4. 4
[p iii]
CONTENIDO
Lista de abreviaturas
Introducción al Evangelio según San Marcos
I. ¿Quién escribió este evangelio?
II. Consideramos primero el “dónde” y luego el “cuándo”
III. ¿Por qué fue escrito?
IV. ¿Cuáles son sus características?
V. ¿En qué forma está organizado?
Comentario
La obra que le diste que hiciera
I. Su comienzo o inauguración 1:1–13
Capítulo 1:1–13
II. Su desarrollo o continuación 1:14–10:52
A. El gran ministerio en Galilea
Capítulo 1:14–45
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7:1–23
[p iv]
B. El retiro y los ministerios en Perea
Capítulo 7:24–37
Capítulo 8:1–9:1
Capítulo 9:2–50
Capítulo 10
III. Su clímax o culminación 11:1–16:8
A. La semana de la pasión
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
B. La resurrección
Capítulo 16
Bibliografía selecta
Bibliografía general
5. 5
[p v]
Lista de abreviaturas
A. Abreviaturas de libros
ARV American Standard Revised Version
AV Authorized Version (King James)
BAGD Bauer, Walter. A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early
Christian Literature. Traducido por W.F. Arndt, F.W. Gingrich y F.W. Danker. Chicago: The
University of Chicago Press, 1979
BDF Blass, F; A. Debrunner y R.W. Funk. A Greek Grammar of the New Testament and
Other Early Christian Literature. Chicago: The University of Chicago Press, 1961
BJ Biblia de Jerusalén. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1975
BP Biblia del Peregrino. Bilbao: Ediciones mensajero, 1993
CB La Biblia. La Casa de la Biblia. Salamanca: Sígueme, 1992
CI Sagrada Biblia. F. Cantera y M. Iglesias. Madrid: BAC, 1975
CNT W. Hendriksen, Comentario del Nuevo Testamento
GNT The Greek New Testament, editado por Kurt Aland, Matthew Black, Bruce M. Metzger
y Allen Wikgren, edición 1966.
HA Nuevo Testamento Hispano Americano. Sociedades Bíblicas en América Latina
ISBE International Standard Bible Encyclopedia
LT La Biblia. J. Levoratti y A.B. Trusso. Madrid-Buenos Aires: Ediciones Paulinas, 1990
MM Moulton, J. H. y G. Milligan. The Vocabulary of the Greek Testament illustrated from
the Papyri and Other Non-Literary Sources. Grand Rapids: Eerdmans, 1930
NAS New American Standard Bible (New Testament)
NBE Nueva Biblia Española. A. Schökel y J. Mateos. Madrid: Cristiandad, 1975
NC Sagrada Biblia. E. Nácar y A. Colunga. Madrid: BAC, 1965
NEB New English Bible
NTG Novum Testamentum Graece, editado por D. Eberhared Nestle, y revisado por E. Nes-
tle y Kurt Aland, 25a edición, 1963
NTT Nuevo Testamento Trilingüe. J. M. Bover y J. O’Callaghan. Madrid: BAC, 1977
[p vi]
NVI95 Nueva Versión Internacional 1995 (Las ediciones anteriores a esta sólo fueron una
traducción de la New Internacional Version. La NVI95 es en realidad otra versión, es una tra-
ducción directa de los idiomas originales por un equipo de biblistas evangélicos de América
Latina.)
Robertson Robertson, A. T. A Grammar of the Greek New Testament in the Light of Historical
Research. Nashville: Broadman, 1934
RSV Revised Standard Version
6. 6
RV60 Santa Biblia. Versión Reina-Valera, revisión 1960. Sociedades Bíblicas Unidas
RV95 Santa Biblia. Versión Reina-Valera, revisión 1995. Sociedades Bíblicas Unidas
SB Struck and Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrasch
SH The New Schaff-Herzog Encyclopedia of Religious Knowledge
TDNT Kittel, G. y G. Friedrich. Theological Dictionary of the New Testament. Grand Rapids:
Eerdmans, 1964–1976
Thayer Thayer’s Greek-English Lexicon of the New Testament. Grand Rapids: Zondervan,
1962.
VM Versión Moderna. Sociedades Bíblicas en América Latina
VP Versión Popular (1983). Sociedades Bíblicas Unidas
WDB Westminster Dictionary of the Bible
AHWB Atlas histórico Westminster de la Biblia. El Paso: CBP, 1971
B. Abreviaturas de revistas
BTr Bible Translator
EQ Evangelical Quarterly
Exp The Expositor
JBL Journal of Biblical Literature
JR Journal of Religion
JSS Journal of Semitic Studies
TT Theologisch tijdschrift
WTJ Westminster Theological Journal
7. 7
[p 1]
Introducción al Evangelio
según San Marcos
[p 3]
I. ¿Quién escribió este evangelio?
De acuerdo al título y a la tradición unánime, el nombre del escritor es Marcos. Por bue-
nas razones, se supone que cada vez que se menciona este nombre en el Nuevo Testamento
se refiere siempre a la misma persona. Se le llama Marcos en Hch. 15:39; Col. 4:10; Flm. 24;
2 Ti. 4:11; 1 P. 5:13. Para ser más exactos, este era su nombre en el mundo romano de habla
griega. En griego se escribía Markos y en latín Marcus. Por supuesto que siendo judío (Col.
