1. Disrupción en educación… Pero, ¿cuál disrupción?
Por: Salomón Rivero López
salomonrivero@gmail.com
Twitter: @srivero
A partir del auge de las Tecnologías de la Información y la Comunicación,
sobre todo de las tecnologías sociales impulsadas desde la llamada Web 2.0,
la educación ha sido blanco de un verdadero “bombardeo” de teorías,
enfoques y tendencias que intentan, en primer lugar, explicar el aprendizaje a
partir de la realidad vivida por los niños y jóvenes y, en segunda instancia,
ofrecer respuestas que permitan adaptar la acción formativa al nuevo
contexto social marcado por las tecnologías.
Es así como se ha hecho común en los ambientes académicos escuchar
denominaciones tan llamativas como “teoría conectivista”, “aprendizaje
invisible”, o “aprendizaje ubicuo”, entre muchísimas otras. Sin embargo, más
recientemente se ha comenzado a plantear la educación desde una
perspectiva que, en teoría, pareciera agrupar todas las anteriores, pero que,
en la práctica, no ha logrado establecer un criterio único, o al menos uno
firme, respecto a sus implicaciones y alcance real: se trata de la disrupción
educativa.
Como quiera que la palabra “disrupción” proviene de otras áreas, como la
gerencia y la psicología, se pretende en estas líneas aclarar, al menos
parcialmente, interrogantes como: ¿Qué aportan las llamadas “teorías
disruptivas” a la educación contemporánea? y, entre las teorías disruptivas
más conocidas, ¿cuál responde “mejor” a las características del contexto
educativo actual?
2. Concretamente, se abordarán las principales ideas propuestas desde la
llamada “disrupción tecnológica” o “tecnologías disruptivas”, pasando luego a
la “disrupción en el aula” o, simplemente, el “alumno disruptivo”; haciendo,
asimismo, un recorrido por la teoría de la disrupción publicitaria y, por
supuesto, ahondando en la que definitivamente ha sido mayormente
abordada hasta el momento por los investigadores y actores de la educación:
la teoría de las innovaciones disruptivas.
Primeramente, las llamadas tecnologías disruptivas se consideran,
según Jones (2001), tecnologías discontinuas con menor desempeño inicial
que, no obstante, al final se imponen en la medida en que se incrementan y
mejoran sus prestaciones. En este hecho se implica el hecho, normalmente
inesperado, de que una tecnología desplace a otra que, teóricamente, tiene
mejor performance. Esta ha sido una definición que, aunque ha sido bastante
difundida en los espacios académicos, normalmente se hace para referirse
de forma exclusiva a los aparatos o aplicaciones tecnológicas que pueden
incidir, favorable o desfavorablemente, en el hecho educativo formal o
informal.
Por su parte, al hablarse de disrupción en el aula, el énfasis se pone en
el alumno, concretamente en su comportamiento en el ambiente de
aprendizaje oficial. En tal sentido, Moreno y Torrego (2011) agrupan bajo la
denominación de disrupción comportamientos que no son propiamente
violentos o agresivos, sino
Se trata de conductas aisladas y al tiempo muy persistentes, que
manifiestan consistentemente algunos alumnos en el aula –en
ocasiones una mayoría –y que, en su conjunto, podrían calificarse de
boicot permanente al trabajo del profesor, al desarrollo de la actividad
del aula, y al trabajo de los demás alumnos. Dicho en breve, la
disrupción vendría a reunir lo que en lenguaje escolar suele llamarse
problemas de disciplina en el aula.
3. Como puede apreciarse, bajo esta designación de disrupción se incluyen
las conductas que escapan de lo que es considerado común o “normal”
dentro del aula, por lo que aquellos alumnos que escapan de esa
“normalidad” son considerados disruptivos y, por tanto, con necesidades de
atención por parte de especialistas o del propio docente previo estudio a
profundidad de las implicaciones de ese “mal”. Desde ya se viene
remarcando la tendencia a relacionar la disrupción con una ruptura o
discontinuidad de lo que es considerado estándar en un contexto
determinado.
