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El poder de la palabra
Por: Doria Constanza Lizcano
Docente Escuela de Gramática
Ilustración:
Cortesía: www.delta.tudelft.nl/ archief/j37/n39/20481




                                                        Las palabras se someten a cada instante al filtro de nuestros
                                                        pensamientos, pensamos, identificamos e intuimos y buscamos
                                                        racionalmente darle forma a nuestras ideas a través de la
                                                        palabra.

                                                        Se habla permanentemente de todo tipo de poderes: del poder
                                                        de la política, de la tecnología, del armamento militar de tal o
                                                        cual país. Incluso, se habla del poder de la prensa, a la que el
                                                        estadista inglés Edmund Burke definió, justamente, como el
                                                        “cuarto poder”, detrás de los poderes ejecutivo, legislativo y
                                                        judicial de las democracias occidentales. Y todavía se pude
                                                        hablar de más poderes: el poder de la espiritualidad, el poder
                                                        de la imaginación humana –que no tiene límites- y hasta el
                                                        poder de la naturaleza.

                                            Sin embargo, hay un poder que sobrepasa a todos estos: el
                                            poder de la palabra. Todas las acciones humanas, desde la
                                            articulación del pensamiento, su cultura, sus quehaceres
diarios, etc, están entrelazados y sustentados en solo 28 signos que representan un alfabeto que, a su
vez, es capaz de representar en sonidos, absolutamente, toda la realidad humana, todo lo que le rodea,
todo lo que lo hace ser un ser pensante; el único ser que se da cuenta de que se da cuenta.

Lo primero que hacemos frente a la realidad desconocida es nombrarla, bautizarla, lo que ignoramos no lo
podemos nombrar. Aún así parafraseamos y asignamos palabras a lo nuevo y desconocido. Códigos y
jergas se inmiscuyen en nuestro lenguaje.
Todo aprendizaje comienza como enseñanza de los verdaderos nombres de las cosas-o así lo hemos
creído- y termina con la revelación de la palabra, piedra angular donde se soporta todo el saber, y
desnuda nuestra ignorancia. Aún el silencio dice algo, pues trae consigo signos que revelan y expresan .
Es de esta forma que nos damos cuenta que no podemos huir del lenguaje, siempre comunicamos, incluso
en estados de inconciencia, estamos atrapados por el poder del lenguaje. Por el poder de las palabras que
son la cristalización de los pensamientos.

Las palabras para el hombre oral eran poderosas, estas podían herir como flecha o lanza, se pensaba en
ellas como eventos, como en algo verídico que sucedía, se creía en dicho poder, simplemente porque las
palabras venían de hombres libres e impredecibles y tenían impreso ese potencial impredecible. Para
muchos después de Gutemberg las palabras reposaban pasivamente sobre hojas y páginas, esperando a
que alguien les diera vida y realidad.

Ese código compartido por cada humanidad lingüística es la que posibilita la comunicación. Las palabras
no viven fuera de nosotros, nosotros somos su mundo y ellas el nuestro.

Palabras y cultura
La conducta del hombre al hablar responde a ciertas necesidades de las apetencias humanas, es así que la
palabra soporta al ser humano en cuatro parámetros fundamentales:

Contribuye a que se conozca a sí mismo, a que encuentre placer, a que investigue su entorno y a que
pueda comunicarse con los demás.
Otros enfatizan en el papel preponderante de la palabra como trasmisor de cultura. Asignan al curso de
las culturas y civilizaciones la influencia del habla como llave que abre la puerta a todo nuestro legado.
La misma condición humana ha condicionado a través de las palabras, la manera como los hombres se
relacionan entre sí.
Y aunque para muchos, las palabras sean solo eso: palabras, la manera como se ordenan y se dicen,
también marca y determina la diferencia. Se atañe el poder de la palabra, no al código en sí, sino al
sentido, la carga y todos los aderezos que la acompañan al ser articuladas.
Independientemente de que sea justo o no, se nos juzga por la forma en que hablamos. “Saber Hablar” se
convierte en un recurso estratégico correlacionado con la riqueza, el prestigio, el poder y el conocimiento.
Sin la palabra no seríamos nada. Parece obvio, pero con el desarrollo del lenguaje, allá en los tiempos que
separan a la historia del más remoto pasado, los seres humanos descubrieron el verdadero poder, el que
nos ha hecho la especie más poderosa –y más peligrosa- de este frágil planeta que compartimos con
cierta irresponsabilidad.

