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Edición especial de aniversario
DIOS EXISTE
&
ES CATÓLICO
COLECCIÓN DEBATES
Editorial Surgite!
2022
ACLARACIÓN
El presente volumen reúne —por primera vez— dos obras
independientes pero que, por su continuidad lógica y en
beneficio de los lectores, demandaban ser publicadas juntas.
PARTE I
"Porque he visto que Dios lo hace todo,
sin importar lo pequeño que sea,
y que nada es producto de la casualidad,
sino todo de Su sabiduría omnisciente.
Si algo parece casualidad a la vista
del hombre, nuestra ceguera y
falta de conocimiento es la razón".
SANTA JULIANA DE NORWICH (1342—1416)
“Revelaciones del Amor Divino”, cap. 11.
Presentación
Tenemos la impresión de que son los hechos los que dan
forma a nuestras vidas y, por consecuencia, todo lo que hemos
vivido —o no— es lo que nos hace ser lo que somos. Desde esa
experiencia podemos esperar un futuro determinado y hasta
predecir nuestras conductas, juicios y reacciones.
Sin embargo, hay una realidad anterior a los hechos: son las
ideas de las cosas. En efecto, según creemos y entendemos las
cosas construimos lo que podemos esperar, que es una forma de
realidad. Basta con analizar la vida de una persona con un fuerte
trauma o una experiencia prodigiosa, para ver hasta qué punto
limita o expande sus posibilidades en la vida.
Esas ideas nacen de preguntas, grandes y menores, que nos
hacemos como individuos y como grupos. Dentro de esas
grandes preguntas, la existencia de Dios ocupa el primer lugar,
aunque no nos demos cuenta. Pero son tantas las consecuencias
de esa respuesta que las vidas, sociedades y culturas, con sus
proyecciones y explicaciones, se derivan de ella.
Una divinidad indiferente al bien o el mal, una que exige
sacrificios humanos, o no existe y son moralmente indiferentes
nuestros actos, son posibilidades que darán forma a una sociedad
y a la vida de una persona con destinos muy distintos.
* * *
Esa pregunta vital se registra desde el inicio de los tiempos.
No hay pueblo que de alguna manera u otra haya tratado de
resolverla y actuar en consecuencia.
De hecho, los grandes conflictos de la humanidad se han
dado en torno a las consecuencias prácticas y teóricas de las
religiones. Y si la respuesta fuese que sin ellas viviríamos en paz,
baste con estudiar los mayores crímenes masivos, las mayores
crueldades y veremos que se han dado en sistemas ateos y
materialistas.
Por eso la crisis de la Santa Iglesia, con su deriva desde las
denuncias de San Pio X sobre el modernismo, afecta tanto a la
sociedad.
La misma crisis en la Santa Iglesia dota al problema de una
urgencia absoluta: en tanto Dios existe todo nuestro sistema de
vida, con sus valores, prioridades, formas y usos sociales,
culturales, legales y morales, dependen de esto.
A lo largo del siglo XIX tuvo lugar el centro de los combates
que venían inflamando las sociedades civilizadas desde el golpe
de la llamada “ilustración”. De un lado y del otro lo mejor de los
espíritus y todo el ardor de las sangres se enfrentaron en la prensa,
en las cátedras y en la calle misma debatiendo sobre la existencia
de Dios. Y unos le proclamaban y otros le negaban. Aquí quienes
con erudición apabullante lo demostraban y allí otros que con
audacia infinita le declaraban muerto o, incluso, que nunca
existió.
Con el triunfo de las ideologías derivadas de la masonería y
sus secuaces, la prensa, el arte y los movimientos ideológicos se
congregaron en torno al ateísmo teórico o práctico. Otros optaron
por evadir el problema acomodándose en el indiferentismo,
sugiriendo que da lo mismo si existe o no y que, por
consecuencia, no podemos juzgar a otro.
Derrotados en el terreno de la lógica y las ideas, unos y otros
quisieron dar la sensación de que el problema estaba resuelto. No
pudiendo negarlo, comenzaron a actuar y a hablar “como si” no
existiese. Surgieron teorías que se impusieron como verdades y
desde estos supuestos, a veces científicos y otras veces no, se
insufló a la sociedad, progresivamente más inculta y barbárica,
la noción de que lo serio, lo científico y lo racional era negarlo.
O ser indiferentes. Así llegamos a una ciencia sin Dios, a una
economía, a unas leyes, a modas, cultura y hasta religiones sin
Dios en lo práctico.
Con todo esto en mente hoy nos levantamos y proclamamos
la existencia de Dios. Abrazamos los estandartes de una fe
ardiente, segura y caritativa. Una fe que no es sólo emoción, sino
que tiene la seguridad de la razón, de los hechos, y que se basa,
por añadidura, en lo Revelado y afirmado por la Tradición
bimilenaria de la Santa Iglesia.
Comenzamos esta pequeña obra, por lo tanto, con el primer
fundamento de la fe. Con este punto resuelto, avanzaremos hacia
una profundización que ahora, todavía, no tiene sentido. Ya lo
veremos en la segunda parte del libro.
A los pies de María Santísima —a quien Dios nada niega y
quien nada niega a Sus devotos— depositamos estos esfuerzos y
encomendamos nuestra esperanza de obtener triunfos sobre las
almas para gloria de Dios. Quiera Ella acompañar nuestros
esfuerzos apostólicos y hacer de éstos Su triunfo sobre la Tierra
para el bien de las almas y gloria de la Santa Iglesia.
En Roma, a 21 días del mes de abril de 2022, fiesta de San
Anselmo de Canterbury, Obispo y Doctor de la Iglesia.
¿Dios existe?
Nadie ha hecho hasta hoy un mejor trabajo para demostrar
distintas vías para descubrir la existencia de Dios mediante la luz
de la razón natural que el de Santo Tomás de Aquino. Aunque
numerosos detractores han creado debates al respecto, ningún
escéptico ha podido hasta ahora dar una respuesta acabada y
sólida que derribe la lógica detrás de estos argumentos.
Si Dios no existe, entonces cualquier creencia al respecto, la
vida después de la muerte, los códigos de conducta, las virtudes
desprendidas y el perfeccionamiento, entre otros, son sólo
pensamientos ociosos, suposiciones, o meras manipulaciones,
como tantas veces se ha dicho. Sin embargo, si existe, todo
aquello adquiere relevancia y nos obliga a prestarle atención, a
comprender más y a actuar en consecuencia. Si Dios existe no
podemos, como Sus criaturas, serle indiferentes o contradecirle,
porque si Él es real nosotros tenemos una razón de ser que va más
allá de una reunión casual de moléculas que luego se disolverán
en la nada de un universo sin sentido.
Pero no es todavía el tiempo de pensar en qué haremos
cuando creamos en Su existencia, porque de momento nos
enfrentamos a lo más básico, con o sin lo cual todo es diferente.
Con la raíz, el árbol puede existir y tener mil ramas, a las que
podemos acceder, observar, explicar y actuar en concordancia.
Sin la raíz, el árbol (si aun así existe) está muerto, y sólo nos
queda hacerlo leña para calentarnos en el frío de nuestra
inutilidad.
Se quisiera tratar temas más desarrollados después de los
sólidos razonamientos ya recibidos antaño en este aspecto, pero
se hace necesario ajustar a la mentalidad de estos tiempos esa y
otras explicaciones, para ayudar al hombre moderno a
comprender algo que hace siglos que se sabe con seguridad, pero
que por falta de comprensión hoy se niega sin pudor alguno.
Vamos entonces a dedicarnos a sopesar algunas de las
formas en que se puede llegar a la conclusión de que Dios sí
existe, sosteniendo y nutriendo a un árbol que está vivo. Algunas
de estas reflexiones ya han sido muchas veces expuestas desde
que sus primeros autores las pensaron y explicaron, otras en
cambio son algo más novedosas. Pero lo que buscaremos aquí no
es la novedad, sino razones contundentes y claras a nuestra
mentalidad actual para creer o para dejar de hacerlo.
Pasemos entonces a los distintos razonamientos. Todos
tienen un método seguro que nos pueden ayudar en nuestra
reflexión, pero posiblemente algunos tocarán más que otros al
proceso de entendimiento de cada quien. Veámoslos
simplificados para comprensión general, sin términos filosóficos
que puedan confundir a los pocos habituados a su lenguaje.
Empecemos…
¿Quién creó y mueve al móvil?
Comenzaremos con un ejemplo sencillo: La vida es
animada, es decir, tiene movimiento. Para que usted pueda tener
vida debió recibirla de otro ser con vida, porque no puede nacer
vida de lo inerte (inanimado). Ese ser recibió vida a su vez de
otra anterior, y ésta de otra, y así sucesivamente hasta alcanzar
un origen.
Desde nosotros podemos retroceder hasta un primer hombre
(ahora hay siete mil millones de seres humanos, antes hubo dos
mil millones, antes cincuenta millones, antes cien mil, antes
quinientos, antes diez, antes dos, antes uno), pero, ¿y antes?
¿cómo llegó él aquí?
Nada surge espontáneamente. No vamos caminando por las
calles y aparece vida de la nada —como generación
espontánea— ante nosotros. El que ha dado cuerpo y vida
(movimiento y causa) a los seres y sistemas en un principio es
lo que ahora llamaremos Dios: Quien no tuvo que ser creado
por nada más.
Sin embargo, no faltarán quienes digan que esto es
perfectamente explicable a través de la gran explosión original y
posterior evolución de la vida. Ya hablaremos más adelante de
este punto específicamente, pero de momento podemos asegurar
que ni siquiera la evolución contradice el hecho de que la
conjunción animada de elementos que forman a un ser vivo es el
primer Creador, aunque se tratara de la reunión perfecta de
elementos que produjeron algo coherente y vivo en lugar de un
nuevo caos. Pero no nos adelantemos: explicaremos después por
qué es imposible, sin una inteligencia ordenadora en juego, que
esto sucediera.
Por ahora afirmaremos que dicho originador no podría
depender de nada más para tener vida. Y a ese causante de la
existencia de todo lo demás es a lo que llamaremos Dios.
Por otra parte, si rastreamos cualquier tipo de movimiento
que observemos en el Universo (el crecimiento de un vegetal, la
trayectoria de los astros, un pensamiento, una canica girando en
el suelo, etc.) llegaremos nuevamente a un origen que debe
bastarse a sí mismo, es decir, que no requiera de nada previo que
lo mueva.
El universo es la suma total de todo lo que se mueve, no
importa cuántas cosas sean. Todo el universo está en proceso de
cambio. Pero el cambio requiere una fuerza externa que lo
mueva, porque si no, simplemente no se movería. Imagine
partículas de polvo: necesitan del viento para moverse, o de
alguien que las agite, o de cualquier otra causa externa a sí
mismas. Si no existe esa causa, se quedarán detenidas en su lugar.
Ahora piense en el mecanismo de un reloj. Una pieza mueve a
otras, que a su vez actúan en las siguientes.
Nada de lo que existe en el universo puede moverse sólo,
por sí mismo. Aún nuestros movimientos requieren de voluntad
y energía, sin los cuales no sucederían. De esto deducimos que
tiene que haber una fuerza externa al universo, algo que le
trascienda y le haga moverse. Esto es lo que llamamos Dios.
Si no hubiera nada externo al universo material, entonces no
habría causas en el universo para el cambio. Pero cambia. Y eso
demuestra que tiene que existir ese causante externo. El universo
es la suma total de toda materia, espacio y tiempo. Estas tres
cosas dependen unas de otras. Entonces, ese ser externo al
universo está fuera de la materia, el espacio y el tiempo. Es la
fuente inmutable del cambio. Sin ella, no ocurriría nada. No
tiene por qué ocurrir.
La causa original puede verse en cualquier hecho de la vida,
que nos llevará inevitablemente a retroceder hasta Dios. Por
ejemplo: yo ahora pienso en este argumento. Lo hago porque
deseo que usted lo comprenda, y para ello he estudiado al
respecto, investigado y reflexionado. Eso ha ocurrido porque he
sentido curiosidad. La curiosidad ha sido educada por personas
que sabían de sus materias. Puedo seguir retrocediendo a través
de esas personas y la forma en que adquirieron sus
conocimientos, o también a través del motivo por el que pude
estudiar. Tomemos ése: he podido estudiar porque mis padres
costearon mis estudios. Ellos lo hicieron con la ganancia de su
trabajo. Ese trabajo lo consiguieron después de aprender su
profesión, que a su vez fue posible gracias al trabajo de sus
propios padres. Así puedo seguir retrocediendo a mis abuelos,
bisabuelos, tatarabuelos, y la cadena continuará hasta el primero
que ha existido sobre la tierra y la forma en que sostuvo su vida,
en un orden lógico. Todo lo que sucede, aún sorpresivo como
un accidente, puede rastrearse en una cadena de hechos y
situaciones previas.
Luego seguimos: para que un animal encontrara cómo
alimentarse tiene que antes haber sentido hambre. El hambre se
debe a que es un ser vivo que necesita una fuente de energía para
moverse, algo externo a sí mismo. Ese alimento a su vez se
alimenta de algo más, y podemos seguir retrocediendo. Todo
movimiento o acto requiere de uno anterior que lo haya
provocado, hasta que alcanzamos a aquel que sólo es generador
y no requiere de nada previo. El ciclo no puede ser infinito:
todo tiene un inicio, como probaremos a continuación.
Pero antes resumamos con Aristóteles, príncipe de los
filósofos, quien, ciñéndose a este razonamiento, dijo: "no podría
explicarse la coordinación y armonía de los movimientos sin
aceptar la existencia de Dios".