4:10, 11), Marcos era su sobrenombre, su “otro” nombre. Su nombre original o judío era Juan
(Hch. 12:12, 25; 15:37).
El Nuevo Testamento no nos provee de una biografía completa de este hombre. La tradi-
ción contiene cosas de valor, pero lo que dice de él no es consistente en todos sus puntos. No
nos da una respuesta definida y uniforme a preguntas tales como: Cuando Marcos escribió
su Evangelio, ¿fue la influencia de Pedro tan decisiva y predominante, que Marcos vino a ser
sólo un secretario del apóstol: “Pedro dictando, Marcos escribiendo”? ¿No sería mucho más
razonable pensar que la influencia de Pedro fue moderada, siendo Marcos el verdadero escri-
tor? En este caso Pedro sería la principal fuente de información de Marcos, pero de ningún
modo la única. Otras interrogantes: ¿Terminó Marcos su libro mientras Pedro aún vivía o lo
hizo después de su muerte? ¿Era Marcos el hombre que Jesús describió como llevando un
cántaro de agua (Mr. 14:13)? ¿Estuvo entre los setenta misioneros (Lc. 10:1)? ¿Era literal-
mente de “dedos cortos”, o tal descripción tiene que ver sólo con su Evangelio, el cual carece
de una introducción y conclusión como las que encontramos en los otros Evangelios? ¿Fundó
Marcos la iglesia de Alejandría? ¿Murió de muerte natural o sufrió martirio?
A continuación esbozaremos los hechos de la vida de Marcos de los cuales podemos estar
seguros o que al menos poseen un elevado grado de probabilidad:
Aunque probable, no es del todo seguro identificar a Marcos con aquel “cierto joven” cuya
interesante historia se relata en el Evangelio de Marcos (14:51, 52). Lo que se relata ocurrió la
noche antes de la crucifixión. Jesús y sus discípulos salían del aposento alto. ¿Estaba este
aposento en casa de María, madre de Marcos, donde también él vivía? De ser así, tenemos la
[p 4] siguiente situación: eran probablemente las 11 de la noche (véase CNT sobre Mt. 26:31)
y este “cierto joven” estaba durmiendo. De pronto se despertó. ¿Habría ya rendido su corazón
al Salvador? Quizá sintió el deseo de acompañar a Jesús. El hecho es que tomó una sábana,
se envolvió en ella y salió corriendo detrás del Maestro. Cuando la guardia del templo lo de-
tiene, logra escapar a costa de perder la la sábana que queda en poder de quienes intentaron
capturarlo (cf. Gn. 39:12). Si esta reconstrucción no resulta muy atrevida, significaría que
siendo Marcos todavía bastante joven, fue uno de los “seguidores” de Cristo, lo mismo que su
madre. No perteneció al grupo de los Doce, ni conversó personalmente con Jesús. Al igual
que muchos otros eruditos, fechamos el incidente de Mr. 14:51, 52 a principios de abril del
año 30 d.C. Para mayores detalles véase sobre 14:51, 52.
Jesús pronto partiría de esta tierra al cielo, y se preocupó de no dejar a sus discípulos sin
un líder. En un sentido muy real, dicho líder fue Pedro (véase CNT sobre Mt. 16:18). Después
de que Cristo ascendió al cielo, en la fiesta de Pentecostés Dios usó el conmovedor mensaje
de Pedro para reunir a no menos de tres mil “ovejas” en su redil (Hch. 2:41). ¿No es probable
que la predicación de Pedro también ejerciera una poderosa influencia sobre Juan Marcos?
CNT W. Hendriksen, Comentario del Nuevo Testamento
8. 8
Véase 1 P. 5:13.
Los años 30 al 44 guardan silencio. Nada dice la Escritura sobre lo que sucedió con Juan
Marcos, hasta que en Hechos 12:12–17 encontramos un incidente que pudo haber sido de
gran importancia para él. Los hechos ocurren probablemente en el año 44 d.C. Se nos infor-
ma que Pedro es librado milagrosamente de la prisión, y que de inmediato se va “a casa de
María, la madre de Juan, apodado Marcos, donde muchas personas estaban reunidas oran-
do” (v. 12). Esta María no es, por supuesto, la madre de Jesús, ni María Magdalena, ni María
de Betania, ni María la madre de Santiago y de José. Se trata más bien de María, la adinera-
da madre de Marcos. Su casa tenía un corredor o vestíbulo y también un aposento alto lo
bastante grande como para reunir a un buen número de personas. Tenía por lo menos una
sirvienta, Rode. María no sólo era rica, sino también generosa. Se entregaba de todo corazón
a la causa de Cristo y, por tanto, estaba dispuesta a prestar su casa cada vez que la comuni-
dad cristiana la necesitase. Juan Marcos era hijo de una madre como esa. Aunque no pode-
mos estar seguros de que en esa oportunidad Juan Marcos se hallaba en Jerusalén, parece
que así era, ya que se dice definidamente que poco tiempo después Pablo y Bernabé tomaron
consigo “a Juan, llamado también Marcos” (Hch. 12:25) y que partieron con él de Jerusalén a
Antioquía. Suponiendo que Marcos estuvo en Jerusalén en la oportunidad descrita en Hch.
