Tema 19. Inmunología y el sistema inmunitario 2024
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1. D I A 11 D E M A Y O
S A N M A M E R T O
ARZOBISPO V CONFESOR ( f 475)
S
AN Mamerto fué lucero brillante y esplendoroso de la Iglesia de las
Galias, durante el siglo V. Procedía probablemente de familia viene-
sa. y su educación fué confiada a San Aniano, obispo de Orleáns,
quien tomó niuy a pechos la primera formación de su discípulo. En
lu escuela de maestro tan ilustre por la santidad de su vida, la pureza de su
Ir y vastos conocimientos, hizo Mamerto rápidos progresos en virtud y letras.
Refiere Surio que yendo Aniano desde Orleáns a Arlés el año 451, se de-
(tivo en Viena, su pueblo natal, y se hospedó en casa de Mamerto, hombre
uomidalado que, a la sazón, se hallaba en el artículo de la muerte; pero
Sun Aniano le curó con sólo hacer sobre él la señal de la cruz.
En 463, San Mamerto ocupaba dicha sede, y su sabiduría y santidad
'un elogiadas por San A vito — uno de sus más egregios sucesores— y San
Sidonio Apolinario, obispo de Clermont; no siendo aventurado afirmar que
lucillos de amistad, y quizás de parentesco, unían a San Mamerto con las
nubles familias de las Avitos y Apolinarios.
Fuera de eso, tenía nuestro Santo un hermano de nombre preclaro en
lu Iglesia, el presbítero y poeta Claudiano Edicto, y, además, una hermana
rugida y un sobrino por nombre Petreyo; pues ha conservado la Historia
i'urtns de San Sidonio Apolinario a Petreyo para consolarle del fallecimiento
ilc su tío Claudiano.
2. DISCUSIONES ACERCA DE LA PRIMACÍA EPISCOPAL
G
O ZABA la sede de Arles desde antaño de muchos y dilatados pri-
vilegios. La de Viena, por su parte, daba nombre a la provincia,
y se remontaba hasta los tiempos de los Apóstoles, en la persona
de sus primeros obispos. La creación de la metrópoli de Arlés privó a la de
Viena de algunos sufragáneos, y ello fué causa de que ambas sedes metro-
politanas se disputaran durante largos años el título de primada.
Ocurrió que poco después de su elevación al episcopado, asistió San Ma-
merto a los funerales de San Petronio, obispo de Díe. La asamblea de los
fieles eligió para sustituir al difunto a un hermano suyo, el sacerdote Mar-
celo. cuyo nombre figura en el martiriologio a 9 de abril. El nuevo electo
rehuyó el nombramiento y desapareció de la ciudad, ocultándose en una
cueva; pero, descubierto poco después, condujéronle triunfalmente a San
Mamerto para que le diera la unción episcopal.
En vista de los tenebrosos manejos del partido arriano, apoyado por los
burgundios o borgoñones. y dadas las instancias apremiantes de todo un
pueblo, temeroso de que su elegido se ocultara aún en alguna soledad, creyó
el arzobispo Mamerto que era obligación suya adelantar los acontecimientos
y consagrar al nuevo obispo antes de prevenir al arzobispo de Arlés, metro-
politano de Díe.
Tal precipitación le acarreó serias dificultades. En efecto, Gondioc. rey
de los burgundios, cuya política favorecía a los arríanos, protestó ruidosa-
mente de tal desafuero, y el día mismo de su consagración fué apedreado
el nuevo obispo y seguidamente desterrado; por su parte, San Mamerto fué
denunciado al papa San Hilario como responsable de lo acaecido, pues había
consagrado a un obispo fuera de su provincia eclesiástica.
Dispuso entonces el Sumo Pontífice — engañado por Gondioc— que Leon-
cio. arzobispo de Arlés. convocase un sínodo compuesto de veinte obispos, los
cuales enviaron a! sucesor de San Pedro a uno de sus colegas con una carta
aclaratoria, firmada por los prelados. Contestóla el Vicario de Cristo en 464,
prescribiendo que San Verano, obispo de Vence, amonestase a Mamerto y
recabase del mismo, en nombre de la Santa Sede, la promesa de abstenerse
en ade’.ante de hacer ordenaciones ilegales, so pena de verse depuesto del
cargo y privado de todo privilegio.
