Respuesta del movimiento Izquierda Revolucionaria Internacionalista al artículo del historiador Adolfo Gilly con respecto a los eventos del sábado 1° de diciembre.
Horarios de cortes de luz en Los Ríos para este lunes, 22 de abril, según CNEL
Respuesta a Adolfo Gilly - Izquierda Revolucionaria Internacionalista
1. Respuesta
a
Adolfo
Gilly
Hemos
leído
su
artículo
“la
provocación
del
primer
día”
con
algo
de
indignación.
Estamos
en
absoluto
desacuerdo
con
usted
y
expondremos
aquí
nuestras
razones.
La
idea
que
usted
desliza
en
su
artículo
es
que
el
enfrentamiento
que
se
vivió
en
las
afueras
de
San
Lázaro
el
día
primero
de
diciembre
fue
organizado
y
protagonizado
por
la
Policía
Federal,
y
asistido
por
unos
cuantos
actores
secundarios:
manifestantes
pacíficos
orillados
por
su
sicología
machista
y
maestros
de
la
Coordinadora
que
estuvieron
casualmente
en
el
lugar
y
momento
equivocados.
Quienes
mantuvieron
un
enfrentamiento
que
se
prolongó
por
casi
seis
horas
sin
bajar
de
tono
en
casi
ningún
momento,
habrían
sido
policías
federales
que
desde
semanas
atrás
habían
poblado
la
Acampada
Revolución
con
el
único
fin
de
montar
una
provocación
esa
mañana.
El
objetivo,
a
decir
de
su
artículo,
no
sería
otro
que
el
de
sabotear
al
gobierno
de
la
ciudad
y
a
su
supuesta
empresa
democrática
que
se
presentaría,
para
usted,
como
la
única
oposición
legítima
al
gobierno
naciente
de
Enrique
Peña
Nieto.
Nosotros
estuvimos
ahí
esa
mañana,
y
lo
que
vimos
y
vivimos
no
se
parece
casi
nada
a
lo
que
a
usted
le
contaron.
Nosotros,
y
otros
estudiantes
organizados
de
la
Facultad
de
Filosofía
y
Letras,
planeamos
durante
toda
la
semana
precedente
las
acciones
de
protesta
que
tomaríamos
ese
día
y
cómo,
con
qué
estrategia
y
con
qué
sentido
político
las
llevaríamos
a
cabo.
Las
discusiones
fueron
largas.
Conocemos
desde
hace
siete
meses
a
todos
los
que
participaron
en
ellas
y
no
dudamos
de
su
integridad
moral;
ni
por
asomo
insinuaríamos
que
alguno
de
aquellos
–quizás
50-‐
compañeros
es
policía
federal
o
trabaja
para
esa
institución.
Puedo
asegurar
que
todos
sabíamos
con
mucha
certeza
a
qué
íbamos
y
a
qué
riesgos
nos
enfrentábamos;
no
nos
tomó
por
sorpresa
la
beligerancia
de
algunos
compañeros
porque
simple
y
llanamente
la
compartíamos.
Así,
cuando
salimos
de
la
Acampada
Revolución,
en
marcha
hacia
San
Lázaro,
lo
hicimos
con
miedo
y
con
bastantes
nervios,
pero
también
con
convicción
y
determinación.
Sobre
lo
que
pasó
cuando
llegamos
hemos
leído
dos
versiones
contrapuestas.
Una,
de
gente
que
estuvo
ahí
y
que
asegura
que
los
granaderos
comenzaron
las
agresiones,
lanzándole
gas
a
una
manifestación
pacífica,
y
la
de
usted,
que
dice
que
los
manifestantes
que
venían
de
la
Acampada,
cuando
llegaron,
comenzaron
a
golpear
las
vallas
y
a
derribar
alguna
y
que
eso
suscitó
el
enfrentamiento.
No
queremos
discutir
aquí
sobre
quién
y
cuándo
comenzó
la
agresión.
