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D IA 17 DE M A Y O
SAN PASCUAL BAILON
RELIGIOSO LEGO DE LOS FRAILES MENORES (1540 - 1592)
N
ACIÓ Pascual Bailón el 16 de mayo de 1540, día de Pentecostés,
en Torre Hermosa, villa de la provincia de Castellón, pero que
pertenecía entonces al reino de Aragón. Sus piadosos padres,
Martín Bailón e Isabel Jubera, eran humildes labradores.
Pusieron éstos especialísimo cuidado en educar santamente a un hijo que,
prevenido desde la cuna con todos los dones de la gracia, se anticipó a
la solicitud de los autores de sus días dando muestras de acendrada piedad
desde sus más tiernos años, pues, apenas comenzó a andar, era su mayor
satisfacción encaminarse a la iglesia, donde pasaba largas horas extasiado
en mística contemplación ante el tabernáculo en que se halla encerrado
el augusto Sacramento de nuestros altares, siendo necesario muchas veces
que su piadosa madre fuese a buscarle para que volviese a casa a tomar el
alimento corporal preciso, que el santo niño olvidaba, nutrido su espíritu
por aquel otro en que tan celestial deleite hallaba.
F.ste fué el blanco, el ideal, el «summum» de todos los afectos y ternuras
de este Santo durante toda su vida.
EL PASTORCILLO
A
PEN AS frisaba en los siete años, ciando la pobreza de sus padres le
obligó a ganarse el sustento dedicindose a la guarda de un rebaño,
oficio humilde que el niño Pascua glorificó con sus virtudes.
Bien poco atendida quedaba su instruccún, puesto que no sabía leer; mas
como era de entendimiento claro y ánino resuelto, proveyóse de algunos
libros y. poco a poco, auxiliado por la gracia divina — hay quien afirma
que los ángeles bajaron a enseñarle— , apiendió las primeras letras, y desde
entonces todo su anhelo se cifró en procurarse libros piadosos, cuya lectura
le ocupaba todo el tiempo que no empleaia en la oración.
Como todos los predestinados a la bieiaventuranza eterna, se distinguía
por su ardiente devoción a la Virgen Maía y al Santísimo Sacramento; es-
culpió en su cayado la imagen bendita le la divina Madre coronada con
una Hostia esplendorosa, para tener presmtes de continuo entrambas pren-
das de su devoción, fineza a la que la excelsa Señora correspondió favore-
ciendo a nuestro Santo con regaladas apiriciones.
Desde aquel momento, Pascual entregóse por completo a la oración y
al silencio, y apartó de sus labios con suno cuidado toda palabra ociosa y
vana. El maravilloso espectáculo de la natiraleza le preocupaba menos que el
pensamiento de la Eucaristía. Vivamente ¡enetrado del amor divino había de
exteriorizarlo, y así constituíase en predicador familiar exhortando a sus
amiguitos a amar a Nuestro Señor Jesucisto y a su Santísima Madre por
sus palabras y por sus ejemplos. Con h edad crecían también en él la
sencillez, rectitud y santo temor de Dios Era humilde, inocente, modesto,
benigno, manso cariñoso, hasta cuando s< veía precisado a reprender a sus
amigos si cometían alguna falta. Por lo cual su trato gustaba mucho a todos.
El amo de Pascual, llamado Martín García, hombre virtuoso y dotado
de abundantes bienes de fortuna, no tería hijos y, satisfecho del compor-
tamiento y cualidades de Pascual, quiso instituirle su heredero; pero nues-
tro bienaventurado declaróle que le bastea ser hijo de Dios y heredero de
su gloria.
Cuidaba con escrupuloso esmero el rebaño que su amo le confiara y no
maltrataba nunca las ovejas, las cuales procuraba con todo empeño no
causaran daño en las dehesas o campos de otros dueños; y, si alguna vez
ocurría, a pesar de su cuidado, resarcía el perjuicio con su propio salario.
Admiraban los demás pastores su caridad obsequiosa y la sinceridad de
sus palabras. Era para los otros atento y complaciente, y solamente para
consigo riguroso, pues, a pesar de sus ccrtos años, éranle ya familiares los
ayunos, cilicios y disciplinas hasta el doramamiento de sangre.
VOCACIÓN RELIGIOSA
M
AS dispuso el Señor alzarle a mayor perfección y, al efecto, infun-
dióle vivo deseo de abrazar el estado religioso para entregarse sin
trabas de ningún género al servicio de Dios en la soledad del claus-
tro. Así se lo manifestó a otro pastor amigo suyo, llamado Juan Aparicio,
que trató de disuadirle poniendo en duda la sinceridad de su vocación, a
lo que respondió Pascual dando tres golpes con su cayado en la tierra, de
la que surgieron tres manantiales de agua tan pura como la intención de
nuestro bienaventurado que, no pudiendo resistir al llamamiento de Dios,
se despidió de sus padres y, obtenida su bendición, se trasladó a Monfort,
en el reino de Valencia, donde se hallaba establecido uno de los conventos
fundados por San Pedro de Alcántara. Contaba a la sazón dieciocho años.