El propio Sumo Pontífice dirigió también, por aquel inismo tiempo, otra
carta a los obispos de las provincias de Lyón. de Viena. de las dos Narbo-
nesas y de los Alpes, lamentando lo acaecido a Mamerto, e invitándolos a
abstenerse de toda usurpación unos con otros, y a someterse a la autoridad
3. ilol arzobispo tic Arles, a quien concedía el privilegio de convocar a con-
cilio las cinco provincias eclesiásticas.
Recibió Mamerto esta amonestación con los mismos sentimientos con
■|i k en otros tiempos, recibiera San Pedro la de San Pablo, y se sometió
ii las normas publicadas por los obispes en aquel sínodo.
Años después, la sede de Díe fué agregada a las sufragáneas de Viena;
rilo era una satisfacción que se hacía a la memoria de Mamerto. Por lo
ilrmás, el respetuoso silencio que el arzobispo guardó en tal circunstancia,
pone bien de manifiesto su admirable humildad y su ejemplar sumisión a
los mandatos del Papa.
LAS ROGATIVAS (468)
A
otras pruebas sometió el Señor a su siervo. Viena no era ya aquella
ciudad pía. regada y santificada con la sangre de tantos mártires.
I.os crímenes de los vieneses clamaban venganza al Cielo, y le me-
recieron. juntamente con el abandono de sus santos Patronos los rigores de
la Justicia divina, como lo atestigua San A vito ■—discípulo de San Mamerto
y más adelante sucesor suyo en el episcopado— .
«P or aquellos días — escribe— presenciáronse en la ciudad de Viena pa-
vorosos prodigios: aterrada estaba la gente, pues los incendios se sucedían
mii interrupción. Ruidos lúgubres turbaban el silencio de las noches, y los
desórdenes de la naturaleza parecían presagiar los funerales del linaje hu-
mano. Hasta las fieras hicieron irrupción en la ciudad vagando por el es-
pacioso foro. Cundía el pánico en los ciudadanos, algunos de los cuales sólo
veían en tales sucesos, tristes efectos de la casualidad, en tanto que otros
los tomaban como avisos del cielo, cifrando su salvación únicamente en la
divina misericordia. Por grande que fuese la amargura de su alma, esperaban
con impaciencia la proximidad de la fiesta de la Pascua, confiando que el
Señor pondría en aquel día término a sus males y ansiedades.»
Empero, la vigilia misma de Pascua, y en ocasión de hallarse reunidos
los cristianos en la iglesia, prodújose en la ciudad formidable incendio. In-
terrumpiéronse las ceremonias sagradas, quedando sólo el arzobispo en ora-
ción. Escuchó el Señor la férvida plegaria de su siervo en favor del pueblo
y el temible azote se detuvo repentinamente, siguiendo afortunadamente a
la aflicción la alegría pascual.
Durante aquellas memorables vigilias — prosigue San Avito— concibió
el santo pontífice la idea de las Rogativas, y entre Dios y él fijaron las
ceremonias y preces — que hoy repite el universo católico— . Tratóse luego
en conferencias privadas de la manera y fecha de ponerlas por obra. Temíase
4. que el Senado de Viena se opusiese a ello; empero, la elocuencia y. sobre todo,
las oraciones del digno Prelado ablandaron los corazones de tal forma que,
lejos de resistir, sus ovejas, compungidas, se adelantaron en la celebración.
Los tres días que preceden a la Ascensión, se dedicaron a preparar esta]
solemnidad mediante el ayuno, el canto de las letanías y las procesiones.
Con el fin de probar el fervor de su grey, indicó Mamerto como estación ¡
del primer día, las iglesias mas cercanas a las murallas de la ciudad; para
los días siguientes señaló un término más apartado y tal era la acendrada
piedad de los fieles, que a nadie pareció demasiado larga la peregrinación.
Tal fué la institución de las Rogativas, por las cuales la ciudad se vió
libre de las calamidades que la amenazaban. N o queremos decir con esto
que San Mamerto sea el autor de las procesiones anuales celebradas en mu-
chas localidades para atraer las bendiciones del cielo sobre los frutos de la
tierra; pues San Lázaro, arzobispo de Milán, que falleció en 449, ya las
había instituido antes en la capital de su diócesis; pero a San Mamerto le
cabe la gloria de haber restablecido esta devota costumbre, a la sazón en
desuso, de haber agregado el ayuno y la oración y haber determinado los
tres días que preceden a la Ascensión.
Valioso es a este respecto el testimonio de San Sidonio Apolinario.
