Este documento describe la evolución del concepto de "cultura política" en la historiografía latinoamericana. Señala que el concepto surgió en ciencia política en los años 1960 pero luego se extendió a otras ciencias sociales. Explica que la nueva historiografía política liderada por François-Xavier Guerra en los años 1990 comenzó a utilizar explícitamente el enfoque de cultura política para revisar las interpretaciones clásicas de la historia política latinoamericana. Finalmente, resume los debates en torno a cómo esta noción ha ayud
1. EL TIEMPO DE LA CULTURA POLÍTICA EN AMÉRICA LATINA: UNA
REVISIÓN HISTORIOGRÁFICA1
Marta Elena Casaus Arzú
Patricia Arroyo Calderón
La noción de “cultura política”, como generalmente suele señalarse, surge en el
campo de la ciencia política en los años 60 de la mano de Gabriel Almond y Sydney
Verba y progresivamente se convierte en una noción que va calando los modelos
interpretativos de otras ciencias sociales, como la sociología, la psicología social o el
estudio de los comportamientos electorales2
.
Varios de los participantes en el Workshop “Culturas políticas: de teoría y
método”, celebrado en Zaragoza en junio de 2009, cuyos trabajos se recogen en este
volumen han ofrecido, asimismo, definiciones precisas del significado3
que tiene dicha
noción y cómo ha sido empleada por los historiadores para tratar de solventar las
deficiencias metodológicas e interpretativas de la historia política tradicional, en primer
lugar y, en segundo, de las interpretaciones ofrecidas por la historia social para tratar de
explicar los comportamientos políticos colectivos.
El concepto de “cultura” o “culturas políticas” hace tiempo que desembarcó
también en el campo de los historiadores latinoamericanistas de uno y otro lado del
Atlántico, especialmente a raíz de la renovación de la historiografía política que inició
François-Xavier Guerra en los años 90 —la figura de F. X. Guerra, en tanto que
1
Las autoras agradecen la invitación de Manuel Pérez Ledesma y María Sierra para participar en el
presente volumen, así como la posibilidad de participar en la Red Temática de Historia Cultural de la
Política (HAR2008-01453-E/HIST). Asimismo, agradecen la atenta lectura y los comentarios de Elías
Palti, Jesús de Felipe y Jesús Izquierdo.
2
La obra fundacional que inaugura los estudios sobre cultura política es The Civic Culture. Political
Attitudes and Democracy in Five Nations, publicada por Almond y Verba en 1963. Véanse Cabrera,
Miguel Ángel: “Cultura política e historia”, en este mismo volumen, así como de Diego Romero, Javier:
“El concepto de ‘cultura política’ en ciencia política y sus implicaciones para la historia”, en Ayer, nº 61,
2006, pp.233-266; y Botella, Joan: “En torno al concepto de cultura política: dificultades y recursos”, en
Pilar del Castillo e Ismael Crespo (eds.), Cultura política. Valencia: Tirant lo Blanch, 1997.
3
O significados, como recalca Miguel Ángel Cabrera al referirse a la polisemia de la noción en “Cultura
política…”.
2. renovador e impulsor de este tipo de estudios, es incontestada por todos los autores
consultados: Alfredo Ávila, Virginia Guedea, Mirian Galante, Nuria Tabanera, Manuel
Chust o Pedro Pérez Herrero, entre otros 4
—. No obstante, ese renovado interés
historiográfico por el campo de la política en sentido amplio (discursos, prácticas,
espacios de sociabilidad, etc., de los que hablaremos más adelante) no siempre ha
venido acompañado de una mención explícita a la “cultura o las culturas políticas”
como categoría e instrumento de análisis relevante, a pesar de que muchos de los
trabajos que se enmarcan en la línea abierta por Guerra inciden y ahondan, precisamente,
en el tipo de preocupaciones propias de los estudios sobre “cultura política”.
De esta manera, en este texto no pretendemos ofrecer una definición normativa de
qué significa o cómo debería ser utilizado el concepto de “cultura política” en la
historiografía latinoamericanista sino, por el contrario, tratar de trazar las líneas
principales por las que han discurrido los trabajos y los debates de la nueva historia
política de la región en el último cuarto de siglo5
.
En concreto, vamos a centrarnos en cómo los supuestos que entraña la noción de
“cultura política” han resultado muy adecuados para la nueva historiografía
latinoamericanista a la hora de revisar los postulados de lo que denominaremos historia
política clásica. No sabemos si es aventurado afirmar que el “clasicismo” u ortodoxia6
de dicha historiografía está representado por dos líneas de pensamiento que son, en
última instancia, dicotómicas. La primera de ellas sería la historiografía basada en las
narraciones liberales de índole triunfalista de finales del siglo XIX y principios del siglo
4
Véanse Ávila, Alfredo: “Liberalismos decimonónicos: de la historia de las ideas a la historia cultural e
intelectual” y Guedea, Virginia: “La ‘nueva historia política’ y el proceso de independencia novohispano”,
en Guillermo Palacios (coord.), Ensayo sobre la nueva historia política de América Latina: siglo XIX.
México: El Colegio de México, 2007, pp. 111-147 y 95-111; Galante, Mirian: “El liberalismo e la
historiografía mexicanista en los últimos veinte años”, en Secuencia, nº 58, 2004, pp. 161-187; Tabanera,
Nuria: “Sobre historia, cultura e historiografías iberoamericanas compartidas: presentación”, en Ayer, nº
70 (Cultura y culturas políticas en América Latina), 2008, pp. 81-94; Chust, Manuel y Serrano, José
Antonio: Debates sobre las independencias iberoamericanas. Madrid, Iberoamericana, 2007; Pedro Pérez
Herrero: “Historiografía mexicana”, en Cuadernos Hispanoamericanos, nº 549-50, 1996, pp. 79-95 y “La
historia contemporánea latinoamericanista en 1991”, en Ayer, nº 6, 1992, pp. 73-100.
5
Tampoco pretendemos ofrecer una revisión exhaustiva de los caminos por los que ha discurrido esta
renovación; algunos textos representativos deberán servir para categorizar ciertas líneas de trabajo
comunes a diferentes profesionales cuyos trabajos presentan patrones de análisis u objetos de estudio
análogos. Asimismo, podrá verse que a lo largo del relato aparecerán áreas geográficas
sobrerrepresentadas en términos del número de trabajos citados —México, Centroamérica o Argentina,
principalmente—, mientras que otros espacios regionales como el Caribe, Colombia o Venezuela apenas
tendrán cabida en esta exposición. La razón tiene que ver, por un lado, con la abundancia de propuestas
novedosas en contextos académicos muy potentes, como el caso de Argentina, México, Brasil o, en
menor medida, Chile, y por otro con los intereses específicos de las autoras de este trabajo.
6
En cualquier caso, sí podríamos hablar de hegemonía de ambas líneas interpretativas hasta la revolución
historiográfica protagonizada por la escuela de Guerra en la década de los años 90.
3. XX; en concreto, nos referimos a aquellas celebraciones retrospectivas de los grandes
próceres del liberalismo decimonónico y de los momentos fundacionales de las
naciones-Repúblicas, identificados, de forma general, con la extensión de las
instituciones y/o los discursos liberales7
. Por otro lado, nos encontramos con las
revisiones contrarias del periodo de auge del liberalismo: aquéllas que afirman el
fracaso de los proyectos liberales (bien a escala continental, bien a escala nacional), ya
fuera por la imperfecta extensión e implementación de los mismos —exclusión de
amplias capas sociales como las mujeres, los indígenas, los campesinos, los
afrodescendientes, las masas populares rurales o urbanas, etc.—, ya fuera por la
perversión de sus principios en relación a una suerte de modelo de “liberalismo
normativo” 8
—caudillismo, reelecciones, dictaduras, fraude electoral o insuficiente
grado de democratización, entre los más habitualmente mencionados—.
En cualquier caso, no podemos dejar de mencionar que, más allá de las estrechas
fronteras de la historiografía, la noción de “cultura política” comenzó a ser utilizada —y
lo sigue siendo— en distintos trabajos sociológicos y politológicos que, precisamente,
tratan de explicar con dicha herramienta el supuesto “fracaso” o las presuntas anomalías
en el funcionamiento de los sistemas políticos latinoamericanos. Así, desde los años 80
y principios de los 90 —coincidiendo, por cierto, con el fin o las postrimerías de las
dictaduras militares en el Cono Sur, con la oleada de violencia insurgente y
contrainsurgente en América Central, con el recrudecimiento de conflictos internos de
largo aliento como el de Colombia, con la descomposición y creciente contestación de
estructuras estatales aparentemente monolíticas, como la mexicana y, en fin, con las
novedosas reivindicaciones y prácticas organizativas de los nuevos movimientos
sociales— los trabajos de distintos politólogos y sociólogos vinculados a la escuela
norteamericana comenzaron a poner el acento en la “cultura política” como la variable
que explicaba, en última instancia, la deficiente implantación de la democracia liberal
en los diferentes países tratados. En dicha línea se encuentran los trabajos de John A.
7
No pretendemos entrar en la discusión de fuentes primarias; una excelente revisión del proceso de
“canonización” de este tipo de historiografía y de sus modos narrativos (heredera, hasta cierto punto, de
los postulados sobre la historiografía como “narrativa” y de la teoría de los tropos de Hayden White) se
encuentra en González-Stephan, Beatriz: Fundaciones: canon, historia y cultura nacional: la
historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX. Madrid: Iberoamericana, 2002.
8
En esta línea de abordaje, que subraya los “fracasos” de los liberalismos latinoamericanos, podrían
situarse algunos de los textos que normalmente se encuadran entre los trabajos de la “nueva historia
política”. Citaremos como ejemplo paradigmático de este tipo de trabajos el de Fernando Escalante:
Ciudadanos imaginarios. México: El Colegio de México, 1992.
4. Booth para Centroamérica y Colombia, o las teorías del path dependence aplicadas a la
evolución política liberal en América Central9
.
En cualquier caso, el siglo XIX latinoamericano va a ser el período más afectado
por la renovación de la historiografía y la creciente preocupación por el fenómeno y las
manifestaciones de la “cultura política”; y desde luego este giro historiográfico no va a
ser ajeno al del “giro hacia la cultura” que se ha producido en las ciencias sociales en
general a partir de los años 8010
. Como han señalado muchos autores, a partir de dicho
periodo, a la hora de analizar las causas y el desarrollo de los fenómenos y
acontecimientos sociales, “la cultura ha pasado al primer plano”11
: para el caso de la
historia de Europa, los trabajos de autores como Robert Darnton o Roger Chartier
fueron fundamentales a la hora de abordar cómo se desplegaban los elementos
culturales a la hora de la forja de las identidades gremiales o locales en el Antiguo
Régimen12
; asimismo, los trabajos sobre la Revolución Francesa de Keith Baker o
François Furet fueron fundamentales a la hora de poner el acento en la “cultura
revolucionaria” o las “culturas políticas revolucionarias” como elementos de primer
orden a la hora de comprender los acontecimientos revolucionarios y las decisiones de
sus actores13
.
9
John A. Booth: Rural violence in Colombia 1948-1963. Austin: University of Texas at Austin, 1974;
Booth, John y Walker, Thomas (eds.): Understanding Central America. San Francisco: Westview Press,
1989; Booth, John y Seligson, Mitchell (eds.): Political participation in Latin America. Nueva York:
Holmes, 1978; James Mahoney: The legacies of liberalism: path dependence and political regimes in
Central America. Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2001.
10
Para un repaso del “giro hacia la cultura” que ha sufrido la historiografía en los últimos años, así como
sus efectos a la hora de suscitar nuevas discusiones de índole epistemológica y la incorporación de
nociones y conceptos explicativos originariamente procedentes de otras disciplinas, véase Pérez Ledesma,
Manuel: “Historia social e historia cultural (Sobre algunas publicaciones recientes)”, en Cuadernos de
historia contemporánea, vol. 30, 2008, pp. 227-248. Para un repaso más general sobre el impacto de la
incorporación de la “cultura” como noción fundamental en las disciplinas humanísticas y las ciencias
sociales a lo largo de la década de los 80, véase Bonnell, Victoria E. y Hunt, Lynn (eds.): Beyond the
cultural turn. New directions in the study of society and culture. Berkeley: University of California Press,
1999.