Pero, los superiores, recelosos, sin duda, ante la juventud, el semblante
místico, que tal vez tomaron por afectado, y el vestido un tanto rústico
y desmazalado del santo pretendiente, negáronse a recibirle, no obstante sus
fervorosas instancias. Mucho sintió Pascual la negativa, mas no por eso per-
dió la esperanza; entretanto, se alquiló como pastor de cierto hacendado
de aquellas cercanías, y fué admiración de cuantos pudieron observar la
vida penitente y de oración casi continua que llevaba.
Los días festivos eran para nuestro Santo los más felices de su existen-
cia. pues, como en ellos no sacaba a pastar el rebaño, los pasaba en la
iglesia del convento asistiendo al Santo Sacrificio de la Misa, en la que
recibía la Sagrada Comunión, y permanecía después largas horas en arroba-
dores éxtasis, de los que le sacaba la necesidad de abandonar el templo a
la puesta del sol. Los días de trabajo no podía asistir eorporalmente al
Santo Sacrificio, pero asistía en espíritu comulgando de igual forma, con
tan gran devoción que mereció de la Bondad divina verse favorecido con
la aparición de la Sagrada Hostia, encerrada en riquísima custodia, soste-
nida por dos ángeles. Con esto concibió un amor tan profundo a la divina
Eucaristía, que a partir de aquel instante su principal devoción fué el San-
tísimo Sacramento del Altar.
Así vivió durante algún tiempo: ya sólo se le conocía en la comarca por
el nombre del pastor santo, nías él, temeroso de que la vanidad no ensom-
breciera su alma y queriendo vivir para su mayor seguridad desconocido
de los hombres, en el año 1564 pidió el hábito de San Francisco a los santos
moradores del convento de Monfort. que, como ya conocían lo extraordina-
rio de sus virtudes. le recibieron con grandes y sinceras demostraciones
de júbilo.
Desde luego quisieron admitirle entre los religiosos de coro, pero Pas-
cual, cuya humildad era tan extraordinarit como sus demás virtudes, no
quiso pasar de la modesta condición de hrmano converso, y, como tal,
hizo sus votos terminado el año de noviáado.
Los oficios que desempeñó en el convenb de Monfort fueron los que le
correspondían como Hermano converso; porfero unas veces, refitolero otras,
a veces limosnero, cocinero u hortelano; en todos ellos se portó a satisfac-
ción de sus superiores en las distintas casa: de la Orden a que le llevó la
santa obediencia. El convento de Villarreal. que le albergó durante los úl-
timos años de su vida, ha alcanzado gran celebridad por los muchos prodi-
gios que incesantemente Dios ha obrado cite su glorioso sepulcro.
EMOS aludido a la humildad de Pascual Bailón al mencionar la
lente virtud llegó a sobresalir de tal moda que bastaba darle la menor
alabanza para sumirle en hondísima aflicciin, de la que salía cuando sus
superiores le reprendían, no porque hubiea cometido alguna falta, sino
porque sabían que aquélla era la única maiera le consolarle del dolor que
le causaba cualquier elogio dirigido a su ]ersona o a sus obras.
Por esta causa, aunque jamás descuidaba voluntariamente los deberes
de su oficio, hallaba cierta satisfacción cuindo por inadvertencia incurría,
en algún ligero descuido, pues la seguridad de ser reprendido compensaba
en su ánimo, con creces, la pena que le caisaba su involuntaria falta.
Cierto día, fregando un plato, se le cay» de las manos y se rompió en
pedazos. Recogiólos fray Pascual, y — cono es corriente en algunos con-
ventos— colgándolos de una cuerda que se puso al cuello, presentóse ante
la comunidad, confesando su culpa. El sup:rior, atento siempre a ejercitar
la virtudes de nuestro Santo, le reprendió <on tal aspereza que algunos re-
ligiosos se apresuraron a consolar al santo lego. «Callaos — les contestó—
y tened en cuenta que el Espíritu Santo halla siempre por la boca de nues-
tro superior».
Pues si en grado tan sublime practícala la humildad nuestro Santo,
puede afirmarse que en la virtud de la obediencia descolló sobremanera
imitando a quien por nosotros se hizo obediente hasta la muerte, y muerte
de cruz. Animado del mayor respeto a su ¡anta Regla, practicóla perfecta-
mente hasta en las menores prescripciones, siendo el premio de su obser-
vancia las luces sobrenaturales con que el Señor le favorecía, de tal suerte
que más de una vez sus superiores acudían a él para consultarle en las dudas.
HUMILDAD. — OBEDIENCIA HEROICA
resistencia que opuso a ser admitilo en el convento- de Monfort
como religioso de coro; y ahora henos de añadir que en tan exce-
I^O N E el hereje la lanza en el pecho de San Pascual Bailón, y
1 le dice: — « ¿Dónde está D ios?» — uEn el cielo», contesta el
Santo, y el hereje se retira. Piensa luego que si dice: «...y en el
Santísimo Sacramento-», el hugonote le hubiera matado, y siente
haber perdido la ocasión de ser m ártir
Como veía en ellos a los representantes de Dios, Pascual, venciendo su na-
tural repugnancia, obedecíales ciegamente a la menor indicación, teniendo
presente que el Espíritu Santo habla por boca de ellos; y así, en casos se-
mejantes, ncostmubraba responder: «Procederé conforme ordenare la obe-
diencia».
