 1993 vio su
publicación y generó enorme revuelo, pues se pretendía que aquellas letras eran obra del
mismísimo Jack the Ripper, que habría impreso allí su confesión póstuma.
Advirtiendo un sabroso filón, la autora publicó en 2004 una nueva indagatoria vinculada al
asunto: "The american connection"- ("La conexión americana"), editorial John Blake
Publishing,                               Londres,                              Inglaterra.
En dicho libro se esgrime presunta evidencia de que Maybrick se habría encontrado
presente -como ya se dijo- en la ciudad de Austin, Estado de Texas, Estados Unidos, a
finales de 1884 y durante 1885. La noticia en sí misma muy escasa trascendencias
revestiría, si no fuese porque en la citada metrópoli tuvo lugar una retahíla de
estremecedores asesinatos con mutilación que la posteridad recuerda como "La matanza
de                                                                                Austin".

La historia cuenta que un homicida en serie deambuló por las calles de Austin dejando un
reguero              de            sangre            a              su             paso.
El                 arma                asesina:                un                 hacha.

En su mayoría las víctimas resultaron jóvenes mujeres afrodescendientes que laboraban
de empleadas domésticas en fincas emplazadas en los suburbios, aunque por excepción
uno de los muertos lo constituyó un hombre, novio de una de aquellas, el cual,según se
conjetura, fue ultimado tras salir en defensa de la chica.La inicial presa humana la
conformó Mollie Smith, victimada el 30 de diciembre de 1884. A esta fémina le
acompañaron al siguiente año, en trágico desenlace, Eliza Shelley, el 6 de mayo, María
Ramey, el 29 de agosto, Gracie Vance y Washington Orange, ambos el 27 de septiembre,
Susan Hancock y Eula Phillips, las dos el 24 de diciembre de 1885.

Jamás se supo la identidad de aquel despiadado ejecutor múltiple. Se detuvo a tres
sospechosos, pero sólo uno de ellos -William Sydney- fue conducido a juicio y, al cabo,
devino exonerado por ausencia de pruebas. ¿Se trató de "trabajos tempraneros" de Jack
el                                                                        Destripador?

Aunque publicaciones contemporáneas a esos crímenes sostuvieron que tal extremo era
probable, y que el matador de Whitechapel era idéntico en su accionar al que, un lustro
antes de los homicidios victorianos, finiquitase a siete mujeres y a un hombre en Austin, es
casi seguro que ello no fue así. Ni la elección de la clase de víctimas, ni el modus
operandi utilizado                                                                coinciden.

No obstante, en el libro de Shirley Harrison se explora la eventualidad de que Maybrick,
por razones mercantiles, hubiese arribado a esa ciudad norteamericana en esas fechas
exactas -hecho no comprobado y que más bien se arguye como una posibilidad- y,
mezclando los negocios con la vesania criminal, dedicase su tiempo libre entre una
operación mercantil y otra a perpetrar, hacha en mano, esas espantosas crueldades.

¡Pobre     James      Maybrick!      No     le     permiten    descansar        en     paz.
Algunos ripperólogos insisten en transformarlo en un monstruo.
7.
                                           JAN

                                           7

      El fenómeno del asesino serial a través de la historia
ASESINOS SERIALES: EVOLUCION HISTORICA




El      fundador        de       la            secta   de   los   asesinos:
Hassan Ibn Sabbah




Luís                               Alfredo                        Garavito:
uno de los más prolíficos homicidas secuenciales
Asesinos                                                                             grupales:
Miembros                         de                    la "Familia                   Manson"




La palabra "asesinos" deriva de "hashishin" -adictos al consumo del haschis que mataban
bajo la influencia de esa droga- y refiere a los miembros de una secta musulmana que
perpetraba homicidos por motivaciones religiosas acatando órdenes de sus jefes y
profetas.

En particular, seguían fanaticamente a Hassan Ibn Sabbah, el cual pasó a la historia
como "El Viejo de la Montaña" -pues encaramado en la cima del macizo Elburz había
fortificado su inexpugnable castillo de Alamut ("Nido de Aguila")- y fue un líder ismailita que
arribó a ese sitio en el año 1090 al mando de unas menguadas huestes que cada vez se
fueron                     volviendo                     más                        poderosas.

Sin embargo, quienes se han constituido en épocas actuales en azote de sus semejantes
no son aquellos míticos ejecutores, sino personajes cuyo motivo para ultimar deviene
menos claro pues, a diferencia de los acólitos del Viejo de la Montaña, saben bien que no
irán al paraíso gracias a sus actos fatales. Otra compulsión mucho más oscura y personal
los                                                                                  guía.

Aunque el fenómeno del crimen en serie no es reciente, sino que goza de larga y triste
data, podemos afirmar sin titubeos que esta realidad se acentuó de manera alarmante en
nuestra                             sociedad                           contemporánea.

¿Cómo      define    la     criminología     a    un       homicida   serial   o    secuencial?

De acuerdo a una clasificación básica puede sostenerse que un asesino serial es aquel
que comete tres acciones letales diferentes con inervalos fríos (cool-off). En cada una de
éstas puede producir más de un homicidio. Habitualmente cada criminal de esta especie
posee una conducta ritualizada que le es propia, y que mantiene sin modificaciones
durante              la                retahíla                de                crímenes.

Esto    permite     dividirlos    en   dos       grandes     categorías: asesinos   en    serie
organizados y asesinos                en                serie               desorganizados.

Igualmente configura una particularidad inherente al comportamiento asumido por esta
clase de matadores el hecho de que usualmente observan de manera fiel un patrón
específico en su forma de finiquitar. Aún cuando pueden operarse algunas variaciones en
el concreto modo de eliminar a una u otra víctima, en lo esencial se advierte un común
denominador delator de que el crimen fue llevado a cabo por la mano de un mismo
atacante.

La incapacidad para detenerse una vez emprendida la saga terminal conforma una
peculiaridad que los teóricos resaltan en la actitud del homicida secuencial. Ninguna
consideración de orden moral frena al perpetrador una vez que se ha lanzado a la
realización de su raid vesánico. Ni siquiera ponderaciones de sentido común, o la
necesidad de obrar con cautela a fin de evitar la aprehensión inminente determinan que el
delincuente             se               abstenga                de             asesinar.

Sólo dejará de matar si lo capturan, se enferma o se muere, o si un hecho externo ajeno a
su voluntad -por ejemplo, ser apresado en el curso de la comisión de otro delito- le priva de
llevar a término sus violencias. Su compulsión no se debe a factores aleatorios, pues no
depende tanto de la sociedad en que vive, sino que está básicamente configurada por su
carga génetica, según la opinón predominante de los modernos especialistas en el
fenómeno                 de              la              criminalidad                seriada.

Se ha sustentado que los finiquitadores en cadena nunca se suicidan antes de ser
aprehendidos, y que rara vez lo hacen en la cárcel. Aunque con ecos de la vieja escuela
lombrosiana, expertos del prominente calibre de la Dra. Helen Morrison han enfatizado que
el ultimador serial lo es ya en el vientre de su madre durante el embarazo, que lo es en
estado de feto, y aún desde que el espermaozoide fecunda al óvulo y establece la
composición de un nuevo ser. Los genes originarían un cerebro trastornado y enfermo con
tendencia a generar un asesino en serie (cfe:Morrison, Helen, Mi vida con los asesinos en
serie, traducción de Gema Deza Guil, editorial Océano, Barcelona, España, pag. 305)

La lista de matadores secuenciales modernos es muy extensa, y no se avizora que se
vaya a detener en un futuro próximo. En la Edad Media esta incapacidad para comprender
los crímenes en serie hizo que éstos se atribuyeran a hombres lobos o a vampiros. Antes
de la era freudiana las causas sobrenaturales constituían la única explicación para los
asesinatos extremadamente violentos que incluían desangramientos y otras
monstruosidades semejantes. El pueblo creía que tales desmanes únicamente se
justificaban merced a la presencia de elementos demoníacos y a la intervención de
entidades                                                                     malignas.

Pese a que ya en la antigua Roma hubo criminales en cadena, el paradigmático caso
de Jack el Destripador en la Inglaterra victoriana de postrimerías del siglo XIX suele
tomarse como el primer caso que gozó de fuerte resonancia mediática.

En varios de los más espectaculares episodios la lúgubre trascendencia de los mismos fue
causada por la brutal crueldad empleada por el agresor. En otras situaciones, en cambio,
lo que primó consistió en la cantidad desproporcionada de muertes cobradas en la
emergencia. En algunos victimarios seriales prevalece la psicopatía, mientras que en otros
la razón de sus delitos descansa en el impulso sexual. Hay asesinos en serie que buscan
ejercer dominio sobre la víctima, pero también hay aquellos que sólo se interesan por el
cadáver, y que matan procurando ocasionar el menor dolor o terror posible sobre sus
presas                                                                        humanas.

La mayoría de los homicidas secuenciales actúan en solitario. Por caso: Luís Alfredo
Garavito, Ted Bundy, Peter Sutcliffe, Henri Landrú, John Wayne Gacy, Andrei Chikatilo, y
muchos otros más. Pero, igualmente, existen oportunidades donde se trata de un grupo
que comete los crimenes seriales. Ejemplo típico de asesinatos perpetrados por un grupo
resultaron los homicidios del clan de hippies liderado por el lunático Charles Manson
conocido con el mote de "La Familia Manson".
8.
                                               DEC

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   La conspiración policial para encubrir a Jack el Destripador
DESDE THOMAS CUTBUSH AL CORONEL CONDER




Coronel Claude Reignier Conder: oficial de inteligencia británica nominado a haber
sido Jack                              el                              Destripador




Un nuevo candidato a asumir la identidad del elusivo Jack el Destripador ha aparecido en
el horizonteripperiano (y van...). Se trata, en esta oportunidad, de un militar que revistaba
en la inteligencia británica y fue contemporáneo a los homicidios de Whitechapel. Para
más datos, conforme parece, era buen amigo del Comisionado de la Policía Metropolitana
Sir     Charles     Warren.      Su      nombre: coronel     Claude     Reignier     Conder.

El creador de la llamativa teoría es Tom Slemen, prolífico escritor de ficciones vinculadas a
los géneros de suspenso y de terror. En conjunción con el criminólogo Keith Andrews,
desarrolla la conjetura de que el prenombrado coronel Conder y Jack the
Ripper. constituían la misma persona.
Tom Slemen: novelista que se pasa al ensayo y denuncia al coronel Conder




¿Las         pruebas          que           aportan         estos        escritores?
No parecen ser muy efectivas. Señalan que Conder era un militar de inteligencia
preparado en misiones cuasi suicidas y entrenado para matar. Habría desempeñado un
papel clave en la persecusión de los rebeldes irlandeses que en la era victoriana
jaqueaban al imperio de la Gran Albión a fuerza de bombas y atentados.

Aseguran que el coronel era íntimo del máximo jefe de la Policía Metropolitana de
entonces, el general Charles Warren. Los dos militares fueron compañeros de estudios en
el colegio de Chelteham (de hecho los restos de Claude Conder reposan en el cementerio
de                 esa                ciudad                 desde               1927).

Otras aventuras habrían hermanado a Warren y Conder. Es sabido que el primero,
además de su vasta y prestigiosa carrera castrense, actuó como arqueólogo. De acuerdo
destacan, en escavaciones arqueológicas practicadas en Oriente Medio, Warren fue
asistido por Conder, y también trabajaron buscando tesoros y reliquias en el casi mítico
templo del rey Salomón en Jerusalén.
El general             Charles             Warren en                 una            fotografía
donde           se           lo          aprecia           vestido           de           civil




Una vez que Sir Charles se percató de las pistas rituales que el verdugo de rameras
dejaba adrede en las escenas de los crímenes, se valió de su poder a fin de desactivar la
marcha de la indagatoria policial destinada a capturar al responsable de las atrocidades.

Entre tales indicios se cuentan los anillos quitados a Annie Chapman y la prolija colocación
de monedas en torno a su cadáver. Señal más diáfana aún la configuró el mensaje pintado
sobre la pared de la calle Goulston, donde se imprimiera la enigmática
palabra "Juwes" que el general Warren mandó borrar en forma perentorea.

La conspiración policial- militar se impuso para embozar los crímenes que ensangrentaron
aquel otoño de 1888. Sir Charles se negó a perseguir a su colega y amigo. Empero, su
desidia no se debíó únicamente a lealtad y camadería, sino a saber que el coronel Conder
cumplía con órdenes superiores al eliminar ceremonialmente a las meretrices.

¿Motivos? No quedan claras las razones de los asesinatos. No olvidemos que Tom
Slemen, el propulsor de esta hipótesis conspiranoica, constituye un novelista dedicado a
producir cuentos de suspenso y de terror que en esta emergencia innova e incursiona en
el terreno de la pesquisa histórica. Y, a decir verdad, el suministro de pruebas sólidas y de
argumentos          lógicos       no        parece         representar       su        fuerte.

No deviene la primera vez que se maneja una teoría propugnando que una conspiración
de la policía dejó impune los crímenes del matador serial victoriano. La versión del
encubrimiento policial surgió inicialmente en el año 1894, cuando fue redactado
un memorandum de circulación policial interna por cuenta de un connotado mandamás de
Scotland Yard: Sir Melville Leslie Macnaghten.
Sir                  Melville               Macnagthen: fue                    sospechado
de           participar          en          un          encubrimiento             policial




El memorandum escrito por dicho jefe se hizo famoso y sirvió a fin de echar luz sobre tres
presuntos sospechosos (Druitt, Ostrog y Kosminsky), pero en realidad esas notas sólo
tuvieron por móvil la intención de exculpar a un demente llamado Thomas Cutbush, quien
a la sazón era objeto de virulentos ataques por el periódico sensacionalista The Sun, en
los cuales se lo sindicaba de ser el ejecutor de las prostitutas mutiladas por Jack.

El tío del desequilibrado Thomas fungía de Superintendente en el Scotland Yard de esa
época y, sabedor de la culpabilidad de su sobrino, lo habría protegido. Charles Cutbush, el
presunto encubridor, contó con el auxilio de camaradas y de jerarcas para evitar que el
escándalo        no        manchase         a        las       autoridades       inglesas.

De allí que la policía habría preferido desviar las sospechas (a traves
del memorandum realizado por Sir Melville Macnagthen) y se enfocaron en un suicida de
hábitos extraños: Montague John Druitt, que se había arrojado a las aguas del río Támesis
poco después del último homicidio consumado por el Destripador. Al menos así se
pretende en"Jack: the Myth", ensayo fruto del ingenio creativo de la escritora A.P. Wolf,
que           fuese         editado          en           el          año           1993.

Vale expresar, pues, la teoría de la conspiración policial, con su carga de ocultamiento de
pruebas y de deliberado desvío de sospechas, no resulta cosa inédita. Ahora, Tom Slemen
repite en su formulación las tesis conspiranoicas de sesgo militar-policial, cuando propone
al desconocido coronel Claude Reignier Conder para ocupar el sitial reservado al sádico
asesino      del    este      de      Londres.     Nada       nuevo      bajo     el    sol.
DEC

                                    8

 ¿Y si Vincent Van Gogh hubiese sido Jack el Destripador?               LA
                   INSOLITA TEORIA DE DALE LARNER




                  Autoretrato del genial Vincent Van Gogh




Dale   Larner:      este      escritor     y      pintor      estadounidense
es     el        propulsor        de        la        inédita       hipótesis
Por internet se viene, desde el pasado año de 2011, propagandeando la inminente
publicación de "Vincent alias Jack", obra de no ficción en la cual se planteará que el
sobresaliente pintor impresionista Vincent Van Gogh(nacido en Paises Bajos el 30 de
marzo de 1853 y fallecido en Francia el 29 de julio de 1890) habría sido -además de un
orate genial- nada menos que el terrible y elusivo Jack the Ripper.

El artífice de este ingenio lo configura un pintor y escritor afincado en Jacksonville, de
nombre Dale Larner. Desde su sitio web, y a través de videos colgados en la web, el
norteamericano promociona su sensacional conjetura: Jack el Destripador y Vincent Van
Gogh fueron una misma y única persona, lo cual es tanto como afirmar que el bien y el mal
están unidos, y que la brillantez artística y la vesanía criminal han quedado encarnados en
un sólo individuo. A ciento veinticuatro años de consumados aquellos horrendos
asesinatos saldría a luz la verdad, según pretende esta versión de la historia.

Vincent Van Gogh vino al mundo -conforme anticipamos- el 30 de marzo de 1853, siendo
hijo del pastor protestante Theodurus Van Gogh y de la ama de casa Anne Cornélis
Carbentus. Contaba con treinta y cinco años al tiempo en que sucedieron los crímenes del
otoño         de        terror       en          el      este        de         Londres.

No resulta éste el espacio apropiado para siquiera bosquejar la biografía de tan conocido
artista, por lo que a los efectos de esta nota nos limitamos a adelantar que todos los
biógrafos están contestes en que Vincent se hallaba en Arles (sur de Francia) durante el
año de los homicidios victorianos. Residía en su "casa amarilla", pues de ese color era la
fachaba de la vivienda que alquilaba, y donde soñaba con montar un atellier donde
integraría         a        muchos          otros        pintores          impresionistas.

