1. UNIDAD, NO UNIFORMIDAD
Por Rogelio Erasmo Pérez Díaz
Usado con permiso
La iglesia, como cuerpo de Cristo, como novia del Cordero, la Iglesia universal y no una denominación
específica, ha desvirtuado el concepto de unidad. Por lo general, vemos la unidad como todas las cosas
que tenemos en común con aquellos que piensan, actúan y se comportan en manera similar a nosotros.
Esto nos hace unos seres muy miserables.
Imagine un cuerpo que solo tenga brazos. Está condenado a morir irremisiblemente, porque ¿cómo le
hace para respirar, alimentarse, trasladarse de un sitio a otro, etc.? Un conglomerado de brazos no
constituye un cuerpo. Puede ser cualquier otra cosa, pero un cuerpo no es. El cuerpo humano tiene un
sistema respiratorio que permite que tomemos oxígeno del aire y sea adicionado a nuestra sangre y, a la
vez, que nuestra sangre se desprenda del dióxido de carbono. Tiene también un sistema digestivo que le
permite alimentarse. Un cerebro, con el cual piensa, oídos que escuchan, ojos para ver, piernas para
moverse, etc. Ninguno de esos órganos se parece al otro. Tampoco ninguno de esos órganos puede vivir
sin los otros. Es evidente entonces que la uniformidad mata y la unidad da vida. Pero Jesús nos dice en
Juan 10:10 “…yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.”
Si la uniformidad no da vida, entonces no viene de Dios. De Dios es la unidad. La unidad entre entes
diferentes que se complementan, apoyan y ayudan los unos a los otros.
Un error frecuente en los cristianos de estos tiempos es llamar a “trabajar por la unidad”. Cosa absurda
esa. La unidad es una dádiva de Dios y nosotros no tenemos otra cosa que hacer respecto a ella que no sea
preservarla. Todo aquel que de cualquier manera provoca una ruptura de la unidad no trabaja para Dios,
sino contra Dios.
No hay cosa sobre la tierra que los hombres hayan descuidado y agredido más que la unidad del cuerpo.
El Hijo y el Padre son una unidad. Junto con el Espíritu Santo forman un solo Dios. Ellos esperan igual
cosa de nosotros. Juan 17:22 es claro al respecto. Jesús nos dice: “…para que sean uno, así como
nosotros somos uno.” ¿Podemos lograr “ser uno” buscando afinidad tan solo con los que piensan igual
que nosotros, haciendo a un lado a los que piensan diferente? Eso sería algo así como tratar de
mantenernos vivos respirando solamente; sin alimentarnos, ver, escuchar, movernos y pensar.
La unidad tiene que estar basada en la diversidad. Donde no hay diversidad se limita la relación entre los
distintos miembros del cuerpo. Se limita la vida. Nuestra falta de visión al respecto ha limitado, durante
siglos, el presentar en forma convincente a otros las buenas nuevas del evangelio de Jesucristo. ¿Quién va
a creer, quién va a tomar en serio el mensaje de dos individuos que, a pesar de hablar del mismo tema, se
niegan uno al otro? Póngase en el lugar de las personas no cristianas. Si a usted se acerca alguien a
hablarle sobre cualquier tema que ya otro le ha platicado y lo hace diciéndole algo así como: “él es un
mentiroso, yo sí te estoy hablando la verdad”, ¿qué sería lo primero que usted pensara?
En realidad, no sé usted, pero yo pensaría de inmediato que por lo menos uno (o tal vez los dos) es un
mentiroso. Y dudaría de los dos, porque si me hablan de algo de lo cual no estoy al tanto, lo primero que
surge en mí es la duda. Duda de lo dicho por ambos, porque mi desconocimiento anula la capacidad para
discernir quién miente y quién habla la verdad.
Tengo un pequeño testimonio para usted. En innumerables congregaciones se ha puesto “de moda”
blandir como banderas doctrinas de hombres: Calvino, Arminio, Arrio, Scofield, Ryrie, etc. Las personas
que esto hacen, no se andan con remilgos a la hora de atacar al hermano que piensa diferente. Son
“celosos veladores” de “su doctrina”, una doctrina de hombres. Por ejemplo, para los calvinistas
extremos, los arminianos no “clasifican” como cristianos. Cometen dos errores: hacen a un lado la
doctrina de Dios, la sana doctrina, para poner en su sitio una doctrina de hombres, que es igual a decir una
falsa doctrina y hacen a un lado al propio Dios, para suplantarlo y erigirse ellos en jueces.
2. Pablo decía, respecto a la doctrina, en 1 de Corintios 1:10-13: “Os ruego, pues, hermanos, por el
nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros
divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. Porque
he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros
contiendas. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de
Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis
bautizados en el nombre de Pablo?”. Y, referido al juzgar, en Romanos 8:33-34 nos dice: “¿Quién
acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el
que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también
intercede por nosotros.”
En Efesios 4:1-7, Pablo no nos motiva a trabajar para crear la unidad, sino a mantenerla. Él nos dice: “Yo
pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados,
con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos
en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis
también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un
Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. Pero a cada uno de nosotros fue
dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo.”