Es tan poderosa la palabra que en algunas culturas orientales y del medio oriente, se decía que ella había
sido entregada a los hombres por los dioses, y que era potestad de ellos. Los Sumerios aseguraban que el
Dios Marduk, el más importante del panteón antiguo en la Mesopotamia, se había compadecido con esos
seres que había inventado y que no podían comunicarse. Entonces les entregó la palabra, les enseñó a
hablar…

En el génesis, por ejemplo, tras la expulsión de Adán y de Eva del paraíso, Dios le quitó a los animales la
capacidad que tenían para comunicarse con los hombres. Porque hasta antes del pecado todas las
especies podían comunicarse. Sin olvidar que en castigo por querer construir una torre que alcanzara los
cielos, Dios castigó al hombre con la confusión de las lenguas. Y desde entonces intentamos comunicarnos
a través de una maraña de signos y símbolos que nos hacen, otra vez lo obvio, seres humanos.
¡Quién no ha quedado fascinado y sorprendido con los gracejos de los culebreros paisas, que confunden
con ese manejo tan fascinante y castizo de la palabra, que nos obliga a comprar, como si fueran las
mejores gangas, aquellas baratijas innecesarias y aquellas chucherías de bolsillo que se deshacen al
primer momento.

La palabra lo es todo: es como un túnel o una máquina del tiempo, que nos permite reconstruir, con la
minuciosidad del relojero, y con la paciencia del artista; el pasado, el presente y el futuro.

El maltrato a la palabra
Sin duda alguna a diario atropellamos y somos atropellados por las palabras, esas mismas que vienen de
hombres libres e impredecibles, y que se presentan ante nosotros como realidad y verdad. Y aunque ya no
se dé ni la mitad del crédito del que gozaba antes, éstas nunca pueden pasar inadvertidas. No dejarán de
hacerlo aunque por años nos sigamos preguntando ¿Por qué seguimos utilizando mal la palabra?

Siendo conscientes del daño que puede causar pronunciar una sola de ellas, acudimos a éstas de manera
instintiva como seres humanos, para construir o destruir. Pero lejos de esta afirmación maniquea, este
poder ostentado por siglos encarnado en hombres y mujeres que han hecho historia por el rumbo que
causaron sus palabras y actos no resulta en vano.
Algunos han preferido trascender en el mundo por la elocuencia, otros por la integridad en su uso, o en su
exagerada pulcritud al usarla.

También por traspasar los límites que la misma permite, haciendo un uso indiscriminado de este don. Y
aunque se exhiba como un trofeo, ¿quiénes ostentan el título de tratar peor su propia lengua? Esto más
que ser un escarnio, es una realidad inevitable.
Es indiscutible que la infinidad de recursos, estrategias y posibilidades que ofrece el uso de la palabra
exceden en demasía cualquier otra forma de expresión. Y lo que para unos es una simple “representación
gráfica de los sonidos” para otros sigue siendo el más importante elemento de comunicación. Las palabras
tienen primacía sobre otras formas de comunicación, las palabras escritas parecen marcas superficiales
sobre el papel en espera del sentido y realidad que adquieren cuando se verbalizan.

Será por ello que frente a su importancia, la palabra sigue siendo impotentemente maltratada. Sigue
siendo esta hermosa herramienta propia de los seres humanos: con la que razonamos, trascendemos,
sentimos y destruimos. Esta que nos ha sido dada como una extensión más de nosotros mismos, la cual
nos permite comunicarnos y en muchas circunstancias utilizarla. Palabra, pensamiento y acción, aspectos
íntimamente ligados a nuestro ser. Pero ante todo palabra.