De hecho en 1888, tras insistentes cartas exhortantes, logró que su amigo y mentor, el no
menos genial Paul Gaugin, se trasladase hasta Arles y aceptara compartir con él aquella
finca a la cual arribó el 21 de octubre de ese año. Los lugareños vieron juntos a ambos
artistas retratando sitios históricos de esa localidad y haciendo proyectos, hasta que el 23
de diciembre se dio cita el drama. De acuerdo consigna la versión oficial, presa de uno de
sus empujes psicóticos y luego de una discusión cuyo motivo sigue siendo confuso, Van
Gogh esgrimiendo una navaja de muelle amenazó con matar a Gaugin.

El episodio no culminó en agresión, pero al parecer cuando más tarde Vincent recobró sus
cabales se sintió tan culpable que decidió amputarse, a modo de castigo, el lóbulo de su
oreja derecha. Que continuaba bajo el influjo del desquicio quedó muy claro si
consideramos que, acto seguido, se dirigió al burdel en que laboraba Rachel, su prostituta
favorita,   y   le   ofreció   como     regalo    el   sangrante   trozo   de    órgano.

De la circunstancia de que las meretrices jugaron un rol preponderante en la existencia del
malogrado esteta da cuenta que años atrás, en 1882, convivió con una de ellas, a la cual
recogió de las calles hambrienta y con un hijo en camino. Se vio forzado a cortar la
relación pues, a estar a los dichos de la mujer, su hermano Theo (que le enviaba
regularmente las remesas con que el indigente Vincent se mantenía) se oponía a esos
amoríos. Además, Clasina María Hornik -que así se llamaba aquella-, apodada "Sien",
trasmitió las enfermedades venereas de gonorrea y de sífilis a su protector.
Retrato      de       "Sien"       a      cargo       de      Vincent       Van       Gogh




¿Esta desgracia habría generado en el pintor un afán de venganza y un odio acérrimo
contra las prostitutas?. Tal vez -si en verdad hubiera sido el victimario de aquellas, como
postula Dale Larner- allí podría residir un móvil que, sumado a la desintegración psíquica
que fue sufriendo este hombre, explicaría que hubiera llegado a convertirse en el homicida
serial             más              famoso             de             la            historia.

Pero toda la formulación parece disparatada. Sin entrar a realizar mayores críticas: ¿cómo
explica Dale Larner que Vincent Van Gogh estuviera en el este de Londres, cuando todos
lo     ubican      viviendo     en     el     sur      de       Francia     en       1888?.

Bueno, tendremos que aguardar a la publicación del libro para saberlo, pues no informa de
ello en su sitio web ni en sus videos promocionales. En estos últimos sí proporciona una
pista de cómo fue que concibió la responsabilidad criminal de Vincent: Lo hizo tras analizar
una de las obras pictóricas más célebres producidas por el artista titulada"Los lirios".
Una         de        las        muchas      versiones               de "Los      lirios",
donde      el     pintor     habría   dejado   claves           de     su    culpabilidad




En el aludido cuadro -atento es dable apreciar en sus videos- el acusador cree advertir que
se dibujó el rostro y otras partes del cuerpo de la infortunada víctima Mary Jane Kelly. O
sea, el investigador recurre a la noción de que hay mensajes crípticos plantados adrede, a
manera de gestos satíricos, en las pinturas de Vincent Van Gogh. Propone que si sabemos
leer inteligentemente esos "mensajes ocultos" descubriremos por fin al taimado asesino de
Whitechapel. Pero, honestamente, debe uno gozar de una muy frondosa imaginación para
poder "ver" a la patética Mary Jane Kelly escondida dentro de esa pintura.

Es de lamentar que el autor que venimos citando no exponga sus ideas en forma de
novela, confinándolas exclusivamente en el terreno de la ficción, donde lo estrafalario -si
está presentado con destreza- reviste la virtud de tornar interesante y atractiva a una
lectura. El paso que amenaza con dar Dale Larner deviene mucho más peligroso porque
anuncia claramente que él cree a pies juntillas en lo que pregona, y que lo suyo constituyó
una        ardua      investigación,      una         sólida     hipótesis       científica.

Todo apunta, sin embargo, a que dentro del ámbito de la no ficción esta tan arriesgada
teoría quedará empantanada naufragando en medio de la burla y el descrédito. Pero, en
fín, para dejar sentada una opinión definitiva no tenemos más remedio que aguardar a que
el escritor cumpla con su "amenaza", y que su libro acusando a Vincent Van Gogh de
haber sido Jack el Destripador quede finalmente a disposición del público.
9.
                                            OCT

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            La verdadera historia de Jack el Destripador
UN       CUENTO          "ESCALOFRIANTE" escrito            por Gabriel        Pombo.




Aquel otoño de 1888 había sido espantoso para los habitantes de Londres.
Y no porque la niebla y el frío resultasen más agobiantes que de costumbre, pues al mal
clima       los        ciudadanos          británicos     estaban        acostumbrados.
Lo que llenaba de terror a la población inglesa consistía en unos sucesos mucho más
macabros.
No era para menos. Desde aquel mes de agosto los periódicos no paraban de informar
que en los barrios bajos del este de la capital -sobre todo en el maltrecho distrito de
Whitechapel- un maníaco venía asesinando a mujeres de vida alegre.
Los crímenes tuvieron su inicio en la noche del 7 de agosto cuando Martha Tabran murió
violentamente,       tras        recibir       treinta   y       nueve       puñaladas.
A esa desdichada la acompañaron en fatídico destino Mary Ann Nichols, el 31 de agosto,
Annie Chapman, el 8 de septiembre, Elizabeth Stride y Catherine Eddowes, ambas
durante la madrugada del 30 de ese mes y -después de una engañosa interrupción- la
joven     y     bella      Mary        Jane       Kelly  el    9      de     noviembre.
Algunas        de       las      víctimas        de       Jack        el      Destripador




Con cada nuevo homicidio el ejecutor se tornaba más feroz y más convencido de que
nunca                   lo                 iban               a                    detener.
La espantosa lista de víctimas, lejos de concluir, proseguía agrandándose, y la policía
británica -la famosa Scotland Yard- se mostraba impotente para capturar al sádico
delincuente.
Por si fuera poco, esa tarde se volvió inesperadamente sombría: una falla en el sistema de
farolas a gas, que por entonces iluminaba a la Inglaterra gobernada por la reina Victoria,
sumergió a los londinenses en la más tétrica de las penumbras.
La     reina     Victoria     era    monarca       de      los    ingleses      en     1888




Ese atardecer, el asesino que la prensa bautizaba con el alias de "Jack el Destripador"
estaba             decidido             a           atacar             de             nuevo.
Se vistió muy despacio con elegantes ropas oscuras: pantalón, camisa y saco negro, y
corbatín de seda gris. Por último, tras echar encima de sus hombros una amplia capa, se
cubrió       la      testa     con        su     sombrero        de      copa       favorito.
Salió de su residencia con paso firme, casi presuroso, sin olvidar llevar consigo el maletín
de cuero -similar al que usaban los médicos de esa época- en cuyo interior escondía un
juego de cuchillos de recia empuñadura que, con mucho esmero, acababa de afilar.
Una vez que avanzaba sobre las adoquinadas calles llamó su atención la cerrada
oscuridad que inundaba todo a su alrededor, aunque aún faltaba bastante para que cayera
la                                                                                    noche.
¡Maldito               apagón!,              se               dijo              contrariado.
Esperaba que la ausencia de luz no perjudicara el trabajo en las tabernas. Allí era donde
solía ir a beber una copas, y desde las barras de esos antros escudriñaba a las prostitutas.
"Taberna        en        Whitechapel":         pintura       de       Gustave         Doré




Cuando las mujeres se marchaban con algún cliente las acechaba sigilosamente, y
aguardaba que el ocasional compañero de aquellas se retirase. Instantes después, por
sorpresa, sin darles tiempo a oponer la menor resistencia, se abalanzaba sobre ellas y les
cercenaba                                     la                                  garganta.
Esta noche no sería la excepción- pensó, y una cruel sonrisa se dibujó en su rostro.
Sin embargo, esta vez Jack, quien usualmente apenas bebía alcohol, precisaba un trago
de whisky. No lo necesitaba a fin de infundirse coraje antes de matar, pues para él la vida
humana                                   nada                                   significaba.
Deseaba ingerir una generosa ración de licor antes de ponerse a conversar con un extraño
al cual contarle las ideas que rondaban por su cabeza. Quería jactarse de sus tristes
hazañas, y anunciar a otros las maldades que, en un futuro cercano, planeaba cometer.
-Uno será muy asesino, pero es un ser humano al fin y al cabo- se dijo.
La ocasión le venía de perillas porque no se veía nada a causa del apagón, por lo cual
nadie     lo     iría    a    reconocer     ni     podría,   por     ende,     denunciarlo.
Llegaría a una taberna, pediría al cantinero que le sirviera un trago, y hallaría a algún
parroquiano a quien hacer partícipe de sus confidencias y, de paso, pegar un gran susto.
Caminó y caminó, hasta advertir unas luces muy tenues cuyo reflejo le permitió vislumbrar
una      entrada.       Una      taberna       abierta     y     oscura,     sin       duda.
Ingresó, y enseguida oyó el parloteo de varias personas dialogando. Voces masculinas
todas       ellas,      ninguna      voz        femenina      alcanzó      a       percibir.
Tal cosa era normal porque a esa hora tan temprana las mujeres de vida alegre aún no
comenzaban su labor. Sólo había hombres: marineros, oficinistas aburridos, y obreros que
cansados de su jornada en las fábricas acudían a las cantinas para relajarse bebiendo
licor.
Tropezó en medio de la penumbra con una silla sobre la cual se sentó, al tiempo que se
quitaba                  su               sombrero                 de                  copa.
-¡Boby!-                llamó              con                voz                autoritaria.
Cuando no conocía el nombre del tabernero nunca le fallaba requerir ser atendido por
algún empleado que se llamara Boby, dado que el diminutivo de Robert era muy común en
la                                      Inglaterra                                          victoriana.
No fue diferente esta vez, y de inmediato escuchó el rumor de unos pasos aproximarse.
- ¿Qué                   se                   le                   ofrece                      mister?
- Pues que me sirvan una jarra de cerveza.¡No! mejor sírveme un vaso de whisky. Escocés
por supuesto. Esta noche tengo muchas ganas de hablar con alguien, y beberme un
whisky será un buen comienzo- hizo una pausa mientras procuraba distinguir entre las
sombras              las           facciones               de             su              interlocutor.
-En realidad mister, no creo que aquí podamos ayudarlo. Si usted busca con quien hablar
deberá       dirigirse      a        otro       sitio-      fue       la         fría       respuesta.
Jack hirvió en cólera. Era hombre de pocas pulgas al cual le disgustaba que lo
contradijesen.
-Claro que me servirás, cantinerito de cuarta- rugió con mal humor. -Me traerás el trago
que te ordeno, y me escucharás muy atento, te guste o no.-realizó un paréntesis a fin de
dar más énfasis a sus amenazas- ¿Sabes con quién estás tratando mocito? Pues nada
menos que con el tipo al cual todos llaman Jack el Destripador. No necesito aclararte
porqué              me               apodan                así.             ¿No                 crees?
Las rudas palabras del criminal parecieron surtir efecto. El sujeto anónimo pareció tragar
saliva,      y        cambiando         de        tono        le      dijo          respetuosamente:
-Disculpe usted. Con esta tremenda oscuridad uno no puede saber con quien está
tratando. Claro que haremos todo lo posible por servirlo- repuso, y con un gesto rápido de
su             mano                llamó                a              un                 compañero.
Cuando unos pasos se aproximaron Jack oyó que el primero le decía al otro:
-El señor es Jack el Destripador. Nos hace el honor de visitarnos. Ve a la trastienda en
busca      de      una      botella       de     scotch,        de     la       máxima         calidad.
Más calmado, al comprobar que sus órdenes eran obedecidas, el delincuente prosiguió:
-Bien muchacho, así está mejor... Bueno, como te decía, no sé porqué razón, pero
mientras caminaba rumbo a esta taberna me vinieron una enormes ganas de hablar con
alguien, con un desconocido. Y ahora que te has puesto amable creo que te elegiré a ti
para                     hacerte                        algunas                         confesiones...
Jack pudo sentir que la respiración de su anónimo oyente se tornaba más pesada... Este
pobre cantinerito debe estar muerto de miedo, ja, ja - pensó, y esa idea lo puso de ánimo
alegre.
Siempre resultaba bueno sentirse distendido en aquellas noches cuando se aprestaba a
salir      a        "trabajar"        provisto         de        sus         filosos         cuchillos.
Consideraba cosa positiva la adrenalina que le corría al oír los gritos de sus víctimas, y
mientras emprendía la huída por las estrechas callejuelas burlando a los estúpidos
policías. No obstante, sabía que soportar mucho stress era malo para su salud.
- Lo escucharé con toda la atención que usted se merece- respondió suavemente el otro.
- Bien Boby, te contaré porqué maté a la primera. A esa gorda fea, la cual- al día siguiente
leyendo los periódicos- supe que se llamaba Martha Tabran. Yo estaba en la taberna "El
Angel y La Corona" y me aprontaba para retirarme cuando la mujer iba saliendo del brazo
con un guardia de la Torre de Londres. Un muchachito que -se veía a la legua- estaba
gozando de su día franco, y al cual no se le ocurrió mejor idea que gastarse la paga con
una                         apestosa                             como                              esa.
¿Sabes? La muy furcia estaba borracha, y al pasar me dio un pisotón. Sé que lo hizo sin
querer. Pero, ¡por mil diablos! ¡cómo me dolió!, me apretó justo la uña encarnada. Bueno,
claro que no decidí matarla sólo por eso. Pero la seguí hasta la calle para insultarla a ella y
al mequetrefe que tenía por cliente, y al aproximarme logré verle bien la cara...y ahí fue
que me vinieron unas ganas bárbaras de cortar su grueso pescuezo. ¿Quieres saber
porqué?
-No               me              puedo              imaginar.             Dígamelo             mister
-Pues porque la cretina era idéntica a mi tía Etelvina. La muy zorra de mi tía que me hacía
la vida imposible cuando yo era chico. La vieja hace años que está muerta. De niño
siempre quise vengarme de ella, pero se murió antes de que yo llegase a ser adulto. Y
ahora, al verle el rostro bajo la luz de aquella farola a gas a Martha Tabran, supe que mi tía
se                    había                     reencarnado                      en               ella.
Esa fue la primera vez que lo hice. Treinta y nueve tajos le pegué. Tuve que darle tantos
para         liquidarla         porque         el       puñal        lo       llevaba      desafilado.
Después de esa vez siempre voy preparado y llevo al menos un par de cuchillos bien
afiladitos,                                              ja,                                        ja.
-Y a las demás mujeres: ¿También las asesinó porque se parecían a su tía?
-No te hagas el chistoso Boby... Las maté porque le agarré el gustito a la sangre, ja,ja.
Además, con lo idiota que es nuestra policía de seguro nunca me van a atrapar,
-No tengo el gusto de compartir su mala opinión sobre la policía de Londres.
-¿Y tú que sabes de eso infeliz?- como ya hemos dicho al criminal no le agradaba que lo
contradijeran- Aquí en Inglaterra todos los policías son idiotas, ¿me oyes? Y dicho sea de
paso:                     ¿para                    cuándo                    el              whisky?
-Disculpe mister, mi compañero demora porque fue hasta la bodega a buscar un whisky
acorde        a     la      calidad      de      un     distinguido      visitante    como      usted.
-Bueno, pero que no tarde. Me muero de ganas por beber un buen trago. Como te venía
contando, una vez que uno le agarra la mano a esto de cortar cuellos y destripar ya no se
puede parar- hizo una interrupción teatral para asustar a su interlocutor, y remató:
-Y esta noche, cuando salga de esta taberna, pienso despachar a un par de prostitutas
más,                               por                            lo                         menos.
Se quedó aguardando el efecto que surtían sus amenazas. El tipo a esta altura debe
haberse hecho encima de los pantalones , ja,ja, supuso, mientras saboreaba la agradable
sensación                             de                         causar                        miedo.
Sin embargo, un nuevo comentario de "Boby" volvió a sacarlo de sus casillas.
-Como ya le dije, pienso que la policía de acá no es tan tonta como usted cree. Es más,
me parece que su carrera criminal ha terminado, y que ya no podrá asesinar a ninguna
mujer        más-        le      retrucó       con        inesperada       serenidad      el      otro.
-Claro que seguiré despanzurrando prostitutas a diestra y siniestra. ¡No dejaré de matarlas
hasta          que          me         harte!-        bramó         el        homicida       múltiple.
¿Quien se piensa este desgraciado que es?- se dijo-. Como me siga llevando la contraria
abriré mi maletín, tomaré uno de mis cuchillos y le rebanaré el cuello. Lástima que no
puedo                verlo             con             esta             maldita           oscuridad...
Pero antes de que pudiera ejecutar movimiento alguno escuchó a su oponente repetir:
-Le aseguro que su carrera criminal ha terminado y que ya no volverá a lastimar a nadie
más-        el      timbre       del      otro      sonaba       curiosamente         muy     seguro.
Tanta rabia le provocó esa afirmación y el tono con que la misma fue dicha que, por
instinto, Jack adelantó sus manos con ambos puños crispados amenazando hacia las
sombras, hacia donde provenía la voz de aquel impertinente fastidioso.
-¿Cómo te atreves a decirme que ya no podré volver a matar a quien a mí se me antoje?-
rugió            totalmente            fuera           de          sí           el       Destripador.
-Porque usted no se encuentra dentro de una taberna. ¡Estas son las oficinas de la jefatura
de policía de Scotland Yard!- le espetó secamente el agente, al tiempo que cerraba un par
de esposas en torno a las muñecas del atónito asesino en serie.
Cuerpo   de   policía   de   la         época   de   Jack   el   Destripador




                                  10.
OCT

                                       25

   Médicos forenses en los crímenes de Jack el Destripador
AUTOPSIAS Y OPINIONES FORENSES EN LOS ASESINATOS DE JACK THE RIPPER




Dr. George Bagster Phillips: Fue el galeno que participó en más autopsias de las
víctimas canónicas.