La nada… nada es
Podemos notar que las cosas existen y dejan de existir. Un
árbol, como en el ejemplo antes mencionado, crece de una
pequeña semilla, florece, languidece, muere y finalmente
desaparece. Cualquier cosa que llegue a existir y luego deje de
hacerlo podría nunca haber existido: nosotros, una casa, el perro,
etc.
Si el universo comenzó a existir, quiere decir que podemos
retroceder hasta su origen, como al de cualquier cosa que haya
comenzado a existir dentro de él. La cadena hacia atrás no puede
ser infinita dentro del tiempo, porque si lo pensamos, si así fuera
nunca llegaríamos al eslabón actual, a este momento, porque el
pasado temporal sería infinito, interminable. Siempre,
eternamente, estaríamos atrapados en esa cadena sin alcanzar el
presente. El tiempo, por lo tanto, no puede ser infinito al menos
hacia atrás.
Esto quiere decir que hubo un momento en que el universo
con sus leyes no existía. Pero de la nada, nada sale. Entonces,
el universo no podría haber comenzado a existir, para luego
generar la famosa explosión. Para que lo hiciera es necesario un
ser o causante que no tuviese que existir por nada previo, es
decir, increado. Que no tenga un tiempo en que no existía, o sea,
que esté fuera del tiempo, lo que dentro de nuestros medios
humanos se tendría que resumir incorrectamente como que “ha
existido siempre”.
Entonces, si retrocedemos hasta el origen finito del universo,
al inicio de todo, encontraremos que es absolutamente necesario
algo que lo produjera. Si ese “algo” hubiese a su vez sido creado
por otro “algo” más, entonces ya no sería el primero ni increado.
Cuando alcanzamos el primero, el que no ha sido creado por
nadie, el que ha generado todo lo que vino después, ahí hemos
llegado hasta Dios. Sin Él como originador, repetimos, nada
existiría.
Hemos visto un nuevo argumento, pero no vamos a
detenernos allí. Todavía queda mucho camino, y seguiremos con
otro más.
Orden e inteligencia versus caos y absurdo
Ahora vamos a adentrarnos en otro aspecto de nuestro
universo: su perfección y complejidad, abordando a su vez el
prometido punto acerca de la generación caprichosa y posterior
evolución como explicación de la existencia. Este será el capítulo
que más desarrollaremos, porque además de la lógica es posible
apoyarse también en la ciencia, de la que nos serviremos para
ayudar a aquellos que consideran sus argumentos como la única
y última palabra.
Observemos, para empezar, la anatomía humana, con sus mil
mecanismos que “encastran” a la perfección para dar todas sus
cualidades y capacidades al hombre, permitiéndole vivir y
desarrollar diversas habilidades tanto para subsistir como para
desarrollarse. Podemos detenernos en algo, y lo haremos
observando uno sólo de los múltiples sistemas de que se sirve
nuestro organismo para funcionar correctamente, viendo así la
maravillosa complejidad que poseemos.
Veamos por ejemplo el sistema respiratorio. Su función es
incorporar oxígeno al organismo, para que al llegar a las células
se produzca la "combustión" y poder así "quemar" los nutrientes
y liberar energía. De esta combustión quedan desechos, como el
dióxido de carbono, el cual es expulsado al exterior a través de la
expiración.
El proceso se inicia en la nariz, donde los cilios nos permiten
oler y el aire se humedece, calienta y purifica para ingresar al
cuerpo. La faringe y la laringe conducen ese aire, que en el caso
de la última es utilizado además para producir el sonido, a través
de las cuerdas vocales que allí se alojan. Luego llegamos a la
tráquea, donde su superficie mucosa actúa como bactericida y en
la que se adhieren las partículas de polvo que no fueron filtradas
por las vías respiratorias superiores. Más adelante ésta se divide
en dos bronquios que se dividen de nuevo, una y otra vez, en
bronquios secundarios, terciarios y, finalmente, en unos 250.000
bronquiolos.
Los bronquios son las diversas ramificaciones del interior
del pulmón, terminando en los alvéolos pulmonares que tienen a
su vez unas bolsas más pequeñas rodeadas de una multitud de
capilares por donde pasa la sangre, se purifica y se realiza el
intercambio gaseoso. Los pulmones contienen unos 300 millones
de alvéolos. Y finalmente en este sistema está el diafragma, que
es un músculo que separa la cavidad torácica de la abdominal, y
al contraerse permite la entrada de aire a los pulmones.
Solamente para que podamos incorporar oxígeno a
nuestro organismo — uno de los muchísimos procesos que
realiza nuestro cuerpo para vivir y moverse — existe este
sistema altamente especializado y perfecto. Cualquiera de sus
elementos en malas condiciones u orden acaba con su correcto
funcionamiento, y nos enfermamos o morimos. La complejidad
increíble de este único sistema ¿puede haber surgido “porque
sí”? ¿Qué hace que algo tan perfecto tenga lugar si no es una
inteligencia que así lo ordena?
Podemos observar de la misma forma el sistema digestivo,
el cardiovascular, nuestra estructura ósea, el sistema
reproductivo, los sentidos, etc. Pero esto podría no terminar de
impresionarnos porque, después de todo, el cuerpo humano es
muy avanzado dentro de la escala jerárquica de la vida y pudo ser
– aunque difícilmente – producto de la casualidad. Por eso,
detengámonos un momento a pensar en algo muchísimo más
pequeño y elemental: la célula.
Una célula viva, unidad básica de cualquier ser viviente, es
enormemente compleja. Cada célula es un mundo atestado de
hasta doscientos billones de grupitos de átomos llamados
moléculas. Nuestros 46 ‘hilos’ de cromosomas, conectados,
medirían más de dos metros puestos uno después del otro. Sin
embargo, el diámetro del núcleo que los contiene mide menos de
una centésima de milímetro.
Cada una de las células – y son más de cien billones en
nuestro caso – funciona como una ciudad amurallada. Plantas
energéticas producen la energía necesaria. Fábricas crean
proteínas, unidades vitales del comercio químico. Complejos
sistemas de transportación sirven para guiar a sustancias
químicas específicas de un lugar a otro de la célula y más allá de
sus límites. Centinelas en las barricadas controlan los
intercambios, y examinan el mundo externo en busca de señales
de peligro. Ejércitos biológicos disciplinados se mantienen listos
para luchar contra posibles invasores. Un gobierno genético
centralizado mantiene el orden. En un recipiente que mide 0,0025
de centímetro, de lado a lado, se encuentran la membrana celular,
los ribosomas, el núcleo, los cromosomas, el nucléolo, el retículo
endoplasmático, las mitocondrias, el aparato de Golgi y los
centríolos encargados entre todos de hacer que este increíble
sistema microscópico funcione a la perfección.
Y entonces nos preguntamos ¿es posible que el azar
produjese esto? Aún si así fuese, “algo” tendría que ser
responsable de que se generara este orden y constantemente
avanzase hacia algo mejor, en lugar de destruirse y desaparecer
en el caos que supuestamente había en su entorno al comenzar a
existir la primera. Porque pensémoslo, ¿por qué causa el caos se
auto— ordenaría, y no sólo eso, sino que además se conservaría
y evolucionaría hacia formas aún más complejas?
¿Cómo sabría aquella primera célula que tenía que
defenderse de posibles enemigos (incluso medioambientales),
que debía alimentarse, que tendría que reproducirse? ¿Quién le
indicó todo aquello? ¿Podemos afirmar que además de su
complejísimo sistema, venía también equipada de un "instinto"
de supervivencia? ¿por qué?
Pero sigamos observando en lo más pequeño de lo pequeño:
las proteínas. Las necesarias para la vida tienen moléculas muy
complejas. La probabilidad de que se forme una de esas proteínas
de los veinte aminoácidos necesarios para la vida dentro de más
de cien como existen, es de 10113
(1 seguido por 113 ceros). Y
cualquier suceso que tiene sólo la probabilidad de 150 es
rechazado por los matemáticos como algo que nunca sucede.
Agreguemos a esto que no alcanzaría con una, sino que se hacen
necesarias 2.000 de ellas para la actividad celular. ¿Qué
probabilidad hay de obtener todas estas al azar? ¡Sólo de una
sobre 1040.000
! Esto muestra matemática y lógicamente que la
formación espontánea de vida es algo imposible, sin agregar
siquiera a la ecuación que debe ocurrir en un mismo tiempo y
espacio.
Fred Hoyle y N.C. Wickramasinghe, los dos astrónomos
originalmente evolucionistas que intentaron durante años probar
la posibilidad real de que esta “casualidad” ocurriera, terminaron
reconociendo:
“Los números que ya hemos calculado y señalado son
esencialmente imposibles de afrontar. A no ser que uno se deje
dominar por el prejuicio, sea debido a creencias sociales o
debido a educación científica, de modo que acepte la convicción
de que la vida se originó espontáneamente en la Tierra, este
simple cálculo (las probabilidades matemáticas contra ello)
desestima tal idea completamente”.
Y ya querrían algunos que éste fuese el único problema para
sostener su teoría. Además de ser absurdamente pequeña la
posibilidad de que esto ocurriese por accidente, hay aún más
dificultades: tiene que haber una membrana que envuelva a la
célula. Pero esta membrana es extremadamente compleja e
“inteligente”, compuesta de moléculas de proteína, azúcar y
grasa. Más difíciles aún de obtener que estas son los nucléolos,
unidades estructurales del ADN. La probabilidad de formar
siquiera la más sencilla de las histonas (responsables del
gobierno de la actividad de los genes dentro del ADN) es de 20100
,
otro número enorme, mayor —para darnos una idea— que el
total de todos los átomos de todas las estrellas y galaxias que se
pueden ver mediante los mayores telescopios astronómicos, que
viene a agregarse a la larga fila de cifras estratosféricas, todas
sumadas a las anteriores.
¿Puede usted, entonces, entender el absurdo de que aun
suponiendo que se cumpliese la generación accidental de un solo
aminoácido, deberían ocurrir en el mismo momento y lugar (sólo
diez minutos después o a un simple centímetro de distancia ya no
serviría) la generación de otros diecinueve más para sólo con ello
obtener una simple proteína? ¿Y que luego necesitaríamos 1999
más —también en el mismo espacio y lugar— para obtener las
requeridas para la actividad de una única célula?
Y si haciendo un acto de fe sobrenatural lo creyésemos, aún
nos quedaría averiguar algo: ¿cómo se conservaría, reproduciría
y sobreviviría esa sola, triste y abandonada célula? ¿de qué se
alimentaría en medio del caos hasta el momento estéril? ¿qué o
quién le habría “enseñado” que debe hacerlo? ¿cómo resistiría en
un mundo en que no hay vegetales —organismos más complejos
que una simple célula— que produzcan la fotosíntesis causante
de la liberación de oxígeno, y por tanto carente de todo alimento,
por dar un simple ejemplo? ¿Cómo evitaría cocinarse en una
Tierra sin atmósfera que la protegiese de la efusión de rayos
ultravioletas?
Ni siquiera en condiciones de laboratorio se ha podido
probar que la reunión de los elementos químicos produzca vida.
Y esto contando con que el científico sabe lo que está intentando
lograr y es, por tanto, la “inteligencia externa” de la que se carece
según la teoría evolucionista.
Una conjunción caprichosa de “ingredientes”, ¿cómo
sabría que tiene que defenderse, nutrirse, reproducirse para no
desaparecer? Si así fuese, estaríamos frente a un auténtico
milagro. En palabras de Anthony van Leeuwenhoek,
microbiólogo: "Habría sido un milagro obtener estas moléculas
por casualidad".
Pero además de lo dicho, volvamos al hecho de que no se ha
podido producir vida en un laboratorio. ¿Por qué? El científico
crea una mezcla de químicos, pero allí no hay vida. Un cadáver,
por su parte, tiene los aminoácidos, las células, los órganos
necesarios, pero tampoco está vivo. ¿A qué se debe que la
conjunción de elementos no signifique el inicio de la vida?
Tal como en los anteriores ejemplos —y si no nos
hubiésemos cansado ya de tanto absurdo— podríamos continuar
con la impresionante complejidad de toda la naturaleza: sus
ciclos climáticos, el ecosistema, el orden de los astros, la
impresionante variedad de especies, el instinto animal, las leyes
físicas, y así seguiríamos con cada una de las millones de ramas
que existen.
Hemos visto la molécula, y no tuvimos respuesta, luego nos
preguntamos ¿qué causó el orden cósmico y no más caos? Todo
esto nos mueve inevitablemente a hacernos una vez más estas
preguntas sencillas: ¿Acaso es posible un orden tan perfecto y
complejo, con billones de interrelaciones, sin una inteligencia
externa que lo dispusiera así? Si ha quedado claro que es
imposible que fuese fruto de la simple casualidad, ¿cómo pudo
haber sucedido?
Agregaré de momento una nueva reflexión lógica respecto a
la evolución, y es que lo menor no puede lo mayor. Esto significa
que algo superior puede hacer lo que entra dentro de sus
capacidades porque es igual o inferior, pero no sucede al revés
con lo inferior. Por ejemplo: una inteligencia en verdad superior
puede despojarse de conceptos complejos para ponerse a la altura
de una en verdad inferior, pero la inferior no podrá estar a la
altura de la superior. Este principio también se traslada al mundo
material. De un ser complejo, con patas, piel, huesos, carne,
órganos, etc., podemos extraer una parte. Pero de una parte (un
dedo por ejemplo), no podemos sacar el todo, que es mayor a sí
misma. Y así: un vaso grande puede contener el agua de uno
pequeño y agregar más. Pero el pequeño no puede contener toda
el agua del vaso mayor.