El superior de los religiosos observantes descalzos de Valencia tuvo ne-
cesidad de escribir al general de la Orden, que por aquel entonces residía
en París, y. como la nación vecina se hallaba en un estado de agitación
extraordinaria a causa de los desórdenes y tropelías cometidos por los cal-
vinistas, era punto menos que imposible el hacer llegar la misiva a su des-
tino sin correr gravísimos peligros, incluso el de perder la vida el portador
de ella. En esta situación se propuso se encargara del susodicho mensaje
a Pascual Bailón, que accedió gustoso, pues su más ardiente deseo era dar
la vida por Jesucristo.
Inmediatamente emprendió el camino, sin cuidarse siquiera de proveerse
de lo más indispensable para tan largo viaje, y a pie y descalzo atravesó
los Pirineos, llegando hasta Tolosa de Francia, donde había un convento
de su Orden, al que se acogió para tomar algún descanso y los informes
necesarios para el mejor cumplimiento de su arriesgada misión.
Reunidos en Capítulo los religiosos del mencionado convento, discutieron
largamente acerca de si podían, en conciencia, consentir que prosiguera su
viaje el santo mensajero, pues había muchas probabilidades de que cayera
en manos de las hordas de hugonotes que infestaban todos los caminos de
Francia; pero nuestro Santo respondió a todos los reparos que se le pro-
pusieron para disuadirle de llevar a término el encargo que se le había en-
comendado, que por encima de todos los peligros que correr pudiera, estaba
la obligación que tenía de obedecer a su superior, y que antes perdería mil
vidas que dejar de cumplir lo que le había mandado quien tenía potestad
para ello.
Oídas tales palabras y vista la firme resolución del santo mensajero de
ponerlas por obra, los religiosos de Tolosa le dejaron marchar, aconseján-
dole que se vistiera de seglar para pasar inavertido. N o se avino a ello el
siervo de Dios y prosiguió el camino hacia París, preservándole la Divina
Providencia de los grandes peligros que le amenazaron, pues más de una
vez fué perseguido a palos y a pedradas por las turbas calvinistas, y aun
en cierta ocasión recibió grave herida, de la que se resintió hasta su muer-
te. También fué preso dos veces y acusado de espionaje, librándose de la
muerte por visible protección del ciclo.
Los trabajos y fatigas que sufrió en aquel viaje fueron innumerables.
Un día se vio tan apretado por el hambre que, para no morir de inanición,
llamó a la puerta de un castillo pidiendo por amor de Dios un pedazo de
pan. El dueño del castillo era hugonote y. al anunciarle que un fraile
desarrapado y de mala catadura pedía limosna, mandó que le llevasen a
su presencia. Examinóle de pies a cabeza y, al ver su cara tan morena, y
sospechando no fuese algún espía español, disponíase a darle muerte, cuan-
do su mujer, movida a piedad, púsole secretamente en salvo, sin pensar
siquiera en darle un bocado de pan; pero lo obtuvo de caridad en una casa
de campo vecina.
Pero todavía le quedaban por sufrir otros riesgos a nuestro Santo, pues,
apenas escapó de los inminentes peligros del castillo hugonote, se vió asal-
tado por una turba de campesinos, a quienes llamó la atención su hábito,
los cuales, tras colmarle de insultos y de golpes, le encerraron en una
cuadra, en donde permaneció toda la noche entregado a la oración, hasta
que al amanecer del nuevo día uno de los que le habían encerrado, arrepen-
tido de su cruel acción, le puso en libertad y le socorrió con una limosna.
Sin otros incidentes dignos de ser especialmente mencionados, llegó a
París el santo Hermano converso, y, después de haber cumplido la misión
que le llevó a la capital de Francia, emprendió su retorno a España. Lo
más notable que le aconteció fué el encuentro que tuvo con un caballero
que, yéndose sobre nuestro bienaventurado lanza en ristre, se la puso al
pecho diciendo:
— ¿Dónde está Dios?
— En el cielo — respondió Pascual, sin turbarse.
Oída esta respuesta, el caballero retiró la lanza y se marchó sin pro-
nunciar palabra. El Santo prosiguió también su camino, y, reflexionando
sobre lo que acababa de ocurrir, cayó en la cuenta de que había omitido
decir que también se hallaba en el Santísimo Sacramento del Altar. «¡A y
de mí! — exclamó, convencido de que aquel caballero era un hereje que
tal vez buscaba aquella declaración de fe católica para darle muerte— . He
perdido la ocasión de morir mártir; mi indignidad me ha privado de gra-
cia tan inefable».
SU CARIDAD CON LOS POBRES
V
U E LTO al convento, reanudó nuestro bienaventurado su vida de
humildad y penitencia, dando además pruebas de ardiente caridad
para con los pobres, con quienes se hallaba en contacto diario por
ser portero del convento. Jamás negó una limosna a los muchos indigentes
que llegaban a la portería; y un día en que, por la penuria que se padecía
en la comarca, le reprendió el superior su largueza, que podía ser causa
de que la comunidad llegase a carecer de sustento, le respondió el Herma-
no Pascual:
— Si se presentasen doce pobres pidiendo limosna y solamente se la diera
a diez, ¿qué sucedería si uno de los indigentes a quienes se la negara fuese
Nuestro Señor Jesucristo?