                                 Universidad Sergio Arboleda
                                     Bogotá - Colombia
Presta mucha atención a las palabras que usas. Ellas tienen una
fuerza enorme, pueden sanar o herir a las personas de nuestro
alrededor. Las palabras que emitimos son el reflejo de nuestro
mundo interior.


Si dices que estas luchando para prosperar o que no tienes suerte en la vida, detente un
instante y percibe lo que realmente estas diciendo. Las palabras tienen mucha fuerza, con
ellas podemos destruir lo que hemos tardado tanto tiempo en construir. Cuantas veces una
palabra fuera de lugar es capaz de arruinar un proyecto largamente ansiado, cuantas veces
una palabra de estimulo tiene el poder de regenerarnos y aportarnos paz. Para prosperar en
la vida no precisas luchar, sino consagrarte en cuerpo y alma en esa misión. Si
constantemente te repites que no tienes suerte en la vida, luego no te lamentes si sientes
que la fortuna nunca llama a tu puerta. Nuestros pensamientos y las palabras que son su
manifestación tienen el poder de construir nuestro futuro.

En la vida todo es una cuestión de actitud y decisión. Cuando acudimos a una entrevista de
trabajo o a una cita amorosa y nuestra mente está cargada de miedos e incertidumbre,
tenemos darnos cuenta que este miedo al rechazo está creando en nosotros la situación
favorable para que nos digan ¡no! En cambio si mantenemos una actitud positiva y
esperanzadora tenemos mas posibilidades de que nos digan ¡si! Nuestra propia desconfianza
inspira suspicacia en los demás. Nuestra seguridad despierta y transmite firmeza en los
demás.

“El mal es lo que sale de la
boca del hombre” leemos en el
evangelio y a pesar de ser muy
poco amigo de las
interpretaciones religiosas
percibo en este mensaje una
clara advertencia sobre el
cuidado de las palabras que
usamos, no por una cuestión
de formalidad o educación,
sino como una finalidad
terapéutica. Las palabras
insultantes o despectivas nunca
han creado un futuro mejor. El
uso de expresiones agresivas,
al igual que los malos
pensamientos es sumamente
peligroso y arriesgado, anula
nuestra vida encerrándonos en
un círculo de fracaso y
frustración que es acrecentado
a través del trato despectivo
hacia un sector de la sociedad. Si crees que la palabra prostituta es despectiva sustitúyela por
“persona que trabaja con la energía sexual”, y si sientes que la palabra pobre cultiva tu
vanidad es mejor que te refieras a ellos como “los más necesitados”, y en este reciclaje del
lenguaje puedes referirte a los presos como a “los que están siendo educados” o a nuestros
enemigos como “aquellos que aún no nos aman” o a los malvados como “los que aún no son
buenos”.

Más allá del significado de las palabras encontramos otro nivel mucho más abstracto, pero no
por ello menos poderoso. Las palabras son el medio de manifestación de nuestro espíritu.
Cada palabra es una oportunidad de expresión de nuestro espíritu y es por ello que tenemos
ser capaces de transmitir en nuestro lenguaje la fuerza de nuestro espíritu. No se si habréis
observado que algunas personas tienen un lenguaje muerto, hablan pero lo que dicen no
expresa ningún poder, son locuaces pero no transmiten nada. Cuando hablamos demasiado,
o cuando exageramos o falseamos los hechos, nuestras palabras se vuelven inefectivas.
Nuestras palabras precisan expresar no solamente la verdad, sino también la propia
comprensión y realización.