12:12–17, el joven debió haber quedado profundamente impresionado por la forma tan mara-
villosa en la que Pedro fue liberado de la prisión. Como el texto es claro en decir que “muchas
personas” se habían reunido en casa de su madre “viuda”, podemos suponer con bastante
certeza que Marcos conoció a varios de los primeros testigos de los hechos centrados en Je-
sús. Como ya lo indicamos, [p 5] no se sabe hasta qué punto Marcos había conocido a Jesús,
y la tradición antigua no es de mucha ayuda en este punto. No existe evidencia sólida de que
después del año 44 d.C. haya habido alguna relación estrecha entre Marcos y Pedro. La evi-
dencia de una relación entre ambos sólo aparece al final de la vida de Pedro. Por tanto, deje-
mos a Marcos por un momento, más tarde volveremos a él.
Tampoco se nos entrega un relato biográfico sobre la influyente figura de Pedro. No obs-
tante, los Evangelios y el libro de Hechos nos relatan varios sucesos de su vida. Lo que se re-
lata en Hechos 1–5 son hechos ocurridos en Jerusalén entre los años 30 y 32 (inclusive), pro-
bablemente en sucesión inmediata. El apóstol Pablo se convirtió el año 34, y pasados tres
años (37 d.C.), visita a Pedro en Jerusalén (Gá. 1:18). Por ese tiempo, los apóstoles envían a
Pedro y a Juan a Samaria, donde fortalecen la fe de los seguidores de Cristo y reprenden a
Simón el mago. Luego vuelven a Jerusalén (Hch. 8:14–25). Esta gira es seguida luego por la
visita de Pedro a Lida y Jope (Hch. 9:32, 43). Hechos 10 relata la importantísima misión de
Pedro en Cesarea. Esta fue la experiencia que le abrió los ojos para ver lo universal que era la
misericordia de Dios. Vuelto a Jerusalén, Pedro defiende su proceder en Cesarea, pues le cri-
ticaron diciendo: “entraste en casa de hombres incircuncisos y comiste con ellos” (Hch. 11:1–
18). El libro de Hechos no habla del reinado del emperador Claudio (41–54 d.C.) sino hasta
llegar a Hch. 11:28. En consecuencia, es muy posible que la visita de Pedro a Cesarea y su
vuelta a Jerusalén no se extendieran más allá del año 41d.C. El próximo suceso en la vida de
Pedro dice relación con su encarcelamiento y maravillosa liberación. Ya nos referimos a este
hecho, cuando dijimos que todo lo que pasó debió ser algo muy significativo para Marcos. Es-
te suceso parece insinuar el tiempo en que ocurrió. Si esta inferencia es correcta, el incidente
debió haber ocurrido justo antes de la muerte del rey Herodes Agripa I, en el año 44 (Hch.
12:23). Hechos 15:7–11 nos provee de una referencia más en cuanto a Pedro. Este pasaje re-
sume el discurso que Pedro pronunció ante el Sínodo de Jerusalén, que generalmente se fe-
cha alrededor del año 50. Pedro debe haber viajado de Jerusalén a Antioquía de Siria, justa-
mente antes del comienzo del segundo viaje misionero de Pablo, fechado 50/51–53/54.4 Fue
en este lugar y tiempo cuando Pablo “reprendió” a Pedro (Gá. 2:11–21). ¿Se quedó Pedro por
4 Para la evidencia que apoya todas estas fechas, véase W. Hendriksen, Bible Survey, pp. 62, 64, 70, 71;
también CNT sobre Gá. 2:1.
9. 9
algún tiempo en Asia Menor o más tarde volvió a algunos de los lugares de esta región? Como
quiera que haya sido, 1 Pedro hace evidente su interés por las iglesias de Asia Menor.
Después del capítulo 15 de Hechos, Lucas no vuelve a mencionar a Pedro. Por cierto, en
general todo el Nuevo Testamento guarda silencio. Es verdad que se dicen cosas como que
algunos corintios preferían a Cefas (= Pedro) [p 6] en perjuicio de Pablo (1 Co. 1:12, 22), que
Cefas acostumbraba a llevar a su esposa en sus giras misioneras (1 Co. 9:5) y que Jesús poco
tiempo después de su resurrección se le apareció a dicho apóstol (1 Co. 15:5). Pero este tipo
de afirmaciones no invalidan de ningún modo el hecho de que el Nuevo Testamento no ofrece
indicación alguna sobre el paradero de Pedro a partir de los años 50/51 hasta el final de su
vida, que fue posiblemente por el año 64 d.C. El Señor mismo había predicho que Pedro sella-
ría su testimonio con el martirio (Jn. 21:18, 19; véase CNT sobre este pasaje; cf. 2 P. 1:14; I
Clemente V; Tertuliano, Antidote for the Scorpion’s Sting XV; Orígenes, Contra Celso II. xiv; y
Eusebio, Historia Eclesiástica, III. i).
Por tanto, la teoría de que Pedro reinó como Papa en Roma por veinticinco años, desde el
año 42 al 67, carece de base bíblica. Es la iglesia Romana la que sostiene esa tradición. En
realidad, si esa tradición fuese verídica, cuando Pablo escribió su Epístola a los Romanos (en
o alrededor del año 58), Pedro se habría hallado en el apogeo de su reinado. Sin embargo, en
la extensa lista de saludos que Pablo dirige a los creyentes de Roma en forma individual (Ro.
16:3–15), ni siquiera menciona a Pedro.
