“Puerta de la Sirena”
Castillo de Santiago (siglo XV)
Foto: Óscar Franco
En la imagen aparece la Puerta de la Sirena, portada monumen-
tal del Castillo de Santiago; es de destacar el elemento mítico (la
sirena de doble cola) que pertenece al imaginario simbólico de la
Casa Ducal de Medina Sidonia, el hada Melusina, un ser mítico de
naturaleza acuática que presidía –amparando bajo sus brazos los
escudos de la Casa Ducal- el acceso al interior del castillo y cuya
mirada apuntaba hacia el exterior del mismo, hacia la ribera, hacia
la orilla del Guadalquivir en su desembocadura, precisamente ha-
cia esa misma ribera que vería hacerse a la mar a los barcos de la
Expedición Magallanes-Elcano. Es un elemento característico del
Patrimonio Histórico y Artístico de Sanlúcar de Barrameda, repre-
sentativo del contexto cultural y cronológico (la transición de los
siglos XV a XVI) al que pertenece el horizonte de los grandes via-
jes oceánicos en el que se inserta la I Vuelta al Mundo (1519-1522).
In Medio Orbe
Sanlúcar de Barrameda y la I Vuelta al Mundo
Actas del I Congreso Internacional sobre la I Vuelta al Mundo,
celebrado en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)
los días 26 y 27 de septiembre de 2016
1 8 4 // E L D E R R OT E R O M AG A L L Á N I CO D E B A H Í A D E S A N TA LU C Í A ( 1 5 1 9 )
J E S Ú S V E G A Z O PA L A C I O S // 185
C
EL DERROTERO MAGALLÁNICO DE
BAHÍA DE SANTA LUCÍA (1519).
Consideraciones biogeográficas y antropológicas
Jesús Vegazo Palacios1
uando la armada de Fernando de Maga-
llanes fondeó en la bahía de Santa Lucía
el día 13 de diciembre de 1519 en busca
de nuevos derroteros que abriesen el camino a
las islas Molucas o islas de las Especias, no po-
día imaginarse que esa escala técnica marcaría
la génesis de una epopeya sin precedentes en la
historia de la navegación humana: la primera
circunnavegación planetaria, que demostraría
científicamente la esfericidad de la Tierra. Sin
embargo, no tuvo la trascendencia que en un
principio se pensaba, ya que la ruta hacia Asia
existía pero era casi impracticable. La solución
estribaba en cruzar América por la región más
estrecha, es decir, a través del istmo de Panamá,
adquiriendo esa zona un valor geoestratégico
nuclear en el devenir de los nuevos descubri-
mientos geográficos2
.
La costa de Brasil formaba parte del Novus
Orbis, Nuevo Mundo3
. Fue avistada el 8 de
diciembre de 1519. La flota surcó las aguas
oceánicas navegando paralela al litoral sudame-
ricano. Las tripulaciones de las naos Trinidad,
Concepción, San Antonio, Santiago y Victoria
avistaban exóticas playas arenosas y planas.
Concluyó este cabotaje costero entrando en la
bahía de Janeiro, el día 13 de diciembre, fes-
tividad de Santa Lucía, con cuyo nombre fue
bautizado. Diecisiete años antes, el 1 de enero
de 1502, una flota portuguesa al mando de An-
dré Gonçalves o de Gaspar de Lemos ancló en
esta bahía, creyendo que había descubierto la
desembocadura de un gran río, al que llamaron
Río de Janeiro o Río de Enero. Fondeados en
la rada, comerciaron con los amerindios para
abastecer la flota y seguidamente continuar con
el periplo atlántico.
Fernando de Magallanes fue bien acogido por
los indígenas, haciendo abundantes provisiones
de patatas, piñas, cañas de azúcar, gallinas, gan-
sos, carne de tapir o anta4
y pescado a cambio
de trozos de espejos, cascabeles, cintas, naipes,
vidrios, anzuelos y otros abalorios. Tuvieron la
valentía de adentrarse en la frondosa selva tro-
pical ombrófila, admirando atónitos especies de
animales y plantas endémicas nunca vistas, de
1
Doctor en Historia.
2
DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. (1989): Historia Universal. Edad Moderna. Vives Universidad, Volumen III. Barcelona. p. 88.
3
Denominado desde el descubrimiento de América.
4
Variedad de cerdo amazónico grande y semisalvaje.
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las que seleccionarían algunas para llevarlas a
bordo. Magallanes prohibió con la pena capital
a quienes esclavizaran a estos indios brasileños
o que se ejerciera la violencia porque era cons-
ciente de que aquellos territorios pertenecían a
los dominios de Portugal, pese a que este país no
había tomado posesión militar, ni levantado fac-
torías comerciales o fortificaciones de defensa.