11
Parafraseamos el título del capítulo de Rafael Cruz: “La cultura regresa al primer plano”, en Manuel
Pérez Ledesma y Rafael Cruz (coords.), Cultura y movilización en la España contemporánea. Madrid:
Alianza Editorial, 1997, pp. 13-34.
12
Véanse, entre otros, Darnton, Robert: La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la
cultura francesa. México: FCE, 1987; Chartier, Roger: Espacio público, crítica y desacralización en el
siglo XVIII: los orígenes culturales de la Revolución Francesa. Barcelona: Gedisa, 2003, y El mundo
como representación: estudios sobre historia cultural. Barcelona: Gedisa, 1992.
13
Baker, Keith (ed.): The French Revolution and the creation of modern political culture. Oxford:
Pergamon, 1989; “El concepto de cultura política en la reciente historiografía sobre la Revolución
Francesa”, en Ayer, nº 62, 2006, pp. 89-110.
5. La tradición del “ensayo latinoamericano”
En cualquier caso y paralelamente, el interés por los estudios sobre la cultura en
América Latina era amplio y tenía una sólida tradición filosófico-literaria a sus espaldas,
pero podríamos decir que se encontraba muy alejado de las preocupaciones relacionadas
con la “cultura política” que serán propias de un periodo más reciente.
En este sentido, los estudios sobre “cultura” y “política” (que no sobre “cultura
política”) habían tenido una gran presencia en la academia y los espacios artísticos y
literarios latinoamericanos desde inicios del siglo XX, en concreto desde las décadas de
1920 y 1930, momento en el que se inicia una fructífera línea de estudios de largo
alcance a lo largo de todo el siglo XX y a la que se sigue definiendo aún como la
tradición de estudio del “ensayo latinoamericano”14
. Dicha tradición, iniciada por José
Enrique Rodó, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, José Martí, etc. fue continuada
por autores tan prolíficos e influyentes como Leopoldo Zea, José Gaos, Edmundo
O’Gorman, Octavio Paz, etc., quienes marcaron la tónica de los estudios sobre la cultura
y la literatura latinoamericana, ejerciendo una inequívoca hegemonía hasta bien entrada
la segunda mitad del siglo XX. Es necesario señalar también que dicha tradición goza
hasta el momento de una excelente salud, puesto que el “ensayo latinoamericano” sigue
siendo practicado por toda una generación de discípulos que desde la filosofía y la
historia de las ideas han aportado y siguen aportando importantes trabajos en esa
dirección15
.
14
Véase Devés Valdés: El pensamiento latinoamericano en el siglo XX: Del Ariel de Rodó a la CEPAL.
Vol. I. Buenos Aires, Biblos, 2000, pp. 253-279, quien realiza un recorrido por la historia de las
manifestaciones ensayísticas acerca del carácter de los y “lo” latinoamericano, tanto desde la propia
América Latina como desde España —donde se realiza a través de otro tipo de reflexiones acerca de los
encuentros y desencuentros de algo indefinible llamado “hispanidad”—. Véanse también Fernández,
Teodosio; Millares, Selena y Becerra, Eduardo: Historia de la literatura hispanoamericana. Madrid:
Universitas, 1995; y Fernández, Teodosio: Los géneros ensayísticos hispanoamericanos. Madrid: Taurus,
1990.
15
Los precursores de ese campo fueron, entre otros, José Gaos, con En torno a la filosofía mexicana:
México y lo mexicano. México: Porrúa y Obregón, 1952; y Leopoldo Zea, con El pensamiento
latinoamericano. Barcelona: Ariel, 1976. Para consultar un recorrido por esta línea, más cercana a la
historia de las ideas y del pensamiento latinoamericano, véanse Ardao, Arturo: Estudios latinoamericanos
de Historia de las ideas. Caracas: Monteávila, 1978; Roig, Arturo Andrés: Teoría y Crítica del
pensamiento latinoamericano y su aventura, 2 volúmenes. Buenos Aires: Centro Editor de América
Latina, 1994; Devés Valdés, Eduardo: El pensamiento latinoamericano en el siglo XX, 3 volúmenes.
Buenos Aires: Biblos, 2000; Cerutti, Horacio: Filosofar desde nuestra América: ensayo problematizador
de su modus operandi. México: UNAM, 2000 o Cerutti, Horacio y Magallón, Mario: Historia de las
ideas latinoamericanas: ¿disciplina fenecida? México: UNAM, 2003, donde los autores se cuestionan el
fin de la disciplina de la historia de las ideas.
6. Dichos estudios trazaron las líneas maestras por las que discurriría en gran medida
la “historia de las ideas” del período: una noción de “cultura” eminentemente letrada16
y
un estudio de las “ideas políticas latinoamericanas” a través de sus expresiones literarias
y a partir de sus autores más distinguidos. El sentido último de la labor de la escuela de
la “historia de las ideas latinoamericanas” era tratar de encontrar una serie de
herramientas intelectuales y políticas propias que permitieran al continente
latinoamericano pensarse a sí mismo (descubriendo su “verdadera esencia”) desde las
más altas y elaboradas expresiones cultural-literarias. Asimismo, un elemento
importante y común a dichos autores, que más tarde tendría gran trascendencia a la hora
de permitir nuevos abordajes historiográficos, es que abandonaron el nacionalismo
intrínseco a la historiografía política liberal —celebradora de las especificidades
fundacionales de cada una de las repúblicas— y consideraron a América Latina como
un “todo”, como un “espacio cultural” unificado susceptible de ser analizado de una
forma holística e interdisciplinar.
No obstante, este abordaje también fue criticado por generaciones posteriores de
teóricos de la cultura, por diferentes razones que aquí sólo vamos a esbozar: desde el
punto de vista de los críticos vinculados a la historia social y el marxismo, la escuela de
la “historia de las ideas” era, por naturaleza, elitista en su concepción de la cultura y no
tenía en cuenta las condiciones específicas de “dependencia” del continente17
. En ese
sentido, los críticos marxistas no podían considerar la variable cultural como una
variable “independiente”; en su opinión, el estudio de la “cultura política” —entendida
como un bagaje de ideas y conceptos importados del pensamiento liberal europeo o
estadounidense y, en gran medida, mal deglutidos— de las élites latinoamericanas, sin
tener en cuenta los condicionantes sociales e histórico-estructurales de dependencia del
16
Utilizamos la categoría en el sentido que le dio Ángel Rama, como un corpus de ideas y pensamientos
plasmados, necesariamente, en un formato escrito que sigue ciertos cánones expresivos comunes (en
cuanto a género, cualidades expresivas, y también, implícitamente, en cuanto al tipo de sujeto que es
capaz de emitir ese discurso: hombre de letras, urbano, preferiblemente varón, etc.). Véase Rama, Ángel:
La ciudad letrada. Hannover: Ediciones del Norte, 1977.
17
La teoría de la dependencia como explicación del subdesarrollo latinoamericano fue una interpretación
específicamente latinoamericana que generó una importante producción bibliográfica, de entre la que
cabe destacar Jaguaribe, Helio; Ferrer, Aldo; Wiooncek, Miguel y Dos Santos, Theotonio: La
dependencia político-económica de América Latina. México: Siglo XXI, 1969; Cardoso, Fernando
Henrique y Faleto, Enzo: Dependencia y desarrollo en América Latina. Ensayo de interpretación
sociológica. México: Siglo XXI, 1969. No podemos dejar de mencionar a aquéllos teóricos de la
dependencia que en su obra concedieron un lugar preeminente a la dependencia cultural del continente, y
especialmente a la obra de Octavio Ianni (en Ensaios de sociologia da cultura. Río de Janeiro:
Civilizaçao Brasileira, 1991; Revoluçao e cultura. Río de Janeiro, Civilizaçao Brasileira, 1983 o
Imperialismo y cultura de la violencia en América Latina. México: Siglo XXI, 1970) uno de los primeros
autores que abrió el diálogo entre la sociología cultural y la historia cultural.
7. exterior no podía sino resultar en un despropósito metodológico y en el análisis de
“ideas fuera de lugar”18
.
Por otro lado, desde la perspectiva de quienes, más recientemente, abogan a favor
del estudio de los “lenguajes políticos” —más adelante, en la tercera sección de este
texto, entraremos en detalle en esta rama de los estudios sobre cultura política— como
unidades de sentido en las que se integran, contextualmente, los vocabularios políticos
específicos, la historiografía tradicional de las ideas en realidad no servía para mucho
más que para hacer un análisis de “ideas desencarnadas” y comprender sus modos y vías
de circulación a lo largo y ancho del continente en periodos determinados. No obstante,
en opinión de estos críticos, ese abordaje idealista no permitía comprender nada, en
última instancia, acerca de la interacción entre el lenguaje y las prácticas políticas, pues
prescindía completamente de la dimensión cultural —en el sentido de una serie de
valores, supuestos y convicciones compartidas— del espacio de la política. En opinión
de estos críticos, para resumir, la tradición filosófica del ensayo latinoamericano pecaba
de individualismo y elitismo, por una parte, y de descontextualización y exceso de
idealismo, por otra19
.
Una vez puestos en antecedentes acerca de las dos tradiciones de estudio
dominantes en América Latina, en las que convergían preocupaciones por el campo de
lo político y la relevancia de la cultura —historiografía política clásica, por un lado y
escuela del “ensayo latinoamericano”, por otro—, pasaremos a mirar con más detalle lo
que supuso la “revolución historiográfica” de los años 90.
La “revolución historiográfica” de los 90
Como ya hemos mencionado anteriormente, la gran mayoría de autores coinciden
en señalar que la obra de François-Xavier Guerra (tanto Modernidad e independencias,
de 1992; como el libro colectivo De los imperios a las naciones, publicado en 199420
)
18
Quien acuñó esta sugerente expresión fue el crítico literario brasileño Roberto Schwartz, en un celebre
ensayo que lleva ese mismo título, publicado originalmente en 1973.
19
Véase Palti, Elías: “Ideas, teleologismo y revisionismo en la historia político-intelectual
latinoamericana”, en El tiempo de la política: el siglo XIX reconsiderado. Buenos Aires: Siglo XXI, 2007,
pp. 21-57. En otro orden de cosas, sería también de esta tradición de “historia de las ideas”
latinoamericanas de la que arrancarían obras más preocupadas por la dimensión social de la cultura y que
se situarían, por lo tanto, en la “prehistoria” de la historia cultural latinoamericana. Creemos que un buen
ejemplo de ellas es la omnicomprensiva obra en dos volúmenes de José Pedro Barrán, Historia de la
sensibilidad en el Uruguay, 2 volúmenes. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1990.
20
En dicha obra colectiva, coeditada por F.-X. Guerra, Antonio Annino y Luis Castro Leiva pueden
encontrarse ensayos de la mayoría de los máximos exponentes de la renovación historiográfica de la que
8. fue la que dio el pistoletazo de salida a las nuevas interpretaciones historiográficas sobre
el periodo de la Independencia de las repúblicas latinoamericanas, así como sobre los
momentos inmediatamente previos e inmediatamente posteriores a las mismas.