Dr.                  Frederick                    Gordon                Brown:
Médico forense de la Policía de la Ciudad de Londres
Dr. Thomas Openshaw: Examinó el famoso trozo de riñón




Dr. Thomas Bond: Intervino en la autopsia de Mary Kelly y opinó que el asesino no
ostentaba     siquiera      los      conocimientos       de      un       matarife




Desde el comienzo fueron motivo de encendida polémica, y de arduo dilema, los
eventuales conocimientos clínicos que pudiera poseer el criminal que durante el otoño de
1888     se    encarnizara     con     las    prostitutas   del East    End londinense.

Un puñado de médicos forenses participaron en autopsias, así como en la elaboración de
reportes vinculados a las víctimas atribuidas a aquel homicida serial. Descuella entre todos
esos profesionales el Dr. George Bagster Phillips, médico forense de la Policía
Metropolitana. Resultó lógico que este galeno apareciera en forma preponderante, en tanto
la mayoría de los asesinatos ocurrieron dentro de la jurisdicción asignada a la Policía de la
Metro                 para                  la                cual                revistaba.

La excepción la conformó el homicidio perpetrado contra Catherine Eddowes a primeras
horas de la madrugada del 30 de septiembre de 1888 en la Plaza Mitre, pues ese crimen
cayó bajo la competencia de la Policía de la City de Londres. Debido a esta circunstancia
jurídica, el médico forense encargado de aquella autopsia devino el cirujano oficial de la
Policía       de       dicha        ciudad: Dr.       Frederick        Gordon        Brown.

También le cupo una actuación subrayable al médico Thomas Bond. Este profesional se
encargó, junto al Dr. George Bagster Phillips, de elaborar el informe de la autopsia
realizada al destrozado cuerpo de Mary Jane Kelly.Pero más llamativo aún fue que Bond
redactó (a solicitud de Scotland Yard) un reporte suministrando el perfil criminológico de la
plausible      la     personalidad      que      tendría     el      matador        múltiple.

En tal sentido, este cirujano representó un precursor en cuanto a los modernos estudios de
perfilación criminal que practican el FBI y otras instituciones policiales y, por ende,
precedió a emblemáticos expertos en materia de perfiles homicidas como, por
ejemplo, Robert K. Ressler. También se recuerda a dicho galeno debido a sus comentarios
enfáticos de que el victimario de aquellas infelices mujeres no había acreditado ostentar
siquiera los rudimentos de disección que cabría esperar en un carnicero o en un matarife.

Otro médico que tuvo un papel de interés, y pasó a la historia relacionado con Jack el
Destripador, fue el Dr. Thomas Openshaw. Este prestigioso patólogo examinó y dio su
parecer respecto del trozo de riñón que llegó por correo, dentro de una caja de cartón
dirigida al Presidente del Cómité de Vigilancia de Whitechapel, el 16 de octubre de 1888.
Openshaw ratificó la naturaleza humana de aquel órgano, y el hecho de que el mismo
pertenecía a un mujer de cuarenta a cuarenta y cinco años de edad, la cual estaba
aquejada, en un estadio avanzado, por una enfermedad característica en los alcohólicos.

Sin embargo, preguntado acerca de si aquella víscera casaba con la de Kate Eddowes (a
quien dos semanas atrás el asesino le quitase su riñón izquierdo) el especialista se mostró
dubitativo, y más bien dejó entrever que el órgano no pertenecía a dicha occisa, sino que
podría haberle sido extraído a un cadáver dispuesto para la disección; o sea, tal vez el
truculento obsequio sólo constituyese una broma gastada por un estudiante de medicina a
costa del entonces mediático George Akin Lusk, que presidía el grupo de perseguidores
civiles              del              mutilador              de                Whitechapel.

Presionados por los jueces en las encuestas judiciales donde debían aportar su testimonio,
y acosados por los periodistas, estos médicos se defendieron como pudieron. Con
excepción del Dr. Thomas Bond, todos los citados (y otros más) dieron a entender que el
feroz maníaco disponía de algún grado de conocimiento anatómico. Aunque no lo
afirmaron rotundamente, tras sus palabras se trasuntaba la sospecha de que el
perpetrador era un colega médico, o un estudiante de cirugía muy diligente, o bien ( en la
última de las hipótesis) podría tratarse de un carnicero o de un matarife particularmente
rápido y habilidoso a la hora de usar el cuchillo.
11.
                                   OCT

                                       8

    El torso de la calle Pinchin: ¿Otro asesinato de Jack el
                          Destripador?
EL   EXTRAÑO   CASO      DEL  TORSO   DE            LA     CALLE     PINCHIN:
¿OTRO       CRIMEN         DE      JACK                  THE         RIPPER?




             El agente William Pennett realizó el macabro hallazgo
El forense Frederick Gordon Brown

se                  encargó                   de                 la                 autopsia




Aún resonaban con insistencia los ecos del llamado "Otoño de Terror" de 1888. El entrante
año de 1889 parecía ir dejando en el olvido aquellos sórdidos crímenes irresueltos. La
excepción se había verificado en el mes de julio, cuando lejos de Whitechapel -coto de
caza del asesino serial- perdió en forma trágica su vida la prostituta Alice McKenzie, a
quien, conforme a la clase de heridas que provocaron su deceso, pronto se la descartó
como posible víctima del mismo maníaco operante en el año anterior.

Pero 1889 estaba destinado a deparar nuevos sobresaltos a la policía británica. El 10 de
septiembre de ese año fue hallado un cadáver femenino con sus miembros amputados
bajo el arco ferroviario de la calle Pinchin, esquina Blackchuch Lane, en San George en el
este,         zona          aledaña          al        distrito     de        Whitechapel.

El agente William Pennett fue el policía que al cual le cupo realizar el hallazgo, en el curso
de una acción de un grupo de uniformados de la división G, comandado por el Inspector
Charles Ledger de la Policía Metropolitana. En las pesquisas emprendidas de inmediato
intervinieron los Sargentos George Godley, Stephen White y William Trick. Pero a pesar
del celo y del esfuerzo expuesto por estos detectives, quienes recorrieron pensiones,
tabernas y alojamientos de mal vivir en busca de información, no se localizaron datos
aptos         para       develar        la       identidad         de         la       occisa.

La tarea principal la llevó a cabo el forense Frederick Gordon Brown que efectuó la
autopsia sobre aquellos restos humanos. También se recabó la opinión de los doctores
George Bagster Phillips y Thomas Bond, los cuales habían participado en autopsias y
reportes de necropsias realizados a varias de las víctimas canónicas del Destripador. La
labor médica desplegada resultó muy concienzuda, pero tampoco echó mayor luz sobre el
caso. Sólo se pudo constatar que la difunta era una mujer morena y robusta que rondaba
los                treinta                 y                cinco                 años.

Lo más relevante consistió en que todos los profesionales actuantes estuvieron de acuerdo
con que en el caso del "Torso de la calle Pinchin" el victimario (si realmente se hubiera
tratado de un homicidio) empleó un método de eliminación del cadáver muy distinto
al modus operandi que utilizaba el ejecutor de 1888. La presunta víctima había sido
desmembrada pero no eviscerada, pues no le habían removido ni sustraído órganos a
aquel cuerpo cercenado. Los miembros que nunca se hallaron devinieron aserrados
cuando              la            mujer            ya             estaba            muerta.
Además, se concluyó que el trabajo de mutilación fue emprendido dentro de una casa u
otro lugar cerrado donde el matador -sin la premura de un ataque consumado en la calle-
dispuso de tiempo y de medios para llevar a término su abominable faena, lo cual
constituía otra de las diferencias con los tradicionales asesinatos del verdugo de
prostitutas victoriano. Y, por último, al desconocerse la identidad, estaba claro que no
podía afirmarse con certeza que la finada ejerciera el oficio más viejo del mundo.
La prensa, a despecho de los rápidos desmentidos oficiales, propaló la versión de que el
torso hallado en la calle Pinchin bien pudo constituir otra obra del asesino de Whitechapel.
La idea no prosperó, ante la falta de aval médico y por la notoria disimilitud con los
crímenes atribuidos a Jack the Ripper. El amputado cuerpo pudo ser material clínico del
cual se deshicieron estudiantes de medicina, y esta fue la posición que prevaleció.

Pese a todo, nunca se descartó totalmente que hubiera sido una lúgubre broma de un
asesino,  aunque    éste   no     fuera   necesariamente    Jack   el   Destripador.
Viajando en el tiempo para atrapar a Jack el Destripador: Una
                       ingeniosa teoría
LA METICULOSA INVESTIGACION DE EDUARDO CUITIÑO




                  El matemático uruguayo Eduardo Cuitiño
              autor de novedosa teoría sobre Jack el Destripador




     Algunas pruebas grafológicas de la caligrafía del máximo sospechoso
Presunta y única fotografía conocida del Dr. Frederick Gordon Brown que le fuera
tomada en 1899 mientras posaba junto a un grupo de policías de la comisaria de
Moor                   Lane (imagen                    de                 abajo)




En la madrugada del 26 de julio de 1882 la joven Ann Bisoph se retiró de su casa en el
Mile End, zona distante del pobre distrito de Whitechapel, luego de una violenta disputa
con su marido. Sin duda, iba muy perturbada a causa de ese enfrentamiento marital y no
advirtió la presencia de un sujeto que sigilosamente la seguía y, sin mediar palabras, la
embistió desde atrás acuchillándola en el cuello. La agresión no fue mortal, y alertados por
los gritos de la víctima acudieron vecinos y policías. Un agente fue a buscar al esposo de
la mujer y lo llevó detenido. A su vez, un vecino reconoció a un médico de treinta años que
transitaba            por         allí         y          le         pidió          socorro.

El galeno, que también era obstetra y por entonces trabajaba humildemente en el London
Hospital de Whitechapel, brindó los primeros auxilios a la agredida y días más tarde,
convocado a la encuesta judicial, aportó su testimonio. Resultaron muy llamativas sus
declaraciones, en tanto opinó que la fémina se había autoinfligido las heridas, y que las
mismas (en cualquier caso) no eran graves. Puesto que el marido de Ann Bishop fue
exonerado por el juez actuante, nunca se desenmascaró al agresor de la mujer, y el
testimonio del obstetra, poniendo en entredicho la credibilidad de la denunciante, ayudó a
que     no      se      llevase    a     cabo      una       pesquisa     policial   seria.

El médico testificante se llamaba Stephen Herbert Appleford, y constituye el primordial
sospechoso que postula la teoría presentada por el matemático uruguayo Eduardo
Cuitiño en su investigación novelesca: "Viajando en el tiempo para atrapar a Jack el
Destripador", texto disponible en formato digital en la web a través de la editorial Amazón.
Algunos especialistas (por ejemplo, Trevor Marriott, creador de "Jack el Destripador.
Investigación del siglo 21", editorial John Blake Publishing, Londres, Inglaterra, 2007)
rescataron a Ann Bishop de los registros, y la nominaron como una primeriza víctima no
fatal de Jack the Ripper. Posee su lógica que el infame asesino haya ido avanzando en
un "in crescendo" de vesanía en su conducta, y que sus iniciales acometidas deviniesen
frustradas, y ejecutadas a manera de torpe ensayo. "La práctica hace al maestro", y este
refrán popular se torna aplicable incluso a los homicidas secuenciales, tal cual nos lo
demuestran          modernos         casos       que      la       criminología       analiza.
El atentado que venimos reseñando opera a guisa de punto de partida en la investigación
de Eduardo Cuitiño quien, transitando por el ámbito de una atractiva novela, permite al
lector descubrir sus impactantes conjeturas acerca de la identidad del exteminador de
rameras victoriano. Appleford, en esta hipótesis, funge de principal ejecutor. Hace las
veces del "Jack el Destripador" que conoce la historia criminal. Pero no hubiera obtenido
sus lúgubres triunfos sin la complicidad de otros dos perpetradores; en especial, del más
connotado de ambos: el cirujano que revistaba para la Policía de la ciudad de
Londres Frederick                                 Gordon                               Brown.
Brown, a diferencia de Appleford, no representa un personaje marginal en la historia
oficial ripperiana. Por el contrario, todos los libros de estudio en la materia recogen su
actuación como realizador de autopsias de víctimas canónicas y colaborador en exámenes
clínicos de otras occisas. Su mayor logro radicó en elaborar el informe de la necropsia
sobre el cuerpo de la cuarta presa humana tradicional de Jack el Destripador, Catherine
Eddowes, mutilada en la Plaza Mitre durante la madrugada del 30 de septiembre de 1888.
En el análisis clínico que practicó al cadáver de aquella víctima, este forense dejó
constancia de que estaban ausentes el útero y el riñón izquierdo. Además, pormenorizó en
forma exhaustiva la entidad de las mutilaciones infligidas, el tipo de arma que suponía se
había empleado para provocarlas, y el orden en el cual -conforme su parecer- se habrían
producido                                aquellas                               laceraciones.
Al declarar en la encuesta judicial subsecuente, respondiendo a una pregunta del
procurador Crawford, el cirujano dio a entender que sólo una persona con avanzados
conocimientos de anatomía humana era capaz de ocasionar esas heridas con tanta
rapidez (aproximadamente en cinco minutos y a oscuras). Destacó que, si bien algunos
órganos como los intestinos eran bastante fáciles de ubicar y retirar, para extirpar el riñón
era necesario poseer gran destreza. Se debía tener en cuenta que el matador lo había
cortado limpiamente, a pesar de que dicho órgano se halla recubierto por una gruesa
membrana                 que              dificulta            su              localización.
Precisamente, este reporte tan minucioso y sugestivo induce los recelos del autor. ¿Qué
mejor manera de saber con tanta certeza cómo fueron las secuencias de aquellas
mutilaciones que haber sido el perpetrador, o el cómplice, del asesinato?. A su vez, Brown
y Appleford eran cuñados, en tanto la hermana del último estaba casada con el primero.
También llama la atención en el ensayo que ambos galenos se convirtieran, a su turno, en
presidentes      de     la     muy     prestigiosa    Sociedad      Médica       Hunteriana.
Los homicidios cometidos por Appleford habrían abierto el camino para el ascenso de su
cuñado, quien adquirió fama gracias a practicar las mediáticas autopsias. Brown, por su
parte, cooperaría en la mejoría socio-financiera de su pariente político. Dato no poco
relevante, si consideramos que la frustración económica que experimentaba el joven
Appleford (contaba con 36 años en 1888 cuando acaecieron los crímenes más resonantes)
configuró uno de los motores de su accionar letal, sumado a su odio a las prostitutas, en
consonancia           con          su          perfil       de "asesino           misionero".
Frederick Gordon Brown tenía una hermana de nombre Frances, de 56 años en 1891. El
24 de abril de aquel año una veterana prostituta británica de la misma edad, recién
arribada a Nueva Jersey, resultó brutalmente masacrada sobre el lecho de un mísero
hotel. Este cruel deceso fue estimado un homicidio tardío consumado por Jack el
Destripador a su paso por los Estados Unidos de Norteamérica. La meretriz sabría de las
sórdidas andanzas de su hermano y su concuñado. Los cómplices temían que la mujer,
creyéndose lejos de su alcance, se aprestase a delatarlos, y por tal razón decidieron
eliminarla. La difunta era conocida bajo el apodo de "Vieja Shakespeare", en lugar de su
verdadero      nombre       la    llamaban Carrie,      y     su    apellido      era Brown.
El libro de Eduardo Cuitiño deviene pródigo en la aplicación de diversas ciencias; desde
matemáticas y estadística, hasta cálculo de probabilidades y grafología. Y a lo largo de sus
doscientas ochenta páginas el lector tendrá ocasión de sorprenderse con sus argumentos
y deducciones, ya sea que comparta o no las arriesgadas conclusiones que en ese texto le
son                                                                               ofrecidas.
Estamos en presencia de una obra polémica, innovadora y transgresora. Un valeroso
esfuerzo investigativo que insumió al escritor dos años de estudio, esculcando en la web
numerosos datos e informaciones que le posibilitaron el armado de esta teoría discutible
(como todas) pero rica en méritos. En un gesto de honestidad intelectual el autor no
asegura que los candidatos por él postulados constituyan el esquivo asesino que aterrorizó
a Londres. Eduardo Cuitiño nos habla de probabilidades, de perfiles criminales. Propone,
eso sí, que resulta extremadamente alto el grado de aproximación que arroja su tesis.
Sin ingresar a la materia científica, la cual escapa al dominio de quienes (como quien
escribe estas líneas) somos legos en las ciencias, no se puede dejar de valorar, sin
embargo, que la información suministrada en esta obra es veraz, y que la forma en que el
escritor plantea su teoría la vuelve por demás entretenida y novedosa.
El texto elaborado por este matemático conforma un esfuerzo intelectual digno de ser
puesto de relieve; a la vez, que implica una aportación legítima que bien debiera hacerse
de un espacio dentro de la muy vasta literatura ripperológica.
12.
                                       SEP

