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LA BARCA DE CARONTE
Narraciones de Gracián Solirio
Año: 1986
Recopilación de Rosalino Carigi
Versión: ENERO 2016
Para Blogger con SlideShare
Sin Musica Sina Animaciones
Diap 1
Diap 2
LA BARCA
DE
CARONTE
Año 1986
RECOPILACIÓN DE
Rosalino Carigi
VERSIÓN SEPTIEMBRE 2015
NARRACIONES
de
GRACIÁN SOLIRIO
Diap 2
Diap 3
A los pasajeros
ÍNDICE
No. CUENTO PRÁMBULO Diap.
PRESENTACIÓN 1
INICIO - DEDICATORIA 2
EL LIBRO – CARONTE – EL AUTOR 6
EL LUGAR – NOTA DEL RECOPILADOR 7
01 EL SIMPLE EL LUGAR 8
02 EL CAZADOR LA DEUDA 12
03 EL EQUIVOCADO LA VICTORIA 16
04 EL TRIUNFADOR LA UBICACIÓN 22
05 EL NOSTÁLGICO LA MITAD 28
06 EL SERVIL LA GARÚA 34
07 EL LOCO LA HUELLA 39
08 EL MALEANTE LAS EDADES 48
09 EL AMIGO LA AMISTAD 56
10 EL MÉDICO EL TIEMPO 62
11 EL REVOLUCIONARIO LA ALEGORÍA 70
12 EL COMISARIO EL FUEGO 75
13 EL COMERCIANTE EL DESVÍO 82
14 EL ACTOR EL TEATRO 92
15 EL VIEJO EL SER HUMANO 102
16 EL FETO LA ESCRITURA 110
17 EL FINAL LA CITA 116
ANEXOS 123
- DEL RECOPILADOR
- RECORDATORIO
FINAL 125
Diap 4
Caronte, es el interlocutor permanente,
tenebroso, ideal, impasible, sereno, frío, fatalista,
mitológico, humano, que habla con el autor.
Es un barquero que diversifica, cosa normal
en esta época, su función con la de cantinero.
Y, en la mitología, quien lleva por la laguna
Estigia, las almas de los que terminaron.
Allí son juzgadas por tres jueces justos, Minos,
Radamante y Éalo, hijos ilegítimos de Zeus.
¿Podrían ser justos, siendo hijos ilegítimos?
Caronte cumple un deber: Transportar hacia
la eternidad.
Pero también, y a través de estas notas, se
observa que quiere transferir al autor lo que
siente él o el personaje que debe llevar.
CARONTE
LA BARCA DE CARONTE
Este libro es una recopilación de las notas
escritas por Gracián Solirio sobre las reuniones
tenidas con Caronte en el Bar La Barca.
Reuniones efectuadas los viernes de noche, y
que duraron por más de tres meses.
La charla previa realizada con Caronte antes
que llegara el contertulio de cada noche, el autor
la define como preámbulo y así se ha dejado.
EL LIBRO EL AUTOR
El autor era uno de esos seres que van por el
camino, así lo llamaba él, tratando de comprender
lo incomprensible, y sin ver lo evidente.
Un ser que, más que vivir, sentía.
Gracián Solirio, el hombre, fue ejemplo
típico de los criados en una república del sur
durante los años treinta y cuarenta.
República que, como la de Pericles, sublimó la
democracia, cultivó el humanismo, teniendo las
ideas más sociales y la cultura más universal.
Sembrando en aquellos los niños, ideales que
los convertirían, al ver la realidad, en cínicos
despiadados consigo mismo y con los demás.
Algunos, cansados del gris de vivir, salieron
buscando otro horizonte tras del Cerro, pequeño
montículo que oculta el sol en cada atardecer.
Sólo para ver que, con los años y en otras
tierras fueron, ellos y sus ideas, extranjeros en
todas partes, inclusive en su país de origen.
Ese es el caso del autor.
Y en la noche de cada viernes, charla con
Caronte, tratando de creer que aún son
valederos aquellos ideales.
Buscando, quizás en un más allá helenístico,
la finalidad y la finalización de su existencia.
Diap 5
Esta recolección habría sido más acorde a la
mentalidad de los primeros siglos.
La época actual se autodefine como realista,
práctica y científica, pero no es así.
Los seres humanos siguen leyendo el
horóscopo, consultando brujos, creyendo a
sacerdotes que hablan del más allá, escuchando
a políticos que les prometen mitos...
Por tanto, las reuniones de Gracián Solirio
con Caronte fueron tan reales como puede serlo
la realidad de cada día.
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Respecto al local, al bar, toda ciudad tiene
un cementerio, un callejón cerca del
cementerio, un bar en la esquina del callejón.
Y ese bar, generalmente está en ruinas...
EL LOCAL
NOTA DEL
RECOPILADOR
EL MOTIVO
Diap 6
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
EL SIMPLE
Llegué frente al bar. Su nombre: La Barca.
Más abajo, el de su propietario: Caronte.
Entré en el local. Era pequeño. Tanto, que
sólo había espacio para el mostrador y un par
de bancos arrimados a éste.
Las luces apenas alumbraban el lugar. Unas
pocas botellas, y todas con su contenido hasta
la mitad, reposaban en unos simples estantes
sobre una pared gris.
Entre ella y el mostrador se encontraba el
tabernero.
Su edad era indefinida, sus rasgos generales,
podía pertenecer a cualquier raza, a cualquier
pueblo. Un ser gris que, por momentos, parecía
confundirse con la pared.
Saludé y me senté en el primer banco.
Mis palabras resonaron como si hubiese
hablado dentro de un abismo, en el vacío.
El tabernero respondió. Tenía una voz sin
tono, sin emoción, imposible de ubicar en
cualquieridioma; y, a la vez, pertenecientea todos:
–Buenas noches, señor.
–Una cerveza, fría, por favor.
–Aquí todo está frío, siempre.
La frase me hizo temblar. Sentí en mi ánimo
una emoción parecida a la que me producía la
luz titilante del bar.
No había ninguna razón para estar allí.
Pero allí estaba.
Un extraño en un lugar extraño.
El lugar: un sombrío bar en una esquina
penumbrosa, cerca del cementerio.
Hacía tiempo que me intrigaba su ubicación.
De noche, desde la autopista, la cual pasaba
sobre la calle, podía verse su temblorosa luz.
De día, era imposible localizar.
Se confundía entre las casas de afuera y las
tumbas de adentro.
Aquella luz titilaba en la oscuridad, llamando
mi atención, acicateando mi curiosidad, teniendo un
no sé qué de misterio, de algo que debía saber,
algo que era en parte mío o yo parte de él.
Normalmente, de lunes a jueves, resistía ese
llamado con el ajetreo cotidiano; pero los
viernes era una fuerza avasalladora que me
obligaba a mirarla, a buscarla.
Era viernes, volvía tarde, fatigado, tenso.
La luz estaba allí, temblando. Bajé por la
salida de la autopista. Poco después estaba
recorriendo la calle paralela al muro.
Era un barrio de gente humilde. Por un lado
tenía los que descansan el sueño eterno, por el
otro los que descansan el sueño de cada día.
01 EL SIMPLE
PREÁMBULO: EL LUGAR
Diap 7
EL SIMPLE
–¿Otra cerveza, señor? –dijo Caronte.
Respondí en forma afirmativa, sin pedir que
fuese fría. Allí todo era frío, siempre.
Un silencio ominoso acompañó a esta
segunda botella.
Si bien la inquietud que me había llevado
hasta allí no estaba aún satisfecha, sabía que
estaba cerca de la verdad. Y el cantinero
también lo sabía.
No hay cosa que separe más a dos seres que
el saber. Sobre todo el saber el uno del otro.
Y, en silencio, nos quedamos los dos,
esperando, yo sin saber lo que esperaba pero
sabiendo que debía esperar.
El tiempo pasó. No sé cuanto. Sentí alguien
cerca. Mejor dicho, lo presentí.
Fue una sensación vaga de que algo había
pasado detrás mío, cruzando el local y se
sentaba. No había escuchado abrir la puerta, ni
arrastrar el banco sobre el piso.
Giré la cabeza. Allí estaba, a mi lado.
Su rostro pálido impresionaba, pero a la vez
tenía una serenidad infinita, una serenidad que
sólo el tiempo, la resignación y lo inevitable
pueden dar.
Pregunté la razón de ese nombre, ya que se
encontraba tan lejos del mar. Contestó que
tenía una barca, y en ella realizaba su
verdadero trabajo.
–¿Es usted pescador?
Dentro de aquel enigmático rostro se
vislumbró una sarcástica sonrisa.
–Transporto... digamos, seres... de una orilla
a la otra.
Tenía el bar porque allí reunía parte de los
pasajeros, los demás aguardaban en la orilla,
cerca de la barca.
–¿Y cómo hace para atender las dos cosas?
–Cierro temprano. Ellos esperan afuera.
Algunos durante el día. Otros llegan
amontonados por la noche. Nos vamos todos
juntos, cerca del amanecer. Es la mejor hora
para el viaje a la laguna de Estigia. Sin estrellas
y sin sol.
– Me gustaría conocerla.
–Todos la conocen algún día.
Esas palabras me hicieron temblar
nuevamente, desde lo íntimo de mi ser sabía
que era verdad.
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
EL PERSONAJE
EL SIMPLE
Diap 8
Depositó el vaso sobre el mostrador, estaba
por la mitad, como si no hubiese tomado nada.
Me miró con una sonrisa tímida, y
nuevamente agradeció. Los humildes siempre
están agradeciendo.
–Gracias, señor. Tenía razón. Aún estaba
nervioso.
–Hoy estamos todos nerviosos. –dije por decir.
–Aquí se está en paz, siempre. –sentenció
Caronte desde la penumbra.
–Estaba tan cansado, –el personaje necesitaba
hablar– cansado del trabajo, cansado de
problemas, cansado de obligaciones, cansado de
responsabilidades, de todo.
Hablaba a la pared gris, como si fuese un
mudo espejo opaco donde se reflejaban las
hojas de su propio drama.
–Fue un día terrible. Mi jefe me llamó la
atención. El no sabía el esfuerzo que yo había
hecho para que todo saliera bien. Le expliqué.
Nada entendió. Discutimos...
–Hay días así. –murmuré.
–Cuando llegué a la casa, fue peor. Mi mujer
dijo que estaba loco, que era un irresponsable, un
egoísta, que no pensaba en las consecuencias, que
no me preocupaba la familia. Gritamos, los hijos
se enteraron de la discusión. Me sentí molesto. No
me agradaba que los hijos sufrieran por nuestros
problemas...
Se veía un hombre sufrido, de trabajo. Su
mirada era vacía, con la sonrisa indefinida de
aquellos que en forma constante deben
responder a una responsabilidad.
Sus manos temblaban nerviosas, inseguras.
Caronte se aproximó sin ofrecerle nada, me
miraba a mí, parecía indiferente a la presencia
del nuevo parroquiano.
–Sírvale algo al señor. –dije para romper la
frialdad.
–Esto lo tranquilizará. –afirmó el cantinero.
Le sirvió un líquido ambarino, casi
transparente, de una botella ocre que sacó de la
pared gris.
Era una bebida gelatinosa, que llegó hasta la
mitad del vaso, con la viscosidad propia de una
sustancia a punto de congelarse. Cuando colocó
la botella nuevamente en el estante, ésta
permanecía por la mitad, igual que antes.
Miré mi vaso. Incomprensiblemente seguía
lleno a pesar de lo que había bebido.
–Gracias, señor. –dijo, sin saberse a quien
agradecía.
Tomó el vaso y sorbió un poco.
Sus manos y perfil eran tan macilentos que,
en la penumbra del bar, el vaso parecía
transparentarse en ellos.
Aquella criatura dejó de temblar.
EL SIMPLEEL SIMPLE
98
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Diap 9
mi grito. Luego siguió una paz infinita, una
suave apatía. No me importaba nada.
Responsabilidad, trabajo, familia, ya no tenían
valor. No sentía nada, por que ya no sentía.
Gracias, señor... hasta siempre.
El silencio me sacó del ensimismamiento.
Giré mi cara. Aquel ser ya no estaba. En el
mostrador quedaba su vaso a medio acabar.
Caronte empezó a apagar las pocas y
mortecinas luces del local.
Comprendí, y no quería comprender.
Me levanté y saqué la billetera.
El cantinero dijo con su voz hueca, abúlica:
–No, deje. Otra vez pagará. Hasta la próxima.
Hay muchos pasajeros afuera.
Me despedí en silencio.
Al salir, todas las luces se habían apagado.
Las del local, las del letrero titilante, las de la
calle, las de las casas lejanas.
Subí al auto y me fui rapidamente.
El callejón transversal, que terminaba en el
muro del cementerio, estaba completamente
oscuro.
Miré por el espejo.
No podía ver a nadie, pero estaba seguro que
los pasajeros de la barca se encontraban allí.
...oo0oo...
Giré sobre el banco, quedé mirando la pared.
Era una historia más, repetida. Tomé de mi
vaso, la cerveza, estaba fría, como recién
servida. En tanto, él seguía hablando:
–Salí furioso del apartamento. Me crucé con
un vecino, quien me reclamó por el auto mal
estacionado. Otra discusión más. Entré en el
vehículo, y salí de la casa como alma que lleva
el diablo...
Caronte gruñó desde su rincón.
El hombre cortó la frase y bajó humildemente
la cabeza. Luego siguió hablando:
–Tomé por la autopista. Aceleraba al
máximo, me sentía libre, lejos de los que me
reclamaban, desahogando mi furia en el
acelerador. Sin responsabilidades, sin sentirme
culpable. Libre de todos y de todo. Era dueño
de la distancia, del tiempo, de la velocidad, de
mi propio camino... De pronto vi luces rojas
delante. Pisé el freno. Pero seguía adelante,
chirriando y avanzando hacia esas luces. Todo
sucedió en un momento. No sabía si frenaba o
aceleraba. Si el auto me llevaba o yo lo llevaba a
él. Si yo era parte de la máquina o ella parte de
mí ser. Oí ruidos de todas la intensidades. Las
cosas se deformaron en figuras grotescas. El
parabrisas se convirtió en un enorme calidoscopio
de atornasolados colores. Por un instante escuché
EL SIMPLEEL SIMPLE
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Diap 10
Diap 11
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
EL CAZADOR
Para estar junto a otros seres, estereotipados
en grupos sociales de familia y amigos, sólo
para reunirnos, como obligación ineludible, en
el silencio de cada uno o en la comunicación a
medias del resumen de cada día.
Al llegar el viernes, volvía, como siempre,
tarde, fatigado, tenso. Pero ese viernes tenía un
destino, sabía donde ir, donde hallar mi paz.
No necesité ver las luces, Caronte y su bar
estarían allí.
Bajé por la salida de la autopista. Llegué al
lugar, la misma oscuridad, la misma penumbra,
el mismo callejón lateral que terminaba en el
muro del cementerio.
Entré en el sombrío y pequeño local. Todo
estaba igual. Gris y a medio acabar.
Saludé y me senté otra vez en el primer
banco. No sabía por qué, pero sentía que ese
lugar era mío, que estaba destinado a mí. El
cantinero sacó una cerveza y me la sirvió.
Estaba fría. Escuché la voz hueca:
–Buenas noches, señor. Volvió.
–Buenas. Debía volver. Tengo una deuda.
–No había por que preocuparse. Todos
pagan. Unos antes. Otros después. Unos pagan
por otros. Otros pagan por sí mismos. Pero,
todos pagan.
–Aquel hombre... ¿fue pasajero suyo?
.
Todos los días, al volver, miraba sobre la
baranda del puente. Y allá abajo, en la tenue y
morbosa sombra del atardecer, empezaban a
titilar las luces del Bar de Caronte.
Seguía veloz por la vía, adentrándome en la
ciudad, formando parte de la masa polícroma y
poliforme de vehículos rodando lentamente y
quemando la energía acumulada por la
naturaleza por milenios en sus entrañas.
Energía enviada por el sol, asimilada por los
gigantescos árboles y animales que se nos
adelantaron en la existencia sobre este planeta,
que decimos nuestro y en realidad somos de él.
Energía que se convirtió en ese oscuro,
nauseabundo, viscoso y tétrico líquido llamado
petróleo.
Pensaba, que cada vez que pisaba el
acelerador, se volvían en simples movimientos
de piezas metálicas aquella existencia y energía
acumulada por troncos, flores, hojas, saurios,
óvulos y espermatozoides de seres primitivos.
Seres que dominaron el planeta cuando
nosotros ni siquiera éramos seres.
Seguía rumbo a mi noche de todas las
noches.
02 EL CAZADOR
PREÁMBULO: LA DEUDA
Diap 11
EL CAZADOREL CAZADOR
EL PERSONAJE
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Presentí otra vez la extraña sensación de que
hubiese entrado algo y se hubiese sentado junto
a mí. No había escuchado ruido de ninguna
puerta, ni del banco cercano.
Cuando giré mi rostro, allí estaba el ser, un
hombre.
Mejor dicho, un ser con forma de hombre.
Era pálido, casi transparente, con unas
manchas que bien podían ser huecos o puntos
negros sobre la pared gris.
Me miró. Tenía una sonrisa molesta,
soberbia y miserable a la vez.
En su mirada sin brillo aún quedaba un resto
de falsedad, de hipocresía.
Supe que iba a hablar, que necesitaba hablar,
y sentí que yo necesitaba escuchar.
Caronte dirigió al nuevo parroquiano una
fría mirada, casi despectiva. Luego, se diluyó en
su rincón oscuro.
Pocos minutos después aquel hombre
narraba, lleno de vanidad, los sucesos de su
camino. Era uno de esos seres que se creen
importantes por el solo hecho de haber nacido.
Hablaba de todos los temas comunes y de nada
en profundidad. El engreimiento afloraba en
sus frases, donde él era el personaje principal.
–Sí. Pero no fue, es. Todos los pasajeros
nada son antes de subir a la barca. Aparentan
ser lo que las circunstancias y los demás
pretenden que sean. Sólo después que suben,
realmente son. Y una vez que uno es, lo es para
siempre.
–¿Cómo puede tener esto con tan pocos
clientes?
–Pocos como usted. De los otros, sobran
todas las noches. Hay momentos que la barca
va tan cargada que pareciese a punto de
zozobrar. Pero siempre llega a Estigia.
Bebí mi cerveza, estaba fría.
–¿Cuándo me llevará a conocer ese lugar?
–Ya llegará el momento. Aún no es el suyo.
Hay un tiempo para ir. Nunca para volver.
No quise ahondar en el tema. En la frase del
barquero se entendía cierta orden para que no
insistiese, y me mantuve en silencio, esperando.
Caronte tomó una botella ocre de la pared
gris y sirvió medio vaso de aquel líquido
ambarino.
Parecía ser el mismo de la vez anterior,
viscoso, a punto de congelarse.
Diap 12
EL CAZADOR
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
EL CAZADOR
Tomé de mi cerveza para tragar el mal sabor.
–Mujeres me han sobrado en el camino. La
hembra es cacería y el hombre cazador. No hay
mujer que se resista si se le sabe hablar; hay
que darle tiempo al tiempo y esperar la
oportunidad. Yo le ganaba en todo a Juan, en
hablar, en el dominó, en puntería. Esa mujer,
su mujer debía ser mía. Y, por meses esas
tardes de hotel fueron lo único que me
interesaba en la vida.
Caronte carraspeó desde la penumbra; el
fanfarrón se detuvo, bebió del líquido ambarino
y el vaso quedó igual, por la mitad.
Aquel engreído personaje siguió con voz más
hueca:
–Hoy Juan salió para los llanos, de cacería.
Yo argumenté que no me era posible ir por un
tobillo sentido en el último juego de tenis. La
emoción me hacía sudar sólo imaginando lo
que iba a hacer con su mujer. Y la realidad fue
más intensa. Yo estaba en la casa de Juan, en la
cama de Juan, con la mujer de Juan; de mi
amigo. El placer y la mujer no tienen muchas
variaciones, se lo aseguro yo. Yo que he tenido
mujeres de todo tipo, clase y raza. Las únicas
cosas que las diferencian son la forma del
cuerpo y la forma de darse al placer. Pero con
ella existía una diferencia.
Aunque su voz ya se iba haciendo monótona
y hueca, su verbosidad era grandilocuente en la
futilidad de su vacía retórica. Así pude saber
que estaba afiliado a una serie de clubes, que
pertenecía a varios movimientos sociales, que
era jugador de innumerables deportes,
coleccionista de trofeos y medallas, orador de
cualquier reunión, chistoso inagotable y,
logicamente, ejecutivo de relaciones públicas.
–Extraño que un hombre de su éxito esté
aquí. –dije, ya sintiéndome incómodo.
–¡Ah, mi amigo!... déjeme contarle.
Giré sobre mi banco y preferí mirar la pared
gris, quizás Caronte dormitase en el rincón con
su sonrisa enigmática.
O tal vez, estuviese aburrido con el fatuo ser;
quien, más que interlocutor, declamaba un
monólogo unicamente interrumpido por la
muletilla de llamar "amigos" a los demás, sin
saber lo que era la amistad.
–...Yo y Juan éramos buenos amigos.
Compañeros de parranda, de cacería, de
paseos, de todo lo que le que les gusta a los
hombres. Paisanos, del mismo pueblo,
parecíamos hermanos. Sólo que Juan era
callado, parco en el hablar. Nos gustaban las
mismas cosas, los mismos juegos... y la misma
mujer. Pero, era la mujer de Juan.
.
Diap 13
EL CAZADOR
98
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
EL CAZADOR
Ni siquiera miré si se había ido.
Sabía que allí estaría unicamente el vaso a
medio acabar.
Caronte surgió desde las sombras y empezó a
apagar las luces. Saqué la billetera.
–No hace falta. Otro día pagará. –volvió a
decir el cantinero.
–Por favor – insistí.
–Bueno. Deme una moneda. Una moneda
para ése que está afuera, esperando.
–¿Para ése? ¿Sólo una moneda? ¿De cuanto?
–Los seres como ése nunca tienen una
moneda para el viaje. Se van tan vacíos como
hicieron el camino. Cualquier moneda sirve.
Hubo épocas en que fueron de oro, luego de
plata. Ahora no se saben de qué son, tiene un
valor simbólico, como los hombres.
Dejé una moneda grande sobre el mostrador.
Me despedí. Me encaminé hacia el auto.
Ni siquiera miré por el espejo.
La noche estaba oscura.
Caronte tendría muchos pasajeros.
...oo0oo...
–¿Cuál? –dije para abreviar el final.
–Que cuanto más prohibido es, más excitante
es. Esta noche yo estaba en medio de todo lo
prohibido. Pero el placer tiene un límite. De todos
los vicios, el sexo es quizás el más sano. Llega un
momento en que no se puede más, y no se puede
más. Afloró la conciencia, ella dijo que me fuera, y
yo comprendí que debía irme. Salí, creyéndome
que era mejor que cualquier hombre, mejor que
Juan.
Esta vez gruñí yo, y él siguió sin detenerse:
–Salí por la puerta trasera. Crucé el jardín o
oscuras. Al llegar al frente quedé estático. Allí
estaba Juan. Me miró friamente. Levantó la
escopeta con lentitud y apuntó. Desesperado, me
eché hacia atrás. La pared de la casa me detuvo.
Miré a mi amigo y levanté mis manos suplicando.
Si me dejaba hablar sabría convencerlo. Pero, no,
su mirada era determinante. Intenté detener los
dos tubos dirigidos hacia mí. Vi el disparo.
Caronte se movió en su rincón y yo en mi
banco, quizás satisfechos de eso. El ser seguía:
–Mis manos se llenaron de agujeros por donde
podía vislumbrar fugazmente el rostro de Juan.
Sólo por un instante oí el estampido, luego todo
mi cuerpo se llenó de puntos ardientes, por los
cuales se me iba la sangre, la fuerza. Luego, no
sentí más nada. Estaba frente a esta puerta. A este
bar... Hasta siempre, amigo.
FININDESPERE PARA HACER CLICKDiap 14
03 EL EQUIVOCADO
PREÁMBULO: LA VICTORIA
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
EL EQUIVOCADO
–¿Es muy grande la isla donde van? Todas
las noches lleva muchos pasajeros y usted dice
que es difícil volver. ¿Siempre hay lugar?
–Siempre. No necesita lugar lo que no ocupa
espacio.
–¿Y nadie puede volver?
–Los que se convierten en héroes y los
poetas. Los primeros por la imaginación de los
demás, y los segundos por su propia imaginación.
–¿Entre sus pasajeros hay mujeres?
–No, por los dioses. –en su voz hueca hubo
un dejo de molestia– Demasiada carga tengo
para soportar aún más.
–¿Y quién lo hace? Su camino también
termina.
–De transportar a las mujeres se encargan
las viejas arpías. Y entre ellas se entienden.
–¿Le toca llevar a los militares?
–Algunas veces. Pero sólo generales. Esos
siempre finalizan su camino en la cama.
–¿Y a los combatientes, los guerreros, los
que terminan en las guerras y revoluciones?
–A los que acaban su camino en las batallas,
y actualmente hasta los civiles que sucumben
en esas luchas, la Victoria y la Derrota los
llevan en sus alas hasta los Campos Elíseos. Yo
no podría con tanta carga.
–¿Los llevan en sus alas? –pregunté con duda.
Siete de la tarde. Las sombras empezaban a
caer en la calle cuando llegué ese viernes. Había
pasado la semana con ansia de que terminase y
bajar hasta el bar de Caronte.
Cuando tomé por la calle paralela a la
necrópolis, en el horizonte aún ardían los
últimos tizones del atardecer.
Estaba seguro que a esa hora no habría
llegado todavía el cliente de esa noche. Pero
que muchos pasajeros ya se encontraban en la
calle que terminaba en el muro, esperando el
amanecer para irse con el barquero.
Entré. Como siempre el local estaba vacío,
frío. Caronte me miró impasible.
–Llega temprano. –murmuró, y sacó una
cerveza.