Zarparía el día 27 de diciembre de 15195
.
La bahía de Santa Lucía sería más tarde co-
nocida con el nombre de Guanabara6
, ya que
no era deseable relacionar el nombre de la santa
con bandoleros, piratas, prófugos de la justicia,
maleantes y bandidos, asiduos visitantes de es-
tas aguas, que eran recibidos con entusiasmo
por los indígenas, deseosos de intercambiar pro-
ductos exóticos por cuentas de vidrio, espejos,
peines y baratijas varias7
.
Biocenosis de la Bahía de Santa Lucía: geo-
morfología y sistemas
La bahía de Santa Lucía, hoy de Río de Janeiro,
está enclavada en el borde suroriental del deno-
minado escudo brasileño (zócalo precámbrico,
450-700 millones de años), con presencia de un
gran escarpe de falla. Adopta la típica estructu-
ra germánica en bloques levantados y hundidos,
paralelos a la costa atlántica o en bloques que se
han ido levantando progresivamente en escalera
de fallas hasta los 2.000 y 3.000 metros de alti-
tud8
. Este enorme zócalo o relieve horizontal es
una gran llanura originada en la Era Primaria o
Paleozoica como resultado del arrasamiento por
erosión de cordilleras plegadas en la orogénesis
de esa era. Los materiales precámbricos y pa-
leozoicos de esta área geográfica y alrededores
donde estuvo Magallanes y sus hombres eran
rocas graníticas y silíceas, sometidas a un me-
tamorfismo extremo: granitos, pizarras, cuarci-
tas, amfibolitas y esquistos verdes. De enorme
rigidez, ante nuevos empujes orogénicos, no se
pliegan sino que se fracturan, formando bloques
de fallas. En las áreas donde se depositaron se-
dimentos clásticos, comenzó la laterización del
subsuelo9
.
A poco menos de 100 kilómetros de la bahía,
se aprecia una depresión tectónica o cuenca se-
dimentaria del Cenozoico entre dos conjuntos
de bloques de fallas de la Serra dos Orgâos (Sie-
rra de los Órganos, ya que sus formaciones ro-
cosas en forma alargadas recuerdan los tubos
de los órganos de las iglesias) y los pequeños
macizos antiguos de la costa atlántica.
El clima litoral dominado por los alisios de
la costa oriental brasileña está integrado en el
tropical húmedo con matices ecuatoriales, por
las abundantes lluvias durante casi todo el año
y las elevadas temperaturas medias10
. La combi-
nación de estos elementos climáticos configura
endémicos ecosistemas en el entorno de la bahía
de Santa Lucía, llamando la curiosidad del geó-
grafo de la expedición Antonio Pigafetta.
Lacoste y Salanon incluyen este bioma o pai-
saje bioclimático en el llamado Imperio Neotro-
pical terrestre de América del Sur. Taxonomía
uniforme y genérica que no contempla la singu-
laridad de su biocenosis. A nivel subcontinental,
se desarrollaría una biodiversa flora o fitoceno-
sis de cactáceas (cactus), tropeoláceas (capuchi-
nas)11
y bromiláceas (piña americana)12
. La fau-
na o zoocenosis la compondrían desdentados
xenartros (perezosos, osos hormigueros, tatús),
5
FERNÁNDEZ NAVARRETE, M. (1837): Colección de los viages y descubrimientos, que hicieron por mar los españoles
desde fines del siglo XV. Expediciones al Maluco. Viages de Magallanes y de Elcano. Tomo IV. Madrid., pp. 31 y 210.
6
El término Guanabara proviene del dialecto tupí-guaraní Guanapará que significa “seno del mar” o “parecida al mar”.
7
PIÑÓN, N. (2013): La república de los sueños. Alfaguara.
8
MÉNDEZ, R. y MOLINERO, F. (1984): Espacios y sociedades: Introducción a la geografía regional del mundo. Edito-
rial Ariel. Barcelona
9
En el dominio de la selva tropical, la degradación continua de la roca por la persistencia del calor y la humedad crea la
laterización de los suelos, produciendo suelos ferralíticos característicos de la selva costera de la bahía de Santa Lucía.
10
Ibidem.
11
Plantas tropicales anuales que florecen de junio a octubre, con propiedades culinarias.
12
LACOSTE, A. y SALAMON, R. (1981): Biogeografía. Elementos de Geografía. Oikos-Tau. Barcelona., pp. 40-41.
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gimnótidos (anguilas eléctricas), caimanes y
rhamphastos (tucanes), entre otros.