                                       20

            El carretero que no fue Jack el Destripador
OTRA        TEORIA         SIN         FUNDAMENTO                       ALGUNO:
CHARLES CROSS HABRIA SIDO JACK THE RIPPER




A las 3,45 de la madrugada del 31 de agosto de 1888 el agente John Neildescubre el
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              Buck Row, la sórdida zona donde apareció el cadáver
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  • 1. Jack el Destripador y otros asesinos seriales (artículos de PomboyPombo.blogspot.com)
  • 2. 1. Jack el Destripador enfrentado a la grafología JACK EL DESTRIPADOR BAJO LA LUPA DE UNA GRAFOLOGA: EL DETALLADO ESTUDIO DE MONICA LAURA ARRA: La doctora en medicina y grafóloga Mónica Laura Arra Portada de la interesante y pionera investigación
  • 3. Dibujo del Inspector de Scotland Yard Frederick George Abberline Otra imagen supuesta del Inspector Abberline En el año 2010 salió publicada, por cuenta de Ediciones Dos y Una (Buenos Aires, Argentina), la primera edición de la investigación titulada "Jack el Destripador", escrita por Mónica Laura Arra, médica y grafóloga de extensa y prestigiosa trayectoria académica. Desde la solapa del citado libro se nos informa que la autora es médica recibida en la Universidad de La Plata, especialista en Psiquiatría y Psicología Médica, e integrante en tal carácter del Colegio de Médicos de la Provincia de Buenos Aires. También resulta especialista en Medicina Legal, y perita grafóloga. Fuera de esta reseña profesional, debe añadirse que se trata de una entusiasta de los misterios y, en particular, de uno de los más grandes arcanos de la
  • 4. criminología mundial: El enigma sobre cuál fue la identidad del infame asesino serial victoriano Jack el Destripador. En un valioso esfuerzo Arra intentará develar la antigua incógnita desde las páginas de su libro. Su trabajo, no cabe vacilar, resultó pionero; no por ser la primera autora en procurar desentrañar la identidad de ese homicida en serie mediante la aplicación de disciplinas científicas, sino debido al sospechoso que postula para ocupar el sitial del Ripper, a saber: El Inspector Detective de la Policía Metropolitana Frederick George Abberline. No puede dejar de destacarse este hecho -que podrá sonar raro al lector-. Mónica Laura Arra, sin duda alguna, fue la primera en proponer al aludido Policía victoriano para el cargo del asesino a quien el mismo formalmente persiguió. Un libro con contenido casi idéntico (sospechosamente idéntico) vio la luz pública en su primera edición recién en el mes de julio de 2011. Se trató de una indagatoria a cargo del perito español José Luís Abad y Benitez. Esa obra gozó -a diferencia del trabajo de Arra- de una muy intensa difusión mediática en Internet, con declaraciones rimbombantes en diversos medios de prensa,obteniendo de ese modo su virtual "cuarto de hora de fama". Sin embargo, la obra que aquí comentamos resulta claramente anterior en el tiempo, pese a que en el libro del grafólogo español no se hace ninguna referencia a ella. Parece obvio que las posibilidades de que estemos frente a una coincidencia devienen casi imposibles. En fin: extraiga el lector sus propias conclusiones. Quienes siguen en este blog saben que no estoy de acuerdo con la hipótesis de que el Inspector Frederick George Abberline hubiese sido Jack the Ripper. No voy a cambiar ahora mi postura. Pero igualmente considero que, como estudioso de este caso criminal, no me debo abstener de tratar -humildemente- de contribuir desde aquí a que se haga algo de justicia, y de que se repare a la autora que realmente trabajó. Esta investigación pionera quedó casi en el anonimato sólo porque la escritora no movilizó recursos mediáticos, a diferencia de los muchos medios que de sobra utilizó el autor del segundo libro de tenor prácticamente igual. Ingresando a la investigación de Arra, debe ponderarse que la escritora dedica un meticuloso análisis grafológico al diario privado del célebre inspector, y lo coteja con variados manuscritos atribuidos a Jack the Ripper. Entre ellos, la carta conocida por su encabezado "Querido Jefe" y la misiva "Desde el Infierno" enviada el 16 de octubre de 1888 a George Akin Lusk, Presidente del Comité de Vigilancia de Whitechapel. También se aporta información muy interesante sobre el Inspector Abberline, destacándose las rarezas y fobias del Policía, así como lo escaso y contradictorio de los datos que se saben acerca
  • 5. de su vida. Pero el punto más llamativo está dado por el énfasis que la autora le otorga a determinadas cartas -que fueron escasamente analizadas por otros expertos- dentro del fárrago de correspondencia atribuido al victimario serial de Whitechapel. Se trata de aquellas misivas donde el redactor sugiere ser integrante de las fuerzas del orden. En más de una carta el emisor se jacta de ser policía, y alega que precisamente debido a esa investidura era imposible atraparlo. Entre tales letras resalta una remitida el 6 de octubre de 1888 amenazando al testigo Israel Schwartz -que sorprendió al homicida momentos previos a que ultimase a Liz Stride-. Algunas referencias convierten a esa epístola en un documento sumamente extraño, pues al parecer tan sólo un miembro de las fuerzas del orden podía disponer de la información que allí se maneja. Tal vez fuera Frederick George Abberline el policía felón. No olvidemos que a pesar de que la opinión que en general se tiene sobre este detective deviene muy positiva, al punto de que incluso filmes como "From Hell" (2001)- donde es encarnado por Johnny Depp- lo representan como un héroe, tal vez en verdad el hombre tuviera su lado oscuro. No resulta novedoso recelar de Abberline. Lo esencial, no obstante, radica en que las suspicacias anteriores al libro de Arra no postulaban que el Inspector en verdad constituyese el asesino al cual persiguió. Más modestamente, esas versiones acusaban al detective de complicidad en los crímenes del otoño de terror de 1888. Más aún, ni siquiera lo indicaban como cómplice, sino simplemente lo acusaban de dejarse sobornar y de no denunciar al culpable por haberse dejado tentar y aceptar una fuerte suma de dinero a cambio de su silencio. Fungiendo en este triste rol lo muestran, alternativamente, el fallecido escritor Stephen Knigth, en su "Jack the Ripper. The final solution" de 1976, y el genial Alan Moore en su From Hell; obra gráfica concluida en 1996 que fue precursora de la película homónima ya mencionada. 2.
  • 6. MAR 13 JAMES SADLER: andanzas de un sospechoso de haber sido Jack el Destripador JAMES THOMAS SADLER: PERFIL DE UN SOSPECHOSO El rostro de James Sadler reflejado en una acuarela Fotografía fúnebre de Frances Coles, víctima y novia del sospechoso Cuando en la madrugada del 13 de febrero de 1891 se descubrió el cadáver
  • 7. de Frances Coles -una bonita fémina pelirroja que ejercía la prostitución- los recelos sobre quién había sido su asesino recayeron rápidamente en su acompañante habitual de entonces. Aquel hombre era un marinero cincuentón y borrachín de nombre James Thomas Sadler, con malos antecedentes debido a su alcoholismo habitual y a su temperamento pendenciero. Para peor, parecía no disponer de una coartada apta a fin de justificar su situación a la hora de acontecido el crimen de la chica. Poco antes del deceso de la mujer Sadler la visitó, y se quedó conversando con ella durante largo rato en la residencia para inquilinos donde ésta moraba. Allí el casero lo vio por primera vez. Pero al arrendador de la casa de huéspedes le fue fácil reconocer al visitante, pues luego de dejar a su amiga y retirarse el individuo regresó, un par de horas más tarde, solicitando alojamiento. Se presentó con las ropas maltrechas y manchado de sangre en sus manos y en su rostro. Alegó, muy descompuesto, que unos gandules le habían apaleado para robarle su reloj de oro. Como se hallaba lejos de su residencia necesitaba imperiosamente hospedarse en la pensión para pasar la noche. El arrendador le sugirió que se dirigiera al hospital de Whitechapel a curarse las heridas, y se negó a alojarlo, no sólo porque el requirente carecía de dinero para pagar, sino porque lo atemorizó su apariencia: era claro que aquel tipo además de alterado estaba ebrio, y podría traerle problemas. Una vez que al día siguiente el portero de la pensión se enterase de la violenta muerte sufrida por su inquilina, no vaciló en aportarle a la policía los datos que sabía acerca de aquel sujeto. Tal vez la sangre no fuera suya, sino de la pobre Frances, y el desastrado aspecto del individuo se debiera a la resistencia agónica ofrecida por la muchacha al repeler la agresión. Lo cierto fue que pronto se apresó al sospechoso, y lo condujeron a la comisaria de la calle Leman. En ese reducto policial el detenido repitió su versión sobre el asalto de que fuera objeto, y protestó ser inocente del delito que le endilgaban. Como en el East End del Londres de ese entonces la información corría raudamente, se esparció por el vecindario el rumor de que los polizontes habían echado el guante no sólo al asesino de Coles, sino también al mutilador de rameras que llevaba ya tres años impune. Muchos habitantes tenían entre ceja y ceja a aquel loco. Algunos sufrieron malos tratos por parte de la policía en las desesperadas redadas para capturarlo. Otros eran amigos, clientes o chulos de sus víctimas. Ahora tenían la ocasión de tomar venganza, y antes de que lo derivaran al tribunal querían ponerle las manos encima al bastardo. Así fue que cuando los agentes trataron de sacar al arrestado por una puerta lateral, a fin de evitar chocarse con el tumulto que rondaba por la entrada principal del edificio, la maniobra fue advertida por los sitiadores que arremetieron buscando hacerse justicia por propia mano con el asustado marino mientras que, al grito de "Asesino" y otros epítetos insultantes, amenazaban con lincharlo. Los policías tuvieron que hacerse fuertes y blandieron sus porras golpeando las cabezas de los atacantes. Lo pudieron salvar, pero el hombre resultó una vez más vapuleado, y llegó al tribunal con sus ropas nuevamente maltrechas y su rostro amoratado. Las desventuras padecidas por el novio de la meretriz asesinada prosiguieron. La justicia, como acto de precaución, mandó encerrarlo en la prisión de Holloway, y
  • 8. seguidamente le instruyeron proceso penal bajo la acusación de haber victimado a Frances Coles. Desesperado el preso pidió auxilio al gremio de los fogoneros al cual pertenecía. Éstos contrataron a Harry Wilson, un hábil abogado que pudo probar la inocencia del encausado en el curso de una encuesta judicial que, no obstante, duraría más de un mes. Durante el lapso de su reclusión el ambiente en contra del preso se volvió en extremo tenso. La prensa sensacionalista no paraba de comunicar a su público que aquél no sólo había matado a su novia prostituta sino que, sin duda alguna, era el tan buscado matador serial que en 1888 se encarnizó brutalmente con las meretrices de Whitechapel. Finalmente, tras atravesar tantas tribulaciones, las andanzas de James Thomas Sadler concluyeron bien. Se lo liberó y consiguió que el periódico Star le pagase una indemnización por difamarlo y poner su vida en riesgo. Cuando concurrió al despacho de su abogado a cobrar la suma que le correspondía, conoció a un industrial que programaba un viaje de comercio hacia Sudamérica (en realidad el asunto era más bien turbio, pues se trataba de un contrabando de armas). El comerciante mencionó que en su embarcación estaba vacante un puesto de fogonero. La oferta de inmediato interesó a Sadler. Pese a que su letrado procuró disuadirlo advirtiéndole que ese viaje podía ser peligroso, el hombre aceptó sumarse a la tripulación de aquel buque. Se cerró el trato, y al día entrante el marinero zarpó rumbo a tierras sudamericanas. Fue lo último que se supo de él. Los estudiosos del caso de Jack the Ripper localizaron registros donde constan dos personas llamadas James Sadler fallecidas en diferentes localidades británicas; en un caso en el año 1906 y en el otro en 1910. Estos datos, si fuesen veraces, acreditarían que en algún momento el marino retornó a su patria tras su viaje de 1891 a suelo norteamericano. Pero la realidad es que no se sabe a ciencia cierta si una de esas dos defunciones corresponde a este antiguo sospechoso, por lo cual su rastro se pierde en la bruma; bruma y opacidad que signó toda su existencia, y de la cual sólo lo sacaría fugazmente su azarosa incursión en la cruenta historia de Jack el Destripador. Publicado 4 weeks ago por Gabriel Pombo 3.
  • 9. MAR 8 El vendedor de uvas en la historia de Jack el Destripador MATTHEW PACKER: LAS UVAS, EL LAUDANO y JACK THE RIPPER Dibujo contemporáneo de Matthew Packer: el comerciante que vendió uvas a Jack el Destripador Liz Stride y su anónimo acompañante comprando racimos de uvas a Matthew Packer
  • 10. Cartel publicitario del filme "From Hell" Si algo caracterizó al caso criminal de Jack el Destripador fueron las rarezas y los pequeños enigmas que lo acompañaron. No podía extrañar entonces que las películas estrenadas mucho después de los añejos crímenes de 1888 se beneficiaran grandemente con las llamativas anécdotas y las muchas curiosidades verificadas en torno. Sonados ribetes mediáticos alcanzó, entre otras, la historia del tendero que relató a la policía cómo, en horas previas al doble crimen de la madrugada del 30 de septiembre de aquel año, le habría vendido uvas a un hombre cuya actitud le pareció particularmente sospechosa. Las uvas constituyeron un tópico recurrente en la mitología edificada alrededor del monstruo de Londres. No en vano en la obra gráfica "From Hell" se insiste en que el homicida serial ofrecía a sus víctimas racimos de esa fruta -que previamente empapaba en narcotizante laudano- a fin de ganarse su confianza antes de agredirlas. El filme homónimo retoma el tema de las uvas, y allí podemos observar al Inspector Frederick Abberline -interpretado porJohnny Deep- olfateando y rozando con sus dedos los labios de las mujeres muertas para comprobar la reciente ingestión de dicho alimento. Cuando en esa película un intrigado Sargento George Godley le pregunta a su superior por qué razón siempre hallaban restos de uvas próximos a los cadáveres, un meditabundo Inspector Abberline le responde que las uvas se las daba el asesino a las mujeres "para ganarse su confianza". Dado que, presuntamente, dicha fruta salía muy cara por entonces en el mísero distrito, se especuló que únicamente un cliente rico estaba en condiciones de convidar con ellas a sus futuras víctimas. Y como, a estar a lo argüido en aquella ficción, la fruta había sido rociada con láudano, el efecto adormecedor consiguiente facilitaba la faena ultimadora. Empero, todo esto resulta falso. Ni las uvas tenían el precio prohibitivo que se alega, ni existen pruebas de que el victimario las obsequiase a su presas humanas en pos de
  • 11. facilitar su mortífera tarea. Se adujo que en la escena del crimen de Catherine Eddowes fueron localizadas cáscaras de uvas, pero tal dato no consta en los registros policiales, sino que lo propaló un periódico sensacionalista, y no se volvió a mencionar más el asunto. Si el mito de las uvas salió de algún lado, cabría estimar que fue a partir de las declaraciones vertidas por un anciano llamado Matthew Packer. Este comerciante le contó a la policía que en horas precedentes al "doble acontecimiento" se personó a comprarle unos racimos de uvas, a su tienda localizada en la calle Berner, un hombre en compañía de una fémina, a la cual luego reconocería como la infortunada Elizabeth Stride. Mr. Packer describió con minucioso detalle a dicho individuo, y esta descripción circuló de inmediato, siendo ponderada un retrato fidedigno del posible matador. Tiempo más tarde, en un artículo editado en el Evening News el 31 de octubre de 1888, el negociante narró que había visto de nuevo a ese sujeto merodear cerca de su puesto de frutas y verduras en Commercial Road, y se percató que aquél lo miraba fijamente con expresión hosca. El sospechoso estaba rondando el negocio con aviesas intenciones, y cuando el frutero salió a enfrentarlo, junto con un lustrabotas que le ofreció ayuda, dicho individuo huyó subiéndose raudo a un tranvía que transitaba por las proximidades. A modo de colofón de este relato cabe señalar que cuando Matthew Packer ya había cobrado alguna notoriedad merced a sus declaraciones públicas, dos hombres se allegaron a él y le contaron una curiosa anécdota. Los caballeros pretendían saber cuál era la identidad del asesino a quien la prensa tildaba Jack the Ripper. Aseguraron al verdulero que aquél no era otro sino un primo de ellos venido de los Estados Unidos. El pariente estaba seriamente trastornado y los aires londinenses no habían hecho más que agudizar su desquicio. Preguntados por Packer sobre qué pruebas tenían de su culpabilidad, le contestaron que el primo mostraba la compulsión de llamar a todo el mundo "Jefe", hábito adquirido en tierras norteamericanas. La famosa misiva encabezada "Querido Jefe" sin duda era creación suya; incluso la caligrafía le pertenecía. El problema consistía en que la policía andaba muy despistada mientras el peligroso loco continuaba suelto, y con ánimo de vengarse de los testigos que dieron datos suyos a las autoridades. El viejo comerciante quedó sumamente impresionado, y se rumoreó que cerró sus negocios durante varios días. Por precaución no salió de su casa por un buen tiempo. Empero, afortunadamente, el "primo americano" no daría señales de vida, y se considera que en realidad nunca existió. Se habría tratado de una broma que dos pícaros gastaron a costa del bueno de Matthew Packer. (Fuente de esta anécdota: nota editada en el Daily Telegraph el 15 de noviembre de 1888, citada por Stewart Evans y Keith Skinner, Jack el Destripador. Cartas desde el Infierno. ediciones Jaguar, Madrid, España, 2003, pags. 156- 158)