–Sí. Necesitaba venir. Hay cosas que
quisiera saber.
–Ya las sabe. El venir aquí lo indica. Pero
necesita que otro le diga que las sabe.
–Sí. Entiendo...
Entendía pero no quería hacerlo. Algo me
llevaba hasta ese bar buscando la verdad, mi
propia verdad. Pero, cuando estaba próxima a
ella, surgía una mayor inquietud; para escapar
de eso, desvié hacia otra pregunta.
Diap 15
EL EQUIVOCADO EL EQUIVOCADO
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
el otro el Error, compañeros de todos los
caminos. El Acierto era hermoso, galante,
atlético. En cambio, el Error era desagradable,
ignorante, tosco. La Lucha se apasionó por el
Acierto, pero éste no podía dejar a su
compañero eterno: el Error. Y la Lucha tuvo
que aceptar el entregarse a los dos. A disfrutar
momentos placenteros con el Acierto, y
resignarse a sufrir avergonzada con el Error.
Tiempo después la Lucha concebía, saliendo de
sus entrañas dos gemelas aladas. Una era la
Victoria, la otra la Derrota. La Victoria tenía
alas de plumas refulgentes, su cuerpo era de
belleza divina. En cambio la Derrota tenía alas
oscuras, de plumas mustias, cuerpo deforme,
encorvado. Eran gemelas siamesas, tenían en
común la cabeza, y en ambas faltaban los
brazos. Podrían volar, pero jamás mantener
nada junto a sí. Desesperada, la Lucha quiso
separar a las criaturas, reclamando a los padres
que cada uno tomara y se llevase la suya. Tanto
el Acierto como el Error pusieron todas sus
fuerzas. Pero el Error, brutal, tiró de la Derrota
y ésta, más firmemente unida, se llevó la única
cabeza con ella. La Victoria, al quedar ciega, sin
voz ni oídos, sin conciencia, se elevó incierta
con sus brillantes alas. Al verla pasar volando
tan bella, todos los hombres, y cada uno,
reclamaban que eran padre de ella. No querían
–Los espíritus de los héroes no tiene peso.
–No creo que algún espíritu tenga peso, de
tenerlo sería materia. –dije con suficiencia.
–Su lógica es muy humana, pero algunas
almas pesan. Las de los criminales, de los
traidores, de los falsos, hipócritas, abusadores,
llegan al final con tanta carga de maldad que
debo ponerlos en el centro, de lo contrario su
peso inclinaría la barca, peligrando zozobrar.
–Eso es posible que sea cierto. Pero lo de la
Victoria y La Derrota, me parece fantasía.
–¿Sabe quienes son ellas?
–Eso es historia. Los mitos ya no existen.
–Los mitos nunca acaban, sólo cambian con
el tiempo. Los mitos son la historia de la realidad,
y la realidad es la historia de los mitos.
Caronte, como cualquier otro ser, hablaba
para sí mismo disfrutando de los recuerdos.
Mi cerveza permanecía siempre llena y fría.
El cantinero siguió recordando:
–La madre de ambas fue la Lucha, una
mujer de gran belleza. Era humana, sin
embargo parecía una diosa: atractiva, excitante,
agotadora, insatisfecha. Los hombres se
enamoraban de ella, pero por poco tiempo. La
Lucha los cansaba, no resistían sus exigencias
y, agotados, terminaban abandonándola. Una
vez llegaron dos aventureros, uno era el Acierto,
Diap 16
siquiera ver ni nombrar la Derrota, la
despreciaban, diciendo que solamente podía
ser hija del Error.
Caronte se detuvo un momento y me miró.
Su silencio me hizo reaccionar.
Yo, había estado abstraído en su narración, y
apenas esbocé una sonrisa.
Dentro del impávido rostro del cantinero
creí ver una ligera satisfacción, y siguió:
–Pero, como todas las gemelas, la Victoria y
la Derrota no pueden estar muy separadas.
Ambas vuelan juntas. La Victoria, hermosa, sin
cabeza, sin ver donde está, sin saber a quien
toca, sin oír quien la llama. A su lado va la
Derrota, horrible, consciente, reflexiva,
mirando las consecuencias, murmurando la
realidad. Y si a veces siente envidia de su
resplandeciente hermana, termina
compadeciéndose de ella, de su inconsciencia,
de su ceguera, y la guía durante el vuelo que
termina siempre y para ambas en el mismo
lugar: Nuestra laguna Estigia.
EL EQUIVOCADO EL EQUIVOCADO
–Hermosa leyenda. –murmuré.
–¿Leyenda? ¿O realidad?
–Sí. Realidad cotidiana. El triunfo tiene mil
padres, el error es un pobre huérfano.
–¿Ve que los mitos nunca mueren? El
hombre cambia de nombre a sus dioses e
ideales según la época. Algunas veces les da
figura humana, otras los vuelve abstractos,
pero siempre lo que representan es igual,
eterno.
–Comprendo. Tiene razón. Lo que me
extraña es que usted, siendo tan parco, se
explayó tanto. Es como si hubiese querido
alargar el tiempo.
–¿Alargar el tiempo? ¿Cómo alargar lo que
no tiene medida? El tiempo es eterno, sin
principio ni fin. Y es principio y fin de todo.
–Tal vez pensé eso porque es muy tarde, y el
personaje de esta noche no ha llegado. Tal vez
hoy no vendrá nadie.
–Hay veces que les cuesta llegar. Que sufren
mucho antes de encontrar la puerta.
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
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LA BARCA DE CARONTE LA BARCA DE CARONTE
EL EQUIVOCADO EL EQUIVOCADO
EL PERSONAJE
–Tuvo suerte. –comenté para darle ánimo.
–¿Suerte? –su voz hueca con amargura
irónica sonó– La suerte es mujer y siempre va
con los triunfadores. Sí, tenía un trabajo. Algo
que me permitía alimentar a los míos. Pero la
ciudad me cobraba su precio. Mi madre
enfermó, mi hijo mayor se convirtió en un
malandro pendenciero; el retardado era una
carga, una hija huyó con un sinvergüenza para
luego volver embarazada, a otra la violaron
entre varios.
–La selva de cemento. –reflexioné en voz alta.
–Sí. Más salvaje que cualquier otra natural.
Mi mujer cambió, volviéndose exigente,
diciendo que mi sueldo no alcanzaba,
recriminando por un lado el por qué me había
venido, y por otro no queriendo volver a la
tierra. Hipnotizada en la ilusión de las
telenovelas, las revistas y las propagandas; sin
querer ver la realidad, el rancho, el barrio, la
miseria. Una miseria peor que la anterior
pobreza.
–Eso es normal. Si nos quitan las ilusiones no
nos queda nada. –dije mirando la pared gris.
Allí, en un rincón penumbroso, Caronte
parecía diluirse.
El personaje siguió:
Caronte tomó una botella de la pared. Puso
un vaso en el mostrador y lo sirvió hasta la
mitad. Supe que alguien había llegado. Allí
estaba. A mi izquierda. En el otro banco.
Lo percibí como si se estuviera deshaciendo
a jirones, dolorosamente. Se movía desesperado
en el asiento, buscando alivio a su desasosiego.
Bebió. Aquella bebida viscosa le daba paz.
Me miró. Ni siquiera esbozó una sonrisa.
Luego, como si fuese una obligación, comenzó
a hablar, a contar el camino recorrido
Una historia más. Era de un pueblo lejano.
Allí pasaba los años con su familia. Pero el dinero
nunca alcanzaba, siempre había necesidades.
Los problemas se alimentan de la pobreza.
Tenía un hijo retardado mental y varios hijos
más. Hijos es lo único que tienen de sobra los
pobres. Como todo lo demás escaseaba, había
venido a la ciudad. El sueño de una existencia
mejor le hizo juntar lo poco que poseía: su
madre, su mujer, sus hijos, y sus problemas. Así
llegó al mundo de concreto sin nada concreto.
Igual que tantos otros, terminó en un rancho de
suburbio y, luego de saltar en infinidad de
trabajos, se ubicó en una fábrica como peón en
la sección ácidos, durante el turno de la noche.
.
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EL EQUIVOCADO EL EQUIVOCADO
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Caronte gruñó molesto, surgiendo de las
sombras.
Miró al desgarrado ser con recriminación.
Este bajó la cabeza, disculpándose.
Luego el cantinero sirvió a cada uno lo
nuestro y volvió friamente a su rincón.
Y, el hombre retornó a su historia:
–Había visto caer piezas en el ácido, sólo
duraban unos minutos, luego nada, burbujas en
el verdoso líquido. Lo mío sería un momento.
Los compañeros atestiguarían que había sido
un accidente. Un instante. La solución total. Se
resolverían los gastos, las deudas, los
problemas. Ni habría entierro, no se sepulta la
nada. Esta noche hice que el gancho de la
canasta de las piezas se desprendiera. Le dije a
mi compañero que lo iba a colocar. Éste me
dijo que tuviese cuidado. Subí por la baranda
del tanque, simularía que tropezaba y caería en
el ácido, estaba decidido.
Miré la pared gris y tomé mi cerveza. Sentía
compasión por ese ser, pero me molestaba la
cobarde solución de cortar el camino presente
por miedo al futuro.
–Sí, las ilusiones. Pero nuestras ilusiones
son tan débiles que cualquier cosa puede
destruirlas. Por un compañero me enteré que
iban a reducir personal y que yo estaba en la
lista de los cesantes. Me sentí hundir, no dije
nada a mi familia. Sólo habría reproches. Era
culpa mía.
–No comprendo por qué. –comenté.
–Yo los había traído, yo los había arrastrado
tras mío. Yo era el responsable...
–Sentirse responsable de todo es tan malo
como ser irresponsable. –interrumpí nuevamente,
pero el ser siguió hablando sin escucharme.
–Pasé muchas mañanas con los ojos
abiertos, pensando que quizás esa noche sería
la última de trabajo, de ganar un dinero para
los míos. La última noche, la última, esas
palabras giraron en mi cerebro. Si yo acabara
en un accidente, mi familia recibiría el seguro
de la fábrica, todos los beneficios sociales. Hice
cuentas, y comprendí que esa era la solución,
una frustrante solución, los números decían
con su cruel frialdad que yo valía más muerto
que vivo.
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EL EQUIVOCADO EL EQUIVOCADO
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
–Vagamente vislumbré un ser de blanco,
parecía que estuviese sacando una envoltura
inútil, el exterior de algo mío que dejaba de ser
mío. Ya no sentía nada, un sueño pesado, eterno,
mi iba dominando. Mi último pensamiento fue
que mi familia tendría gastos conmigo, pero
había llegado a la solución. Dolorosa, pero
solución al fin. El blanco se volvió gris, el gris
en penumbra. Luego me encontré frente a esta
puerta. Ya no tenía dolores, no importaban los
problemas... Hasta siempre, señor.
Ni siquiera giré para ver el banco vacío.
Caronte empezó a apagar las mustias luces.
Dejé una moneda sobre el mostrador.
Estaba seguro que aquel pobre desgraciado
no tendría ninguna para el viaje.
El barquero la recogió, y murmuró:
–Fue y será un equivocado. No hay
soluciones sencillas. Los que adelantan el
momento nunca encuentran un lugar. Ni aquí
ni allá. Vagará solo por la isla. Las parcas
maldicen a quienes rompen sus hilos.
Callé. Salí. No miré para atrás.
Caronte estaría juntando sus pasajeros.
...oo0oo...
A él no le importó mi actitud y siguió
narrando:
–Pero las cosas suceden cruelmente irónicas.
Una vez leí que las Parcas hilan los destinos con
una sonrisa burlona en sus agrios rostros.
Tropecé de verdad y caí en el tanque de al lado.
El de agua hirviendo. Me aferré desesperado a
su borde, sólo mis brazos y mi cabeza estaban
fuera del líquido en ebullición, los dolores eran
insoportables, indescriptibles. Mis compañeros
me sacaron. La conciencia del sufrimiento se
iba y venía por oleadas. Me pusieron en una
camilla. Si me tocaban o movían, los alaridos
escapaban de mi boca. Me llevaron a la
enfermería. La piel se desprendió al sacarme la
ropa, cayendo de mi cuerpo a jirones. Cada vez
perdía más la conciencia, era como si estuviese
en medio de dos mundos. Sentía el sufrimiento.
El ser se detuvo y bebió de aquel líquido
ambarino y viscoso.
El vaso volvió a quedar por la mitad.
Y el personaje continuó:
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EL TRIUNFADOR
04 EL TRIUNFADOR
PREÁMBULO: LA UBICACIÓN
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
–Entiendo lo del camino, pero… ¿qué
diferencia puede haber en sentarse en un banco
o el otro?
–Enorme, infinita. El cercano a la puerta
está reservado para las personas que existen,
que pueden abrir y cerrar la puerta, entrando y
saliendo a su mundo, el de allá afuera.
–¿Y el de la izquierda?
–Es el de la izquierda para usted, que está
aún de ese lado. Para mí, que estoy de este lado,
es el de la derecha.
–Bueno, entonces digamos el otro.
–El otro, el cercano a mi oscuro rincón, es
para los seres que son, y que por unos
momentos están para narrarle el camino
tenido. Seres que no necesitan abrir ni cerrar
puertas, porque pertenecen a mi mundo, el de
la laguna.
–Es extraño. Usted, siempre ambiguo, en
este caso, determina una ubicación definitiva.
–Esa ubicación la da el fin del camino. Pero,
los humanos necesitan muchos puntos para
encontrarse a si mismos.
–Pienso que la mayoría de los hombres
creen ser el centro del mundo. –dije con cierta
ironía.
Había sido una semana agitada. Ese viernes
llegué tarde al bar de Caronte. La noche era
oscura. Entré, confiado que encontraría el bar
como siempre, vacío y en penumbra. Lo último
era cierto, lo primero, no.
Caronte, como siempre, se hallaba detrás del
mostrador, impávido, indefinible, inmutable.
Pero vi que alguien ya estaba en el banco de la
derecha, el primero al entrar, el que yo ocupaba
normalmente, mientras el otro quedaba para
los extraños interlocutores.
Sentí angustia de haber perdido mi puesto,
aunque nada de allí era mío. Caronte murmuró
algo y aquel ser pasó, con cierta molestia, al
otro asiento. Noté en Caronte una autoridad
infinita, y en el personaje una sumisión eterna.
–Disculpe que estuviera en ese asiento, –dijo
con voz hueca– pero llegué primero...
–Por favor, el lugar es lo de menos.
–No, –indicó Caronte– cada persona tiene
un lugar en el camino, y ése todavía es de usted.
No quería entender esa realidad, y quise salir
por la tangente de la realidad evidente.
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EL TRIUNFADOR EL TRIUNFADOR
EL PERSONAJE
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
El tabernero sirvió mi fría, llena y
acostumbrada cerveza, colocó al otro ser un
vaso hasta la mitad con aquel ambarino y
viscoso líquido.
Miré de nuevo al personaje, era etéreo, casi
efímero. Pero tenía un residuo de corpulencia y
poderío que se vislumbraba en su figura rígida,
donde ciertas partes parecían deshacerse.
Caronte le ordenó que me narrara su
camino, y se retiró a su oscuro rincón.
En su niñez fue el último hijo de una familia
que trabajaba la tierra de otro.
En su juventud fue el último en ir a la guerra
civil. Antes, vio salir a su padre con un fusil
atravesado al hombro; luego, a cada uno de sus
hermanos mayores, y ninguno volvió.
Fue el último soldado de su regimiento. Fue
el último en volver a su casa.
Llegó la paz, llegó la pobreza. Fueron años
de miseria, de necesidad, de hambre, de gente
pobre sobre una tierra pobre.
Días negros como el vestido de su madre,
quien sólo tenía recuerdos de sus seres idos,
realidades de hijas flacas y la presencia de su
último hijo.
–Lo que creen es ser el centro del espacio
que ocupan. Un espacio limitado por seis caras,
posiciones a las que dan valores según el lugar
que ocupen con cada uno.
–Seis posiciones – reflexioné– y sus valores.
Arriba, y pensamos en triunfo, poder, mando.
–Si es abajo, –completó Caronte– en
fracaso, trabajo, sufrimiento, inferioridad.
–Izquierda, da la idea de rebelde, caliente,
revolucionario, sentimental. En cambio
derecha, lo es de conservador, frío, seguro,
reaccionario, inflexible.
–Adelante, en futuro, reto, esperanzas. Y
atrás, en pasado, secretos, recuerdos.
–Afortunadamente, Leonardo dibujó al
hombre en un círculo con el equilibrio de sus
proporciones. –comenté, con algo de fe en la
especie humana.
–Lo sé. Lo hizo sentado en el banco donde
está usted. Fue un contertulio muy interesante.
–¿Leonardo da Vinci? ¿Quiere decir que
otros, antes que yo, se sentaron en este banco?
–Muchos. ¿Tuvo la vanidad de pensar que
era el único? Esto es un bar. La Barca de
Caronte. Parroquianos y pasajeros pasan,
vienen y se van. Usted es de los que aún pueden
venir y volver.
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EL TRIUNFADOR EL TRIUNFADOR
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Cuando cumplió cuarenta años volvió a su
tierra, a esa tierra que guardaba los restos de su
madre en el panteón más lujoso, mandado
hacer por él.
Sus hermanas eran las más ricas del pueblo,
con el dinero mandado por él.
Buscó la muchacha más joven, más bella,
más buena. Tenía que ser el primero. Con ella
volvió a la otra tierra, a la tierra de los negocios.
Dio a su esposa todos los lujos, la llenó de
comodidades, una mansión en el lugar más
residencial de la ciudad, sirvientes, choferes,
muebles, vestidos suntuosos. Ella era su esposa
y debía ser la primera en todo.
En esa casa poseía una cocina enormemente
grande, con grandes refrigeradores repletos de
comida y bebidas.
Cada mañana, él, al levantarse, disfrutaba de
todo: de mujer joven, de comodidad, de
comida.
Siempre comía y bebía exageradamente. No
podía olvidar el hambre pasada.
El apetito se satisface; el hambre, jamás.
Su esposa le dio dos hijos. Como él quería:
primero un hombre, luego una mujer.
–Tiene usted suerte. –dije por decir.
Necesitaba hablar algo y tomar mi cerveza.
Y un día, ese hijo, como tantos, tomó un
barco con la ambición de hallar una nueva
tierra donde hacerse rico, comer siempre, ser el
primero.
Llevaba en el pasaporte el sello de emigrante,
pobre, hambriento, y último.
Llegó, trabajó, se sacrificó, y puso un
negocio. No fue al campo; la tierra sólo hace
rico al que la tiene, no a quien la trabaja.
En la ciudad hizo dinero, se convirtió en
poderoso. Era un hombre temido, la gente
temblaba ante sus gritos, bajaba la vista frente
a su mirada.
Buscó a la gente humilde para que trabajase
para él. Buscó a la gente rica para convertirse
en uno de ellos.
En todo quiso ser el primero.
Si entraba en una sociedad, tenía que ser el
principal. Si lo invitaban a una reunión tenía
que sentarse a la cabecera.
Si lo nombraban, tenía que ser el que
empezaba la lista. Si hablaba, nadie podía
interrumpirlo.
Siempre tenía la razón y siempre era el
primero.
Primero en hacer las cosas, en trabajar,
luchar, triunfar, comer, beber, tener.
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EL TRIUNFADOR EL TRIUNFADOR
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Aquel ser continuó, fue primero en todo, en
energía, en carácter, en gozar, tener, comer,
beber. Fue fuerte, grande, con hambre y sed
insaciable.
De pronto, calló. Miraba la pared. Pensaba.
Yo también giré viéndola.
Hay momentos en que a los seres hay que
dejarlos mirando la pared gris.
Volvió a hablar con voz queda, casi ida:
–Hace unos meses, luego de una fabulosa
cena, en la madrugada desperté. No podía
moverme, hablar, ni abrir los ojos. Sólo a través
de la pequeña separación de los párpados
vislumbraba figuras y la luz. Veía, escuchaba,
pero mi cuerpo era como algo separado de mí.
Se acercó mi esposa. Me tocó. Escuché su grito.
Vinieron mis hijos. Llamaron al médico, éste
indicó que era una embolia, que yo estaba
paralizado. Que yo no sufría, no sentía, no tenía
conciencia. Quise gritar que eso era mentira,
pero la saliva se me acumuló en la garganta,
ahogándome.
El personaje, luego de un momento de
silencio, tomó un poco de aquel líquido
ambarino.
Yo lo acompañé con mi cerveza, siempre
llena y siempre fría.
Aquel ser había acaparado la disertación, fija
la vista en la pared gris, donde parecía ver,
como en una pantalla, los hechos de su camino.
–¿Suerte? –contestó aún soberbio– La
suerte no existe, la hace cada hombre.
–Mejor sería decir que la hacemos entre
todos, –aclaré molesto– que cada uno es parte
de la suerte o desgracia de los demás. Pero,
siga...
El personaje siguió, se creyó halagado, se
notaba un ser acostumbrado a que estuviesen
pendientes de él.
–Bueno, si usted prefiere así, tuve suerte, mi
suerte. Ya no necesitaba cuidar mis negocios, lo
hacían otros por el sueldo que yo les daba. Mi
mujer tenía todo lo que quisiese, yo se lo daba.
Mis hijos fueron a las mejores universidades,
yo siempre les pagaba lo mejor. Fueron los
primeros en todo, debían serlo, tuvieron todo lo
que yo no tuve, y sin embargo... lo fui.
–Lógico. –dije– Aunque el camino no
siempre es lógico.
–Nada lógico. –afirmó– Di la dirección de
unas empresas a mi hijo, pero las decisiones las
tomaba yo. Y, mi hija revoloteaba en la alta
sociedad con millones de herencia y rodeada de
pretendientes de su nivel económico.
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EL TRIUNFADOR EL TRIUNFADOR
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
–Ellos no podían saber que usted sentía. –
dije, mirando mi vaso siempre lleno.
–Nadie puede saber como siente el otro. De
vez en cuando venían los llamados amigos. Si
no había ningún familiar cerca, me miraban con
desprecio, comentando vulgaridades. Y
terminaban diciendo que eso le pasaba a las
personas como yo. Que me lo merecía. Yo los veía
por mis párpados entrecerrados, recordando las
veces que habían pedido servilmente mi ayuda.
–Así es la gente. –reflexioné.
–¿La gente? – su voz hueca sonó sarcástica–
mi hijo se había hecho cargo de todos mis
negocios. Llegaba de noche a verme.
Preguntaba respecto a mi estado. Informaba a
mi señora sobre las empresas. Criticaba la
forma en que yo las había llevado. Que él debía
modernizarlas. Se acercaba a la cama. Me
miraba sin emoción. Yo lo veía por la hendija
de mis párpados. Ese era el hijo para quien había
un labrado un futuro, dándole una existencia sin
problemas, sin necesidades. Ahí estaba, viendo
un cuerpo inútil donde un corazón aún latía. Un
ser inerme que no le dejaba, legalmente, tomar
todo el poder. Y, diciendo que yo estaba igual, se
iba sin mirar para atrás.
Nueva pausa, nuevo sorbo:
Sin embargo, parecía que su bebida no se
consumiera, seguía constante en la mitad, y él
continuó:
––Me llevaron a la clínica más cara,
atendido por los doctores más famosos, y
puesto en la mejor habitación. Estaba
orgulloso. Eso lo podían hacer con lo que yo
había logrado. Yo. A través de los párpados
entreabiertos vi mi cuerpo conectado a un
sinfín de tubos y cables que salían de aparatos
relucientes. En mi interior sentí una energía
artificial transportada por un fluido ajeno a mí.
–Estaba bien atendido. –repetí otra frase
convencional.
–Sí. La atención es algo que se puede
comprar. Al principio venían muchas personas
a visitarme. Pero, al poco tiempo sólo quedaron
los familiares y algunos amigos.
–¿Amigos? –pregunté con duda.
–Bueno. Así se llamaban. Luego, la visita de
éstos se fue espaciando. Inclusive, la enfermera
estaba unicamente en los momentos de cumplir
su obligación. El médico, en forma matemática,
llegaba a la misma hora, miraba la hoja de
control, me auscultaba, punzaba alguna parte
de mi inerte cuerpo, firmaba la planilla, y se iba
moviendo negativamente la cabeza.
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EL TRIUNFADOR EL TRIUNFADOR
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
De mi mujer lo último que oí, fue una frase
entrecortada recriminándome haber sido como
fui. Mis párpados se cerraron. Ya no veía, no
oía; estaba en medio de un silencio infinito, de
una lúgubre oscuridad. Luego, me encontré
frente a este bar. En ese momento el dueño
abrió. Entré, yo era el primero. No sentía
hambre, no sentía sed, pero aún me gustó ser el
primero. El tabernero me dijo que tenía que
esperar para hacer el viaje. ¿Sabe?... yo tuve
pasaporte diplomático, donde decía que era
persona muy importante.
–Y también tuvo un pasaporte con el sello de
emigrante, pobre, hambriento, y último. –musité.
–Sí. Aquel pasaporte... Hasta siempre, señor.
Supe que el ser había desaparecido. Caronte
empezó a apagar las luces.
Deposité la moneda de siempre sobre el
mostrador.
En la tiniebla pregunté:
–¿En al barca... hay un primer lugar?
No me quedé a escuchar la respuesta.
Fui hasta el auto. Por el espejo vi al barquero
girando hacia el callejón. Esperé un momento.
No quería ser el primero en marcharme.
Luego, me fui por la calle oscura.
...oo0oo...
–Un día llegó mi hija con su novio. Acomodó
un poco mi lecho. Siempre le habían gustado las
cosas en orden. Luego se puso a hablar con su
prometido. Decían que si yo no hubiese bebido y
comido tanto, no estaría así. Ahora sólo quedaba
esperar. Lamentaban que el casamiento programado
para este año habría que postergarlo. Y que, de
cualquier manera, ya no podría realizar con todo
el lujo que habían pensado hacerlo, puesto que eso
sería mal visto por sus amistades. Siguieron
hablando de sus cosas. Cuando se sintieron
aburridos, mi hija se levantó. Me besó en la frente.
