1. Desfase político
30.01.08
La Vanguardia Digital
Dídac Gutiérrez-Peris
La semana pasada en un acto en el Instituto de Ciencias Políticas de
París sobre la ratificación del Tratado de Lisboa un conferenciante se
atrevió a formular la siguiente hipótesis en un anfiteatro lleno de
jóvenes universitarios: “Esta generación está perdiendo
progresivamente la pasión por la política, ya no votan, se distancian
de los partidos que luego gobernaran los Estados de la Unión
Europea. Es preocupante”. La sala retumbó en un murmuro de
reprobación. Sin embargo no es el único que lo piensa. Después de
cada proceso electoral se repite (o se plantea discretamente en
círculos privados) esa misma idea, la de una nueva generación de
jóvenes “apolíticos”. Sin embargo miro a mí alrededor y no puedo
dejar de preguntarme si ponemos el acento donde toca, si el desfase
al que asistimos no es múltiple, si la despolitización de los jóvenes no
se debe también en parte a una concepción un tanto anacrónica de
hacer política.
Nuestra generación está marcada por las nuevas tecnologías, por las
redes sociales virtuales y digitales. Por un mayor interés en el
intercambio creciente de información. Los nuevos “líderes” juveniles
se proyectan gracias a Internet y el número de amigos que ostentan
en su Facebook. Una socialización más basada en lo emocional y lo
cultural está dejando atrás la ideología. Ya nada es inamovible, ni
para siempre. Ya nada es inalterable o dogmático. La cultura de la
inmediatez (y por lo tanto del cambio continuo) está calando hondo
en los jóvenes y también en su manera de entender la política. Los
sistemas de participación sin embargo siguen siendo casi
exactamente los mismos que hace veinte años y la forma de entender
2. el poder y de ejercerlo también. Por ejemplo, en el último debate
sobre la Nación en España en el mes de julio de 2007, la palabra
“Internet” solo se pronunció una vez por un total de 30.230 palabras
diferentes empleadas, según el diario de sesiones. No creo que
ningún joven pueda sentirse representado en un debate así.
El otro día estaba cenando con un grupo de amigos y salió el tema
del voto por correo para las próximas elecciones en marzo. Algunos
decían que era incomprensible que para algunas cosas avanzáramos
tan rápido en la integración europea y para otras estuviéramos
todavía en casposos procedimientos consulares en todo lo
concerniente a los aspectos de representación política, que encima
que no les gustaba ningún candidato debían averiguar los horarios del
consulado, agrupar una serie de documentos que debían presentar
además del DNI y que debían hacerlo un mes antes. Uno de ellos
espetó: “¿Además para que voy a votar si al final todos persiguen sus
propios intereses y tengo la impresión que no tienen ni idea de cómo
soy?”.
No es un comentario puntual. Muchos jóvenes piensan lo mismo. Son
jóvenes que muestran un malestar profundo y creciente con una
manera de hacer política que sigue anclada en viejos modelos
erráticos de poder y que privilegia a menudo las lógicas jerárquicas
de partido a las ideas y liderazgos naturales. Son jóvenes
endeudados por las hipotecas (hace escasos dos días, en la edición
del 30 de enero, La Vanguardia publicaba que la mitad de ellos serían
pobres si se emancipasen) y que en el fondo su grado de indiferencia
y desconfianza hacia la política les empuja a creer que “da igual quién
gobierne”. No me cabe la menor duda que existe una relación entre el
aumento del nivel de endeudamiento de los más jóvenes y el
sentimiento generalizado de desconfianza e indiferencia hacia la
política. Incluso del aumento de la abstención.
3. Y lo curioso es que la desafección no es hacía la política en sí, sino
hacía la forma de la política actual. En un período histórico
relativamente estable los jóvenes nos identificamos cada vez más con
causas que recorren transversalmente las líneas de los partidos
políticos, como podría ser el caso del desafío climático o la
construcción de la Unión Europea. Jóvenes que seguimos siendo
socialmente activos y políticamente comprometidos, pero que
ejercemos dichas actividades cada vez más a través de los nuevos
medios de comunicación y utilizando un nuevo lenguaje.
El problema no es una supuesta falta de compromiso político. El
problema es que exista una dicotomía entre las necesidades e
intereses del sector más joven de la población y la oferta política al
respecto. Y no es un tema menor porque cuando el aburrimiento, el
desprecio por lo político, la desconfianza y la indiferencia pasan del
cabreo o enojo al miedo, entonces el terreno se convierte en pasto
propicio para los demagogos y extremistas.