  • 12. 4. MAR 2 El vidente que persiguió a Jack el Destripador ROBERT JAMES LEES: UN VIDENTE EN EL CASO DE JACK THE RIPPER Imagen de Robert James Lees en su vejez Arriba a la izquierda: Cartel publicitario del filme "Muerte por Decreto"
  • 13. Arriba a la derecha: Dr. William Withey Gull: ¿Fue éste el médico acusado por Robert Lees? Robert James Lees fue un psíquico, médium y espiritista cristiano que alcanzó rápida fama en la corte de la reina Victoria. Apenas contaba con dieciseís años cuando fue presentado ante la monarca para mostrarle sus dotes como precoz visionario. Tan grata impresión le causó a la reina madre y su entorno que continuaría durante muchos años vinculado a la corte en carácter de médium o vidente, cobrando el correspondiente estipendio por sus servicios. En la teoría de la conspiración monárquico masónica se incluye una ançecdota donde aparece este hombre cumpliendo un papel importante en la historia del homicida serial Jack the Ripper. Anécdota que fue repetida a través de distintos medios de prensa hasta llegar a la pantalla grande en películas como "Muerte por Decreto", donde veremos a Robert Lees colaborando codo a codo con el mítico Sherlock Holmes en la búsqueda del elusivo asesino de meretrices. Según esta añeja formulación, Lees ayudó a las autoridades británicas en las investigaciones en pos de desenmascarar al Ripper. De esta manera, suministraría relatos describiendo sus visiones respecto de los crímenes, e informando sobre cuál era el posible aspecto del criminal y dónde podría éste estar escondido. En una de sus premoniciones, en particular, habría contemplado claramente el rostro del victimario. Sucedió que una tarde viajando en uno de los autobuses tirados por caballos (que constituían el medio de transporte habitual en el Londres de 1888), y mientras el rodado avanzaba por Baywater Road, reconoció al Destripador en la persona del hombre que ocasionalmente se hallaba sentado a su frente. Se trataba de un individuo de características distinguidas que iba vestido de levita y portaba un sombrero de copa. El vidente descendió raudo del transporte colectivo y siguió los pasos de su sospechoso hasta verlo entrar en una finca sita en Park Lane. Dicha mansión era propiedad de un afamado médico de la casa real y, aunque en la narración no se aclara, es de presumir que Lees conocía al galeno porque también éste mantenía fluido contacto con la casa real británica.
  • 14. Cuando el psíquico requirió el auxilio de la policía fue rechazado en más de una oportunidad. No obstante, su insistencia produciría frutos, y más adelante lograría que un detective lo acompañase a inspeccionar la casa del facultativo. Una vez allí fueron atendidos por la esposa de aquél, quien al principio se manifestó molesta ante la intromisión, pero finalmente admitió que su esposo venía actuando de forma muy extraña últimamente y temía que estuviese perdiendo la cordura. Tras ello accedió a que revisaran las pertenencias de su marido, y el policía encontró en el maletín de cirujano un cuchillo de trinchar, objeto que obviamente no tenía sentido lógico que estuviera guardado allí. La investigación policial proseguiría avanzando hasta desembocar en la detención del profesional quien, una vez examinado por sus pares médicos y tras determinarse que se hallaba irremisiblemente fuera de sus cabales, resultaría encerrado en un manicomio por el resto de su vida. Al igual que sucediera con tantas otras, esta incomprobada conjetura sufriría diversos ajustes en las ulteriores obras que retomaron el tema. Depurando la versión, se aseguraría que el anónimo galeno sospechoso gracias a las visiones del espiritista no era otro más que Sir William Withey Gull, el cual efectivamente residía en las cercanías de Park Lane, más concretamente en el número 74 de Grosvenor Square. En su mansión recibiría la impertinente visita de un detective de Scotland Yard -el Inspector Frederick Abberline, conforme con algunas propuestas- asistido por el médium acusador. La esposa del Dr. Gull se indignó por la intromisión de los extraños que requerían a su cónyuge, pero luego intervendría el propio médico, apaciguando a su esposa y encarándose con los intrusos. Sir William trató de desviar las suspicacias que recaían sobre el príncipe Albert Víctor, paciente suyo al cual trataba por su progresiva sífilis, y de cuya identidad como Jack el Destripador el doctor estaba al tanto. Aparentemente trató de atraer -en un gesto de grandeza- esas sospechas hacia sí mismo pretextando que por entonces padecía amnesia, y que en cierta ocasión se había despertado con las mangas de su camisa empapadas de sangre. En fin: que el Dr. Gull constituía el médico oficial de la Corona inglesa por el año 1888 y que se le había encomendado cuidar del enfermo de sangre real deviene una circunstancia históricamente verificada. El resto pertenece al ámbito de la fabulación, o por lo menos de los hechos no corroborados. En cuanto a Robert James Lees, sin duda le gustaba el circo mediático y, de hecho, de ello que era que se ganaba la vida. Nunca se animó, sin embargo, a afirmar publicamente esta versión, pero dejó que en notas de prensa otros lo hicieran por él. La leyenda de la relación del vidente mancomunado con las autoridades para capturar al Destripador perduró en el tiempo. Ejemplo de esto es una carta despachada desde el correo en noviembre de 1889 y que permanece en los archivos de la Policía Metropolitana. Stephen Knigth, primordial promotor de la teoria de la conspiración, a través de su taquillera obra Jack the Ripper: The final solution, Londres, Inglaterra, 1976, pretendió que esa misiva representaba una prueba irrefutable de que Lees integró las pesquisas policiales en pos de dar caza al criminal. En la letra referida un presunto "Jack el Destripador" se burlaba de la policía calificándolos
  • 15. de incompetentes. Aparentemente comenzaba señalando: "Querido Jefe. Ya ves que no me has atrapado todavía con toda tu astucia, con todos tus Lees, con todos tus maderos..." Se suponía que si ya por 1889 había cobrado estado público que Lees participó en la infructuosa búsqueda era claro que bien podía ser cierta la versión según la cual, fundado en sus visiones, guió al detective hasta la casa del cirujano sospechoso. No obstante, en la magnífica obra Jack el Destripador. Cartas desde el Infierno, escrita por los expertos Stewart Evans y Keith Skinner (ediciones Jaguar, Madrid, España, 2003) se estudia minuciosamente dicha carta y se descubre la verdad. En realidad allí no decía "Lees", sino "Tecs", palabra ésta que evoca a un lunfardismo con el cual las clases bajas del East End londinense calificaban despectivamente a los policías. Por ende, ninguna prueba eficaz avala que el médium participase en la investigación y persecusión del asesino de prostitutas. A despecho de la falta de evidencias, el mito de que Lees le pisó los talones al Ripper ha perdurado desde que en 1931 se publicase un artículo alusivo bajo el rótulo "El vidente que descubrió a Jack el Destripador".
  • 16. 5. FEB 15 From Hell: Jack el Destripador en el comic Portada de una edición de FROM HELL mostrando al presunto asesino con su cuchillo El eximio escritor Alan Moore autor de este comic sobre Jack el Destripador Gran actuación de Johnny Deep en el rol de Inspector Frederick Abberline
  • 17. El excelso comic titulado "From Hell" ("Desde el infierno") demostró que aún desde esta clase de literatura se puede dar cima a una obra seria sobre Jack the Ripper y la era victoriana. La novela gráfica escrita por Alan Moore, con dibujos de Eddie Campbell, sirvió de inspiración a la película homónima estrenada en el año 2001 bajo la dirección de los hermanos Hugues, y contó con las actuaciones protagónicas de Johnny Deep interpretando al Inspector Abberline, Iam Holm en el doble papel de Jack el Destripador y Dr. Gull, y Heather Graham encarnando a Mary Jane Kelly, entre otros magníficos actores y actrices. En su versión original Alan Moore ofrece un prólogo de su obra en el cual se nos muestra a dos ancianos paseando, en el año 1923, por una playa de la localidad inglesa Bournemouth, en el curso de un imaginario diálogo. El Inspector Frederick Abberline y el mentalista y médium Robert Lees -pues son ellos los ancianos en cuestión- entrarán en confidencias, y el primero en abrirse será el psíquico, quien le confesará a su amigo que todas las visiones que durante su larga vida declaró experimentar no fueron más que invenciones pergeñadas a fin de sacar provecho económico, o para satisfacer su vanidad de sentirse foco de la atención ajena. Habría comenzado elaborando distintas fábulas con el objeto de sorprender y agradar a sus mayores ya desde muy pequeño. Por tal razón, cuando a los dieciseís años fue presentado ante la corte para exhibir sus dotes a la Reina Victoria, se creyó obligado a seguir el juego simulatorio -ahora estimulado por los beneficios financieros y los halagos-, el cual continuaría representando por el resto de su existencia. Al caer la tarde, Lees acompaña a su amigo de regreso a la casa de éste, quien cada vez más melancólico se quejará de lo mal que fue tratado por el cuerpo policial años atrás, donde se le mintiera y se le faltara el respeto, según le señala Abberline, aunque sin aclarar a qué se refiere. A su vez, Lees -aunque tampoco se muestra explícito- le preguntará si no se siente culpable. Por su parte él sí parecería sentirse culpable, a juzgar por los inquietos comentarios que le formula a su amigo: -¿Porqué dejamos que lo enterraran?- se interrogará. -¡Porque no queríamos que nos cortaran el cuello!- le responderá con énfasis el anciano ex Inspector. Luego sacarán a colación el asunto de un presunto dinero recibido para olvidarse de todo lo que sabían; y un abatido Abberline repasará: -Una buena pensión, buenas ropas, una casa cara y bonita en Bournemouth frente al mar... No me salió tan mal la cosa, ¿verdad? En su apéndice de notas aclaratorias, Alan Moore explica que algunos indicios avalan que ambas personas podrían haber continuado su relación después del año 1888 -en caso de que realmente se hubiesen conocido por aquella fecha-. La sugerencia de que Abberline -y quizás también Lees- hubiese aceptado un soborno para callar cuanto sabía acerca de la identidad de Jack el Destripador proviene de varios autores, incluido Stephen Knight, pero aquí se postulará sólo por interés literario, aclarándose que no existen pruebas para confirmar esa suposición, la cual podría ser tanto falsa como verdadera.
  • 18. En el desarrollo de la trama aparecen en forma algo marginal el pintor Walter Sickert y el príncipe Albert Víctor, y se repite la consabida historia donde este último conoce a Annie Crook, su casamiento, y el nacimiento de la bebé de ambos, Alice Margaret, en el hospital de Marylebone por el mes de abril de 1885. Pero el personaje cardinal de la historia será decididamente el Dr. William Withey Gull, en cuyas extrañas razones para convertirse en el criminal de Whitechapel se buceará brillantemente en esta narración gráfica. En 1871 el galeno fue elegido médico personal de Albert, el príncipe de Gales, padre de Albert Víctor e hijo de laReina Victoria. Se alega que el cargo de médico oficial de la Corona británica se le asignó al Dr. William Gull gracias a la influencia de sus amigos en la masonería, integrantes del gobierno. También se describe, de manera muy pintoresca, la ordalía de iniciación como maestro masón del protagonista del cómic. Podemos advertir las referencias que se formulan respecto de presuntos secretos de la masonería; por ejemplo, la consigna mediante la cual un masón requiere auxilio a otro en situaciones problemáticas: "¿No hay ayuda para el hijo de la viuda?". Más adelante vemos como el matador le plantea esa consigna al jefe máximo de la Policía Metropolitana, Sir Charles Warren, conminándolo a que le deje el campo libre para llevar a cabo su tarea ultimadora sobre las peligrosas meretrices alineadas contra la Corona. Asimismo observaremos el ataque cardíaco que en el año 1887 afectó al facultativo, produciéndole ligeras lesiones físicas pero severos trastornos psíquicos. El desorden cerebral le habría provocado afasia, enfermedad peculiarizada por causar a sus víctimas toda clase de extrañas alucinaciones. Se dedica un capítulo entero a los paseos que, en un carruaje guiado por el cochero cómplice John Netley, efectuará el cirujano visitando lugares de Londres en los que percibe símbolos y significados místicos, así como contenidos masónicos; por ejemplo, la catedral de Hawksmoor con su impresionante campanario. La erudicción que el guionista denota al ofrecer estas descripciones al lector prueba un profundo conocimiento de la historia británica en general y de la ciudad de Londres en particular. Del estado febril de la mente del Dr. William Gull, y del papel que considera le ha sido deparado por el destino, dejan constancia las siguientes palabras que éste dirige a su futuro cómplice, según pone en su boca Alan Moore: -Nuestra historia ya está escrita Netley. Está escrita con sangre que ya hace tiempo se secó Luego, tal cual era de esperar, se llevan a efecto los asesinatos. A veces, el médico matará a su presa dentro del propio carruaje, iniciando tranquilamente la disección ritual para después, una vez concluida su macabra faena, trasladar los cuerpos con ayuda del cochero hasta los distintos sitios donde finalmente éstos serán hallados. Igualmente, le corresponde un rol destacado en la trama al Inspector Frederick Abberline, presentado aquí como uno de los pocos policías que verdaderamente tenían deseos de frenar la matanza y capturar al sádico criminal. Una anécdota, en apariencia marginal, que terminará siendo trascendente en esta ficticia propuesta, está dadda por la relación más bien platónica que Abberline sostendrá con una joven prostituta que le dice llamarse Emma, y con la cual comparte ginebras en las tabernas de Whitechapel. Emma no resultaría ser el auténtico nombre de esta mujer, a la cual el Inspector -quien también le proporciona un nombre falso a ésta- accederá a prestarle el dinero que sutilmente aquella
  • 19. le requiere. La cita donde al fin iría a producirse el encuentro amoroso entre Frederick y "Emma" se difiere para el 9 de noviembre de ese año de 1888. Esa mañana el policía concurrirá a verla al pub luciendo su mejor traje, pero sólo para comprobar indignado que la fémina faltó a la cita y le dejó, a cambio, una carta de despedida y disculpa. En el apéndice explicativo de From Hell el autor nos informa que "Fair Emma" y "Ginger", entre otros, eran apodos a través de los cuales se daba a conocer ante sus clientes Mary Jane Kelly. En las viñetas que cierran el cómic, se nos ofrece la -obviamente- ficticia ascención del espíritu del Dr. William Gull tras su muerte en el hospicio donde concluyera sus días, y vemos cómo los dioses paganos que habría idolatrado durante su existencia, lo trasladan por el aire y le hacen contemplar una escena en un pueblito de Irlanda. Allí se encontrará con una joven mujer rodeada de niñas -una de las cuales es Alice Margaret, la supuesta bebé real- quien, al percibir la presencia del espectro, aferra a las infantes y lo amenaza agitando el puño, al tiempo que le grita: -En cuanto a tí, viejo demonio... Sé que estás ahí, pero a éstas no te las llevas. Lárgate ya, ¡Vuelve al infierno y déjanos en paz! Y es que quizás no hubiera sido Mary Jane Kelly quien fue destrozada en la mísera habitación del número 13 de Miller´s Court. Tal vez en verdad -al menos así lo quiere el sentimiento- una de las signadas como víctimas del Destripador pudiera haberlo burlado. El pequeño habría derrotado al gigante pese a la tremenda desproporción de las fuerzas en pugna. 6.
  • 20. FEB 11 El Loco del Hacha y Jack el Destripador LA TEORIA SEGUN LA CUAL EL LOCO DEL HACHA DE AUSTIN Y JACK EL DESTRIPADOR FUERON UNA MISMA PERSONA JAMES MAYBRICK: este sospechoso a la identidad de Jack the Ripper también podría haber sido El Loco del Hacha de Austin Recreación de un Loco del Hacha