Se notaba que lo hacía sólo por compromiso. Y se
marchó, tomada de la cintura por su novio. Esa
era la hija consentida, a quien no le faltó nada, a
quien había satisfecho el mínimo capricho.
Otro sorbo, otro silencio. Me pareció ver a
Caronte en su rincón dispuesto a levantarse.
El ser, a mi lado, cada vez hablaba más quedo:
–Hoy sacaron la maraña de tubos y aparatos
que me mantenían artificialmente. Finalizaba
siendo yo, sólo yo. Vinieron los familiares y uno
que otro conocido. Abundaron los llantos y las
palabras de consuelo. Un amigo, galante y mujeriego,
abrazaba a mi esposa; ésta se estrechaba a él,
llorando en su hombro. Me reí de mi mismo,
pensando que ese parásito, que nunca había hecho
un esfuerzo, disfrutaría de todo lo que yo creí mío.
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EL NOSTÁLGICO05 EL NOSTÁLGICO
PREÁMBULO: LA MITAD
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Unos a su hogar, otros a la diversión
comprada, y yo hacia el bar de Caronte.
La noche era gris cuando llegué al bar. Con
ese gris de horas indefinidas, donde el tiempo
no se sabe si es de realidades, de fantasías, o de
infinito.
Pero lo importante era llegar allí, y llegué.
Me senté en el banco de la entrada. Comencé
a hablar con Caronte.
Era una noche cuya humedad predisponía a
la meditación, pero no deseaba caer en sus redes.
Me escapé por la tangente de siempre.
–La noche está tranquila... parece que hoy
no tendrá pasajeros.
–Los tengo, –dijo– y como siempre, muchos.
Pero todos están en la calle. No vale la pena
invitar a ninguno. Son seres normales que
tuvieron un camino y un final normal. Y no hay
personaje más aburrido que alguien normal.
Miré la pared gris.
Las botellas seguían en su constante mitad.
El tabernero vio mi curiosa mirada.
–¿Se pregunta por qué todo está siempre en
la mitad?... Es la única verdad, la absoluta. La
mitad, para los pesimistas es que está medio
vacío. Para los optimistas, que está medio lleno.
Y para nosotros, sólo es la mitad.
Otro viernes. Llovía.
El tránsito, lento y pesado.
Había tiempo para pensar. La gente piensa
cuando no tiene otra cosa que hacer.
Los seres volvían sin ansias, arrastrados por
la indolencia. Hasta las luces de los centros
noctámbulos parecían tener menos brillo y su
música estaba apaciguada.
Los autos seguían unos tras otros, como
animales de un indiferente rebaño, sin apurarse,
como si no importara llegar.
Parecía que todos estuviéramos eslabonados en
una cadena de apatía, y que íbamos hacia nuestro
destino más por el hábito que por la voluntad.
Sin emoción, pensé que si alguno de
nosotros dejase de andar, nadie lo notaría.
Continuaría llevado, empujado por los demás,
formando parte de esa masa homogénea y abúlica.
El cielo y la temperatura se hacían partícipes
de ese estado anímico.
En las alturas, un gris plomizo predominaba,
donde las pocas estrellas visibles parecían estar
clavadas sin siquiera titilar.
En el ambiente no se podía definir si hacía
calor o fresco, brisa o quietud.
Sólo, y luego de un esfuerzo mental, podía
deducirse que la existencia seguía.
Diap 27
EL NOSTÁLGICOEL NOSTÁLGICO
PERSONAJE
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Ahí estaba él. ¿O eso? ¿O ése?
Caronte le servía aquel líquido ambarino.
Miré al personaje de esa noche. Parecía
sediento de aquel líquido, bebía avidamente.
Caronte se retiró a su rincón.
Observé el vaso de mi compañero, estaba
igual, por la mitad. Bebí mi cerveza, siempre
llena y fría.
El ser de esa noche era excepcionalmente
extraño. Su figura no lograba definirse por
completo en la semioscuridad del local.
Parecía estar constituido por el conglomerado
de múltiples partículas yuxtapuestas por una
desconocida fuerza que le daba forma.
Forma, dentro la cual saltaban pequeños
puntos centelleantes, como agónicas luciérnagas.
Al beber el viscoso líquido, éste desaparecía
dentro del ser, volviéndolo cada vez más definido.
Me quiso hablar. Yo esperaba eso.
Al abrir él la boca, el aire se impregnó de olor
a ozono, como si una descarga eléctrica hubiese
sucedido ionizando el ambiente.
Con temor volví a sentir en mi cuerpo aquel
cosquilleo, el cual aumentó hasta volverse
doloroso, y mis dedos empezaron a encogerse.
–Pero... ¿la mitad de qué?
–La mitad de todo, la mitad de nada.
No quise ahondar. Además, poco se puede
agregar a las verdades absolutas.
Por más que pasara el tiempo, por mucho que
fuera distinto cada viernes, nunca terminaría
de acostumbrarme a que cada vez encontraría
un nuevo personaje diferente y extraño.
Lo sabía, y volvía con la morbosa curiosidad
de encontrarlo, de escuchar sus intimidades, de
fisgonear dentro de sus reflexiones, vislumbrando
algo de ellos en mí, y mucho de mí en ellos.
Las tenues luces, que apenas separaban la
penumbra de la oscuridad, temblaron dentro
del local, como si un cable eléctrico hubiese
caído a tierra.
Fue sólo un momento, luego todo volvió a su
lúgubre medianidad.
En tanto, alguien había pasado detrás mío
para sentarse en el otro banco.
Más que presentirlo, esta vez lo sentí.
Lo sentí como un efluir de puntos de energía
que saltaban, buscando en mi cuerpo descargarse.
Cuando cesó ese cosquilleo extraño, giré mi
cabeza.
Diap 28
EL NOSTÁLGICOEL NOSTÁLGICO
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Él no me oía, hablaba de su pasado.
Es extraño el camino del ser humano, puede
pasar varias veces por el mismo lugar para
terminar donde empezó...
Afirmé su reflexión.–Era un valle rodeado de
cerros, donde el río corría por los terrenos,
saltando entre o serpenteando por los cultivos.
Nos dábamos a la tierra y la tierra nos daba
todo, árboles para sombra y alimento, suelo
para que los animales corrieran y creciesen.
Respetábamos al río y el río nos respetaba, sólo
le sacábamos un poco de agua en las acequias.
Una vez al año inundaba la tierra. Lo
dejábamos correr, era su tierra. No era nuestro,
nosotros éramos de él. Crecíamos a sus orillas,
nos bañábamos en él, bebíamos su agua, y
fertilizaba el alimento de cada día.
–Debe haber sido una niñez muy feliz la
suya.
–Sí. Fue una niñez pasada en forma natural.
Y la felicidad está en recorrer el camino de esa
manera. Pero el ser humano cambia lo natural
para obtener satisfacciones en lugar de felicidad.
Moví mi cabeza lentamente. Estuve de
acuerdo, y el ser siguió su narración:
Caronte salió de su rincón, apoyó su mano
sobre la de aquel ser, ambas manos parecieron
confundirse, y en su vaso de eterna mitad le
sirvió más de la aceitosa bebida.
El ser terminó de definirse, desaparecieron
los puntos luminosos, parecía como si todas las
partículas hubiesen encajado entre sí. Y
desapareció al instante aquella molestia en mí.
Caronte volvió al oscuro ángulo.
Con indefinible sonrisa, el ser pudo hablar:
–Buenas noches, señor. Disculpe. Fue difícil
llegar.
No comprendí la razón de su disculpa, pero
no quise saberla.
Se veía un hombre bueno. En sus ojos, ya sin
brillo, debieron pasar en partes iguales ideales
y frustraciones, ilusiones y realidades.
Contesté serenamente:
–Y... con esta lluvia las calles son difíciles de
transitar.
–Mi camino fue largo. Desde la represa.
–¿Desde la represa?... –pregunté incrédulo–
pero eso está muy lejos.
–Tanto como mi niñez. Y mi niñez empezó
allí, donde está la represa, allí mismo.
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EL NOSTÁLGICOEL NOSTÁLGICO
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Giré sobre mi asiento y quedé mirando la
pared. La misma que miraba mi interlocutor.
–Sólo quedamos los técnicos y los que
habíamos aprendido junto a ellos. Hasta la
energía se iba por los cables hacia otros lugares.
Pasaron los años. La gente se aglomeraba cada
vez más en las ciudades, alejadas de la presa.
Parecía que le temiesen. Pero nosotros, lo que
habíamos nacido debajo de ella y nos habíamos
hecho con ella, le pertenecíamos. Me casé y nos
establecimos en un poblado vecino.
–La tierra ata. –dije meditando.
–También el agua. Progresé. Compré una
lancha y con ésta recorría el gran lago,
sintiendo debajo mío los lugares de mi niñez,
pescando con el anzuelo de la nostalgia en la
profundidad de los recuerdos. Viendo la
realidad del agua sobre la tierra hundida. Hoy
salí con la lancha luego del trabajo. Me acerqué
al muro de la represa. Los remolinos indicaban
que los conductos drenaban caudales de
líquido. El nivel estaba bajo y cerrados los
aliviaderos. El motor de mi lancha se apagó.
Empecé a revisarlo. Los bornes de la batería
estaban sucios. Los limpié y probé el contacto.
Saltó una chispa y se incendió la lancha. Vi las
llamas llegar al tanque de combustible;
horrorizado, instintivamente me lancé al agua.
–Un día llegaron unos hombres con muchos
aparatos. Dijeron que iban a hacer una represa.
Otros vinieron y comenzaron a comprar los
terrenos, por que estábamos desalojados por
orden del gobierno. A los campesinos les
ofrecían tierras más grandes en otra parte.
Nuestro valle, nuestras casas, el lugar de
nuestra niñez, iba a quedar bajo las aguas de
una gran laguna. Esos hombres sabían mucho,
y algunos jóvenes nos quedamos con ellos. Los
viejos se fueron, cada uno con lo suyo.
–Es el precio del progreso. –dije.
–Así es. Vi desaparecer en huecos llenos de
cemento los terrenos donde me había criado.
En tanto, yo aprendía al lado de aquellos
hombres. Se cerró la presa. Sin ningún respeto
habían desviado el río, y luego lo encerraron.
Fue ahogándose en sus propias aguas,
guardando bajo él todo lo que él y nosotros
habíamos sido. Un día, finalmente, la presa
estaba llena. Vino gente del gobierno, dijeron
muchas cosas incomprensibles y hubo muchos
aplausos. Un señor tocó un botón y las turbinas
comenzaron a funcionar. La energía del río se
transformaba en electricidad. Después todos se
fueron: los extranjeros, los políticos, los
ingenieros, las grandes señoras visitantes, las
pobres señoras que comía gracias a nosotros.
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EL NOSTÁLGICOEL NOSTÁLGICO
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Bebió de su vaso, el líquido en su constante
mitad se alumbró al estar en contacto con sus
labios. Luego, quedamente, el ser siguió:
–Las turbinas giraban a enorme velocidad.
Mi cuerpo se deshizo en partículas,
desmenuzado alimento para los pequeños
peces que esperaban afuera, donde el río volvía
a ser lo que fue. Peces que serían devorados por
otros más grandes, y éstos por el mayor
depredador: el hombre.
La cerveza me supo agria el escuchar esas
palabras, el personaje continuaba:
–Pero yo no había salido, había quedado
atrapado por una fuerza magnética poderosa,
una energía que me transportaba dentro del
generador en giros enloquecidos. Luego me
encerró momentaneamente dentro de un
transformador para lanzarme, bailando un
juego encadenado, sobre los arcos de lo cables,
de una torre a otra. Al principio quise
detenerme, pero la energía que me llevaba era
superior, y me dejé llevar.
El ser me miró como en un adiós, y siguió:
El personaje detuvo su narración.
Buscaba fuerzas. Bebió de su vaso el viscoso
líquido. Lo acompañé con mí cerveza, sin
mirarlo, sin hablar. En nada podía ayudarlo.
Como tantos otros, tenía que encontrar en sí
mismo la fuerza necesaria.
Cuando reinició, parecía haberla encontrado,
sólo que su voz era más queda:
–Las ansias de salvarme hicieron que saliese
por instantes hacia la superficie. Vi estallar el
bote, luego el remolino me fue engullendo. Mis
pulmones parecían reventar, nadaba con
desesperación hacia arriba, pero cada vez
estaba más abajo. Un lejano zumbido crecía y
me llevaba hacia él. De pronto no sentí más
ningún dolor, ninguna desesperación. La
oscuridad me rodeaba, pero podía ver todo con
nitidez. Miré mi cuerpo, era algo que ya no era
mío, y que iba hacia las rejillas. Yo lo
acompañaba, tenía lástima de él. Vi que las
rejas no estaban del todo cerradas. La
corriente, con enorme presión, hizo pasar por
el conducto a ese despojo y a mí.
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EL NOSTÁLGICOEL NOSTÁLGICO
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Caronte surgió de su rincón.
Las luces estaban tan débiles que apenas lo
podía vislumbrar.
Puse la moneda sobre el mostrador.
Al tomarla el tabernero, saltó una chispa
hacia ella.
Miré a mi lado.
Extraño por demás, pero como todos, mi
compañero había desaparecido.
Se sintió un trueno.
Todas las luces del lugar se apagaron.
Salí en la oscuridad y, sin encender los focos
de mi vehículo, me alejé.
...oo0oo...
–Fue un viaje lleno de tensión, las luces de la
ciudad empezaban a encenderse en el
atardecer, y eran cada vez más cercanas.
Cuando comenzó a llover, esa fuerza que me
llevaba, saltaba en descargas que me hacían
sacudir, pero sin abandonarme. Ella era
potencia activa, yo resistencia pasada.
Llegamos a la ciudad. Nos metimos en
transformadores, y cada vez que salíamos de
ellos éramos mas débiles. Cerca de aquí
entramos dentro unos tubos oscuros. Sabíamos
que estaba cerca el final, sin ver como se
llegaba a él. De pronto, la reducida energía se
convirtió pobre luz de un letrero. Solo, caí a
tierra. Abrí la puerta y entré. Ya no me queda
fuerza, la energía se acabó. El camino ha
terminado. Si va a la represa, recuerde: Allí
hubo un río, árboles, casas, gente, niñez. Hasta
siempre, señor.
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EL SERVIL
05 EL SERVIL
PREÁMBULO: LA GARÚA
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
–Noche triste. –dije mientras sorbía mi
bebida.
–¿Noche triste? –preguntó el cantinero– La
noche es triste sólo para aquellos que tienen un
mañana. Para los que han llegado al final del
camino no es triste ni alegre... es el final.
–Pero todos los finales son tristes. –
comenté, meditando– Unicamente en las
novelas románticas los finales están llenos de
felicidad y de justicia.
–La realidad está sedienta de mentiras. –dijo
el cantinero.
–Sí. –completé– Es difícil saber cuando
estamos frente a algo real o a una apariencia.
¿Esta realidad, este momento, este bar, es una
realidad, o es una mentira?
–Usted sabe lo que es. –sentenció Caronte.
No quise continuar en ese tema y cambié
para el más usado e intranscendente: el clima.
–¿Por qué será que la lluvia nos hace
cambiar de ánimo, meditar, reflexionar?
–Usted, que es introspectivo, siente así. A un
apasionado, le aumentará su libido. Un
campesino pensará en su cosecha. Un
nostálgico sentirá más su melancolía. Un
enfermo, más su temor. El activo tendrá más
impaciencia.
Viernes, la noche llegaba en cada minúscula
gota de garúa.
Sin horizonte, avanzaba hacia la cita
postergable pero inevitable. Otros seres, en
otras cajas de plástico y metal me rodeaban,
formando esa masa impersonal e indefinida de
los que vuelven del trabajo.
Sin embargo, a medida que me acercaba al
encuentro, me sentía diferente a los demás.
Ellos seguirían rodando sobre los rieles
invisibles de la monotonía, en la autopista que
los llevaba para sus hogares. Yo desviaría hacia
un destino, hacia el bar de Caronte, a la Barca.
Dejé la vía de todos y de todos los días,
entrando en las calles apacibles de aquel barrio.
La luz de mi auto se reflejaba en los charcos
formados por la lluvia, mientras contra la acera
corrían lentamente arroyuelos de agua sucia.
Pocos minutos después entraba en el local,
dejando atrás el gris de la tarde y entrando en
el gris del lugar.
Caronte me saludó con su voz hueca,
sirviéndome de inmediato la interminable
cerveza fría.
Por hábito miré el bar, el mostrador, la
pared. Sabía que estaría igual, y así lo fue.
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EL SERVILEL SERVIL
EL PERSONAJE
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Presentí que había entrado el personaje de
esa noche. Un ondular de sensaciones pasó a
mi espalda. Miré el asiento a mi lado. En él,
algo se convulsionaba en curvas.
Caronte tomó una botella cualquiera de la
pared, sirviéndole un vaso hasta la mitad de
aquel viscoso líquido ambarino.
La figura estiró una de sus arqueadas manos
y llevó el vaso a su boca. Mientras iba bebiendo,
bajaba el ritmo del ondular.
Poco a poco fue tomando una configuración
casi humana. Puso el vaso sobre el mostrador;
estaba igual, con el líquido hasta la mitad.
Caronte inutilmente llenó el mío, ya que
siempre seguía lleno. Luego el cantinero se fue
a su oscuro rincón.
–¡Qué noche horrible! –suspiró aquel ser.
–Sí. Una noche gris. –comenté.
–No me refería a eso. El clima no depende
de nosotros, pero los sucesos, sí.
–No siempre todo depende de uno, más bien
cada uno depende de todo.
–¡Bah! Palabras. –su voz vacía aún ondulaba
vanidad– Uno es la consecuencia de su forma
de pensar, de actuar, de su responsabilidad.
–Cada uno puede creer lo quiere, y nunca
sabrá si está en lo cierto. –comenté molesto.
–Y al haragán le será más grande y profundo
su deseo de dormir. –completé con ironía.
–Y un marino, en su barco, se preocupará
porque no puede ver el horizonte. –terminó
Caronte.
–Un marino como usted.
–No. Yo no soy marino, soy barquero. Un
barquero que cada noche cruza el río
Aqueronte hacia la laguna Estigia.
–¿Y no le molesta la lluvia?
–Allí no hay ni sol ni lluvia. Solo la nada, la
eternidad.
Caía en el mismo tema, y volví a salir:
–Hemos dicho las consecuencias, pero no el
porqué la lluvia causa esos cambios.
–El sol calienta, tiene luz, energía. El agua
moja. El viento, sopla. Y eso fue, es, y será hasta
su fin, sin importar el por qué son así.
–Pero el ansia de saber el por qué, fue lo que
hizo al hombre un ser diferente a los demás.
–Y por saber los por qué, perdió la felicidad.
–Quiere decir que la felicidad está en la
ignorancia.
–Jamás. Pero, a veces, la sabiduría está en
no saber.
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EL SERVILEL SERVIL
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
–¿Importante para quién? –pregunté reacio.
–Importante para la empresa, para todos. La
mayoría muerde la mano de quien le da de
comer. Los responsables sabemos que se debe
dar para obtener, y estar agradecido a quien
nos da.
–Como a los obreros, que le daban su trabajo.
–¿A esos? Escuche, señor: La única ley que
se cumple en el mundo es la ley del menor
esfuerzo.
–Es una ley natural y universal.
–Exacto. Si uno no exige a la gente, todos
irían bajo la sombra a esperar que alguien les
trajera la comida. Los hombres trabajan por
necesidad, no por responsabilidad.
–Siempre es más déspota el mayordomo que el
amo. –dije– Pero usted tenía responsabilidad...
continúe.
–Como decía el patrón: Los jefes nacen, no
se hacen. Pero, es difícil ser jefe. Los de abajo,
cada vez que caen se inclinan nuevamente en el
suelo; los de arriba, se destrozan en la caída. El
reto es constante: hacer, siempre hacer más.
–Pero hay otros valores además de hacer... el
amor, la amistad, la familia.
–Todo eso se consigue cuando uno vale más.
Tanto haces, tanto vales.
–Pobres poetas... –musité.
–Palabras. –repitió aquel ser– Usted es lo
que es por que quiere ser así. Nadie me obligó a
ser lo que fui, y por serlo estoy aquí. Soy el
culpable y el responsable de ello.
–¿De qué?
–De todo. Siempre reconocí ser el responsable
de lo que sucediese. No fui de los que se esconden
detrás de una excusa, un falso arrepentimiento,
una broma o una sonrisa, buscando la
benevolencia de los demás frente al error.
–Quizás privó a los demás la satisfacción de
comprender su error, ni se permitió la humildad
de que ellos lo comprendiesen. En fin... ¿De
qué se siente responsable?
–De todo lo que sucedió. Mi camino comenzó
muy lejos, tanto que a veces pensé que lo hizo
otro. Un camino con penurias, necesidades,
pero con mucha responsabilidad hacia los
patrones que me daban de comer. Un día, uno
de ellos me trajo a la ciudad, a una gran fábrica
de tambores. Aprendí como trabajaban las
máquinas, después como hacer trabajar a los
hombres. Esa es otra parte del camino, la que
realmente siento que he recorrido yo. Llegué a
ser jefe. Mi personal era el que más rendía, mi
turno el que más producía. La gerencia me
elogiaba. La gente me temía. El que no servía,
lo echaba. Hombres y máquinas debían
trabajar. Eso era lo más importante.
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EL SERVILEL SERVIL
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
–Sí. Todo se deshace, y el valor es diferente
al precio cuando termina el camino. Un final
como el de esta noche. El operario de la
máquina de cilindrar no trabajaba
eficientemente. Le llamé la atención. Protestó.
Lo despedí en el acto. Nadie más sabía hacer
ese trabajo. Pero yo lo había hecho años atrás.
No bajaría la producción. Les demostraría que
conmigo se producía más. Y así fue. Llegó la
hora de descanso y los obreros fueron a comer.
Yo no. Tenía que recuperar el tiempo perdido,
puse a funcionar la máquina en continuo. Las
láminas curvadas salían una tras otra, yo las
empujaba en los cilindros. De pronto, mi mano
fue aprisionada por los rodillos, éstos me
fueron tirando hacia adentro, mis gritos nadie
los oía, estaba solo y no podía detener la
máquina.
Bebió de su vaso para tomar fuerzas y siguió:
–Por eso se mueren de hambre. –sentenció.
Caronte gruñó saliendo de su rincón, miró
con desprecio al personaje y le retiró el vaso de
líquido ambarino.
El ser retornó a convulsionarse, dando
quejidos ondulantes.
Dirigí al cantinero una súplica callada, éste
volvió a poner el vaso. El personaje lo bebió
inmediatamente. Y el vaso seguía en la mitad.
La figura volvió a su normalidad.
Caronte lo miró fijo, y habló con su voz
hueca:
–El hombre tiene hambre. El poeta,
ansiedad. La poesía permanece, es eterna. Los
que hacen, se deshacen. –calló, volviendo a su
rincón.
El personaje quedó serio, con su espalda
curvada. Estaba llegando al final de su
narración.
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EL SERVILEL SERVIL
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Puse la moneda. El cantinero me la devolvió:
–No la merece, fue servil.
–Todos somos servidos… y todos somos
servidores.
–Se puede servir por necesidad, por amor,
por ideal. Pero servir por el placer de sentirse
poderoso es vileza. Lo llevaré en el fondo de la
barca para que sea pisoteado, como él pisoteó a
los demás. Al llegar será juzgado, y es seguro
que Cerbero lo arrojará al Tártaro.
–¿Quién es Cerbero?
–Mi perro.
–¿Y el Tártaro?
–Un río rodeado de fuego. El lugar donde
van los que son como él.
Salimos del local.
Caronte giró hacia el callejón.
Yo subí a mi auto y me alejé.
...oo0oo...
–Vi mi mano, mi brazo siendo absorbido.
Escuchaba el crujir de mis huesos
deshaciéndose. Veía mi carne convertirse en
delgada plancha, mientras los cilindros se
manchaban de sangre. La desesperación se
volvió locura. Mi tórax y mi cabeza estaban
llegando a los cilindros. Grité. Luego, nada. Me
vi desdoblado, uno era mi cuerpo que seguía
siendo engullido por la máquina, otro era yo,
que observaba eso. No me podía alejar de ese
cuerpo, de esa masa vuelta una lámina
sanguinolenta que acompañaba la lámina
metálica cilindrada... Finalmente, el tambor
cayó al suelo, forrado de lo que yo fui.
Aquel ser se detuvo.
Su voz retornó, apagada:
–Me desprendí de eso y, ondulando, llegué a
este bar. Ahora entiendo. Todo se deshace,
responsabilidad, exigir, mandar... ahora nada
es importante. Hasta siempre, señor.
El banco estaba vacío.
Caronte comenzó a apagar las tenues luces.
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07 EL LOCO
PREÁMBULO: LA HUELLA
EL LOCO
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
–O porque no pueden salir de la huella
dejada por los que pasaron antes. Los seres
humanos, al igual que los animales, tienen una
tendencia instintiva a pasar los mismos caminos
por donde anduvieron sus antepasados.
–No siempre. –dije– Los aventureros,
conquistadores, los primitivos pueblos que
desde Asia llegaron a Europa, abrieron por
primera vez los senderos por donde andaban.
–Sólo seguían su instinto. El hombre,
siempre va tras el sol, siguiendo su huella de
avanzar.
–Pero hay muchas ciudades que se
construyeron en el este, por gente que vino
desde el oeste.
–Otra vez el instinto. Cuando el hombre está
frustrado de no haber hecho el camino que
soñaba, entonces gira y va sobre la huella
dejada, buscando la paz, lo conocido.
–Por lo tanto, las huellas señalan el sentido
del camino. Sin ellas no se sabría si el que pasó
antes, iba o volvía.
–Siempre se va. Volver es imposible. En el
tiempo no hay antes ni después, sólo es ahora.