Si queremos experimentar el poder de nuestras palabras, si deseamos que nuestro lenguaje
transmita la fuerza curativa del espíritu, si anhelamos que nuestras palabras sean elemento
de paz, sosiego y curación hacia las personas de nuestro alrededor, es preciso comenzar
haciendo que nuestras palabras sean fidedignas, y ello sólo se consigue cultivando el hábito
de la verdad. Di siempre la verdad, lo antes que te sea posible. Manifestar siempre la verdad
nos adentra en el mundo de la firmeza y la seguridad en nosotros mismos. Nos trasmite una
confianza que vivir en la mentira nunca consigue. Las mentiras siempre terminan arruinando
nuestra vida; nos encadenan puesto que una mentira siempre acaba precisando de otra
mentira para sostenerse, debilitando así nuestro poder interior. Cuando nuestra mente se
instala en la verdad, nuestra mente se llena de firmeza, de seguridad y confianza, y son estas
cualidades las que impregnan nuestras palabras transformándolas en elementos de curación.

Muchas enfermedades son únicamente el producto de nuestros pensamientos
desequilibrados. La violencia, las mentiras, el resentimiento y tantas otras cosas existen y
conviven con nosotros en este mundo, vivimos en un medio contaminado en donde es fácil
contagiarse; más aún cuando percibimos que somos nosotros, los seres humanos, la fuente
de la que emanan dichas formas. Ante ello tenemos que cultivar cualidades de amor, verdad
y gratitud, creando un sólido mundo interior, en donde la creatividad y la verdad brillen; para
luego extender este mundo interior a las personas de nuestro alrededor.,

Las palabras son la manifestación de nuestro mundo interior, al cuidad de nuestro lenguaje
purificamos nuestro mundo interior. Al cultivar el hábito de la verdad construimos una
plataforma de determinación, seguridad y confianza que nos abre las puertas del bienestar y
la consecución de nuestros objetivos. Recuerda que la vida siempre ayuda a quienes se
ayudan a sí mismos. Crea un poderoso mundo interior, permite que tus palabras sean su
vehículo y transformaras tu vida.

Frederic Solergibert




          Elogio de Helena (el poder de la palabra)


                                                                                       Gorgias



La palabra es un poderoso soberano, que con un pequenísimo y muy
invisible cuerpo realiza empresas absolutamente divinas. En efecto,
puede eliminar el temor, suprimir la tristeza, infundir alegría,
aumentar la compasión.

Las sugestiones inspiradas mediante la palabra producen el placer y
apartan el dolor. La fuerza de la sugestión se adueña de la opinión del
alma, la domina, la convence y la transforma como por una
fascinación. Dos artes de fascinación y de encantamiento han sido
creadas, las cuales sirven de extravío al alma y de engaño a la opinión.
¡Y cuántos han engañado y engañan a cuántos y en cuántas cosas con
la exposición hábil de un razonamiento erróneo! Si todos los hombres
tuvieran completo recuerdo del pasado, conocimiento del presente y
prevision del futuro, ese razonamiento no podría engañarlos del modo
como lo hace. Pero es imposible recordar el pasado, conocer el presente
y predecir el futuro. Y por ello la mayor parte de los hombres y en la
mayor parte de las cuestiones toman la opinión como consejera del
alma. Pero la opinión, siendo incierta e inconsistente, arroja a los que
se sirven de ella en infortunios inconsistentes e inciertos. Y, por tanto,
¿qué causa pudo impedir que también y de un modo análogo la
sugestión dominase a Helena, aún no siendo la primera vez, con el
mismo resultado que si hubiera sido raptada violentamente? Pues la
fuerza de la

persuasión, de la que nació el proyecto de Helena, es imposible de
resistir y por ello no da lugar a censura, ya que tiene el mismo poder
que el destino. En efecto, la palabra que persuade el alma obliga
necesariamente a este alma a obedecer sus mandatos y a aprobar sus
actos. Por tanto, el que infunde una persuasión, en cuanto priva de la
libertad, obra injustamente, pero quien es persuadida (Helena), en
cuanto es privada de la libertad por la palabra, solo por error puede
ser censurada.