El clima cálido ecuatorial en su transición al
subtropical húmedo característico de esta bahía
brasileña permite el crecimiento de un bosque
perennifolio ombrófilo (rain forest o lluvio-
so -higrófilo-) de árboles fanerófitos13
, de talla
superior a 10 metros de altura. Exuberancia,
frondosidad bajo cubierta arbórea elevada pero
sin estratificación aparente, prolifera vegetación
anárquica de lianas, enormes plantas herbáceas
de epífitos, matorrales mezclados con un abiga-
rrado y desordenado manto de ramas y troncos
en descomposición orgánica. La intensidad lu-
mínica es muy baja y la troposfera se encuentra
permanentemente en su punto de saturación. Se
trata de la denominada Mata Atlántica o selva
tropical húmeda de Río de Janeiro compuesta
de manglares, lagunas, restinga y pantanos. Pro-
bablemente los expedicionarios magallánicos
contemplaron gigantescos árboles de más de 50
metros altura, recubiertos de raíces adventicias
aéreas que se precipitaban perpendicularmente
hasta penetrar en el suelo (raíces-zancos o patas
de araña de los Pandanus).
Esta selva tropical húmeda se extiende más
allá de la Serra do Mar, cubriendo los macizos
hercinianos costeros y las partes más bajas, in-
cluida la histórica bahía de Santa Lucía. El gra-
diente térmico altitudinal14
, como factor climá-
tico, posibilita que la vegetación se disponga en
pisos, dependiendo de la altura:
Por encima de los 1.500 metros sobre el nivel
del mar se desarrolla el bosque ombrófilo15
, ne-
buloso (presencia permanente de nieblas), con
bajas temperaturas, por lo que las plantas no
llegan a superar los 10 metros de altura. Pre-
sentan morfológicamente troncos y ramas del-
gadas, cortezas rugosas salpicadas de hojas muy
próximas entre sí. Plantas endémicas de esta
área geográfica serían: Ipe-Amarelo (flor símbo-
lo de Brasil), Fedegoso, Jacarandá-Mimoso, Pa-
neira o Barriguda (conocida como palo borra-
cho), Quaresmeira con hermosas flores de color
malva, Embaubá o árbol del perezoso, cedro,
canela así como un gran variedad de bromelias,
heliconias y musgos.
En las áreas escarpadas de las laderas de los
morros,16
situadas entre los 500 y 1.500 metros
sobre el nivel del mar, crece la Floresta de Mon-
taña, conjunto biogeográfico de árboles que
alcanzan los 25 metros de altura, aderezados
con un sotobosque medio denso: Vochysia Lau-
rifolia, Clethra Brasilensis, palmeras, brome-
liáceas (Tillandsia) y proliferación de epífitas17
(Schlumbergera Truncata o flor de mayo), espe-
cies esciófilas18
como los helechos (Platycerium)
y aráceas. Es el biotopo de epífitos estrangula-
dores, constructores de una tupida red de pode-
rosas raíces aéreas que llegan a aniquilar a su
soporte (Clusia). Muchas especies vegetales pre-
sentan particularidades morfológicas únicas que
les permiten aprovechar al máximo las aguas de
lluvia (hojas en forma de copa o enrolladas a
modo de cucurucho) o el vapor de agua (raíces
aéreas de las orquídeas).
La parte más baja de la Mata Atlántica brasi-
leña es conocida como Floresta Submontañosa,
entre los 50 y 500 metros sobre el nivel del mar,
perteneciente a la biocenosis terrestre de la zona
intertropical. La Floresta destaca por la concen-
tración de árboles que pueden alcanzar los 40
metros de altura, acompañada de una densa ve-
getación arbustiva. Plantas como el Pau-Brasil19
,
árbol que da nombre al país, empleado en época
colonial para obtener el colorante rojo para te-
ñir textiles, abundan por doquier. Completa este
ecosistema tropical una flora compuesta por la
palmera cocotera, la palmera del Açai o palma
manaca, la Jaboticaba (Myrciaria caulifloria),
helechos, orquídeas, bromelias y una amplia va-
riedad de plantas trepadoras.
14
O GTA. Factor que determina el descenso térmico a razón de 0.61 ºC por cada 100 metros de altura.
15
De ombros: lluvia, también denominado pluvisilva: selva lluviosa. Vegetación con hoja ancha pero perenne.
16
Peñasco próximo al litoral con relieves curvilíneos debido a la acción erosiva.
17
Planta que crece sobre otro vegetal, empleándolo como soporte físico.
18
Planta que vive o se desarrolla mejor en ambientes de penumbra.
19
O “ibira pitanga”, en lengua tupí (madera roja).