El propósito confeso de esa nueva escuela fue el de enfocar la investigación
histórica del período de la crisis imperial de finales del siglo XVIII, la fase
independentista y de configuración de las nuevas repúblicas, así como los momentos
posteriores de consolidación de las mismas (en una cronología muy variable que en
términos generales abarcaba el siglo XIX al completo), con el propósito de comprender
las raíces específicas de ciertos comportamientos políticos latinoamericanos a la luz de
una nueva mirada exenta de juicios de valor peyorativos acerca del “fracaso” y las
“anomalías” de funcionamiento del campo histórico-político del continente. En este
sentido, si bien muchos de los autores a los que a continuación dedicaremos nuestra
atención no emplearon de forma explícita en sus textos la noción de “cultura política”,
no obstante sí que partieron de la premisa de que los actores que operaban en la vida
pública a uno y otro lado del Atlántico en la era de las independencias compartían una
serie de tradiciones políticas comunes gestadas en el seno de la monarquía católica a
partir del siglo XVI. Según ese supuesto, la “cultura política”, en tanto que sustrato
común de valores, creencias y teorías políticas en las que se apoyaron las acciones de
las élites criollas y los combatientes americanos de las guerras de principios del siglo
XIX tuvieron menos que ver con los modos en los que se recibió el liberalismo en
América Latina —aspecto casi único en el que se habían centrado los estudios de
historia política tradicional— como con las formas peculiares en las que las teorías de
los tratadistas de la segunda escolástica fueron tensionadas hasta su extremo en América
a partir de los acontecimientos fortuitos desatados tras la invasión francesa de la
península Ibérica. En otras palabras: lo que la escuela heredera de la obra de François-
estamos hablando. En concreto, en dicho volumen participaron autores a quienes citaremos algo más
adelante, como el propio Antonio Annino, José Carlos Chiaramonte, Mónica Quijada, etc. Véase también
Antonio Annino y François-Xavier Guerra: Inventando la nación: Iberoamérica siglo XIX. México: FCE,
2003. Otros autores que han apuntado en esta línea han sido Jaime E. Rodríguez O., con múltiples
trabajos en esa línea como La independencia de la América española. México: El Colegio de México,
1996; La ciudadanía y la constitución de Cádiz. Zacatecas: CONACYT, 2005; o La naturaleza de la
representación en Nueva España y México. Zacatecas: CONACYT, 2005; y Manuel Chust: 1808: la
eclosión juntera en el mundo hispánico. México: FCE-El Colegio de México, 2007 y Los colores de las
independencias. Liberalismo, etnia, raza. Madrid: CSIC, 2009; Gabriella Chiaramonti: Ciudadanía y
representación en el Perú (1808-1860): los itinerarios de la soberanía. Lima: UNSMS, 2005. Además de
los autores citados, deberíamos mencionar, en cualquier caso, la obra de Tulio Halperín Donghi, quien ya
en Reforma y disolución de los imperios ibéricos: 1750-1850 (Madrid: Alianza Editorial, 1985) y
Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo (Buenos Aires: Centro Editor de
América Latina, 1985) dejó apuntadas algunas de las direcciones en las que más tarde caminaría la
escuela historiográfica heredera de Guerra.
9. Xavier Guerra ha señalado de forma sistemática es que la “modernidad” política
latinoamericana surgió imprevisiblemente del seno de la propia “premodernidad”, y no
por oposición radical a ésta, tal y como la historiografía liberal canónica venía
afirmando desde fines del siglo XIX21
.
A continuación trataremos de presentar un breve esquema de quiénes fueron los
autores principales que se adscribieron (y en gran medida siguen adscritos) a dicha
corriente, así como los rasgos principales de la misma, con la siguiente estructura: una
primera parte dedicada a la historiografía centrada en la recuperación de la noción de
"soberanía" como pieza fundamental sin la que no es posible comprender la
conformación de las "naciones" en la primera mitad del siglo XIX; una segunda parte
dedicada a los autores que más hincapié han hecho en la revisión de los procesos de
extensión de la ciudadanía, así como en los mecanismos de creación o invención de
"ciudadanos" y sus dinámicas de inclusión y exclusión; por último, exploraremos la
rama abierta por aquellos autores que han tratado de reconstruir los espacios de
sociabilidad y la opinión pública en el siglo XIX22
.
Podríamos decir que, en primer lugar, autores como Antonio Annino o José Carlos
Chiaramonte se han dedicado básicamente a desmontar el mito del caudillismo,
21
No debemos olvidar que también la historiografía marxista apuntaló un discurso histórico basado en los
mismos presupuestos de la oposición radical desde los orígenes entre tradiciones políticas e intereses
antagónicos. Trazando de forma algo burda los lineamientos generales de este tipo de interpretaciones, la
historiografía marxista hizo hincapié en la incompatibilidad entre los intereses de las emergentes
burguesías criollas de finales del siglo XVIII y principios del XIX y los de los agentes de la monarquía
borbónica, que trató de someter bajo su férula los intereses de dicha clase, que recurrió a los discursos
políticos basados en un uso instrumental de la nación y la nacionalidad para salir triunfante de una
revolución esencialmente impulsada por razones económico-estructurales. Véanse, a modo de ejemplos,
Alberto J. Pla: La burguesía nacional en América Latina. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina,
1975; Diana Iznaga: La burguesía esclavista cubana. La Haban: Editorial de Ciencias Sociales, 1987;
Felicitas López-Portillo y Carlos Tur Donati (coords.): Burguesías en América Latina. México: UNAM;
1993; Francisco López Casero: Desarrollo de la burguesía en Colombia: el caso antioqueño y su
aportación al sistema nacional. Augsburgo: Universidad de Augsburgo, 1988; Heraclio Bonilla: Guano y
burguesía en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1984; o Juan Bosch: La pequeña burguesía
en la historia de la República Dominicana. Santo Domingo: Alfa & Omega, 1985, etc. Una interesante
obra temprana de Manuel Chust se sitúa a caballo entre la interpretación marxista tradicional basada en el
“interés” de las burguesías criollas y la renovación historiográfica de la escuela de Guerra (por la que se
decantará en trabajos posteriores), al incidir en la “cultura política” común transatlántica de los diputados,
tanto españoles como americanos, que acudieron a las Cortes de Cádiz en 1812; véase La cuestión
nacional americana en las Cortes de Cádiz (1810-1814). Madrid: UNED, 1999. Por el contrario, la idea
de que el motor de las independencias fue la existencia de naciones ya preconstituidas y maduras ha sido
el leitmotiv de la historiografía liberal; véase Beatriz González-Stephan, Fundaciones…, así como los
recorridos que realiza Elías Palti por la historia de la génesis y los usos del concepto de nación en
América Latina, en general, y Argentina, en particular, durante el siglo XIX: La nación como problema:
los historiadores y la “cuestión nacional”. Buenos Aires: FCE, 2003 y El momento romántico: nación,
historia y lenguajes políticos en el siglo XIX. Buenos Aires: Eudeba, 2009.
22
Se trata de una división si no arbitraria, sí guiada únicamente por criterios relacionados con cuestiones
de orden expositivo, pues como en seguida se verá muchos de estos autores han trabajado en varias o en
todas esas líneas.
10. potentemente acuñado por la historiografía liberal decimonónica 23
, como una
manifestación específica de las falencias del liberalismo latinoamericano. Estas “fallas”
del liberalismo habían sido interpretadas tradicionalmente de dos maneras: bien como
una incapacidad del pensamiento político liberal y de sus defensores a la hora de
permear las estructuras profundas (de “larga duración”, en términos braudelianos) de la
cultura política paternalista y autoritaria del Antiguo Régimen; o bien como una
manifestación perversa de un liberalismo elitista y poco preocupado por modificar las
estructuras sociales profundas antiguorregimentales, basadas en la dependencia y la
sumisión. Ese liberalismo débil y superficial habría sido incapaz de lograr grados
aceptables de gobernabilidad en contextos marcados por la fragilidad de las estructuras
estatales centralizadas, la dificultad de las comunicaciones o las sólidas clientelas
económicas, políticas y sociales, bases sociológicas del poder omnímodo de los
caudillos.
Ante dicho “estado de la cuestión”, los nuevos abordajes de los autores citados24
trataron, en primer lugar, de explicar de nuevas maneras el llamado “caudillismo”
poniendo el énfasis en la fragmentación de las soberanías tras la independencia de los
territorios americanos, así como en el fenómeno de la ruralización de la política25
.
Precisamente, el estudio de la noción de “soberanía” va a ser fundamental para todos los
autores que vamos a tratar en este apartado; según ellos, serían precisamente las
múltiples lecturas de una noción como esa, central en el pensamiento político del
23
Y de gran fuerza aún en la historiografía sobre el siglo XIX latinoamericano: véanse obras como la de
John Lynch, Caudillos en Hispanoamérica, 1800-1850. Madrid: Fundación Mapfre, 1993 y François-
Xavier Guerra: “El caciquismo: viejos y nuevos problemas”, en Arquivos do Centro Cultural Calouste
Gulbelkian, vol. 34, 1995, pp. 933-952 ; así como las interpretaciones globales del siglo XIX en las que la
figura del caudillo —casi como figura mítica en la que se encarna el modo de legitimidad tradicional-
carismática weberiana— tiene una presencia sobresaliente, como en el caso de Hugh M. Hamill (ed.):
Caudillos: dictators in Spanish America. Norman: Universidad de Oklahoma, 1992; Cristóbal Aljovín de
Losada: Caudillos y Constituciones: Perú, 1821-1845. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú,
2000; o Enrique Krauze: Siglo de caudillos: biografía política de México, 1810-1910. Barcelona:
Tusquets, 1994.
24
Debemos mencionar a otros investigadores que también han abordado la figura de los caudillos desde
perspectivas muy novedosas con respecto a la tradición historiográfica recién descrita, tales como David
Brading: Caudillos y campesinos en la Revolución Mexicana. México, FCE, 1985; más recientemente,
Víctor Peralta y Marta Irurozqui: Por la concordia, la fusión y el unitarismo: Estado y caudillismo en
Bolivia, 1825-1880. Madrid: CSIC, 2000 o Natalia Sobrevilla: Caudillismo in the age of guano: a study
of the political culture of mid-nineteenth century Peru (1840-1860). PhD dissertation, Universidad de
Londres, 2005 (inédita).
25
Término que Nuria Tabanera retoma en su artículo “Sobre historia, cultura e historiografía
iberoamericanas compartidas: presentación”, en Ayer, nº 70, 2008 (2), y que fue acuñado por Tulio
Halperín Donghi en Revolución y guerra: formación de una élite dirigente en la Argentina criolla.
Buenos Aires: Siglo XXI, 1972.
11. Antiguo Régimen, las que dispararían la fragmentación de los espacios “naturales” en
los que debía desarrollarse legítimamente el ejercicio de la política.
Así, tanto François-Xavier Guerra como Mónica Quijada26
señalaron muy pronto
que las luchas intestinas, las guerras civiles y el desorden político derivado de los
procesos de independencia estaban intrínsecamente relacionados con las discusiones
que se desataron en torno al "verdadero significado" de la noción de soberanía una vez
producido el vacío de poder en la Península que fue el detonante de los movimientos
juntistas. La radical novedad de los planteamientos de estos autores —en franca
discrepancia con la historiografía política latinoamericana heredera de los grandes
relatos fundacionales de las repúblicas liberales— se situaba en la afirmación de que las
independencias habían sido, en última instancia, fruto de un acontecimiento fortuito —
la invasión francesa y la crisis monárquica en España—. Las interpretaciones clásicas
del proceso independentista habían puesto el acento en la inevitabilidad y en la
necesidad de dicho proceso: las proto-repúblicas, oprimidas y ahogadas bajo el yugo
español, pero destinadas en cualquier caso a la independencia —ya fuera considerada en
el marco de un esquema patriótico-teleológico justificador de la existencia natural de los
estados-nación; ya fuera expuesto con un prisma de raíz marxista en el que el
enfrentamiento entre una "burguesía" criolla comercial y unas élites monárquicas
retardatarias, monopolistas e insensibles a las necesidades económicas de los elementos
más dinámicos de sus territorios ultramarinos era inevitable porque sus intereses
económicos antagónicos estaban condenados a colisionar—, no habrían hecho más que
aprovechar la ocasión propicia, el vacío de poder y el descontrol efectivo de las
autoridades borbónicas para declarar la, de todo punto inevitable, independencia.
