Uno no quisiera pensar que una vida podría terminar por voluntad propia, mucho menos en la niñez o juventud. Solo la idea es perturbadora. Sin embargo, es una realidad. En lo que va del 2020, se han registrado 83 casos de muertes por suicidio en Panamá. Sabemos que el número de personas con ideación suicida, planes e intentos fallidos suman muchos más. Un estudio reciente mostró que en Panamá, de 2006-2016, hubo un total de 1,475. De estas, 184 o el 13% ocurrió en el grupo de 10 a 19 años de edad. Si bien es cierto que su causa es multifactorial, y tiene aspectos genéticos, sociales y psicológicos, sabemos que en alrededor de la mitad de los casos se puede encontrar una enfermad mental tratable. En la otra mitad, se ha descrito que existe alguna crisis personal que la persona percibe como insuperable. En niños y jóvenes, el sentir ignoradas sus necesidades emocionales de manera constante, el abuso físico, emocional, o sexual, -todos diferentes versiones de eventos traumáticos-, aumentan también el riesgo. Se especula que el abuso infantil puede haber aumentado durante la pandemia al incrementar el estrés económico y de salud en los hogares, sobre todo en grupos ya vulnerables. El ser humano está programado para desarrollarse en comunidad y los vínculos afectivos son de gran importancia a lo largo de la vida. Esto es más crucial en la infancia, donde existe una ventana de oportunidad para el desarrollo de mecanismos de auto-regulación, necesarios para el resto de la vida. La falta de estímulo apropiado y de relaciones sanas hacen al niño, al joven y luego al adulto, más vulnerable de padecer de adicciones, y aumenta el riesgo de suicidio, de problemas de salud mental y de enfermedades crónicas. Los niños no necesitan padres perfectos, solo “suficientemente buenos” y. tomando todo esto en cuenta, es claro que “los primeros años duran para siempre”. Me atrevo a inferir de los estudios de los efectos de los eventos adversos de la infancia, que al prevenir todas estas calamidades, estamos previniendo muchos casos de enfermedad mental y sufrimiento. Hoy sabemos con certeza que existen señales de alerta del suicidio. Es posible que el niño se retraiga, se vea triste o irritable, exprese sentirse como un problema, que exprese sentirse que nadie lo quiere, o que su conducta usual cambie. En adolescentes puede además presentarse abuso de alcohol y drogas, como también conductas de alto riesgo. En ambos grupos se pueden observar cambios en los patrones de sueño, rendimiento escolar, apetito y estado del ánimo. Hasta antes de la pandemia, muchos jóvenes presentaban estrés y ansiedad, creyendo que la vida debía ser como la de los influencers de Instagram o Tik Tok.