Ese hombre que va buscando su pasado,
encontrará un presente, con pocas cosas
conocidas, y donde él y sus recuerdos serán
unos desconocidos. Y a veces el polvo ha tapado
las huellas.
Viernes. El tránsito se movía lentamente. En
alguna parte habría sucedido un accidente.
No importaba la vía, fuese el movimiento en
ambas vías se detendría.
En una, por la obstrucción natural y el
masoquista placer de pertenecer a los
causantes. En la contraria, por la sádica
reacción de detenerse a ver como los demás
están sufriendo.
Cuando llegué al bar de Caronte la noche
había avanzado iluminada por la mustia luz de
una luna que jugaba entre nubes grises,
alumbrando por instantes los senderos y
sepulcros de la silenciosa necrópolis cercana.
Me senté con satisfacción en mi banco, de
costumbre, el cercano a la puerta.
Estaba agotado por la jornada y la tensión
del viaje.
–Hoy tardó. –comentó lacónico, Caronte.
–Sí. La autopista estaba llena.
–Cuando los caminos de los humanos
coinciden, en vez de sumarse, parecen anularse
entre sí.
–Será porque la huella de los que ya pasaron
estorba a los que vienen detrás.
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EL LOCOEL LOCO
EL PERSONAJE
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Caronte se dio vuelta, tomó una gris botella y
sirvió un vaso hasta la mitad de aquel ambarino
líquido.
Mi cerveza seguía llena y fría.
Supe que el personaje de esa noche se
encontraba a mi lado.
Miré a mi izquierda. Me sentí bien al verlo.
Era extraño como todos los interlocutores de
cada viernes, pero tenía una presencia
agradable, pura, inocente.
Se divertía alargando sus extremidades, su
cuello, cuerpo, deformándose continuamente,
como si aquello fuese un juego con su propio
ser.
Caronte lo miró con dulzura, y si alguna vez
hubo sentimientos en el barquero, esa noche
asomaron. Y, en lugar de ir a su rincón oscuro,
se quedó detrás del mostrador, cerca nuestro.
–La luna juega a la rueda–rueda... La rueda,
rueda. Rueda–rueda... Rueda–rueda... –
canturreó el personaje una infantil canción.
–¿Qué dice? –pregunté asombrado.
En ese ser había algo que obligaba a quererlo
dulcemente, tal como sucede con una criatura
pequeña que sonríe en forma natural.
–El polvo del tiempo. –reflexioné.
–No. El de la tierra. El que tapó siete veces a
siete Troyas. El que aún guarda bajo él a
civilizaciones desconocidas. El tiempo es
inmaterial, no puede tener polvo.
–No creo que el polvo cubra esta civilización
nuestra. Ahora hay una obsesión de quitar el
polvo de todas partes.
–¿Y lo han podido eliminar? –dijo el
barquero.
–Jamás. Siempre está en el aire.
–Es que el polvo es comienzo y fin de todo.
Por más grande que sea un sol, una galaxia, el
universo comenzó y terminará como polvo
cósmico.
–Polvo, huellas. –medité.
–Prefiero mi barca, no hay huellas en el mar.
–Caminante, se hace camino al andar, –
recordé al poeta– y cuando te detienes y miras
hacia atrás, ves que sólo has hecho huellas en la
mar.
–Hermoso poema. Pero los hombres siguen
haciendo caminos en la tierra, y terminan
deshechos por el tiempo.
–¿Los caminos o los hombres?
–Ambos...
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EL LOCOEL LOCO
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
–¿Normal?... –una burlona carcajada de
tonto llenó el local– ¿Qué es la normalidad?...
¿Son normales los demás humanos? Piden la
libertad, y se encierran tras las rejas. Limitan la
velocidad, y hacen vehículos que la triplican.
Dicen que son iguales, y se aprovechan unos de
otros. Hablan de paz, y matan, y tienen guerras.
Piden una vida natural, y queman árboles,
aplanan cerros, cubren todo de piedra y
cemento. Se dicen humanos sólo para justificar
lo malo que hacen. Y hablan de amor para
poseer a otros.
Moví la cabeza afirmativamente, y él siguió:
–Encerrados en el cuadrado de la
normalidad, necesitan una escalera para subir
al techo, una ventana para mirar fuera, y una
puerta para pasar al otro cuadrado. Yo, para
subir al cielo tenía mi fantasía, sentimientos
para mirar el horizonte, y ningún cuadrado.
Por eso era loco.
–Dichosa locura... –comenté– el mundo
andaría mejor si abundasen los locos en lugar
de los que llaman normales.
Me miró con esa sonrisa, y sus ojos
comenzaron a girar en forma desquiciada,
jugando y riendo de mi asombro.
Su mirada era limpia, sin odios, sin rencores,
sin prejuicios. Era como si hubiese caminado
sin ensuciarse con el polvo del camino.
Caronte apoyó su mano sobre la del ser, y
ambas se confundieron.
–Es un loco. –aclaró el cantinero– Bueno, lo
que la gente llama loco.
–Todos tenemos un poco de poetas, de
locos... y de niños. –filosofé, sintiéndome a gusto.
–Locos, niños y poetas son los únicos seres
que pueden ver la realidad, decir la verdad, y
sentir la libertad.
No supe quien hablaba, si Caronte o el
personaje, sus voces surgían iguales del mismo
lado de ese triángulo que formábamos tres
seres disímiles. Y así, continuaron:
–El poeta es un niño que creció con un loco
dentro de sí. Un loco es un niño que tuvo la
poesía de no crecer. Y un niño es un poeta loco.
–Pero, parece normal. –musité.
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EL LOCOEL LOCO
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
–Bueno, no es así; –indiqué– los carros
andan en la calle y los hombres en la acera.
Sonrió con compasión, y me respondió:
–Los autos son cuadrúpedos que llevan un
bípedo adentro, sólo que tienen los pies
redondos.–¿Y los hombres? –pregunté.
–Los hombres son bípedos que llevan un
cuadrúpedo dentro... y tiene los pies planos.
–Sus razonamientos no parecen de un...
–...loco. –completó Caronte– Locos y sabios hacen
avanzar a la humanidad. Hay que desequilibrarse
de la rutina normal para ver la verdad.
–Era loco porque no podía aprender a
contar. ¿Acaso importa saber cuantas flores hay
en una planta para ver su belleza? Pero, algo
aprendí. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son
seis, seis y dos son ocho, y ocho, dieciséis. ¿Qué
es más bonito, saber el número o sentir la
música de la canción? Además la matemática
también es loca. Si divido el uno, me quedan
unos más chiquitos. Si divido el ocho por dos,
me quedan dos tres, uno al derecho y otro al
revés, o dos ceros uno arriba del otro...
Su matemática era muy lógica, y él siguió:
–Aprendí a leer, muy despacio, para comprender
mejor. Y me gustaba escuchar a aquellos que no se
burlabandeloquelaspalabrasdecían.
–En lejanos tiempos, –terció Caronte– los
locos eran seres tocados por la chispa de los
dioses. Se les oía con respeto, ya que de su boca
salían verdades, predicciones. Hoy los
aprisionan. Tratados por humanos inhumanos
que quieren llevarlos a la normalidad. Pero,
afortunadamente son los que los aprisionan
quienes encuentran el camino de la locura.
Reímos los tres, es lindo reír entre locos.
Todo anormal es feliz, sólo se pone triste
cuando lo encierran, cosa que es naturalmente
normal.
La risa resonó dentro del local, que había
perdido su lúgubre apariencia. Y comprendí
que la risa de los locos tiene sonido de
eternidad. Reconocí al personaje, muchas veces
me había cruzado con él en la autopista. Era un
demente que caminaba contra los vehículos,
azuzándolos, mientras éstos los desviaban a
toda velocidad.
–Usted es el hombre de la autopista.
–No. Soy el loco. Uno más. Yo soy el que
estaba afuera, los demás están dentro de los
autos. Desde que el hombre encontró la rueda y
pudo subirse sobre ella, se sintió superior a los que
andaban caminando. Carros, coches, hombres,
seres... y el camino es el mismo. Todo es igual.
Diap 41
EL LOCOEL LOCO
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
–Siempre se le da la razón a los locos. Por
temor a su locura o por temor a su verdad.
Cuando era pequeño, quería que tener una flor
en una copa, beber su aroma, paladear su
hermosura. Reían porque plantaba semillas
entre las piedras. Allí es donde hacen falta. Me
compadecían porque pasaba horas mirando el
cielo, jugando con las nubes que dibujaban un
mundo de barcos, pájaros, animales. Era un
mundo mío, sólo yo las veía, y existían para mi
realidad. Los demás no las veían y no existían
para su normalidad.
–Yo también jugaba con las nubes, –dije con
nostalgia– y formaba personas con ellas.
–Yo no veía personas en el cielo. Las personas
siempre se burlaban. Los demás niños me
pegaban. Los niños normales son crueles con un
loco. Es el desquite de los que están presos,
cuando cae entre ellos uno que posee la libertad.
Iba a refugiarme en mi madre. Me abrazaba y
lloraba, mezclando sus lágrimas y las mías. ¡Pobre
madre! Ella era normal, y sentía que algo de ella
había en mí. Nunca pude estar junto a mi padre,
me miraba furioso, y si intentaba acercarme, un
bufido colérico marcaba la distancia a mantener.
¡Pobre padre! Era tan absurdamente normal que
temía reconocer algo de él en mí.
Caronte me miró pensativo, y nos sirvió.
Mi cerveza seguía llena y fría, y el vaso del
personaje permanecía con su líquido hasta la
mitad. Luego, fue a su rincón.
–¿Cómo fue su camino? –pregunté con
confianza.
Con los demás había preferido esperar,
frenado por la educación.
Pero, con el ser de esta noche me sentía
unido en una amistad que iba más allá de la
surgida en el mostrador del mortecino bar.
–¿Mi camino? –preguntó a sí mismo– El
inicio fue como el todos. Un niño que nace, que
come, que ensucia. ¿Cuántas anormalidades
hacen las criaturas? ¿Y cuántas, las personas
cuando están con ellos? Parecen locos. Con los
meses, los mayores les enseñan a hablar. Los
humanos fuimos felices hasta que aprendimos
a hablar. Desde ese momento perdimos
naturalidad, intimidad, libertad. Cada uno se
tomó el derecho de invadir la conciencia ajena
con una pregunta, exigiendo respuesta
adecuada. Los demás van amoldando con
palabras la mente del niño para que actúe igual
a los demás. Y, si no se consigue, es un loco.
–Tiene razón. –comenté.
Diap 42
EL LOCOEL LOCO
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
–No. –le respondí– Nada más anormal que
amar. El amor es en sí una locura. Nada tiene
de normal que dos personas diferentes, que
piensan distinto, y de gustos disímiles; se unan
compartiendo casa, comida y cama.
Aquel demente ser me miró con una sonrisa
inteligente, como si le extrañase lo que yo había
dicho y le correspondiese decirlo a él.
Su figura se diluía en la penumbra, tomó un
poco de su vaso, éste quedó igual, por la mitad.
Lo acompañé bebiendo mi fría y llena cerveza.
Luego estiró su brazo, llevando su mano hacia
la mía.
Caronte, desde el umbroso rincón lo contuvo
con un gruñido, y el ser volvió a hablar:
–Una tarde pasó la mujer con su hombre,
me miró, acarició la cara de él, y dijo burlona:
"Loco, loco"... Todos rieron, y yo también reí.
Es más fácil reír que llorar. Desde entonces
amo las flores, la música, la noche, y la luna. La
luna me miraba y nunca se burlaba de mí.
–¿Qué sucedió luego? –seguía queriendo
saber.
–Será por que siempre tenemos miedo de
vernoscomo realmentesomos. –dije, reflexionando.
–Una vez me enviaron a un instituto. Allí vi
seres iguales a mí. Y supe que nosotros éramos
excepcionales. Los demás, comunes. ¡Qué
lástima! Estuve poco, mis padres prefirieron
educar a mis hermanos normales; ellos lo
necesitaban, yo no.
–Es que los normales nos pasamos aprendiendo,
para terminar sin saber nada. –comenté.
–Mi cuerpo siguió creciendo. Los hombres
sólo sabían reírse de mí. Las muchachas se
acercaban burlonas, pero les gustaba tenerme
cerca. La mujer siempre admira al hombre
excepcional, ya sea un triunfador, un
sinvergüenza, o un loco. Los hombres normales
las aburren, aunque terminan casándose con
ellos. Cometí la locura de enamorarme. Ella era
hermosa. Su rostro me recordaba la luna, su
perfume a las flores, su voz a la música. Cada
vez que le decía esas cosas, ella tocaba mi cara
murmurando suavemente: "Loco, loco"... Pero,
ella se enamoró de otro, de uno normal, y la
gente se reía de mi amor. Acaso, ¿se necesita
ser normal para amar?
Diap 43
EL LOCOEL LOCO
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
avanzaba con alarido ensordecedor. Los demás
cuadrúpedos metálicos la acompañaban con
gritos. No podían aceptar que un ser libre
estuviese en su camino, humillando sus
predominios. Eran animales reclamando su
territorio. Los perros señalan con orín el suyo,
los autos lo indican con huellas de frenadas y
restos de aceite.
–¿Y qué le pasó a usted? –dije, angustiado.
–Ah, eso. Bueno. La bestia me golpeó
lanzándome al aire. Ahí, en el espacio, me
desprendí de mi cuerpo, el cual cayó a la vía. Yo
terminé de ascender hasta la pasarela que
cruzaba sobre la autopista. Allí, veía los
automóviles que, como irracionales, pisaban
ese cuerpo, bailando una danza salvaje.
Después se detuvieron. Los humanos salieron
de las cajas. Gesticulaban, justificándose y
acusándose entre ellos. ¿Por qué los llamados
normales, se vuelven tan anormales?
–No sé. –respondí– Tal vez cuando parecemos
normales es porque no dejamos aflorar nuestra
realidad anormal y sólo surge cuando perdemos el
controlnormal frentea lasanormalidades.
Me miró como si el loco fuese yo, y continuó:
–Lo de todos, andar en el tiempo. Con
momentos de encierro y de libertad. Si estaba
libre, veía a los demás prisioneros dentro de
ellos mismos. Si me encerraban, me fugaba por
la ventana de mi fantasía. Hoy me escapé
nuevamente. Es difícil tener encerrado a quien
lleva la libertad dentro de él... Me dirigí a la
autopista. Atardecía. La luna me miró
sonrojada desde el horizonte. Su luz era débil.
Los vehículos comenzaron a encender sus
focos. Los autos estaban robando la poca luz a
mi amiga. Me eché a la vía, gritando, golpeando
a esos cuadrúpedos de pies redondos. Les pedía
que dejaran en paz a la luna, que la dejaran
tomar fuerza y rodar en el cielo.
–¡Qué locura! –dije, agregué– ...pero, qué
hermosa locura.
El personaje, sin oírme, siguió:
–Mi amiga se ocultó temerosa tras una nube.
Los autos aumentaron la intensidad de sus focos.
Pasaban a mi lado rozándome, esquivándome.
Pero, había una bestia mecánica más grande que
las demás. Se dirigió hacia mí rugiendo, chillando,
moviéndose furiosa sobre sus circulares patas.
Sus ojos encandilaban, pero yo no le temía, me
le enfrenté, defendiendo a mi amiga. La bestia
Diap 44
EL LOCOEL LOCO
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
–Me alegro. Aunque, lamento que se haya
ido, era grato hablar con él.
–No se ha ido del todo, algo de él está en
usted, y algo de usted está en él. Acaso... ¿No es
de loco venir cada viernes a este lugar? –dijo,
apagando la luz.
Salimos en silencio del local.
En el cielo, una luna redonda rodaba
jugando su juego de luz y sombras con las
nubes.
Caronte tomó por el callejón, y yo entré en
mi auto; el cual, me llevó hacia la ciudad de
gente normal.
Por la ventanilla llegaba una canción infantil
que se iba alejando:
–"La luna juega…
a la rueda–rueda,
la rueda, rueda,
rueda–rueda,
rueda–rueda"...
...oo0oo....
.
–Llegó la ley, no hay normalidad sin ley.
Escribieron mucho, no puede haber ley sin
escribir lo natural. Vino un vehículo blanco. Bajaron
unos hombres. Esta vez sólo se llevarían mi cuerpo.
Y hombres y máquinas salieron como presos
liberados. Pero el único libre era yo.
–¿Y luego?
–Me quedé en el puente. Salió la luna,
grande, hermosa. Nos miramos como viejos
enamorados, me rodeó con un tenue rayo de
luz y me trajo tiernamente hasta la puerta de
este local, de este loco local. Hasta siempre...
mi amigo.
Miré a mi izquierda, había desaparecido.
Pero, en tanto los demás marchaban sin
notarse su ausencia, esta vez sentía un vacío.
Caronte surgió de la de su rincón, y le dije:
–Esta noche llevará un pasajero agradable.
–¿Llevarlo? Él me guiará volando, señalándome
el loco derrotero hacia la laguna Estigia.
–¿Será feliz? Acá no halló comprensión...
–Felicidad es un loco mito humano, y él ya la
encontró. Cuando llegue a la isla hasta Cerbero
retozará de alegría con sus tres cabezas. Y en los
campos Elíseos estarán de fiesta, brindándole
música, flores y ambrosía, enloquecidos con el
reencuentro de un tocado por los dioses.
Diap 45
08 EL MALEANTE
PREÁMBULO: LAS EDADES
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
–Sí. Del Caos nació el Tártaro, las
profundidades, donde está Estigia, a la que voy
en cada viaje. También nació Gea, la tierra;
Eros, el amor; Erebo, extensión de tinieblas; y
la Noche. La Noche y Erebo se unieron creando
al Éter y al Día. Sin saber como, la Noche
engendró a Las Parcas, que hilan los destinos;
Némesis, la justicia, Eris, la famosa discordia,
Hipno, el sueño; y Tánato, el final del camino.
–Siempre la noche ha sido prolífera. –
ironicé.
–Pero la madre universal ha sido Gea. Ella
engendró a Ponto, el mar; y a Urano, el cielo, el
aire. Unida a éste, generó los Cíclopes y los
Hecatonquires; y también a los Titanes, de
cuales descienden algunos dioses y hombres.
–Incesto y promiscuidad, eso parece ser el
factor común de todos los orígenes. –comenté.
–Si los resume verá que todos son iguales. El
todo y la nada, son la misma cosa; y para crear
deben unirse, o sea: incesto original. Luego los
creados, para reproducirse deben unirse, o sea:
incesto y promiscuidad consecuente.
–Amoral, pero lógico. ¿Y qué siguió?...
Viernes que parecía no desprenderse de la
canícula vespertina.
Una fugaz y escasa lluvia se había convertido
en pesada atmósfera, mezcla de vapor y ácido
humor.
Entré en el bar. Caronte puso la acostumbrada
cerveza y dijo con su apática voz:
–Pensé que no vendría.
–Es viernes. No podía faltar.
–Para usted es un día con nombre y una
noche con una cita. Para mí, una noche y un
viaje más.
–Con pasajeros hacia donde todo es
principio y final. Como esta cerveza, siempre
fría y llena.
–Ni ella será siempre igual, ni todo fue
principio y final. Cuando me hice cargo de la
barca, ya habían pasado muchas eras y terribles
luchas.
–¿Ni en lo eterno existió la paz?
–En el principio sólo existía el Caos, oscuro
abismo.
–Llevamos el caos desde nuestro origen. –
dije.
Diap 46
EL MALEANTE
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
–Digno hijo de su padre. ¿Cuándo surge
Zeus?
–La impaciencia denota interés. La
paciencia, sabiduría. Rea, da una piedra
envuelta en los pañales a Cronos y salva su
último hijo, Zeus, quien fue criado en Creta,
con leche de una cabra. Zeus, adulto, de la piel
de la cabra hizo una égida, y obligó a su padre
vomitar sus hermanos. Con ellos y los
Hecatonquires, Cíclopes, y la oceánida Estige,
entabla la guerra contra Cronos y los Titanes,
llamada Titanomaquia.
–Creta, Titanes, Cíclopes, Estige, cabras...
Todo esto muestra orígenes jónicos, dóricos. –
reflexioné.
–Nuestra civilización es indoeuropea, los
primeros pueblos asiáticos y europeos se
formaron admirando el Himalaya. En tanto, los
de África se hicieron respetando al Kilimanjaro.
–¿Qué deja para América y Oceanía?...
–Urano dominaba el universo, pero temía
que uno de sus hijos usurpara su trono, y los
encerraba en Gea apenas nacían. Gea dolida
por el trato a sus hijos y su henchido vientre,
tramó una revolución. Cronos, uno de los
Titanes, escuchó su llamado y cortó los
genitales a Urano cuando poseía a Gea.
Arrojados al mar, crearon la espuma de las olas,
y de ella nació Afrodita. La sangre creó a los
Gigantes, las Ninfas, y las Furias, y éstas
castigan a los parricidas.
–Una sucesión muy humana. Del caos al
cielo. Lo que parecía cielo se convierte en
crueldad. El hijo menor del dictador lo castra y
sucede. Del derrocado, nacen leyendas de
amor, ninfas, gigantes, y también de cosas
horripilantes.
–Las leyendas están hechas por hombres.
Cronos liberó a sus hermanos del vientre de
Gea, y se hizo soberano. Uno vez en el trono, se
casó con su hermana Rea y, por temor a ser
derrocado, devoraba sus hijos apenas al nacer.
Diap 47
EL MALEANTEEL MALEANTE
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
–Vimos las eras de los dioses, la del caos, la
del espacio, la del tiempo, la de Zeus, el dios
que actúa como hombre. Y, luego llega la era de
la razón, la de humanos que actúan como
dioses, ésta. Los hombres, proceden de la unión
sexual de dioses y diosas, y esos hijos divinos se
fueron degenerando hasta convertirse en
mortales.
–Encuentro esa una explicación más sensata
que decir que descendemos de monos que
descendieron. –ironicé.
–No ofenda a los monos, ellos tienen la
sabiduría de no hablar. Cronos creó la primer
raza de hombres, la Edad de Oro, que felices
convivían con los dioses en la tierra. Ésta les
daba en forma espontánea los alimentos. Esos
hombres de oro desaparecieron.
–Todo lo bueno desaparece pronto. –
sentencié, mordaz.
–Zeus creó otra raza de hombres, la edad de
la Plata. Eran seres infantiles, que peleaban
siempre por ser el primero. Los dioses
abandonaron la tierra, quedando sólo la
Justicia oculta entre los montes. Cansado, Zeus
los castigó por su impiedad, y los exterminó.
–Estas siempre fueron habitadas por
viajeros. Ya sea en canoas, barcos, o caminando
sobre el hielo, llegaron a ellas por el hambre o
el azar. Pero, ya finalizando: Zeus triunfó, los
vencidos fueron arrojados de los montes de los
dioses, Cronos desterrado, y los vencidos
encadenados en el Tártaro. Los vencedores
pasaron al monte Olimpo. Zeus quedó como
supremo. Se casó con su hermana Hera. Tuvo
cerca de cincuenta hijos en aventuras
amorosas; procreó dioses, semidioses, héroes;
tuvo amantes divinas y humanas, y hasta un
amor masculino, Ganímedes. Fue infiel, justo,
poderoso, cruel, benigno, rencoroso, astuto,
reaccionando divinamente como cualquier
mortal.
–Lo de cruel es evidente en el castigo dado a
Prometeo, y lo justo en el dado a Sísifo.
–Es cruel porque usted admira al fuego, pero
Prometeo desobedece y roba. En cuanto a
Sísifo, lo ve justo por que él es un delator, cosa
ruin, pero necesaria si el delatado ha hecho un
mal.
–Hemos llegado al fin del mito de los dioses,
pero aún nos queda la historia de los hombres.
Diap 48
EL MALEANTEEL MALEANTE
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Caronte se dirigió a la pared y tomó una botella
semillena, o semivacía, del viscoso líquido.
Comprendí que había llegado el personaje
de esa noche. Debía ser alguien anodino, ya que
no había presentido su paso detrás mío.
Giré. Vi que estaba equivocado. Aquel ser, de
pie, con las manos en jarras, echaba el pecho
adelante, en el cual se vislumbraba unas
perforaciones, al igual que en su cabeza.
Parecía diluirse en el gris del muro, pero un
resto de fuerza lo mantenía definido. Su rostro
era desfachatado, con un rictus pedante.
No se necesitaba un análisis para saber que
era un pendenciero.
Un bravucón, de esos que necesitan una pelea
diaria para sentirse importantes, humillando a
alguien para creerse superiores.
Cuando me enfrenté a sus ojos, sentí temor.
Si bien ya tenían el vacío en ellos, miraban con
tal altanería, soberbia y maldad que, ante la
provocación, preferí levantarme e irme.
La ordende Carontemesorprendió en elintento:
–Siéntese.
En la frialdad de la voz del cantinero había
tal dominio, que quedé estático. Cuando me fijé
en Caronte, comprendí que no se dirigía a mí,
sino al personaje de ese viernes.
–Algunos de ellos sobreviven entre nosotros.
–Quizás. Zeus luego formó hombres con
cobre y otros metales, la edad del Bronce.
Resultó una mezcla guerrera, que se acabó a si
misma. Después Zeus hizo una raza de Héroes,
semidioses de justicia y valentía. Edad sin
nombre, el verdadero héroe no tiene nombre.
Luego de empresas fabulosas, se extinguieron
yendo a las islas de los dichosos donde comen
dulces frutos recordando sus hechos.
–Lamentablemente, se extinguieron de verdad.
–Finalmente, el supremo estableció la edad
del Hierro, formada por hombres sometidos al
trabajo para poder comer, a luchar entre ellos
para triunfar, a pensar y sentir. Tan solo verlos,
la Justicia se fue. Es la actual raza y también
terminará. Raza que le debe el fuego a
Prometeo, y sus penurias a Epimeteo, quien
destapó la caja de Pandora, donde se hallaban
todos los males y los dones, los cuales se
desparramaron por la tierra, quedando sólo en
el fondo la Esperanza.
