Este documento discute el concepto de libertad en el contexto de la educación pública versus privada. Argumenta que la llamada "libertad de mercado" en realidad conduce a la dominación económica y limita la libertad individual. La educación pública, por el contrario, promueve la verdadera libertad al fomentar el pensamiento crítico y garantizar la igualdad de acceso independientemente de la religión, capacidad o estatus socioeconómico. Financiar escuelas religiosas con fondos públicos viola el derecho a la libertad de
1. LIBERTAD Y
EDUCACIÓN
PÚBLICA El neoliberalimo rampante siempre critica la injerencia del estado en los dere-
chos privados. Dichas injerencias son entendidas como un obstáculo a la liber-
tad individual. En este sentido se plantea la libertad de elección de centro, se
justifican medidas unilaterales que afectan a los procesos educativos de tutoría
grupal en la escuela pública y no en la escuela privada-concertada, o se critica
la intención del estado de educar y no sólo instruir. Esta concepción negativa de
la libertad, como ausencia de toda interferencia u obstáculo, viene inspirada por
las relaciones económicas basadas en la libre competencia, la creencia en que los
intereses individuales en pugna generan, espontáneamente, el bien del todo, sin
requerir de regulación o intromisión externa alguna para alcanzar dicha finalidad
(mito fracasado de la mano invisible y su armonía preestablecida, pues ni
siquiera en el mercado las actividades se armonizan mutuamente de for-
ma automática, sino que el mercado requiere de decisiones políticas y
de medidas económicas que insuflen capital público -de los estados
nacionales- a las arcas privadas de la banca -del mercado financiero
internacional-).
Recuperar el sentido de la pa-
labra libertad requiere contra-
ponerla a su auténtico opues-
to, que no es la injerencia sino
la dominación, la servidumbre, la
esclavitud. En este sentido comenzare-
mos cuestionando la libertad de mercado que se erige en
paradigma de la libertad individual. Pongamos de mani-
fiesto la dominación económica a la que grandes masas
de población se hayan sometidas: la instrumentalización
de las personas y pueblos convertidas en meros medios
para satisfacer las imperiosas e insaciables exigencias
del mercado; la precariedad y el abuso generalizado en
las condiciones laborales de tantos trabajadores y traba-
jadoras; los despidos masivos y los desahucios continuos,
que nos desprotegen y atenazan frente a las necesidades
más básicas y fundamentales; la organización y el repar-
to social del trabajo, que hace que cada vez más amplios
sectores se vean condenados a obviar las propias capa-
cidades, proyectos y expectativas para someterse a las
urgencias del vivir, aceptando con resignación “ganarse
la vida”; o el recurso a una eterna infantilización que
asegure la subsistencia bajo el cobijo de los progenitores
u otros allegados, con vistas a seguir en esta carrera “sin”
fondo, condenados a la formación perpetua, con la des-
hilachada esperanza de alcanzar un futuro mejor, ese que
nunca llega para los muchos; consideremos los traslados,
que hacen de la migración forzosa y el desarraigo con-
tinuo un modo de estar. Se cuestiona incluso a aquellos
que aún mantienen cierta dignidad laboral conquistada
a fuerza de pruebas selectivas de oposición al funciona-
riado, denigrando su labor y sus condiciones laborales,
como modo de nivelarnos a todos a la baja.
Fundamento endeble y falso resulta este nuestro mercado
para hablar de libertad, cuando la dominación y la servi-
dumbre definen su contorno y estructura.
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2. La libertad se mide por el nivel de consumo, mientras nos esclavizan las incesantes
necesidades creadas y bien publicitadas. No resuenan ni lejanos ecos de libertad
cuando no se alcanza para pagar los altos tributos especulativos exigidos por un
techo (sea en propiedad o en alquiler); cuando es el mercado el que obliga a es-
trechar lazos intergeneracionales compartiendo infortunio bajo una misma casa, o
empuja a abrirse a otras realidades lejanas en busca de mejor suerte económica. El
goce que supone nuestro pleno desarrollo y formación languidece cuando se procla-
man como imperativos requeridos por el mercado. La dominación aparece cuando
la realidad económica nos despoja de tales decisiones por voluntad propia y decide
por nosotros; el mecanismo opresivo del mercado nos deshuma-
niza y somete convirtiéndonos en objetos, meros medios para un
fin -de tipo económico-.
La coacción económica determina nuestras elecciones. Las res-
tricciones materiales limitan nuestra capacidad de elegir libre-
mente. Se nos limita la libertad individual en nombre de la liber-
tad, pero de mercado. Esto es una perversión del sentido de la
frase original, del término mismo y del valor fundamental al que
apunta. Se mantiene la dominación mientras se ensalza la liber-
tad convertida en vana palabrería manipuladora. Esta libertad
de mercado se realiza a expensas de las personas, a golpe de
desigualdad, de extender la miseria y la precariedad. Una liber-
tad de mercado radicada en la injusticia.
