4. Había allí seis recipientes de piedra, de los que usan los
judíos para sus purificaciones, de unos cien litros de
capacidad cada uno. Jesús dijo: “Llenen de agua esos
recipientes”. Y los llenaron hasta el borde. “Saquen
ahora, les dijo, y llévenlo al mayordomo”. Y ellos se lo
llevaron.
Después de probar el agua convertida en vino, el
mayordomo llamó al novio, pues no sabía de donde
provenía, a pesar de que lo sabían los sirvientes que
habían sacado el agua. Y le dijo: “Todo el mundo sirve al
principio el vino mejor, y cuando ya todos han bebido
bastante, les dan el de menos calidad; pero tu has dejado
el mejor vino hasta ese momento”.
Esta señal milagrosa fue la primera, y Jesús la hizo en
Caná de galilea. Así manifestó su gloria y sus discípulos
creyeron en él. (Juan 2, 6-12)
6. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón. “Lleva la barca
mar adentro y echen las redes para pescar”. Simón
respondió: “Maestro, por más que lo hicimos durante
toda la noche, no pescamos nada; pero, si tú lo dices,
echaré las redes”. Así lo hicieron, y pescaron tal cantidad
de peces, que las redes casi se rompían. Entonces hicieron
señas a sus compañeros que estaban en la otra barca
para que vinieran a ayudarles. Vinieron y llenaron tanto
las dos barcas, que por poco se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se arrodilló ante Jesús, diciendo:
“Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador”
Pues tanto él como sus ayudantes se habían quedado sin
palabras por la pesca que acababan de hacer. Lo mismo
le pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo,
compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón: “No temas; en adelante serás
pescador de hombres”. En seguida llevaron sus barcas a
tierra, lo dejaron todo y siguieron a Jesús. (Lucas 5, 4-11)
8. Jesús subió a la barca y sus discípulos le siguieron. Se
levantó una tormenta muy violenta en el lago, con
olas que cubrían la barca, pero él dormía. Los
discípulos se acercaron y lo despertaron diciendo:
“¡Señor, sálvanos, que estamos perdidos!” Pero él les
dijo: “¡Qué miedoso son ustedes! ¡Qué poca fe
tienen!”. Entonces se levantó, dio una orden al viento
y al mar, y todo volvió a la más completa calma.
Grande fue el asombro; aquellos hombres decían:
“¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le
obedecen?” (Mateo 8, 23-27)
10. Cuando ya caía la tarde, sus discípulos se le acercaron,
diciendo: “Estamos en un lugar despoblado y ya ha
pasado la hora. Despide a esta gente para que se vayan a
las aldeas y se compren algo de comer”.
Pero Jesús les dijo: “No tienen porque irse; denles
ustedes de comer”. Ellos respondieron: “Aquí sólo
tenemos cinco panes y dos pescados”. Jesús les dijo:
“Tráiganmelos para acá”.
Y mandó a la gente que se sentara en el pasto. Tomó los
cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo,
pronunció la bendición, partió los panes y los entregó a
los discípulos. Y los discípulos los daban a la gente. Todos
comieron y se saciaron, y se recogieron los pedazos que
sobraron: ¡doce canastos llenos! Los que habían comido
eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
(Mateo 14, 15-21)
12. Antes del amanecer, Jesús vino hacia ellos caminando
sobre el mar. Al verlo caminando sobre el mar, se
asustaron y exclamaron: “¡Es un fantasma!” Y por el
miedo se pusieron a gritar.
En seguida Jesús les dijo: “Ánimo, no teman, que soy yo”.
Pedro contestó: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a tí
caminando sobre el agua”. Jesús le dijo: “Ven”. Pedro
bajó de la barca y empezó a caminar sobre las aguas en
dirección a Jesús. Pero el viento seguía muy fuerte, tuvo
miedo y comenzó a hundirse. Entonces gritó: ”¡Señor,
sálvame!” Al instante Jesús extendió la mano y lo agarró,
diciendo: “Hombre de poca fe, ¿por qué has vacilado?”.
Subieron a la barca y cesó el viento, y los que estaban en
la barca se postraron ante él, diciendo:
“¡Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios!” (Mateo 14,
25-33)
14. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Siento compasión
de esta gente, pues hace ya tres días que me siguen y
no tienen comida. Y no quiero despedirlos en ayunas,
porque temo que se desmayen en el camino”. Sus
discípulos le respondieron: “Estamos en un desierto,
¿dónde vamos a encontrar suficiente pan como para
alimentar a tanta gente?. Jesús les dijo: “¿Cuántos panes
tienen ustedes?” Respondieron: “Siete, y algunos
pescaditos”.