Ahora bien, con respecto a la presencia de Pedro en Roma, no hay razón para elegir nin-
guno de los dos extremos. Por un lado, debemos abandonar fantasías como la de los veinti-
cinco años de episcopado romano de Pedro y la identificación de su tumba. Por el otro, lo
mismo se debe hacer con la declaración de que Pedro jamás haya estado en Roma. Como en
el año 58, Pablo escribe en Romanos “mi propósito ha sido predicar el evangelio donde Cristo
no sea conocido, para no edificar en fundamento ajeno” (15:20), algunos concluyen de que
Pedro jamás pudo haber estado en Roma antes del año 58. Este es un argumento, por cierto,
falaz. La iglesia de Roma había sido fundada mucho tiempo atrás, según lo indica claramente
la misma epístola. Probablemente la iglesia se originó cuando los “visitantes llegados de Ro-
ma; judíos y prosélitos” retornaron a sus hogares con gozosas nuevas, después de haber oído
el sermón que Pedro predicó en Jerusalén para la fiesta de Pentecostés (Hch. 2:10b, 14ss).
Tocante al significado de Ro. 15:20, cuando Pablo dice que quiere predicar el evangelio
donde Cristo no sea conocido, se refería a España, lugar que deseaba visitar vía Roma (véase
Ro. 15:24). De modo que Pedro, a quien Jesús al edificar su iglesia le había asignado un pa-
pel de mucha importancia (Mt. 16:18), bien pudo haber hecho una temprana visita a Roma,
especialmente en consideración a los judíos cristianos residentes allí.
Según ya hemos observado, los relatos del Nuevo Testamento nos dejan con una laguna de
varios años en cuanto a la vida de Pedro. Nada se nos dice sobre dónde estuvo durante los
años 33 al 36; 42 y 43; 45 al 49; o 52 al 62. Por lo que dice Colosenses 4:11 (cf. Flm. 23, 24),
es evidente que no estuvo en Roma durante los años de la primera prisión de Pablo (posible-
mente 60 al 62), porque Pablo ciertamente no hubiera escrito Colosenses 4:11b, si Pedro
hubiese estado en Roma por aquel tiempo. Pero esto todavía deja la [p 7] posibilidad de mu-
chos años a partir del año 33, tiempo durante el cual pudo haber estado fortaleciendo a la
iglesia de Roma con su presencia, oraciones, predicación y dirección. Finalmente, esto nos
lleva a una fecha cercana al final de la vida de Pedro y de Pablo, cuando reaparece nueva-
mente evidencia de una íntima relación entre a. Pedro y Marcos y b. Pablo y Marcos. Habla-
remos de esto más adelante.
La última fecha que mencionamos en conexión con Marcos fue el año 44 d.C. En ese año
no hallamos a Marcos en compañía de Pedro, sino que de Bernabé y Pablo. Se recordará que
estos dos hombres fueron enviados a Jerusalén en una misión de socorro, y que habían lle-
vado a Marcos consigo a Antioquía de Siria. Cuando impulsada por el Espíritu Santo, la igle-
10. 10
sia comisionó a Bernabé y a Pablo para comenzar lo que luego se llamó el primer viaje misio-
nero de Pablo (Hch. 13:1–3), estos hombres llevaron a Marcos como “ayudante” (13:5). Es evi-
dente que Marcos estaba subordinado a los otros dos. Era un asistente. No se dice qué es lo
que incluía exactamente este papel. Naturalmente nos vienen a la mente varias tareas; por
ejemplo, quizá sería una especie de administrador que organizaba los detalles relacionados
con el itinerario de viaje, asegurando la provisión de alimentos y alojamientos, enviando men-
sajes; y sobre todo, sirviendo como catequista, es decir, continuando con lo que los otros dos
habían empezado. Como catequista relataba la historia de la peregrinación de Cristo en la
tierra y su final triunfante, subrayando el mensaje central de la vida y enseñanzas de Cristo,
preguntando y contestando preguntas, etc. Si para ese entonces Marcos ya había escrito su
Evangelio, mayor razón para considerarlo como la persona indicada para llevar a cabo la ta-
rea de maestro o catequista.
Existían también otras razones para considerar a Marcos como la persona más adecuada
como ayudante. ¿No era el hijo de una mujer tan hospitalaria como María? ¿No resulta natu-
ral suponer que al ser comisionados a ir en ayuda de Jerusalén (Hch. 11:29, 30; cf. 12:25),
Bernabé y Pablo hubiesen alojado en la casa de ella, teniendo oportunidad de tener comunión
tanto con la madre como con el hijo? Además, ¿no era Bernabé primo mayor de Marcos (Col.
4:10)? ¿No es posible que Marcos y sus padres (en vida de su padre) se hubiesen trasladado
de Chipre a Jerusalén, lo cual era el caso de Bernabé (Hch. 4:36, 37)? Además, ¿no era Juan
Marcos bilingüe y no eran acaso también bilingües sus superiores, o aun políglotas?
Los tres misioneros cruzaron hacia Chipre vía Seleucia, el puerto de la ciudad de Antio-
quía sobre el río Orontes (Hch. 13:14). Habiendo predicado la palabra de Dios en las sinago-
gas de Salamina, los misioneros atravesaron toda la isla, hasta llegar a Pafos en la costa su-
doccidental. Allí el famoso mago Barjesús se les opuso y sin éxito trató de impedir que el pro-
cónsul Sergio Paulo escuchase el evangelio. El mago y falso profeta fue castigado con la ce-
guera, y de allí ellos se dirigieron a Asia Menor. Entonces sucedió [p 8] algo inesperado:
cuando llegaron a Perge, en Panfilia, ¡Marcos los abandonó y se volvió a Jerusalén (Hch.