«Existían indudablemente — escribe— preces públicas en tiempos ante-
riores a San Mamerto para impetrar del Señor la lluvia, el buen tiempo, etc.;
pero eran poco precisas, faltábales de ordinario fervor cristiano, eran poco
practicadas y en cierto modo rutinarias e interrumpidas por abusivas refec-
ciones, por lo cual aflojaba la devoción de los fieles. Empero, en las insti-
tuidas por este santo prelado se ayuna, se ruega, se llora y se salmodia.»
Siguieron el ejemplo de los vieneses varias otras diócesis, y la práctica
de las Rogativas, ganando terreno poco a poco, acabó por ser adoptada por
todas las iglesias de la Galia en vida de San Mamerto, y el papa San León II I
las extendió a toda la catolicidad a principios del siglo IX .
Durante mucho tiempo los tres días de Rogativas fueron días de ayuno
y abstinencia.
INVENCIÓN DE LAS RELIQUIAS DE LOS SANTOS
FERREOL Y JULIÁN, MÁRTIRES
E
N el intervalo que medió entre las primeras Rogativas y el concilio
de los obispos de la archidiócesis de Viena, reunidos para autorizar
la nueva institución, construyó nuestro Santo una iglesia en honra
de San Ferreol, tribuno militar y mártir, cuya festividad se celebra el 19
de septiembre.
Imperando Constantino, cierto caballero catecúmeno, llamado Cástulo,
5. E
N los tres días que preceden a la Ascensión, San Mam erto cele-
bra con el clero y el pueblo las Rogativas con ayunos, canto
de las letanías y procesiones hasta puntos apartados del campo,
para pedir al Señor que les libre de las tormentas, pestes y cala-
midades. Esta práctica se observa hoy día en la Iglesia universal.
6. edificó una capilla a orillas del Ródano, en el propio lugar del martirio y
sepulcro de San Ferrcol. Con el andar del tiempo, socavaron las aguas del
río los cimientos de aquella iglesia, y San Mamerto evitó su desaparición
reconstruyéndola en paraje más elevado. La nueva iglesia era de hermosa
estructura, y subsistió hasta el siglo V III, en que los moros la destruyeron.
San Gregorio turonense, que la conoció, afirma que se guardaron en la cons-
trucción de la misma, la simetría y proporciones de la iglesia primitiva.
«Estando yo de paso en Lyón. hospedado en casa del santo obispo Ni-
zier — dice San Gregorio— , ocurrióseme ir a Viena para orar ante el se-
pulcro del glorioso mártir Ferrcol. Parecíame que, dada su antigua amistad
con San Julián, patrono de mi tierra, no era yo menos hijo de éste que de
aquél. Recé, y, al terminar, alcé los ojos y vi encima del ambón dos versos
latinos que decían: «Aquí yacen los restos de dos héroes del cristianismo:
la cabeza de Julián y el cuerpo de Ferreol.»
Es San Julián, apellidado «de Brioude», por el lugar de su martirio,
oriundo de Viena, y lo mismo que su amigo San Ferreol, tribuno militar,
fué también condenado a muerte en tiempo de Diocleciano; su festividad se
celebra el 28 de agosto.
Como San Gregorio pidiera algunas explicaciones al guardián de la iglesia,
refirióle la traslación solemne de las reliquas de San Ferreol a la iglesia nueva
en los días del arzobispo Mamerto, y del descubrimiento de la cabeza de
San Julián.
«En el eolemne acto de dicha traslación, congregáronse incontables fieles
y muchos abades y monjes. Pasaron la noche cantando himnos sagrados
y, de madrugada, comenzóse la excavación en el sitio donde se presumía
se hallaban las reliquias. Al llegar a cierta profundidad, descubriéronse tres
ataúdes. Grande fué la perplejidad y sentimiento de todos, no acertando a
distinguir cuál de los tres era el del santo mártir. Mientras la incertidumbre
sellaba los labios de los asistentes, surgió de entre ellos una voz que, ins-
pirada de lo alto, dijo así: «D e antiguo se venía diciendo y era tradición
«m uy popular, que la cabeza de Julián se hallaba encerrada en el ataúd
»de Ferreol. Abramos los tres ataúdes, quizá descubramos con esta señal
»el cuerpo del santo mártir».
»In vitó entonces San Mamerto a toda la asamblea a orar con él, e invo-
car al Padre de las luces. Ábrense dos ataúdes, pero nada indica el nombre
de las reliquias depositadas en ellos; ábrese el tercero y hállanse los despojos
mortales de un hombre, que tenía la cabeza cortada, y que sostenía entre
sus brazos otra cabeza. Tanta serenidad y frescura conservaban los rasgos
fisonómicos, que parecía estar en plácido sueño.