La misma proporción hay entre el poder de la palabra respecto a la
disposición del alma que entre el poder de los medicamentos con
relación al estado del cuerpo. Así como unos medicamentos expulsan
del cuerpo unos humores y otros a otros distintos, y unos eliminan la
enfermedad y otros la vida, así también unas palabras producen
tristeza, otras placer, otras temor, otras infunden en los oyentes coraje,
otras mediante una maligna persuasió engañan el alma.

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  • 1. El poder de la palabra Por: Doria Constanza Lizcano Docente Escuela de Gramática Ilustración: Cortesía: www.delta.tudelft.nl/ archief/j37/n39/20481 Las palabras se someten a cada instante al filtro de nuestros pensamientos, pensamos, identificamos e intuimos y buscamos racionalmente darle forma a nuestras ideas a través de la palabra. Se habla permanentemente de todo tipo de poderes: del poder de la política, de la tecnología, del armamento militar de tal o cual país. Incluso, se habla del poder de la prensa, a la que el estadista inglés Edmund Burke definió, justamente, como el “cuarto poder”, detrás de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial de las democracias occidentales. Y todavía se pude hablar de más poderes: el poder de la espiritualidad, el poder de la imaginación humana –que no tiene límites- y hasta el poder de la naturaleza. Sin embargo, hay un poder que sobrepasa a todos estos: el poder de la palabra. Todas las acciones humanas, desde la articulación del pensamiento, su cultura, sus quehaceres diarios, etc, están entrelazados y sustentados en solo 28 signos que representan un alfabeto que, a su vez, es capaz de representar en sonidos, absolutamente, toda la realidad humana, todo lo que le rodea, todo lo que lo hace ser un ser pensante; el único ser que se da cuenta de que se da cuenta. Lo primero que hacemos frente a la realidad desconocida es nombrarla, bautizarla, lo que ignoramos no lo podemos nombrar. Aún así parafraseamos y asignamos palabras a lo nuevo y desconocido. Códigos y jergas se inmiscuyen en nuestro lenguaje. Todo aprendizaje comienza como enseñanza de los verdaderos nombres de las cosas-o así lo hemos creído- y termina con la revelación de la palabra, piedra angular donde se soporta todo el saber, y desnuda nuestra ignorancia. Aún el silencio dice algo, pues trae consigo signos que revelan y expresan . Es de esta forma que nos damos cuenta que no podemos huir del lenguaje, siempre comunicamos, incluso en estados de inconciencia, estamos atrapados por el poder del lenguaje. Por el poder de las palabras que son la cristalización de los pensamientos. Las palabras para el hombre oral eran poderosas, estas podían herir como flecha o lanza, se pensaba en ellas como eventos, como en algo verídico que sucedía, se creía en dicho poder, simplemente porque las palabras venían de hombres libres e impredecibles y tenían impreso ese potencial impredecible. Para muchos después de Gutemberg las palabras reposaban pasivamente sobre hojas y páginas, esperando a que alguien les diera vida y realidad. Ese código compartido por cada humanidad lingüística es la que posibilita la comunicación. Las palabras no viven fuera de nosotros, nosotros somos su mundo y ellas el nuestro. Palabras y cultura La conducta del hombre al hablar responde a ciertas necesidades de las apetencias humanas, es así que la palabra soporta al ser humano en cuatro parámetros fundamentales: Contribuye a que se conozca a sí mismo, a que encuentre placer, a que investigue su entorno y a que pueda comunicarse con los demás. Otros enfatizan en el papel preponderante de la palabra como trasmisor de cultura. Asignan al curso de las culturas y civilizaciones la influencia del habla como llave que abre la puerta a todo nuestro legado. La misma condición humana ha condicionado a través de las palabras, la manera como los hombres se relacionan entre sí. Y aunque para muchos, las palabras sean solo eso: palabras, la manera como se ordenan y se dicen, también marca y determina la diferencia. Se atañe el poder de la palabra, no al código en sí, sino al sentido, la carga y todos los aderezos que la acompañan al ser articuladas. Independientemente de que sea justo o no, se nos juzga por la forma en que hablamos. “Saber Hablar” se convierte en un recurso estratégico correlacionado con la riqueza, el prestigio, el poder y el conocimiento.