–¿Quedó por débil o por inútil?
–¿Qué cree usted?
–Prefiero pensar que fue por débil.
–Eso indica que es humano, y que ha recorrido.
Diap 49
EL MALEANTEEL MALEANTE
EL PERSONAJE
LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE
Me enfrenté nuevamente a él. Por un lado le
tuve lástima, necesitaba mi compañía.
Por otro, me sentí honrado.
Dentro de su mentalidad, me daba su mayor
elogio al llamarme compañero.
–¿Fue difícil el camino? –pregunté, animándole
a hablar.
–¿Camino? –se respondió a sí mismo– Es
mucho lujo llamar así a un sendero recorrido
entre las piedras y el barro de un cerro.
–No hay camino sin barro ni piedras.–comenté.
–Es verdad. –terció Caronte– Pero, hay
seres que las quitan, y otros que las agregan.
El personaje bajó la cabeza. El cantinero se
dirigió a su oscuro rincón, dejándonos en la
penumbra del mostrador.
–Empecé mi camino en un barrio cualquiera. –
dijo mirando dentro de su vaso– Ésa fue la
característica común. Todo era cualquiera: la
gente, las cosas, la existencia. No supe quien
fue mi padre, pudo haber sido cualquiera. Pero
tuve muchos, cada uno que estuviera de turno con
mi madre, una pobre mujer gritonay amargada.
Moví la cabeza comprensivamente, y él siguió:
–Siéntese. –volvió a repetir en el mismo tono.
–No me gusta que me den órdenes. –respondió
–Gustos y disgustos, ya no importan. Siéntese.
El personaje se ubicó en el taburete, molesto.
Bebió, al depositar el vaso tenía el mismo
contenido, hasta la mitad. Pero, aquel ser perdió
soberbia, viéndose más débil, desgraciado.
Yo también sorbí de mi cerveza para
tranquilizarme; y para dejar a ese ser, ahora pobre
ser, con su pasado y los problemas de su camino.
Nadie es suficiente preparado para juzgar a
su semejante, y todo gran hombre encierra a un
pobre hombre dentro.
–Cuéntele. –ordenó el cantinero, señalándome.
–¿A éste?... –me miró despectivo– ¿para qué?
–Es escritor. –aclaró Caronte.
–¡Bah! Esos escriben lo que quieren los demás.
–También es poeta. –dijo el cantinero, y
apoyó una mano en la del personaje.
–¡Ah! Entonces es distinto. Ellos escriben lo
que sienten.
El ser había perdido toda su pedantería, para
convertirse un otro más de un viernes más.
–Mire, compañero. Le voy a contar.
Diap 50
EL MALEANTEEL MALEANTE
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  • 3. Diap 3 A los pasajeros
  • 4. ÍNDICE No. CUENTO PRÁMBULO Diap. PRESENTACIÓN 1 INICIO - DEDICATORIA 2 EL LIBRO – CARONTE – EL AUTOR 6 EL LUGAR – NOTA DEL RECOPILADOR 7 01 EL SIMPLE EL LUGAR 8 02 EL CAZADOR LA DEUDA 12 03 EL EQUIVOCADO LA VICTORIA 16 04 EL TRIUNFADOR LA UBICACIÓN 22 05 EL NOSTÁLGICO LA MITAD 28 06 EL SERVIL LA GARÚA 34 07 EL LOCO LA HUELLA 39 08 EL MALEANTE LAS EDADES 48 09 EL AMIGO LA AMISTAD 56 10 EL MÉDICO EL TIEMPO 62 11 EL REVOLUCIONARIO LA ALEGORÍA 70 12 EL COMISARIO EL FUEGO 75 13 EL COMERCIANTE EL DESVÍO 82 14 EL ACTOR EL TEATRO 92 15 EL VIEJO EL SER HUMANO 102 16 EL FETO LA ESCRITURA 110 17 EL FINAL LA CITA 116 ANEXOS 123 - DEL RECOPILADOR - RECORDATORIO FINAL 125 Diap 4
  • 5. Caronte, es el interlocutor permanente, tenebroso, ideal, impasible, sereno, frío, fatalista, mitológico, humano, que habla con el autor. Es un barquero que diversifica, cosa normal en esta época, su función con la de cantinero. Y, en la mitología, quien lleva por la laguna Estigia, las almas de los que terminaron. Allí son juzgadas por tres jueces justos, Minos, Radamante y Éalo, hijos ilegítimos de Zeus. ¿Podrían ser justos, siendo hijos ilegítimos? Caronte cumple un deber: Transportar hacia la eternidad. Pero también, y a través de estas notas, se observa que quiere transferir al autor lo que siente él o el personaje que debe llevar. CARONTE LA BARCA DE CARONTE Este libro es una recopilación de las notas escritas por Gracián Solirio sobre las reuniones tenidas con Caronte en el Bar La Barca. Reuniones efectuadas los viernes de noche, y que duraron por más de tres meses. La charla previa realizada con Caronte antes que llegara el contertulio de cada noche, el autor la define como preámbulo y así se ha dejado. EL LIBRO EL AUTOR El autor era uno de esos seres que van por el camino, así lo llamaba él, tratando de comprender lo incomprensible, y sin ver lo evidente. Un ser que, más que vivir, sentía. Gracián Solirio, el hombre, fue ejemplo típico de los criados en una república del sur durante los años treinta y cuarenta. República que, como la de Pericles, sublimó la democracia, cultivó el humanismo, teniendo las ideas más sociales y la cultura más universal. Sembrando en aquellos los niños, ideales que los convertirían, al ver la realidad, en cínicos despiadados consigo mismo y con los demás. Algunos, cansados del gris de vivir, salieron buscando otro horizonte tras del Cerro, pequeño montículo que oculta el sol en cada atardecer. Sólo para ver que, con los años y en otras tierras fueron, ellos y sus ideas, extranjeros en todas partes, inclusive en su país de origen. Ese es el caso del autor. Y en la noche de cada viernes, charla con Caronte, tratando de creer que aún son valederos aquellos ideales. Buscando, quizás en un más allá helenístico, la finalidad y la finalización de su existencia. Diap 5
  • 6. Esta recolección habría sido más acorde a la mentalidad de los primeros siglos. La época actual se autodefine como realista, práctica y científica, pero no es así. Los seres humanos siguen leyendo el horóscopo, consultando brujos, creyendo a sacerdotes que hablan del más allá, escuchando a políticos que les prometen mitos... Por tanto, las reuniones de Gracián Solirio con Caronte fueron tan reales como puede serlo la realidad de cada día. LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Respecto al local, al bar, toda ciudad tiene un cementerio, un callejón cerca del cementerio, un bar en la esquina del callejón. Y ese bar, generalmente está en ruinas... EL LOCAL NOTA DEL RECOPILADOR EL MOTIVO Diap 6
  • 7. LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE EL SIMPLE Llegué frente al bar. Su nombre: La Barca. Más abajo, el de su propietario: Caronte. Entré en el local. Era pequeño. Tanto, que sólo había espacio para el mostrador y un par de bancos arrimados a éste. Las luces apenas alumbraban el lugar. Unas pocas botellas, y todas con su contenido hasta la mitad, reposaban en unos simples estantes sobre una pared gris. Entre ella y el mostrador se encontraba el tabernero. Su edad era indefinida, sus rasgos generales, podía pertenecer a cualquier raza, a cualquier pueblo. Un ser gris que, por momentos, parecía confundirse con la pared. Saludé y me senté en el primer banco. Mis palabras resonaron como si hubiese hablado dentro de un abismo, en el vacío. El tabernero respondió. Tenía una voz sin tono, sin emoción, imposible de ubicar en cualquieridioma; y, a la vez, pertenecientea todos: –Buenas noches, señor. –Una cerveza, fría, por favor. –Aquí todo está frío, siempre. La frase me hizo temblar. Sentí en mi ánimo una emoción parecida a la que me producía la luz titilante del bar. No había ninguna razón para estar allí. Pero allí estaba. Un extraño en un lugar extraño. El lugar: un sombrío bar en una esquina penumbrosa, cerca del cementerio. Hacía tiempo que me intrigaba su ubicación. De noche, desde la autopista, la cual pasaba sobre la calle, podía verse su temblorosa luz. De día, era imposible localizar. Se confundía entre las casas de afuera y las tumbas de adentro. Aquella luz titilaba en la oscuridad, llamando mi atención, acicateando mi curiosidad, teniendo un no sé qué de misterio, de algo que debía saber, algo que era en parte mío o yo parte de él. Normalmente, de lunes a jueves, resistía ese llamado con el ajetreo cotidiano; pero los viernes era una fuerza avasalladora que me obligaba a mirarla, a buscarla. Era viernes, volvía tarde, fatigado, tenso. La luz estaba allí, temblando. Bajé por la salida de la autopista. Poco después estaba recorriendo la calle paralela al muro. Era un barrio de gente humilde. Por un lado tenía los que descansan el sueño eterno, por el otro los que descansan el sueño de cada día. 01 EL SIMPLE PREÁMBULO: EL LUGAR Diap 7
  • 8. EL SIMPLE –¿Otra cerveza, señor? –dijo Caronte. Respondí en forma afirmativa, sin pedir que fuese fría. Allí todo era frío, siempre. Un silencio ominoso acompañó a esta segunda botella. Si bien la inquietud que me había llevado hasta allí no estaba aún satisfecha, sabía que estaba cerca de la verdad. Y el cantinero también lo sabía. No hay cosa que separe más a dos seres que el saber. Sobre todo el saber el uno del otro. Y, en silencio, nos quedamos los dos, esperando, yo sin saber lo que esperaba pero sabiendo que debía esperar. El tiempo pasó. No sé cuanto. Sentí alguien cerca. Mejor dicho, lo presentí. Fue una sensación vaga de que algo había pasado detrás mío, cruzando el local y se sentaba. No había escuchado abrir la puerta, ni arrastrar el banco sobre el piso. Giré la cabeza. Allí estaba, a mi lado. Su rostro pálido impresionaba, pero a la vez tenía una serenidad infinita, una serenidad que sólo el tiempo, la resignación y lo inevitable pueden dar. Pregunté la razón de ese nombre, ya que se encontraba tan lejos del mar. Contestó que tenía una barca, y en ella realizaba su verdadero trabajo. –¿Es usted pescador? Dentro de aquel enigmático rostro se vislumbró una sarcástica sonrisa. –Transporto... digamos, seres... de una orilla a la otra. Tenía el bar porque allí reunía parte de los pasajeros, los demás aguardaban en la orilla, cerca de la barca. –¿Y cómo hace para atender las dos cosas? –Cierro temprano. Ellos esperan afuera. Algunos durante el día. Otros llegan amontonados por la noche. Nos vamos todos juntos, cerca del amanecer. Es la mejor hora para el viaje a la laguna de Estigia. Sin estrellas y sin sol. – Me gustaría conocerla. –Todos la conocen algún día. Esas palabras me hicieron temblar nuevamente, desde lo íntimo de mi ser sabía que era verdad. LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE EL PERSONAJE EL SIMPLE Diap 8
  • 9. Depositó el vaso sobre el mostrador, estaba por la mitad, como si no hubiese tomado nada. Me miró con una sonrisa tímida, y nuevamente agradeció. Los humildes siempre están agradeciendo. –Gracias, señor. Tenía razón. Aún estaba nervioso. –Hoy estamos todos nerviosos. –dije por decir. –Aquí se está en paz, siempre. –sentenció Caronte desde la penumbra. –Estaba tan cansado, –el personaje necesitaba hablar– cansado del trabajo, cansado de problemas, cansado de obligaciones, cansado de responsabilidades, de todo. Hablaba a la pared gris, como si fuese un mudo espejo opaco donde se reflejaban las hojas de su propio drama. –Fue un día terrible. Mi jefe me llamó la atención. El no sabía el esfuerzo que yo había hecho para que todo saliera bien. Le expliqué. Nada entendió. Discutimos... –Hay días así. –murmuré. –Cuando llegué a la casa, fue peor. Mi mujer dijo que estaba loco, que era un irresponsable, un egoísta, que no pensaba en las consecuencias, que no me preocupaba la familia. Gritamos, los hijos se enteraron de la discusión. Me sentí molesto. No me agradaba que los hijos sufrieran por nuestros problemas... Se veía un hombre sufrido, de trabajo. Su mirada era vacía, con la sonrisa indefinida de aquellos que en forma constante deben responder a una responsabilidad. Sus manos temblaban nerviosas, inseguras. Caronte se aproximó sin ofrecerle nada, me miraba a mí, parecía indiferente a la presencia del nuevo parroquiano. –Sírvale algo al señor. –dije para romper la frialdad. –Esto lo tranquilizará. –afirmó el cantinero. Le sirvió un líquido ambarino, casi transparente, de una botella ocre que sacó de la pared gris. Era una bebida gelatinosa, que llegó hasta la mitad del vaso, con la viscosidad propia de una sustancia a punto de congelarse. Cuando colocó la botella nuevamente en el estante, ésta permanecía por la mitad, igual que antes. Miré mi vaso. Incomprensiblemente seguía lleno a pesar de lo que había bebido. –Gracias, señor. –dijo, sin saberse a quien agradecía. Tomó el vaso y sorbió un poco. Sus manos y perfil eran tan macilentos que, en la penumbra del bar, el vaso parecía transparentarse en ellos. Aquella criatura dejó de temblar. EL SIMPLEEL SIMPLE 98 LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Diap 9
  • 10. mi grito. Luego siguió una paz infinita, una suave apatía. No me importaba nada. Responsabilidad, trabajo, familia, ya no tenían valor. No sentía nada, por que ya no sentía. Gracias, señor... hasta siempre. El silencio me sacó del ensimismamiento. Giré mi cara. Aquel ser ya no estaba. En el mostrador quedaba su vaso a medio acabar. Caronte empezó a apagar las pocas y mortecinas luces del local. Comprendí, y no quería comprender. Me levanté y saqué la billetera. El cantinero dijo con su voz hueca, abúlica: –No, deje. Otra vez pagará. Hasta la próxima. Hay muchos pasajeros afuera. Me despedí en silencio. Al salir, todas las luces se habían apagado. Las del local, las del letrero titilante, las de la calle, las de las casas lejanas. Subí al auto y me fui rapidamente. El callejón transversal, que terminaba en el muro del cementerio, estaba completamente oscuro. Miré por el espejo. No podía ver a nadie, pero estaba seguro que los pasajeros de la barca se encontraban allí. ...oo0oo... Giré sobre el banco, quedé mirando la pared. Era una historia más, repetida. Tomé de mi vaso, la cerveza, estaba fría, como recién servida. En tanto, él seguía hablando: –Salí furioso del apartamento. Me crucé con un vecino, quien me reclamó por el auto mal estacionado. Otra discusión más. Entré en el vehículo, y salí de la casa como alma que lleva el diablo... Caronte gruñó desde su rincón. El hombre cortó la frase y bajó humildemente la cabeza. Luego siguió hablando: –Tomé por la autopista. Aceleraba al máximo, me sentía libre, lejos de los que me reclamaban, desahogando mi furia en el acelerador. Sin responsabilidades, sin sentirme culpable. Libre de todos y de todo. Era dueño de la distancia, del tiempo, de la velocidad, de mi propio camino... De pronto vi luces rojas delante. Pisé el freno. Pero seguía adelante, chirriando y avanzando hacia esas luces. Todo sucedió en un momento. No sabía si frenaba o aceleraba. Si el auto me llevaba o yo lo llevaba a él. Si yo era parte de la máquina o ella parte de mí ser. Oí ruidos de todas la intensidades. Las cosas se deformaron en figuras grotescas. El parabrisas se convirtió en un enorme calidoscopio de atornasolados colores. Por un instante escuché EL SIMPLEEL SIMPLE LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Diap 10
  • 11. Diap 11 LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE EL CAZADOR Para estar junto a otros seres, estereotipados en grupos sociales de familia y amigos, sólo para reunirnos, como obligación ineludible, en el silencio de cada uno o en la comunicación a medias del resumen de cada día. Al llegar el viernes, volvía, como siempre, tarde, fatigado, tenso. Pero ese viernes tenía un destino, sabía donde ir, donde hallar mi paz. No necesité ver las luces, Caronte y su bar estarían allí. Bajé por la salida de la autopista. Llegué al lugar, la misma oscuridad, la misma penumbra, el mismo callejón lateral que terminaba en el muro del cementerio. Entré en el sombrío y pequeño local. Todo estaba igual. Gris y a medio acabar. Saludé y me senté otra vez en el primer banco. No sabía por qué, pero sentía que ese lugar era mío, que estaba destinado a mí. El cantinero sacó una cerveza y me la sirvió. Estaba fría. Escuché la voz hueca: –Buenas noches, señor. Volvió. –Buenas. Debía volver. Tengo una deuda. –No había por que preocuparse. Todos pagan. Unos antes. Otros después. Unos pagan por otros. Otros pagan por sí mismos. Pero, todos pagan. –Aquel hombre... ¿fue pasajero suyo? . Todos los días, al volver, miraba sobre la baranda del puente. Y allá abajo, en la tenue y morbosa sombra del atardecer, empezaban a titilar las luces del Bar de Caronte. Seguía veloz por la vía, adentrándome en la ciudad, formando parte de la masa polícroma y poliforme de vehículos rodando lentamente y quemando la energía acumulada por la naturaleza por milenios en sus entrañas. Energía enviada por el sol, asimilada por los gigantescos árboles y animales que se nos adelantaron en la existencia sobre este planeta, que decimos nuestro y en realidad somos de él. Energía que se convirtió en ese oscuro, nauseabundo, viscoso y tétrico líquido llamado petróleo. Pensaba, que cada vez que pisaba el acelerador, se volvían en simples movimientos de piezas metálicas aquella existencia y energía acumulada por troncos, flores, hojas, saurios, óvulos y espermatozoides de seres primitivos. Seres que dominaron el planeta cuando nosotros ni siquiera éramos seres. Seguía rumbo a mi noche de todas las noches. 02 EL CAZADOR PREÁMBULO: LA DEUDA Diap 11
  • 12. EL CAZADOREL CAZADOR EL PERSONAJE LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Presentí otra vez la extraña sensación de que hubiese entrado algo y se hubiese sentado junto a mí. No había escuchado ruido de ninguna puerta, ni del banco cercano. Cuando giré mi rostro, allí estaba el ser, un hombre. Mejor dicho, un ser con forma de hombre. Era pálido, casi transparente, con unas manchas que bien podían ser huecos o puntos negros sobre la pared gris. Me miró. Tenía una sonrisa molesta, soberbia y miserable a la vez. En su mirada sin brillo aún quedaba un resto de falsedad, de hipocresía. Supe que iba a hablar, que necesitaba hablar, y sentí que yo necesitaba escuchar. Caronte dirigió al nuevo parroquiano una fría mirada, casi despectiva. Luego, se diluyó en su rincón oscuro. Pocos minutos después aquel hombre narraba, lleno de vanidad, los sucesos de su camino. Era uno de esos seres que se creen importantes por el solo hecho de haber nacido. Hablaba de todos los temas comunes y de nada en profundidad. El engreimiento afloraba en sus frases, donde él era el personaje principal. –Sí. Pero no fue, es. Todos los pasajeros nada son antes de subir a la barca. Aparentan ser lo que las circunstancias y los demás pretenden que sean. Sólo después que suben, realmente son. Y una vez que uno es, lo es para siempre. –¿Cómo puede tener esto con tan pocos clientes? –Pocos como usted. De los otros, sobran todas las noches. Hay momentos que la barca va tan cargada que pareciese a punto de zozobrar. Pero siempre llega a Estigia. Bebí mi cerveza, estaba fría. –¿Cuándo me llevará a conocer ese lugar? –Ya llegará el momento. Aún no es el suyo. Hay un tiempo para ir. Nunca para volver. No quise ahondar en el tema. En la frase del barquero se entendía cierta orden para que no insistiese, y me mantuve en silencio, esperando. Caronte tomó una botella ocre de la pared gris y sirvió medio vaso de aquel líquido ambarino. Parecía ser el mismo de la vez anterior, viscoso, a punto de congelarse. Diap 12
  • 13. EL CAZADOR LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE EL CAZADOR Tomé de mi cerveza para tragar el mal sabor. –Mujeres me han sobrado en el camino. La hembra es cacería y el hombre cazador. No hay mujer que se resista si se le sabe hablar; hay que darle tiempo al tiempo y esperar la oportunidad. Yo le ganaba en todo a Juan, en hablar, en el dominó, en puntería. Esa mujer, su mujer debía ser mía. Y, por meses esas tardes de hotel fueron lo único que me interesaba en la vida. Caronte carraspeó desde la penumbra; el fanfarrón se detuvo, bebió del líquido ambarino y el vaso quedó igual, por la mitad. Aquel engreído personaje siguió con voz más hueca: –Hoy Juan salió para los llanos, de cacería. Yo argumenté que no me era posible ir por un tobillo sentido en el último juego de tenis. La emoción me hacía sudar sólo imaginando lo que iba a hacer con su mujer. Y la realidad fue más intensa. Yo estaba en la casa de Juan, en la cama de Juan, con la mujer de Juan; de mi amigo. El placer y la mujer no tienen muchas variaciones, se lo aseguro yo. Yo que he tenido mujeres de todo tipo, clase y raza. Las únicas cosas que las diferencian son la forma del cuerpo y la forma de darse al placer. Pero con ella existía una diferencia. Aunque su voz ya se iba haciendo monótona y hueca, su verbosidad era grandilocuente en la futilidad de su vacía retórica. Así pude saber que estaba afiliado a una serie de clubes, que pertenecía a varios movimientos sociales, que era jugador de innumerables deportes, coleccionista de trofeos y medallas, orador de cualquier reunión, chistoso inagotable y, logicamente, ejecutivo de relaciones públicas. –Extraño que un hombre de su éxito esté aquí. –dije, ya sintiéndome incómodo. –¡Ah, mi amigo!... déjeme contarle. Giré sobre mi banco y preferí mirar la pared gris, quizás Caronte dormitase en el rincón con su sonrisa enigmática. O tal vez, estuviese aburrido con el fatuo ser; quien, más que interlocutor, declamaba un monólogo unicamente interrumpido por la muletilla de llamar "amigos" a los demás, sin saber lo que era la amistad. –...Yo y Juan éramos buenos amigos. Compañeros de parranda, de cacería, de paseos, de todo lo que le que les gusta a los hombres. Paisanos, del mismo pueblo, parecíamos hermanos. Sólo que Juan era callado, parco en el hablar. Nos gustaban las mismas cosas, los mismos juegos... y la misma mujer. Pero, era la mujer de Juan. . Diap 13
  • 14. EL CAZADOR 98 LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE EL CAZADOR Ni siquiera miré si se había ido. Sabía que allí estaría unicamente el vaso a medio acabar. Caronte surgió desde las sombras y empezó a apagar las luces. Saqué la billetera. –No hace falta. Otro día pagará. –volvió a decir el cantinero. –Por favor – insistí. –Bueno. Deme una moneda. Una moneda para ése que está afuera, esperando. –¿Para ése? ¿Sólo una moneda? ¿De cuanto? –Los seres como ése nunca tienen una moneda para el viaje. Se van tan vacíos como hicieron el camino. Cualquier moneda sirve. Hubo épocas en que fueron de oro, luego de plata. Ahora no se saben de qué son, tiene un valor simbólico, como los hombres. Dejé una moneda grande sobre el mostrador. Me despedí. Me encaminé hacia el auto. Ni siquiera miré por el espejo. La noche estaba oscura. Caronte tendría muchos pasajeros. ...oo0oo... –¿Cuál? –dije para abreviar el final. –Que cuanto más prohibido es, más excitante es. Esta noche yo estaba en medio de todo lo prohibido. Pero el placer tiene un límite. De todos los vicios, el sexo es quizás el más sano. Llega un momento en que no se puede más, y no se puede más. Afloró la conciencia, ella dijo que me fuera, y yo comprendí que debía irme. Salí, creyéndome que era mejor que cualquier hombre, mejor que Juan. Esta vez gruñí yo, y él siguió sin detenerse: –Salí por la puerta trasera. Crucé el jardín o oscuras. Al llegar al frente quedé estático. Allí estaba Juan. Me miró friamente. Levantó la escopeta con lentitud y apuntó. Desesperado, me eché hacia atrás. La pared de la casa me detuvo. Miré a mi amigo y levanté mis manos suplicando. Si me dejaba hablar sabría convencerlo. Pero, no, su mirada era determinante. Intenté detener los dos tubos dirigidos hacia mí. Vi el disparo. Caronte se movió en su rincón y yo en mi banco, quizás satisfechos de eso. El ser seguía: –Mis manos se llenaron de agujeros por donde podía vislumbrar fugazmente el rostro de Juan. Sólo por un instante oí el estampido, luego todo mi cuerpo se llenó de puntos ardientes, por los cuales se me iba la sangre, la fuerza. Luego, no sentí más nada. Estaba frente a esta puerta. A este bar... Hasta siempre, amigo. FININDESPERE PARA HACER CLICKDiap 14
  • 15. 03 EL EQUIVOCADO PREÁMBULO: LA VICTORIA LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE EL EQUIVOCADO –¿Es muy grande la isla donde van? Todas las noches lleva muchos pasajeros y usted dice que es difícil volver. ¿Siempre hay lugar? –Siempre. No necesita lugar lo que no ocupa espacio. –¿Y nadie puede volver? –Los que se convierten en héroes y los poetas. Los primeros por la imaginación de los demás, y los segundos por su propia imaginación. –¿Entre sus pasajeros hay mujeres? –No, por los dioses. –en su voz hueca hubo un dejo de molestia– Demasiada carga tengo para soportar aún más. –¿Y quién lo hace? Su camino también termina. –De transportar a las mujeres se encargan las viejas arpías. Y entre ellas se entienden. –¿Le toca llevar a los militares? –Algunas veces. Pero sólo generales. Esos siempre finalizan su camino en la cama. –¿Y a los combatientes, los guerreros, los que terminan en las guerras y revoluciones? –A los que acaban su camino en las batallas, y actualmente hasta los civiles que sucumben en esas luchas, la Victoria y la Derrota los llevan en sus alas hasta los Campos Elíseos. Yo no podría con tanta carga. –¿Los llevan en sus alas? –pregunté con duda. Siete de la tarde. Las sombras empezaban a caer en la calle cuando llegué ese viernes. Había pasado la semana con ansia de que terminase y bajar hasta el bar de Caronte. Cuando tomé por la calle paralela a la necrópolis, en el horizonte aún ardían los últimos tizones del atardecer. Estaba seguro que a esa hora no habría llegado todavía el cliente de esa noche. Pero que muchos pasajeros ya se encontraban en la calle que terminaba en el muro, esperando el amanecer para irse con el barquero. Entré. Como siempre el local estaba vacío, frío. Caronte me miró impasible. –Llega temprano. –murmuró, y sacó una cerveza. –Sí. Necesitaba venir. Hay cosas que quisiera saber. –Ya las sabe. El venir aquí lo indica. Pero necesita que otro le diga que las sabe. –Sí. Entiendo... Entendía pero no quería hacerlo. Algo me llevaba hasta ese bar buscando la verdad, mi propia verdad. Pero, cuando estaba próxima a ella, surgía una mayor inquietud; para escapar de eso, desvié hacia otra pregunta. Diap 15