Esto significa que un ser inferior no puede sacar de sí más
de lo que él es. Puede desarrollar algo que tiene potencialmente,
como de una semilla saldrá una planta, pero no puede superar su
naturaleza vegetal para ser algo mayor, transformándose en un
miembro del reino animal, por ejemplo.
Sólo existe una forma razonable de creer que lo menor
puede lo mayor, y sería a través de un acto deliberado y
milagroso (extra natural) por parte de Dios. Es lógico: quienes
creen que esto es posible están sosteniendo que una inteligencia
previa y externa (alguna forma de Dios, según ellos la entienden)
ordenó la evolución para que de algo menor saliese cada vez algo
mayor, contrariando las leyes de la naturaleza.
¿Y quiénes son los que creen que nos vamos purificando y
acercando paso a paso a nuestra supuesta verdadera esencia
divina? Los gnósticos, que dicen que todo es Dios y por tanto hay
que evolucionar hasta que en el último estadio podamos
volvernos conscientes (a través de la iluminación) de nuestra
unión con el Todo, velada hasta ese momento por la ilusión de
creernos separados.
Esto implica la evolución del hombre a un estadio en que las
capacidades paranaturales (telekinesis, precognición, telepatía,
etc.) sean comunes a todos (progresivamente cada vez a más
individuos), por ejemplo, como forma de acercamiento siempre
mayor a los ámbitos espirituales y despojo gradual de la materia
(cuerpo). Hasta finalmente llegar a ser sólo espíritu y lograr
vivenciar constantemente la esencia divina1
.
Vale decir que la evolución, más que una premisa
cientificista (y aunque sirva a efectos antirreligiosos exotéricos a
ciertas mentes poco inquietas), es gnóstica ante todo. La
evolución hacia la toma de consciencia de nuestra esencia divina,
creen de una forma u otra quienes sostienen esta base, ocurre a
través del desarrollo de las especies, a través de la
espiritualización del hombre y también a través de las
reencarnaciones (cada vez más depuradas y superiores). De
gnosticismo y su verdad o falsedad ya hablaremos mas adelante.
De momento sólo nos concentramos en la prueba de la existencia
divina.
Podríamos escribir un grueso volumen sobre las distintas
causas de la imposibilidad de la evolución, como otros
investigadores han hecho y se les mantiene en el desconocido
silencio, pero por ahora nos contentamos con hablar sólo de
algunas de las inconsistencias que demuestran su error.
1
Esta es la modalidad expresada por obras de carácter nuevaerista,
también orientales, y películas del estilo de X Men (un nuevo salto
evolutivo), o incluso Matrix, donde el descubrimiento de la ilusión
permite la manipulación de la falsa existencia, como ocurre en el
recibidor de la vidente o en las diversas pruebas de concientización del
protagonista.
Pensamos seriamente la posibilidad de hacer dicha obra en un
futuro próximo.
Pero mientras tanto ha quedado claro, ya con esta pequeña
demostración de probabilidades antes expuesta, que ésta no es la
respuesta a nuestra existencia. Pero continuemos, aun así. ¿Qué
nos dicen personas de verdadero espíritu científico respecto a las
bajísimas probabilidades del surgimiento espontáneo y su
supervivencia, que ya hemos explicado?
Ante la total imposibilidad de probar que las cosas pueden
haber ocurrido azarosamente, y por la grandeza y perfección del
universo en que vivimos, grandes científicos de todos los tiempos
también han tenido que replantearse la posibilidad de una
creación inteligente. Veamos a algunos hablarnos desde sus
campos de competencia:
“La probabilidad de que la vida se originara de modo
accidental es comparable a la probabilidad de que el
diccionario no abreviado fuera el resultado de una explosión en
una imprenta” (Edwin Conklin, biólogo).
"Por el conocimiento de Su obra, lo conoceremos a Él".
(Robert Boyle, químico, físico)
“Basta con contemplar la magnitud de esta tarea para
admitir que la generación espontánea de un organismo vivo es
imposible”. (George Wald, bioquímico)
"Un astrónomo incrédulo es un loco". (Edward Young,
astrónomo)
“El hombre honrado, armado con todo el conocimiento que
nos está disponible, sólo podría declarar que, en algún sentido,
parece que el origen de la vida es casi un milagro”. (Francis
Crack, biólogo)
"Todos los descubrimientos humanos parecen ser hechos
sólo con el propósito de confirmar más y más fuertemente las
verdades que vienen de lo alto y están contenidas en los escritos
sagrados". (John Herschel, astrónomo, químico, filósofo de la
Ciencia)
"Cuanto más estudio a la naturaleza, más me maravillo del
trabajo del Creador". (Louis Pasteur, medico, químico, físico,
bacteriólogo, inmunólogo)
"Es difícil para mí comprender a un científico que no
reconoce la presencia de una racionalidad superior detrás de la
existencia del universo, tanto como me costaría comprender a un
teólogo que negara los avances de la ciencia". (Wernher von
Braun, científico espacial, padre de la Cohetería)
Entonces ¿no es lógico sostener con ellos que no es posible
que todo provenga de una casualidad sin sentido? ¿Cuál es la
causa de nuestra existencia y de la perfección ordenada de los
millones de sistemas y sub—sistemas que conviven y se
sostienen mutuamente interactuando entre sí en el universo?
¿Por qué habría de avanzar hacia algo superior en lugar de que la
única porción de orden volviese rápidamente a ser absorbida por
el caos imperante?
Como dijo el astrónomo Robert Jastrow: “Los científicos no
tienen prueba de que la vida no haya sido el resultado de un acto
de creación”. Al parecer, sólo quieren negar que así fuese, como
lo han demostrado las múltiples falsificaciones de eslabones
perdidos y el silenciamiento de obras que demuestran seria y
extensamente la imposibilidad de la famosa teoría.
Y así como en el ejemplo científico, volveré a preguntar: Si
explotase una imprenta, ¿podría ocurrir que se formase
“accidentalmente” un diccionario? Y esa pequeña obra humana
no sería ni una minúscula arenilla en relación al universo en que
vivimos. ¿Lo ha pensado?
Para que algo se ordene, funcione, sostenga a otros
sistemas, se relacione adecuadamente con otras cosas también
ordenadas y no se destruya tan caprichosamente como apareció
tiene que haber una inteligencia detrás de sí sosteniéndole e
instándole a mejorar, por lo que – aún si fuésemos capaces de
seguir manteniendo tamaña improbabilidad – deberíamos
afirmar que fue un milagro, es decir, un hecho no natural.
Ahora pensemos una cosa más, que dificultará aún más la
posibilidad de la evolución y es tan razonable como las
anteriores: Supongamos que las primeras formas de vida
hubiesen logrado sobrevivir y desarrollarse como ya hemos visto
que es prácticamente imposible que sucediera, llegaría el turno
de evolucionar hacia formas superiores de vida. Para que esto
fuese posible, la mutación superior (y no una mera malformación
estéril como las hay tantas en la naturaleza) debería producirse al
mismo tiempo y en el mismo lugar (una vez más) en un macho y
una hembra en la misma edad reproductiva fértil, capaces de
heredar su mutación a sus crías.
Esto significa que tendrían que nacer dos seres vivos (macho
y hembra) en el mismo espacio temporal y físico, reproducirse
entre ellos y no con otros especímenes sin la mutación, transmitir
su particularidad a las crías y que estas fuesen suficientes para
poder a su vez perpetuar la nueva modificación. ¡No una, sino
cientos o miles de veces desde la ameba hasta el ser humano!
¿Volvemos a hablar de números siderales que prueban la total
improbabilidad de este hecho?
Además de lo expuesto, debemos atender con mayor
seriedad al tema del progreso. Aquí se hace importante aclarar
que las cosas libradas a sí mismas decaen inevitablemente.
Nada mejora porque sí. Deje un queso sobre una mesa por un
buen tiempo y verá el resultado. No se alimente. No limpie su
casa. No se ejercite. ¿Qué sucede? Todo tiende a la decadencia
cuando es abandonado a sí mismo. Aquella improbable primera
célula no tendría por qué haber evolucionado. ¿Por qué
convertirse en algo aún más elaborado y complejo en vez de
morir apenas “nacida”?
A esa inteligencia que hace que todo exista en primer
lugar, luego funcione bien y sirva a su vez a algo más en un
sistema de engranajes precisos la llamamos Dios.
En palabras de Sócrates: "Cualquier cosa que exista para un
propósito útil debe ser el producto de una inteligencia". Dios es
la única explicación posible a todo lo que hemos expuesto. Sólo
a través de Dios podemos aceptar que de la nada —de la que
también habría de salir el supuesto caos original, funcional dentro
del tiempo que ya hemos dicho que no puede ser infinito hacia
atrás— surgiesen sistemas complejos, funcionales y armónicos
con los demás sistemas, permitiendo la vida, la convivencia, el
desarrollo, la utilidad de su existencia, etc.
Y ahora que hemos visto este argumento, podemos
descansar un poco de él pasando a uno nuevo, relacionado con la
perfección, pero de otra manera.
El buen y el mal comprador
Hemos hablado de la perfección de lo creado en cuanto a la
ordenada complejidad existente en el universo, pero ahora nos
referiremos a la perfección en otro sentido: como ideal. Todo lo
que existe tiene un grado de perfección o de falta de ella. La
perfección es llevar algo al punto máximo, donde no existe
ninguna carencia sino completud absoluta.
Cuando usted va al supermercado y escoge una manzana,
por ejemplo, lo hace contrastando mentalmente a la fruta que se
exhibe ante sus ojos con el ideal de esa manzana. ¿Cómo es una
manzana perfecta? ¿Qué aroma, color, textura, dureza, sabor,
etc., tiene que tener para ser la mejor en su especie? Si
respondemos a esas preguntas, encontraremos el absoluto o ideal
de la manzana. Aquello con lo cual podemos hacer un juicio,
decidir si algo es bueno o malo y escoger lo que más se acerca a
la perfección. Nadie compraría la manzana golpeada, medio
podrida, con gusanos, decolorada e insípida (de poder probarla)
pensando que está adquiriendo una manzana perfecta. En ese
estado, la fruta carece de las características que la convierten en
la ideal.
¿Cuál compraría usted?
Esto se puede aplicar a cualquier cosa que existe, tanto en el
plano material como en el emocional, filosófico y espiritual. Los
grados de perfección en algo demuestran que existe su
absoluto, es decir, su grado máximo. Algo puede ser malo por
estar muy alejado de su perfección, cumplir medianamente con
sus virtudes necesarias o alcanzarlas por completo. Un animal
famélico, sarnoso, sin dientes y con una pata quebrada se
encontrará en el grado bajo, mientras que el bien alimentado, con
excelente pelaje y fortaleza se acercará más al ideal de su especie.
Ese ideal o absoluto perfecto puede encontrarse dentro de
cada una de las ramificaciones de la vasta diversidad existente.
Entre las piedras, por ejemplo, existen muchísimos tipos
diferentes, lo mismo sucede con las flores, los pájaros, etc. En
cada uno de ellos, podríamos decir que hay uno que representa a
su grupo mejor que los demás: esto es la cercanía al ideal. Algo
superior al resto, y que dentro de su especie o categoría se
acerca más a su perfección.
Es necesario comprender que la perfección existe y no es
subjetiva. Puede gustarme o no una comida (subjetividad) pero
hay sin duda una forma perfecta para ese platillo: una
temperatura de cocción, unos ingredientes, un tiempo de
preparación, una forma de servirlo, etc. que lo convierten en el
mejor de su tipo (objetividad).
¿Qué expresa con mayor completud las cualidades de un
diamante trabajado, por ejemplo? Su color, claridad, corte y peso.
Por ello, un diamante mal cortado u opaco, por ejemplo, no
tendrá las características de su perfección. Así podemos sacar
conclusiones de cualquier elemento existente.
Si la perfección, por tanto, existe, tiene que haber una
fuente de esa perfección. El punto máximo en que no hay
carencia es lo que llamamos Dios. La suma de las perfecciones,
el ideal absoluto, la fuente original de las perfecciones
parciales que podemos ver en nuestras vidas, eso es Dios,
“aquello más allá de lo cual no se puede pensar en nada más
perfecto” (San Anselmo de Canterbury).
Si existen los ideales tiene que ser por fuerza a causa de algo
superior que los posee y emana, ya que no existe aquello que no
es creado por algo más, como ya hemos explicado. No existiría
una meta o fuente de perfección si todo fuese azaroso.
Volvemos a repetirlo: nada tiende a mejorar por sí mismo sino a
decaer. La perfección, que existe sin dudas porque podemos ver
los distintos grados de la misma en cada elemento del universo,
es lo que llamamos Dios. Deducimos que Él es perfecto porque
si careciera de algo, siendo menos perfecto en algún punto,
entonces ya no podría ser fuente emanante de ese punto del que
carece. Pero de esto ya hablaremos más en adelante, al
adentrarnos en explicaciones sobre el bien y el mal y las
cualidades divinas que podemos deducir también con el buen uso
de la razón.
El espíritu humano
Finalmente veremos un argumento de orden espiritual. Ya
observamos el impresionante orden, funcionamiento e
inteligibilidad del universo, y estamos experimentando algo que
la inteligencia puede palpar. La inteligencia es una parte de lo
que encontramos en el mundo. Pero este universo no está
intelectualmente consciente de sí mismo. A pesar de lo grandes
que son las fuerzas de la naturaleza, no se conocen a sí mismas.
Sin embargo, nosotros las conocemos a ellas y a nosotros
mismos.