Se reniega de toda intromisión para salvaguardar la libertad,
pero puede que donde no haya obstáculo ni restricción haya
dominación, como puede haber injerencia sin dominación al-
guna. El estado tiene la obligación de intervenir precisamente
para compensar desigualdades, para asegurar la justicia social,
la redistribución de derechos y bienes fundamentales, como
la educación o la sanidad universal y gratuita. Sirva un simple
ejemplo para ilustrar la tesis sostenida. Muchos centros de en-
señanza privados pertenecen a grupos católicos, el estado no
interfiere en sus idearios, que responden a dogmas de fe incues-
tionable y, en ese sentido, adoctrinan en una dogmática visión del mundo, que aplasta todo pensamiento
divergente. Por otro lado, la escuela pública interviene educando (ya en su etimología educar remite a
guiar, encaminar) pero lo hace desde la perspectiva que trata de dar al que aprende los medios para
abrirse al mundo, encauzando hacia el pleno desarrollo de potencialidades; muestra la pluralidad para
que el alumnado ejercite su verdadero derecho a ser libre, desde la reflexión racional y el respeto a la
diferencia. No hay dominación sino apertura al descubrimiento, a la deliberación profunda, de modo
que se posean las condiciones intelectuales y culturales para emprender el propio camino, responsable-
mente. En este sentido la escuela pública fomenta la libertad en su sentido positivo, nos hace dueños de
nosotros mismos.
La escuela pública tiene un compromiso liberador y no manipu-
lador, es la escuela de los futuros hombres y mujeres que han de
aprender a ejercitar su libertad; ella permite la libre expresión de
ideas y su discusión racional, nos libera de prejuicios y estereoti-
pos, busca la independencia de juicio y acción. La escuela pública
fomenta el pensamiento crítico, científico y creativo, el cultivo y el
desarrollo de las capacidades que permitan garantizar la indepen-
dencia en todos los sentidos: la competencia para desenvolverse
profesionalmente en el mundo, para comprenderlo racionalmen-
te, actuar conforme a valores pero con autonomía y disfrutar del
deleite estético. La escuela pública no se basa en el miedo (que
se refugia en la exclusividad de la mirada propia y configura su
identidad por oposición a un otro, erróneo, amenazador, tentador
en último término) sino que se funda en la confianza plena en las
capacidades humanas que han de desarrollarse. En ella el desa-
rrollo individual se produce en relación y junto a un otro diverso,
comunitariamente, con respeto y responsabilidad.
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3. La educación es necesaria para el desarrollo de la liber-
tad. La educación no es sólo patrimonio de la escuela,
sino de la familia, del entorno en el que se vive y del conjunto
de toda la sociedad. La libertad se ha de promover en todos y cada uno de
esos ámbitos, y ser conquistada, pues no está dada de antemano; pero es
obligación del estado garantizarla universalmente como derecho inalienable
a través de sus instituciones, entre ellas la escuela pública.
El respeto a la pluralidad de creencias, requiere, ahora sí, limitar la libertad
en nombre de la libertad misma, precisamente para preservarla. Por eso el
estado no puede financiar con dinero público escuelas sometidas a dogmas
y basadas en un tipo de moral concreta, como la católica (tampoco proyec-
tos educativos musulmanes, judíos o budistas). Nuestro estado aconfesional
respeta la pluralidad de creencias presente en toda sociedad y en la nuestra,
y por ello no puede promover confesiones en la escuela pública o en aquella
financiada con fondos públicos. La educación religiosa puede realizarse en el
hogar, o en la iglesia o congregación a la que cada uno libremente pertenece.
El derecho a educar a los hijos en una determinada convicción moral está
garantizado en nuestra sociedad, pero ha de ser fuera de la escuela pública
para respetar precisamente la libertad de conciencia. La escuela pública no
puede adoctrinar en una moral religiosa determinada sin atentar contra ese
derecho fundamental a la libertad de conciencia, o excluir al diverso. En este
sentido los conciertos son centros educativos de
carácter religioso, en tanto que financiados con
fondos públicos, suponen un grave ataque al de-
recho, una medida inconstitucional.
La exclusión siempre esconde un afán de domi-
nación. Quien detenta ese poder lo hace desde
una posición de privilegio, de superioridad; se
excluye lo que no se puede someter o asimilar
completamente. Pero la libertad y el privilegio
no se dan la mano, por mucho que intentemos
ponerlas siempre juntas. La libertad y la justicia
confraternizan, aunque pretendamos mantener-
las distanciadas.
La justa consideración de igualdad y respeto ha-
cia las personas en su diversidad (de creencias,
capacidades, sexo, etnia, país de origen, clase
social…) es el derecho fundamental que ha pro-
mover la escuela pública. “Bendita” actuación
aquella que con justicia nos hace libres.
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