13:13; cf. 15:36–41)! Esto pudo haber ocurrido el año 47. No se nos revela cuál pudo ser la
razón exacta por la que Marcos se apartó de ellos. ¿Fue porque le desagradó el hecho de que
su primo Bernabé le cediera a Pablo el liderazgo? Contrástese “Bernabé y Saulo” (11:30;
12:25; 13:2, 7), con “Saulo que también es Pablo” (13:9), “Pablo” (13:16), y “Pablo y Bernabé”
(13:43, 46, 50, etc.). ¿Echaba de menos su hogar? ¿Se sentía preocupado por la seguridad de
su madre? ¿tenía recelos por la oferta de salvación que se hacía a judíos y gentiles sin distin-
ción? Se han ofrecido todas estas respuestas. ¿O sería tal vez las dificultades conectadas con
el trabajo misionero en una tierra extranjera, los rigores de la región montañosa, sus terrores
y peligros? (cf. 2 Co. 11:26). El autor del presente comentario piensa que si alguna de estas
respuestas es factible, la última es la más razonable. De acuerdo a Hch. 15:38, Pablo consi-
deró a Marcos como un desertor, alguien cuyo corazón se acobardó a causa del “trabajo” que
había que enfrentar. ¿Y no implica Hch. 15:40 que si la iglesia tomó partido con alguno de
ellos, lo hizo poniéndose de parte de Pablo? En todo caso, el relato inspirado no nos deja la
impresión de que Marcos fuese totalmente inocente cuando se volvió a casa, dejando a Pablo
y a Bernabé en momentos difíciles.
Después del primer viaje misionero y de la conferencia de Jerusalén, a Bernabé se le ocu-
rrió llevar a Marcos en el segundo viaje, pero Pablo se rehusó terminantemente a aceptar la
idea. Así que, “Bernabé se llevó a Marcos y se embarcó rumbo a Chipre” (Hch. 15:39b). Des-
pués de Hch. 15:39, Lucas no vuelve a mencionar a Marcos, y ni aun al querido Bernabé
(15:25).
Esto significa que el libro de Hechos (y en realidad, todo el Nuevo Testamento), no entrega
ninguna información acerca de Marcos, ni siquiera implícita, en relación a los dos largos perío-
dos que respectivamente cubren los años 31 al 43 y 52 al 59. Sencillamente, no sabemos dón-
11. 11
de estuvo ni lo que hacía. Los incidentes que hemos descrito pertenecen enteramente a los
años 30, 44–47, 50/51. Y las únicas referencias hasta aquí son Mr. 14:51, 52 (probablemen-
te); Hch. 12:12, 25; 13:5, 13; 15:37–39.
¿Ofrece la “tradición” extracanónica alguna información confiable acerca de Bernabé y
Marcos después de que arribaron a la isla de Chipre? Realmente no la hay, porque el libro
llamado Los Hechos de Bernabé es una obra espúrea. Este es un escrito atribuido a Marcos
(!), aunque fue escrito con fecha muy posterior. Según este documento, después que Bernabé
sufriera el martirio en Chipre, Marcos plantó la bandera de Cristo en Alejandría. Fuentes del
mismo tipo afirman que llegó a ser el primer obispo de la iglesia de Alejandría—una tradición
bastante popular—, posición que ocupó hasta el octavo año del reinado de Nerón. Puesto que
Nerón gobernó del 54 al 68, su octavo año sería el 61. Sin embargo, los renombrados padres
[p 9] alejandrinos Clemente y Orígenes nada dicen en absoluto acerca de alguna actividad o
de siquiera la presencia de Marcos en Alejandría.
Volviendo ahora a las Escrituras, única fuente de confianza, lo único que dan a entender
claramente con respecto a Bernabé son dos cosas: Primero, lo que se nos informa mediante
los relatos acerca de los primeros años (véase Hch. 4, 9, 11–15; y Gá. 2). Segundo, que cuan-
do Pablo escribió 1 Corintios 9:6 (alrededor del año 57 d.C.), Bernabé, primo mayor de Mar-
cos, obviamente aún vivía. Por cierto, el nombre “Bernabé” se halla también en Colosenses
4:10, pero solamente para indicar su relación con Marcos: eran primos.
Alrededor de la fecha mencionada arriba, a saber, “el octavo año del reinado de Nerón”, o
tal vez un año después, Pablo escribe las epístolas conocidas como Colosenses y Filemón.
Uno de los que lo acompañan es Marcos, quien había vuelto a ganarse la confianza de Pablo.
Durante su primer encarcelamiento, el apóstol hace un comentario acerca de los judíos:
“Aristarco, mi compañero de cárcel … Marcos, el primo de Bernabé … Jesús, llamado el Jus-
to. Estos son los únicos judíos que colaboran conmigo en pro del reino de Dios, y me han sido
de mucho consuelo” (Col. 4:10, 11; cf. Flm. 24; véase CNT sobre estos pasajes). Aunque Pablo
en cierto sentido rechazó a Marcos en otro tiempo, ¡aquí Marcos aparece como un consuelo
para él, un colaborador valioso, altamente estimado y bien amado!