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En la Floresta da Tijuca de la bahía de Santa
Lucía coexistían más de 200 especies de anima-
les a comienzos del siglo XVI: serpiente de co-
ral, iguanas, calangos, aves coloridas como la
saira, rendeira, tagará, jacupembas, gavilanes,
tucanes, papagayos, cotorras, garzas o beijaflor
(colibrí). Mamíferos como el macaco-estrela
o tití, macaco-prego o mono capuchino, cao-
tíes. Esta compleja zoocenosis se completaba
con el jacaré de papo amarelo (caimán de 6 a
9 pies de largo), tortugas, capibaras, perezosos
o bicho-preguiça, cachorro do mato20
, gato do
mato21
, tatú o armadillo, tamanduá-mirim u
oso melero/hormiguero, etc.22
Complementada
por insectos fitófagos (mariposas, ortópteros),
hormigas, miriápodos, gusanos de tierra, mos-
quitos, dípteros y ranas.
El manglar representa el ecosistema dominan-
te del bioma pluviselva atlántica, característico
de la bahía de Santa Lucía junto a los panta-
nos. Los limos litorales salados y móviles de
este enclave geográfico fueron colonizados por
una formación singular: manglar. Es un bosque
bajo (10 a 15 metros) constituido por mangles
(Rhizophora), arbustos ramificados y provistos
de raíces-zancos o patas de araña. Otro arbus-
to como la Avicennia sonneratia está dotado de
raíces rastreras provistas de pneumatóforos (ór-
ganos respiratorios que emergen del agua). La
viviparidad del mangle (desarrollo de la plán-
tula sobre la planta madre) asegura la disemi-
nación de estas especies en este medio biótico
regularmente invadido por el agua salada del
océano Atlántico, puesto que la joven planta
puede enraizar directamente en el fango durante
la bajamar. El manglar consolida los limos blan-
dos y desempeña un papel en la edificación del
bosque denso.
La restinga es un bioma de la Mata Atlántica,
presente en la bahía de Santa Lucía, cercana al
océano Atlántico, de suelos arenosos, ácidos y
pobres en nutrientes y cubierta por una vege-
tación espesa de arbustos y árboles bajos con
muchas epífitas, especialmente bromelias. Las
dunas de arenas a veces encierran lagunas. Esta
vegetación herbácea tolera la sal y es xerofítica.
Especies endémicas del biotopo son lagartos y la
Liolaemus lutzae o lagartija de arena.
Antropología indígena: organización religiosa,
social, política y económica
El desembarco de Fernando Magallanes el 13 de
diciembre de 1519 en la tierra de Verzin23
, según
terminología de Pigafetta, encarnaba la colisión
de dos culturas o civilizaciones antagónicas, dos
formas de ver el mundo, con códigos morales y
éticos diametralmente opuestos: una inferior, la
indígena anquilosada en sus tradiciones atávi-
cas, teniendo a la naturaleza como común de-
nominador y la otra superior, la europea basada
en el principio de la superioridad militar24
, reli-
giosa, tecnológica y científica, ungida por Dios
para evangelizar a estos salvajes infelices.
El encuentro de los hombres de Magallanes
con los amerindios se ajustó al protocolo visual
de gestos, miradas y alocuciones ininteligibles.
El avizor e inquieto Antonio Pigafetta recogió
con la hábil pluma su modus vivendi, cromáti-
cas observaciones y descripciones que retratan
la forma de entender la vida y la espiritualidad
indígenas. Entre ellas, las técnicas quirúrgicas
que empleaban para combatir las enfermedades:
Cuando están enfermos del estómago se me-
ten una flecha hasta media vara, garganta
abajo, lo cual les hace vomitar bilis verde y
sangre. Su remedio para los dolores de ca-
beza no es menos espectacular: se hacen un
corte en la cabeza y así libran la sangre de
20
Zorro cangrejero de la bahía de Santa Lucía de pequeño porte (Cerdocyon thous).
21
Leopardus tigrinus. Felino silvestre moteado que mide aproximadamente 50 centímetros. Pigafetta lo describe como
“gatos amarillos muy hermosos, que parecen leoncillos”.
22
En imaginariodejaneiro.com
23
Por este nombre se conoce a la madera roja que antes los europeos importaban de África y Asia, muy abundante en
Brasil.
24
Portaban coseletes con armaduras de brazos y espaldas, capacetes, petos con barbotes y casquetes, ballestas, saetas y
escopetas.
J E S Ú S V E G A Z O PA L A C I O S // 189
impurezas. Y en cuanto perciben los prime-
ros fríos del invierno, se atan cuerdas de ma-
dera para que el miembro genital quedara
oculto en el cuerpo25
.