  • 16. EL EQUIVOCADO EL EQUIVOCADO LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE el otro el Error, compañeros de todos los caminos. El Acierto era hermoso, galante, atlético. En cambio, el Error era desagradable, ignorante, tosco. La Lucha se apasionó por el Acierto, pero éste no podía dejar a su compañero eterno: el Error. Y la Lucha tuvo que aceptar el entregarse a los dos. A disfrutar momentos placenteros con el Acierto, y resignarse a sufrir avergonzada con el Error. Tiempo después la Lucha concebía, saliendo de sus entrañas dos gemelas aladas. Una era la Victoria, la otra la Derrota. La Victoria tenía alas de plumas refulgentes, su cuerpo era de belleza divina. En cambio la Derrota tenía alas oscuras, de plumas mustias, cuerpo deforme, encorvado. Eran gemelas siamesas, tenían en común la cabeza, y en ambas faltaban los brazos. Podrían volar, pero jamás mantener nada junto a sí. Desesperada, la Lucha quiso separar a las criaturas, reclamando a los padres que cada uno tomara y se llevase la suya. Tanto el Acierto como el Error pusieron todas sus fuerzas. Pero el Error, brutal, tiró de la Derrota y ésta, más firmemente unida, se llevó la única cabeza con ella. La Victoria, al quedar ciega, sin voz ni oídos, sin conciencia, se elevó incierta con sus brillantes alas. Al verla pasar volando tan bella, todos los hombres, y cada uno, reclamaban que eran padre de ella. No querían –Los espíritus de los héroes no tiene peso. –No creo que algún espíritu tenga peso, de tenerlo sería materia. –dije con suficiencia. –Su lógica es muy humana, pero algunas almas pesan. Las de los criminales, de los traidores, de los falsos, hipócritas, abusadores, llegan al final con tanta carga de maldad que debo ponerlos en el centro, de lo contrario su peso inclinaría la barca, peligrando zozobrar. –Eso es posible que sea cierto. Pero lo de la Victoria y La Derrota, me parece fantasía. –¿Sabe quienes son ellas? –Eso es historia. Los mitos ya no existen. –Los mitos nunca acaban, sólo cambian con el tiempo. Los mitos son la historia de la realidad, y la realidad es la historia de los mitos. Caronte, como cualquier otro ser, hablaba para sí mismo disfrutando de los recuerdos. Mi cerveza permanecía siempre llena y fría. El cantinero siguió recordando: –La madre de ambas fue la Lucha, una mujer de gran belleza. Era humana, sin embargo parecía una diosa: atractiva, excitante, agotadora, insatisfecha. Los hombres se enamoraban de ella, pero por poco tiempo. La Lucha los cansaba, no resistían sus exigencias y, agotados, terminaban abandonándola. Una vez llegaron dos aventureros, uno era el Acierto, Diap 16
  • 17. siquiera ver ni nombrar la Derrota, la despreciaban, diciendo que solamente podía ser hija del Error. Caronte se detuvo un momento y me miró. Su silencio me hizo reaccionar. Yo, había estado abstraído en su narración, y apenas esbocé una sonrisa. Dentro del impávido rostro del cantinero creí ver una ligera satisfacción, y siguió: –Pero, como todas las gemelas, la Victoria y la Derrota no pueden estar muy separadas. Ambas vuelan juntas. La Victoria, hermosa, sin cabeza, sin ver donde está, sin saber a quien toca, sin oír quien la llama. A su lado va la Derrota, horrible, consciente, reflexiva, mirando las consecuencias, murmurando la realidad. Y si a veces siente envidia de su resplandeciente hermana, termina compadeciéndose de ella, de su inconsciencia, de su ceguera, y la guía durante el vuelo que termina siempre y para ambas en el mismo lugar: Nuestra laguna Estigia. EL EQUIVOCADO EL EQUIVOCADO –Hermosa leyenda. –murmuré. –¿Leyenda? ¿O realidad? –Sí. Realidad cotidiana. El triunfo tiene mil padres, el error es un pobre huérfano. –¿Ve que los mitos nunca mueren? El hombre cambia de nombre a sus dioses e ideales según la época. Algunas veces les da figura humana, otras los vuelve abstractos, pero siempre lo que representan es igual, eterno. –Comprendo. Tiene razón. Lo que me extraña es que usted, siendo tan parco, se explayó tanto. Es como si hubiese querido alargar el tiempo. –¿Alargar el tiempo? ¿Cómo alargar lo que no tiene medida? El tiempo es eterno, sin principio ni fin. Y es principio y fin de todo. –Tal vez pensé eso porque es muy tarde, y el personaje de esta noche no ha llegado. Tal vez hoy no vendrá nadie. –Hay veces que les cuesta llegar. Que sufren mucho antes de encontrar la puerta. LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Diap 17
  • 18. LA BARCA DE CARONTE LA BARCA DE CARONTE EL EQUIVOCADO EL EQUIVOCADO EL PERSONAJE –Tuvo suerte. –comenté para darle ánimo. –¿Suerte? –su voz hueca con amargura irónica sonó– La suerte es mujer y siempre va con los triunfadores. Sí, tenía un trabajo. Algo que me permitía alimentar a los míos. Pero la ciudad me cobraba su precio. Mi madre enfermó, mi hijo mayor se convirtió en un malandro pendenciero; el retardado era una carga, una hija huyó con un sinvergüenza para luego volver embarazada, a otra la violaron entre varios. –La selva de cemento. –reflexioné en voz alta. –Sí. Más salvaje que cualquier otra natural. Mi mujer cambió, volviéndose exigente, diciendo que mi sueldo no alcanzaba, recriminando por un lado el por qué me había venido, y por otro no queriendo volver a la tierra. Hipnotizada en la ilusión de las telenovelas, las revistas y las propagandas; sin querer ver la realidad, el rancho, el barrio, la miseria. Una miseria peor que la anterior pobreza. –Eso es normal. Si nos quitan las ilusiones no nos queda nada. –dije mirando la pared gris. Allí, en un rincón penumbroso, Caronte parecía diluirse. El personaje siguió: Caronte tomó una botella de la pared. Puso un vaso en el mostrador y lo sirvió hasta la mitad. Supe que alguien había llegado. Allí estaba. A mi izquierda. En el otro banco. Lo percibí como si se estuviera deshaciendo a jirones, dolorosamente. Se movía desesperado en el asiento, buscando alivio a su desasosiego. Bebió. Aquella bebida viscosa le daba paz. Me miró. Ni siquiera esbozó una sonrisa. Luego, como si fuese una obligación, comenzó a hablar, a contar el camino recorrido Una historia más. Era de un pueblo lejano. Allí pasaba los años con su familia. Pero el dinero nunca alcanzaba, siempre había necesidades. Los problemas se alimentan de la pobreza. Tenía un hijo retardado mental y varios hijos más. Hijos es lo único que tienen de sobra los pobres. Como todo lo demás escaseaba, había venido a la ciudad. El sueño de una existencia mejor le hizo juntar lo poco que poseía: su madre, su mujer, sus hijos, y sus problemas. Así llegó al mundo de concreto sin nada concreto. Igual que tantos otros, terminó en un rancho de suburbio y, luego de saltar en infinidad de trabajos, se ubicó en una fábrica como peón en la sección ácidos, durante el turno de la noche. . Diap 18
  • 19. EL EQUIVOCADO EL EQUIVOCADO LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Caronte gruñó molesto, surgiendo de las sombras. Miró al desgarrado ser con recriminación. Este bajó la cabeza, disculpándose. Luego el cantinero sirvió a cada uno lo nuestro y volvió friamente a su rincón. Y, el hombre retornó a su historia: –Había visto caer piezas en el ácido, sólo duraban unos minutos, luego nada, burbujas en el verdoso líquido. Lo mío sería un momento. Los compañeros atestiguarían que había sido un accidente. Un instante. La solución total. Se resolverían los gastos, las deudas, los problemas. Ni habría entierro, no se sepulta la nada. Esta noche hice que el gancho de la canasta de las piezas se desprendiera. Le dije a mi compañero que lo iba a colocar. Éste me dijo que tuviese cuidado. Subí por la baranda del tanque, simularía que tropezaba y caería en el ácido, estaba decidido. Miré la pared gris y tomé mi cerveza. Sentía compasión por ese ser, pero me molestaba la cobarde solución de cortar el camino presente por miedo al futuro. –Sí, las ilusiones. Pero nuestras ilusiones son tan débiles que cualquier cosa puede destruirlas. Por un compañero me enteré que iban a reducir personal y que yo estaba en la lista de los cesantes. Me sentí hundir, no dije nada a mi familia. Sólo habría reproches. Era culpa mía. –No comprendo por qué. –comenté. –Yo los había traído, yo los había arrastrado tras mío. Yo era el responsable... –Sentirse responsable de todo es tan malo como ser irresponsable. –interrumpí nuevamente, pero el ser siguió hablando sin escucharme. –Pasé muchas mañanas con los ojos abiertos, pensando que quizás esa noche sería la última de trabajo, de ganar un dinero para los míos. La última noche, la última, esas palabras giraron en mi cerebro. Si yo acabara en un accidente, mi familia recibiría el seguro de la fábrica, todos los beneficios sociales. Hice cuentas, y comprendí que esa era la solución, una frustrante solución, los números decían con su cruel frialdad que yo valía más muerto que vivo. Diap 19
  • 20. EL EQUIVOCADO EL EQUIVOCADO LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE –Vagamente vislumbré un ser de blanco, parecía que estuviese sacando una envoltura inútil, el exterior de algo mío que dejaba de ser mío. Ya no sentía nada, un sueño pesado, eterno, mi iba dominando. Mi último pensamiento fue que mi familia tendría gastos conmigo, pero había llegado a la solución. Dolorosa, pero solución al fin. El blanco se volvió gris, el gris en penumbra. Luego me encontré frente a esta puerta. Ya no tenía dolores, no importaban los problemas... Hasta siempre, señor. Ni siquiera giré para ver el banco vacío. Caronte empezó a apagar las mustias luces. Dejé una moneda sobre el mostrador. Estaba seguro que aquel pobre desgraciado no tendría ninguna para el viaje. El barquero la recogió, y murmuró: –Fue y será un equivocado. No hay soluciones sencillas. Los que adelantan el momento nunca encuentran un lugar. Ni aquí ni allá. Vagará solo por la isla. Las parcas maldicen a quienes rompen sus hilos. Callé. Salí. No miré para atrás. Caronte estaría juntando sus pasajeros. ...oo0oo... A él no le importó mi actitud y siguió narrando: –Pero las cosas suceden cruelmente irónicas. Una vez leí que las Parcas hilan los destinos con una sonrisa burlona en sus agrios rostros. Tropecé de verdad y caí en el tanque de al lado. El de agua hirviendo. Me aferré desesperado a su borde, sólo mis brazos y mi cabeza estaban fuera del líquido en ebullición, los dolores eran insoportables, indescriptibles. Mis compañeros me sacaron. La conciencia del sufrimiento se iba y venía por oleadas. Me pusieron en una camilla. Si me tocaban o movían, los alaridos escapaban de mi boca. Me llevaron a la enfermería. La piel se desprendió al sacarme la ropa, cayendo de mi cuerpo a jirones. Cada vez perdía más la conciencia, era como si estuviese en medio de dos mundos. Sentía el sufrimiento. El ser se detuvo y bebió de aquel líquido ambarino y viscoso. El vaso volvió a quedar por la mitad. Y el personaje continuó: Diap 20
  • 21. EL TRIUNFADOR 04 EL TRIUNFADOR PREÁMBULO: LA UBICACIÓN LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE –Entiendo lo del camino, pero… ¿qué diferencia puede haber en sentarse en un banco o el otro? –Enorme, infinita. El cercano a la puerta está reservado para las personas que existen, que pueden abrir y cerrar la puerta, entrando y saliendo a su mundo, el de allá afuera. –¿Y el de la izquierda? –Es el de la izquierda para usted, que está aún de ese lado. Para mí, que estoy de este lado, es el de la derecha. –Bueno, entonces digamos el otro. –El otro, el cercano a mi oscuro rincón, es para los seres que son, y que por unos momentos están para narrarle el camino tenido. Seres que no necesitan abrir ni cerrar puertas, porque pertenecen a mi mundo, el de la laguna. –Es extraño. Usted, siempre ambiguo, en este caso, determina una ubicación definitiva. –Esa ubicación la da el fin del camino. Pero, los humanos necesitan muchos puntos para encontrarse a si mismos. –Pienso que la mayoría de los hombres creen ser el centro del mundo. –dije con cierta ironía. Había sido una semana agitada. Ese viernes llegué tarde al bar de Caronte. La noche era oscura. Entré, confiado que encontraría el bar como siempre, vacío y en penumbra. Lo último era cierto, lo primero, no. Caronte, como siempre, se hallaba detrás del mostrador, impávido, indefinible, inmutable. Pero vi que alguien ya estaba en el banco de la derecha, el primero al entrar, el que yo ocupaba normalmente, mientras el otro quedaba para los extraños interlocutores. Sentí angustia de haber perdido mi puesto, aunque nada de allí era mío. Caronte murmuró algo y aquel ser pasó, con cierta molestia, al otro asiento. Noté en Caronte una autoridad infinita, y en el personaje una sumisión eterna. –Disculpe que estuviera en ese asiento, –dijo con voz hueca– pero llegué primero... –Por favor, el lugar es lo de menos. –No, –indicó Caronte– cada persona tiene un lugar en el camino, y ése todavía es de usted. No quería entender esa realidad, y quise salir por la tangente de la realidad evidente. Diap 21
  • 22. EL TRIUNFADOR EL TRIUNFADOR EL PERSONAJE LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE El tabernero sirvió mi fría, llena y acostumbrada cerveza, colocó al otro ser un vaso hasta la mitad con aquel ambarino y viscoso líquido. Miré de nuevo al personaje, era etéreo, casi efímero. Pero tenía un residuo de corpulencia y poderío que se vislumbraba en su figura rígida, donde ciertas partes parecían deshacerse. Caronte le ordenó que me narrara su camino, y se retiró a su oscuro rincón. En su niñez fue el último hijo de una familia que trabajaba la tierra de otro. En su juventud fue el último en ir a la guerra civil. Antes, vio salir a su padre con un fusil atravesado al hombro; luego, a cada uno de sus hermanos mayores, y ninguno volvió. Fue el último soldado de su regimiento. Fue el último en volver a su casa. Llegó la paz, llegó la pobreza. Fueron años de miseria, de necesidad, de hambre, de gente pobre sobre una tierra pobre. Días negros como el vestido de su madre, quien sólo tenía recuerdos de sus seres idos, realidades de hijas flacas y la presencia de su último hijo. –Lo que creen es ser el centro del espacio que ocupan. Un espacio limitado por seis caras, posiciones a las que dan valores según el lugar que ocupen con cada uno. –Seis posiciones – reflexioné– y sus valores. Arriba, y pensamos en triunfo, poder, mando. –Si es abajo, –completó Caronte– en fracaso, trabajo, sufrimiento, inferioridad. –Izquierda, da la idea de rebelde, caliente, revolucionario, sentimental. En cambio derecha, lo es de conservador, frío, seguro, reaccionario, inflexible. –Adelante, en futuro, reto, esperanzas. Y atrás, en pasado, secretos, recuerdos. –Afortunadamente, Leonardo dibujó al hombre en un círculo con el equilibrio de sus proporciones. –comenté, con algo de fe en la especie humana. –Lo sé. Lo hizo sentado en el banco donde está usted. Fue un contertulio muy interesante. –¿Leonardo da Vinci? ¿Quiere decir que otros, antes que yo, se sentaron en este banco? –Muchos. ¿Tuvo la vanidad de pensar que era el único? Esto es un bar. La Barca de Caronte. Parroquianos y pasajeros pasan, vienen y se van. Usted es de los que aún pueden venir y volver. Diap 22
  • 23. EL TRIUNFADOR EL TRIUNFADOR LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Cuando cumplió cuarenta años volvió a su tierra, a esa tierra que guardaba los restos de su madre en el panteón más lujoso, mandado hacer por él. Sus hermanas eran las más ricas del pueblo, con el dinero mandado por él. Buscó la muchacha más joven, más bella, más buena. Tenía que ser el primero. Con ella volvió a la otra tierra, a la tierra de los negocios. Dio a su esposa todos los lujos, la llenó de comodidades, una mansión en el lugar más residencial de la ciudad, sirvientes, choferes, muebles, vestidos suntuosos. Ella era su esposa y debía ser la primera en todo. En esa casa poseía una cocina enormemente grande, con grandes refrigeradores repletos de comida y bebidas. Cada mañana, él, al levantarse, disfrutaba de todo: de mujer joven, de comodidad, de comida. Siempre comía y bebía exageradamente. No podía olvidar el hambre pasada. El apetito se satisface; el hambre, jamás. Su esposa le dio dos hijos. Como él quería: primero un hombre, luego una mujer. –Tiene usted suerte. –dije por decir. Necesitaba hablar algo y tomar mi cerveza. Y un día, ese hijo, como tantos, tomó un barco con la ambición de hallar una nueva tierra donde hacerse rico, comer siempre, ser el primero. Llevaba en el pasaporte el sello de emigrante, pobre, hambriento, y último. Llegó, trabajó, se sacrificó, y puso un negocio. No fue al campo; la tierra sólo hace rico al que la tiene, no a quien la trabaja. En la ciudad hizo dinero, se convirtió en poderoso. Era un hombre temido, la gente temblaba ante sus gritos, bajaba la vista frente a su mirada. Buscó a la gente humilde para que trabajase para él. Buscó a la gente rica para convertirse en uno de ellos. En todo quiso ser el primero. Si entraba en una sociedad, tenía que ser el principal. Si lo invitaban a una reunión tenía que sentarse a la cabecera. Si lo nombraban, tenía que ser el que empezaba la lista. Si hablaba, nadie podía interrumpirlo. Siempre tenía la razón y siempre era el primero. Primero en hacer las cosas, en trabajar, luchar, triunfar, comer, beber, tener. Diap 23
  • 24. EL TRIUNFADOR EL TRIUNFADOR LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Aquel ser continuó, fue primero en todo, en energía, en carácter, en gozar, tener, comer, beber. Fue fuerte, grande, con hambre y sed insaciable. De pronto, calló. Miraba la pared. Pensaba. Yo también giré viéndola. Hay momentos en que a los seres hay que dejarlos mirando la pared gris. Volvió a hablar con voz queda, casi ida: –Hace unos meses, luego de una fabulosa cena, en la madrugada desperté. No podía moverme, hablar, ni abrir los ojos. Sólo a través de la pequeña separación de los párpados vislumbraba figuras y la luz. Veía, escuchaba, pero mi cuerpo era como algo separado de mí. Se acercó mi esposa. Me tocó. Escuché su grito. Vinieron mis hijos. Llamaron al médico, éste indicó que era una embolia, que yo estaba paralizado. Que yo no sufría, no sentía, no tenía conciencia. Quise gritar que eso era mentira, pero la saliva se me acumuló en la garganta, ahogándome. El personaje, luego de un momento de silencio, tomó un poco de aquel líquido ambarino. Yo lo acompañé con mi cerveza, siempre llena y siempre fría. Aquel ser había acaparado la disertación, fija la vista en la pared gris, donde parecía ver, como en una pantalla, los hechos de su camino. –¿Suerte? –contestó aún soberbio– La suerte no existe, la hace cada hombre. –Mejor sería decir que la hacemos entre todos, –aclaré molesto– que cada uno es parte de la suerte o desgracia de los demás. Pero, siga... El personaje siguió, se creyó halagado, se notaba un ser acostumbrado a que estuviesen pendientes de él. –Bueno, si usted prefiere así, tuve suerte, mi suerte. Ya no necesitaba cuidar mis negocios, lo hacían otros por el sueldo que yo les daba. Mi mujer tenía todo lo que quisiese, yo se lo daba. Mis hijos fueron a las mejores universidades, yo siempre les pagaba lo mejor. Fueron los primeros en todo, debían serlo, tuvieron todo lo que yo no tuve, y sin embargo... lo fui. –Lógico. –dije– Aunque el camino no siempre es lógico. –Nada lógico. –afirmó– Di la dirección de unas empresas a mi hijo, pero las decisiones las tomaba yo. Y, mi hija revoloteaba en la alta sociedad con millones de herencia y rodeada de pretendientes de su nivel económico. Diap 24
  • 25. EL TRIUNFADOR EL TRIUNFADOR LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE –Ellos no podían saber que usted sentía. – dije, mirando mi vaso siempre lleno. –Nadie puede saber como siente el otro. De vez en cuando venían los llamados amigos. Si no había ningún familiar cerca, me miraban con desprecio, comentando vulgaridades. Y terminaban diciendo que eso le pasaba a las personas como yo. Que me lo merecía. Yo los veía por mis párpados entrecerrados, recordando las veces que habían pedido servilmente mi ayuda. –Así es la gente. –reflexioné. –¿La gente? – su voz hueca sonó sarcástica– mi hijo se había hecho cargo de todos mis negocios. Llegaba de noche a verme. Preguntaba respecto a mi estado. Informaba a mi señora sobre las empresas. Criticaba la forma en que yo las había llevado. Que él debía modernizarlas. Se acercaba a la cama. Me miraba sin emoción. Yo lo veía por la hendija de mis párpados. Ese era el hijo para quien había un labrado un futuro, dándole una existencia sin problemas, sin necesidades. Ahí estaba, viendo un cuerpo inútil donde un corazón aún latía. Un ser inerme que no le dejaba, legalmente, tomar todo el poder. Y, diciendo que yo estaba igual, se iba sin mirar para atrás. Nueva pausa, nuevo sorbo: Sin embargo, parecía que su bebida no se consumiera, seguía constante en la mitad, y él continuó: ––Me llevaron a la clínica más cara, atendido por los doctores más famosos, y puesto en la mejor habitación. Estaba orgulloso. Eso lo podían hacer con lo que yo había logrado. Yo. A través de los párpados entreabiertos vi mi cuerpo conectado a un sinfín de tubos y cables que salían de aparatos relucientes. En mi interior sentí una energía artificial transportada por un fluido ajeno a mí. –Estaba bien atendido. –repetí otra frase convencional. –Sí. La atención es algo que se puede comprar. Al principio venían muchas personas a visitarme. Pero, al poco tiempo sólo quedaron los familiares y algunos amigos. –¿Amigos? –pregunté con duda. –Bueno. Así se llamaban. Luego, la visita de éstos se fue espaciando. Inclusive, la enfermera estaba unicamente en los momentos de cumplir su obligación. El médico, en forma matemática, llegaba a la misma hora, miraba la hoja de control, me auscultaba, punzaba alguna parte de mi inerte cuerpo, firmaba la planilla, y se iba moviendo negativamente la cabeza. Diap 25
  • 26. EL TRIUNFADOR EL TRIUNFADOR LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE De mi mujer lo último que oí, fue una frase entrecortada recriminándome haber sido como fui. Mis párpados se cerraron. Ya no veía, no oía; estaba en medio de un silencio infinito, de una lúgubre oscuridad. Luego, me encontré frente a este bar. En ese momento el dueño abrió. Entré, yo era el primero. No sentía hambre, no sentía sed, pero aún me gustó ser el primero. El tabernero me dijo que tenía que esperar para hacer el viaje. ¿Sabe?... yo tuve pasaporte diplomático, donde decía que era persona muy importante. –Y también tuvo un pasaporte con el sello de emigrante, pobre, hambriento, y último. –musité. –Sí. Aquel pasaporte... Hasta siempre, señor. Supe que el ser había desaparecido. Caronte empezó a apagar las luces. Deposité la moneda de siempre sobre el mostrador. En la tiniebla pregunté: –¿En al barca... hay un primer lugar? No me quedé a escuchar la respuesta. Fui hasta el auto. Por el espejo vi al barquero girando hacia el callejón. Esperé un momento. No quería ser el primero en marcharme. Luego, me fui por la calle oscura. ...oo0oo... –Un día llegó mi hija con su novio. Acomodó un poco mi lecho. Siempre le habían gustado las cosas en orden. Luego se puso a hablar con su prometido. Decían que si yo no hubiese bebido y comido tanto, no estaría así. Ahora sólo quedaba esperar. Lamentaban que el casamiento programado para este año habría que postergarlo. Y que, de cualquier manera, ya no podría realizar con todo el lujo que habían pensado hacerlo, puesto que eso sería mal visto por sus amistades. Siguieron hablando de sus cosas. Cuando se sintieron aburridos, mi hija se levantó. Me besó en la frente. Se notaba que lo hacía sólo por compromiso. Y se marchó, tomada de la cintura por su novio. Esa era la hija consentida, a quien no le faltó nada, a quien había satisfecho el mínimo capricho. Otro sorbo, otro silencio. Me pareció ver a Caronte en su rincón dispuesto a levantarse. El ser, a mi lado, cada vez hablaba más quedo: –Hoy sacaron la maraña de tubos y aparatos que me mantenían artificialmente. Finalizaba siendo yo, sólo yo. Vinieron los familiares y uno que otro conocido. Abundaron los llantos y las palabras de consuelo. Un amigo, galante y mujeriego, abrazaba a mi esposa; ésta se estrechaba a él, llorando en su hombro. Me reí de mi mismo, pensando que ese parásito, que nunca había hecho un esfuerzo, disfrutaría de todo lo que yo creí mío. Diap 26