Pedro se hallaba en Roma, cuando Pablo salió de la prisión y visitó varias congregaciones
de su extendido dominio espiritual (véase CNT, 1 y 2 Timoteo y Tito, pp. 48, 49). Allí Pedro
escribió la carta que se conoce como la “Primera epístola de Pedro”, la que se dirige a los ex-
patriados o extranjeros dispersos por el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos
según la previsión de Dios el Padre (1:1, 2a). Al despedirse en su carta, les dice a todos: “Sa-
ludos de parte de la [iglesia] que está en Babilonia, escogida como ustedes, y también de mi
hijo Marcos” (5:13). La fecha es tal vez alrededor del año 63. No puede haber sido más tarde
que el 64, porque probablemente fue al final de ese año que Pedro sucumbió víctima de la ira
de Nerón. ¿No nos indica el término mismo “mi hijo” que la instrucción y supervisión pater-
nales de Pedro venían de hace mucho tiempo? ¿No es posible que aun antes de que Pedro es-
cribiera esto, hubiesen habido frecuentes contactos entre él y Juan Marcos? ¿No es verdad
que Pedro era precisamente aquel que supo por experiencia propia que siempre hay esperanza
para aquellos que de un modo u otro sucumben a la tentación de no ser del todo leales a
Cristo y a su causa? Parece, pues, que la soberana gracia de Dios usó el “cariñoso tutelaje de
Bernabé” (F. F. Bruce), la firme disciplina de Pablo y la poderosa influencia de Pedro, para
triunfar sobre la vida de Marcos.
Es claro, entonces, que durante algunos años—probablemente 61–63 o 64—el ministerio
de Marcos se desarrolló en Roma, la capital del mundo. Al parecer, después del martirio de
Pedro, Marcos volvió a ser asistente de Pablo. El apóstol envió a Marcos y a Timoteo a que
realizaran una gira por [p 10] las iglesias de Asia Menor. Posiblemente en el año 66 y un poco
antes de su muerte, Pablo escribe la última epístola que conocemos de su pluma. Como Ti-
moteo y Marcos todavía se encontraban en Asia Menor, Pablo escribe a Éfeso (véase CNT, 1 y
12. 12
2 Timoteo y Tito, p. 53). En su carta le dice a Timoteo “Recoge a Marcos y tráelo contigo, por-
que me es de ayuda en el ministerio” (2 Ti. 4:11b). ¡En contraste con Demas, que fue el que lo
abandonó (2 Ti. 4:10a), Marcos volvió a Pablo!
A fin de cuentas, ¿quién fue Marcos? No fue un gran líder, sino un seguidor. No fue un pe-
rito arquitecto, sino un ayudante. No fue un hombre intachable, sino aquel que tuvo que lu-
char para poder conquistar sus debilidades; no era sedentario, sino un viajero constante; no
era ante todo contemplativo, sino un hombre de acción, alguien que se deleitó en describir a
Cristo en acción, en bien de la salvación de los pecadores para la gloria de Dios.
Aunque es verdad que Marcos escribió el Evangelio más breve de todos, que nunca alcan-
zó la popularidad de los otros tres evangelistas y que nunca se le cita con la misma frecuen-
cia que a los otros, debemos cuidarnos de tenerlo en poco. En la iglesia primitiva se acos-
tumbraba a asociar a los cuatro Evangelios con cuatro caras: cara de hombre, de león, de be-
cerro y de águila. Estas eran las caras de los seres vivientes descritos en Ezequiel 1:6, 10 (cf.
Ap. 4:7). La cara de “hombre” con frecuencia se asociaba (aunque no siempre) con Mateo, el
“becerro” con Lucas, el “águila” con Juan. En cuanto a Marcos, las autoridades no se ponían
de acuerdo. Aunque todos descubrieron en este Evangelio un cuadro verdadero de Cristo, al
leerlo algunos recordaban el raudo vuelo del águila, otros al poderoso león, otros al hombre
humilde y otros al becerro sacrificial.2 En un sentido, ¡todos estaban en lo cierto!
A continuación presentamos la evidencia que respalda la afirmación de que Marcos real-
mente fue el escritor de este Evangelio, el más breve.
Eusebio escribió a comienzos del cuarto siglo d.C. En su Historia eclesiástica (Madrid:
BAC, 1973), II.xiv. 6–xv.2, declara: “Efectivamente, pisándole los talones [los de Simón el ma-
go] durante el mismo imperio de Claudio [41–54 d.C.], la providencia universal, santísima y
amantísima de los hombres, iba llevando de la mano hacia Roma, como contra un tan grande
azote de la vida [es decir, contra Simón el mago, quien había huido a Roma donde se le erigió
una estatua en su honor] al firme y gran apóstol Pedro, portavoz de todos los otros por causa
de su virtud. Como noble capitán de Dios, equipado con las armas divinas, Pedro llevaba de
Oriente a los hombres de Occidente la buena nueva de la luz misma, de la doctrina que salva
las almas: la proclamación del reino de los cielos.