En la caracterización fisonómica de estos nati-
vos se aprecia ciertos prejuicios de índole religio-
sa y moral, y una contenida superioridad racial:
de color aceitunado más bien que negros,
tanto las mujeres como los hombres, se pin-
tan el cuerpo, especialmente la cara, de ma-
nera extraña y en diferentes estilos. Tienen
los cabellos cortos y no tienen barba ni vello
alguno en todo el cuerpo. Van desnudos sin
cubrir siquiera sus partes naturales, pero sí la
parte posterior del cuerpo, debajo de la cin-
tura, con un cerco de plumas de papagayos,
uso que nos pareció por demás ridículo26
.
Los aborígenes a los que se refiere Pigafetta
debían ser tamoios o tamoyos, es decir, “los an-
cianos” o “el que llegó primero”, traducido de
la lengua común tupí. Formaban parte de una
etnia común, los tupinambá, nación indígena
compuesta de tamoios, temiminós, los tupini-
quims o paulistas y los tupinambás, que comba-
tían en cruentas guerras dinásticas. Otros pue-
blos indígenas próximos a los tamoios fueron
los potiguares, los caetés, los aimorés y los goi-
tacás. Los tupís dominaban la región donde es-
taba enclavada la bahía de Santa Lucía en 1519,
teniendo sometidas a otras comunidades indias
fronterizas como los botoludos, los goitacás y
los guarus27
.
Los indios tupis usaban muchos adornos y
pinturas corporales. Sus complementos eran
confeccionados con plumas de aves como papa-
gayos, gaviotas, loros, tucanos, guarás, tenien-
do una significación ritual y conmemorativa.
Se esmeraron en el arte del uso de las plumas.
Habían aprendido con habilidad la técnica de
tejer hilo de algodón28
. Este adorno de plumas
era un privilegio de los hombres de la tribu. Las
mujeres usaban fragmentos de plumas pegadas
al cuerpo con resina o leche viscosa, creando un
mosaico a su alrededor.
La pintura epidérmica de estos indígenas que
tanto llamó la atención a Pigafetta encerraba
un código criptográfico de jerarquización so-
cial a quien la portaba junto con otros aspectos
estéticos. Lenguaje geométrico-simbólico que
le distinguía dentro de la comunidad tupí. Las
tintas procedían de colorantes vegetales (bayas,
raíces, cortezas de árboles tropicales, etc.) como
el urucum (rojo); el azul marino con tendencia al
negro obtenida del jenipapo; el polvo de carbón
impregnaba el cuerpo sobre una camada de jugo
de pau de leite (cáscara de un árbol), combinado
con el color blanco de la piedra caliza29
.
El canibalismo como brecha cultural infran-
queable, apostasía religiosa. Según le narró su
piloto Juan Carvallo, un espantado Pigafetta
anotaba:
[…] algunas veces comen carne humana,
pero solamente de sus enemigos. Lo que no
ejecutan por deseo ni por gusto, sino por
costumbre […] 30
.
Los rituales antropofágicos eran práctica ha-
bitual entre los tamoios y otros pueblos ama-
zónicos. Reforzaban la unidad de la tribu: por
medio de la guerra perpetraban la venganza de
los parientes muertos. Devoraban a los enemi-
gos y auguraban que, comiendo el cuerpo, ad-
quirían su poder. El ritual de la degustación hu-
mana incluía un periodo de engorde en el cual
la víctima era bien tratada y alimentada. Antes
25
SÁNCHEZ SORONDO, G. (2010): Magallanes y Elcano: Travesía al fin del mundo. La escalofriante epopeya de la
primera vuelta al mundo. Ediciones Nowtilus, S.L.
26
PIGAFETTA, A.: Viaje alrededor del Mundo. Incluido en la obra titulada En busca de las especias. La primera vuelta al
mundo. Francisco Pacheco Isla (ed.). Fundación Puerta de América. 2015. Sanlúcar de Barrameda, pg. 106.
27
Los antropólogos admiten que se trata de pueblos indígenas de origen mongólico (mongoles siberianos) que habían
atravesado el estrecho de Bering, pasando al continente americano desde Canadá hasta Tierra de Fuego. Las diferencias de
estatura y de cabello se explican por factores medioambientales en los que los indígenas brasileños de la bahía vivieran y su
régimen alimenticio. La mejor protección ante la colonización portuguesa fue la espesura de la floresta.
28
[…] duermen sobre redes de algodón, llamadas hamacas […], en PIGAFETTA, A., op. cit., pg. 105.
29
GASPAR, L. (2011): Trajes y adornos de indios brasileños. Fundaçao Joaquim Nabuco, Recife. Brasil.
30
Ibidem, pg. 105.