  • 27. EL NOSTÁLGICO05 EL NOSTÁLGICO PREÁMBULO: LA MITAD LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Unos a su hogar, otros a la diversión comprada, y yo hacia el bar de Caronte. La noche era gris cuando llegué al bar. Con ese gris de horas indefinidas, donde el tiempo no se sabe si es de realidades, de fantasías, o de infinito. Pero lo importante era llegar allí, y llegué. Me senté en el banco de la entrada. Comencé a hablar con Caronte. Era una noche cuya humedad predisponía a la meditación, pero no deseaba caer en sus redes. Me escapé por la tangente de siempre. –La noche está tranquila... parece que hoy no tendrá pasajeros. –Los tengo, –dijo– y como siempre, muchos. Pero todos están en la calle. No vale la pena invitar a ninguno. Son seres normales que tuvieron un camino y un final normal. Y no hay personaje más aburrido que alguien normal. Miré la pared gris. Las botellas seguían en su constante mitad. El tabernero vio mi curiosa mirada. –¿Se pregunta por qué todo está siempre en la mitad?... Es la única verdad, la absoluta. La mitad, para los pesimistas es que está medio vacío. Para los optimistas, que está medio lleno. Y para nosotros, sólo es la mitad. Otro viernes. Llovía. El tránsito, lento y pesado. Había tiempo para pensar. La gente piensa cuando no tiene otra cosa que hacer. Los seres volvían sin ansias, arrastrados por la indolencia. Hasta las luces de los centros noctámbulos parecían tener menos brillo y su música estaba apaciguada. Los autos seguían unos tras otros, como animales de un indiferente rebaño, sin apurarse, como si no importara llegar. Parecía que todos estuviéramos eslabonados en una cadena de apatía, y que íbamos hacia nuestro destino más por el hábito que por la voluntad. Sin emoción, pensé que si alguno de nosotros dejase de andar, nadie lo notaría. Continuaría llevado, empujado por los demás, formando parte de esa masa homogénea y abúlica. El cielo y la temperatura se hacían partícipes de ese estado anímico. En las alturas, un gris plomizo predominaba, donde las pocas estrellas visibles parecían estar clavadas sin siquiera titilar. En el ambiente no se podía definir si hacía calor o fresco, brisa o quietud. Sólo, y luego de un esfuerzo mental, podía deducirse que la existencia seguía. Diap 27
  • 28. EL NOSTÁLGICOEL NOSTÁLGICO PERSONAJE LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Ahí estaba él. ¿O eso? ¿O ése? Caronte le servía aquel líquido ambarino. Miré al personaje de esa noche. Parecía sediento de aquel líquido, bebía avidamente. Caronte se retiró a su rincón. Observé el vaso de mi compañero, estaba igual, por la mitad. Bebí mi cerveza, siempre llena y fría. El ser de esa noche era excepcionalmente extraño. Su figura no lograba definirse por completo en la semioscuridad del local. Parecía estar constituido por el conglomerado de múltiples partículas yuxtapuestas por una desconocida fuerza que le daba forma. Forma, dentro la cual saltaban pequeños puntos centelleantes, como agónicas luciérnagas. Al beber el viscoso líquido, éste desaparecía dentro del ser, volviéndolo cada vez más definido. Me quiso hablar. Yo esperaba eso. Al abrir él la boca, el aire se impregnó de olor a ozono, como si una descarga eléctrica hubiese sucedido ionizando el ambiente. Con temor volví a sentir en mi cuerpo aquel cosquilleo, el cual aumentó hasta volverse doloroso, y mis dedos empezaron a encogerse. –Pero... ¿la mitad de qué? –La mitad de todo, la mitad de nada. No quise ahondar. Además, poco se puede agregar a las verdades absolutas. Por más que pasara el tiempo, por mucho que fuera distinto cada viernes, nunca terminaría de acostumbrarme a que cada vez encontraría un nuevo personaje diferente y extraño. Lo sabía, y volvía con la morbosa curiosidad de encontrarlo, de escuchar sus intimidades, de fisgonear dentro de sus reflexiones, vislumbrando algo de ellos en mí, y mucho de mí en ellos. Las tenues luces, que apenas separaban la penumbra de la oscuridad, temblaron dentro del local, como si un cable eléctrico hubiese caído a tierra. Fue sólo un momento, luego todo volvió a su lúgubre medianidad. En tanto, alguien había pasado detrás mío para sentarse en el otro banco. Más que presentirlo, esta vez lo sentí. Lo sentí como un efluir de puntos de energía que saltaban, buscando en mi cuerpo descargarse. Cuando cesó ese cosquilleo extraño, giré mi cabeza. Diap 28
  • 29. EL NOSTÁLGICOEL NOSTÁLGICO LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Él no me oía, hablaba de su pasado. Es extraño el camino del ser humano, puede pasar varias veces por el mismo lugar para terminar donde empezó... Afirmé su reflexión.–Era un valle rodeado de cerros, donde el río corría por los terrenos, saltando entre o serpenteando por los cultivos. Nos dábamos a la tierra y la tierra nos daba todo, árboles para sombra y alimento, suelo para que los animales corrieran y creciesen. Respetábamos al río y el río nos respetaba, sólo le sacábamos un poco de agua en las acequias. Una vez al año inundaba la tierra. Lo dejábamos correr, era su tierra. No era nuestro, nosotros éramos de él. Crecíamos a sus orillas, nos bañábamos en él, bebíamos su agua, y fertilizaba el alimento de cada día. –Debe haber sido una niñez muy feliz la suya. –Sí. Fue una niñez pasada en forma natural. Y la felicidad está en recorrer el camino de esa manera. Pero el ser humano cambia lo natural para obtener satisfacciones en lugar de felicidad. Moví mi cabeza lentamente. Estuve de acuerdo, y el ser siguió su narración: Caronte salió de su rincón, apoyó su mano sobre la de aquel ser, ambas manos parecieron confundirse, y en su vaso de eterna mitad le sirvió más de la aceitosa bebida. El ser terminó de definirse, desaparecieron los puntos luminosos, parecía como si todas las partículas hubiesen encajado entre sí. Y desapareció al instante aquella molestia en mí. Caronte volvió al oscuro ángulo. Con indefinible sonrisa, el ser pudo hablar: –Buenas noches, señor. Disculpe. Fue difícil llegar. No comprendí la razón de su disculpa, pero no quise saberla. Se veía un hombre bueno. En sus ojos, ya sin brillo, debieron pasar en partes iguales ideales y frustraciones, ilusiones y realidades. Contesté serenamente: –Y... con esta lluvia las calles son difíciles de transitar. –Mi camino fue largo. Desde la represa. –¿Desde la represa?... –pregunté incrédulo– pero eso está muy lejos. –Tanto como mi niñez. Y mi niñez empezó allí, donde está la represa, allí mismo. Diap 29
  • 30. EL NOSTÁLGICOEL NOSTÁLGICO LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Giré sobre mi asiento y quedé mirando la pared. La misma que miraba mi interlocutor. –Sólo quedamos los técnicos y los que habíamos aprendido junto a ellos. Hasta la energía se iba por los cables hacia otros lugares. Pasaron los años. La gente se aglomeraba cada vez más en las ciudades, alejadas de la presa. Parecía que le temiesen. Pero nosotros, lo que habíamos nacido debajo de ella y nos habíamos hecho con ella, le pertenecíamos. Me casé y nos establecimos en un poblado vecino. –La tierra ata. –dije meditando. –También el agua. Progresé. Compré una lancha y con ésta recorría el gran lago, sintiendo debajo mío los lugares de mi niñez, pescando con el anzuelo de la nostalgia en la profundidad de los recuerdos. Viendo la realidad del agua sobre la tierra hundida. Hoy salí con la lancha luego del trabajo. Me acerqué al muro de la represa. Los remolinos indicaban que los conductos drenaban caudales de líquido. El nivel estaba bajo y cerrados los aliviaderos. El motor de mi lancha se apagó. Empecé a revisarlo. Los bornes de la batería estaban sucios. Los limpié y probé el contacto. Saltó una chispa y se incendió la lancha. Vi las llamas llegar al tanque de combustible; horrorizado, instintivamente me lancé al agua. –Un día llegaron unos hombres con muchos aparatos. Dijeron que iban a hacer una represa. Otros vinieron y comenzaron a comprar los terrenos, por que estábamos desalojados por orden del gobierno. A los campesinos les ofrecían tierras más grandes en otra parte. Nuestro valle, nuestras casas, el lugar de nuestra niñez, iba a quedar bajo las aguas de una gran laguna. Esos hombres sabían mucho, y algunos jóvenes nos quedamos con ellos. Los viejos se fueron, cada uno con lo suyo. –Es el precio del progreso. –dije. –Así es. Vi desaparecer en huecos llenos de cemento los terrenos donde me había criado. En tanto, yo aprendía al lado de aquellos hombres. Se cerró la presa. Sin ningún respeto habían desviado el río, y luego lo encerraron. Fue ahogándose en sus propias aguas, guardando bajo él todo lo que él y nosotros habíamos sido. Un día, finalmente, la presa estaba llena. Vino gente del gobierno, dijeron muchas cosas incomprensibles y hubo muchos aplausos. Un señor tocó un botón y las turbinas comenzaron a funcionar. La energía del río se transformaba en electricidad. Después todos se fueron: los extranjeros, los políticos, los ingenieros, las grandes señoras visitantes, las pobres señoras que comía gracias a nosotros. Diap 30
  • 31. EL NOSTÁLGICOEL NOSTÁLGICO LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Bebió de su vaso, el líquido en su constante mitad se alumbró al estar en contacto con sus labios. Luego, quedamente, el ser siguió: –Las turbinas giraban a enorme velocidad. Mi cuerpo se deshizo en partículas, desmenuzado alimento para los pequeños peces que esperaban afuera, donde el río volvía a ser lo que fue. Peces que serían devorados por otros más grandes, y éstos por el mayor depredador: el hombre. La cerveza me supo agria el escuchar esas palabras, el personaje continuaba: –Pero yo no había salido, había quedado atrapado por una fuerza magnética poderosa, una energía que me transportaba dentro del generador en giros enloquecidos. Luego me encerró momentaneamente dentro de un transformador para lanzarme, bailando un juego encadenado, sobre los arcos de lo cables, de una torre a otra. Al principio quise detenerme, pero la energía que me llevaba era superior, y me dejé llevar. El ser me miró como en un adiós, y siguió: El personaje detuvo su narración. Buscaba fuerzas. Bebió de su vaso el viscoso líquido. Lo acompañé con mí cerveza, sin mirarlo, sin hablar. En nada podía ayudarlo. Como tantos otros, tenía que encontrar en sí mismo la fuerza necesaria. Cuando reinició, parecía haberla encontrado, sólo que su voz era más queda: –Las ansias de salvarme hicieron que saliese por instantes hacia la superficie. Vi estallar el bote, luego el remolino me fue engullendo. Mis pulmones parecían reventar, nadaba con desesperación hacia arriba, pero cada vez estaba más abajo. Un lejano zumbido crecía y me llevaba hacia él. De pronto no sentí más ningún dolor, ninguna desesperación. La oscuridad me rodeaba, pero podía ver todo con nitidez. Miré mi cuerpo, era algo que ya no era mío, y que iba hacia las rejillas. Yo lo acompañaba, tenía lástima de él. Vi que las rejas no estaban del todo cerradas. La corriente, con enorme presión, hizo pasar por el conducto a ese despojo y a mí. Diap 31
  • 32. EL NOSTÁLGICOEL NOSTÁLGICO LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Caronte surgió de su rincón. Las luces estaban tan débiles que apenas lo podía vislumbrar. Puse la moneda sobre el mostrador. Al tomarla el tabernero, saltó una chispa hacia ella. Miré a mi lado. Extraño por demás, pero como todos, mi compañero había desaparecido. Se sintió un trueno. Todas las luces del lugar se apagaron. Salí en la oscuridad y, sin encender los focos de mi vehículo, me alejé. ...oo0oo... –Fue un viaje lleno de tensión, las luces de la ciudad empezaban a encenderse en el atardecer, y eran cada vez más cercanas. Cuando comenzó a llover, esa fuerza que me llevaba, saltaba en descargas que me hacían sacudir, pero sin abandonarme. Ella era potencia activa, yo resistencia pasada. Llegamos a la ciudad. Nos metimos en transformadores, y cada vez que salíamos de ellos éramos mas débiles. Cerca de aquí entramos dentro unos tubos oscuros. Sabíamos que estaba cerca el final, sin ver como se llegaba a él. De pronto, la reducida energía se convirtió pobre luz de un letrero. Solo, caí a tierra. Abrí la puerta y entré. Ya no me queda fuerza, la energía se acabó. El camino ha terminado. Si va a la represa, recuerde: Allí hubo un río, árboles, casas, gente, niñez. Hasta siempre, señor. Diap 32
  • 33. EL SERVIL 05 EL SERVIL PREÁMBULO: LA GARÚA LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE –Noche triste. –dije mientras sorbía mi bebida. –¿Noche triste? –preguntó el cantinero– La noche es triste sólo para aquellos que tienen un mañana. Para los que han llegado al final del camino no es triste ni alegre... es el final. –Pero todos los finales son tristes. – comenté, meditando– Unicamente en las novelas románticas los finales están llenos de felicidad y de justicia. –La realidad está sedienta de mentiras. –dijo el cantinero. –Sí. –completé– Es difícil saber cuando estamos frente a algo real o a una apariencia. ¿Esta realidad, este momento, este bar, es una realidad, o es una mentira? –Usted sabe lo que es. –sentenció Caronte. No quise continuar en ese tema y cambié para el más usado e intranscendente: el clima. –¿Por qué será que la lluvia nos hace cambiar de ánimo, meditar, reflexionar? –Usted, que es introspectivo, siente así. A un apasionado, le aumentará su libido. Un campesino pensará en su cosecha. Un nostálgico sentirá más su melancolía. Un enfermo, más su temor. El activo tendrá más impaciencia. Viernes, la noche llegaba en cada minúscula gota de garúa. Sin horizonte, avanzaba hacia la cita postergable pero inevitable. Otros seres, en otras cajas de plástico y metal me rodeaban, formando esa masa impersonal e indefinida de los que vuelven del trabajo. Sin embargo, a medida que me acercaba al encuentro, me sentía diferente a los demás. Ellos seguirían rodando sobre los rieles invisibles de la monotonía, en la autopista que los llevaba para sus hogares. Yo desviaría hacia un destino, hacia el bar de Caronte, a la Barca. Dejé la vía de todos y de todos los días, entrando en las calles apacibles de aquel barrio. La luz de mi auto se reflejaba en los charcos formados por la lluvia, mientras contra la acera corrían lentamente arroyuelos de agua sucia. Pocos minutos después entraba en el local, dejando atrás el gris de la tarde y entrando en el gris del lugar. Caronte me saludó con su voz hueca, sirviéndome de inmediato la interminable cerveza fría. Por hábito miré el bar, el mostrador, la pared. Sabía que estaría igual, y así lo fue. Diap 33
  • 34. EL SERVILEL SERVIL EL PERSONAJE LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Presentí que había entrado el personaje de esa noche. Un ondular de sensaciones pasó a mi espalda. Miré el asiento a mi lado. En él, algo se convulsionaba en curvas. Caronte tomó una botella cualquiera de la pared, sirviéndole un vaso hasta la mitad de aquel viscoso líquido ambarino. La figura estiró una de sus arqueadas manos y llevó el vaso a su boca. Mientras iba bebiendo, bajaba el ritmo del ondular. Poco a poco fue tomando una configuración casi humana. Puso el vaso sobre el mostrador; estaba igual, con el líquido hasta la mitad. Caronte inutilmente llenó el mío, ya que siempre seguía lleno. Luego el cantinero se fue a su oscuro rincón. –¡Qué noche horrible! –suspiró aquel ser. –Sí. Una noche gris. –comenté. –No me refería a eso. El clima no depende de nosotros, pero los sucesos, sí. –No siempre todo depende de uno, más bien cada uno depende de todo. –¡Bah! Palabras. –su voz vacía aún ondulaba vanidad– Uno es la consecuencia de su forma de pensar, de actuar, de su responsabilidad. –Cada uno puede creer lo quiere, y nunca sabrá si está en lo cierto. –comenté molesto. –Y al haragán le será más grande y profundo su deseo de dormir. –completé con ironía. –Y un marino, en su barco, se preocupará porque no puede ver el horizonte. –terminó Caronte. –Un marino como usted. –No. Yo no soy marino, soy barquero. Un barquero que cada noche cruza el río Aqueronte hacia la laguna Estigia. –¿Y no le molesta la lluvia? –Allí no hay ni sol ni lluvia. Solo la nada, la eternidad. Caía en el mismo tema, y volví a salir: –Hemos dicho las consecuencias, pero no el porqué la lluvia causa esos cambios. –El sol calienta, tiene luz, energía. El agua moja. El viento, sopla. Y eso fue, es, y será hasta su fin, sin importar el por qué son así. –Pero el ansia de saber el por qué, fue lo que hizo al hombre un ser diferente a los demás. –Y por saber los por qué, perdió la felicidad. –Quiere decir que la felicidad está en la ignorancia. –Jamás. Pero, a veces, la sabiduría está en no saber. Diap 34
  • 35. EL SERVILEL SERVIL LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE –¿Importante para quién? –pregunté reacio. –Importante para la empresa, para todos. La mayoría muerde la mano de quien le da de comer. Los responsables sabemos que se debe dar para obtener, y estar agradecido a quien nos da. –Como a los obreros, que le daban su trabajo. –¿A esos? Escuche, señor: La única ley que se cumple en el mundo es la ley del menor esfuerzo. –Es una ley natural y universal. –Exacto. Si uno no exige a la gente, todos irían bajo la sombra a esperar que alguien les trajera la comida. Los hombres trabajan por necesidad, no por responsabilidad. –Siempre es más déspota el mayordomo que el amo. –dije– Pero usted tenía responsabilidad... continúe. –Como decía el patrón: Los jefes nacen, no se hacen. Pero, es difícil ser jefe. Los de abajo, cada vez que caen se inclinan nuevamente en el suelo; los de arriba, se destrozan en la caída. El reto es constante: hacer, siempre hacer más. –Pero hay otros valores además de hacer... el amor, la amistad, la familia. –Todo eso se consigue cuando uno vale más. Tanto haces, tanto vales. –Pobres poetas... –musité. –Palabras. –repitió aquel ser– Usted es lo que es por que quiere ser así. Nadie me obligó a ser lo que fui, y por serlo estoy aquí. Soy el culpable y el responsable de ello. –¿De qué? –De todo. Siempre reconocí ser el responsable de lo que sucediese. No fui de los que se esconden detrás de una excusa, un falso arrepentimiento, una broma o una sonrisa, buscando la benevolencia de los demás frente al error. –Quizás privó a los demás la satisfacción de comprender su error, ni se permitió la humildad de que ellos lo comprendiesen. En fin... ¿De qué se siente responsable? –De todo lo que sucedió. Mi camino comenzó muy lejos, tanto que a veces pensé que lo hizo otro. Un camino con penurias, necesidades, pero con mucha responsabilidad hacia los patrones que me daban de comer. Un día, uno de ellos me trajo a la ciudad, a una gran fábrica de tambores. Aprendí como trabajaban las máquinas, después como hacer trabajar a los hombres. Esa es otra parte del camino, la que realmente siento que he recorrido yo. Llegué a ser jefe. Mi personal era el que más rendía, mi turno el que más producía. La gerencia me elogiaba. La gente me temía. El que no servía, lo echaba. Hombres y máquinas debían trabajar. Eso era lo más importante. Diap 35
  • 36. EL SERVILEL SERVIL LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE –Sí. Todo se deshace, y el valor es diferente al precio cuando termina el camino. Un final como el de esta noche. El operario de la máquina de cilindrar no trabajaba eficientemente. Le llamé la atención. Protestó. Lo despedí en el acto. Nadie más sabía hacer ese trabajo. Pero yo lo había hecho años atrás. No bajaría la producción. Les demostraría que conmigo se producía más. Y así fue. Llegó la hora de descanso y los obreros fueron a comer. Yo no. Tenía que recuperar el tiempo perdido, puse a funcionar la máquina en continuo. Las láminas curvadas salían una tras otra, yo las empujaba en los cilindros. De pronto, mi mano fue aprisionada por los rodillos, éstos me fueron tirando hacia adentro, mis gritos nadie los oía, estaba solo y no podía detener la máquina. Bebió de su vaso para tomar fuerzas y siguió: –Por eso se mueren de hambre. –sentenció. Caronte gruñó saliendo de su rincón, miró con desprecio al personaje y le retiró el vaso de líquido ambarino. El ser retornó a convulsionarse, dando quejidos ondulantes. Dirigí al cantinero una súplica callada, éste volvió a poner el vaso. El personaje lo bebió inmediatamente. Y el vaso seguía en la mitad. La figura volvió a su normalidad. Caronte lo miró fijo, y habló con su voz hueca: –El hombre tiene hambre. El poeta, ansiedad. La poesía permanece, es eterna. Los que hacen, se deshacen. –calló, volviendo a su rincón. El personaje quedó serio, con su espalda curvada. Estaba llegando al final de su narración. Diap 36
  • 37. EL SERVILEL SERVIL LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Puse la moneda. El cantinero me la devolvió: –No la merece, fue servil. –Todos somos servidos… y todos somos servidores. –Se puede servir por necesidad, por amor, por ideal. Pero servir por el placer de sentirse poderoso es vileza. Lo llevaré en el fondo de la barca para que sea pisoteado, como él pisoteó a los demás. Al llegar será juzgado, y es seguro que Cerbero lo arrojará al Tártaro. –¿Quién es Cerbero? –Mi perro. –¿Y el Tártaro? –Un río rodeado de fuego. El lugar donde van los que son como él. Salimos del local. Caronte giró hacia el callejón. Yo subí a mi auto y me alejé. ...oo0oo... –Vi mi mano, mi brazo siendo absorbido. Escuchaba el crujir de mis huesos deshaciéndose. Veía mi carne convertirse en delgada plancha, mientras los cilindros se manchaban de sangre. La desesperación se volvió locura. Mi tórax y mi cabeza estaban llegando a los cilindros. Grité. Luego, nada. Me vi desdoblado, uno era mi cuerpo que seguía siendo engullido por la máquina, otro era yo, que observaba eso. No me podía alejar de ese cuerpo, de esa masa vuelta una lámina sanguinolenta que acompañaba la lámina metálica cilindrada... Finalmente, el tambor cayó al suelo, forrado de lo que yo fui. Aquel ser se detuvo. Su voz retornó, apagada: –Me desprendí de eso y, ondulando, llegué a este bar. Ahora entiendo. Todo se deshace, responsabilidad, exigir, mandar... ahora nada es importante. Hasta siempre, señor. El banco estaba vacío. Caronte comenzó a apagar las tenues luces. Diap 37
  • 38. 07 EL LOCO PREÁMBULO: LA HUELLA EL LOCO LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE –O porque no pueden salir de la huella dejada por los que pasaron antes. Los seres humanos, al igual que los animales, tienen una tendencia instintiva a pasar los mismos caminos por donde anduvieron sus antepasados. –No siempre. –dije– Los aventureros, conquistadores, los primitivos pueblos que desde Asia llegaron a Europa, abrieron por primera vez los senderos por donde andaban. –Sólo seguían su instinto. El hombre, siempre va tras el sol, siguiendo su huella de avanzar. –Pero hay muchas ciudades que se construyeron en el este, por gente que vino desde el oeste. –Otra vez el instinto. Cuando el hombre está frustrado de no haber hecho el camino que soñaba, entonces gira y va sobre la huella dejada, buscando la paz, lo conocido. –Por lo tanto, las huellas señalan el sentido del camino. Sin ellas no se sabría si el que pasó antes, iba o volvía. –Siempre se va. Volver es imposible. En el tiempo no hay antes ni después, sólo es ahora. Ese hombre que va buscando su pasado, encontrará un presente, con pocas cosas conocidas, y donde él y sus recuerdos serán unos desconocidos. Y a veces el polvo ha tapado las huellas. Viernes. El tránsito se movía lentamente. En alguna parte habría sucedido un accidente. No importaba la vía, fuese el movimiento en ambas vías se detendría. En una, por la obstrucción natural y el masoquista placer de pertenecer a los causantes. En la contraria, por la sádica reacción de detenerse a ver como los demás están sufriendo. Cuando llegué al bar de Caronte la noche había avanzado iluminada por la mustia luz de una luna que jugaba entre nubes grises, alumbrando por instantes los senderos y sepulcros de la silenciosa necrópolis cercana. Me senté con satisfacción en mi banco, de costumbre, el cercano a la puerta. Estaba agotado por la jornada y la tensión del viaje. –Hoy tardó. –comentó lacónico, Caronte. –Sí. La autopista estaba llena. –Cuando los caminos de los humanos coinciden, en vez de sumarse, parecen anularse entre sí. –Será porque la huella de los que ya pasaron estorba a los que vienen detrás. Diap 38