  • 2. Sin la palabra no seríamos nada. Parece obvio, pero con el desarrollo del lenguaje, allá en los tiempos que separan a la historia del más remoto pasado, los seres humanos descubrieron el verdadero poder, el que nos ha hecho la especie más poderosa –y más peligrosa- de este frágil planeta que compartimos con cierta irresponsabilidad. Es tan poderosa la palabra que en algunas culturas orientales y del medio oriente, se decía que ella había sido entregada a los hombres por los dioses, y que era potestad de ellos. Los Sumerios aseguraban que el Dios Marduk, el más importante del panteón antiguo en la Mesopotamia, se había compadecido con esos seres que había inventado y que no podían comunicarse. Entonces les entregó la palabra, les enseñó a hablar… En el génesis, por ejemplo, tras la expulsión de Adán y de Eva del paraíso, Dios le quitó a los animales la capacidad que tenían para comunicarse con los hombres. Porque hasta antes del pecado todas las especies podían comunicarse. Sin olvidar que en castigo por querer construir una torre que alcanzara los cielos, Dios castigó al hombre con la confusión de las lenguas. Y desde entonces intentamos comunicarnos a través de una maraña de signos y símbolos que nos hacen, otra vez lo obvio, seres humanos. ¡Quién no ha quedado fascinado y sorprendido con los gracejos de los culebreros paisas, que confunden con ese manejo tan fascinante y castizo de la palabra, que nos obliga a comprar, como si fueran las mejores gangas, aquellas baratijas innecesarias y aquellas chucherías de bolsillo que se deshacen al primer momento. La palabra lo es todo: es como un túnel o una máquina del tiempo, que nos permite reconstruir, con la minuciosidad del relojero, y con la paciencia del artista; el pasado, el presente y el futuro. El maltrato a la palabra Sin duda alguna a diario atropellamos y somos atropellados por las palabras, esas mismas que vienen de hombres libres e impredecibles, y que se presentan ante nosotros como realidad y verdad. Y aunque ya no se dé ni la mitad del crédito del que gozaba antes, éstas nunca pueden pasar inadvertidas. No dejarán de hacerlo aunque por años nos sigamos preguntando ¿Por qué seguimos utilizando mal la palabra? Siendo conscientes del daño que puede causar pronunciar una sola de ellas, acudimos a éstas de manera instintiva como seres humanos, para construir o destruir. Pero lejos de esta afirmación maniquea, este poder ostentado por siglos encarnado en hombres y mujeres que han hecho historia por el rumbo que causaron sus palabras y actos no resulta en vano. Algunos han preferido trascender en el mundo por la elocuencia, otros por la integridad en su uso, o en su exagerada pulcritud al usarla. También por traspasar los límites que la misma permite, haciendo un uso indiscriminado de este don. Y aunque se exhiba como un trofeo, ¿quiénes ostentan el título de tratar peor su propia lengua? Esto más que ser un escarnio, es una realidad inevitable. Es indiscutible que la infinidad de recursos, estrategias y posibilidades que ofrece el uso de la palabra exceden en demasía cualquier otra forma de expresión. Y lo que para unos es una simple “representación gráfica de los sonidos” para otros sigue siendo el más importante elemento de comunicación. Las palabras tienen primacía sobre otras formas de comunicación, las palabras escritas parecen marcas superficiales sobre el papel en espera del sentido y realidad que adquieren cuando se verbalizan. Será por ello que frente a su importancia, la palabra sigue siendo impotentemente maltratada. Sigue siendo esta hermosa herramienta propia de los seres humanos: con la que razonamos, trascendemos, sentimos y destruimos. Esta que nos ha sido dada como una extensión más de nosotros mismos, la cual nos permite comunicarnos y en muchas circunstancias utilizarla. Palabra, pensamiento y acción, aspectos íntimamente ligados a nuestro ser. Pero ante todo palabra. Universidad Sergio Arboleda Bogotá - Colombia