Por el contrario, Guerra y Quijada afirmaron que, efectivamente, el vacío de poder
había precipitado los acontecimientos, pero que éstos de ningún modo podían ser
interpretados en clave de "inevitabilidad". Según ambos autores, las élites políticas del
nuevo mundo hispánico, ante la incertidumbre de los acontecimientos políticos que se
estaban desarrollando en la península, echaron mano de la doctrina política clásica que
26
Véanse, además de las obras ya citadas, Mónica Quijada Mauriño: “Los límites del ‘pueblo soberano’:
territorio, nación y el tratamiento de la diversidad. Argentina, siglo XIX”, en Historia y política, nº 13,
2005, pp. 143-174; “¿Qué nación?: dinámicas y dicotomías de la nación en el imaginario
hispanoamericano”, en Antonio Annino y F.-X. Guerra, Inventando la nación…, pp. 287-315; “Las ‘dos
traiciones’. Soberanía popular e imaginarios compartidos en el mundo hispánico en la época de las
grandes revoluciones atlánticas”, en Jaime E. Rodríguez O., Revolución, independencia y las nuevas
naciones de América. Madrid: Fundación Mapfre, 2005, pp. 61-86; y “Sobre ‘nación’, ‘pueblo’,
‘soberanía’ y otros ejes de modernidad”, en Jaime E. Rodríguez O., Las nuevas naciones: España y
México, 1800-1850. Madrid: Fundación Mapfre, 2008.
12. podría ayudarles en dicha situación; una doctrina, por cierto, muy alejada del
liberalismo que había pretendido presentarse como el sustrato doctrinario fundacional
de las repúblicas independientes: la doctrina de la retroversión de la soberanía, acuñada
por los tratadistas españoles de la segunda escolástica de Salamanca.
De modo que ya nos encontramos con un segundo rasgo definitorio de la
historiografía política renovada: la aseveración de que, en gran medida, el advenimiento
de la "modernidad" política a América Latina se sustentaba en buena parte en doctrinas,
creencias y supuestos conceptuales propios del Antiguo Régimen. Así, todos los
seguidores de esta línea de investigación han tendido a resaltar las continuidades en
mayor medida que los quiebres radicales entre "imperio español" y "repúblicas
independientes"27
. Asimismo, en lo que nos atañe a este texto centrado en la noción de
“cultura política”, dichos autores se caracterizan por haber contribuido, y seguir
tratando de desplazar el eje de la historiografía desde relatos fundamentados en torno a
los "verdaderos intereses" de clases sociales o estados-nacionales hacia un tipo de
análisis mucho más basado en el estudio de las representaciones —de los modelos, en
suma— políticas y discursivas desde las que los actores del periodo independentista
dieron forma a los inciertos acontecimientos que se desarrollaban a su alrededor,
tratando de imprimirles un rumbo acorde a los supuestos en torno al correcto
funcionamiento del espacio político de los que partían28
.
Volviendo de nuevo a los trabajos de Annino y Chiaramonte29
, una vez expuesta
27
La escuela historiográfica inaugurada por Guerra presenta una innovación fundamental: la insistencia
en el origen fortuito —la vacancia real— de las revoluciones de independencia. No obstante, algunos
otros autores y escuelas historiográficas habían prestado anteriormente atención a la cuestión de las
“continuidades” entre el imperio español y las repúblicas independientes. En este sentido, puede
mencionarse la obra de Guillermo Furlong, quien, desde una perspectiva católica y para el Río de la Plata,
resaltó las raíces hispánicas del discurso independentista; o las propuestas de Ricardo Levene y los
autores de la “nueva escuela histórica”, que también enfatizaron las continuidades que podían observarse
entre la tradición jurídica hispana y las constituciones de la era de las independencias.
28
En este sentido, podemos decir que la escuela historiográfica heredera de la obra de François-Xavier
Guerra manejaría una noción de “cultura política” más análoga con la segunda definición que ofrece
Miguel Ángel Cabrera en “Cultura política e historia” (en este mismo volumen): “[…] se refiere a los
principios políticos y representaciones simbólicas que median entre las personas y sus condiciones
materiales de existencia”.
29
Véanse Antonio Annino: “Voto, tierra, soberanía: Cádiz y los orígenes del municipalismo mexicano”,
en François-Xavier Guerra (coord.), Revoluciones hispánicas, independencias americanas y liberalismo
español. Madrid: Universidad Complutense, 1995, pp. 269-292; “Pueblos, liberalismo y nación en
México”, en Antonio Annino y François-Xavier Guerra (coords.), Inventando la nación…, pp. 399-432; y
José Carlos Chiaramonte: “¿Provincias o estados?: los orígenes del federalismo rioplatense”, en François-
Xavier Guerra (coord.), Revoluciones hispánicas, independencias americanas y liberalismo español.
Madrid: Universidad Complutense, 1995, pp. 167-206; “En torno a los orígenes de la nación argentina”,
en Alicia Hernández Chávez, Ruggiero Romano y Marcello Carmagnani (coords.), Para una historia de
América: Los nudos, vol. II. México: FCE, 1999, pp. 286-317; o “La cuestión de la soberanía en la
génesis y constitución del Estado argentino”, en Revista electrónica de historia constitucional, nº 2, 2001.
13. la línea de trabajo sobre la noción de "soberanía" desarrollada por Guerra y Quijada,
éstos sirvieron para redefinir la naturaleza de los conflictos internos que durante más de
medio siglo desgarraron el continente americano después de su independencia. Los
viejos "caudillos", bárbaros e inciviles en el peor de los casos, o épicos pero utópicos
guerreros pancontinentales, en el mejor de ellos30
, fueron reinterpretados, ya no como
fuerzas retardatarias y destructoras, sino como defensores de un orden político
alternativo al del estado-nacional centralizado, que sería el gran triunfador de la segunda
mitad del siglo XIX en América Latina.
En opinión de estos autores, la doctrina de la retroversión de la soberanía no tuvo
una lectura unívoca en la región; al revés, las distintas corporaciones con personalidad
jurídica en el Antiguo Régimen (cabildos, ayuntamientos, pueblos de indios, etc.)
hicieron lecturas políticas muy diferentes con respecto a quiénes debían ser los nuevos
detentadores de la soberanía. Así, un elemento crucial de la cultura política del Antiguo
Régimen se "modernizó" a marchas forzadas, dando paso a una encarnizada lucha —
tanto física como discursiva— por determinar quiénes debían ser los nuevos titulares
del ejercicio legítimo del poder político. Vistos bajo este nuevo prisma, los
enfrentamientos "civiles" de la primera mitad del siglo XIX dejaban de ser un
galimatías histórico, sólo explicable en términos de personalismo político y luchas
espurias por el poder, para convertirse en el escenario de lo que Annino denominó
"soberanías en lucha"31
.
A escala regional, han sido varios los autores que han aplicado este modelo al
análisis de los conflictos políticos y bélicos de la primera mitad del siglo XIX: de este
modo, José Carlos Chiaramonte reinterpretó las luchas entre federales y unitarios en la
región del Río de la Plata y la Banda Oriental en clave de una pugna desatada entre
partidarios del federalismo y partidarios de la confederación derivada, precisamente, de
30
Con esto nos estamos refiriendo a la lectura clásica liberal de los caudillos, por otro lado perfectamente
dicotómica. Por una parte, los caudillos o libertadores de primera generación —como Bolívar, Sanmartín,
Sucre, etc.— pasarían a formar parte de los panteones de los hombres ilustres de las recién fundadas
repúblicas, por su lucha acérrima en contra de las instituciones y de los ejércitos españoles, dando forma y
rostro a lo que ya Alberdi llamó "la edad épica de América"; mientras que, por el contrario, aquéllos de
"segunda generación", es decir, aquéllos involucrados en las guerras internas posteriores a los conflictos
de los primeros años de los procesos de independencia corrieron mucha peor suerte, al ser "releídos" tanto
por sus contemporáneos liberales, como por los liberales posteriores, como auténticos obstáculos a la
gobernabilidad de los nuevos espacios geográficos, así como un importante freno a los irrefrenables e
ineludibles procesos de unificación nacional y agregación territorial. De esta segunda hornada de
caudillos sólo mencionaremos, por la talla literaria de uno de sus más acérrimos detractores, las figuras de
los "tiránicos y bárbaros" Facundo Quiroga y Juan Manuel de Rosas.
31
Artículo del mismo título en A. Annino y F.-X. Guerra (comps.): Inventando la nación…, pp. 152-184.
Véase también Tulio Halperin Donghi: Proyectos y construcción de una nación (Argentina 1846-1880).
Caracas: Biblioteca de Ayacucho, 1980.
14. la apropiación múltiple de la "soberanía"; Antonio Annino, por su parte, reinterpretó el
conflicto entre liberales y conservadores mexicanos como un conflicto, en última
instancia, entre opciones antagónicas de modelos centralistas y federales32
; Federica
Morelli rastreó en la historia ecuatoriana la fortaleza de los “cuerpos intermedios”,
herederos de las tradiciones municipalistas de la monarquía hispana, y su resistencia a
los embates de la centralización política estatal hasta bien entrada la década de 183033
;
por último, para no abundar en ejemplos, Teresa García Giráldez ha revisado el
pensamiento de liberales y conservadores decimonónicos centroamericanos, y
reinterpretado sus posturas en función de la tensión unionismo/federalismo frente a una
fragmentación territorial de tipo "nacional"34
y Xiomara Avendaño ha dedicado su
atención a las transformaciones institucionales que se emprendieron en el istmo
centroamericano al desgajarse éste de la autoridad novohispana y se ha centrado en el
análisis de cómo las tensiones en torno a la definición política del territorio resultan
cruciales para la comprensión de la historia del primer siglo XIX en la región35
.
Para concluir, sólo queremos mencionar de pasada que la revisión —y, desde
luego, revalorización en términos de enjundia historiográfica— de este período del
primer siglo XIX ha sido fundamental para permitir el surgimiento de una nueva
historia político-intelectual del período que, no obstante, será tratada más adelante, en el
apartado dedicado a la renovación de la historiografía intelectual. En concreto, una de
las líneas de trabajo más fructíferas de los últimos años ha tenido que ver con la
recuperación de la huella que dejó la doctrina del republicanismo clásico o "cívico" en
los comportamientos y la cultura política de estos "caudillos" civiles y militares del
32
En esa misma línea había trabajado ya previamente, aunque desde otros supuestos, Charles A. Hale en
su clásica obra sobre el liberalismo mexicano, El liberalismo mexicano en la época de Mora, 1977. No
obstante, trataremos la figura de dicho autor más adelante, en el apartado dedicado a la renovación de la
historia intelectual latinoamericana. Asimismo, otros autores han abundado en esta línea de investigación,
como Marcelo Carmagnani: Federalismos Latinoamericanos: México, Brasil, Argentina. México: El
Colegio de México y FCE, 1993; Josefina Zoraida Vazquez (ed.): El establecimiento del federalismo en
México, 1821-1827. México: El Colegio de México, 2003; o, desde una óptica mas jurídica, Francisco
Fernández Segado: El federalismo en América Latina, México: UNAM-Instituto de Investigaciones
Jurídicas y Corte Constitucional de Guatemala, 2003.
33
Federica Morelli: Territorio o nación: reforma y disolución del espacio imperial en Ecuador, 1765-
1830. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2005.
34
Teresa García Giráldez: “El debate sobre la nación y sus formas en el pensamiento político
centroamericano del siglo XIX” y “La patria grande centroamericana: la elaboración del proyecto
nacional por las redes unionistas”, en Marta Elena Casaus Arzú y Teresa García Giráldez: Las redes
intelectuales centroamericanas: un siglo de imaginarios nacionales (1820-1920). Guatemala, F&G
editores, 2005, pp. 13-65 y 123-197.