  • 39. EL LOCOEL LOCO EL PERSONAJE LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Caronte se dio vuelta, tomó una gris botella y sirvió un vaso hasta la mitad de aquel ambarino líquido. Mi cerveza seguía llena y fría. Supe que el personaje de esa noche se encontraba a mi lado. Miré a mi izquierda. Me sentí bien al verlo. Era extraño como todos los interlocutores de cada viernes, pero tenía una presencia agradable, pura, inocente. Se divertía alargando sus extremidades, su cuello, cuerpo, deformándose continuamente, como si aquello fuese un juego con su propio ser. Caronte lo miró con dulzura, y si alguna vez hubo sentimientos en el barquero, esa noche asomaron. Y, en lugar de ir a su rincón oscuro, se quedó detrás del mostrador, cerca nuestro. –La luna juega a la rueda–rueda... La rueda, rueda. Rueda–rueda... Rueda–rueda... – canturreó el personaje una infantil canción. –¿Qué dice? –pregunté asombrado. En ese ser había algo que obligaba a quererlo dulcemente, tal como sucede con una criatura pequeña que sonríe en forma natural. –El polvo del tiempo. –reflexioné. –No. El de la tierra. El que tapó siete veces a siete Troyas. El que aún guarda bajo él a civilizaciones desconocidas. El tiempo es inmaterial, no puede tener polvo. –No creo que el polvo cubra esta civilización nuestra. Ahora hay una obsesión de quitar el polvo de todas partes. –¿Y lo han podido eliminar? –dijo el barquero. –Jamás. Siempre está en el aire. –Es que el polvo es comienzo y fin de todo. Por más grande que sea un sol, una galaxia, el universo comenzó y terminará como polvo cósmico. –Polvo, huellas. –medité. –Prefiero mi barca, no hay huellas en el mar. –Caminante, se hace camino al andar, – recordé al poeta– y cuando te detienes y miras hacia atrás, ves que sólo has hecho huellas en la mar. –Hermoso poema. Pero los hombres siguen haciendo caminos en la tierra, y terminan deshechos por el tiempo. –¿Los caminos o los hombres? –Ambos... Diap 39
  • 40. EL LOCOEL LOCO LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE –¿Normal?... –una burlona carcajada de tonto llenó el local– ¿Qué es la normalidad?... ¿Son normales los demás humanos? Piden la libertad, y se encierran tras las rejas. Limitan la velocidad, y hacen vehículos que la triplican. Dicen que son iguales, y se aprovechan unos de otros. Hablan de paz, y matan, y tienen guerras. Piden una vida natural, y queman árboles, aplanan cerros, cubren todo de piedra y cemento. Se dicen humanos sólo para justificar lo malo que hacen. Y hablan de amor para poseer a otros. Moví la cabeza afirmativamente, y él siguió: –Encerrados en el cuadrado de la normalidad, necesitan una escalera para subir al techo, una ventana para mirar fuera, y una puerta para pasar al otro cuadrado. Yo, para subir al cielo tenía mi fantasía, sentimientos para mirar el horizonte, y ningún cuadrado. Por eso era loco. –Dichosa locura... –comenté– el mundo andaría mejor si abundasen los locos en lugar de los que llaman normales. Me miró con esa sonrisa, y sus ojos comenzaron a girar en forma desquiciada, jugando y riendo de mi asombro. Su mirada era limpia, sin odios, sin rencores, sin prejuicios. Era como si hubiese caminado sin ensuciarse con el polvo del camino. Caronte apoyó su mano sobre la del ser, y ambas se confundieron. –Es un loco. –aclaró el cantinero– Bueno, lo que la gente llama loco. –Todos tenemos un poco de poetas, de locos... y de niños. –filosofé, sintiéndome a gusto. –Locos, niños y poetas son los únicos seres que pueden ver la realidad, decir la verdad, y sentir la libertad. No supe quien hablaba, si Caronte o el personaje, sus voces surgían iguales del mismo lado de ese triángulo que formábamos tres seres disímiles. Y así, continuaron: –El poeta es un niño que creció con un loco dentro de sí. Un loco es un niño que tuvo la poesía de no crecer. Y un niño es un poeta loco. –Pero, parece normal. –musité. Diap 40
  • 41. EL LOCOEL LOCO LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE –Bueno, no es así; –indiqué– los carros andan en la calle y los hombres en la acera. Sonrió con compasión, y me respondió: –Los autos son cuadrúpedos que llevan un bípedo adentro, sólo que tienen los pies redondos.–¿Y los hombres? –pregunté. –Los hombres son bípedos que llevan un cuadrúpedo dentro... y tiene los pies planos. –Sus razonamientos no parecen de un... –...loco. –completó Caronte– Locos y sabios hacen avanzar a la humanidad. Hay que desequilibrarse de la rutina normal para ver la verdad. –Era loco porque no podía aprender a contar. ¿Acaso importa saber cuantas flores hay en una planta para ver su belleza? Pero, algo aprendí. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho, dieciséis. ¿Qué es más bonito, saber el número o sentir la música de la canción? Además la matemática también es loca. Si divido el uno, me quedan unos más chiquitos. Si divido el ocho por dos, me quedan dos tres, uno al derecho y otro al revés, o dos ceros uno arriba del otro... Su matemática era muy lógica, y él siguió: –Aprendí a leer, muy despacio, para comprender mejor. Y me gustaba escuchar a aquellos que no se burlabandeloquelaspalabrasdecían. –En lejanos tiempos, –terció Caronte– los locos eran seres tocados por la chispa de los dioses. Se les oía con respeto, ya que de su boca salían verdades, predicciones. Hoy los aprisionan. Tratados por humanos inhumanos que quieren llevarlos a la normalidad. Pero, afortunadamente son los que los aprisionan quienes encuentran el camino de la locura. Reímos los tres, es lindo reír entre locos. Todo anormal es feliz, sólo se pone triste cuando lo encierran, cosa que es naturalmente normal. La risa resonó dentro del local, que había perdido su lúgubre apariencia. Y comprendí que la risa de los locos tiene sonido de eternidad. Reconocí al personaje, muchas veces me había cruzado con él en la autopista. Era un demente que caminaba contra los vehículos, azuzándolos, mientras éstos los desviaban a toda velocidad. –Usted es el hombre de la autopista. –No. Soy el loco. Uno más. Yo soy el que estaba afuera, los demás están dentro de los autos. Desde que el hombre encontró la rueda y pudo subirse sobre ella, se sintió superior a los que andaban caminando. Carros, coches, hombres, seres... y el camino es el mismo. Todo es igual. Diap 41
  • 42. EL LOCOEL LOCO LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE –Siempre se le da la razón a los locos. Por temor a su locura o por temor a su verdad. Cuando era pequeño, quería que tener una flor en una copa, beber su aroma, paladear su hermosura. Reían porque plantaba semillas entre las piedras. Allí es donde hacen falta. Me compadecían porque pasaba horas mirando el cielo, jugando con las nubes que dibujaban un mundo de barcos, pájaros, animales. Era un mundo mío, sólo yo las veía, y existían para mi realidad. Los demás no las veían y no existían para su normalidad. –Yo también jugaba con las nubes, –dije con nostalgia– y formaba personas con ellas. –Yo no veía personas en el cielo. Las personas siempre se burlaban. Los demás niños me pegaban. Los niños normales son crueles con un loco. Es el desquite de los que están presos, cuando cae entre ellos uno que posee la libertad. Iba a refugiarme en mi madre. Me abrazaba y lloraba, mezclando sus lágrimas y las mías. ¡Pobre madre! Ella era normal, y sentía que algo de ella había en mí. Nunca pude estar junto a mi padre, me miraba furioso, y si intentaba acercarme, un bufido colérico marcaba la distancia a mantener. ¡Pobre padre! Era tan absurdamente normal que temía reconocer algo de él en mí. Caronte me miró pensativo, y nos sirvió. Mi cerveza seguía llena y fría, y el vaso del personaje permanecía con su líquido hasta la mitad. Luego, fue a su rincón. –¿Cómo fue su camino? –pregunté con confianza. Con los demás había preferido esperar, frenado por la educación. Pero, con el ser de esta noche me sentía unido en una amistad que iba más allá de la surgida en el mostrador del mortecino bar. –¿Mi camino? –preguntó a sí mismo– El inicio fue como el todos. Un niño que nace, que come, que ensucia. ¿Cuántas anormalidades hacen las criaturas? ¿Y cuántas, las personas cuando están con ellos? Parecen locos. Con los meses, los mayores les enseñan a hablar. Los humanos fuimos felices hasta que aprendimos a hablar. Desde ese momento perdimos naturalidad, intimidad, libertad. Cada uno se tomó el derecho de invadir la conciencia ajena con una pregunta, exigiendo respuesta adecuada. Los demás van amoldando con palabras la mente del niño para que actúe igual a los demás. Y, si no se consigue, es un loco. –Tiene razón. –comenté. Diap 42
  • 43. EL LOCOEL LOCO LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE –No. –le respondí– Nada más anormal que amar. El amor es en sí una locura. Nada tiene de normal que dos personas diferentes, que piensan distinto, y de gustos disímiles; se unan compartiendo casa, comida y cama. Aquel demente ser me miró con una sonrisa inteligente, como si le extrañase lo que yo había dicho y le correspondiese decirlo a él. Su figura se diluía en la penumbra, tomó un poco de su vaso, éste quedó igual, por la mitad. Lo acompañé bebiendo mi fría y llena cerveza. Luego estiró su brazo, llevando su mano hacia la mía. Caronte, desde el umbroso rincón lo contuvo con un gruñido, y el ser volvió a hablar: –Una tarde pasó la mujer con su hombre, me miró, acarició la cara de él, y dijo burlona: "Loco, loco"... Todos rieron, y yo también reí. Es más fácil reír que llorar. Desde entonces amo las flores, la música, la noche, y la luna. La luna me miraba y nunca se burlaba de mí. –¿Qué sucedió luego? –seguía queriendo saber. –Será por que siempre tenemos miedo de vernoscomo realmentesomos. –dije, reflexionando. –Una vez me enviaron a un instituto. Allí vi seres iguales a mí. Y supe que nosotros éramos excepcionales. Los demás, comunes. ¡Qué lástima! Estuve poco, mis padres prefirieron educar a mis hermanos normales; ellos lo necesitaban, yo no. –Es que los normales nos pasamos aprendiendo, para terminar sin saber nada. –comenté. –Mi cuerpo siguió creciendo. Los hombres sólo sabían reírse de mí. Las muchachas se acercaban burlonas, pero les gustaba tenerme cerca. La mujer siempre admira al hombre excepcional, ya sea un triunfador, un sinvergüenza, o un loco. Los hombres normales las aburren, aunque terminan casándose con ellos. Cometí la locura de enamorarme. Ella era hermosa. Su rostro me recordaba la luna, su perfume a las flores, su voz a la música. Cada vez que le decía esas cosas, ella tocaba mi cara murmurando suavemente: "Loco, loco"... Pero, ella se enamoró de otro, de uno normal, y la gente se reía de mi amor. Acaso, ¿se necesita ser normal para amar? Diap 43
  • 44. EL LOCOEL LOCO LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE avanzaba con alarido ensordecedor. Los demás cuadrúpedos metálicos la acompañaban con gritos. No podían aceptar que un ser libre estuviese en su camino, humillando sus predominios. Eran animales reclamando su territorio. Los perros señalan con orín el suyo, los autos lo indican con huellas de frenadas y restos de aceite. –¿Y qué le pasó a usted? –dije, angustiado. –Ah, eso. Bueno. La bestia me golpeó lanzándome al aire. Ahí, en el espacio, me desprendí de mi cuerpo, el cual cayó a la vía. Yo terminé de ascender hasta la pasarela que cruzaba sobre la autopista. Allí, veía los automóviles que, como irracionales, pisaban ese cuerpo, bailando una danza salvaje. Después se detuvieron. Los humanos salieron de las cajas. Gesticulaban, justificándose y acusándose entre ellos. ¿Por qué los llamados normales, se vuelven tan anormales? –No sé. –respondí– Tal vez cuando parecemos normales es porque no dejamos aflorar nuestra realidad anormal y sólo surge cuando perdemos el controlnormal frentea lasanormalidades. Me miró como si el loco fuese yo, y continuó: –Lo de todos, andar en el tiempo. Con momentos de encierro y de libertad. Si estaba libre, veía a los demás prisioneros dentro de ellos mismos. Si me encerraban, me fugaba por la ventana de mi fantasía. Hoy me escapé nuevamente. Es difícil tener encerrado a quien lleva la libertad dentro de él... Me dirigí a la autopista. Atardecía. La luna me miró sonrojada desde el horizonte. Su luz era débil. Los vehículos comenzaron a encender sus focos. Los autos estaban robando la poca luz a mi amiga. Me eché a la vía, gritando, golpeando a esos cuadrúpedos de pies redondos. Les pedía que dejaran en paz a la luna, que la dejaran tomar fuerza y rodar en el cielo. –¡Qué locura! –dije, agregué– ...pero, qué hermosa locura. El personaje, sin oírme, siguió: –Mi amiga se ocultó temerosa tras una nube. Los autos aumentaron la intensidad de sus focos. Pasaban a mi lado rozándome, esquivándome. Pero, había una bestia mecánica más grande que las demás. Se dirigió hacia mí rugiendo, chillando, moviéndose furiosa sobre sus circulares patas. Sus ojos encandilaban, pero yo no le temía, me le enfrenté, defendiendo a mi amiga. La bestia Diap 44
  • 45. EL LOCOEL LOCO LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE –Me alegro. Aunque, lamento que se haya ido, era grato hablar con él. –No se ha ido del todo, algo de él está en usted, y algo de usted está en él. Acaso... ¿No es de loco venir cada viernes a este lugar? –dijo, apagando la luz. Salimos en silencio del local. En el cielo, una luna redonda rodaba jugando su juego de luz y sombras con las nubes. Caronte tomó por el callejón, y yo entré en mi auto; el cual, me llevó hacia la ciudad de gente normal. Por la ventanilla llegaba una canción infantil que se iba alejando: –"La luna juega… a la rueda–rueda, la rueda, rueda, rueda–rueda, rueda–rueda"... ...oo0oo.... . –Llegó la ley, no hay normalidad sin ley. Escribieron mucho, no puede haber ley sin escribir lo natural. Vino un vehículo blanco. Bajaron unos hombres. Esta vez sólo se llevarían mi cuerpo. Y hombres y máquinas salieron como presos liberados. Pero el único libre era yo. –¿Y luego? –Me quedé en el puente. Salió la luna, grande, hermosa. Nos miramos como viejos enamorados, me rodeó con un tenue rayo de luz y me trajo tiernamente hasta la puerta de este local, de este loco local. Hasta siempre... mi amigo. Miré a mi izquierda, había desaparecido. Pero, en tanto los demás marchaban sin notarse su ausencia, esta vez sentía un vacío. Caronte surgió de la de su rincón, y le dije: –Esta noche llevará un pasajero agradable. –¿Llevarlo? Él me guiará volando, señalándome el loco derrotero hacia la laguna Estigia. –¿Será feliz? Acá no halló comprensión... –Felicidad es un loco mito humano, y él ya la encontró. Cuando llegue a la isla hasta Cerbero retozará de alegría con sus tres cabezas. Y en los campos Elíseos estarán de fiesta, brindándole música, flores y ambrosía, enloquecidos con el reencuentro de un tocado por los dioses. Diap 45
  • 46. 08 EL MALEANTE PREÁMBULO: LAS EDADES LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE –Sí. Del Caos nació el Tártaro, las profundidades, donde está Estigia, a la que voy en cada viaje. También nació Gea, la tierra; Eros, el amor; Erebo, extensión de tinieblas; y la Noche. La Noche y Erebo se unieron creando al Éter y al Día. Sin saber como, la Noche engendró a Las Parcas, que hilan los destinos; Némesis, la justicia, Eris, la famosa discordia, Hipno, el sueño; y Tánato, el final del camino. –Siempre la noche ha sido prolífera. – ironicé. –Pero la madre universal ha sido Gea. Ella engendró a Ponto, el mar; y a Urano, el cielo, el aire. Unida a éste, generó los Cíclopes y los Hecatonquires; y también a los Titanes, de cuales descienden algunos dioses y hombres. –Incesto y promiscuidad, eso parece ser el factor común de todos los orígenes. –comenté. –Si los resume verá que todos son iguales. El todo y la nada, son la misma cosa; y para crear deben unirse, o sea: incesto original. Luego los creados, para reproducirse deben unirse, o sea: incesto y promiscuidad consecuente. –Amoral, pero lógico. ¿Y qué siguió?... Viernes que parecía no desprenderse de la canícula vespertina. Una fugaz y escasa lluvia se había convertido en pesada atmósfera, mezcla de vapor y ácido humor. Entré en el bar. Caronte puso la acostumbrada cerveza y dijo con su apática voz: –Pensé que no vendría. –Es viernes. No podía faltar. –Para usted es un día con nombre y una noche con una cita. Para mí, una noche y un viaje más. –Con pasajeros hacia donde todo es principio y final. Como esta cerveza, siempre fría y llena. –Ni ella será siempre igual, ni todo fue principio y final. Cuando me hice cargo de la barca, ya habían pasado muchas eras y terribles luchas. –¿Ni en lo eterno existió la paz? –En el principio sólo existía el Caos, oscuro abismo. –Llevamos el caos desde nuestro origen. – dije. Diap 46 EL MALEANTE
  • 47. LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE –Digno hijo de su padre. ¿Cuándo surge Zeus? –La impaciencia denota interés. La paciencia, sabiduría. Rea, da una piedra envuelta en los pañales a Cronos y salva su último hijo, Zeus, quien fue criado en Creta, con leche de una cabra. Zeus, adulto, de la piel de la cabra hizo una égida, y obligó a su padre vomitar sus hermanos. Con ellos y los Hecatonquires, Cíclopes, y la oceánida Estige, entabla la guerra contra Cronos y los Titanes, llamada Titanomaquia. –Creta, Titanes, Cíclopes, Estige, cabras... Todo esto muestra orígenes jónicos, dóricos. – reflexioné. –Nuestra civilización es indoeuropea, los primeros pueblos asiáticos y europeos se formaron admirando el Himalaya. En tanto, los de África se hicieron respetando al Kilimanjaro. –¿Qué deja para América y Oceanía?... –Urano dominaba el universo, pero temía que uno de sus hijos usurpara su trono, y los encerraba en Gea apenas nacían. Gea dolida por el trato a sus hijos y su henchido vientre, tramó una revolución. Cronos, uno de los Titanes, escuchó su llamado y cortó los genitales a Urano cuando poseía a Gea. Arrojados al mar, crearon la espuma de las olas, y de ella nació Afrodita. La sangre creó a los Gigantes, las Ninfas, y las Furias, y éstas castigan a los parricidas. –Una sucesión muy humana. Del caos al cielo. Lo que parecía cielo se convierte en crueldad. El hijo menor del dictador lo castra y sucede. Del derrocado, nacen leyendas de amor, ninfas, gigantes, y también de cosas horripilantes. –Las leyendas están hechas por hombres. Cronos liberó a sus hermanos del vientre de Gea, y se hizo soberano. Uno vez en el trono, se casó con su hermana Rea y, por temor a ser derrocado, devoraba sus hijos apenas al nacer. Diap 47 EL MALEANTEEL MALEANTE
  • 48. LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE –Vimos las eras de los dioses, la del caos, la del espacio, la del tiempo, la de Zeus, el dios que actúa como hombre. Y, luego llega la era de la razón, la de humanos que actúan como dioses, ésta. Los hombres, proceden de la unión sexual de dioses y diosas, y esos hijos divinos se fueron degenerando hasta convertirse en mortales. –Encuentro esa una explicación más sensata que decir que descendemos de monos que descendieron. –ironicé. –No ofenda a los monos, ellos tienen la sabiduría de no hablar. Cronos creó la primer raza de hombres, la Edad de Oro, que felices convivían con los dioses en la tierra. Ésta les daba en forma espontánea los alimentos. Esos hombres de oro desaparecieron. –Todo lo bueno desaparece pronto. – sentencié, mordaz. –Zeus creó otra raza de hombres, la edad de la Plata. Eran seres infantiles, que peleaban siempre por ser el primero. Los dioses abandonaron la tierra, quedando sólo la Justicia oculta entre los montes. Cansado, Zeus los castigó por su impiedad, y los exterminó. –Estas siempre fueron habitadas por viajeros. Ya sea en canoas, barcos, o caminando sobre el hielo, llegaron a ellas por el hambre o el azar. Pero, ya finalizando: Zeus triunfó, los vencidos fueron arrojados de los montes de los dioses, Cronos desterrado, y los vencidos encadenados en el Tártaro. Los vencedores pasaron al monte Olimpo. Zeus quedó como supremo. Se casó con su hermana Hera. Tuvo cerca de cincuenta hijos en aventuras amorosas; procreó dioses, semidioses, héroes; tuvo amantes divinas y humanas, y hasta un amor masculino, Ganímedes. Fue infiel, justo, poderoso, cruel, benigno, rencoroso, astuto, reaccionando divinamente como cualquier mortal. –Lo de cruel es evidente en el castigo dado a Prometeo, y lo justo en el dado a Sísifo. –Es cruel porque usted admira al fuego, pero Prometeo desobedece y roba. En cuanto a Sísifo, lo ve justo por que él es un delator, cosa ruin, pero necesaria si el delatado ha hecho un mal. –Hemos llegado al fin del mito de los dioses, pero aún nos queda la historia de los hombres. Diap 48 EL MALEANTEEL MALEANTE
  • 49. LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Caronte se dirigió a la pared y tomó una botella semillena, o semivacía, del viscoso líquido. Comprendí que había llegado el personaje de esa noche. Debía ser alguien anodino, ya que no había presentido su paso detrás mío. Giré. Vi que estaba equivocado. Aquel ser, de pie, con las manos en jarras, echaba el pecho adelante, en el cual se vislumbraba unas perforaciones, al igual que en su cabeza. Parecía diluirse en el gris del muro, pero un resto de fuerza lo mantenía definido. Su rostro era desfachatado, con un rictus pedante. No se necesitaba un análisis para saber que era un pendenciero. Un bravucón, de esos que necesitan una pelea diaria para sentirse importantes, humillando a alguien para creerse superiores. Cuando me enfrenté a sus ojos, sentí temor. Si bien ya tenían el vacío en ellos, miraban con tal altanería, soberbia y maldad que, ante la provocación, preferí levantarme e irme. La ordende Carontemesorprendió en elintento: –Siéntese. En la frialdad de la voz del cantinero había tal dominio, que quedé estático. Cuando me fijé en Caronte, comprendí que no se dirigía a mí, sino al personaje de ese viernes. –Algunos de ellos sobreviven entre nosotros. –Quizás. Zeus luego formó hombres con cobre y otros metales, la edad del Bronce. Resultó una mezcla guerrera, que se acabó a si misma. Después Zeus hizo una raza de Héroes, semidioses de justicia y valentía. Edad sin nombre, el verdadero héroe no tiene nombre. Luego de empresas fabulosas, se extinguieron yendo a las islas de los dichosos donde comen dulces frutos recordando sus hechos. –Lamentablemente, se extinguieron de verdad. –Finalmente, el supremo estableció la edad del Hierro, formada por hombres sometidos al trabajo para poder comer, a luchar entre ellos para triunfar, a pensar y sentir. Tan solo verlos, la Justicia se fue. Es la actual raza y también terminará. Raza que le debe el fuego a Prometeo, y sus penurias a Epimeteo, quien destapó la caja de Pandora, donde se hallaban todos los males y los dones, los cuales se desparramaron por la tierra, quedando sólo en el fondo la Esperanza. –¿Quedó por débil o por inútil? –¿Qué cree usted? –Prefiero pensar que fue por débil. –Eso indica que es humano, y que ha recorrido. Diap 49 EL MALEANTEEL MALEANTE EL PERSONAJE
  • 50. LA BARCA DE CARONTELA BARCA DE CARONTE Me enfrenté nuevamente a él. Por un lado le tuve lástima, necesitaba mi compañía. Por otro, me sentí honrado. Dentro de su mentalidad, me daba su mayor elogio al llamarme compañero. –¿Fue difícil el camino? –pregunté, animándole a hablar. –¿Camino? –se respondió a sí mismo– Es mucho lujo llamar así a un sendero recorrido entre las piedras y el barro de un cerro. –No hay camino sin barro ni piedras.–comenté. –Es verdad. –terció Caronte– Pero, hay seres que las quitan, y otros que las agregan. El personaje bajó la cabeza. El cantinero se dirigió a su oscuro rincón, dejándonos en la penumbra del mostrador. –Empecé mi camino en un barrio cualquiera. – dijo mirando dentro de su vaso– Ésa fue la característica común. Todo era cualquiera: la gente, las cosas, la existencia. No supe quien fue mi padre, pudo haber sido cualquiera. Pero tuve muchos, cada uno que estuviera de turno con mi madre, una pobre mujer gritonay amargada. Moví la cabeza comprensivamente, y él siguió: –Siéntese. –volvió a repetir en el mismo tono. –No me gusta que me den órdenes. –respondió –Gustos y disgustos, ya no importan. Siéntese. El personaje se ubicó en el taburete, molesto. Bebió, al depositar el vaso tenía el mismo contenido, hasta la mitad. Pero, aquel ser perdió soberbia, viéndose más débil, desgraciado. Yo también sorbí de mi cerveza para tranquilizarme; y para dejar a ese ser, ahora pobre ser, con su pasado y los problemas de su camino. Nadie es suficiente preparado para juzgar a su semejante, y todo gran hombre encierra a un pobre hombre dentro. –Cuéntele. –ordenó el cantinero, señalándome. –¿A éste?... –me miró despectivo– ¿para qué? –Es escritor. –aclaró Caronte. –¡Bah! Esos escriben lo que quieren los demás. –También es poeta. –dijo el cantinero, y apoyó una mano en la del personaje. –¡Ah! Entonces es distinto. Ellos escriben lo que sienten. El ser había perdido toda su pedantería, para convertirse un otro más de un viernes más. –Mire, compañero. Le voy a contar. Diap 50 EL MALEANTEEL MALEANTE