  • 21. La historia criminal registra dos casos paradigmáticos en los cuales a un anónimo y feroz ultimador se lo tildó con el mote de "El Loco del Hacha". El más conocido de los eventos refiere al llamado "Loco del Hacha de Nueva Orleans" (u Hombre del Hacha de Nueva Orleans). Se trató aquí de un victimario impune que operó en aquella ciudad estadounidense, y cuya secuencia de sangre abarcó de mayo de 1918 a octubre del año siguiente. Fue tristemente famoso por su saña, y gracias a una truculenta carta donde se definía como un demonio e invocaba que sus crímenes estaban inspirados en la música de jazz. Menos reputados y mediáticos que los crímenes antes mencionados, resultaron los cometidos por "El Loco del Hacha" de la también norteamericana ciudad de Austin. Este misterioso asesino fue el causante de una ola de homicidios salvajes, macabros e impunes acontecidos en las postrimerías de 1884 y durante el año 1885. Nunca se capturó ni desenmascaró al culpable de tales fechorías, pero muchos años después de estos sucesos se barajó un nombre por demás sorprendente: James Maybrick. Doblemente asombroso deviene este candidato si consideramos que igualmente resultó nominado a haber sido el hombre que se ocultaba bajo el mucho más infame seudónimo delictivo de Jack el Destripador. El sospechoso procedía de una antigua y respetable familia que a la fecha de su nacimiento -24 de octubre de 1838- llevaba sesenta años instalada en la ciudad de Liverpool. De hecho, fue el primogénito, porque Williams, el primer hijo del grabador de metales William Maybrick y su esposa Susannah, falleció cuando apenas contaba con tres años de edad. A James le sucedieron Michael, nacido en 1841, quien de adulto se convirtió en un célebre compositor, Thomas, nacido en 1846, y Edwin venido al mundo en 1851, estos dos últimos hermanos se inclinaron, igual que James, por la actividad comercial. El camino profesional tomado por Maybrick fue el comercio algodonero, notablemente incrementado en Inglaterra a raiz de la Guerra Civil Norteamericana que provocó gran escasez de algodón. Esta coyuntura tornó el negocio de compra-venta abierto a los hábiles especuladores, actividad en la que este comerciante destacaba por condiciones innatas. James Maybrick viajó bastante, y los Estados Unidos de Norteamércia configuró uno de sus destinos favoritos. En 1880, durante el curso de uno de esos frecuentes periplos marítimos, se ennovió con Florence Chandler, de diecinueve años; joven hermosa y adinerada proveniente de una noble familia de Mobile, Alabama. Pero también se alega que el individuo habría estado en suelo de Norteamérica a fines de 1884 y durante 1885, más en concreto en la sureña ciudad de Austin. Una de las más entusiastas propagandistas a la hora de identificar a James Maybrick con Jack el Destripador esShirley Harrison. Esta escritora redactó los comentarios al denominado "Diario de Maybrick"; vale decir, el manuscrito supuestamente hallado por el desocupado liverpoolense Michael Barrett en 1991, el cual entre 1992 y 1993 vio su publicación y generó enorme revuelo, pues se pretendía que aquellas letras eran obra del mismísimo Jack the Ripper, que habría impreso allí su confesión póstuma.
  • 22. Advirtiendo un sabroso filón, la autora publicó en 2004 una nueva indagatoria vinculada al asunto: "The american connection"- ("La conexión americana"), editorial John Blake Publishing, Londres, Inglaterra. En dicho libro se esgrime presunta evidencia de que Maybrick se habría encontrado presente -como ya se dijo- en la ciudad de Austin, Estado de Texas, Estados Unidos, a finales de 1884 y durante 1885. La noticia en sí misma muy escasa trascendencias revestiría, si no fuese porque en la citada metrópoli tuvo lugar una retahíla de estremecedores asesinatos con mutilación que la posteridad recuerda como "La matanza de Austin". La historia cuenta que un homicida en serie deambuló por las calles de Austin dejando un reguero de sangre a su paso. El arma asesina: un hacha. En su mayoría las víctimas resultaron jóvenes mujeres afrodescendientes que laboraban de empleadas domésticas en fincas emplazadas en los suburbios, aunque por excepción uno de los muertos lo constituyó un hombre, novio de una de aquellas, el cual,según se conjetura, fue ultimado tras salir en defensa de la chica.La inicial presa humana la conformó Mollie Smith, victimada el 30 de diciembre de 1884. A esta fémina le acompañaron al siguiente año, en trágico desenlace, Eliza Shelley, el 6 de mayo, María Ramey, el 29 de agosto, Gracie Vance y Washington Orange, ambos el 27 de septiembre, Susan Hancock y Eula Phillips, las dos el 24 de diciembre de 1885. Jamás se supo la identidad de aquel despiadado ejecutor múltiple. Se detuvo a tres sospechosos, pero sólo uno de ellos -William Sydney- fue conducido a juicio y, al cabo, devino exonerado por ausencia de pruebas. ¿Se trató de "trabajos tempraneros" de Jack el Destripador? Aunque publicaciones contemporáneas a esos crímenes sostuvieron que tal extremo era probable, y que el matador de Whitechapel era idéntico en su accionar al que, un lustro antes de los homicidios victorianos, finiquitase a siete mujeres y a un hombre en Austin, es casi seguro que ello no fue así. Ni la elección de la clase de víctimas, ni el modus operandi utilizado coinciden. No obstante, en el libro de Shirley Harrison se explora la eventualidad de que Maybrick, por razones mercantiles, hubiese arribado a esa ciudad norteamericana en esas fechas exactas -hecho no comprobado y que más bien se arguye como una posibilidad- y, mezclando los negocios con la vesania criminal, dedicase su tiempo libre entre una operación mercantil y otra a perpetrar, hacha en mano, esas espantosas crueldades. ¡Pobre James Maybrick! No le permiten descansar en paz. Algunos ripperólogos insisten en transformarlo en un monstruo.
  • 23. 7. JAN 7 El fenómeno del asesino serial a través de la historia ASESINOS SERIALES: EVOLUCION HISTORICA El fundador de la secta de los asesinos: Hassan Ibn Sabbah Luís Alfredo Garavito: uno de los más prolíficos homicidas secuenciales
  • 24. Asesinos grupales: Miembros de la "Familia Manson" La palabra "asesinos" deriva de "hashishin" -adictos al consumo del haschis que mataban bajo la influencia de esa droga- y refiere a los miembros de una secta musulmana que perpetraba homicidos por motivaciones religiosas acatando órdenes de sus jefes y profetas. En particular, seguían fanaticamente a Hassan Ibn Sabbah, el cual pasó a la historia como "El Viejo de la Montaña" -pues encaramado en la cima del macizo Elburz había fortificado su inexpugnable castillo de Alamut ("Nido de Aguila")- y fue un líder ismailita que arribó a ese sitio en el año 1090 al mando de unas menguadas huestes que cada vez se fueron volviendo más poderosas. Sin embargo, quienes se han constituido en épocas actuales en azote de sus semejantes no son aquellos míticos ejecutores, sino personajes cuyo motivo para ultimar deviene menos claro pues, a diferencia de los acólitos del Viejo de la Montaña, saben bien que no irán al paraíso gracias a sus actos fatales. Otra compulsión mucho más oscura y personal los guía. Aunque el fenómeno del crimen en serie no es reciente, sino que goza de larga y triste data, podemos afirmar sin titubeos que esta realidad se acentuó de manera alarmante en nuestra sociedad contemporánea. ¿Cómo define la criminología a un homicida serial o secuencial? De acuerdo a una clasificación básica puede sostenerse que un asesino serial es aquel que comete tres acciones letales diferentes con inervalos fríos (cool-off). En cada una de éstas puede producir más de un homicidio. Habitualmente cada criminal de esta especie posee una conducta ritualizada que le es propia, y que mantiene sin modificaciones durante la retahíla de crímenes. Esto permite dividirlos en dos grandes categorías: asesinos en serie
  • 25. organizados y asesinos en serie desorganizados. Igualmente configura una particularidad inherente al comportamiento asumido por esta clase de matadores el hecho de que usualmente observan de manera fiel un patrón específico en su forma de finiquitar. Aún cuando pueden operarse algunas variaciones en el concreto modo de eliminar a una u otra víctima, en lo esencial se advierte un común denominador delator de que el crimen fue llevado a cabo por la mano de un mismo atacante. La incapacidad para detenerse una vez emprendida la saga terminal conforma una peculiaridad que los teóricos resaltan en la actitud del homicida secuencial. Ninguna consideración de orden moral frena al perpetrador una vez que se ha lanzado a la realización de su raid vesánico. Ni siquiera ponderaciones de sentido común, o la necesidad de obrar con cautela a fin de evitar la aprehensión inminente determinan que el delincuente se abstenga de asesinar. Sólo dejará de matar si lo capturan, se enferma o se muere, o si un hecho externo ajeno a su voluntad -por ejemplo, ser apresado en el curso de la comisión de otro delito- le priva de llevar a término sus violencias. Su compulsión no se debe a factores aleatorios, pues no depende tanto de la sociedad en que vive, sino que está básicamente configurada por su carga génetica, según la opinón predominante de los modernos especialistas en el fenómeno de la criminalidad seriada. Se ha sustentado que los finiquitadores en cadena nunca se suicidan antes de ser aprehendidos, y que rara vez lo hacen en la cárcel. Aunque con ecos de la vieja escuela lombrosiana, expertos del prominente calibre de la Dra. Helen Morrison han enfatizado que el ultimador serial lo es ya en el vientre de su madre durante el embarazo, que lo es en estado de feto, y aún desde que el espermaozoide fecunda al óvulo y establece la composición de un nuevo ser. Los genes originarían un cerebro trastornado y enfermo con tendencia a generar un asesino en serie (cfe:Morrison, Helen, Mi vida con los asesinos en serie, traducción de Gema Deza Guil, editorial Océano, Barcelona, España, pag. 305) La lista de matadores secuenciales modernos es muy extensa, y no se avizora que se vaya a detener en un futuro próximo. En la Edad Media esta incapacidad para comprender los crímenes en serie hizo que éstos se atribuyeran a hombres lobos o a vampiros. Antes de la era freudiana las causas sobrenaturales constituían la única explicación para los asesinatos extremadamente violentos que incluían desangramientos y otras monstruosidades semejantes. El pueblo creía que tales desmanes únicamente se justificaban merced a la presencia de elementos demoníacos y a la intervención de entidades malignas. Pese a que ya en la antigua Roma hubo criminales en cadena, el paradigmático caso de Jack el Destripador en la Inglaterra victoriana de postrimerías del siglo XIX suele tomarse como el primer caso que gozó de fuerte resonancia mediática. En varios de los más espectaculares episodios la lúgubre trascendencia de los mismos fue causada por la brutal crueldad empleada por el agresor. En otras situaciones, en cambio, lo que primó consistió en la cantidad desproporcionada de muertes cobradas en la emergencia. En algunos victimarios seriales prevalece la psicopatía, mientras que en otros la razón de sus delitos descansa en el impulso sexual. Hay asesinos en serie que buscan
  • 26. ejercer dominio sobre la víctima, pero también hay aquellos que sólo se interesan por el cadáver, y que matan procurando ocasionar el menor dolor o terror posible sobre sus presas humanas. La mayoría de los homicidas secuenciales actúan en solitario. Por caso: Luís Alfredo Garavito, Ted Bundy, Peter Sutcliffe, Henri Landrú, John Wayne Gacy, Andrei Chikatilo, y muchos otros más. Pero, igualmente, existen oportunidades donde se trata de un grupo que comete los crimenes seriales. Ejemplo típico de asesinatos perpetrados por un grupo resultaron los homicidios del clan de hippies liderado por el lunático Charles Manson conocido con el mote de "La Familia Manson".
  • 27. 8. DEC 16 La conspiración policial para encubrir a Jack el Destripador DESDE THOMAS CUTBUSH AL CORONEL CONDER Coronel Claude Reignier Conder: oficial de inteligencia británica nominado a haber sido Jack el Destripador Un nuevo candidato a asumir la identidad del elusivo Jack el Destripador ha aparecido en el horizonteripperiano (y van...). Se trata, en esta oportunidad, de un militar que revistaba en la inteligencia británica y fue contemporáneo a los homicidios de Whitechapel. Para más datos, conforme parece, era buen amigo del Comisionado de la Policía Metropolitana Sir Charles Warren. Su nombre: coronel Claude Reignier Conder. El creador de la llamativa teoría es Tom Slemen, prolífico escritor de ficciones vinculadas a los géneros de suspenso y de terror. En conjunción con el criminólogo Keith Andrews, desarrolla la conjetura de que el prenombrado coronel Conder y Jack the Ripper. constituían la misma persona.
  • 28. Tom Slemen: novelista que se pasa al ensayo y denuncia al coronel Conder ¿Las pruebas que aportan estos escritores? No parecen ser muy efectivas. Señalan que Conder era un militar de inteligencia preparado en misiones cuasi suicidas y entrenado para matar. Habría desempeñado un papel clave en la persecusión de los rebeldes irlandeses que en la era victoriana jaqueaban al imperio de la Gran Albión a fuerza de bombas y atentados. Aseguran que el coronel era íntimo del máximo jefe de la Policía Metropolitana de entonces, el general Charles Warren. Los dos militares fueron compañeros de estudios en el colegio de Chelteham (de hecho los restos de Claude Conder reposan en el cementerio de esa ciudad desde 1927). Otras aventuras habrían hermanado a Warren y Conder. Es sabido que el primero, además de su vasta y prestigiosa carrera castrense, actuó como arqueólogo. De acuerdo destacan, en escavaciones arqueológicas practicadas en Oriente Medio, Warren fue asistido por Conder, y también trabajaron buscando tesoros y reliquias en el casi mítico templo del rey Salomón en Jerusalén.
  • 29. El general Charles Warren en una fotografía donde se lo aprecia vestido de civil Una vez que Sir Charles se percató de las pistas rituales que el verdugo de rameras dejaba adrede en las escenas de los crímenes, se valió de su poder a fin de desactivar la marcha de la indagatoria policial destinada a capturar al responsable de las atrocidades. Entre tales indicios se cuentan los anillos quitados a Annie Chapman y la prolija colocación de monedas en torno a su cadáver. Señal más diáfana aún la configuró el mensaje pintado sobre la pared de la calle Goulston, donde se imprimiera la enigmática palabra "Juwes" que el general Warren mandó borrar en forma perentorea. La conspiración policial- militar se impuso para embozar los crímenes que ensangrentaron aquel otoño de 1888. Sir Charles se negó a perseguir a su colega y amigo. Empero, su desidia no se debíó únicamente a lealtad y camadería, sino a saber que el coronel Conder cumplía con órdenes superiores al eliminar ceremonialmente a las meretrices. ¿Motivos? No quedan claras las razones de los asesinatos. No olvidemos que Tom Slemen, el propulsor de esta hipótesis conspiranoica, constituye un novelista dedicado a producir cuentos de suspenso y de terror que en esta emergencia innova e incursiona en el terreno de la pesquisa histórica. Y, a decir verdad, el suministro de pruebas sólidas y de argumentos lógicos no parece representar su fuerte. No deviene la primera vez que se maneja una teoría propugnando que una conspiración de la policía dejó impune los crímenes del matador serial victoriano. La versión del encubrimiento policial surgió inicialmente en el año 1894, cuando fue redactado un memorandum de circulación policial interna por cuenta de un connotado mandamás de Scotland Yard: Sir Melville Leslie Macnaghten.
  • 30. Sir Melville Macnagthen: fue sospechado de participar en un encubrimiento policial El memorandum escrito por dicho jefe se hizo famoso y sirvió a fin de echar luz sobre tres presuntos sospechosos (Druitt, Ostrog y Kosminsky), pero en realidad esas notas sólo tuvieron por móvil la intención de exculpar a un demente llamado Thomas Cutbush, quien a la sazón era objeto de virulentos ataques por el periódico sensacionalista The Sun, en los cuales se lo sindicaba de ser el ejecutor de las prostitutas mutiladas por Jack. El tío del desequilibrado Thomas fungía de Superintendente en el Scotland Yard de esa época y, sabedor de la culpabilidad de su sobrino, lo habría protegido. Charles Cutbush, el presunto encubridor, contó con el auxilio de camaradas y de jerarcas para evitar que el escándalo no manchase a las autoridades inglesas. De allí que la policía habría preferido desviar las sospechas (a traves del memorandum realizado por Sir Melville Macnagthen) y se enfocaron en un suicida de hábitos extraños: Montague John Druitt, que se había arrojado a las aguas del río Támesis poco después del último homicidio consumado por el Destripador. Al menos así se pretende en"Jack: the Myth", ensayo fruto del ingenio creativo de la escritora A.P. Wolf, que fuese editado en el año 1993. Vale expresar, pues, la teoría de la conspiración policial, con su carga de ocultamiento de pruebas y de deliberado desvío de sospechas, no resulta cosa inédita. Ahora, Tom Slemen repite en su formulación las tesis conspiranoicas de sesgo militar-policial, cuando propone al desconocido coronel Claude Reignier Conder para ocupar el sitial reservado al sádico asesino del este de Londres. Nada nuevo bajo el sol.
  • 31. DEC 8 ¿Y si Vincent Van Gogh hubiese sido Jack el Destripador? LA INSOLITA TEORIA DE DALE LARNER Autoretrato del genial Vincent Van Gogh Dale Larner: este escritor y pintor estadounidense es el propulsor de la inédita hipótesis