Ante esta respuesta calló el superior, dejando al Santo en libertad de
dar rienda suelta a su ardiente caridad, que llegó al extremo de privarse
de su propio alimento para socorrer a los necesitados.
Juntamente con su inagotable caridad, poseía un espíritu eminentemente
pacificador, con el que consiguió reconciliar a implacables enemigos. De
ello pueden presentarse innumerables ejemplos, pero sólo citaremos el caso
de un joven poseído de tan insaciable sed de venganza contra el asesino de
su padre, que nadie podía disuadirle de quitar la vida a su enemigo. Sú-
polo el santo portero e inmediatamente tomó a su cargo la empresa de
reconciliar a aquellos dos hombres, yendo para ello a visitar al joven ven-
gativo. Sus esfuerzos resultaron en un principio inútiles; pero luego se
arrojó a sus pies, diciéndole: «Hermano mío, perdónale por amor de Dios».
Estas palabras conmovieron hondamente al joven, que por amor de Dios
perdonó al matador de su padre.
A austeridad de San Pascual Bailón espantaba a los religiosos más
mortificados; ayunaba diariamente y con frecuencia a pan y agua,
y aun entonces sólo tomaba lo estrictamente necesario para no des-
fallecer. Siempre escogía para sí los alimentos más ordinarios del convento
y muchas veces se contentaba con las sobras de sus Hermanos, siendo ne-
cesario que sus superiores le mandasen en nombre de santa obediencia que
tomase otros manjares menos despreciables.
Breves horas permitía descansar a su cuerpo sobre el duro suelo y en
una postura molesta, aumentando su incomodidad cargándole de cade-
nas y ciñéndole con ásperos cilicios. No satisfecho con esto, se disciplinaba
con frecuencia hasta hacer correr la sangre de su inocente cuerpo, al cual,
para mortificarlo más aún, del exiguo descanso que le concedía, sustraíale
con frecuencia buena parte, que dedicaba a prolongadas oraciones.
Este cúmulo de austeridades, al paso que debilitaba su cuerpo, elevaba
su espíritu al conocimiento perfecto de las verdades sobrenaturales. Favo-
recido con éxtasis divinos, el Señor se le mostraba en todo el esplendor de
su gloria, y aquel humilde religioso adelantaba en la ciencia divina mu-
cho más de lo que hubiera podido hacerlo estudiando los tratados de los
más eminentes teólogos.
Muchos de éstos, aun de entre los más eximios de su tiempo, iban a
consultarle los puntos más intrincados de las verdades de la fe, quedando
AUSTERIDADES. — CIENCIA EMINENTE
pasmados de sus respuestas, reflejo fiel de la sabiduría divina. Nuestro
Santo rehuía por humildad aquellas consultas; pero cuando la obediencia
le obligaba a resolverlas, o el misericordioso deseo de enseñar a los igno-
rantes abría sus labios, la elocuencia que por ellos se desbordaba y la cari-
dad con que exponía la doctrina católica, dejaba extáticos a cuantos tenían
la dicha de oírle. Esto le valió la persecución de los herejes, a quienes
confundía con sus argumentos, y en más de una ocasión fué el blanco de
las iras de aquellos enemigos de la fe, que le maltrataron cruelmente, sien-
do necesaria la protección especial de la divina Providencia para que sa-
liera con vida de sus manos.
El Hermano Pascual amaba tiernamente a la Santísima Virgen y a ella
acudía con filial confianza; pero su devoción principal era — como hemos
dicho— la Sagrada Eucaristía.
SU MUERTE Y RELIQUIAS
C
OLM ADO de méritos y a la hora que él mismo predijo, durmióse
San Pascual tranquilamente en el Señor, el domingo de Pentecos-
tés — 17 de mayo de 1592— , durante la elevación de la Sagrada
Hostia. Tan luego como cundió la noticia de su muerte, los fieles acudieron
a contemplarle, siendo tal la afluencia de ellos que sólo al tercer día pudo
celebrarse su entierro. Las honras fueron solemnísimas como se ven pocas
veces. Durante la misa, el difunto, que tenía los ojos cerrados, los abrió por
dos veces: la primera al alzar la Hostia y la segundo al alzar el Cáliz, con
gran admiración de los concurrentes.
Dios nuestro Señor preservó el cuerpo de su siervo de la corrupción
del sepulcro; en el siglo X V II conservaba atin toda su frescura. Los mu-
chos milagros que hizo en vida y los que Dios obró por su intercesión junto
a su sepulcro, movieron al rey de España y a otros soberanos, a príncipes,
nobles y personas de toda clase, a pedir su beatificación, que decretó el
año 1618 el pontífice Paulo V; el 16 de octubre de 1690 fué solemnemente
canonizado por Alejandro V III; finalmente, el 28 de noviembre de 1897,
León X III le proclamó Patrono de los Congresos y Obras Eucarísticas.