35
Véanse Xiomara Avendaño Rojas: “El gobierno provincial en el reino de Guatemala, 1821-1823”, en
Virginia Guedea y Manuel Chust (coords.), La independencia de México y el proceso autonomista
novohispano, 1808-1824. México: UNAM, 2001 o “La reformulación institucional durante la Federación
Centroamericana”, en Estudios Centroamericanos, nº 706, 2007, pp. 711-725.
15. primer XIX. Consideramos que sin el excepcional aporte revisionista de la escuela de la
que ahora nos estamos ocupando, dicha recuperación habría sido ciertamente
complicada.
La “cultura política” y los estudios sobre ciudadanía
Ahora vamos a pasar a tratar el segundo de los puntos mencionados, la línea
historiográfica centrada en la reconstrucción de los procesos de ciudadanización de
distintos grupos de población en los estados-nacionales latinoamericanos del siglo XIX.
Si en el punto anterior vimos cómo el concepto de "soberanía" se convirtió en el
"eje de la disputa"36
en la configuración territorial y en la elección del modelo de Estado
que se impondría en las nacientes repúblicas, ahora nos vamos a ocupar de cómo otra
rama de esta escuela historiográfica ha tratado primordialmente de investigar acerca de
cómo se conformaron los "sujetos soberanos" —en términos de la teoría de la
representación de las repúblicas liberales clásicas— de las nuevas naciones. Para ello
repasaremos la obra de algunas autoras que han investigado acerca de esta cuestión
desde ópticas distintas y han abordado períodos y espacios geográficos diferentes:
Mónica Quijada e Hilda Sabato para Argentina; Marta Irurozqui y Rossana Barragán
para el caso de Bolivia; y Marta Casaus y Teresa García Giráldez en sus trabajos
conjuntos, para el área centroamericana37
.
Desde que se popularizó la obra de T.H. Marshall, Ciudadanía y clase social,
escrita en 1949, mucho se ha escrito acerca de la ciudadanía. Es ya un lugar común que
en muchos espacios académicos se ha resaltado el valor analítico que presenta dicha
36
En términos del libro del mismo título de Romana Falcón y Antonio Escobar Ohmstede (coords.): Los
ejes de la disputa: movimientos sociales y actores colectivos en América Latina: siglo XIX. Madrid:
Iberoamericana, 2002.
37
Véanse, como muestra de este tipo de enfoques, Mónica Quijada, Carmen Bernand y Arnd Schneider:
Homogeneidad y nación. Con un estudio de caso: Argentina, siglos XIX y XX. Madrid: CSIC, 2000; Hilda
Sabato (coord.): Ciudadanía política y formación de las naciones: perspectivas históricas de América
Latina. México: El Colegio de México y FCE, 2002; Marta Irurozqui: A bala, piedra y palo: la
construcción de la ciudadanía política en Bolivia, 1826-1952. Sevilla: Diputación, 2000; La ciudadanía
en debate en América Latina: discusiones historiográficas y una propuesta teórica sobre el valor público
de la infracción electoral. Lima: IEP, 2004; La mirada esquiva: reflexiones históricas sobre la
interacción del Estado y la ciudadanía en los Andes (Bolivia, Ecuador y Perú), siglo XIX. Madrid: CSIC,
2005; Rossana Barragán: Indios, mujeres y ciudadanos: legislación y ejercicio de la ciudadanía en
Bolivia (siglo XIX). La Paz: Centro de Información para el Desarrollo-Fundación Diálogo, 1999; Rossana
Barragán, Dora Cajias y Seemin Qayum (comps.): El siglo XIX en Bolivia y América Latina. La Paz:
Instituto de Estudios Andinos, 1997; y Marta Elena Casaus Arzú y Teresa García Giráldez: Las redes
intelectuales… En esta última línea de trabajo relacionada con las complejas intersecciones entre la
etnicidad, el Estado y la ciudadanía en Florencia Mallon: Peasant and nation: the making of postcolonial
Mexico and Peru. Berkley: Universidad de California, 1995; Leticia Reina, Los retos de la etnicidad en
los Estados.nación del siglo XIX. México: CIESAS-INI-Porrúa, 2000 y Leticia Reina y Marta Irurozqui:
La reindianización de América, siglo XIX. Siglo XXI-CIESAS, 1997
16. obra para comprender los procesos históricos de consecución de derechos civiles,
políticos y sociales en Europa y en algunos otros espacios; tampoco es ningún
descubrimiento novedoso constatar que el modelo de Marshall presenta muchas
carencias cuando trata de exportarse fuera de las estrechas fronteras de Inglaterra,
Francia o Alemania38
. Desde luego, el caso latinoamericano no ha sido menos, de modo
que varios autores de esta corriente se han ocupado en señalar los diversos desajustes
que presenta dicho modelo con los acontecimientos en el otro continente; de este modo,
entre otras cuestiones se han señalado las siguientes: desajustes en la cronología;
desajustes a la hora de aplicar un modelo demasiado lineal a un espacio geográfico que
presenta una sustancial heterogeneidad poblacional; o las dificultades, en caso de
emplear dicho modelo analítico, a la hora de interpretar la historia de la ciudadanía en
América Latina como algo más que un desafortunado episodio de fracasos y mal
entendimiento del corpus del pensamiento político liberal (que, como ya hemos
mencionado anteriormente como primera de las características de la escuela
historiográfica que tratamos en este apartado, es justamente el tipo de interpretaciones
en las que los autores de los que ahora nos ocupamos han evitado incurrir en sus
trabajos).
Así, una tercera novedad común a estos autores ha sido revertir, en gran medida, el
esquema marshalliano, señalando que en América Latina, al contrario que en Europa, la
extensión de los derechos políticos liberales fue excepcionalmente temprana y que en
cualquier caso se adelantó o fue en paralelo a la extensión de los derechos civiles a lo
largo de los tres primeros cuartos del siglo XIX; además, a partir de finales de dicho
siglo lo que se produjo fue el proceso contrario, es decir, la restricción de derechos
políticos a amplios grupos de población que ya gozaban de ellos previamente. En lo que
a nosotros respecta con relación al presente trabajo, eso significa que los autores
especializados en los estudios de ciudadanía han sacado a la luz las profundas
diferencias que existieron entre la cultura política de los liberales en Europa y el
ejercicio de aplicación radical de los derechos políticos (muy heredero aún del
pensamiento iluminista y utilitarista, como bien han resaltado Teresa García o Adolfo
Bonilla para el caso centroamericano39
) que llevaron a cabo las élites criollas del nuevo
38
Para una revisión reciente de la aplicabilidad del esquema marshalliano al caso español, véase el
volumen colectivo editado por Manuel Pérez Ledesma: De súbditos a ciudadanos: una historia de la
ciudadanía en España. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007.
39
García Giráldez, Teresa: “El debate sobre la nación y sus formas en el pensamiento político
centroamericano del siglo XIX”, en Casaus Arzú, Marta y García Giráldez, Teresa, Las redes
17. mundo durante la primera fase de la formación de las nuevas repúblicas.
Para abrir este apartado, debemos mencionar que uno de los puntos en los que se
fijó más tempranamente la historiografía latinoamericanista preocupada por la
reconstrucción de los procesos y ámbitos en los que se produjo la ciudadanización de
amplias capas de población fue en la conformación de “nuevos espacios públicos” como
características sine qua non de la modernidad política en la región. El punto de arranque
de la mayor parte de estos trabajos se sitúa en la obra clásica de Jürgen Habermas,
Historia y crítica de la opinión pública: la transformación estructural de la vida
pública, publicada originalmente en alemán en 196240
.
Así, entre los autores que primero se ocuparon de la génesis de estos nuevos
espacios públicos en América Latina podemos mencionar a Jean-Pierre Bastian, que
abrió la veda a este tipo de trabajos centrándose en el papel de las sociedades
protestantes y las logias masónicas en la circulación de las nuevas ideas políticas desde
la década de los años 1830 hasta finales del siglo XIX41
y, sobre todo, a François-Xavier
Guerra y Annick Lempérière, quienes consiguieron apuntar y aglutinar en una temprana
obra colectiva gran parte de los temas, los enfoques y las preocupaciones que
informarán la mayor parte de los trabajos posteriores sobre esfera pública, espacios
intelectuales centroamericanas: un siglo de imaginarios nacionales (1820-1920). Guatemala: F&G
editores, 2005 y “Nación cívica, nación étnica en el pensamiento político centroamericano del siglo XIX”,
en Casaus Arzú, Marta Elena y Peláez Almengor, Óscar (eds.), Historia intelectual de Guatemala.
Guatemala: UAM-AECI-CEUR, 2001; Bonilla Bonilla, Adolfo: Las ideas económicas en la
Centroamérica ilustrada., 1793-1838. San Salvador: FLACSO, 1999. Para un ámbito más amplio que
abarca de forma fragmentaria el espacio latinoamericano en su conjunto, véase Jorge Myers: “Los
intelectuales latinoamericanos desde la colonia hasta el inicio del siglo XX”, en Carlos Altamirano (dir.),
Historia de los intelectuales en América Latina. Vol. I (editado por Jorge Myers): La ciudad letrada, de
la conquista al modernismo. Buenos Aires: Katz, 2008, pp. 29-53. Un excelente estudio sobre la cultura
política de las élites decimonónicas chilenas es el de Ana María Stuven: La seducción de un orden: las
élites y la construcción de Chile en las polémicas culturales y políticas del siglo XIX. Santiago de Chile:
Universidad Católica de Chile, 2000.
40
Aunque la obra fue publicada en ese año, para el ámbito que nos ocupa —el de la historiografía
latinoamericanista— nos interesa más el hecho de que fue traducida al castellano en 1981 [Barcelona:
Gustavo Gili] pero su influencia a gran escala en la historiografía no se hace notar hasta principios de la
década de los 90, cuando el texto es traducido al inglés, dando lugar a una amplia polémica que se plasma
en publicaciones monográficas dedicadas a una crítica minuciosa de diversos aspectos de la obra desde
diversas perspectivas; con réplicas del propio Habermas en prólogos a sucesivas ediciones. Este
fenómeno ya lo menciona Hilda Sabato en su reseña uno de los libros fundamentales que abre este nuevo
campo de estudio en América Latina, el de Francois-Xavier Guerra y Annick Lempérière (eds.): Los
espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII-XIX. México: FCE, 1998,
que puede consultarse en http://foroiberoideas.cervantesvirtual.com/resenias/data/28.pdf. Para una
aproximación a la polémica suscitada por la traducción del libro de Habermas en el mundo anglosajón,
véase Craig Calhoun (ed.): Habermas and the public sphere. Cambridge: MIT Press, 1992.
41
Jean-Pierre Bastian: Los disidentes: sociedades protestantes y revolución en México, 1872-1911.
México: FCE, 1989 y Protestantes, liberales y francmasones: sociedades de ideas y modernidad en
América Latina, siglo XIX. México: FCE, 1990.
18. públicos y opinión pública42
.
Esta segunda obra presenta ya una de las características fundamentales de la
renovación de la escuela historiográfica de Guerra que hemos mencionado
anteriormente: la preocupación por marcar continuidades entre el Antiguo Régimen y el
advenimiento de la modernidad política en América Latina. Y si antes relacionábamos
esta preocupación con su interés en rastrear en las tradiciones filosófico-políticas de la
monarquía hispana los gérmenes de las respuestas, iniciativas y soluciones contextuales
que se dieron al repentino vacío de poder y legitimidad de 1808, en dicha obra las
continuidades se manifiestan en la atención otorgada a la temprana génesis de “nuevos
espacios públicos”. Dicha obra fija su atención, concretamente, en la temprana aparición
en América Latina de lugares físicos —cafés, sociedades, casinos, tertulias literarias,
etc.— e inmateriales —como la prensa— atravesados por características de cuño
“moderno”, en términos habermasianos: pluralidad, desjerarquización e imperio del
modo de racionalidad de lo que el autor alemán denomina el “público deliberante”43
. La
aparición de ese tipo de espacios queda fijada en las postrimerías del siglo XVIII,
marcando de nuevo de ese modo las continuidades entre el antiguo régimen colonial y el
nuevo mapa republicano decimonónico a través del estudio de los lugares de formación
de una “opinión pública”, compuesta por un público específico, nutrida de nuevas ideas
y, sobre todo, armada con la experiencia de nuevas prácticas asentadas en normas y
formas de racionalidad específicamente modernas44
.