190 // E L D E R R OT E R O M AG A L L Á N I C O D E B A H Í A D E S A N TA LU C Í A ( 1 5 1 9 )
de su muerte, recibía el privilegio de pasar una
noche desenfrenada con una de las mujeres de
la tribu. Si concebía un hijo fruto de la relación,
éste también era sacrificado pasado un tiempo.
Al prisionero, perteneciente a una tribu enemi-
ga, le daban trozos de cerámica para lanzarlos
contra sus captores, jurando que sus hermanos
vendrían a vengar su muerte. Al amanecer del
día escogido para la ejecución, el condenado era
lavado, afeitado y amarrado por la cintura con
una gruesa cuerda de algodón llamada mussu-
rana. El verdugo o algoz totalmente afeitado
recibía ceremonialmente la ibirapema o porra
ceremonial, con la que danzaba alrededor del
cautivo, imitando las evoluciones de un ave de
rapiña. Terminada la gesticulación, el ejecutor
mantenía una última conversación con el conde-
nado, al final de la cual por detrás le destrozaba
el cráneo. Después de muerto, descuartizaban
el cuerpo: la parte más dura se ahumaba con
destino a alimentar a los guerreros; las vísceras,
las tripas y los sesos se empleaban para elaborar
caldos y cocidos que luego tomaban las mujeres;
y finalmente, la sangre, aún tibia, la bebían los
niños en cuencos de madera.
La significación antropológica de la ingestión
de carne humana en su dimensión metafísica
no residía tanto en el acto de devorar al enemi-
go como incorporar al ser querido fallecido en el
propio cuerpo, a fin de aligerarle el equipaje en su
paso a la otra dimensión. Los expedicionarios de
la armada de Fernando de Magallanes decidieron
no erradicar a estas prácticas porque deseaban
llevarse bien con los tamoios y garantizar la paz
durante esos días de asentamiento en la bahía.
La escenografía y teatralidad de las danzas
tribales servían para conmemorar todos los
acontecimientos sociales como el matrimonio,
la guerra, la muerte, la elección de un cacique o
rey, la maduración de las frutas, una buena pes-
ca, la pubertad de adolescentes, el homenaje a
los muertos o el canibalismo ritual fúnebre. No
se trataba de un fenómeno religioso, stricto sen-
su, sino más bien de un rito puramente social,
ligado a un rito de iniciación de los jóvenes gue-
rreros, quienes sacrificando un prisionero, mos-
traban su madurez tribal. Aunque, en ocasiones,
se ha asociado el canibalismo a un fenómeno
socioeconómico, pues surge cuando la caza o la
pesca escaseaban y eran insuficientes para ga-
rantizar la subsistencia de la comunidad31
.
Pigafetta acusaba a estos tupinambás de no
profesar la fe cristiana y de carecer de las míni-
mas normas de moralidad. Sin embargo, lo que
no tenían era un modelo tangible y reconocible
de creencias. Estas tribus cultivaban una trama
ancestral de rituales especialmente en relación
con la muerte, asumiendo la organización de va-
lores simbólicos y espirituales:
Sus habitantes no son cristianos, ni tienen
religión alguna porque no adoran nada; el
instinto natural es su única ley […] estos
pueblos son crédulos y buenos y fácilmente
se convertirían al cristianismo32
.
Apreciación errónea. Pigafetta desconocía el
ancestral sistema religioso indígena, encuadrado
en formas estereotipadas de animismo, totemis-
mo o chamanismo. Elementos chamánicos como
la creencia en un Ser Superior, de carácter celeste
y al igual que los espíritus intervenían en la or-
ganización de la vida de los hombres y en la dis-
tribución de las actividades económicas: ritos de
caza, de pesca, de guerra, advirtiendo la ausencia
de un culto específico a alguna figura divina.
Sus creencias religiosas no necesitaban ni tem-
plos ni imágenes que venerar. Defendían la exis-
tencia de un Padre Grande de todos los hom-
bres, origen y principio del universo, divinidad
concebida como intangible, eterna, omnipresen-
te en la naturaleza y omnipotente. Padre bon-
dadoso, generador de vida, guardián del orden
cósmico. Una entidad espiritual concreta y vi-
viente que podía relacionarse con los hombres.
Frente ella, estaba la otra dimensión de la rea-
lidad espiritual: la fuerza maléfica, responsable
de la muerte, de las enfermedades, de las gue-
rras, del hambre y de las catástrofes naturales.
31
En www.mortesubitainc.org: “A religiâo dos indios brasileiros”.
32
PIGAFETTA, A., op. cit., pp. 104 y 107.