  • 3. Presta mucha atención a las palabras que usas. Ellas tienen una fuerza enorme, pueden sanar o herir a las personas de nuestro alrededor. Las palabras que emitimos son el reflejo de nuestro mundo interior. Si dices que estas luchando para prosperar o que no tienes suerte en la vida, detente un instante y percibe lo que realmente estas diciendo. Las palabras tienen mucha fuerza, con ellas podemos destruir lo que hemos tardado tanto tiempo en construir. Cuantas veces una palabra fuera de lugar es capaz de arruinar un proyecto largamente ansiado, cuantas veces una palabra de estimulo tiene el poder de regenerarnos y aportarnos paz. Para prosperar en la vida no precisas luchar, sino consagrarte en cuerpo y alma en esa misión. Si constantemente te repites que no tienes suerte en la vida, luego no te lamentes si sientes que la fortuna nunca llama a tu puerta. Nuestros pensamientos y las palabras que son su manifestación tienen el poder de construir nuestro futuro. En la vida todo es una cuestión de actitud y decisión. Cuando acudimos a una entrevista de trabajo o a una cita amorosa y nuestra mente está cargada de miedos e incertidumbre, tenemos darnos cuenta que este miedo al rechazo está creando en nosotros la situación favorable para que nos digan ¡no! En cambio si mantenemos una actitud positiva y esperanzadora tenemos mas posibilidades de que nos digan ¡si! Nuestra propia desconfianza inspira suspicacia en los demás. Nuestra seguridad despierta y transmite firmeza en los demás. “El mal es lo que sale de la boca del hombre” leemos en el evangelio y a pesar de ser muy poco amigo de las interpretaciones religiosas percibo en este mensaje una clara advertencia sobre el cuidado de las palabras que usamos, no por una cuestión de formalidad o educación, sino como una finalidad terapéutica. Las palabras insultantes o despectivas nunca han creado un futuro mejor. El uso de expresiones agresivas, al igual que los malos pensamientos es sumamente peligroso y arriesgado, anula nuestra vida encerrándonos en un círculo de fracaso y frustración que es acrecentado a través del trato despectivo hacia un sector de la sociedad. Si crees que la palabra prostituta es despectiva sustitúyela por “persona que trabaja con la energía sexual”, y si sientes que la palabra pobre cultiva tu vanidad es mejor que te refieras a ellos como “los más necesitados”, y en este reciclaje del lenguaje puedes referirte a los presos como a “los que están siendo educados” o a nuestros enemigos como “aquellos que aún no nos aman” o a los malvados como “los que aún no son buenos”. Más allá del significado de las palabras encontramos otro nivel mucho más abstracto, pero no
  • 4. por ello menos poderoso. Las palabras son el medio de manifestación de nuestro espíritu. Cada palabra es una oportunidad de expresión de nuestro espíritu y es por ello que tenemos ser capaces de transmitir en nuestro lenguaje la fuerza de nuestro espíritu. No se si habréis observado que algunas personas tienen un lenguaje muerto, hablan pero lo que dicen no expresa ningún poder, son locuaces pero no transmiten nada. Cuando hablamos demasiado, o cuando exageramos o falseamos los hechos, nuestras palabras se vuelven inefectivas. Nuestras palabras precisan expresar no solamente la verdad, sino también la propia comprensión y realización. Si queremos experimentar el poder de nuestras palabras, si deseamos que nuestro lenguaje transmita la fuerza curativa del espíritu, si anhelamos que nuestras palabras sean elemento de paz, sosiego y curación hacia las personas de nuestro alrededor, es preciso comenzar haciendo que nuestras palabras sean fidedignas, y ello sólo se consigue cultivando el hábito de la verdad. Di siempre la verdad, lo antes que te sea posible. Manifestar siempre