Observen esta frase: “…soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor…” ¡Ese es el único
trato hacia el hermano que preserva la unidad! ¡Ese es el trato que Dios manda que nos prodiguemos los
unos a los otros!, porque eso (y solo eso) ¡es amor!
En la mayoría de las congregaciones, tratando de practicar la unidad, se impone la uniformidad. En ellas,
la vida espiritual que se practica cotidianamente es totalmente artificial. Usted no puede disentir, tener
una posición, un punto de vista diferente a los “lideres”, porque ellos se han erigido en “jueces”. Han
suplantado a Dios en esta área y son los que deciden cuando usted está “quebrando la unidad”. Esto no es,
ni mucho menos, una tendencia nueva. Ya, en el primer concilio de a iglesia, reflejado en Hechos 15
algunos líderes querían imponer la “uniformidad”. En Hechos 15:1-2 leemos: “Entonces algunos que
venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no
podéis ser salvos. Como Pablo y Bernabé tuviesen una discusión y contienda no pequeña con ellos, se
dispuso que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y a los
ancianos, para tratar esta cuestión.”
Más adelante, en Hechos 15:7-11 Pedro expone: “…Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace
algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen.
Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a
nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora,
pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres
ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de
igual modo que ellos.”
Al parecer, tampoco es un “invento de nuestros tiempos” ver a los cristianos practicar la forma de vida
hipócrita de los fariseos.
Seguidamente, Jacobo también interviene (Hechos 15:19-20) y dice: “…Por lo cual yo juzgo que no se
inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las
contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre.”
Dios ha hablado. Creo que huelgan los comentarios. Sólo creemos procedente, a la luz de las Escrituras,
dejar en claro qué es la unidad: unidad es aceptarnos, amarnos y honrarnos los unos a los otros; todos los
hijos de Dios. Sobre todo es muy saludable practicarlo con aquellos que son enteramente diferentes a
nosotros. La unidad debe estar basada en que las ideas y métodos, como cosas de hombres, un día
pasarán. Pero el amor es un don recibido de Dios. Ese permanecerá para siempre. Es pues, indiscutible
3. que la palabra unidad nada tiene que ver con ideas y conceptos coincidentes. Unidad es compromiso.
Quebramos pues la unidad, cuando creemos tener “patente de corso” para criticar, despreciar y condenar
al hermano porque actúa o piensa diferente a nosotros.
Los líderes, por una costumbre arraigada que hemos heredado del mundo, son por lo general, tomados
como “modelo de conducta” por el resto de los hermanos de la congregación. Las personas están al tanto
de nuestras actitudes, nos observan y escuchan como tratamos a los demás, los términos que usamos para
referirnos a otros suelen ser, frecuentemente, “motivo de conversación”. Analizar la manera en que nos
relacionamos con aquellos que actúan o piensan diferente de nosotros es algo común. Es pues, nuestro
ejemplo, uno de los factores más importantes para ayudarles a no quebrar la unidad del Espíritu. Que el
Señor nos conceda, más que otra cosa, que seamos conocidos por la abundancia de amor en nuestras
vidas.
¿Cómo reacciona usted frente a las diferencias con otros?
¿Ha pensado alguna vez cuán tolerante resulta usted para las gentes con que se relaciona?
¿Qué le falta por cambiar en su vida para seguir avanzando hacia la unidad?
Por todo lo dicho, permítame que arribe a una conclusión:
El hermano (o prójimo, como usted desee llamarle, aunque, no lo dude, se trata de un hermano) que se
congrega en otra “iglesia” que no es de su denominación, es tan hijo de Dios como usted. Él puede
pensar, actuar, alabar a Dios en forma distinta a la suya. Si a Dios le place que así sea ¿quién es usted para
juzgar?
A aquel hermano que sigue una doctrina de hombres, haciendo a un lado la sana doctrina, Dios también le
ha mandado que lo ame. Su doctrina puede ser errada. Dándole la espalda o enfrascándose en una
discusión inútil con él, no lo va a sacar de su error. Eso no le toca a usted: es obra del Espíritu. Debiera
pensar que a lo mejor la doctrina errada es la de usted. ¿Quién lo erigió en juez? Dios es el que juzga. Va
a hacerlo tanto con ese que no se atiene a su Palabra como con usted que no vive el mandato de amor
recibido.
Usted puede tener una visión diferente de la que aquí expuesta. No le pido que me perdone, porque todo
lo que acá se ha dicho está sustentado por evidencia más que suficiente de la palabra de Dios. No le
concedo perdón si es así, porque usted no me ofende a mí, sino a Dios. Sólo puedo clamar a Dios para que
él le perdone.
Usted puede juzgar este punto de vista. Yo no pretendo hacerlo con el suyo. Juzgue Dios entre usted y yo.
Que Dios le bendiga y le dé sabiduría para entender el mensaje.
Este escrito es una contribución de la agrupación para eclesiástica cubana: Ministerio CRISTIANOS UNIDOS.
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