  • 32. Por internet se viene, desde el pasado año de 2011, propagandeando la inminente publicación de "Vincent alias Jack", obra de no ficción en la cual se planteará que el sobresaliente pintor impresionista Vincent Van Gogh(nacido en Paises Bajos el 30 de marzo de 1853 y fallecido en Francia el 29 de julio de 1890) habría sido -además de un orate genial- nada menos que el terrible y elusivo Jack the Ripper. El artífice de este ingenio lo configura un pintor y escritor afincado en Jacksonville, de nombre Dale Larner. Desde su sitio web, y a través de videos colgados en la web, el norteamericano promociona su sensacional conjetura: Jack el Destripador y Vincent Van Gogh fueron una misma y única persona, lo cual es tanto como afirmar que el bien y el mal están unidos, y que la brillantez artística y la vesanía criminal han quedado encarnados en un sólo individuo. A ciento veinticuatro años de consumados aquellos horrendos asesinatos saldría a luz la verdad, según pretende esta versión de la historia. Vincent Van Gogh vino al mundo -conforme anticipamos- el 30 de marzo de 1853, siendo hijo del pastor protestante Theodurus Van Gogh y de la ama de casa Anne Cornélis Carbentus. Contaba con treinta y cinco años al tiempo en que sucedieron los crímenes del otoño de terror en el este de Londres. No resulta éste el espacio apropiado para siquiera bosquejar la biografía de tan conocido artista, por lo que a los efectos de esta nota nos limitamos a adelantar que todos los biógrafos están contestes en que Vincent se hallaba en Arles (sur de Francia) durante el año de los homicidios victorianos. Residía en su "casa amarilla", pues de ese color era la fachaba de la vivienda que alquilaba, y donde soñaba con montar un atellier donde integraría a muchos otros pintores impresionistas. De hecho en 1888, tras insistentes cartas exhortantes, logró que su amigo y mentor, el no menos genial Paul Gaugin, se trasladase hasta Arles y aceptara compartir con él aquella finca a la cual arribó el 21 de octubre de ese año. Los lugareños vieron juntos a ambos artistas retratando sitios históricos de esa localidad y haciendo proyectos, hasta que el 23 de diciembre se dio cita el drama. De acuerdo consigna la versión oficial, presa de uno de sus empujes psicóticos y luego de una discusión cuyo motivo sigue siendo confuso, Van Gogh esgrimiendo una navaja de muelle amenazó con matar a Gaugin. El episodio no culminó en agresión, pero al parecer cuando más tarde Vincent recobró sus cabales se sintió tan culpable que decidió amputarse, a modo de castigo, el lóbulo de su oreja derecha. Que continuaba bajo el influjo del desquicio quedó muy claro si consideramos que, acto seguido, se dirigió al burdel en que laboraba Rachel, su prostituta favorita, y le ofreció como regalo el sangrante trozo de órgano. De la circunstancia de que las meretrices jugaron un rol preponderante en la existencia del malogrado esteta da cuenta que años atrás, en 1882, convivió con una de ellas, a la cual recogió de las calles hambrienta y con un hijo en camino. Se vio forzado a cortar la relación pues, a estar a los dichos de la mujer, su hermano Theo (que le enviaba regularmente las remesas con que el indigente Vincent se mantenía) se oponía a esos amoríos. Además, Clasina María Hornik -que así se llamaba aquella-, apodada "Sien", trasmitió las enfermedades venereas de gonorrea y de sífilis a su protector.
  • 33. Retrato de "Sien" a cargo de Vincent Van Gogh ¿Esta desgracia habría generado en el pintor un afán de venganza y un odio acérrimo contra las prostitutas?. Tal vez -si en verdad hubiera sido el victimario de aquellas, como postula Dale Larner- allí podría residir un móvil que, sumado a la desintegración psíquica que fue sufriendo este hombre, explicaría que hubiera llegado a convertirse en el homicida serial más famoso de la historia. Pero toda la formulación parece disparatada. Sin entrar a realizar mayores críticas: ¿cómo explica Dale Larner que Vincent Van Gogh estuviera en el este de Londres, cuando todos lo ubican viviendo en el sur de Francia en 1888?. Bueno, tendremos que aguardar a la publicación del libro para saberlo, pues no informa de ello en su sitio web ni en sus videos promocionales. En estos últimos sí proporciona una pista de cómo fue que concibió la responsabilidad criminal de Vincent: Lo hizo tras analizar una de las obras pictóricas más célebres producidas por el artista titulada"Los lirios".
  • 34. Una de las muchas versiones de "Los lirios", donde el pintor habría dejado claves de su culpabilidad En el aludido cuadro -atento es dable apreciar en sus videos- el acusador cree advertir que se dibujó el rostro y otras partes del cuerpo de la infortunada víctima Mary Jane Kelly. O sea, el investigador recurre a la noción de que hay mensajes crípticos plantados adrede, a manera de gestos satíricos, en las pinturas de Vincent Van Gogh. Propone que si sabemos leer inteligentemente esos "mensajes ocultos" descubriremos por fin al taimado asesino de Whitechapel. Pero, honestamente, debe uno gozar de una muy frondosa imaginación para poder "ver" a la patética Mary Jane Kelly escondida dentro de esa pintura. Es de lamentar que el autor que venimos citando no exponga sus ideas en forma de novela, confinándolas exclusivamente en el terreno de la ficción, donde lo estrafalario -si está presentado con destreza- reviste la virtud de tornar interesante y atractiva a una lectura. El paso que amenaza con dar Dale Larner deviene mucho más peligroso porque anuncia claramente que él cree a pies juntillas en lo que pregona, y que lo suyo constituyó una ardua investigación, una sólida hipótesis científica. Todo apunta, sin embargo, a que dentro del ámbito de la no ficción esta tan arriesgada teoría quedará empantanada naufragando en medio de la burla y el descrédito. Pero, en fín, para dejar sentada una opinión definitiva no tenemos más remedio que aguardar a que el escritor cumpla con su "amenaza", y que su libro acusando a Vincent Van Gogh de haber sido Jack el Destripador quede finalmente a disposición del público.
  • 35. 9. OCT 25 La verdadera historia de Jack el Destripador UN CUENTO "ESCALOFRIANTE" escrito por Gabriel Pombo. Aquel otoño de 1888 había sido espantoso para los habitantes de Londres. Y no porque la niebla y el frío resultasen más agobiantes que de costumbre, pues al mal clima los ciudadanos británicos estaban acostumbrados. Lo que llenaba de terror a la población inglesa consistía en unos sucesos mucho más macabros. No era para menos. Desde aquel mes de agosto los periódicos no paraban de informar que en los barrios bajos del este de la capital -sobre todo en el maltrecho distrito de Whitechapel- un maníaco venía asesinando a mujeres de vida alegre. Los crímenes tuvieron su inicio en la noche del 7 de agosto cuando Martha Tabran murió violentamente, tras recibir treinta y nueve puñaladas. A esa desdichada la acompañaron en fatídico destino Mary Ann Nichols, el 31 de agosto, Annie Chapman, el 8 de septiembre, Elizabeth Stride y Catherine Eddowes, ambas durante la madrugada del 30 de ese mes y -después de una engañosa interrupción- la joven y bella Mary Jane Kelly el 9 de noviembre.
  • 36. Algunas de las víctimas de Jack el Destripador Con cada nuevo homicidio el ejecutor se tornaba más feroz y más convencido de que nunca lo iban a detener. La espantosa lista de víctimas, lejos de concluir, proseguía agrandándose, y la policía británica -la famosa Scotland Yard- se mostraba impotente para capturar al sádico delincuente. Por si fuera poco, esa tarde se volvió inesperadamente sombría: una falla en el sistema de farolas a gas, que por entonces iluminaba a la Inglaterra gobernada por la reina Victoria, sumergió a los londinenses en la más tétrica de las penumbras.
  • 37. La reina Victoria era monarca de los ingleses en 1888 Ese atardecer, el asesino que la prensa bautizaba con el alias de "Jack el Destripador" estaba decidido a atacar de nuevo. Se vistió muy despacio con elegantes ropas oscuras: pantalón, camisa y saco negro, y corbatín de seda gris. Por último, tras echar encima de sus hombros una amplia capa, se cubrió la testa con su sombrero de copa favorito. Salió de su residencia con paso firme, casi presuroso, sin olvidar llevar consigo el maletín de cuero -similar al que usaban los médicos de esa época- en cuyo interior escondía un juego de cuchillos de recia empuñadura que, con mucho esmero, acababa de afilar. Una vez que avanzaba sobre las adoquinadas calles llamó su atención la cerrada oscuridad que inundaba todo a su alrededor, aunque aún faltaba bastante para que cayera la noche. ¡Maldito apagón!, se dijo contrariado. Esperaba que la ausencia de luz no perjudicara el trabajo en las tabernas. Allí era donde solía ir a beber una copas, y desde las barras de esos antros escudriñaba a las prostitutas.
  • 38. "Taberna en Whitechapel": pintura de Gustave Doré Cuando las mujeres se marchaban con algún cliente las acechaba sigilosamente, y aguardaba que el ocasional compañero de aquellas se retirase. Instantes después, por sorpresa, sin darles tiempo a oponer la menor resistencia, se abalanzaba sobre ellas y les cercenaba la garganta. Esta noche no sería la excepción- pensó, y una cruel sonrisa se dibujó en su rostro. Sin embargo, esta vez Jack, quien usualmente apenas bebía alcohol, precisaba un trago de whisky. No lo necesitaba a fin de infundirse coraje antes de matar, pues para él la vida humana nada significaba. Deseaba ingerir una generosa ración de licor antes de ponerse a conversar con un extraño al cual contarle las ideas que rondaban por su cabeza. Quería jactarse de sus tristes hazañas, y anunciar a otros las maldades que, en un futuro cercano, planeaba cometer. -Uno será muy asesino, pero es un ser humano al fin y al cabo- se dijo. La ocasión le venía de perillas porque no se veía nada a causa del apagón, por lo cual nadie lo iría a reconocer ni podría, por ende, denunciarlo. Llegaría a una taberna, pediría al cantinero que le sirviera un trago, y hallaría a algún parroquiano a quien hacer partícipe de sus confidencias y, de paso, pegar un gran susto. Caminó y caminó, hasta advertir unas luces muy tenues cuyo reflejo le permitió vislumbrar una entrada. Una taberna abierta y oscura, sin duda. Ingresó, y enseguida oyó el parloteo de varias personas dialogando. Voces masculinas todas ellas, ninguna voz femenina alcanzó a percibir. Tal cosa era normal porque a esa hora tan temprana las mujeres de vida alegre aún no comenzaban su labor. Sólo había hombres: marineros, oficinistas aburridos, y obreros que cansados de su jornada en las fábricas acudían a las cantinas para relajarse bebiendo licor. Tropezó en medio de la penumbra con una silla sobre la cual se sentó, al tiempo que se quitaba su sombrero de copa. -¡Boby!- llamó con voz autoritaria. Cuando no conocía el nombre del tabernero nunca le fallaba requerir ser atendido por
  • 39. algún empleado que se llamara Boby, dado que el diminutivo de Robert era muy común en la Inglaterra victoriana. No fue diferente esta vez, y de inmediato escuchó el rumor de unos pasos aproximarse. - ¿Qué se le ofrece mister? - Pues que me sirvan una jarra de cerveza.¡No! mejor sírveme un vaso de whisky. Escocés por supuesto. Esta noche tengo muchas ganas de hablar con alguien, y beberme un whisky será un buen comienzo- hizo una pausa mientras procuraba distinguir entre las sombras las facciones de su interlocutor. -En realidad mister, no creo que aquí podamos ayudarlo. Si usted busca con quien hablar deberá dirigirse a otro sitio- fue la fría respuesta. Jack hirvió en cólera. Era hombre de pocas pulgas al cual le disgustaba que lo contradijesen. -Claro que me servirás, cantinerito de cuarta- rugió con mal humor. -Me traerás el trago que te ordeno, y me escucharás muy atento, te guste o no.-realizó un paréntesis a fin de dar más énfasis a sus amenazas- ¿Sabes con quién estás tratando mocito? Pues nada menos que con el tipo al cual todos llaman Jack el Destripador. No necesito aclararte porqué me apodan así. ¿No crees? Las rudas palabras del criminal parecieron surtir efecto. El sujeto anónimo pareció tragar saliva, y cambiando de tono le dijo respetuosamente: -Disculpe usted. Con esta tremenda oscuridad uno no puede saber con quien está tratando. Claro que haremos todo lo posible por servirlo- repuso, y con un gesto rápido de su mano llamó a un compañero. Cuando unos pasos se aproximaron Jack oyó que el primero le decía al otro: -El señor es Jack el Destripador. Nos hace el honor de visitarnos. Ve a la trastienda en busca de una botella de scotch, de la máxima calidad. Más calmado, al comprobar que sus órdenes eran obedecidas, el delincuente prosiguió: -Bien muchacho, así está mejor... Bueno, como te decía, no sé porqué razón, pero mientras caminaba rumbo a esta taberna me vinieron una enormes ganas de hablar con alguien, con un desconocido. Y ahora que te has puesto amable creo que te elegiré a ti para hacerte algunas confesiones... Jack pudo sentir que la respiración de su anónimo oyente se tornaba más pesada... Este pobre cantinerito debe estar muerto de miedo, ja, ja - pensó, y esa idea lo puso de ánimo alegre. Siempre resultaba bueno sentirse distendido en aquellas noches cuando se aprestaba a salir a "trabajar" provisto de sus filosos cuchillos. Consideraba cosa positiva la adrenalina que le corría al oír los gritos de sus víctimas, y mientras emprendía la huída por las estrechas callejuelas burlando a los estúpidos policías. No obstante, sabía que soportar mucho stress era malo para su salud. - Lo escucharé con toda la atención que usted se merece- respondió suavemente el otro. - Bien Boby, te contaré porqué maté a la primera. A esa gorda fea, la cual- al día siguiente leyendo los periódicos- supe que se llamaba Martha Tabran. Yo estaba en la taberna "El Angel y La Corona" y me aprontaba para retirarme cuando la mujer iba saliendo del brazo con un guardia de la Torre de Londres. Un muchachito que -se veía a la legua- estaba gozando de su día franco, y al cual no se le ocurrió mejor idea que gastarse la paga con una apestosa como esa. ¿Sabes? La muy furcia estaba borracha, y al pasar me dio un pisotón. Sé que lo hizo sin querer. Pero, ¡por mil diablos! ¡cómo me dolió!, me apretó justo la uña encarnada. Bueno, claro que no decidí matarla sólo por eso. Pero la seguí hasta la calle para insultarla a ella y al mequetrefe que tenía por cliente, y al aproximarme logré verle bien la cara...y ahí fue que me vinieron unas ganas bárbaras de cortar su grueso pescuezo. ¿Quieres saber
  • 40. porqué? -No me puedo imaginar. Dígamelo mister -Pues porque la cretina era idéntica a mi tía Etelvina. La muy zorra de mi tía que me hacía la vida imposible cuando yo era chico. La vieja hace años que está muerta. De niño siempre quise vengarme de ella, pero se murió antes de que yo llegase a ser adulto. Y ahora, al verle el rostro bajo la luz de aquella farola a gas a Martha Tabran, supe que mi tía se había reencarnado en ella. Esa fue la primera vez que lo hice. Treinta y nueve tajos le pegué. Tuve que darle tantos para liquidarla porque el puñal lo llevaba desafilado. Después de esa vez siempre voy preparado y llevo al menos un par de cuchillos bien afiladitos, ja, ja. -Y a las demás mujeres: ¿También las asesinó porque se parecían a su tía? -No te hagas el chistoso Boby... Las maté porque le agarré el gustito a la sangre, ja,ja. Además, con lo idiota que es nuestra policía de seguro nunca me van a atrapar, -No tengo el gusto de compartir su mala opinión sobre la policía de Londres. -¿Y tú que sabes de eso infeliz?- como ya hemos dicho al criminal no le agradaba que lo contradijeran- Aquí en Inglaterra todos los policías son idiotas, ¿me oyes? Y dicho sea de paso: ¿para cuándo el whisky? -Disculpe mister, mi compañero demora porque fue hasta la bodega a buscar un whisky acorde a la calidad de un distinguido visitante como usted. -Bueno, pero que no tarde. Me muero de ganas por beber un buen trago. Como te venía contando, una vez que uno le agarra la mano a esto de cortar cuellos y destripar ya no se puede parar- hizo una interrupción teatral para asustar a su interlocutor, y remató: -Y esta noche, cuando salga de esta taberna, pienso despachar a un par de prostitutas más, por lo menos. Se quedó aguardando el efecto que surtían sus amenazas. El tipo a esta altura debe haberse hecho encima de los pantalones , ja,ja, supuso, mientras saboreaba la agradable sensación de causar miedo. Sin embargo, un nuevo comentario de "Boby" volvió a sacarlo de sus casillas. -Como ya le dije, pienso que la policía de acá no es tan tonta como usted cree. Es más, me parece que su carrera criminal ha terminado, y que ya no podrá asesinar a ninguna mujer más- le retrucó con inesperada serenidad el otro. -Claro que seguiré despanzurrando prostitutas a diestra y siniestra. ¡No dejaré de matarlas hasta que me harte!- bramó el homicida múltiple. ¿Quien se piensa este desgraciado que es?- se dijo-. Como me siga llevando la contraria abriré mi maletín, tomaré uno de mis cuchillos y le rebanaré el cuello. Lástima que no puedo verlo con esta maldita oscuridad... Pero antes de que pudiera ejecutar movimiento alguno escuchó a su oponente repetir: -Le aseguro que su carrera criminal ha terminado y que ya no volverá a lastimar a nadie más- el timbre del otro sonaba curiosamente muy seguro. Tanta rabia le provocó esa afirmación y el tono con que la misma fue dicha que, por instinto, Jack adelantó sus manos con ambos puños crispados amenazando hacia las sombras, hacia donde provenía la voz de aquel impertinente fastidioso. -¿Cómo te atreves a decirme que ya no podré volver a matar a quien a mí se me antoje?- rugió totalmente fuera de sí el Destripador. -Porque usted no se encuentra dentro de una taberna. ¡Estas son las oficinas de la jefatura de policía de Scotland Yard!- le espetó secamente el agente, al tiempo que cerraba un par de esposas en torno a las muñecas del atónito asesino en serie.