la verdad nos adentra en el mundo de la firmeza y la seguridad en nosotros mismos. Nos trasmite una confianza que vivir en la mentira nunca consigue. Las mentiras siempre terminan arruinando nuestra vida; nos encadenan puesto que una mentira siempre acaba precisando de otra mentira para sostenerse, debilitando así nuestro poder interior. Cuando nuestra mente se instala en la verdad, nuestra mente se llena de firmeza, de seguridad y confianza, y son estas cualidades las que impregnan nuestras palabras transformándolas en elementos de curación. Muchas enfermedades son únicamente el producto de nuestros pensamientos desequilibrados. La violencia, las mentiras, el resentimiento y tantas otras cosas existen y conviven con nosotros en este mundo, vivimos en un medio contaminado en donde es fácil contagiarse; más aún cuando percibimos que somos nosotros, los seres humanos, la fuente de la que emanan dichas formas. Ante ello tenemos que cultivar cualidades de amor, verdad y gratitud, creando un sólido mundo interior, en donde la creatividad y la verdad brillen; para luego extender este mundo interior a las personas de nuestro alrededor., Las palabras son la manifestación de nuestro mundo interior, al cuidad de nuestro lenguaje purificamos nuestro mundo interior. Al cultivar el hábito de la verdad construimos una plataforma de determinación, seguridad y confianza que nos abre las puertas del bienestar y la consecución de nuestros objetivos. Recuerda que la vida siempre ayuda a quienes se ayudan a sí mismos. Crea un poderoso mundo interior, permite que tus palabras sean su vehículo y transformaras tu vida. Frederic Solergibert Elogio de Helena (el poder de la palabra) Gorgias La palabra es un poderoso soberano, que con un pequenísimo y muy invisible cuerpo realiza empresas absolutamente divinas. En efecto,
  • 5. puede eliminar el temor, suprimir la tristeza, infundir alegría, aumentar la compasión. Las sugestiones inspiradas mediante la palabra producen el placer y apartan el dolor. La fuerza de la sugestión se adueña de la opinión del alma, la domina, la convence y la transforma como por una fascinación. Dos artes de fascinación y de encantamiento han sido creadas, las cuales sirven de extravío al alma y de engaño a la opinión. ¡Y cuántos han engañado y engañan a cuántos y en cuántas cosas con la exposición hábil de un razonamiento erróneo! Si todos los hombres tuvieran completo recuerdo del pasado, conocimiento del presente y prevision del futuro, ese razonamiento no podría engañarlos del modo como lo hace. Pero es imposible recordar el pasado, conocer el presente y predecir el futuro. Y por ello la mayor parte de los hombres y en la mayor parte de las cuestiones toman la opinión como consejera del alma. Pero la opinión, siendo incierta e inconsistente, arroja a los que se sirven de ella en infortunios inconsistentes e inciertos. Y, por tanto, ¿qué causa pudo impedir que también y de un modo análogo la sugestión dominase a Helena, aún no siendo la primera vez, con el mismo resultado que si hubiera sido raptada violentamente? Pues la fuerza de la persuasión, de la que nació el proyecto de Helena, es imposible de resistir y por ello no da lugar a censura, ya que tiene el mismo poder que el destino. En efecto, la palabra que persuade el alma obliga necesariamente a este alma a obedecer sus mandatos y a aprobar sus actos. Por tanto, el que infunde una persuasión, en cuanto priva de la libertad, obra injustamente, pero quien es persuadida (Helena), en cuanto es privada de la libertad por la palabra, solo por error puede ser censurada. La misma proporción hay entre el poder de la palabra respecto a la disposición del alma que entre el poder de los medicamentos con relación al estado del cuerpo. Así como unos medicamentos expulsan del cuerpo unos humores y otros a otros distintos, y unos eliminan la enfermedad y otros la vida, así también unas palabras producen tristeza, otras placer, otras temor, otras infunden en los oyentes coraje, otras mediante una maligna persuasió engañan el alma.