Entonces Jesús mandó a la gente que se sentara en el
suelo. Tomó luego los siete panes y los pescaditos, dio
gracias y los partió. Iba entregándolos a los discípulos, y
estos los repartían a la gente.
Todos comieron hasta saciarse y llenaron siete cestos con
los pedazos que sobraron. Los que habían comido eran
cuatro mil hombres, sin contar mujeres y niños. (Mateo
15, 32-38)
16. Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago
y a Juan y los llevó a ellos solos a un monte alto. A la vista
de ellos su aspecto cambió completamente. Incluso sus
ropas se volvieron resplandecientes, tan blancas como
nadie en el mundo sería capaz de blanquearlas. Y se les
aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús.
Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “Maestro ¡qué
bueno es que estemos aquí! Levantemos tres chozas: una
para tí, otra para Moisés y otra para Elías”. En realidad
no sabía lo que decía, porque estaban aterrados. En eso
se formó una nube que los cubrió con su sombra, y desde
la nube llegaron estas palabras: “Este es mi Hijo, el
Amado, escúchenlo” Y de pronto, mirando a su
alrededor, no vieron ya a nadie; sólo Jesús estaba con
ellos. (Marcos 9, 2-8)
18. Al volver a Cafarnaún, se acercaron a Pedro los que
cobran el impuesto para el Templo. Le preguntaron:
“El maestro de ustedes, ¿no paga el impuesto?”.
Pedro respondió: “Claro que sí”. Y se fue a casa.
Cuando entraba, se anticipó Jesús y le dijo: “Dame tu
parecer, Simón. ¿Quiénes son los que pagan
impuestos o tributos a los reyes de la tierra: sus
hijos o los que no son de la familia?”. Pedro
contestó: “Los que no son de la familia”. Y Jesús le
dijo: “Entonces los hijos no pagan. Sin embargo,
para no escandalizar a esta gente, vete a la playa y
echa el anzuelo. Al primer pez que pesques ábrele la
boca, y hallarás en ella una moneda de plata.
Tómala y paga por tí y por mí”. (Mateo 17, 24-27)
20. Al regresar a la ciudad, muy de mañana, Jesús sintió
hambre. Divisando una higuera cerca del camino, se
acercó, pero no encontró más que hojas. Entonces
dijo a la higuera: “¡Nunca jamás volverás a dar
fruto!” Y al instante la higuera se secó.
Al ver esto, los discípulos se maravillaron: “¿Cómo
pudo secarse la higuera, y tan rápido?” Jesús les
declaró: “En verdad les digo: si tienen tanta fe como
para no vacilar, ustedes harán mucho más que secar
una higuera. Ustedes dirán a ese cerro: ¡Quítate de
ahí y échate al mar!, y así sucederá. Todo lo que
pidan en la oración, con tal de que crean, lo
recibirán”. (Mateo 21, 18-22)
22. Mientras comían, Jesús tomó pan, pronunció la
bendición, lo partió y lo dio a su discípulos, diciendo:
“Tomen y coman; esto es mi cuerpo”. Después tomó
una copa, dio gracias y se la pasó diciendo: “Beban
todos de ella: esta es mi sangre, la sangre de la
Alianza, que es derramada por muchos, para el
perdón de sus pecados. Y les digo que desde ahora
no volveré a beber del fruto de la vid, hasta el día
en que lo beba nuevo con ustedes en el Reino de mi
Padre”. (Mateo 26, 26-29)
23. • Los milagros son el lenguaje de Dios. La naturaleza habla
de la gloria de Dios. Para los ojos despiertos, que no están
nublados por la rutina, toda la creación es un canto de
alabanza al Creador que pregona: Él nos ha hecho.
• La belleza del mundo es palabra hermosa que habla de
Dios. Todo habla de Dios y de su esplendor de gloria. Pero
el milagro tiene un lenguaje especial. Es el lenguaje
privado de Dios. Sólo Él puede emitir una palabra que vaya
más allá de los límites que ha querido establecer en la
naturaleza.
• Los milagros hablan del amor omnipotente del eterno. Y
Dios habla en Jesús con tantos milagros que, al cabo de
los tres años, casi se acostumbran a esa grandeza. Todos
los milagros de Jesús son para el bien; nunca realiza
ningún milagro para castigar o hacer caer fuego del cielo
sobre los injustos o los malhechores. Los que los observan,
ven el dedo de Dios que señala: mirad a mi Hijo.