Uno de los más señalados milagros que se cuentan de este Santo son
los golpes con que suele anunciarse a sus devotos en circunstancias extra-
ordinarias. Cuando son fuertes estos golpes, indican una calamidad futura
y aun la proximidad de la muerte; si son suaves quiere decir, por el con-
trario, que los ruegos dirigidos a San Pascual Bailón han sido favorable-
mente escuchados.

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San Pascual Bailón, el pastorcillo santo

  • 1. D IA 17 DE M A Y O SAN PASCUAL BAILON RELIGIOSO LEGO DE LOS FRAILES MENORES (1540 - 1592) N ACIÓ Pascual Bailón el 16 de mayo de 1540, día de Pentecostés, en Torre Hermosa, villa de la provincia de Castellón, pero que pertenecía entonces al reino de Aragón. Sus piadosos padres, Martín Bailón e Isabel Jubera, eran humildes labradores. Pusieron éstos especialísimo cuidado en educar santamente a un hijo que, prevenido desde la cuna con todos los dones de la gracia, se anticipó a la solicitud de los autores de sus días dando muestras de acendrada piedad desde sus más tiernos años, pues, apenas comenzó a andar, era su mayor satisfacción encaminarse a la iglesia, donde pasaba largas horas extasiado en mística contemplación ante el tabernáculo en que se halla encerrado el augusto Sacramento de nuestros altares, siendo necesario muchas veces que su piadosa madre fuese a buscarle para que volviese a casa a tomar el alimento corporal preciso, que el santo niño olvidaba, nutrido su espíritu por aquel otro en que tan celestial deleite hallaba. F.ste fué el blanco, el ideal, el «summum» de todos los afectos y ternuras de este Santo durante toda su vida.
  • 2. EL PASTORCILLO A PEN AS frisaba en los siete años, ciando la pobreza de sus padres le obligó a ganarse el sustento dedicindose a la guarda de un rebaño, oficio humilde que el niño Pascua glorificó con sus virtudes. Bien poco atendida quedaba su instruccún, puesto que no sabía leer; mas como era de entendimiento claro y ánino resuelto, proveyóse de algunos libros y. poco a poco, auxiliado por la gracia divina — hay quien afirma que los ángeles bajaron a enseñarle— , apiendió las primeras letras, y desde entonces todo su anhelo se cifró en procurarse libros piadosos, cuya lectura le ocupaba todo el tiempo que no empleaia en la oración. Como todos los predestinados a la bieiaventuranza eterna, se distinguía por su ardiente devoción a la Virgen Maía y al Santísimo Sacramento; es- culpió en su cayado la imagen bendita le la divina Madre coronada con una Hostia esplendorosa, para tener presmtes de continuo entrambas pren- das de su devoción, fineza a la que la excelsa Señora correspondió favore- ciendo a nuestro Santo con regaladas apiriciones. Desde aquel momento, Pascual entregóse por completo a la oración y al silencio, y apartó de sus labios con suno cuidado toda palabra ociosa y vana. El maravilloso espectáculo de la natiraleza le preocupaba menos que el pensamiento de la Eucaristía. Vivamente ¡enetrado del amor divino había de exteriorizarlo, y así constituíase en predicador familiar exhortando a sus amiguitos a amar a Nuestro Señor Jesucisto y a su Santísima Madre por sus palabras y por sus ejemplos. Con h edad crecían también en él la sencillez, rectitud y santo temor de Dios Era humilde, inocente, modesto, benigno, manso cariñoso, hasta cuando s< veía precisado a reprender a sus amigos si cometían alguna falta. Por lo cual su trato gustaba mucho a todos. El amo de Pascual, llamado Martín García, hombre virtuoso y dotado de abundantes bienes de fortuna, no tería hijos y, satisfecho del compor- tamiento y cualidades de Pascual, quiso instituirle su heredero; pero nues- tro bienaventurado declaróle que le bastea ser hijo de Dios y heredero de su gloria. Cuidaba con escrupuloso esmero el rebaño que su amo le confiara y no maltrataba nunca las ovejas, las cuales procuraba con todo empeño no causaran daño en las dehesas o campos de otros dueños; y, si alguna vez ocurría, a pesar de su cuidado, resarcía el perjuicio con su propio salario. Admiraban los demás pastores su caridad obsequiosa y la sinceridad de sus palabras. Era para los otros atento y complaciente, y solamente para consigo riguroso, pues, a pesar de sus ccrtos años, éranle ya familiares los ayunos, cilicios y disciplinas hasta el doramamiento de sangre.