El universo es, entonces, inteligible, y el ser humano es el
único ser vivo conocido consciente de ello. Para que algo pueda
comprenderse tiene que existir la inteligencia y un orden sujeto
a esa comprensión. Esa conciencia que nos caracteriza, junto a
la capacidad de reflexión, la voluntad de mejorar, alcanzando
mayores grados de perfección, además de la moral natural, entre
otras capacidades como la memoria, la creatividad, etc., son
factores humanos que no corresponden a la materia, a la
psicología ni a la energía.
Se trata del espíritu, que se prueba a sí mismo por la
existencia de estas capacidades propias de su reino. El ser
humano es capaz de interactuar en el mundo físico (movimiento,
acción, etc.) y en el espiritual (pensamiento, creación,
comprensión, virtudes, ideales), a diferencia de cualquier otro ser
vivo. Sólo podemos movernos dentro de los terrenos a los que
pertenecemos. Una planta no puede correr como un animal, y un
animal no puede crear una obra de arte como un hombre. A cada
uno corresponde el ingreso a un reino con características que le
son propias. El ser humano puede desenvolverse en dos (material
y espiritual), lo que prueba su doble naturaleza.
Sólo por la existencia del espíritu podemos ser conscientes
de nosotros mismos, aprehender realidades externas y buscar un
bien mayor. Nada tendría, porque sí, que mejorar o elevarse. ¿Por
qué algo debe tener conciencia de sí? ¿Acaso no nos rodea un
mundo inconsciente de sí mismo? ¿Por qué hemos de descubrir,
aprender, mejorar, buscar una trascendencia? Eso es espíritu,
algo que ningún otro ser vivo sobre la tierra comparte con la
humanidad. Y si el espíritu existe, tiene que desenvolverse en su
propio mundo también existente, por necesidad lógica. No
puede existir algo dentro de un ámbito inexistente. Algo no
puede sostenerse fuera de su propio terreno: el sentimiento
requiere del mundo emocional y psicológico, el cuerpo requiere
del mundo físico, etc. Por ello, el pensamiento prueba al espíritu,
y éste a su vez es prueba de que hay algo más que materia y
procesos que la mueven y sostienen.
Por ejemplo, si pensamos tiene que existir un ideal del
pensamiento, su forma más pura y perfecta, libre de todo error o
subjetividad, la perfección de la cual emana esta capacidad que
nosotros poseemos en menor medida. Llamamos Dios a quien
mueve y sostiene al mundo espiritual en que se desenvuelven
las cualidades puras propias del espíritu.
Conclusión de la primera parte
Recién ahora esperamos que el lector pueda decir sin más
temores a equivocarse que Dios existe. Podrá hacerlo porque
hemos visto a través de distintos métodos la innegable necesidad
lógica de la existencia de Dios: como causa, origen, motor,
perfección, inteligencia y espíritu. Tal vez le ha llegado a su
forma de pensamiento y comprensión más un razonamiento u
otro, pero además hay que ver el conjunto que refleja la
perfección de un sistema lógico y coherente en todos sus frentes,
porque así es como ha de ser una verdad.
Conocemos a Dios por sus efectos, como conocemos los
efectos del pensamiento, las emociones o la moral, por ejemplo,
sin pedirles que vengan a presentarse al mundo material
tocándonos al hombro para hablarnos.
Cada uno de los sistemas expuestos para descubrir esta
lógica es muchísimo más desarrollable y concluye por sí mismo
en este resultado, pero hemos preferido exponer más breve pero
combinadamente a varios de ellos.
Decidimos dejar de lado por ahora aquellos argumentos
religiosos que requieren de una adhesión institucional que
supondría la pre—aceptación de un conjunto de ideas que
estamos tratando de concluir por nosotros mismos, sin ninguna
imposición más que la que dicta nuestra propia capacidad de
discernir a través de la reflexión. Sin embargo, hecho ese
ejercicio llega el momento de abordar también estos temas.
Porque si Dios existe, tal como la razón nos lo muestra,
tenemos que considerar los aspectos prácticos: la consecuencia
que esta comprensión ha de tener en nuestras vidas.
Si Dios existe, como nuestra razón afirma, entonces estamos
obligados a conocerlo, a averiguar qué quiere de nosotros, para
qué nos puso aquí. No podemos seguir siendo indiferentes a Él,
porque si hemos probado que existe, entonces quiere decir que
nosotros fuimos creados por una causa superior a la de nuestra
simple existencia casual.
¿Podremos entonces continuar con una vida dedicada al
único objetivo de la búsqueda de nuestros propios deseos
limitados a la vida en el mundo? ¿Dios nos puso aquí para hacer
lo que se nos ocurra? ¿hay un plan? Y si lo hay, ¿cuál es?
Saber que Dios existe es un alivio: las cosas tienen sentido,
no están allí “porque sí”. Pero este conocimiento también entraña
una responsabilidad: hemos de actuar coherentemente, en
consecuencia, con esta realidad.
Así como una comprensión en el campo de la medicina no
puede quedar en la simple aceptación del principio de salud
(cancerígenos, factores patológicos, etc., por ejemplo), sino que
debe trasladarse a una integración práctica como principio de
vida saludable (prevención, hábitos, etc.), las comprensiones en
el campo intelectual corresponden en un paralelo a las mismas
consecuencias, es decir, debemos aplicarlo en la práctica a
nuestra vida anímica.
Y para empezar a practicarlo, debemos comprender mejor
a nuestro Creador. No se puede servir a quien no se conoce. No
podemos actuar de acuerdo a algo que no sabemos cómo es y,
por lo tanto, para qué nos creó y qué quiere de nosotros. Por esto
queda claro que después de esta prueba llega al momento en que
tendremos que dar un nuevo paso, hacia el siguiente peldaño de
nuestra escalera de comprensiones. Y así lo haremos en la
segunda parte de la obra.
PARTE II
Progresión lógica
Repasado ya el primer punto fundamental de la existencia
divina, y abriendo la nueva etapa que se despliega ante nosotros,
citaremos para empezar esta sección a otro científico: James
Joule, padre de la termodinámica: "Después del conocimiento y
la obediencia a la voluntad de Dios, la siguiente meta debe ser
conocer algo de Sus atributos de sabiduría, poder y bondad
como se evidencian en Su obra... Es evidente que el conocimiento
de las leyes naturales significa no menos que el conocimiento de
la mente de Dios allí expresada".
Con lo visto hasta aquí, y a través de nuestra razón, podemos
decir que ya aceptamos que Dios existe, pero el camino no ha
hecho más que empezar. Porque entonces se nos plantea la
siguiente cuestión lógica: ¿Cómo es ese Dios? ¿De qué forma
podemos servirlo? Para eso hay que entender para qué fuimos
creados y qué espera de nosotros, por lo que de inmediato surge
la pregunta: ¿Será Padre de alguna religión? Y si es así, ¿es
posible averiguar de cuál de ellas? Aquí afirmamos que Dios es
católico. ¿Podemos probarlo? Vamos a ver punto por punto
empezando desde lo más básico.
Antiguamente bastaba con aquello que se nos enseñaba.
Hoy, que ya no es así para muchos, se hace necesario comprender
nosotros mismos las cosas que antes se daban por sentadas. Una
vez seguros de la base, el resto será mucho más fácil. Podremos
prestar nuestra confianza a aquellos conjuntos de ideas y
creencias que estén en consonancia con lo que hemos deducido,
en particular para aquellas materias que escapan a nuestra
capacidad de comprensión por la luz de la razón. Pero por ahora,
nos toca dedicarnos a dilucidar cómo es Dios en base a todo
aquello que sí podamos analizar con los elementos de que
disponemos.
¿Y por qué hay que saber cómo es Él antes de continuar
nuestro camino? Para saber por qué y para qué estamos aquí,
hemos primero de descubrir cómo es quien ha ideado todo. Sólo
mediante ese conocimiento podremos sacar la siguiente
conclusión lógica, porque como es evidente, todos actuamos de
acuerdo a como somos, y Dios no es una excepción.
Nuestro sentido de existencia sería bien distinto si Dios
fuese bueno, malo o indiferente hacia su Creación, por ejemplo.
¿Cómo habríamos de actuar nosotros, por lo tanto, hacia un Dios
de una u otra naturaleza? ¿Qué plan podría haber ideado con
nosotros si fuese de esta o la otra forma? Se hace necesario, por
fuerza, comprenderlo mejor.
Sin embargo, nos preguntamos, ¿podemos nosotros conocer
a Dios? Con lo que ya hemos deducido en la primera parte, y
observando la naturaleza y funcionamiento de su Creación, es
esperable que seamos capaces de sacar muchas más conclusiones
lógicas, completando toda la medida de nuestra facultad de
entendimiento. Por ello, otra vez, diremos que sí.
Algunos, por el contrario, dicen que el hombre no puede
comprender a Dios porque el ser humano es incapaz en su
limitación de abarcar a lo ilimitado. Y aunque efectivamente es
cierto que nos supera, aun así podemos aprehender muchas cosas
que están dentro de nuestro campo de acción. Para ilustrarlo
veamos un sencillo ejemplo. Imaginemos que nosotros somos un
vaso, cada cual con cierta medida —mayor o menor— para
llenarnos. Dios por su parte es el mar. Jamás podremos abarcarlo
en su inmensidad, pero Él sí podrá llenarnos por completo. Esto
quiere decir que si tenemos distintas capacidades, Dios —
Creador y Dueño de todas las que existen— puede satisfacerlas
por completo, y una de ellas es el uso de la razón.
Sea nuestro vaso pequeño y tosco, o grande y pulido,
siempre podremos quedar repletos por el mar, hasta los bordes.
Esto quiere decir que no sólo nuestra Fe puede colmarse: también
tenemos sensibilidad y raciocinio, y todo puede y debe quedar
saciado, igualmente hasta los bordes. Esta es la causa de la
existencia de los estudios religiosos y filosóficos, que no
existirían si no fuese posible comprender nada.
Además, podemos afirmar que si Dios nos ha dado la
capacidad de entender es para que hagamos uso de todos nuestros
medios para alcanzar nuestro fin. Si no tuviésemos la capacidad
de comprender, no podríamos movernos hacia donde vemos que
es mejor. Vale decir que sin este don nos resultaría imposible
discernir, y viviríamos a la deriva, sin un sentido de vida, sin un
camino para alcanzarlo, ora actuando de una forma, ora de otra,
sin ton ni son.
Antes de comenzar este proceso, entonces, es necesario
aclarar que cada vez que hablemos de un atributo divino vamos
a definirlo (en términos lo más simples posibles), para
asegurarnos de que nos estamos refiriendo a la misma cosa. Es
habitual que dos personas hablen de algo inmaterial como el
amor, la libertad, etc., desde puntos de vista diferentes, y no se
pongan de acuerdo porque entra en juego la subjetividad. Por eso,
buscaremos aquí las definiciones más razonables, exactas y
claras que se hayan desarrollado a lo largo de la historia del
pensamiento, dejando afuera la mentalidad propia de los deseos
y definiciones de cada quien.
Entonces, para empezar nuestro trabajo de conocer a Dios a
través de vías tan razonables como las que nos han llevado a
concluir su existencia, tenemos que basarnos en lo que ya
sabemos para así desarrollar la lógica que nos permitirá ir
escalando a través de las distintas características que posee.
¿Cómo es Dios?
Si Dios existe, se pueden deducir una serie de atributos con
la base de lo ya expuesto. Podríamos afirmar, por ejemplo, que
es un Ser que existe por Sí mismo, causa y motor de todo lo
creado. Porque recapitulando brevemente, hemos de recordar que
Dios no puede haber sido generado a su vez por algo más, ni
depender de nada para existir. Por lo tanto es el Primero, el
Único que no necesitó ser creado ni movido. Esto lo hace
Autoexistente y Autosuficiente, y de esta forma tan simple
hemos llegado a las primeras conclusiones.
Por otra parte, ya hemos dicho que tiene necesariamente que
estar fuera del tiempo, dado que el tiempo no es infinito en su
comienzo, y Él debe existir desde "antes" (si se nos permite la
expresión para facilitar el hilo de la idea) de que se generase lo
que hoy existe —tiempo incluido—, o no sería el primero y
productor de todo lo demás. Y al estar fuera de ese tiempo,
podemos deducir sencillamente, por consecuencia, que es eterno.
A su vez, debe estar fuera del espacio, porque no puede ser
contenido por nada, ni necesitar moverse a través de nada más,
pues en ese caso pasaría a depender de otra cosa, y ya no sería
autosuficiente, ni motor, ni causa de todo lo demás.
Podemos determinar rápidamente, por lo tanto, que Dios es
inmaterial (o espiritual, dado que no ocupa un espacio) y eso lo
hace invisible a los ojos de la carne, no depende de nada ni de
nadie para existir y actuar, es infinito (no comienza ni tiene fin
en su esencia y cualidades), es eterno, tiene el poder de hacer lo
que desea, ha creado lo que existe y le ha dado un orden
funcional innegable, que apreciamos en el universo que nos
rodea, o sea, es inteligente. O, dicho con mayor propiedad, es
Inteligencia.
Para aclarar esto último mencionaremos que no podemos
decir que Dios posea las cualidades que apreciamos en lo
empírico o conceptual, porque Él es cada cualidad en modo
absoluto. Entonces, Él no es majestuoso sino que es la Majestad,
no decimos que es bueno, sino la Bondad misma, no es sabio sino
la Sabiduría misma, etc. Por ello es la misma fuente de las
virtudes, comenzando por la Perfección, necesaria para que sea
la base absoluta de todo lo que de Él dimana.
Por otra parte, es lógica elemental que Dios no podría estar
compuesto por diversos elementos, porque entonces dependería
de la unión de ellos para existir, algo que ya hemos explicado que
no puede suceder porque Él no necesita nada. Por lo tanto, tiene
que ser simple e indivisible.