«Inundado de gozo, exclama el santo obispo ante la concurrencia: «Sin
»duda, es éste el sepulcro de Ferreol; y ésta es la cabeza del mártir Julián»;
7. el pueblo responde a las palabras del pontífice con cánticos de júbilo. Seguida-
mente y cantando salmos, son trasladadas las santas reliquias a la iglesia
preparada para recibirlas.»
MUERTE DE SAN MAMERTO. — TRASLACIÓN
DE SU CUERPO A ORLEÁNS
M
AM ERTO consiguió reanimar el fuego sagrado de la devoción en
su amada grey, la cual gozó después de un período de tranquila
paz. y, tras dilatada vida de incesantes trabajos, llamó Dios a su
siervo para darle la corona prometida a los elegidos. Falleció el 6 ó el 11 de
mayo de 475. Sus restos descansan en la iglesia de los Santos Apóstoles,
cabe el altar mayor. Grabáronse en su sepulcro dos versos que dicen sencilla-
mente su nombre y su dignidad.
Sin mucho tardar ilustró Dios nuestro Señor los méritos de su Siervo
con portentosos milagros, cuya fama se difundió de uno a otro confín de las
Galias. Y pues alardeaba la ciudad de Orleáns de haberle dado la educación
primera, de ello se valió para reclamar su cuerpo, apoyándose en la auto-
ridad del rey Gontrán y del papa Juan III. Consiguió en parte lo que an-
helaba, no sin la natural protesta de los vieneses, a quienes se sustraían las
venerandas reliquias de su padre y protector.
Depositáronse en la iglesia de la Santa Cruz las preciosas reliquias de
San Mamerto que los de Orleáns consiguieron llevarse, y se fundó lina co-
legiata de clérigos denominados Mamertinos, los cuales cantaban el oficio
divino ante las reliquias del Santo.
Celebrábase en Orleáns tres veces al año la conmemoración de San Ma-
merto. a saber: el 11 de mayo, día de su festividad; el 13 de octubre, ani-
versario de la traslación de su cuerpo; y el 14 de noviembre, aniversario de
la de su cabeza. Las reliquias eran llevadas procesionalmente en dos urnas
de plata.
En el siglo X V I, durante la guerra feroz de los hugonotes contra las re-
liquias y relicarios, estatuas e iglesias y todas las obras de arte reunidas
en ellas al cabo de los Mamertinos. El sepulcro del Santo fué profanado y
sus huesos reducidos a cenizas.
Los enemigos de la Religión tienen, en todas partes, de común, el odio
a todo lo que se halla más cerca del trono de Dios, cuales son los Santos,
y, por ende, sus sagradas Imágenes. En todas las revoluciones ateas ha
habido furibundos iconoclastas, para quitarse de delante permanentes acu-
sadores de sus vicios y crímenes.
8. EL SEPULCRO DE SAN MAMERTO EN VIENA
C
O N V IE N E añadir que la traslación de las reliquias a Orleáns fué
todo menos una solemne ceremonia y que ni aun fué celebrada
de día. Es tradición muy antigua que los restos del santo prelado
fueron sigilosamente sustraídos, y el dictamen de la arqueología concierta en
en esto con la tradición popular.
Inhumado Mamerto en la iglesia de San Pedro — cuya fundación remonta
al establecimiento del cristianismo en Viena— , pasó aquel templo por las
mismas vicisitudes que la ciudad, asolada sucesivamente por los borgoñones,
los francos y los sarracenos. Sólo quedaban algunos restos de la basílica pri-
mitiva a principios del siglo X , cuando el conde Hugo — que reinaba en
Viena en nombre de su pariente Luis I II el Ciego— emprendió la restaura-
ción de la iglesia y abadía de San Pedro.
No relegaron al olvido los arquitectos los sepulcros de los Santos, que
eran incentivo de la piedad de los fieles; a aquella época debe atribuirse
la restauración del sepulcro de San Mamerto, el cual fué colocado a la sazón
en el presbiterio, al lado de la Epístola, bajo un arco embutido en la pared,
y frente al sepulcro de San Leoniano, fundador de la abadía.
Despareció pronto tal armonía y disposición, pues, peligrando las reli-
quias fué tapiado dicho arco, y se ocultó el sarcófago tras tosca pared para
evitar profanaciones. A pesar de ello, esas providencias para conservar el
precioso depósito de nuevas depredaciones, fueron insuficientes.