Ese
es
un
dilema
periodístico
superficial,
que
no
sirve
para
explicar
sino
para
señalar
“culpables”;
quien
lo
plantea,
no
comprende
que
los
acontecimientos
se
insertan
en
duraciones
más
largas
y
en
coyunturas
precisas.
Usted
invocó
la
memoria
de
Alexis,
asesinado
por
el
actual
presidente,
con
latas
de
gas
iguales
a
las
que
tiraron
esa
mañana
e
hirieron
a
Kuy.
Pues
bien,
ese
crimen
y
la
ignominia
con
la
que
lo
rodeó
el
estado,
están
inscritos
en
nuestro
memorial
de
agravios,
que
es
el
de
los
estudiantes
organizados
desde
hace
décadas,
lo
llevamos
en
la
memoria
y
en
el
corazón
y
nos
hace
hervir
la
sangre.
No
es
patrimonio
exclusivo
de
Trini
y
de
América;
la
rememoración,
la
defensa
de
su
causa
y
de
su
dignidad,
la
hemos
asumido
todos
nosotros.
Es
usted
un
gran
historiador
y
sabe
mejor
que
nosotros
que
quien
disparó
primero
no
fueron
ni
los
jóvenes
ni
los
policías
que
se
hallaban
en
dos
lados
distintos
de
una
valla;
quien
disparó
primero
fue
el
estado,
y
su
objetivo
no
era
replegarnos
ni
provocarnos,
sino
matarnos
y
mutilarnos.
Los
jóvenes
que
acudimos
a
esa
cita
de
madrugada,
con
esa
determinación
clara
en
nuestras
mentes,
veníamos
de
un
proceso
de
lucha
intensísima
de
siete
meses.
Muchos
fuimos,
otros
siguen
siendo,
activistas
del
movimiento
Yo
Soy
132,
y
vivimos
y
aguantamos
asambleas
de
10
horas
–quizás
como
las
que
usted
conoció
en
Bolivia,
con
los
mineros-‐
y
algunas
de
varios
días,
marchas,
brigadeos,
mítines,
etc.
Para
algunos
de
nosotros
casi
nada
nuevo,
para
la
mayoría,
que
andan
por
los
20
años
de
edad,
se
trataba
de
una
experiencia
inédita.
Pero
para
casi
todos,
una
esperanza
y
unas
expectativas
muy
grandes
al
principio,
porque
pensamos
que
la
alianza
con
las
universidades
privadas
nos
podía
llevar
muy
lejos.
2. En
los
últimos
meses
las
expectativas
revolucionarias
se
convirtieron
en
hartazgo
e
incluso
en
rabia.
Porque
las
acciones
que
no
beneficiaran
directa
o
indirectamente
a
la
Coalición
Progresista
eran
rechazadas
o
marginadas,
porque
toda
crítica
a
la
izquierda
institucional
era
considerada
una
afrente
a
la
unidad
del
movimiento,
porque
todo
lo
que
se
acordaba
iba
a
tono
con
las
necesidades
del
GDF
y
porque
las
alianzas
con
otros
sectores
sociales
siempre
fueron
meramente
simbólicas
o
estuvieron
condicionadas
por
los
compromisos
corporativos
de
cada
quien.
Los
intereses
partidistas
de
algunos
de
los
miembros
más
influyentes
del
movimiento,
aunados
al
comprensible
pacifismo
de
las
asambleas
de
los
colegios
privados,
se
conjugaron
para
que
todo
lo
que
hiciera
el
movimiento,
después
del
2
de
julio,
fuera
marchar,
marchar
y
marchar,
siempre
cuidándose
de
no
poner
en
problemas
al
sacrosanto
gobierno
de
la
Ciudad
de
México.
Al
final,
era
obvio
que
el
aislamiento
en
el
que
había
caído
el
movimiento
se
debía
a
eso;
si
ya
no
sumaba
a
nadie,
era
porque
el
pueblo
sabe,
por
experiencia,
que
quienes
sólo
marchan
suelen
no
marchar
a
ningún
lado.