  • 41. Cuerpo de policía de la época de Jack el Destripador 10.
  • 42. OCT 25 Médicos forenses en los crímenes de Jack el Destripador AUTOPSIAS Y OPINIONES FORENSES EN LOS ASESINATOS DE JACK THE RIPPER Dr. George Bagster Phillips: Fue el galeno que participó en más autopsias de las víctimas canónicas. Dr. Frederick Gordon Brown: Médico forense de la Policía de la Ciudad de Londres
  • 43. Dr. Thomas Openshaw: Examinó el famoso trozo de riñón Dr. Thomas Bond: Intervino en la autopsia de Mary Kelly y opinó que el asesino no ostentaba siquiera los conocimientos de un matarife Desde el comienzo fueron motivo de encendida polémica, y de arduo dilema, los eventuales conocimientos clínicos que pudiera poseer el criminal que durante el otoño de 1888 se encarnizara con las prostitutas del East End londinense. Un puñado de médicos forenses participaron en autopsias, así como en la elaboración de reportes vinculados a las víctimas atribuidas a aquel homicida serial. Descuella entre todos esos profesionales el Dr. George Bagster Phillips, médico forense de la Policía Metropolitana. Resultó lógico que este galeno apareciera en forma preponderante, en tanto la mayoría de los asesinatos ocurrieron dentro de la jurisdicción asignada a la Policía de la Metro para la cual revistaba. La excepción la conformó el homicidio perpetrado contra Catherine Eddowes a primeras horas de la madrugada del 30 de septiembre de 1888 en la Plaza Mitre, pues ese crimen cayó bajo la competencia de la Policía de la City de Londres. Debido a esta circunstancia jurídica, el médico forense encargado de aquella autopsia devino el cirujano oficial de la
  • 44. Policía de dicha ciudad: Dr. Frederick Gordon Brown. También le cupo una actuación subrayable al médico Thomas Bond. Este profesional se encargó, junto al Dr. George Bagster Phillips, de elaborar el informe de la autopsia realizada al destrozado cuerpo de Mary Jane Kelly.Pero más llamativo aún fue que Bond redactó (a solicitud de Scotland Yard) un reporte suministrando el perfil criminológico de la plausible la personalidad que tendría el matador múltiple. En tal sentido, este cirujano representó un precursor en cuanto a los modernos estudios de perfilación criminal que practican el FBI y otras instituciones policiales y, por ende, precedió a emblemáticos expertos en materia de perfiles homicidas como, por ejemplo, Robert K. Ressler. También se recuerda a dicho galeno debido a sus comentarios enfáticos de que el victimario de aquellas infelices mujeres no había acreditado ostentar siquiera los rudimentos de disección que cabría esperar en un carnicero o en un matarife. Otro médico que tuvo un papel de interés, y pasó a la historia relacionado con Jack el Destripador, fue el Dr. Thomas Openshaw. Este prestigioso patólogo examinó y dio su parecer respecto del trozo de riñón que llegó por correo, dentro de una caja de cartón dirigida al Presidente del Cómité de Vigilancia de Whitechapel, el 16 de octubre de 1888. Openshaw ratificó la naturaleza humana de aquel órgano, y el hecho de que el mismo pertenecía a un mujer de cuarenta a cuarenta y cinco años de edad, la cual estaba aquejada, en un estadio avanzado, por una enfermedad característica en los alcohólicos. Sin embargo, preguntado acerca de si aquella víscera casaba con la de Kate Eddowes (a quien dos semanas atrás el asesino le quitase su riñón izquierdo) el especialista se mostró dubitativo, y más bien dejó entrever que el órgano no pertenecía a dicha occisa, sino que podría haberle sido extraído a un cadáver dispuesto para la disección; o sea, tal vez el truculento obsequio sólo constituyese una broma gastada por un estudiante de medicina a costa del entonces mediático George Akin Lusk, que presidía el grupo de perseguidores civiles del mutilador de Whitechapel. Presionados por los jueces en las encuestas judiciales donde debían aportar su testimonio, y acosados por los periodistas, estos médicos se defendieron como pudieron. Con excepción del Dr. Thomas Bond, todos los citados (y otros más) dieron a entender que el feroz maníaco disponía de algún grado de conocimiento anatómico. Aunque no lo afirmaron rotundamente, tras sus palabras se trasuntaba la sospecha de que el perpetrador era un colega médico, o un estudiante de cirugía muy diligente, o bien ( en la última de las hipótesis) podría tratarse de un carnicero o de un matarife particularmente rápido y habilidoso a la hora de usar el cuchillo.
  • 45. 11. OCT 8 El torso de la calle Pinchin: ¿Otro asesinato de Jack el Destripador? EL EXTRAÑO CASO DEL TORSO DE LA CALLE PINCHIN: ¿OTRO CRIMEN DE JACK THE RIPPER? El agente William Pennett realizó el macabro hallazgo
  • 46. El forense Frederick Gordon Brown se encargó de la autopsia Aún resonaban con insistencia los ecos del llamado "Otoño de Terror" de 1888. El entrante año de 1889 parecía ir dejando en el olvido aquellos sórdidos crímenes irresueltos. La excepción se había verificado en el mes de julio, cuando lejos de Whitechapel -coto de caza del asesino serial- perdió en forma trágica su vida la prostituta Alice McKenzie, a quien, conforme a la clase de heridas que provocaron su deceso, pronto se la descartó como posible víctima del mismo maníaco operante en el año anterior. Pero 1889 estaba destinado a deparar nuevos sobresaltos a la policía británica. El 10 de septiembre de ese año fue hallado un cadáver femenino con sus miembros amputados bajo el arco ferroviario de la calle Pinchin, esquina Blackchuch Lane, en San George en el este, zona aledaña al distrito de Whitechapel. El agente William Pennett fue el policía que al cual le cupo realizar el hallazgo, en el curso de una acción de un grupo de uniformados de la división G, comandado por el Inspector Charles Ledger de la Policía Metropolitana. En las pesquisas emprendidas de inmediato intervinieron los Sargentos George Godley, Stephen White y William Trick. Pero a pesar del celo y del esfuerzo expuesto por estos detectives, quienes recorrieron pensiones, tabernas y alojamientos de mal vivir en busca de información, no se localizaron datos aptos para develar la identidad de la occisa. La tarea principal la llevó a cabo el forense Frederick Gordon Brown que efectuó la autopsia sobre aquellos restos humanos. También se recabó la opinión de los doctores George Bagster Phillips y Thomas Bond, los cuales habían participado en autopsias y reportes de necropsias realizados a varias de las víctimas canónicas del Destripador. La
  • 47. labor médica desplegada resultó muy concienzuda, pero tampoco echó mayor luz sobre el caso. Sólo se pudo constatar que la difunta era una mujer morena y robusta que rondaba los treinta y cinco años. Lo más relevante consistió en que todos los profesionales actuantes estuvieron de acuerdo con que en el caso del "Torso de la calle Pinchin" el victimario (si realmente se hubiera tratado de un homicidio) empleó un método de eliminación del cadáver muy distinto al modus operandi que utilizaba el ejecutor de 1888. La presunta víctima había sido desmembrada pero no eviscerada, pues no le habían removido ni sustraído órganos a aquel cuerpo cercenado. Los miembros que nunca se hallaron devinieron aserrados cuando la mujer ya estaba muerta. Además, se concluyó que el trabajo de mutilación fue emprendido dentro de una casa u otro lugar cerrado donde el matador -sin la premura de un ataque consumado en la calle- dispuso de tiempo y de medios para llevar a término su abominable faena, lo cual constituía otra de las diferencias con los tradicionales asesinatos del verdugo de prostitutas victoriano. Y, por último, al desconocerse la identidad, estaba claro que no podía afirmarse con certeza que la finada ejerciera el oficio más viejo del mundo. La prensa, a despecho de los rápidos desmentidos oficiales, propaló la versión de que el torso hallado en la calle Pinchin bien pudo constituir otra obra del asesino de Whitechapel. La idea no prosperó, ante la falta de aval médico y por la notoria disimilitud con los crímenes atribuidos a Jack the Ripper. El amputado cuerpo pudo ser material clínico del cual se deshicieron estudiantes de medicina, y esta fue la posición que prevaleció. Pese a todo, nunca se descartó totalmente que hubiera sido una lúgubre broma de un asesino, aunque éste no fuera necesariamente Jack el Destripador.
  • 48. Viajando en el tiempo para atrapar a Jack el Destripador: Una ingeniosa teoría LA METICULOSA INVESTIGACION DE EDUARDO CUITIÑO El matemático uruguayo Eduardo Cuitiño autor de novedosa teoría sobre Jack el Destripador Algunas pruebas grafológicas de la caligrafía del máximo sospechoso
  • 49. Presunta y única fotografía conocida del Dr. Frederick Gordon Brown que le fuera tomada en 1899 mientras posaba junto a un grupo de policías de la comisaria de Moor Lane (imagen de abajo) En la madrugada del 26 de julio de 1882 la joven Ann Bisoph se retiró de su casa en el Mile End, zona distante del pobre distrito de Whitechapel, luego de una violenta disputa con su marido. Sin duda, iba muy perturbada a causa de ese enfrentamiento marital y no advirtió la presencia de un sujeto que sigilosamente la seguía y, sin mediar palabras, la embistió desde atrás acuchillándola en el cuello. La agresión no fue mortal, y alertados por
  • 50. los gritos de la víctima acudieron vecinos y policías. Un agente fue a buscar al esposo de la mujer y lo llevó detenido. A su vez, un vecino reconoció a un médico de treinta años que transitaba por allí y le pidió socorro. El galeno, que también era obstetra y por entonces trabajaba humildemente en el London Hospital de Whitechapel, brindó los primeros auxilios a la agredida y días más tarde, convocado a la encuesta judicial, aportó su testimonio. Resultaron muy llamativas sus declaraciones, en tanto opinó que la fémina se había autoinfligido las heridas, y que las mismas (en cualquier caso) no eran graves. Puesto que el marido de Ann Bishop fue exonerado por el juez actuante, nunca se desenmascaró al agresor de la mujer, y el testimonio del obstetra, poniendo en entredicho la credibilidad de la denunciante, ayudó a que no se llevase a cabo una pesquisa policial seria. El médico testificante se llamaba Stephen Herbert Appleford, y constituye el primordial sospechoso que postula la teoría presentada por el matemático uruguayo Eduardo Cuitiño en su investigación novelesca: "Viajando en el tiempo para atrapar a Jack el Destripador", texto disponible en formato digital en la web a través de la editorial Amazón. Algunos especialistas (por ejemplo, Trevor Marriott, creador de "Jack el Destripador. Investigación del siglo 21", editorial John Blake Publishing, Londres, Inglaterra, 2007) rescataron a Ann Bishop de los registros, y la nominaron como una primeriza víctima no fatal de Jack the Ripper. Posee su lógica que el infame asesino haya ido avanzando en un "in crescendo" de vesanía en su conducta, y que sus iniciales acometidas deviniesen frustradas, y ejecutadas a manera de torpe ensayo. "La práctica hace al maestro", y este refrán popular se torna aplicable incluso a los homicidas secuenciales, tal cual nos lo demuestran modernos casos que la criminología analiza. El atentado que venimos reseñando opera a guisa de punto de partida en la investigación de Eduardo Cuitiño quien, transitando por el ámbito de una atractiva novela, permite al lector descubrir sus impactantes conjeturas acerca de la identidad del exteminador de rameras victoriano. Appleford, en esta hipótesis, funge de principal ejecutor. Hace las veces del "Jack el Destripador" que conoce la historia criminal. Pero no hubiera obtenido sus lúgubres triunfos sin la complicidad de otros dos perpetradores; en especial, del más connotado de ambos: el cirujano que revistaba para la Policía de la ciudad de Londres Frederick Gordon Brown. Brown, a diferencia de Appleford, no representa un personaje marginal en la historia oficial ripperiana. Por el contrario, todos los libros de estudio en la materia recogen su actuación como realizador de autopsias de víctimas canónicas y colaborador en exámenes clínicos de otras occisas. Su mayor logro radicó en elaborar el informe de la necropsia sobre el cuerpo de la cuarta presa humana tradicional de Jack el Destripador, Catherine Eddowes, mutilada en la Plaza Mitre durante la madrugada del 30 de septiembre de 1888. En el análisis clínico que practicó al cadáver de aquella víctima, este forense dejó constancia de que estaban ausentes el útero y el riñón izquierdo. Además, pormenorizó en forma exhaustiva la entidad de las mutilaciones infligidas, el tipo de arma que suponía se había empleado para provocarlas, y el orden en el cual -conforme su parecer- se habrían producido aquellas laceraciones. Al declarar en la encuesta judicial subsecuente, respondiendo a una pregunta del procurador Crawford, el cirujano dio a entender que sólo una persona con avanzados conocimientos de anatomía humana era capaz de ocasionar esas heridas con tanta rapidez (aproximadamente en cinco minutos y a oscuras). Destacó que, si bien algunos órganos como los intestinos eran bastante fáciles de ubicar y retirar, para extirpar el riñón era necesario poseer gran destreza. Se debía tener en cuenta que el matador lo había
  • 51. cortado limpiamente, a pesar de que dicho órgano se halla recubierto por una gruesa membrana que dificulta su localización. Precisamente, este reporte tan minucioso y sugestivo induce los recelos del autor. ¿Qué mejor manera de saber con tanta certeza cómo fueron las secuencias de aquellas mutilaciones que haber sido el perpetrador, o el cómplice, del asesinato?. A su vez, Brown y Appleford eran cuñados, en tanto la hermana del último estaba casada con el primero. También llama la atención en el ensayo que ambos galenos se convirtieran, a su turno, en presidentes de la muy prestigiosa Sociedad Médica Hunteriana. Los homicidios cometidos por Appleford habrían abierto el camino para el ascenso de su cuñado, quien adquirió fama gracias a practicar las mediáticas autopsias. Brown, por su parte, cooperaría en la mejoría socio-financiera de su pariente político. Dato no poco relevante, si consideramos que la frustración económica que experimentaba el joven Appleford (contaba con 36 años en 1888 cuando acaecieron los crímenes más resonantes) configuró uno de los motores de su accionar letal, sumado a su odio a las prostitutas, en consonancia con su perfil de "asesino misionero". Frederick Gordon Brown tenía una hermana de nombre Frances, de 56 años en 1891. El 24 de abril de aquel año una veterana prostituta británica de la misma edad, recién arribada a Nueva Jersey, resultó brutalmente masacrada sobre el lecho de un mísero hotel. Este cruel deceso fue estimado un homicidio tardío consumado por Jack el Destripador a su paso por los Estados Unidos de Norteamérica. La meretriz sabría de las sórdidas andanzas de su hermano y su concuñado. Los cómplices temían que la mujer, creyéndose lejos de su alcance, se aprestase a delatarlos, y por tal razón decidieron eliminarla. La difunta era conocida bajo el apodo de "Vieja Shakespeare", en lugar de su verdadero nombre la llamaban Carrie, y su apellido era Brown. El libro de Eduardo Cuitiño deviene pródigo en la aplicación de diversas ciencias; desde matemáticas y estadística, hasta cálculo de probabilidades y grafología. Y a lo largo de sus doscientas ochenta páginas el lector tendrá ocasión de sorprenderse con sus argumentos y deducciones, ya sea que comparta o no las arriesgadas conclusiones que en ese texto le son ofrecidas. Estamos en presencia de una obra polémica, innovadora y transgresora. Un valeroso esfuerzo investigativo que insumió al escritor dos años de estudio, esculcando en la web numerosos datos e informaciones que le posibilitaron el armado de esta teoría discutible (como todas) pero rica en méritos. En un gesto de honestidad intelectual el autor no asegura que los candidatos por él postulados constituyan el esquivo asesino que aterrorizó a Londres. Eduardo Cuitiño nos habla de probabilidades, de perfiles criminales. Propone, eso sí, que resulta extremadamente alto el grado de aproximación que arroja su tesis. Sin ingresar a la materia científica, la cual escapa al dominio de quienes (como quien escribe estas líneas) somos legos en las ciencias, no se puede dejar de valorar, sin embargo, que la información suministrada en esta obra es veraz, y que la forma en que el escritor plantea su teoría la vuelve por demás entretenida y novedosa. El texto elaborado por este matemático conforma un esfuerzo intelectual digno de ser puesto de relieve; a la vez, que implica una aportación legítima que bien debiera hacerse de un espacio dentro de la muy vasta literatura ripperológica.
  • 52. 12. SEP 20 El carretero que no fue Jack el Destripador OTRA TEORIA SIN FUNDAMENTO ALGUNO: CHARLES CROSS HABRIA SIDO JACK THE RIPPER A las 3,45 de la madrugada del 31 de agosto de 1888 el agente John Neildescubre el cuerpo de Polly Nichols que minutos atrás fuera hallado por Charles Cross Buck Row, la sórdida zona donde apareció el cadáver