Antiguos documentos dan fe de que, en 1026, todavía existían dichas
sagradas reliquias. Empero, cuando en 1251, por orden del papa Inocen-
cio IV', se procedió al levantamiento de los cuerpos santos de aquella iglesia,
ya no se menciona el de San Mamerto; en aquel intervalo sobrevino el
rapto de sus principales reliquias. Perdióse más adelante la memoria de su
sepulcro, de modo que, en sucesivas restauraciones de la iglesia de San
Pedro, a fines del siglo X V III, no se hizo nada para evitar que desapare-
ciera — bajo una capa de mortero y yeso— el epitafio que ya nada indicaba.
En 1860. practicáronse excavaciones en la pared del ábside de San Pe-
dro. descubriéndose el epitafio de San Mamerto, y más abajo una tumba
que, según los más competentes arqueólogos, tiene todos los visos de la
época en que falleció el Santo.
Una abertura que había sido practicada en la pared anterior confirma
la violación de las reliquias. A l levantar la tapa de la tumba, reconocióse
fácilmente que sólo quedaban los pocos huesos del cuerpo allí depositado
que no acanzó la mano del raptor, con lo cual quedaba confirmada la
tradición.
9. I-.11 el mismo año de 1860, una comisión de eclesiásticos, médicos y ar-
queólogos inspeccionó atentamente estas sagradas reliquias, las cuales, por
■Incisión de la autoridad episcopal, fueron reconocidas como auténticas de
s.in Mamerto. Todo ello concordaba con la tradición de Orlcáns. Los sagra-
dos fragmentos, olvidados más que respetados por el tiempo y las revolu-
ciones, consérvanse en varios relicarios en la iglesia San Mauricio de Viena,
se exponen a la veneración pública.
Atribúyense a San Mamerto varias obras hoy perdidas. Consérvanse dos
homilías suyas insertas en la Patrología: una sobre las Rogativas y otra
■iccrca de la penitencia de los ninivitas.
San Mamerto es tenido por el segundo patrono de la iglesia de la Santa
Cruz de Orleáns; invócanle en el Orleanesado contra la rabia, y en el Del-
linado contra las epidemias. En otras regiones 1c han tomado por patrono
los bomberos.
Celébrase su festividad en varias diócesis de Francia.
S A N T O R A L
míos Mamerto, obispo de Viena de Francia, quo estableció las Rogativas de la
Ascensión: Anastasio y compañeros, mártires; Francisco de Jerónimo, je-
suíta, confesor; Evelio, pariente de Nerón, m ártir' Mayolo, abad, Eudaldo,
martirizado por tos hunos; Máximo, Antimo, Baso y Fabio, mártires en
Roma, en tiempo de Diocleciano, Florencio, Sisinio y Dioclecio, mártires
en la marra de Ancona Iluminado, confesor Eutropio, obispo, Rufo y
Agatcmbro, obispos de Metz Gualtero, canónigo regular y abad Gon-
gulío, nrtrtir Oretid o, (onfesc.r, padre del mártir San Lorenzo (véase pá-
gina 20). Santas Lisiara, virgen y mártir Bertilia, madre de las Santas
V'aldetruc'is y Aldegunda
SAN AN ASTASIO , mártir. — Nació en J.érida, antigua y noble ciudad de
< ataluña, que se mira en las ondas del Segre, célebre ya en la historia de las
guerras de César. Dedicóse desde joven a la carrera de las armas, sirviendo a
las banderas de Diocleciano, de quien abominaba, sin embargo, aun siendo pa-
nano, por la conducta cruel del emperador contra los cristianos. Seis años des-
pués de su conversión fué detenido por orden de Daciano, gobernador de la
Tarraconense, verdadera fiera revestida de carne humana. El oficial romano
vióse encerrado en estrecho e inmundo calabozo por negarse a sacrificar a los
Idolos. Pero, ni halagos ni amenazas fueron bastante para desviarle de su fe
v del deseo de sufrir el martirio. Enviado a Barcelona, tuvo que soportar por
el camino toda clase de ultrajes. Y allí, después de nuevos interrogatorios e
intimaciones, que no hicieron vacilar lo más mínimo a nuestro héroe, le con-
dujeron a Betulo, hoy Badalona, donde fué degollado, con setenta y tres com-
pañeros, recibiendo así la corona de los mártires. Era el 11 de mayo del año 305.