Así
que
la
protesta
del
primero
de
diciembre
debe
leerse
en
esas
coordenadas
de
los
procesos
largos
y
las
coyunturas,
y
no
caer
en
los
señalamientos
de
lo
inmediato.
Fue
consecuencia
de
esos
factores:
un
sector
grande
del
movimiento
decidió
que
para
romper
con
la
soledad
en
la
que
había
caído
era
necesario
acabar
con
la
lógica
del
compromiso
con
la
izquierda
burguesa.
No
sabemos
si
lo
haya
logrado,
ni
creemos
que
se
pueda
saber
pronto,
dado
el
terror
sembrado
en
las
organizaciones
sociales
por
la
represión
que
el
GDF
amenaza
con
seguir
ejerciendo.
Lo
que
sabemos
es
que
en
el
relato
de
usted,
faltan
actores,
o
más
bien,
confunde
a
protagonistas
con
secundarios.
Porque
en
estos
siete
meses,
no
recordamos
haber
sentido
mayor
cercanía
con
los
sectores
sociales
no
estudiantiles
que
la
que
sentimos
esa
mañana.
A
usted
no
le
contaron
de
las
maestras
que
salieron
de
su
contingente
a
socorrer,
con
vinagre
y
Coca-‐cola,
a
los
jóvenes
que
volvían
una
y
otra
vez
del
escenario
de
la
trifulca
con
la
cara
y
el
cuerpo
llenos
de
químicos;
lo
mismo
hay
que
decir
de
las
señoras,
vecinas
del
barrio,
que
salieron
de
sus
casas
a
ayudar
en
lo
que
podían
a
los
jóvenes
de
la
primera
línea.
Tampoco
le
contaron
a
usted
que
cada
vez
que
la
camioneta
de
la
CNTE
que
llevaba
el
altavoz
llamaba
a
la
retirada,
los
maestros
respondían
que
no,
que
se
quedaban
porque
no
dejarían
solos
a
los
jóvenes.
En
algún
momento,
una
de
aquellas
maestras
tomó
el
megáfono
–ese
momento
quedó
registrado
en
un
video-‐
y
llamó
a
sus
compañeros
a
apoyar
a
los
jóvenes
en
esa
lucha
porque
solos
no
podrían;
para
entonces,
había
ya
decenas
de
maestros
batiéndose
en
la
primera
línea,
eso
tampoco
se
lo
contaron
a
usted.
Pero
no
fueron
esas
las
únicas
muestras
de
solidaridad.
Ahora
sabemos
que
los
estudiantes
del
ITAM
y
de
la
Ibero,
que
llegaron
por
el
lado
del
metro
Moctezuma,
decidieron
cambiar
su
actitud
respecto
a
la
que
habían
tenido
durante
los
meses
anteriores.
Ahora,
en
lugar
de
llamar
provocador
y
porro
a
quien
golpeaba
las
vallas,
como
habían
hecho
la
noche
en
que
el
Tribunal
Electoral
dictó
su
sentencia,
decidieron
quedarse
hasta
el
final
sin
señalar
a
nadie,
manteniendo
el
axioma
de
que
todas
las
formas
de
lucha
son
legítimas.
No
intervinieron,
pero
se
quedaron
del
lado
del
que
sus
convicciones
les
dictaban,
y
no
de
ese
al
que
llamaba,
otra
vez,
la
conveniencia
política
partidista.
Nuestros
respetos
y
saludos
para
ellos.
Nosotros
no
identificamos
a
ningún
infiltrado,
ni
vimos,
por
más
que
algunos
de
nosotros
se
asomaron
cuando
se
podía
por
las
rendijas
de
las
vallas,
a
ningún
miembro
de
la
Acampada.