  • 3. VOCACIÓN RELIGIOSA M AS dispuso el Señor alzarle a mayor perfección y, al efecto, infun- dióle vivo deseo de abrazar el estado religioso para entregarse sin trabas de ningún género al servicio de Dios en la soledad del claus- tro. Así se lo manifestó a otro pastor amigo suyo, llamado Juan Aparicio, que trató de disuadirle poniendo en duda la sinceridad de su vocación, a lo que respondió Pascual dando tres golpes con su cayado en la tierra, de la que surgieron tres manantiales de agua tan pura como la intención de nuestro bienaventurado que, no pudiendo resistir al llamamiento de Dios, se despidió de sus padres y, obtenida su bendición, se trasladó a Monfort, en el reino de Valencia, donde se hallaba establecido uno de los conventos fundados por San Pedro de Alcántara. Contaba a la sazón dieciocho años. Pero, los superiores, recelosos, sin duda, ante la juventud, el semblante místico, que tal vez tomaron por afectado, y el vestido un tanto rústico y desmazalado del santo pretendiente, negáronse a recibirle, no obstante sus fervorosas instancias. Mucho sintió Pascual la negativa, mas no por eso per- dió la esperanza; entretanto, se alquiló como pastor de cierto hacendado de aquellas cercanías, y fué admiración de cuantos pudieron observar la vida penitente y de oración casi continua que llevaba. Los días festivos eran para nuestro Santo los más felices de su existen- cia. pues, como en ellos no sacaba a pastar el rebaño, los pasaba en la iglesia del convento asistiendo al Santo Sacrificio de la Misa, en la que recibía la Sagrada Comunión, y permanecía después largas horas en arroba- dores éxtasis, de los que le sacaba la necesidad de abandonar el templo a la puesta del sol. Los días de trabajo no podía asistir eorporalmente al Santo Sacrificio, pero asistía en espíritu comulgando de igual forma, con tan gran devoción que mereció de la Bondad divina verse favorecido con la aparición de la Sagrada Hostia, encerrada en riquísima custodia, soste- nida por dos ángeles. Con esto concibió un amor tan profundo a la divina Eucaristía, que a partir de aquel instante su principal devoción fué el San- tísimo Sacramento del Altar. Así vivió durante algún tiempo: ya sólo se le conocía en la comarca por el nombre del pastor santo, nías él, temeroso de que la vanidad no ensom- breciera su alma y queriendo vivir para su mayor seguridad desconocido de los hombres, en el año 1564 pidió el hábito de San Francisco a los santos moradores del convento de Monfort. que, como ya conocían lo extraordina- rio de sus virtudes. le recibieron con grandes y sinceras demostraciones de júbilo. Desde luego quisieron admitirle entre los religiosos de coro, pero Pas-
  • 4. cual, cuya humildad era tan extraordinarit como sus demás virtudes, no quiso pasar de la modesta condición de hrmano converso, y, como tal, hizo sus votos terminado el año de noviáado. Los oficios que desempeñó en el convenb de Monfort fueron los que le correspondían como Hermano converso; porfero unas veces, refitolero otras, a veces limosnero, cocinero u hortelano; en todos ellos se portó a satisfac- ción de sus superiores en las distintas casa: de la Orden a que le llevó la santa obediencia. El convento de Villarreal. que le albergó durante los úl- timos años de su vida, ha alcanzado gran celebridad por los muchos prodi- gios que incesantemente Dios ha obrado cite su glorioso sepulcro. EMOS aludido a la humildad de Pascual Bailón al mencionar la lente virtud llegó a sobresalir de tal moda que bastaba darle la menor alabanza para sumirle en hondísima aflicciin, de la que salía cuando sus superiores le reprendían, no porque hubiea cometido alguna falta, sino porque sabían que aquélla era la única maiera le consolarle del dolor que le causaba cualquier elogio dirigido a su ]ersona o a sus obras. Por esta causa, aunque jamás descuidaba voluntariamente los deberes de su oficio, hallaba cierta satisfacción cuindo por inadvertencia incurría, en algún ligero descuido, pues la seguridad de ser reprendido compensaba en su ánimo, con creces, la pena que le caisaba su involuntaria falta. Cierto día, fregando un plato, se le cay» de las manos y se rompió en pedazos. Recogiólos fray Pascual, y — cono es corriente en algunos con- ventos— colgándolos de una cuerda que se puso al cuello, presentóse ante la comunidad, confesando su culpa. El sup:rior, atento siempre a ejercitar la virtudes de nuestro Santo, le reprendió <on tal aspereza que algunos re- ligiosos se apresuraron a consolar al santo lego. «Callaos — les contestó— y tened en cuenta que el Espíritu Santo halla siempre por la boca de nues- tro superior». Pues si en grado tan sublime practícala la humildad nuestro Santo, puede afirmarse que en la virtud de la obediencia descolló sobremanera imitando a quien por nosotros se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Animado del mayor respeto a su ¡anta Regla, practicóla perfecta- mente hasta en las menores prescripciones, siendo el premio de su obser- vancia las luces sobrenaturales con que el Señor le favorecía, de tal suerte que más de una vez sus superiores acudían a él para consultarle en las dudas. HUMILDAD. — OBEDIENCIA HEROICA resistencia que opuso a ser admitilo en el convento- de Monfort como religioso de coro; y ahora henos de añadir que en tan exce-