Ser simple quiere decir que no tiene composición o mezcla
de distintos elementos, es decir, que es indivisible. No se le puede
separar en partes, porque es una sola cosa.
Esto no quiere decir que no tenga características que le son
propias. Si tomamos la unidad básica de cualquier compuesto
encontramos que tiene sus cualidades particulares, que la hacen
distinta a todo el resto de los elementos que existen, aún en su
simplicidad.
Sin embargo, tenemos que declarar que la naturaleza
espiritual de Dios no puede separarse o dividirse, a diferencia de
cualquier sustancia física, que está formada por partes. El aire
que respiramos, por ejemplo, está compuesto de nitrógeno y
oxígeno. Y estos elementos químicos están por su parte
compuestos de moléculas y átomos, y los átomos de neutrones,
protones y electrones. Aún la unidad material más básica tal vez
podría estar sujeta a la división, aunque éste no es un tema de
discusión ahora. Lo que nos importa es que las sustancias físicas
llevan en sí los elementos de su propia composición, ya que sus
partes pueden separarse unas de las otras, mientras que Dios no,
por el motivo expuesto.
Hemos comprendido entonces que Él es simple, y esto es
importante porque desde aquí podremos concluir mejor otros
atributos suyos. Por ejemplo, entendiendo que éstos no pueden
ser un añadido a Su naturaleza, sino que tienen que ser parte de
la misma. Eso significará, entonces, que Dios es la fuente, simple
y pura de cada una de sus cualidades. Ninguna le ha sido
añadida (no existe el factor externo a Sí mismo), sino que Él es
esas cualidades, y las emana hacia aquello que ha creado,
haciendo que sus creaciones participen de ellas.
El sol nos servirá como ejemplo. Podríamos decir que él es
la fuente de luz, mientras que los diversos elementos de nuestro
sistema solar lo reflejan. Cuanto más permita el objeto el brillo
de la luz, irradiándola a su vez hacia los demás, más parecido
será a la fuente, y cuanto menos, más apagado estará. Así, como
en el ejemplo, participamos nosotros de nuestra fuente de
virtudes, como luego veremos.
Pero antes pensemos en la cuestión de la infinitud, que es
otro tema importante a tener en cuenta. Dios es fuente de Sus
atributos, afirmamos, y por lo tanto debe ser infinito o de lo
contrario sería insuficiente e ineficaz. No es perfecto aquello que
tiene una virtud (entendida como facultad o capacidad de obrar)
con límites. Aún a nivel humano no podríamos decir que es
perfecto algo que abandona a momentos la virtud que posee.
Si pudiese perder sus virtudes ya no sería perfecto ni eterno.
Por lo tanto, ahora nos queda claro que posee todos Sus atributos
divinos sin medida: todos son infinitos.
Bien. Comprendido esto, podríamos concluir entonces con
facilidad que Dios es omnipotente, omnipresente y
omnisapiente.
El aspecto que ahora mismo nos interesa es justamente la
omnipotencia (omnis=todo; potencia=poder). Un atributo que
sólo puede adjudicarse a Dios, dado que nada ni nadie más tiene
la capacidad infinita de poderlo todo. Y Él, si es cada atributo en
forma infinita, también es infinitamente poderoso. Además, y
como ya hemos explicado antes, sólo hablamos de Dios al
referirnos a quien no depende de nada para existir o actuar a
Su voluntad.
Diremos entonces que es Omnipotente porque al ser
infinito su poder, y simple su esencia, puede todo lo que quiere
con sólo quererlo. Es decir, cada uno de sus deseos es acto
inmediato. Puede, entonces, hacer todo lo que le agrada, pero Sus
acciones siempre estarán de acuerdo con Su carácter.
Poderlo todo incluye aquello que parece imposible.
Imposible es, justamente, que no se puede. Si algo fuese
imposible para Él, ya no sería omnipotente. Aunque en este
punto amerita aclarar que al hablar de imposibilidad estamos
exceptuando el mal, el error o el absurdo (como el típico sofisma
de la roca), que no son imposibilidades sino formas de carencia
que atentan, por tanto, contra Su naturaleza perfecta.
Pero, aunque hemos dicho varias veces que Él es perfecto,
no nos hemos detenido en este punto. Es hora de hacerlo…
En la definición enciclopédica descubrimos que perfección
significa que tiene el mayor grado posible de bondad o
excelencia. Respecto a Dios, origen y fin de todo, esto ha de
significar que Él es esa bondad y esa excelencia. Dios es
necesariamente el absoluto de la perfección, o tendría
carencias y entonces no sería Dios. Esto quiere decir que Él es
el mayor grado de excelencia que existe, y todo lo demás sólo
será perfecto a semejanza suya.
Si Dios no fuese la fuente, entonces no habría de dónde sacar
las virtudes. No existirían, no estarían creadas. La creación —
surgida de la nada— participa de su Creador.
Si no existiese la inteligencia en Dios, por ejemplo, no
podría existir en su Creación, tanto en los seres humanos que
participan de ella como en la demostración antes dada de la
necesidad de esta cualidad para que todo funcione bien en los
diversos sistemas interrelacionados que conforman el universo.
Para que nosotros podamos tener siquiera algunas de las
diversas virtudes que existen tienen que haber emanado de Él,
puesto que antes de la creación del tiempo y el espacio no existía
nada sino Dios, y no podríamos haberlas tomado de ninguna
“otra parte”. Así conocemos que Dios es fuente de toda virtud.
Ahora bien, ¿acaso podemos determinar con seguridad que
Dios es bondad y excelencia como dice la definición de lo
perfecto? Algunas religiones creen que Él es indiferente, y otras
le "otorgan" atributos negativos. ¿Es esto posible? Después de
desarrollar algunos puntos básicos más nos detendremos en esto.
El bien y el sentido de la creación
Si no se entiende para qué se ejecuta una obra, entonces el
resultado puede parecernos absurdo, mal hecho o inútil. Si
encontrásemos un artefacto extraño en medio de la calle, al que
ninguno de los presentes en la escena pudiera adjudicarle una
funcionalidad, valor ni sentido más que su rareza, ¿podríamos
clasificar como error y defecto la palanca para nosotros
incomprensible, el botón supuestamente desproporcionado, o la
temperatura al parecer extremadamente elevada? ¿O
buscaríamos a quien puede respondernos de qué se trata, para
luego conseguir determinar si esos adminículos antes
inexplicables es posible que tengan algún sentido y valor a pesar
de parecernos lo contrario?
Antes de continuar con el sentido de la Creación, se hace
necesario comprender otro de los atributos divinos que hasta
ahora no habíamos explicado. Hemos hablado de la Perfección,
pero no del Bien, y es hora de hacerlo. Muchos creen que este
término se refiere a una especie de “acción políticamente
correcta” y con esa concepción tan simplona es difícil
comprender de lo que estamos hablando.
La mejor definición del bien la ha dado Aristóteles y aquí
nosotros la explicaremos: "Bien es aquello a lo que tienden las
cosas". Veamos: si observamos, todas nuestras acciones están
orientadas a un fin: comemos para tener energía, dormimos para
descansar, nos reproducimos para perpetuar nuestra especie,
creamos para edificarnos, etc.
El fin que buscamos satisfacer se dirige a su vez hacia otro
(por ejemplo sobrevivir), luego hacia otro más (por ejemplo,
mejorar en las distintas variables de la vida), luego otro (por
ejemplo perfeccionarnos) hasta que se alcanza el fin último, que
buscamos por sí mismo y no porque nos lleve a otro más.
Alcanzado el fin último somos felices. Sentimos
satisfacción por el cumplimiento de un fin parcial (como comer
para aplacar el hambre). Sentimos mayor satisfacción si además
de comer podemos descansar, luego será mejor si también somos
amados, y así en adelante, cuantos más campos hayan
satisfechos, a mayores aspiraremos. Si existen diversos grados de
satisfacción, tiene que existir el grado máximo, con el cual todo
está satisfecho.
Si Dios existe, es lógico afirmar que el fin último o Bien
supremo es Él (cuyos atributos ya hemos visto que son infinitos),
en cuanto satisface —sobrepasando todos los límites—
absolutamente todas nuestras necesidades corporales y
espirituales. Dios, entonces, ha de ser el Bien máximo: el Bien
mismo.
En cuanto cada ser busca el Bien según su naturaleza, la
felicidad del ser humano no se alcanza con la simple satisfacción
de las necesidades animales (comer, dormir, reproducirse,
guarecerse, defenderse, etc.), sino que debe corresponder a todas
nuestras potencialidades humanas (inteligencia, belleza,
sentimiento, orden, fe, etc.).
¿Cómo alcanzamos esa felicidad que es Dios porque es el
Bien absoluto? Siendo el hombre el único animal racional y
espiritual, alcanza su bien y felicidad cuando éstos se ajustan a
esas necesidades superiores que le diferencian del resto de las
criaturas. Es decir, cuando satisface todas las necesidades,
incluidas las que son propiamente humanas.
Vivir para cumplir con cualquiera o incluso con todas las
necesidades animales, no puede hacer feliz al hombre, que
necesita satisfacer muchos más fines, ya que su constitución y
razón exigen bienes superiores. El arte, el amor, la trascendencia,
la justicia, la espiritualidad, la búsqueda de respuestas, son
ejemplos de esas necesidades humanas superiores. Y es por esto
que incluso quienes lo tienen todo a nivel material aún suelen ser
infelices: simplemente no han logrado satisfacer correctamente
sus necesidades superiores.
Las dependencias, las malas relaciones, los excesos, el vacío
interior, la depresión, son sólo algunas de las pruebas de que un
hombre materialmente satisfecho (incluso con buena salud)
puede tener otras carencias que le producen malestar.
Hay varias definiciones de Bien, y aquí nos centramos en
algunas de las mejores para responder a nuestra pregunta
original. Otra definición muy buena es: “Aquello que en sí
mismo tiene el complemento de la perfección en su propio
género”. ¿De quién podemos decir con mayor propiedad que de
Dios que cada uno de Sus atributos (género propio de cada bien)
tiene el complemento de la perfección absoluta?
Aclarado este punto, podemos pasar al sentido de la
Creación. Si colegimos que las virtudes existen en grado
máximo o absoluto en Dios, es lógico que tiene que haber una
correspondencia entre ellas y la forma en que son aplicadas. Es
decir, que Sus acciones se han de ajustar a las virtudes en grado
máximo y no pueden contradecirlas, porque faltarían a su
perfección.
Pensar que un Ser de virtudes infinitas pudo haber creado al
universo sin un sentido (razón de ser, finalidad) sería absurdo.
Un ser humano, que no es sino un granito ínfimo de arena dentro
de la inmensa playa de todo lo creado, es capaz de actuar en
concordancia con su carácter, con un motivo y un fin para lo que
hace.
Definamos algo para entender mejor: un capricho es una idea
o propósito repentino y no fundado en la razón. Esto puede
ocurrirle a alguien finito, sujeto a carencias en sí. Y aun así sólo
actuará caprichosamente de forma ocasional, porque debe
inevitablemente obedecer a leyes de la razón (que utilizamos
incluso para nuestra supervivencia), a menos que esté privado de
ella, o sea, que esté demente y haya perdido la facultad de ser
coherente.
Siendo así ¿cómo podríamos adjudicar a un Dios simple,
completo y Bien absoluto la creación de algo por mero capricho?
Para esto era tan importante saber primero —siquiera
someramente— cómo es Él: para respondernos a esa pregunta sin
mayor dificultad.
Pero algo no se conoce sólo por sí mismo, sino en particular
por sus frutos. Vale decir que está estrechamente relacionada la
razón de nuestra existencia con cómo es Quien nos creó.
Porque así como podemos ser definidos por nuestras
elecciones ("Dime con quién andas y te diré quién eres"), más
aún se nos podrá conocer por lo que hacemos ("Por sus frutos se
conoce al árbol"). Por la aplicación práctica de nuestra
voluntad mantenida con constancia puede verse nuestro
carácter, capacidades, intenciones y afectos. Como ya hemos
visto antes, esto también se aplica a Dios. Así podremos deducir
cuáles fueron Sus intenciones.
Por lo pronto ya sabemos que, al no contener carencia en Sí,
Dios no puede haber actuado por capricho. Hemos visto que eso
es imposible e igual será la conclusión para una creación sin un
sentido razonable. Veamos ahora cuáles son las opciones que
existen.
El divino… ¿aburrimiento?
Si hemos acabado con la posibilidad de que fuese un mero
capricho, ahora nos queda otro punto igualmente improbable: la
diversión. Según ciertas creencias, Dios creó al universo y sus
criaturas como un juego. Algunos lo definen así, y otros como un
hecho “accidental”. Nos quedaremos en principio con el juego,
porque el accidente (carencia de control de una situación
cualquiera y sus consecuencias) es aún más absurdo para
cualquiera que haya seguido hasta aquí por el camino del uso de
su intelecto.
El pensamiento gnóstico del juego divino dice que todo es
Dios pero que una parte “perdió” en determinado momento
conciencia de serlo, inmersa temporalmente en la ilusión de una
separación que en verdad no existe. Cada “fragmento”
(inexistente en realidad) debe volver a tener esa conciencia de ser
divino para fundirse nuevamente con el Todo al que pertenece.
