2. 2
El cristianismo nació bajo el signo de la Alianza del Creador con su criatura espiritual
en el amor. El misterio de Cristo realiza y revela un acuerdo mutuo en él de dos voluntades:
divina y humana, y en eso consiste para san Bernardo la sabiduría del amor.
El monasterio cisterciense ofrece a quienes lo desean un lugar donde participar en este
misterio de amor en Cristo, gracias a una Comunidad, una Regla y un Abad. Poco a poco, y
de manera insensible, les invadirá la paz del corazón.
Cuando san Benito pide a los monjes buscar “verdaderamente” a Dios, indica que
deben concentrar en ello toda su atención, y consagrar a ello su vida entera. Y cuando
presenta a Dios buscando entre los hombres a alguien que se entregue verdaderamente a esta
ocupación, es porque Dios desea ser amado. La búsqueda mutua del Creador y de su criatura
espiritual, amante y razonable, constituye el objeto principal y constante de la enseñanza de
san Bernardo. Se apasionó con ella durante toda su vida, y en toda su obra ha narrado esta
historia de amor, los grandes momentos de esa vida de amistad. La paz es el fin último de
semejante acuerdo, como se nos dice en la regla benedictina; pero para Bernardo la paz es
fruto del amor, y en el sentido de sabiduría, que es el arte de saborear lo verdadero. La
sabiduría del amor significa precisamente el consentimiento libre de la criatura, la cual,
siguiendo su deseo más profundo, acoge la oferta que le hace su Creador, y así encuentra la
paz.
En nuestro ensayo de sintetizar la doctrina monástica cisterciense del abad de
Claraval, esta búsqueda mutua la hemos elegido como hilo conductor. Es indudable que
resulta bastante arriesgado proponer una síntesis tratándose de un espíritu tan poco
sistemático como san Bernardo: se le ha comparado a un perro de caza, o a un cazador que
cambia continuamente de pista1; pero, como dice Pascal, él se rige por el orden del corazón:
“Jesucristo y san Pablo tienen el orden de la caridad, no el del espíritu, porque quieren
calentar, no instruir. Lo mismo san Agustín. Este orden consiste principalmente en la
digresión hacia cualquier punto que se relaciona con el fin, para indicarlo siempre” 2
Cristo, nuestra paz, es la meta que san Bernardo muestra sin cesar, y el camino que
nos señala es sobre todo la doctrina de la imagen divina, huella indeleble en el alma, que a
pesar de sus deformaciones, nos da la seguridad revelada de ser capaz de encontrar a Dios. En
lo más íntimo de esta imagen divina, el amor es en nosotros el dinamismo principal de nuestra
búsqueda de Dios-Amor.
1
SC 16, 1. San Bernardo añade en este mismo lugar: “No pretendo explicar las palabras sino mover
los corazones”.
2
PASCAL, Pensamientos, 283, edic. Espasa Calpe, 1981.
3. 3
El alma murmura: Busqué al amor de mi alma (Cant 3, 1). Sobre este verso del Cantar
de los Cantares san Bernardo ha escrito en diez sermones un compendio de toda su enseñanza.
Este canto de amor es para él la celebración de la búsqueda espiritual, que es su movimiento
esencial. Hay en primer lugar cinco sermones donde comenta el encuentro de Cristo y la
Iglesia (75-79); y después dedica otros cinco a la búsqueda del Cristo y del alma (80-85); este
último sermón 85 resume en cierto modo la aventura amorosa y su perfecta culminación en la
unión total de espíritus: el humano y el divino.
Son muchos los pasajes que evocan el tema de la búsqueda de Dios. Dos son
principalmente significativos. El primero, que data del final de la vida de san Bernardo,
manifiesta en él una profunda convicción:
“Es un gran bien buscar a Dios. Es el primer don y lo último que se consigue. ¿Qué
virtud se puede asignar al que no busca a Dios, o cuál es el límite de buscar a Dios?” 3
El otro texto se encuentra en uno de sus primeros tratados, donde se admira de que
nadie pueda buscar si antes no ha encontrado4. San Bernardo quiere decir con esto, como lo
afirma frecuentemente, que para buscar es preciso haber sido encontrado por la gracia.
Dirigiéndose a Dios, dice: “Quieres ser encontrado para ser buscado, y ser buscado para ser
encontrado. Tú puedes ser buscado y encontrado, pero jamás anticipado”. Efectivamente, toda
búsqueda está inspirada por la gracia divina, porque en este amor mutuo es cierto que Dios ha
sido el primero en amar, como lo dice san Juan (1 Jn 4, 10.19). Y san Bernardo exclama:
“Busca, pues, al que amas, Señor, para hacer de él uno que ame y busque” 5.
Pero es conveniente discernir bien la naturaleza de esta búsqueda y de este encuentro.
El amor divino que antecede a la búsqueda del alma es, ante todo, la gracia de la Redención.
Se trata, pues, del misterio teologal de la salvación. Dios va en búsqueda del alma y la
adquiere con su sangre 6. Sea cual sea el sentido que Pascal da en su Mystère de Jésus al “Tú
no me buscarías si no me hubieses encontrado”, Paul Valéry tenía razón al indicar que para
Bernardo, que es la fuente de esta célebre frase, “la búsqueda de Dios por el alma depende de
la búsqueda del alma por parte de Dios. Tú no buscarías si te hubieses limitado a ti sola”7. El
verso de un salmo inspira a veces a san Bernardo una exposición muy amplia. Las palabras
del salmo 23: Esta es la generación de los que buscan al Señor, le ofrece la oportunidad de
3
Ver SC 84, 1; también SC 84, 5.
4
AmD 22; Ver también “¡Qué sorpresa ser buscada por Dios, y qué dignidad buscar a Dios! Adv. I, 7.