[p 11] “Así es como, por morar entre ellos la doctrina divina, el poder de Simón [el mago]
se extinguió y se redujo a nada en seguida, junto con él mismo. En cambio, el resplandor de
la religión brilló de tal manera sobre las inteligencias de los oyentes de Pedro, que no se que-
daban satisfechos con oirle una vez, ni con la enseñanza no escrita de la predicación [kerig-
ma] divina, sino que con toda clase de exhortaciones importunaban a Marcos—de quien se
dice que es el Evangelio y que era compañero de Pedro—para que les dejase también un me-
morial escrito de la doctrina que de viva voz se les había transmitido, y no le dejaron en paz
hasta que el hombre lo tuvo acabado, y de esta manera se convirtieron en causa del texto
llamado Evangelio de Marcos.
“Y dicen que el apóstol, cuando por revelación del Espíritu supo lo que se había hecho, se
alegró por la buena voluntad de aquellas gentes y aprobó el escrito para ser leído en las igle-
sias. Clemente cita el hecho en el libro VI de sus Hypotyposeis, y el obispo de Hierápolis lla-
mado Papías lo apoya también con su testimonio. De Marcos hace mención Pedro en su pri-
mera carta; dicen que ésta la compuso en la misma Roma y que él mismo [Pedro] lo da a en-
tender en ella al llamar a dicha ciudad, metafóricamente, Babilonia, con estas palabras: Os
saluda la que está en Babilonia, elegida con vosotros, y mi hijo Marcos”.
Orígenes vivió un poco antes (su apogeo durante 210–250 d.C.). Eusebio lo cita como si-
gue: “El segundo fue el Evangelio de Marcos, quien lo hizo como Pedro se lo había indicado, el
2 Véase A. B. Swete, The Gospel according to St. Mark (Londres, 1913), pp. xxxvi–xxxviii.
13. 13
cual, en su Carta católica, le proclama hasta como hijo suyo, con las siguientes palabras: Os
saluda la que está en Babilonia, elegida con vosotros, y mi hijo Marcos” (op. cit., VI.xxv.5).
Podemos retroceder aun más, y mencionar a Clemente de Alejandría (en su apogeo duran-
te 190–200 d.C.), maestro de Orígenes. Eusebio cita la obra de Clemente, Hypotyposeis, con
estas palabras: “Que el Evangelio de Marcos tuvo el siguiente origen: hallándose Pedro en
Roma predicando públicamente la doctrina y explicando el Evangelio por el Espíritu, los que
estaban presentes—y eran muchos—exhortaron a Marcos, ya que le seguía desde hacía largo
tiempo y se acordaba de lo que había dicho, a que lo pusiera por escrito. Después que lo hizo
distribuyó el Evangelio a cuantos se lo pedían. Y al enterarse Pedro, ni lo impidió ni lo esti-
muló” (VI.xiv.6, 7).
Tertuliano (en su apogeo durante 193–216), en su tratado Contra Marción, dice: “Puede
decirse que el Evangelio que Marcos publicó pertenece a Pedro, cuyo intérprete fue Marcos”
(IV.5).
Ireneo fue contemporáneo de Clemente de Alejandría y de Tertuliano. Eusebio cita su obra
Contra las herejías III.i.1, diciendo: “… Pedro y Pablo estaban en Roma evangelizando y po-
niendo los cimientos de la Iglesia. Después de la muerte de éstos [lit. después de la partida de
éstos], Marcos, el discípulo e intérprete de Pedro, nos transmitió por escrito, él también, lo
que Pedro había predicado” (V.viii.2, 3).
[p 12] El Fragmento de Muratori consiste en una lista incompleta de los libros del Nuevo
Testamento. El fragmento está escrito en un latín pobre y debe su nombre al cardenal L. A.
Muratori (1672–1750), que lo descubrió en la Biblioteca Ambrosiana de Milán. El fragmento
pertenece a los años 180–200 d.C. y tiene bastante importancia para la historia del canon del
Nuevo Testamento. Lamentablemente es sólo un “fragmento” incompleto que perdió lo que el
original contenía respecto Mateo. Con todo, definidamente da por sentada la existencia y re-
conocimiento de los cuatro Evangelios. La línea fragmentada que queda y que ahora constitu-
ye el principio de la lista, dice lo siguiente respecto al Evangelio de Marcos: “… en lo cual no
obstante se hallaba presente, y así lo colocó”. En vista de todos los demás testimonios citados
(Eusebio, Orígenes, Clemente de Alejandría, Tertuliano, Ireneo, etc.) sería muy precipitado
sostener que el autor de esta lista de libros no se estuviese refiriendo al Evangelio según Mar-
cos.
A mediados del segundo siglo d.C., Justino Mártir escribe: “Y cuando se dice que a uno de
los apóstoles le puso el nuevo nombre de Pedro y, además, que a otros dos hermanos les pu-
so el nombre de Boanerges, que significa hijos del trueno, esto es un anuncio del hecho de
que, etc.” (Dialogue with Trypho CVI). Esto muestra claramente que Justino había leído el
Evangelio según Marcos, porque es el único lugar donde se halla el término Boanerges, y
donde en inmediata sucesión se menciona el que a Simón, Santiago y Juan se les halla pues-
to otro nombre (Mr. 3:16, 17).
Es probable que ya en la temprana fecha de 125 d.C., los cuatro Evangelios estuviesen re-
unidos en una colección para su uso en las iglesias, indicándose sus títulos. “Según Marcos”
fue el título del más breve de los cuatro.