42
Véase François-Xavier Guerra y Annick Lempérière (eds.): Los espacios públicos...
43
Véase Jürgen Habermas: Historia y crítica… Por supuesto, dicha pluralidad y desjerarquización se da
entre pares letrados, en términos del crítico de la cultura Ángel Rama. La mayor parte de las críticas que
Habermas recibió tuvieron que ver con la estricta caracterización del período histórico y el tipo de público
al que queda asociada en su obra la génesis de la opinión pública. Ese estado, en cierto modo “prístino”,
de una opinión pública informada, racional y deliberante sería radicalmente histórico en el sentido de que
sólo podría verificarse en el marco de una esfera pública restringida, conformada por los públicos letrados
aristocráticos y burgueses de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Para una caracterización de las
diferentes “fases” de la opinión pública en Latinoamérica a lo largo del siglo XIX véase Elías Palti: “La
transformación estructural de la esfera pública latinoamericana en el siglo XIX y el surgimiento del
modelo proselitista de opinión pública”, en Marta Elena Casaus Arzú y Manuel Pérez Ledesma (eds.):
Redes intelectuales…, pp. 23-39; y Annick Lempérière: “Versiones encontradas del concepto de opinión
pública. México, primera mitad del siglo XIX”, en Historia Contemporánea, nº 27, 2003, pp. 565-581.
44
Sobre el temprano surgimiento de una esfera y una opinión pública con dichas características, de nuevo
sin ánimo de ser exhaustivas, véanse Joëlle Chassin: “La invención de la opinión pública en Perú a
comienzos del siglo XIX”, en Historia Contemporánea, nº 27, 2003, pp. 631- 646; Scott Eastman: “Las
identidades nacionales en el marco de una esfera pública católica: España y Nueva España durante las
guerras de la independencia” y Mariana Terán Fuentes: “De la nación española a la federación mexicana.
La opinión pública y la formación de la nación”, ambos en Jaime E. Rodríguez O. (coord.): Las nuevas
naciones. España y México, 1800-1850. Madrid: Mapfre, 2008, pp. 75-99 y 125-145; Paulette Silva
Beauregard: “Redactores, lectores y opinión pública en Venezuela a fines del período colonial e inicios de
la independencia (1808-1812)”; Hilda Sabato: “Nuevos espacios de formación y actuación intelectual:
prensa, asociaciones, esfera pública (1850-1900)”; y Ana María Stuven: “El exilio de la intelectualidad
19. Podemos aseverar que la apertura en los años 90 del estudio de los procesos de
génesis de una esfera pública burguesa como base para la conformación de una “cultura
política” específicamente moderna, asentada sobre la entronización del concepto de
“opinión pública” deliberante en tanto que mecanismo extrainstitucional imprescindible
para el buen funcionamiento de la esfera política decimonónica, ha tenido como efecto
una multiplicación de la bibliografía y los trabajos enfocados en dos direcciones: la
primera de ellas, centrada en el análisis del funcionamiento y la trascendencia de
variopintos escenarios de circulación de ideas y de materiales impresos, de deliberación
y toma de decisiones políticas y de discusión pública de los asuntos colectivos; la
segunda, enfocada al estudio de los contenidos de los materiales impresos que
circulaban por dichos espacios, a los modos de formulación y discusión ideas en esos
nuevos foros y, en última instancia, a los modos discursivos en los que se articuló el
concepto de “opinión pública” con el ámbito de lo político en diversos espacios
regionales y en diferentes períodos y fases45
.
En cuanto al análisis de los procesos de extensión y restricción de la ciudadanía,
posiblemente han sido Mónica Quijada, en sus estudios sobre el caso argentino, y Marta
Casaus, haciendo lo propio para Guatemala, quienes han marcado la pauta a la hora de
estudiar esta vertiente de los procesos de conformación de los Estados y de los
imaginarios nacionales decimonónicos. En el caso de Quijada, sus magistrales trabajos
han sacado a la luz que en el caso argentino se dio una extensión del sufragio
excepcionalmente temprana, produciéndose en paralelo una dinámica de
"ciudadanización" identitaria que intentó subsumir otras identidades —especialmente
las étnicas de indígenas, afrodescendientes y mestizos, así como las regionales,
extremadamente potentes hasta la década de 1860— en el marco vacío del "ciudadano
elector" de la República Argentina. No obstante, esta misma autora señala cómo, hacia
finales del siglo XIX, la cultura política teñida de optimismo y vocación igualadora de
los primeros liberales se va poco a poco poniendo en cuestión a raíz de la extensión de
argentina: polémica y construcción de la esfera pública chilena (1840-1850)”, los tres en Carlos
Altamirano (dir.): Historia de los intelectuales…, vol. I, pp. 145-168, pp. 387-411 y 412-441; Diego
Castillo Hernández: “Itinerario historiográfico de la esfera pública y los espacios públicos en el México
decimonónico”, en Ricardo Forte y Natalia Silva Prada (coords.), Cultura política en América….
45
Véanse, entre otras publicaciones, Cristina Sacristán y Pablo Piccato (coords.): Actores, espacios y
debates en la historia de la esfera pública en la ciudad de México. México: Instituto Mora, 2005; Paula
Alonso (comp.): Construcciones impresas. Panfletos diarios y revistas en la formación de los estados
nacionales en América Latina, 1820-1920. Buenos Aires: FCE, 2004; o Alberto Lettieri: La República de
la Opinión: política y opinión pública en Buenos Aires entre 1852 y 1862. Buenos Aires, Biblos, 1998.
20. los territorios de la república hacia la pampa sur y el Chaco, así como ante la llegada
masiva de inmigrantes procedentes del sur de Europa —en contra de los deseos
explícitos de pensadores argentinos como Sarmiento o Alberdi46
—, comenzando así la
fase "restrictiva" de la ciudadanía en torno a la década de 1880. A partir de entonces, el
énfasis de la política argentina no va a situarse en tratar de incorporar a los nuevos
espacios políticos y a los supuestos en los que estos se basaban a la mayor cantidad
posible de ciudadanos, subsumiendo otras "culturas" previas a la cívico-política liberal,
sino en tratar de preservar unas instituciones republicanas que se sienten amenazadas
ante la avalancha de sujetos cultural y racialmente diferentes47
.
Por su parte, Marta Casaus y Teresa García Giráldez han realizado a través de
diversas obras en colaboración o por separado48
un estudio basado en presupuestos
similares para el caso de Centroamérica. Dichas autoras han tratado de reconstruir la
oscilación de la ciudadanía en la Guatemala de 1820 a 1920, afirmando que el proceso
de configuración y delimitación de un cuerpo de sujetos soberanos estuvo marcado por
una dinámica alterna de inclusión y posterior exclusión de grandes grupos poblacionales.
Casaus y García Giráldez llegan a conclusiones parecidas a las presentadas por Quijada
en sus trabajos sobre Argentina. Si bien en las primeras décadas del siglo XIX, tras la
independencia de la región, se puso en práctica un intento de construcción de un tipo de
nación que ellas denominan “cívica” —es decir, marcada por una vocación igualitarista
y, por lo tanto, por la voluntad de inclusión y equiparación de derechos de amplios
grupos de población, sin atender a su adscripción étnica o proveniencia geográfica—, en
el último cuarto de dicho siglo la ciudadanía sufrió un proceso de clausura progresiva
—o, en términos de las autoras que nos ocupan, de triunfo del modelo de “ciudadanía
civilizada”—, por medio del cual cada vez mayores contingentes poblacionales fueron
quedando excluidos de sus derechos de elegir representantes o ser elegidos como tales.
Como las autoras señalan, dadas las condiciones socioeconómicas de la región en dicho
período, en la práctica, dicho “momento” de exclusión se tradujo en el despojo de los
46
Véanse algunos de los textos fundacionales en los que dichos pensadores plasmaron de forma más
explícita sus deseos de albergar la mayor cantidad posible de inmigrantes procedentes del norte de Europa,
portadores de progreso y civilización en su cultura pragmática y hábitos de trabajo productivo
(“inteligente y moral”, en términos de Alberdi), y en su propio cuerpo, depósito de genes de raza blanca.
Véanse, como ejemplos, Sarmiento, Domingo Faustino: Facundo: civilización y barbarie en las pampas
argentinas [1845]. Madrid: Cátedra, 1990; o Alberdi, Juan Bautista: Bases y puntos de partida para la
organización política de la República Argentina [1851]. Buenos Aires: Desalma, 1964.
47
En este sentido, no podemos dejar de señalar que uno de los principales aportes de este tipo de estudios
ha sido extender los estudios sobre ciudadanía a una serie de fenómenos y procesos que van más allá del
sufragio. Véanse Mónica Quijada: Homogeneizar la nación, 2000; y "¿Qué nación?"....
48
Y, sobre todo, en su obra conjunta Las redes intelectuales centroamericanas…
21. derechos de ciudadanía a los habitantes de origen indígena, de hecho, la amplia mayoría
de la población del país en términos cuantitativos.
Asimismo, para el ámbito boliviano, Rossana Barragán ha realizado un trabajo
similar centrándose cómo se produjeron los procesos de exclusión de los indígenas, pero
también de las mujeres, de los espacios de participación ciudadana49
.
En el campo de los estudios sobre “cultura política”, los aportes fundamentales de
autoras como Casaus, García, Barragán o Sonia Alda, Arturo Taracena, Artemis Torres,
Patricia Arroyo o Regina Fuentes han sido de una doble índole. Por un lado, han
señalado las fallas de la historia política tradicional, basada en la reconstrucción de una
suerte de dicotomía fundacional entre “liberales” y “conservadores” en el continente,
señalando ciertas continuidades en el sustrato conceptual sobre el que se articularon sus
entramados discursivos: la fundamental de ellas, los imaginarios compartidos en lo que
atañía a las diferencias raciales, su jerarquización y a la necesidad de proyectar dichas
representaciones en los órdenes social, político e institucional. En segundo lugar, la de
señalar la coexistencia sincrónica de “culturas políticas” —en el sentido de
interpretaciones radicalmente enfrentadas de algunos de los conceptos vertebradores de
la modernidad en la región, como el de “raza”, en este caso— diversas en el seno de lo
que tradicionalmente se ha etiquetado de forma indiscriminada como “liberalismo”,
generando durante varias décadas un efecto de opacamiento del, hoy por hoy, muy
fructífero campo de estudio de los lenguajes políticos del período decimonónico, así
como de las primeras décadas del siglo XX50
. En este último sentido, el rastreo
49
Rossana Barragán: Indios, mujeres y ciudadanos…
50
En este sentido, podríamos afirmar que muchos de los discursos tradicionalmente considerados como
parte de un enorme e indiferenciado saco de discursos dispares definidos genéricamente como “liberales”,
están siendo cada vez más matizados por los historiadores del período. Solamente en el área
centroamericana, Marta Casaus y Teresa García han contribuido a rescatar la veta del “espiritualismo
nacionalista” o “vitalista”, de la teosofía, la heliosofía, y de todos aquéllos discursos de índole espiritual
que pernearon la esfera pública y la política con gran fuerza a finales del siglo XIX y principios del XX,
influyendo profundamente en proyectos alternativos de articular la ciudadanía y de representar la nación,
valorando la diversidad étnica y cultural de sus habitantes. Véase Las redes intelectuales…, así como
Regina Fuentes Oliva: “Espiritualismo, vitalismo y teosofía en el pensamiento de una red de intelectuales
de 1920”, en Marta Elena Casaus (ed.), El lenguaje de los "-ismos" en América Latina, siglos XIX y XX.