Dios no tiene necesidad de crear algo para “entretenerse”
porque esto implicaría una carencia previa: el aburrimiento o
simplemente la falta de diversión. Pero aún queda una
posibilidad: que el juego fuese una simple emanación de su “buen
humor”, y entonces tendríamos que afirmar que el Bien perfecto
ha tenido una causa mas bien prosaica para crear. Habría por
fuerza que admitir que la Creación no es reflejo y emanación de
divinas perfecciones, sino un engaño que oculta la realidad,
diferente a ella. Esto querría decir que ninguna virtud de Dios se
expresaría en lo creado a excepción de su “simpatía”. ¿Será esto
posible? Lo mismo se aplicará a la experimentación o cualquier
otra causa absurda que se pueda relacionar a la ilusión.
Lo lógico será adjudicar al Máximo Ser la causa más
elevada posible, ¿verdad? Alguien perfecto ha de actuar
coherentemente con Su perfección. Y ya sabemos que Dios,
Perfección absoluta, no podría permitir contradicciones
siquiera temporales o ilusorias a la plenitud de Sus virtudes.
Todo lo que no funciona bien en el mundo, con sus múltiples
carencias, bajo la explicación de la ilusión significaría que Dios
se permite a sí mismo la existencia del mal (aunque sea en
pensamiento, como se podría definir más cercanamente a un
engaño de la consciencia) dado que juega Él sólo en el patio de
la creación. Es decir, que el mal o carencia de bien sería Suyo
siquiera en ideas y juegos, atentando así contra Su perfección.
Tampoco puede contradecir Su perfección perdiendo
conciencia de Sí mismo, siquiera en pequeñas “partes”. La
perfección le lleva a mantener coherencia, inteligencia,
absoluta conciencia, orden, sabiduría e integridad,
eternamente, en todo Su único e indivisible Ser. No puede
nublarse en ninguna “parte” (siquiera temporal), ni carecer de
nada, ni dejarse “engañar” por la ilusión.
¿Cómo iba Dios a crear una ilusión (sentido inferior a Su
perfección y carencia de verdad, otro atentado contra su
excelencia), capaz de engañar a Su sabiduría (mal que es carencia
por encima del bien que es existencia), cuando de Él sólo puede
salir el Bien absoluto, tal como comprendimos antes?
¿Es posible que una simple persona, con inteligencia
limitada, diga una mentira, se la crea, y luego la viva como la
verdad? Sí, pero ya sabemos que eso corresponde al reino de las
enfermedades psicológicas. ¿Podemos adjudicarle un mal así al
Dios que hemos comprendido hasta aquí? Podríamos seguir
sacando conclusiones al respecto, pero ya está bastante claro que
es imposible un origen tan contrario a Su dignidad máxima.
Podemos decir que a lo largo de toda la historia religiosa de
la humanidad surgieron sólo dos formas de comprender el
sentido de la Creación y de actuar por consiguiente de acuerdo a
esa razón: la esotérica y la exotérica.
La ya mencionada gnosis es, en resumidas cuentas, la
creencia de que existen formas veladas y gradualmente
ascendentes de descubrir nuestra propia esencia divina. A eso le
llaman ‘conocimiento’. Aunque tiene variantes, su doctrina se
basa en el panteísmo (todo es dios) y el dualismo (el bien y el mal
como dos caras de la misma moneda), que se trasciende sólo
después de que se alcanza la iluminación (retorno al Todo). Ya
hablaremos en detalle de esto mas adelante.
Por ahora diremos que toda esa doctrina es una idea
esotérica, es decir, es secreta, oculta: un conocimiento
escondido tras el velo de la ilusión (que no deja a las “partes”
ver “su verdadera naturaleza divina”), y por tanto sólo la
desarrollan por pasos cabalmente unos pocos.
Por otra parte está la afirmación exotérica: la forma de
dominio público de alcanzar un fin. Dios es un ser externo a
nosotros, fin al que nos dirigimos sin fundirnos con Él, puesto
que no somos Él y tampoco podríamos añadirle algo "nuevo". Y
la única manera de alcanzar dicho fin es a través de reglas y
prácticas comunes, que cualquiera puede cumplir para agradar
a Dios en su meta con sus criaturas. Ya hablaremos mejor de
esto cuando abordemos de lleno el tema de los medios que nos
ha dado para lograrlo. ¿Cuál preferirá un Dios razonable en sus
acciones y objetivos? ¿La secreta o la universal?
Ahora queremos saber, entonces, ¿cuál podría ser una
respuesta en verdad razonable al sentido de la Creación? Hay dos
explicaciones, complementarias y tan perfectas como quien las
produce, comprendidas dentro del exoterismo: la
manifestación y la comunicación de la gloria. Veamos por qué.
Para empezar a facilitar este proceso vamos a definir la
palabra ‘Gloria’, que tanto se utiliza en relación a Dios: Se trata
de la reputación, el honor y renombre de alguien por sus virtudes
o méritos. Es lo que ennoblece, honra o ilustra. Esplendor y
magnificencia.
Dios, en sus virtudes máximas, exentas de toda carencia,
es por consiguiente absolutamente merecedor de ser llamado
glorioso. Nadie podría tener mayor honor ni renombre. Nadie
podría ser mayor nobleza ni, por tanto, ennoblecer más. Nadie
podría, como Él, ser el esplendor y la magnificencia absolutos.
Si Dios es la misma gloria, entonces nada podría aumentarla.
Nada puede aumentar a un infinito, y ya hemos declarado que las
virtudes de Dios lo son. No existe algo más grande que lo que no
tiene fin en cada una de sus cualidades. Y esto nos demuestra que
Dios no pudo crearnos para aumentar Su gloria, ni para suplir
ninguna carencia, pues Él es completud total. Sus perfecciones
no pueden recibir ningún añadido. Nada de lo que existe es, por
tanto, de utilidad para Él.
Esto nos lleva a la sencilla conclusión de que nosotros no
somos necesarios para Dios. Nada de lo creado lo es. Y así vuelve
con mayor fuerza la pregunta del sentido: ¿entonces cuál sería
el sentido de la Creación? San Agustín lo responde claramente:
"No ha creado Dios el mundo por indigencia o utilidad propia,
sino por Su sola bondad". ¿Y qué es bondad sino el deseo de
bien para otros?
Como seres humanos se nos hace difícil explicarnos la causa
de una acción que no nos reporte un beneficio. Pero podemos
verlo en aquellas que son absolutamente desinteresadas, como un
acto puro de amor, de generosidad, la lucha por una causa que
nos trasciende, etc. En ello vislumbramos la entrega que no pide
nada para sí.
Y si un hombre, tan pequeño y desposeído, puede ejercer
esas nobles acciones, ¿qué ocurrirá entonces con Quien nada
necesita, es nobleza misma y todo lo puede? Sólo nos queda
trasladar aquellos actos a la altura de las virtudes perfectas y
recién entonces podremos empezar a comprender.
Si no hemos sido creados para suplir ningún tipo de
necesidad, entonces sólo queda pensar que Dios —Bien
máximo— nos ha creado por amor y generosidad: para
hacernos felices, dejándonos participar de Su gloria.
Manifestar, por su parte, es hacer, mostrar o declarar algo.
Dios, en Su gloria, puede manifestar sus perfecciones creando.
Nada se lo impide. Lo hace por voluntad, con un poder
ilimitado y una inteligencia sin fin: es el resultado voluntario,
espontáneo y libre de Su magnífica creatividad y demás
virtudes.
Las creaciones, como bien se ha dicho, declaran las
habilidades de su creador. Esto es así a escala humana y también
en la Divina. Las virtudes se ejercen, y Dios lo hace con las suyas.
La creación sería entonces, por un lado, una
manifestación de la gloria de Dios: obras de magnificencia,
orden, belleza, emanadas del Divino Hacedor. Eso sí está a Su
altura. No una Creación que sólo responde a su alegría, sino
una que se ajusta a todas y cada una de sus virtudes,
manifestándolas.
Y por otro lado tenemos la comunicación, que es el acto de
transmitir, haciendo a otro partícipe de algo. La gloria de Dios
son todas Sus perfecciones, y es lógico suponer que ha querido
plasmarlas para que la obra estuviese en concordancia con Sus
capacidades. El gran artista esculpe esplendor en una obra que
habla a otros de tales habilidades. Así, un pintor, por ejemplo,
utiliza sus mejores técnicas, plasma sus mejores ideas, pone amor
a la obra, al fin la enmarca para realzarla... y el resultado de un
verdadero trabajo artístico es que podemos apreciar un conjunto
armónico, bello, bien ejecutado y con un sentido o mensaje.
Incluso quien se detiene a apreciarla en detalle verá en la obra
cuáles fueron las magistrales técnicas utilizadas, maravillándose
así con los talentos del artista. Podemos ver años de
perfeccionamiento en el arte a través de un trazo firme o una
iluminación acabada, y reconocer en esa simple pintura la gran
capacidad de quien la hizo.
Veamos ahora sólo algunas de las perfecciones impresas en
lo Creado por Dios: Un universo inconmensurable da testimonio
de Su poder y magnificencia. El orden de las leyes naturales
presta evidencia de Su inteligencia y jerarquización. La armonía
y esplendor de los sistemas nos muestran Su belleza y bondad
(deseo de bien). Las consecuencias de los actos nos hablan de Su
justicia. Pero, ¿qué nos demuestra el divino amor? La creación
desinteresada de seres a quienes generosamente hacerles
partícipes del Bien que Él es y que les ofrece gratuitamente. Y
este sentido u objetivo para Sus criaturas presta a su vez
testimonio de Su sabiduría, que nada hace sin una razón superior.
Podríamos seguir por muchas hojas mostrando relaciones entre
lo creado y el divino Creador, pero creemos que con lo dicho
basta para que este punto quede demostrado.
Existimos por un acto de amor, participamos
gratuitamente de Su gloria, en nosotros mismos y como testigos
de la magnificencia divina.
¿Hablamos de felicidad?
Hay dos formas complementarias de definir este término. La
primera dice que felicidad es la buena acción (virtud) que nos
inclina a cumplir con nuestro fin por atracción hacia el bien.
La segunda dice que es el placer, satisfacción o complacencia
del ánimo al poseer un bien cualquiera.
Es decir, en término máximo, que la felicidad es nuestro
bien. No podemos ser verdaderamente felices si no satisfacemos
por completo nuestras máximas necesidades. Y no podemos
lograr satisfacerlas sin dirigirnos hacia ese objetivo.
Ahora bien, existen necesidades de distintas categorías:
menores y mayores, por lo que podríamos decir que existen
también distintos grados de felicidad: parcial y total.
Si concluimos que sólo podemos llenar absolutamente todas
nuestras necesidades con el Bien superior (el único capaz de
colmarnos por completo), la forma de conseguirlo es la virtud, o
sea, el movimiento hacia el bien.
Ya hemos explicado que el hombre no tiene todo lo
necesario con la consecución de fines animales (comer, dormir,
protegerse, etc.), sino que tiene otras necesidades que son
propiamente humanas (amor, justicia, creación, etc.). Será, por
tanto, parcialmente feliz cuando cumpla algunas de sus metas,
y totalmente feliz cuando alcance el bien total para él.
¿Quién puede satisfacer por completo una necesidad sino
quien es inmutable fuente de todo Bien absoluto y nos ama, por
lo que desea darnos todo lo bueno?
Para que el ser humano pueda lograr el divino objetivo de la
máxima felicidad tiene que tener medios. No se puede pedir algo
a alguien que no tiene la forma de lograrlo, y menos podemos
pensar que un Ser inteligente nos exigiría un absurdo. Si desea
que lleguemos hasta Él, por lo tanto, tiene que haber creado un
camino para alcanzarlo.
Si la voluntad de Dios es que nosotros seamos felices, y esa
felicidad es Él mismo, por lógica debemos actuar de acuerdo a
esa meta: tenerlo a Él. ¿Cómo hacerlo?
Para empezar necesitamos conocer, que no es sino la
adquisición de nociones mediante el ejercicio del entendimiento.
Debemos conocer a Dios, a través del entendimiento, para
saber cómo es, y por tanto qué quiere y cómo lo quiere. Y una
vez hemos aclarado esto, podemos servirlo. Servir significa
someterse a la voluntad de otro, haciendo lo que Él quiere o
dispone. ¿Y quién más merecedor de nuestro sometimiento que
el Perfecto y que sólo desea nuestro bien y sabe cabalmente cuál
es el fin de nuestra existencia?
Pero si hemos concluido que nuestra máxima felicidad es
poseer a Dios, surge una pregunta lógica: ¿cómo poseemos en
nuestra pequeñez a tal inmensidad? Con la correspondencia de
amar y ser amados.
Amando actuamos como Él: con generosidad, servicio,
lealtad, etc., y por tanto nos acercamos a nuestro fin: participar
del bien que Él es, en lugar de vivir carentes (mal) de sus
virtudes.
Sigamos definiendo: amar es el deseo ardiente del máximo
bien del ser amado. Dios, Bien absoluto, no podría por lógica
desear sino nuestro máximo bien, y por eso decimos que nos ama.
Y podemos estar seguros de que Dios desea nuestro máximo bien
(amor) porque si no contrariaría su propia naturaleza de Bien
absoluto, deseando algo malo (carencia de Sí mismo) para sus
criaturas.
Esto significa que nuestra máxima felicidad requiere que
actuemos en concordancia del que es nuestro máximo Bien:
que nos dirijamos hacia Él desarrollando virtudes, y deseando
su máximo bien (amor). ¿Y cuál puede ser el máximo bien de
quien no necesita nada? Sólo en el caso de Dios es distinto
nuestro amor, porque nosotros no podemos añadir bien al
máximo Bien. Lo único que podemos hacer es actuar de acuerdo
a Su voluntad, cumplir en nosotros Sus designios. Pero a
diferencia del amor entre seres humanos, Él no pierde nada con
nuestra negativa: sólo perdemos nosotros.