5
Asun IV, 2: “Viene a buscar a Lázaro, para ser buscado y hallado por Lázaro”; Ver también And II,
5.
6
SC 68, 4.
7
P. VALÉRY, Variété, Oeuvres I, París, Pléiade, 1957, p. 472.
4. 4
ver allí a los monjes, aunque no lo diga de manera explícita8. Esta búsqueda sólo es posible
para los cristianos regenerados en el bautismo. Y quienes más lo buscan, después de haber
sido encontrados y salvados, son los que reciben el segundo bautismo, que es la profesión
monástica9. San Bernardo puede decir que la prueba más cierta de haber encontrado a Dios es
el hecho de buscarle10 . En cierto modo, el progreso espiritual del que se enrola en las milicias
de Cristo consiste en convencerse, cada vez más profundamente, de ser buscado por Dios más
que de buscarle él, de ser encontrado por Dios más que de encontrarle él.
Si esta búsqueda puede ser identificada con el amor, que consiste en un deseo
incesante de alcanzar su objeto, san Bernardo podrá describirla acudiendo a los recursos de la
sicología del amor humano 11, pero sin perder jamás de vista el fundamento teológico de esta
búsqueda mutua de Dios y el alma, de la gracia y la libertad: el misterio de la Encarnación
redentora.
Buscar a Dios casi se identifica, en su primer impulso, con el deseo de amar y ser
amado. San Bernardo lo expresa en una especie de confidencia:
“No me sonroja confesar que yo también, con frecuencia, sobre todo al comienzo de mi
conversión, duro y frío aún mi corazón, buscaba al que quería amar mi alma. Pero no
podía amar al que aún no había encontrado, o le amaba menos de lo que deseaba, y por
eso le buscaba para amarle más; aunque tampoco le habría buscado si no le amase ya
algo”12
Allí mismo declara su necesidad de amistad humana para llevarle a Dios. Se ve en este
párrafo cómo se entremezclan la sicología y teología del amor. También se indican los dos
grados de búsqueda: el que brota de la unión común a todo cristiano, y el otro modo de buscar
que impulsa al alma a avanzar en el camino del amor. Los volveremos a encontrar en el c. IV.
La vida del monje gira de este modo en torno a una búsqueda de la paz, la cual para
san Benito casi se identifica con la búsqueda de Dios: Busca la paz y corre tras ella (Sal 33,
15). Lo mismo sucede con el programa de la escuela de la caridad, cuya enseñanza principal
es la sabiduría del amor. El monje estará en búsqueda incesante de la identidad divina,
parcialmente perdida y restaurada por la gracia. Jamás puede detenerse en este Camino, que
8
Rec III, 4.
9
Pr 54.
10
Rec III, 3-4, donde también alude al segundo bautismo.
11
“Mientras tanto (interim), Dios nos ha dado saborear por la fe y buscar por el deseo”, Cart 18, 2.
12
SC 14, 6. Dirigiéndose a los novicios evoca el recuerdo de ese corazón frío: SC 63, 6.
5. 5
es el de la Verdad y de la Vida, cuya plenitud anidará sin cesar en lo más íntimo de su espera
y de su deseo.
Y si se desvía de este camino, orará con san Bernardo: Me desvié como la oveja;
busca a tu siervo (Sal 118, 176). Quien así ora -continúa diciendo- no está totalmente
abandonado, porque recuerda que ha sido visitado y buscado por el Verbo. Pero no basta
haber sido buscado una vez, porque la nostalgia del alma es inmensa. No basta querer, sino
que es necesaria la gracia de ser buscado, la cual no la pediría si no hubiese sido ya buscado
13
.
La reciprocidad del amor da una tonalidad particular a toda la existencia. Lo mismo
sucede en la relación de un alma con Dios. Cuando comenta el verso del Cantar: Mi amado es
para mí y yo para él (Cant 2, 16), san Bernardo comienza diciendo que convendría añadir:
“Se fija en mí”14. Y continúa:
“Por la experiencia que tiene de Dios, no tiene la menor duda de que, por el hecho de
amar, es amada. Y así es: el amor de Dios engendra amor en el alma, la fuerza de su
anticipación estimula al alma, y su diligencia la hace solícita”15.
En términos de fenomenología se podría hablar de una intencionalidad de la
conciencia monástica. Pero esa atención de la conciencia es siempre la respuesta a la atención
de Dios .
“Levántate durante la noche: lo encontrarás pero no te adelantarás a él. Sería una
necedad atribuirte algo o más de lo debido a ti mismo: él te ama más y antes que
tú”16.
Esta atención de la conciencia, espíritu y corazón, es esencial a la espiritualidad del
amor. Toda la vida cisterciense, en sus articulaciones contemplativas y activas, tiene la
preocupación de sostener dicha atención en el tiempo. La paz eterna está en el horizonte de un
tiempo de prueba: se trata de la eternidad en la prueba del tiempo. Pero desde ahora, y desde
su conversión, se establece entre Dios y el alma, que se buscan mutuamente, una relación
personal que va a desarrollarse en una atención cada vez más tensa y viva; hasta el punto que
para un verdadero espiritual -continúa diciendo san Bernardo en el mismo pasaje- el alma
cree ser ella la única que existe a los ojos de Dios y él para ella 17 . En tal contexto, san
13
Id. 84, 3.
14
Id. 67, 9.
15
Id. 69, 7.
16
Id. 69, 8.
17
Ibid..
6. 6
Bernardo evoca la transformación del alma en la semejanza con el Verbo. La verdadera vida
del monje es interior, su verdadera personalidad se halla allí y no en otro sitio; pero su
existencia exterior la irradia y concurre a ella.