Guatemala: F&G editores, en prensa; otros autores que han rescatado dicha veta espiritualista del
pensamiento filosófico y social latinoamericano, aunque desde una perspectiva más cercana a la historia
de las ideas y sin incidir de forma tan clara en los efectos políticos de la misma han sido Arturo Ardao:
Espiritualismo y positivismo en Uruguay. México: FCE, 1950; Arturo Andrés Roig: El espiritualismo
argentino entre 1850 y 1900. Puebla: José M. Cajica, 1972; o más recientemente Eduardo Devés Valdés:
“El entorno arielista”, en Del Ariel de Rodó… Por último, no podemos dejar de mencionar que esta
“deconstrucción” y reconstrucción en otros términos de lo que tradicionalmente se catalogó como
pensamiento liberal ha tenido un asombroso impulso en el redescubrimiento de la tradición del
pensamiento republicano clásico en América Latina, un hallazgo que en estos momentos está
reconfigurando por completo el campo de la historia política en la región. No obstante, de dicho tema nos
22. efectuado por Alda y Arroyo de las “culturas” y el lenguaje político empleado por los
diferentes actores sociales, en este caso sectores dirigentes y comunidades indígenas y
las mujeres, a la hora de interpretar con marcos propios y negociar con los demás
actores las doctrinas y los nuevos modelos políticos resulta clave para comprender el
período51
.
En términos más amplios y en lo que compete a la estructura general de este texto,
que trata de dar cuenta del impacto que la noción de “cultura política” ha tenido en el
ámbito de la historia —primordialmente— y las ciencias sociales latinoamericanas y
latinoamericanistas, el análisis de la obra de las autoras recién citadas nos remite a uno
de los aspectos cruciales que ha contribuido a la profunda renovación de los estudios
sobre ciudadanía en la región: la constatación de que no es posible comprender las
dinámicas de inclusión-exclusión de amplios sectores de la población a lo largo de los
siglos XIX y XX sin atender a determinadas estrategias de fijación de la naturaleza de
los diferentes grupos sociales en competición por formar parte integrante de las nuevas
comunidades políticas “modernas”.
Esta constatación ha generado una explosión en el campo de los estudios sobre
ciudadanía en los últimos años; los trabajos en torno a esta cuestión se han multiplicado
y, sobre todo, han ampliado su alcance y han multiplicado sus focos de atención. En
ocuparemos más adelante con mayor profundidad.
51
Sonia Alda ha contribuido a destacar las estrategias de apropiación del lenguaje político liberal por
parte de las élites indígenas en Guatemala, adaptándolo a la “cultura política” de las comunidades del
altiplano, lo que les permitió interlocutar en la arena pública en términos políticos similares a los de los
liberales del período, consiguiendo así hacerse un espacio en la esfera pública en el que defender sus
intereses colectivos durante toda la primera mitad del siglo XIX; véase Sonia Alda Mejías: La
participación indígena en la construcción de la República de Guatemala, siglo XIX. Madrid: UAM, 2002.
También Arturo Taracena, en una ambiciosa obra de largo alcance temporal, ha rastreado las
ambivalentes relaciones entre los diferentes grupos étnicos guatemaltecos, así como entre las oligarquías
urbanas ladinas, las élites indígenas del occidente del país y la población indígena a lo largo de los siglos
XIx y XX; véase Arturo Taracena (comp): Etnicidad, Estado y Nación en Guatemala. Antigua Guatemala:
CIRMA, 2004. Por otro lado, Artemis Torres fue pionera en la revisión del período de finales del siglo
XIX y principios del siglo XX, trazando una buena cartografía del pensamiento filosófico de la época y
sus fuertes intersecciones con la praxis política de los gobiernos reformistas de Justo Rufino Barrios,
véase Artemis Torres Valenzuela: El pensamiento positivista en la historia de Guatemala (1871-1900).
Guatemala: Universidad de San Carlos, 2000. Por último, Patricia Arroyo se ha ocupado del papel de las
intersecciones entre el pensamiento político liberal, el catolicismo y la teoría estética romántica en la
conformación de una identidad femenina hegemónica que reivindicó su papel activo en la comunidad
política desde la esfera pública letrada, véase: “La influencia del moralismo español en la prensa
femenina guatemalteca”, en Manuel Pérez Ledesma y Marta Casaus Arzú (eds.): Redes intelectuales y
formación de naciones en España y América Latina, 1890-1940. Madrid: UAM, 2005 y "Liberalismo,
catolicismo y romanticismo: la construcción discursiva de la identidad femenina en América Central
(1880-1922)", en Marta Elena Casaus Arzú (ed.): El lenguaje de los “-ismos”…
23. este sentido, podríamos decir que los estudios sobre “ciudadanía” en América Latina se
han complejizado, puesto que han incorporado nuevas perspectivas de análisis y
novedosos enfoques teóricos y metodológicos procedentes de la antropología, la
sociología de la cultura y los estudios culturales y postcoloniales que han contribuido a
incorporar nuevos temas y a ampliar el campo de los estudios históricos sobre la
ciudadanía.
En nuestra opinión, hoy por hoy pueden distinguirse cuatro grandes tendencias en
este tipo de trabajos:
a) en primer lugar, nos encontramos con las investigaciones encaminadas
a establecer los marcos institucionales, filosófico políticos e ideológicos en el seno de
los cuales se han producido los grandes procesos de exclusión e incorporación de
determinados contingentes de población a los derechos civiles, políticos y sociales en
América Latina, que entiende generalmente la noción de “ciudadanía” como un
movimiento en ondas progresivas y regresivas que, en última instancia, conduce a la
incorporación de la práctica totalidad de la población de un Estado a la ciudadanía en
los regímenes democráticos52
;
b) en segundo lugar, nos encontramos con investigaciones acerca del
accionar de los grupos que han luchado o pugnan por incorporarse a la ciudadanía, en
una doble vertiente: la de la agencia de dichos grupos como fuente de los procesos de
construcción identitaria de los mismos53
o la de la agencia política como vehículo de
aprendizaje e incorporación disciplinaria de la ortodoxia de las prácticas cívicas
52
En esta línea existen trabajos muy interesantes que rastrean históricamente las formas específicas de
configuración de los espacios políticos en áreas geográficas determinadas. Sin pretender ser exhaustivas,
véanse Deborah Yashar: Demanding democracy: reform and reaction in Costa Rica and Guatemala
(1870s-1950s). Stanford: Stanford University Press, 1997; José Murilo de Carvalho: Ciudadanía en
Brasil: el largo camino. La Habana: Casa de las Américas, 2004; Carolina Guerrero: Súbditos ciudadanos:
antinomias en la ilustración de la América andina. Caracas: CELARG, 2006; Sergio Quezada (coord.):
Encrucijadas de la ciudadanía y la democracia: Yucatán, 1812-2004. Mérida: Universidad Autónoma de
Yucatán, 2005; o Sarah C. Chambers: From subjects to citizens: honor, gender and politics in Arequipa,
Perú, 1780-1854. University Park: The Pennsylvania State University, 1999.
53
Véanse, sobre todo, los trabajos de Elizabeth Jelin para el conjunto de América Latina y el Cono Sur en
particular: Ciudadanía e identidad: las mujeres en los movimientos sociales latinoamericanos. Ginebra:
Naciones Unidas, 1987; Elizabeth Jelin y Eric Herschberg: Construir la democracia: derechos humanos,
ciudadanía y sociedad en América Latina. Caracas: Nueva Sociedad, 1996 y E. Jelin, sobre el papel de la
memoria en la construcción de las identidades colectivas, Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo XXI,
2002; para América Central, véase Roderick Brett: Movimientos sociales, etnicidad y democratización en
Guatemala, 1985-1996. Boston: Brill, 2008. Véanse también Ricardo Cicerchia, Angela T. Thompson y
Mary Nash: Identidades, género y ciudadanía: procesos históricos y cambio social en contextos
multiculturales en América Latina. Quito: Abya Yala, 2005; o Simón Pachano (comp.): Antología:
ciudadanía e identidad. Quito: FLACSO, 2003; para un estudio comparativo sobre etnicidad, ciudadanía
y nación, véase Claudia Dari (comp.): La construcción de la nación y la representación ciudadana en
México, Perú, Ecuador, Bolivia. Guatemala: FLACSO / Serviprensa, 1998.
24. instituidas;
c) en tercer lugar, nos encontramos con un desplazamiento del foco de
atención en los estudios sobre ciudadanía en una serie de trabajos que indagan en los
procesos discursivos e institucionales a través de los cuales se han configurado
históricamente en la región las representaciones compartidas acerca de la “naturaleza”
de los sujetos sociales y sobre su papel en el espacio público y la comunidad política,
incidiendo especialmente en la importancia que la construcción de los imaginarios
dominantes acerca de la “raza”, la etnia, y el género 54
tuvo en la extensión y
consolidación de prácticas políticas e institucionales excluyentes, discriminadoras e
incluso genocidas;
d) por último, en cuarto lugar, existe una serie de estudios sobre
ciudadanía que tratan, ya no desde el plano historiográfico, de explorar los desafíos que
las nuevas identidades emergentes articuladas en torno a elementos definitorios
específicamente culturales están planteando a las viejas lecturas acerca de la ciudadanía,
la participación y el papel del Estado frente a grupos étnicos y culturales diferenciados y
recientemente empoderados55
.
No obstante esta clasificación, no debemos dejar de mencionar que la cartografía
54
En este sentido, los estudios sobre ciudadanía más recientes han privilegiado los procesos de
construcción identitaria de indígenas, afrodescendientes y mujeres, mientras que se han tratado en mucha
menor medida otros colectivos como los campesinos o los obreros, que gozaron de gran preponderancia
en la historia social de corte marxista desde los años 60 hasta los 80.
55
De aquí la proliferación de publicaciones en torno a la relación entre ciudadanía y cultura desde la
perspectiva de la ciudadanía multi o intercultural, con una cierta sobreabundancia de producción en torno
a los efectos y desafíos del neoindigenismo en América Central (y en Guatemala y México en particular)
y el área andina. Véanse, sólo a modo de ejemplo, los trabajos de Kay Warren: Indigenous movements
and their critics: Pan-Mayan activism in Guatemala. Princeton: Princeton University Press, 1998; y Kay
Warren y Jean E. Jackson (eds.), Indigenous movements, self-representation, and the State in Latin
America. Austin: University of Texas Press, 2002; Deborah Yashar: Contesting citizenship in Latin
America: the rise of indigenous movements and the postliberal challenge. Cambridge: Cambridge
University Press, 2005; Álvaro Bello: Etnicidad y ciudadanía en América Latina: la acción colectiva de
los pueblos indígenas. Santiago de Chile: CEPAL, 2004; los trabajos de Laura Valladares de la Cruz: “La
política de la multiculturalidad en México y sus impactos en la movilización indígena: avances y desafíos
en el nuevo milenio”, en Fernando García (comp.), Identidades, etnicidad y racismo en América Latina.
Quito: FLACSO, 2007 y Laura Valladares, Scott Robinson Studebaker y Héctor Tejera Gaona (coords.):
Política, etnicidad e inclusión digital en los albores del milenio. México: UAM-Iztapalapa, 2007; Diane
M. Nelson: Un dedo en la llaga: cuerpos políticos y políticas del cuerpo en la Guatemala del quinto
centenario. Guatemala: Cholsamaj, 2006; Peter Wade, Fernando Urrea y Mara Viveros (ed.): Raza,
etnicidad y sexualidades: ciudadanía y multiculturalismo en América Latina. Bogotá: Universidad
Nacional de Colombia, 2008 o Santiago Alfaro, Juan Ansión y Fidel Turbino (eds.), Ciudadanía inter-
cultural: conceptos y pedagogías desde América Latina. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú,
2008. También las reflexiones generales acerca de la problemática relación entre ciudadanía y cultura,
como Jorge Enrique González (ed.), Ciudadanía y cultura. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia,
2007; o desde un punto de vista más jurídico, Bartolomé Clavero y Laura Giraudo (eds.), Ciudadanía y
derechos indígenas en América Latina: poblaciones, estados y orden internacional. Madrid: Centro de
Estudios Políticos y Constitucionales, 2007.