Ahora bien, si deseamos cumplir Su voluntad, hemos de
amarlo. El beneficio será todo nuestro, dado que Su voluntad es
un bien para otros y no para Sí mismo. Porque si amamos al
máximo bien, haremos lo que desea, le complaceremos. ¿Y qué
ocurre si actuamos así? Encontramos lo mejor para nosotros. Nos
hacemos un bien a nosotros mismos. Si yo amo a quien me ama,
hacer lo que ese ser desea es mi máximo bien, puesto que mi
máximo bien es su deseo.
Pero para que exista el amor, debe existir la libertad. Un
robot o una máquina cualquiera no puede amarnos porque sigue
inevitablemente las órdenes que le dimos al crearlo. Actúa tal
como le indicamos, porque carece de libertad.
La ignorancia, por ejemplo, que podría considerarse un mal
porque es falta de conocimiento, pasa a tener otro sentido cuando
es un motor y una necesidad que nos empuja en el camino que
transitamos en pos del fin último superior: querer aprender y
conocer para alcanzar el Bien.
Esto mismo sucede con el amor. Para poder amar debemos
tener la posibilidad de hacerlo o de no hacerlo. El amor es un
deseo, y para desear hay que ser libres. Pero no es un deseo
cualquiera: es un deseo ardiente, es decir, es un acto de la
voluntad para conseguir conquistar un fin. Pero tampoco es un
fin cualquiera, sino que es el bien del ser que amamos. Y tampoco
será en un grado cualquiera: hablamos del bien máximo. Por eso
decimos que el amor, al ser un movimiento de la voluntad,
depende de la libertad. Es importante que entendamos, en este
punto, que el amor no es un sentimiento, si bien sentimos como
criaturas sensibles al amar. El amor no es una pasión, si bien
podemos apasionarnos en esa conquista. El amor es un acto de
la voluntad. Por eso, tenemos que ser libres de aplicar o no esa
voluntad. Dios sólo es amado si tenemos la libertad de hacerlo.
Imaginémoslo en nuestra propia vida. ¿Podríamos sabernos
amados de alguien que hipotéticamente estuviese obligado a
amarnos? La trillada frase “Si amas a alguien déjalo libre; si
regresa es tuyo, si no, nunca lo fue” se aplica a los seres
humanos, y también a Dios con sus criaturas, que no podrían
demostrarle su amor si estuvieran forzadas a querer de una única
forma.
El cumplimiento de un fin
Ya podemos afirmar, después de todo lo visto, que el fin de
nuestra existencia es nuestra máxima felicidad: el Bien
Supremo, hacia lo que todo apunta, y donde ya no se sufrirá
daño, pruebas, privación o dolor. Al sostener esto repetimos que
no se puede pedir algo a alguien que no tiene la forma de lograrlo,
y menos podemos pensar que un Ser inteligente y perfecto nos
exigiría un imposible.
Si queremos que un niño pequeño se suba a una tarima alta
sin escalera ni ningún otro medio para ascender hasta allí,
sabemos que no podrá cumplir nuestro mandato, y por tanto la
orden hacia él es injusta, absurda e imposible de satisfacer. Como
seres humanos esta ridícula situación podría eventualmente
suceder, pero esto no es así en el caso de Dios, cuya motivación
para crearnos ha sido expresar Su Gloria, y participarnos de ella,
lo que también ya ha sido explicado. Entonces podemos decir,
resumiendo todo lo anterior, que la Creación es un acto máximo
de amor, porque busca nuestro máximo bien, que es Él mismo.
Si ya hemos aceptado que Dios nos está llevando hacia Él,
entonces nos preguntamos cuál es el camino (escalera o medio,
diríamos en el ejemplo del niño pequeño) que ha puesto a nuestra
disposición para alcanzarlo mediante el cumplimiento de Sus
designios.
En un principio es fundamental que el hombre sepa hacia
dónde se debe dirigir. No podría la humanidad cumplir con su fin
sin saber cuál es su objetivo final. Y para saberlo, es importante
saber quién lo pide, por qué lo hace y cómo es ese ser, como ya
hemos dicho.
Si tenemos una meta clara y comprendemos que nuestra
principal prioridad es alcanzarla, entonces debemos pasar a
actuar de acuerdo a ese objetivo para lograrlo. Obvio. Si tengo
que llegar a un destino, encamino mi cuerpo, los medios de
transporte necesarios, etc., hasta alcanzar el punto al que debía ir.
Lo mismo ocurre con nuestro destino final. Claro cuál es, nos
moveremos conscientemente en su dirección, o terminaremos en
cualquier otra parte.
Si la voluntad de Dios es que nosotros seamos felices, y esa
felicidad es Él mismo, nosotros debemos actuar de acuerdo a esa
meta, que es ni más ni menos que tenerlo a Él.
¿Qué nos pide Su voluntad? Tienen lógicamente que haber
reglas y deseos que cumplir para satisfacerla, o no habría
forma de hacerlo. Y si Dios es perfección, evidentemente Sus
designios estarán en total coherencia con la misma.
Ya veremos luego las reglas, pero antes hablaremos de los
deseos, que son muy sencillos: Si Dios quiere que participemos
de Su Bien, entonces nuestra forma de servirle ha de ser
cumpliendo con nuestro fin último y ayudando a otros a
alcanzarlo también.
Cuando en nuestra libertad decidimos cumplir nuestro fin
estamos consintiendo con que Su Plan se cumpla en nosotros, y
eso nos produce ese máximo bien, que es Su deseo para con las
criaturas.
Y la forma de acatar Su designio sobre nosotros es algo que
ya declaramos antes, pero repetiremos para concentrar en un solo
lugar la columna vertebral de esta argumentación: conociéndolo,
comprendiendo quién es, cómo es y por qué actúa de esta forma
en todo lo que nosotros seamos capaces de alcanzar a
comprender; luego sirviéndolo, es decir sometiéndonos a Su
voluntad que es asemejarnos a Él que es el Bien; y finalmente
amándolo, que además de los afectos propios de quien se ve
atraído por el objeto de su máximo anhelo, es el deseo ardiente
de Su bien, que es simplemente dejar abierto el camino a que se
cumpla Su voluntad de darnos el Bien con nuestro total
consentimiento. Todo se relaciona y tiene la misma gloriosa
meta: la felicidad máxima.
Ya estamos trabajando en conocerlo mejor, aunque es
recomendable leer otras obras, nutrirse de nuevos conocimientos
en relación a Dios, meditar en todo lo visto sacando más y
mayores conclusiones.
Por otro lado es momento de preguntarnos si le amamos.
¿Cómo amar a Dios? Adorándolo, dedicándole días especiales
y honrándolos, cumpliendo con Sus designios, deseando el
cumplimiento de Su voluntad en nosotros y en los demás. Esto
quiere decir que tenemos que parecernos a Él practicando las
virtudes que ya sabemos que tiene. Como dice el aforismo latino:
“Lo similar gusta de lo similar”. ¿Acaso puede la honradez amar
a la deshonra? ¿Pueden convivir la justicia y la injusticia? No.
Dios ama a aquello que se parece a Sí mismo, porque Él es el
Bien. Por eso, y participando de la Santidad2
Divina, llamamos
santas a las personas que se han aplicado en conocerlo, servirlo
y amarlo, puliéndose hasta convertirse en los reflejos
humanamente más cercanos a su Creador, participando de esta
manera y a su escala de la Gloria de Dios.
2
Esta palabra se aplica a aquello que es perfecto, puro y limpio de toda
culpa. Este término sólo puede aplicarse con total propiedad
únicamente a Dios, y en segundo término a aquello que se asemeje con
pureza a Él.
Entonces, además de asemejarnos a nuestro Creador,
debemos relacionarnos con Él. No podemos amar sin una
comunicación. Si Dios es un ser inteligente y omnisciente,
quiere decir que podemos hablarle, decirle que lo amamos, que
deseamos pertenecerle, etc. Ese es el principio más básico de la
oración, presente en todas las religiones.
Finalmente, entonces, está servirlo. ¿Cómo serviremos a
Dios? Ya dijimos que sometiéndonos a Su voluntad. Pero eso no
nos aclara muy bien lo que hay que hacer ni cómo. En este punto
hemos llegado al momento de avanzar un poco más. Ahora
tenemos que averiguar cuáles son los medios y el camino que
ha trazado para nosotros. Sólo cuando conocemos una ley
podemos seguirla.
¿Es necesaria una institución religiosa en la Tierra, si Dios
nos dirige y guía? El ser humano tiene que practicar las virtudes
del Ser al que ama y quiere complacer. Es decir, que como Él
debe aborrecer el mal, que es carencia de lo que ama: el Bien. Y
todo aquello que impida su camino hacia ese Bien ha por tanto
de ser lo que la ley prohíbe.
Así como una ley de tránsito impide accidentes, procurando
un orden que permita a todos circular de forma segura por las
ciudades, tienen que existir leyes que procuren un orden social
que evite “accidentes” en el camino hacia Dios.
Un conjunto de leyes necesita, para ser mantenido, de un
organismo que lo enseñe, lo conserve en su sentido original e
imparta justicia respecto a su aplicación o infracción.
Pero si Dios es perfecto, entonces Su plan es mucho más
grande que la mera comunicación de leyes a cumplir para
complacerlo. Se trata de darse a conocer (Él), para que Le
amemos y sirvamos, comprendiéndole.
Aunque, ¿cómo podemos conocer a Dios si no nos habla
directamente en el oído al estilo que quisieran los ateos? Se hacen
necesarias las jerarquías, y a través de ellas Dios permite que los
hombres más capacitados guíen a quienes quedan a su cargo,
actuando a semejanza de Él con sus criaturas. De esa forma se
gana gloria.
Del amor a Dios se desprende la fe. ¿Qué quiere decir esto?
Las Escrituras lo explican: "la Fe es la certeza de lo que se espera
y la evidencia de lo que no se ve"3
. La certeza se tiene por la
razonabilidad de lo que podemos comprender, la
concatenación histórica que llegamos a conocer y —si existe—
la fiabilidad de la institución que nos lo enseña, a lo largo de su
existencia.
Pongamos un ejemplo: nos dicen que una civilización
remota existió pero nunca la hemos visto personalmente.
Creemos en su existencia porque dentro de lo que se comprende
acerca del lugar estudiado y sus indicios es razonable este
presupuesto. Además, la historia concuerda con la suposición en
todo lo que somos capaces de dilucidar. Finalmente, lo afirman
científicos e historiadores en quienes confiamos por sus
investigaciones, medios y formación.
Hace falta, por tanto, una institución que contenga a los
fieles, reuniéndoles, enseñándoles, corrigiéndoles si es
necesario, ayudándoles a mantener la vida que les permitirá
ganar el buen destino, acorde con lo entendido sobre Dios en
las anteriores obras, ya sea por revelación como por tradición4
.
3
Heb 11:1
4
La Tradición Cristiana, por ejemplo, se compone de todas las verdades
reveladas por Dios que no están incluidas en la Sagrada Escritura
(Biblia) y declaradas por el Magisterio de la Iglesia como tales. La
Tradición Apostólica se realiza de dos modos: con la transmisión viva,
Y para cumplir su fin, esa institución tiene que tener
depositada la Verdad en sí, para luego poder enseñarla, corregir
y todo lo dicho. Ha de quedarnos claro entonces que si Dios no
diese ese medio el hombre no tendría forma de alcanzar su fin.
No conocería, no sabría de qué forma servir, no entendería las
leyes, no sabría si se aparta de las verdades, no sería regulado por
la justicia divina en la tierra, etc.
Esto lleva a otro punto de gran importancia. La ley Divina
no puede, naciendo del amor, ser una reglamentación seca y
condenatoria, que envíe a mal destino a cualquiera que la infrinja,
aunque fuese una sola vez.
¿Por qué? La ley por la ley, seca y descarnada, no se
encuentra templada por la misericordia y la compasión que de
ella se desprende. Eso la vuelve poco virtuosa, porque para que
algo lo sea tiene que estar en armonía con las demás virtudes que
la apoyan y sostienen. Y sin esta condición se convierte en una
aplicación mecánica, sin amor, de una regla fría que no apunta al
bien último de las criaturas a las que se aplica.
Dicho en palabras más sencillas: si el objetivo de Dios con
nosotros es que Le alcancemos en nuestro destino final, entonces
el cumplimiento de las leyes apunta al orden y la corrección. Pero
lo fundamental seguirá siendo el Amor que nos tuvo al
crearnos, y que nos tiene al sostenernos y guiarnos.
Y además Dios, que es Amor, quiere que nos conduzcamos
por amor a imitación suya. Y que por amor obedezcamos Sus
leyes que, por lo demás, miran a nuestro propio bien. Es por eso
por las generaciones de fieles, de la Palabra de Dios (también llamada
simplemente Tradición); y con la Sagrada Escritura, que es el mismo
anuncio de la Salvación puesto por escrito. Ambas conjuntamente se
denominan el depósito de la fe.
que San Agustín dice: “Ama y haz lo que quieras”. Porque quien
ama no perjudica al amado, a quien conoce en todo lo que le
resulta posible, sino que le sirve, pero amorosamente. Y por
tanto, de su amor se desprende naturalmente la corrección de sus
actos.
Pero, ¿qué pasa si una persona contraviene una ley? En tanto
alguien comete una infracción, aún grave, y sigue vivo, tiene aún
la posibilidad de alcanzar su fin. Si no fuese así, estaríamos
sosteniendo que quien cometió un pecado a los veinte años, luego
vivió sesenta años sin posibilidad de levantar su condena.