Papías, discípulo del “presbítero Juan” (con toda probabilidad el apóstol Juan), parece
haber nacido entre los años 50 y 60 d.C., y haber muerto poco después de mediados del se-
gundo siglo. Al investigar acerca del peregrinaje de Cristo sobre este mundo, Papías se intere-
saba más en la “voz viva” o testimonio oral de los primeros testigos que aún vivían, que en
documentos escritos (véase Eusebio, op. cit., III.xxxix.1–4). Basado, entonces, en lo que Papí-
as dice haber aprendido de Juan, Eusebio lo cita un poco más adelante, diciendo: “Marcos,
intérprete que fue de Pedro, puso cuidadosamente por escrito, aunque no con orden, cuanto
recordaba de lo que el Señor había hecho. Porque él no había oído al Señor ni lo había segui-
do, sino, como dije, a Pedro más tarde, el cual impartía sus enseñanzas según las necesida-
14. 14
des [de sus oyentes] y como quien se hace una composición de las sentencias del Señor, pero
de suerte que Marcos en nada se equivocó [o: no hizo mal] al escribir algunas cosas tal como
las recordaba. Y es que puso toda su preocupación en una sola cosa: no descuidar nada de
cuanto había oído ni engañar en ello lo más mínimo” (III.xxxix.15).
Por tanto, no existe evidencia que contradiga el veredicto de la tradición, según la cual fue
Juan Marcos, primo de Bernabé, quien escribió el más [p 13] breve de los ampliamente reco-
nocidos cuatro Evangelios. La evidencia se extiende a través de varios siglos, desde Eusebio
hasta Papías mismo. Viene de todas las regiones: Asia, Africa y Europa. En otras palabras, la
tradición procede del este (Papías de Hierápolis, Eusebio de Cesarea), del sur (Clemente de
Alejandría, Tertuliano de Cártago), y del oeste (Justino Mártir y el autor del Fragmento de
Muratori, de Roma). A veces un testigo representa dos regiones: el este y el oeste (Ireneo de
Asia Menor, Roma y Lyon); el sur y el este (Orígenes de Alejandría y Cesarea). Ortodoxos y
heterodoxos, textos griegos antiguos y versiones tempranas añaden su peso a la misma con-
clusión.
No cabe duda de que hay puntos en los cuales la tradición varía. Por ejemplo, el papel
preciso de Pedro en conexión con la composición del Evangelio de Marcos o la fecha en que el
Evangelio fue escrito (acerca de lo cual véase la sección II). No obstante, todos los testigos
concuerdan en que la predicación de Pedro en Roma tuvo parte significativa en la producción
de esta obra. Aunque es razonable pensar que Marcos haya consultado varias fuentes, tanto
orales como escritas, la tradición ha establecido sin dudas que él fue el “intérprete de Pedro”.
Además, el contenido del libro confirma esta conclusión. Marcos registra fielmente los peca-
dos y debilidades de Pedro, pero omite las alabanzas que se le dan en otra parte (p. ej., en Mt.
16:17). A veces Marcos menciona a Pedro por nombre (5:37; 11:21; 16:7), cuando Mateo no lo
hace. Además, el Evangelio de Marcos se caracteriza por su vivacidad, rapidez de movimiento
y atención a los detalles, características que se asocian fácilmente con un Pedro activo, vivaz
y entusiasta. Véase, p. ej., 1:16–31, 35–38; 5:1–20; 9:14–29; 14:27–42, 54, 62–72. En 1:36 se
menciona a los discípulos con estas palabras: “Simón y sus compañeros”.
Si lo único que tuviéramos fuera el Evangelio de Marcos, sería imposible llegar a la con-
clusión de que se escribió como resultado (en alto grado, al menos) de la predicación de Pe-
dro. Por otro lado, la tradición nos dice que, sin lugar a dudas, esta fue la forma en que se
escribió. En base a este testimonio es posible, según se ha demostrado, hallar en el Evangelio
mismo evidencias que confirman esta conclusión.
II. Consideremos primero el “dónde” y luego el “cuándo”
Lo que se acaba de decir respecto a la relación del Evangelio de Marcos con Pedro se pue-
de decir respecto a su conexión con Roma. Aunque en ningún lugar el Evangelio indica o
prueba en forma definida su lugar de origen, hay evidencia interna que confirma las declara-
ciones de Eusebio, Clemente de Alejandría, Ireneo, etc. en cuanto a que fue escrito en Roma y
para los romanos.
[p 14] El hecho de que Marcos haya traducido al griego términos y expresiones semitas
como Boanerges (3:17), talita cumi (5:41), corbán (7:11), Éfata (7:34), y Abba (14:36), muestra
que escribía para lectores que no eran judíos. Además, el escritor explica las costumbres de
los judíos (7:3, 4; 14:12; 15:42). En cuanto al origen romano de este Evangelio, obsérvese có-
mo a veces traduce del griego al latín. Por ejemplo, Marcos menciona que las dos lepta (= mo-
neda de cobre) que la viuda pobre echó en el arca de las ofrendas eran equivalentes a un
cuadrante romano (“blanca”, 12:42), y que el aule (“palacio”) donde los soldados llevaron a
Jesús era el pretorio (residencia oficial del gobernador, 15:16).
Marcos es también el único Evangelio que nos informa que Simón de Cirene era “padre de
Alejandro y de Rufo” (15:21), quienes evidentemente eran bien conocidos en Roma (véase Ro.
16:13).