  • 5. I^O N E el hereje la lanza en el pecho de San Pascual Bailón, y 1 le dice: — « ¿Dónde está D ios?» — uEn el cielo», contesta el Santo, y el hereje se retira. Piensa luego que si dice: «...y en el Santísimo Sacramento-», el hugonote le hubiera matado, y siente haber perdido la ocasión de ser m ártir
  • 6. Como veía en ellos a los representantes de Dios, Pascual, venciendo su na- tural repugnancia, obedecíales ciegamente a la menor indicación, teniendo presente que el Espíritu Santo habla por boca de ellos; y así, en casos se- mejantes, ncostmubraba responder: «Procederé conforme ordenare la obe- diencia». El superior de los religiosos observantes descalzos de Valencia tuvo ne- cesidad de escribir al general de la Orden, que por aquel entonces residía en París, y. como la nación vecina se hallaba en un estado de agitación extraordinaria a causa de los desórdenes y tropelías cometidos por los cal- vinistas, era punto menos que imposible el hacer llegar la misiva a su des- tino sin correr gravísimos peligros, incluso el de perder la vida el portador de ella. En esta situación se propuso se encargara del susodicho mensaje a Pascual Bailón, que accedió gustoso, pues su más ardiente deseo era dar la vida por Jesucristo. Inmediatamente emprendió el camino, sin cuidarse siquiera de proveerse de lo más indispensable para tan largo viaje, y a pie y descalzo atravesó los Pirineos, llegando hasta Tolosa de Francia, donde había un convento de su Orden, al que se acogió para tomar algún descanso y los informes necesarios para el mejor cumplimiento de su arriesgada misión. Reunidos en Capítulo los religiosos del mencionado convento, discutieron largamente acerca de si podían, en conciencia, consentir que prosiguera su viaje el santo mensajero, pues había muchas probabilidades de que cayera en manos de las hordas de hugonotes que infestaban todos los caminos de Francia; pero nuestro Santo respondió a todos los reparos que se le pro- pusieron para disuadirle de llevar a término el encargo que se le había en- comendado, que por encima de todos los peligros que correr pudiera, estaba la obligación que tenía de obedecer a su superior, y que antes perdería mil vidas que dejar de cumplir lo que le había mandado quien tenía potestad para ello. Oídas tales palabras y vista la firme resolución del santo mensajero de ponerlas por obra, los religiosos de Tolosa le dejaron marchar, aconseján- dole que se vistiera de seglar para pasar inavertido. N o se avino a ello el siervo de Dios y prosiguió el camino hacia París, preservándole la Divina Providencia de los grandes peligros que le amenazaron, pues más de una vez fué perseguido a palos y a pedradas por las turbas calvinistas, y aun en cierta ocasión recibió grave herida, de la que se resintió hasta su muer- te. También fué preso dos veces y acusado de espionaje, librándose de la muerte por visible protección del ciclo. Los trabajos y fatigas que sufrió en aquel viaje fueron innumerables. Un día se vio tan apretado por el hambre que, para no morir de inanición, llamó a la puerta de un castillo pidiendo por amor de Dios un pedazo de pan. El dueño del castillo era hugonote y. al anunciarle que un fraile
  • 7. desarrapado y de mala catadura pedía limosna, mandó que le llevasen a su presencia. Examinóle de pies a cabeza y, al ver su cara tan morena, y sospechando no fuese algún espía español, disponíase a darle muerte, cuan- do su mujer, movida a piedad, púsole secretamente en salvo, sin pensar siquiera en darle un bocado de pan; pero lo obtuvo de caridad en una casa de campo vecina. Pero todavía le quedaban por sufrir otros riesgos a nuestro Santo, pues, apenas escapó de los inminentes peligros del castillo hugonote, se vió asal- tado por una turba de campesinos, a quienes llamó la atención su hábito, los cuales, tras colmarle de insultos y de golpes, le encerraron en una cuadra, en donde permaneció toda la noche entregado a la oración, hasta que al amanecer del nuevo día uno de los que le habían encerrado, arrepen- tido de su cruel acción, le puso en libertad y le socorrió con una limosna. Sin otros incidentes dignos de ser especialmente mencionados, llegó a París el santo Hermano converso, y, después de haber cumplido la misión que le llevó a la capital de Francia, emprendió su retorno a España. Lo más notable que le aconteció fué el encuentro que tuvo con un caballero que, yéndose sobre nuestro bienaventurado lanza en ristre, se la puso al pecho diciendo: — ¿Dónde está Dios? — En el cielo — respondió Pascual, sin turbarse. Oída esta respuesta, el caballero retiró la lanza y se marchó sin pro- nunciar palabra. El Santo prosiguió también su camino, y, reflexionando sobre lo que acababa de ocurrir, cayó en la cuenta de que había omitido decir que también se hallaba en el Santísimo Sacramento del Altar. «¡A y de mí! — exclamó, convencido de que aquel caballero era un hereje que tal vez buscaba aquella declaración de fe católica para darle muerte— . He perdido la ocasión de morir mártir; mi indignidad me ha privado de gra- cia tan inefable». SU CARIDAD CON LOS POBRES V U E LTO al convento, reanudó nuestro bienaventurado su vida de humildad y penitencia, dando además pruebas de ardiente caridad para con los pobres, con quienes se hallaba en contacto diario por ser portero del convento. Jamás negó una limosna a los muchos indigentes que llegaban a la portería; y un día en que, por la penuria que se padecía en la comarca, le reprendió el superior su largueza, que podía ser causa de que la comunidad llegase a carecer de sustento, le respondió el Herma- no Pascual:
  • 8. — Si se presentasen doce pobres pidiendo limosna y solamente se la diera a diez, ¿qué sucedería si uno de los indigentes a quienes se la negara fuese Nuestro Señor Jesucristo? Ante esta respuesta calló el superior, dejando al Santo en libertad de dar rienda suelta a su ardiente caridad, que llegó al extremo de privarse de su propio alimento para socorrer a los necesitados. Juntamente con su inagotable caridad, poseía un espíritu eminentemente pacificador, con el que consiguió reconciliar a implacables enemigos. De ello pueden presentarse innumerables ejemplos, pero sólo citaremos el caso de un joven poseído de tan insaciable sed de venganza contra el asesino de su padre, que nadie podía disuadirle de quitar la vida a su enemigo. Sú- polo el santo portero e inmediatamente tomó a su cargo la empresa de reconciliar a aquellos dos hombres, yendo para ello a visitar al joven ven- gativo. Sus esfuerzos resultaron en un principio inútiles; pero luego se arrojó a sus pies, diciéndole: «Hermano mío, perdónale por amor de Dios». Estas palabras conmovieron hondamente al joven, que por amor de Dios perdonó al matador de su padre. A austeridad de San Pascual Bailón espantaba a los religiosos más mortificados; ayunaba diariamente y con frecuencia a pan y agua, y aun entonces sólo tomaba lo estrictamente necesario para no des- fallecer. Siempre escogía para sí los alimentos más ordinarios del convento y muchas veces se contentaba con las sobras de sus Hermanos, siendo ne- cesario que sus superiores le mandasen en nombre de santa obediencia que tomase otros manjares menos despreciables. Breves horas permitía descansar a su cuerpo sobre el duro suelo y en una postura molesta, aumentando su incomodidad cargándole de cade- nas y ciñéndole con ásperos cilicios. No satisfecho con esto, se disciplinaba con frecuencia hasta hacer correr la sangre de su inocente cuerpo, al cual, para mortificarlo más aún, del exiguo descanso que le concedía, sustraíale con frecuencia buena parte, que dedicaba a prolongadas oraciones. Este cúmulo de austeridades, al paso que debilitaba su cuerpo, elevaba su espíritu al conocimiento perfecto de las verdades sobrenaturales. Favo- recido con éxtasis divinos, el Señor se le mostraba en todo el esplendor de su gloria, y aquel humilde religioso adelantaba en la ciencia divina mu- cho más de lo que hubiera podido hacerlo estudiando los tratados de los más eminentes teólogos. Muchos de éstos, aun de entre los más eximios de su tiempo, iban a consultarle los puntos más intrincados de las verdades de la fe, quedando AUSTERIDADES. — CIENCIA EMINENTE
  • 9. pasmados de sus respuestas, reflejo fiel de la sabiduría divina. Nuestro Santo rehuía por humildad aquellas consultas; pero cuando la obediencia le obligaba a resolverlas, o el misericordioso deseo de enseñar a los igno- rantes abría sus labios, la elocuencia que por ellos se desbordaba y la cari- dad con que exponía la doctrina católica, dejaba extáticos a cuantos tenían la dicha de oírle. Esto le valió la persecución de los herejes, a quienes confundía con sus argumentos, y en más de una ocasión fué el blanco de las iras de aquellos enemigos de la fe, que le maltrataron cruelmente, sien- do necesaria la protección especial de la divina Providencia para que sa- liera con vida de sus manos. El Hermano Pascual amaba tiernamente a la Santísima Virgen y a ella acudía con filial confianza; pero su devoción principal era — como hemos dicho— la Sagrada Eucaristía. SU MUERTE Y RELIQUIAS C OLM ADO de méritos y a la hora que él mismo predijo, durmióse San Pascual tranquilamente en el Señor, el domingo de Pentecos- tés — 17 de mayo de 1592— , durante la elevación de la Sagrada Hostia. Tan luego como cundió la noticia de su muerte, los fieles acudieron a contemplarle, siendo tal la afluencia de ellos que sólo al tercer día pudo celebrarse su entierro. Las honras fueron solemnísimas como se ven pocas veces. Durante la misa, el difunto, que tenía los ojos cerrados, los abrió por dos veces: la primera al alzar la Hostia y la segundo al alzar el Cáliz, con gran admiración de los concurrentes. Dios nuestro Señor preservó el cuerpo de su siervo de la corrupción del sepulcro; en el siglo X V II conservaba atin toda su frescura. Los mu- chos milagros que hizo en vida y los que Dios obró por su intercesión junto a su sepulcro, movieron al rey de España y a otros soberanos, a príncipes, nobles y personas de toda clase, a pedir su beatificación, que decretó el año 1618 el pontífice Paulo V; el 16 de octubre de 1690 fué solemnemente canonizado por Alejandro V III; finalmente, el 28 de noviembre de 1897, León X III le proclamó Patrono de los Congresos y Obras Eucarísticas. Uno de los más señalados milagros que se cuentan de este Santo son los golpes con que suele anunciarse a sus devotos en circunstancias extra- ordinarias. Cuando son fuertes estos golpes, indican una calamidad futura y aun la proximidad de la muerte; si son suaves quiere decir, por el con- trario, que los ruegos dirigidos a San Pascual Bailón han sido favorable- mente escuchados.