En la educación, como ya se había adelantado, la teoría disruptiva que
más se ha empleado es la de innovación disruptiva, creada en 1997 por
Clayton Christensen para referirse al tipo de innovación que, en el marco
empresarial, “interrumpe o redefine la trayectoria del funcionamiento del
producto o servicio” (Christensen, 2000), agregando que las empresas que
pueden ingresar al mercado con soluciones simples y directas están en la
capacidad de desplazar a empresas consideradas líderes. Al respecto, Neri,
González y González (2011) señalan que “para que una innovación sea
disruptiva, debe trepar sigilosamente por debajo de un negocio existente y
amenazarlo, poco a poco, hasta finalmente desplazarlo”.
En esencia, las innovaciones disruptivas, a juicio de Christensen (2000),
están centradas en las demandas de los clientes menos exigentes de un
mercado determinado, ofertando productos y servicios con menor precio y
más baja calidad que los productos ya existentes. La particularidad de este
tipo de innovación es la búsqueda de alternativas para desplazar aquellos
productos que, por sus características propias, superan las demandas de los
clientes menos exigentes, quienes motivados fundamentalmente por la baja
en los costos, tienden a preferir el nuevo producto.
4. Del mismo modo, se habla de las innovaciones disruptivas de nuevo
mercado, cuyas características, para Neri, González y González (2011) son:
• Deben ser dirigidas a clientes que hasta el momento no habían
podido tener acceso a los bienes y servicios por ser muy caros o
complejos.
• Deben ser dirigidas a clientes que desean productos simples.
• Deben ayudar a los clientes a facilitar y hacer eficiente el uso del
producto.
Al analizar las particularidades propias de las innovaciones disruptivas, es
inevitable observar la presencia de conceptos muy poco convenientes para
los escenarios educativos, comenzando por el mismo hecho de buscar
disminuir la calidad de los productos (¿los contenidos? ¿los estudiantes?
¿los escenarios? ¿los recursos?) para poder ofrecer menores costos
(¿menor calidad?).
Este tipo de situaciones, lamentablemente, se pueden evidenciar en
diversos sistemas educativos del mundo, en los cuales se sacrifica la calidad
de las propias experiencias educativas en favor de la maximización del
número de graduados… El principal logro de muchas instituciones
educativas es poseer un elevado número de egresados, o dar oportunidad de
estudios a un número significativo de personas, sin detenerse en las
variables que pueden aportar calidad a la educación que se recibe.
Ni hablar de que deban “ser dirigidas a clientes que desean productos
simples”… ¿Podemos concebir una educación simplista? No es un secreto
que muchos estudiantes se conforman, quizás por nuestra propia culpa como
docentes, con simplemente aprobar, sin importar la forma de lograrlo, pero
¿es esta razón suficiente para convertir la escuela (en sentido amplio) en una
máquina de titulaciones? Quienes creemos en la educación como el motor
que impulsa las más grandes transformaciones globales, nunca podríamos
concordar con esto.
5. Como se evidencia, el concepto de innovaciones disruptivas no parece
ser nada apropiado para trasladar sus pautas a la dinámica educativa.
Entonces, ¿no es posible aplicar la disrupción a la educación? Para
responder a esa interrogante es necesario ir más allá, a los propios inicios de
la disrupción, término creado por el empresario y publicista Jean-Marie Dru
en 1984, tomando como punto de partida la creatividad publicitaria para
aplicar sus postulados.