J E S Ú S V E G A Z O PA L A C I O S // 191
Este monoteísmo ancestral condicionaba el
sistema de vida indígena: factores como el me-
dio ambiente hostil o el nomadismo por las ex-
tremas condiciones climáticas y por las perma-
nentes luchas tribales, impedirán la elaboración
intelectual de un código moral de creencias y
del desenvolvimiento de un culto divino especí-
fico. La concepción de un Ser Supremo, creador
del mundo (de la Tierra, del Sol, de la Luna, de
los hombres y de los animales) y fundador de
las costumbres humanas forjará esa tendencia
manifiesta al monoteísmo. El Ser Supremo da-
ría existencia a dos gemelos que asumirían fun-
ciones de “héroes-civilizadores”, identificados
como el Sol y la Luna. La solarización (fenóme-
no de identificación del Ser Supremo con el Sol)
será un constante en la mitología indígena de la
bahía de Santa Lucía. Los tupís conservaban la
creencia de que descendían de un Ser Antiguo,
manifestado en tres grandes divinidades:
- Guaripuru: protector de los pájaros.
- Anhangá: protector de la caza en los campos.
- Caaporá: protector de la caza en el bosque
exuberante33
.
El chamán34
en las tribus tupís poseía pode-
res sobrenaturales y ejercía el papel de médi-
co, de psiquiatra, de curandero, de hechicero,
dirigía las ceremonias religiosas, aconsejaba lo
que había que hacer, utilizaba brebajes de hier-
bas medicinales, iniciaba el trance estático para
entrar en contacto con los espíritus benignos y
malignos en beneficio de sus clientes. La creen-
cia en el alma humana como entidad espiritual
trascendente que no se extingue con la muerte
corporal, transformándose en una fuerza que
emprende el viaje en búsqueda de la Tierra sin
mal, estaba profundamente arraigada en tiem-
pos de Magallanes.
Construyeron toda una mitología alrededor
del origen y la existencia de los dioses, los hom-
bres y la naturaleza. La Tierra sin mal no puede
entenderse como un mito. Era un lugar concre-
to, lejos del Gran Mar (océano Atlántico).
Los tamoyos y el resto de los tupinambás levan-
taron aldeas en el área geográfica deforestada,
próxima a la bahía de Santa Lucía. De economía
autárquica o autosuficiente, conformaban una
auténtica unidad tribal. Vivían en cabañas alar-
gadas (boi, según terminología de Pigafetta) o en
casas comunales ancestrales denominadas ma-
locas35
. Podían tener planta ovalada, circular o
rectangular. Cada tribu tupinambá se componía
de cerca de 6 a 8 malocas. El número de habitan-
tes por maloca variaba de 100 a 500/60036
. Estos
indios demostraban su virtuosismo en la cons-
trucción de aldeas, protegidas por empalizadas o
cercados. Las malocas eran montadas sobre una
elaborada estructura de traviesas y barrotes de
madera o de palma. Cada una albergaba a 30 o
más familias con sus redes suspendidas en filas
de pilares de madera37
.
El interior de esta vivienda colectiva estaba di-
vidido en estancias específicas para cada grupo
familiar, destacando el lugar ocupado por el jefe
o la autoridad. La zona de cada familia venía
delimitada por su propio fogón y por sus hama-
cas. El centro, lugar del fuego sagrado, estaba
vacío, reservado a acontecimientos comunales
o actos rituales periódicos, con extensión entre
40 y 160 metros de superficie. Allí estaban los
dioses protectores, los ancestros, por lo que el
fuego no podía apagarse nunca y toda la vida
del grupo rotaba en torno a él.
Este tipo de construcción comunal fue el resul-
tado de un proceso evolutivo, pasando de una
situación nómada (economía predadora: caza,
pesca y recolección) a otra semi-sedentaria (eco-
nomía productiva: agricultura itinerante y gana-
dería). Por ello, necesitaban construir un abrigo
que reprodujera las condiciones de protección
de la cueva paleolítica: presencia de fuego, pro-
tección de fieras o grupos humanos enemigos,
proximidad a fuentes de abastecimiento, abrigo
contra las inclemencias meteorológicas de la sel-
va tropical. La maloca, sede del grupo, simbo-
lizaba en la época de Magallanes la actuación
33
En www.mortesubitainc.org: “A religiâo dos indios brasileiros”.
34
Influencia de los chamanes mongoles siberianos.
35
Significa cultura, orden, principio y protección. Símbolo de la unión entre el mundo físico y el mundo sobrenatural.
36
COUTO, R. (2009): Manifestaçoes culturais dos tupinambás, pg. 30.
37
Brasil. 500 anhos. IBGE. Gobierno do Brasil.