25. del campo de los estudios sobre ciudadanía que acabamos de presentar no deja de ser
artificial, puesto que las propuestas más novedosas en esta área se caracterizan por su
interdisciplinariedad, así como por el entrecruzamiento y las intersecciones entre estos
aspectos básicos de las preocupaciones en torno a los procesos históricos de
configuración de la ciudadanía, a la configuración de las identidades colectivas, la
sedimentación social de los estereotipos y los imaginarios colectivos sobre los grupos
subalternos y la relación entre ciudadanía, cultura, Estado y nuevas identidades56
.
A continuación, dados los límites que impone la extensión de un texto de estas
características, vamos a ocuparnos de solamente de dos de las ramas mencionadas hasta
el momento en los estudios sobre cultura política y ciudadanía, pues consideramos que
son aquéllas que han sufrido una renovación más profunda en el marco de una nueva
historiografía de carácter mucho más interdisciplinar: en primer lugar vamos a abordar
algunos de los estudios más representativos sobre el papel de la cultura en la
conformación de los estereotipos y las representaciones sobre la “naturaleza” de
indígenas, afrodescendientes y mujeres; y, en segundo, nos centraremos en la radical
renovación de las interpretaciones centradas en la interpretación de las complejas
relaciones entre cultura política, ciudadanía y violencia.
La “cultura política” y la conformación de las identidades colectivas
En las últimas décadas y a raíz de los trabajos de Charles Hale y Tzvetan
Todorov57
sobre la vertiente del pensamiento racial y su influencia en América Latina,
pero también en la estela de la atención renovada que ha concedido la teoría
poscolonial 58
a los complejos entramados discursivos, institucionales y, en última
56
Para terminar con el repaso bibliográfico acerca de los trabajos que relacionan ciudadanía, agencia
política y cultura, no queremos dejar de mencionar que, si bien la mayoría de los trabajos se han centrado
en explorar la relación entre ciudadanía y nuevas identidades, existe una línea de investigación más
vinculada al campo de los estudios culturales y al análisis y la propuesta de nuevos modos de accionar
público en democracias más participativas. En este sentido queremos destacar el trabajo pionero de Doris
Sommer (ed.): Cultural agency in the Americas. Durham: Duke University Press, 2008 y los trabajos en
torno a la experiencia de la alcaldía de Bogotá como plataforma de impulso de una nueva cultura del
ciudadano responsable y participativo en la estela de las teorías políticas del nuevo republicanismo cívico;
véase Liliana López Borbón: Construir ciudadanía desde la cultura: aproximaciones comunicativas al
programa de Cultura Ciudadana (Bogotá, 1995-1997). Bogotá, Alcaldía Mayor, 2003.
57
Véanse Tzvetan Todorov: Nosotros y los Otros. México: Siglo XXI, 1991; Charles Hale, “El
pensamiento racial en América Latina”, en Leslie Bethell, Historia de América Latina, vol. VIII.
Barcelona: Crítica, 1992.
58
Véase, por ejemplo, la importancia que Robert J. C. Young concede a la raza como el elemento
estructurador de la modernidad occidental y el papel protagónico y precursor que otorga a las
codificaciones étnico-fenotípico-raciales latinoamericanas en el proceso de institucionalización de su
26. instancia, culturales, que configuraron la idea de “raza” una categoría fundamental para
el ordenamiento y jerarquización del mundo político y social, han surgido nuevas
lecturas del liberalismo y del positivismo a partir de la centralidad de dicho concepto,
así como la importancia de la codificación de la diferencia étnica, para poder explicar
las dinámicas políticas, sociales e intelectuales de la América Latina de los siglos XIX y
XX.
Así, podemos destacar los trabajos de Waldo Ansaldi y Patricia Funes sobre la
importancia de la raza como concepto clave sobre el que se basó la legitimidad del
orden oligárquico latinoamericano o el trabajo de Beatriz Urías sobre México, en el que
desvela la importancia de la idea de “raza” para la conformación de la nación
homogénea. En una línea similar se encuentran los trabajos de Marisol de la Cadena
para Perú, en los que la autora analiza el peso de la raza como elemento de construcción
de la “ciudadanía decente” entre la oligarquía cuzqueña o los trabajos de una gran
cantidad de autores, entre los cuales podemos destacar los de Eni de Mesquita y Lilia
Moritz Schwarcz, para quienes la cuestión racial fue el eje central de la interpretación
del Brasil moderno. Para el caso de Guatemala, destacan los trabajos de Marta Casaus
para la que el racismo constituye el elemento histórico-estructural sobre el que se
construyó la nación eugenésica y en base a la cual se excluyó a los indígenas de la
ciudadanía a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y a principios del XX. Estos
autores desvelan la enorme importancia que tuvo la noción de “raza” que tuvieron las
teorías regeneracionistas y eugenésicas en la formación de las naciones
latinoamericanas59
.
centralidad, en Colonial desire: hybridity in theory, culture and race. Londres y Nueva York: Routledge,
1995. No olvidemos tampoco que algunos de los reconocidos precursores de la “teoría poscolonial”, tales
como Aimé Cesaire o Frantz Fanon edificaron su obra en torno a la experiencia de la diferencia racial —
en sus dimensiones sociales, políticas y también psicológicas— en la forma que ésta estaba articulada en
América Latina, concretamente en el área del Caribe. Véanse Aimé Cesaire: Discurso sobre el
colonialismo. Madrid: Akal, 2006 y Frantz Fanon: Los condenados de la tierra. México: FCE, 1983.
.59
Waldo Ansaldi y Patricia Funes: “Cuestión de piel, racialismo y legitimidad política en el orden
oligárquico latinoamericano”, en Waldo Ansaldi (coord.), Calidoscopio latinoamericano: Imágenes
históricas para un debate vigente. Argentina: Ariel, 2006, pp. 451-495; Beatriz Urías Horcaditas:
Historias Secretas del racismo en México. México: Tusquets, 2007; Marisol de la Cadena: Indigenous
Mestizos: The politics of race and culture in Cuzco, Perú, 1919-1991. Durham: Duke University Press,
2000; véase también el trabajo comparativo de Claudia Guarisco: Etnicidad y ciudadanía en México y
Perú (1770-1850). México: El Colegio Mexiquense, 2004; Marta Casaus Arzú: Guatemala: Linaje y
Racismo. Guatemala: F&G editores, 2007; Eni de Mesquita Samara: Racismo & racistas: trajetória do
pensamento racista no Brasil. Sao Paulo: Humanitas-FFLCH-USP, 2001; o Lilia Moritz Schwarcz:
Racismo no Brasil. Sao Paulo: Publifolha, 2001. Véanse también Jonathan Warren: Racial revolutions:
antiracism and Indian resurgence in Brazil. Durham: Duke University Press, 2001; Marixa Lasso: Myths
of harmony: race and republicanism during the age of revolution, Colombia 1795-1831. Pittsburgh:
University of Pittsburgh Press, 2007; Nancy P. Appelbaum et alii: Race and nation in modern Latin
America. Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2003. No debemos dejar de mencionar el auge
27. En cualquier caso, si adoptamos una perspectiva diacrónica sobre el surgimiento
de este tipo de trabajos, debemos mencionar que fue a partir de la década de los 60
cuando comenzó a producirse una proliferación de ensayos vinculados a la teoría de la
dependencia, en los que las clases sociales comenzaron a emerger como los
protagonistas principales de la estructura social y de la reformulación de los estados
nacionales. Fue entonces cuando los estudios de las clases subalternas, obreros y
campesinos, así como de las clases dominantes en tanto que demiurgos de la nación
empezaron a cobrar una especial relevancia, siendo aún escasa la presencia de trabajos
sobre mujeres e indígenas60
.
Los análisis basados en la categoría de clase dominante y clase subalterna van a
estar muy vinculados a las teorías del conflicto y del cambio social, así como a las
teorías de la revolución y, a pesar de que en dicha década son escasos los estudios
elaborados desde la perspectiva del lenguaje y la cultura política de dichas clases, sí
podemos mencionar algunos estudios pioneros como los de Octavio Ianni, Warman,
Limoneiro Cardoso, Cardoso y Martinez61
.
de los estudios sobre la conformación de las identidades sociales y políticas de los afrodescendientes, así
como de otras minorías étnicas, por ejemplo, Maxine Molyneux: “Igualdad en la diferencia: género y
ciudadanía entre indígenas y afrodescendientes”, en Mercedes Prieto (ed.), Mujeres y escenarios
ciudadanos. Ecuador: FLACSO, 2008; John Antón: Afroecuatorianos y afronorteamericanos: dos
lecturas para una aproximación a su identidad, historia y lucha por los derechos ciudadanos. Quito:
Fundación Museo de la Ciudad, 2007; Teresa Porzecanski y Beatriz Santos: Historias de exclusión:
afrodescendientes en el Uruguay. Montevideo: Linardi y Risso, 2006; Jorge Ramírez Reyna: Racismo,
derechos humanos e inclusión social: afrodescendientes en el Perú. Lima: Instituto Internacional de
Relaciones Públicas y Comunicaciones, 2006; María Elisa Velázquez Gutiérrez: La huella negra en
Guanajuato: retratos de afrodescendientes en los siglos XIX y XX. Guanajuato: Ediciones de la Rana,
2007; Arturo Rodríguez-Bobb: Un siglo después de la abolición de la esclavitud: los afrodescendientes y
el pensamiento eurocéntrico en Colombia, América Latina y el Caribe: desconstrucción y construcción
de una imagen ciudadana. Berlín: WVB, 2005; o Duncan Quince: Contra el silencio: afrodescendientes y
racismo en el Caribe continental hispánico. San José: EUNED, 2001. Véase también la creciente, aunque
aún escasa producción bibliográfica reciente sobre otras minorías étnicas en el marco de los estados
nacionales latinoamericanos, como Diego L. Chou: Los chinos en Hispanoamérica. San José: FLACSO,
2002; Jorge Alberto Amaya Banegas: Los chinos de ultramar en Honduras. Tegucigalpa: Guaymuras,
2002; Ruth Campos Cabello y Antonio García Romero: Piel de carpa: los gitanos de México. Alcala la
Real: Alcalá Grupo Editorial, 2007; o Pedro Cortés Lombana: “Los gitanos en Colombia”, en Carlos
Vladimir Zambrano: Etnopolíticas y racismo: conflictividad y desafíos interculturales en América Latina.
Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2002.
60
Véanse, como ejemplos de trabajos relevantes de dicho período, AA.VV.: Las clases sociales y la crisis
política en América Latina. México: Siglo XXI, 1977: Pablo González Casanova (coord.): América
Latina: Medio siglo de Historia. Vol. I: América del Sur; y volumen II: Centroamérica y el Caribe.
México: Siglo XXI, 1977 y 1981; o Enrique Florescano (ed.): Haciendas, plantaciones y latifundios en
América Latina. México: Siglo XXI, 1975.
61
Octavio Ianni: Raças e classes sociais no Brasil. Sao Paulo: Ed. Brasilienense, 1987, donde ya se
introduce la cuestión de la ideología de las razas y su vinculación con las clases y la cultura y lenguajes
políticos de dichos grupos; véanse también Arturo Warman: Ensayos sobre el campesinado en México.
México: Nueva Imagen, 1980; Henrique Cardoso y Enzo Faletto: Dependencia y desarrollo en América
Latina: un ensayo sociológico. México: Siglo XXI, 1969 y Severo Martínez: La Patria del Criollo.
Guatemala: EDUCA, 1974, donde el autor desarrolla cuáles han sido las visiones del criollo y de la clase