Se concibe la disrupción como un método, una forma de pensar y un
estado mental que busca cuestionar cómo son las cosas y crear una ruptura
con lo hecho y visto anteriormente, a partir de lo cual es posible ver
estrategias insólitas e innovadoras. Por estas razones, la disrupción es
considerada un agente de cambio. Introduce Dru (1997) la disrupción
señalando que
Vivimos tiempos de disrupción. El mundo exterior nos obliga
continuamente a replantearnos nuestras formas de pensar. Ya no hay
nada fijo ni garantizado. Lo que en otra época fue inalterable se ha
convertido súbitamente en frágil, cuando no en transitorio. La
disrupción es una forma de prepararse para el cambio, de estar
siempre alerta. De decir no a la inercia.
Como se ve, estas palabras son válidas, no sólo para el mundo en su
amplitud, como lo señala Dru, sino incluso para un escenario tan complejo
como es el educativo, marcado por la propia individualidad de cada uno de
sus actores sociales, y por la innumerable cantidad de elementos que entran
en juego para conjugar un contexto de aprendizaje que no se limita a las
paredes del aula, sino que incluye e, incluso, trasciende los ámbitos sociales,
políticos, económicos, científicos, culturales, tecnológicos y ambientales.
La disrupción toma la creatividad como instrumento de cambio, invitando
a no seguir utilizando las recetas de siempre, abandonar los hábitos y dejar
de temer a lo nuevo, impulsar creativamente el cambio. Jean-Marie Dru, junto
a Charles Hardy, Charles Heller, y Edward de Bono, predica la
6. discontinuidad, la no linealidad como fuente de creatividad, bajo la convicción
de que la discontinuidad genera cambios. Al respecto, Dru (1997) se
pregunta (y responde):
¿Qué camino se puede seguir cuando crear una innovación o añadir
algo nuevo resulta imposible? ¿Es este motivo suficiente para
renunciar a la discontinuidad? No. La discontinuidad debe encontrarse
en todas partes, debe estar en la postura, en la actitud adoptada por la
empresa o la marca.
La discontinuidad es, entonces, la esencia del cambio y fundamento de la
disrupción. Las discontinuidades se inventan saltando a lo desconocido y
reinventando el riesgo, contemplando el mundo con nuevos ojos, por eso
asevera Dru que es una cuestión de actitud que debe ser asumida por toda
la empresa.
Contrario a lo que sucede con las innovaciones disruptivas, en las ideas
de disrupción planteadas por Dru se pueden identificar muchos conceptos
que dan impulso a la educación contemporánea: el reconocimiento de las
características del mundo, los necesarios cuestionamientos a las formas
tradicionales de hacer las cosas, la definición de estrategias que crean
rupturas con lo establecido, la necesidad de cambio, el replantear las formas
de pensar, las discontinuidades como fuentes de progreso y cambio, y la
creatividad, entre varios otros.
Al reconocer que la escuela, en su sentido más amplio hace años dejó de
dar respuesta a la dinámica del mundo y a las características de los niños y
jóvenes del presente, se reconoce también la necesidad de cambiar, de crear
una ruptura con los caminos preestablecidos de forma convencional, por
estas y otras razones es posible afirmar que la disrupción, desde la
perspectiva de Dru, sí puede orientar el camino hacia la necesaria
transformación de los sistemas educativos formales.
7. Fuentes de Información.
Christensen, C. M. ; Overdorf, M. (2000) Meeting the Challenge of Disruptive
Change. Harvard Business Review, Marzo-Abril, Boston.
Dru, J.M. (1997). Disrupción: Desafiar los convencionalismos y estimular el
mercado. Editorial Eresma & Celeste Ediciones. Madrid, España.
Jones, N. (2001) Exploring Dynamic Capability: A Longer-Term Study of
Product Development Following Radical Technological Change. Working
Paper Series, INSEAD, Fontainebleau.
Moreno y Torrego (2011). La disrupción: Revisar y mejorar las estrategias de
gestión del aula. Universidad de Alcalá/UNED.
Neri, González y González (2011). Innovación disruptiva: caso del sector
autopartes en San Juan del Río. Revista Lebret. no. 3 • diciembre de 2011.