Pero
no
dudamos
que
hubo
infiltrados,
como
los
hay
en
cualquier
marcha
pacífica
y
en
cualquier
asamblea;
si
esperáramos
a
que
no
hubiera
un
solo
infiltrado
para
hacer
lo
que
consideramos
que
debemos
hacer,
no
lo
haríamos
nunca.
No
sabemos
hasta
qué
punto
los
infiltrados
incidieron
en
lo
que
pasó
ese
día,
en
cada
momento
y
en
cada
decisión,
porque
los
hechos
–usted
lo
sabe
muy
bien-‐
se
presentan
en
esas
situaciones
con
demasiada
rapidez
y
en
medio
de
gran
confusión.
Desconfiamos
de
cualquier
relato
presencial
que
asegure
haberse
percatado
de
esos
detalles.
Lo
que
sabemos
es
que
teníamos
claro
a
qué
íbamos
y
por
qué
lo
hacíamos.
También
sabemos
que
no
somos
policías
federales,
sino
estudiantes
y
académicos
que
llevamos
muchos
años
leyendo
a
Marx
y
a
Bakunin,
a
Lenin
y
a
Trotsky;
pero
también,
profesor
Gilly,
leemos
a
Benjamin,
a
Thompson
y
a
Guha.
Y
no
entendemos
por
qué,
cuando
son
aymaras
bolivianos
se
llama
revolución,
cuando
son
musulmanes
se
llama
primavera,
y
cuando
somos
nosotros
se
llama
3. provocación.
Sabemos
que
si
no
hubiera
sido
por
la
actitud
y
el
apoyo
que
muchísima
gente
de
las
clases
subalternas
brindó
esa
mañana,
no
hubiésemos
resistido
casi
seis
horas
de
gas
lacrimógeno
y
balas
de
goma.
Una
última
cosa.
Para
muchos,
entre
ellos
Marcelo
Ebrard
y
Miguel
Ángel
Mancera,
lo
mejor
hubiera
sido
que
acompañáramos
a
López
Obrador
en
el
Ángel
de
la
Independencia,
e
inauguráramos
con
él
otros
seis
años
de
la
oposición
más
estéril
y
más
sumisa.
Que
volviésemos
a
regalar
flores
a
los
violadores
de
Atenco;
que
nos
plegáramos
otra
vez
a
los
tiempos
jurídicos
y
corporativos
de
los
Esparza
y
de
quienes
golpearon
y
desalojaron
a
los
opositores
de
la
Supervía.
Para
nosotros
esta
ciudad
no
es
democrática
porque
no
consideramos
que
democracia
sea
elegir
el
color
del
bastón
que
nos
aporrea.
Tampoco
nos
interesa
el
derecho
a
elegir
la
mano
que
privatizará
nuestros
servicios
públicos.
El
primero
de
diciembre
enviamos
un
mensaje:
pusimos
en
evidencia
la
naturaleza
represora
del
estado
a
la
vez
que
dejamos
claro
que
no
es
infranqueable,
que
la
organización
del
pueblo
puede
ponerlo
en
aprietos.
Lo
que
se
inauguró
esa
mañana
en
la
batalla
de
San
Lázaro,
fue
la
independencia
del
movimiento,
independencia
de
partidos
y
corporaciones
que
no
habían
hecho
sino
frenarlo
y
condenarlo
al
aislamiento
y
la
soledad.
Hace
seis
años,
AMLO
evitó
la
“violencia”
que
se
hubiese
desatado
de
no
haber
frenado
la
ira
colectiva
con
un
plantón;
100
mil
muertos
y
25
mil
desaparecidos
fue
el
precio
que
pagamos
por
no
haber
evitado
la
imposición
presidencial
de
Felipe
Calderón.
Para
cerrar,
permítanos
citarlo
a
usted,
profesor
Gilly:
“Hay
un
tiempo
para
la
esperanza
y
hay
un
tiempo
para
la
ira.
Éste
es
el
tiempo
de
la
ira.
Después
de
la
ira
viene
la
esperanza.”
Izquierda
Revolucionaria
Internacionalista