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del ser humano sobre la naturaleza, considerada
como un acto de creación que asimila a la cultu-
ra misma. La maloca y sus componentes repre-
sentan realidades sobrenaturales (por ejemplo,
la estructura de la maloca se identifica con la
del Cosmos). El mundo físico y el mundo sobre-
natural conforman un todo armónico, simbióti-
co, una noción de permanencia en el tiempo, un
acto de conocimiento que aproxima al hombre
al principio de todas las cosas.
Su organización social estaba encabezada por
un cacique, cuya autoridad era hereditaria. Se
encargaba de administrar el trabajo comunal y
de distribuir equitativamente los bienes de con-
sumo. Vivían de la caza, recolección de frutos
silvestres, pesca y practicaba una agricultura
itinerante por cremación de tubérculos como la
mandioca y la horticultura. La división del tra-
bajo era por sexos: los hombres se dedicaban a
la primera actividad y las mujeres a plantar, a
recolectar, a hilar lienzos y redes, a confeccionar
vasos de arcilla, a preparar las comidas, excepto
cuando practicaban la técnica de la tierra que-
mada para obtener claros en la selva para plan-
tar, tarea exclusivamente masculina38
.
Todos los bienes eran comunales por lo que no
existe el concepto de propiedad privada. El pro-
ducto de la pesca, de la caza o de los frutos reco-
lectados era distribuido equitativamente entre los
miembros de la comunidad, atendiendo al grado
de parentesco o linaje. Bienes privados o persona-
les podían ser únicamente los arcos, las flechas,
las hachas, las lanzas, las mazas, los artefactos de
guerra (todos de madera y piedra), las hamacas y
algunos utensilios cerámicos. La tierra cultivable
era comunitaria al igual que las fuentes de aprovi-
sionamiento de agua, el monte, la selva, con todos
sus recursos potencialmente explotables.
La institución tribal del matrimonio y la fami-
lia constituían el núcleo básico que vertebraba
la sociedad indígena. Entre los tamoyos, el ma-
trimonio avuncular (tío materno con sobrina) o
entre primos cruzados era el más deseado. Para
casarse, el joven debía superar ciertos rituales de
iniciación: el principal, hacer un cautivo de gue-
rra para el sacrificio, que fortalecía el andamiaje
institucional de la tribu. La poligamia represen-
taba un status social de suma importancia, privi-
legio reservado a jefes y a héroes guerreros. Es-
tablecían una jerarquización matrimonial entre
la esposa principal y la secundaria. El resto de
la comunidad tribal practicaba la monogamia.
Finalmente, Pigafetta relataba que las embar-
caciones de los tupinambás eran canoas fabri-
cadas a partir de un tronco de árbol ahuecado
conseguido con hachas y punzones de piedras
cortantes, que reemplazaban al hierro. Por tanto,
nadie duda de que fueran maestros de la nave-
gación y excelentes pescadores, de que conocie-
ran cada palmo de la selva tropical húmeda y de
que practicaran la agricultura itinerante por cre-
mación. Cada familia podía cultivar un huerto
en las explotaciones agrarias comunitarias. Los
cultivos más destacados eran: la mandioca (man-
di´ó, la mandioca dulce (poropí), la batata (jety),
la calabaza (andaí), el zapallo (kurapepé), el maíz
(avatí), el poroto (kumandá), el maní (mandubí)
y el algodón (mandiyú), completados con hierbas
medicinales, frutos como la guayaba (arasá), la
banana (pakova) y la yerba mate (kaá)39
.
38
Tipo de agricultura de subsistencia orientada a producir todo lo necesario para la supervivencia de la comunidad indíge-
na. Las técnicas de cultivo son rudimentarias, neolíticas. El indio trabajaba con sus propias manos, con pocas herramientas
(azada de mano y arado) todas de madera o de piedra ya que desconocían la siderurgia del hierro. La explotación constante
de las tierras, las ineficientes técnicas de cultivo y la mala calidad de las semillas hacen que el rendimiento y la productividad
sean bajos. La agricultura itinerante por cremación se basa en la obtención de claros convertidos en campos de cultivo a
partir de la quema del bosque tropical. Se cortan los matorrales y los árboles y, seguidamente, los indígenas les prende fuego.
El campo queda limpio y las cenizas sirven de abono para el suelo, que se remueve con azadas o palos de punta afilada.
Finalmente, se introducen las semillas (tubérculos, batatas, mandiocas, etc.) en pequeños agujeros en el suelo. Los campos
son productivos durante tres, cuatro o cinco años, ya que los suelos se erosionan y se agotan. Por lo tanto, los agricultores
selváticos deben abandonar las tierras y buscar otras próximas e iniciar el proceso.
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Brasil. 500 anos. IBGE. Gobierno do Brasil.
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