Absurdo, ¿verdad? Por ese motivo, tiene que haber algún medio
para recuperar la buena relación con Dios después de haberle
ofendido, permitiéndonos así ganar el buen destino.
Para resumir, entonces, la Institución designada por Dios
en la Tierra, tiene que ser depósito de Sus Verdades, tiene que
tener una estructura que le permita formar personas que
cumplan con el fin más alto que puede existir, que es el
sacerdotal, porque cumple los mandamientos fundamentales:
amar a Dios sobre todas las cosas (a través de su consagración,
adoración, y cumplimiento de fines superiores) y al prójimo
como a sí mismo, procurándole el mismo bien máximo que
quiere para él, que es alcanzar a Dios al final de la vida terrena.
La Institución debe, por lo demás, contener los ritos más
adecuados para adorar y agradar a Dios y mejorar a los fieles, y
el poder de educar y asistir a esos mismos creyentes desde su
nacimiento y hasta la muerte. De esta manera, se mantiene una
perfecta relación constante entre Dios y las criaturas, a través de
un intermedio que es a la vez humano que divino. Humano en su
estructura durante la vida terrenal, y Divino en sus fines y
enseñanzas.
Está claro que la institución depositaria de la Verdad tiene
que estar en el seno de la religión auténtica. Por ello ahora nos
preguntamos, y con razón, ¿cómo podemos saber cuál de todas
es la correcta? E incluso, ¿no pueden serlo varias, o de alguna
manera todas tal vez?
El así llamado “indiferentismo religioso”
Hay un cuento oriental bastante conocido que dice que varias
personas con los ojos vendados son puestas delante de un gran
elefante. Cada uno tantea una parte: uno la pata, otro la cola, otro
la trompa, otro el lomo, y así por delante. Cuando hablan de lo
que conocen, cada quien defiende su parte: "es una pata", "no —
dice otro— es una oreja", etc. Y discuten quién tiene la razón,
llegando a pelearse por ello, cuando en realidad cada cual estaba
palpando una zona diferente del mismo animal.
Esa historia viene como anillo al dedo para ciertos errores
graves de comprensión. Y lo que intenta defender es totalmente
falso. Lógicamente, si dos, tres o más personas (o corrientes, en
realidad) afirman conocer al Todo por una de sus partes,
simplemente no tienen idea de la verdad total y se confunden con
la porción. Si juntásemos lo que dice cada cual, desde una visión
superior, podríamos terminar llegando a la conclusión de que se
trata de un elefante.
Estos ven patas, aquellos otros ven trompa, éste panza,
orejas, colmillos, cola, uno más siente la textura: resultado, un
elefante. Son partes de un ser coherente. No se contradicen unas
a otras, sino que se complementan. El único problema está en que
cada quien se centra en su parte. Y mientras se niegue a aceptar
que los demás también "captan" algo real, entonces se creará una
situación absurda, donde nadie notará al verdadero animal sino
sólo la porción que es capaz de abarcar.
Esta alegoría tan útil a ciertas creencias es lo que en
pensamiento lógico se llama una falacia. No sólo contradice la
necesidad que tenemos de conocer cuál es el camino idóneo y en
concordancia con las perfecciones del Creador, sino que además
surge un problema cuando lo que cada quien afirma es totalmente
contradictorio con el de al lado. Si la idea fuese cierta, no
encontraríamos contradicción entre cola y pata. Sólo habrían
partes distintas, que reunidas por una comprensión más
abarcativa, resultarían coherentes y complementarias entre sí.
Pero, ¿qué pasaría si uno dijese que ha palpado todo y descubrió
que tiene grandes patas, otro que no tiene ninguna porque repta,
y uno más que sólo usa aletas para desplazarse en el agua?
Si estudiamos apenas un poco de religiones comparadas,
descubrimos que hay diferencias irreconciliables respecto al
mismo punto. Por ejemplo: unos dicen que existen muchos
dioses (politeísmo) y otros que hay un solo Dios (monoteísmo).
Unos afirman que el objeto de nuestras vidas es llegar a la
iluminación (trascender la ilusión de estar separados, para
retornar al Todo) y otros que debemos llenarnos de buenos actos
para ir al Cielo junto a un Dios separado de nosotros, que nos
juzga para determinar nuestra fidelidad y amor a Él. Unos dicen
que el bien y el mal son dos lados de la misma moneda (dualismo)
y otros que sólo existen bienes y sus carencias o negaciones,
irreconciliables entre sí. Y así, muchas, muchas creencias que
chocan directamente unas con otras.
¿Todas tienen razón? ¿Dios es uno, es muchos, es Todo o no
existe en absoluto? ¿el hombre se ilumina (gnosticismo), muere
y va a juicio y luego a un destino final (religiones exotéricas),
muere y desaparece (ateísmo)? ¿Tiene una sola vida o reencarna
muchas veces? Y así podemos seguir con preguntas sin fin.
Como aquí se ve, ya no se trata de una pata versus una cola,
donde no hay contradicción. Se trata de que uno dice que la pata
tiene garras de tigre, otro dice que es un pie humano y el tercero
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DIOS EXISTE & ES CATÓLICO

  • 1.
  • 2. Edición especial de aniversario DIOS EXISTE & ES CATÓLICO COLECCIÓN DEBATES Editorial Surgite! 2022
  • 3. ACLARACIÓN El presente volumen reúne —por primera vez— dos obras independientes pero que, por su continuidad lógica y en beneficio de los lectores, demandaban ser publicadas juntas.
  • 5. "Porque he visto que Dios lo hace todo, sin importar lo pequeño que sea, y que nada es producto de la casualidad, sino todo de Su sabiduría omnisciente. Si algo parece casualidad a la vista del hombre, nuestra ceguera y falta de conocimiento es la razón". SANTA JULIANA DE NORWICH (1342—1416) “Revelaciones del Amor Divino”, cap. 11.
  • 6. Presentación Tenemos la impresión de que son los hechos los que dan forma a nuestras vidas y, por consecuencia, todo lo que hemos vivido —o no— es lo que nos hace ser lo que somos. Desde esa experiencia podemos esperar un futuro determinado y hasta predecir nuestras conductas, juicios y reacciones. Sin embargo, hay una realidad anterior a los hechos: son las ideas de las cosas. En efecto, según creemos y entendemos las cosas construimos lo que podemos esperar, que es una forma de realidad. Basta con analizar la vida de una persona con un fuerte trauma o una experiencia prodigiosa, para ver hasta qué punto limita o expande sus posibilidades en la vida. Esas ideas nacen de preguntas, grandes y menores, que nos hacemos como individuos y como grupos. Dentro de esas grandes preguntas, la existencia de Dios ocupa el primer lugar, aunque no nos demos cuenta. Pero son tantas las consecuencias de esa respuesta que las vidas, sociedades y culturas, con sus proyecciones y explicaciones, se derivan de ella. Una divinidad indiferente al bien o el mal, una que exige sacrificios humanos, o no existe y son moralmente indiferentes nuestros actos, son posibilidades que darán forma a una sociedad y a la vida de una persona con destinos muy distintos. * * * Esa pregunta vital se registra desde el inicio de los tiempos. No hay pueblo que de alguna manera u otra haya tratado de resolverla y actuar en consecuencia.
  • 7. De hecho, los grandes conflictos de la humanidad se han dado en torno a las consecuencias prácticas y teóricas de las religiones. Y si la respuesta fuese que sin ellas viviríamos en paz, baste con estudiar los mayores crímenes masivos, las mayores crueldades y veremos que se han dado en sistemas ateos y materialistas. Por eso la crisis de la Santa Iglesia, con su deriva desde las denuncias de San Pio X sobre el modernismo, afecta tanto a la sociedad. La misma crisis en la Santa Iglesia dota al problema de una urgencia absoluta: en tanto Dios existe todo nuestro sistema de vida, con sus valores, prioridades, formas y usos sociales, culturales, legales y morales, dependen de esto. A lo largo del siglo XIX tuvo lugar el centro de los combates que venían inflamando las sociedades civilizadas desde el golpe de la llamada “ilustración”. De un lado y del otro lo mejor de los espíritus y todo el ardor de las sangres se enfrentaron en la prensa, en las cátedras y en la calle misma debatiendo sobre la existencia de Dios. Y unos le proclamaban y otros le negaban. Aquí quienes con erudición apabullante lo demostraban y allí otros que con audacia infinita le declaraban muerto o, incluso, que nunca existió. Con el triunfo de las ideologías derivadas de la masonería y sus secuaces, la prensa, el arte y los movimientos ideológicos se congregaron en torno al ateísmo teórico o práctico. Otros optaron por evadir el problema acomodándose en el indiferentismo, sugiriendo que da lo mismo si existe o no y que, por consecuencia, no podemos juzgar a otro.
  • 8. Derrotados en el terreno de la lógica y las ideas, unos y otros quisieron dar la sensación de que el problema estaba resuelto. No pudiendo negarlo, comenzaron a actuar y a hablar “como si” no existiese. Surgieron teorías que se impusieron como verdades y desde estos supuestos, a veces científicos y otras veces no, se insufló a la sociedad, progresivamente más inculta y barbárica, la noción de que lo serio, lo científico y lo racional era negarlo. O ser indiferentes. Así llegamos a una ciencia sin Dios, a una economía, a unas leyes, a modas, cultura y hasta religiones sin Dios en lo práctico. Con todo esto en mente hoy nos levantamos y proclamamos la existencia de Dios. Abrazamos los estandartes de una fe ardiente, segura y caritativa. Una fe que no es sólo emoción, sino que tiene la seguridad de la razón, de los hechos, y que se basa, por añadidura, en lo Revelado y afirmado por la Tradición bimilenaria de la Santa Iglesia. Comenzamos esta pequeña obra, por lo tanto, con el primer fundamento de la fe. Con este punto resuelto, avanzaremos hacia una profundización que ahora, todavía, no tiene sentido. Ya lo veremos en la segunda parte del libro. A los pies de María Santísima —a quien Dios nada niega y quien nada niega a Sus devotos— depositamos estos esfuerzos y encomendamos nuestra esperanza de obtener triunfos sobre las almas para gloria de Dios. Quiera Ella acompañar nuestros esfuerzos apostólicos y hacer de éstos Su triunfo sobre la Tierra para el bien de las almas y gloria de la Santa Iglesia. En Roma, a 21 días del mes de abril de 2022, fiesta de San Anselmo de Canterbury, Obispo y Doctor de la Iglesia.
  • 9. ¿Dios existe? Nadie ha hecho hasta hoy un mejor trabajo para demostrar distintas vías para descubrir la existencia de Dios mediante la luz de la razón natural que el de Santo Tomás de Aquino. Aunque numerosos detractores han creado debates al respecto, ningún escéptico ha podido hasta ahora dar una respuesta acabada y sólida que derribe la lógica detrás de estos argumentos. Si Dios no existe, entonces cualquier creencia al respecto, la vida después de la muerte, los códigos de conducta, las virtudes desprendidas y el perfeccionamiento, entre otros, son sólo pensamientos ociosos, suposiciones, o meras manipulaciones, como tantas veces se ha dicho. Sin embargo, si existe, todo aquello adquiere relevancia y nos obliga a prestarle atención, a comprender más y a actuar en consecuencia. Si Dios existe no podemos, como Sus criaturas, serle indiferentes o contradecirle, porque si Él es real nosotros tenemos una razón de ser que va más allá de una reunión casual de moléculas que luego se disolverán en la nada de un universo sin sentido. Pero no es todavía el tiempo de pensar en qué haremos cuando creamos en Su existencia, porque de momento nos enfrentamos a lo más básico, con o sin lo cual todo es diferente. Con la raíz, el árbol puede existir y tener mil ramas, a las que podemos acceder, observar, explicar y actuar en concordancia. Sin la raíz, el árbol (si aun así existe) está muerto, y sólo nos queda hacerlo leña para calentarnos en el frío de nuestra inutilidad.
  • 10. Se quisiera tratar temas más desarrollados después de los sólidos razonamientos ya recibidos antaño en este aspecto, pero se hace necesario ajustar a la mentalidad de estos tiempos esa y otras explicaciones, para ayudar al hombre moderno a comprender algo que hace siglos que se sabe con seguridad, pero que por falta de comprensión hoy se niega sin pudor alguno. Vamos entonces a dedicarnos a sopesar algunas de las formas en que se puede llegar a la conclusión de que Dios sí existe, sosteniendo y nutriendo a un árbol que está vivo. Algunas de estas reflexiones ya han sido muchas veces expuestas desde que sus primeros autores las pensaron y explicaron, otras en cambio son algo más novedosas. Pero lo que buscaremos aquí no es la novedad, sino razones contundentes y claras a nuestra mentalidad actual para creer o para dejar de hacerlo. Pasemos entonces a los distintos razonamientos. Todos tienen un método seguro que nos pueden ayudar en nuestra reflexión, pero posiblemente algunos tocarán más que otros al proceso de entendimiento de cada quien. Veámoslos simplificados para comprensión general, sin términos filosóficos que puedan confundir a los pocos habituados a su lenguaje. Empecemos…
  • 11. ¿Quién creó y mueve al móvil? Comenzaremos con un ejemplo sencillo: La vida es animada, es decir, tiene movimiento. Para que usted pueda tener vida debió recibirla de otro ser con vida, porque no puede nacer vida de lo inerte (inanimado). Ese ser recibió vida a su vez de otra anterior, y ésta de otra, y así sucesivamente hasta alcanzar un origen. Desde nosotros podemos retroceder hasta un primer hombre (ahora hay siete mil millones de seres humanos, antes hubo dos mil millones, antes cincuenta millones, antes cien mil, antes quinientos, antes diez, antes dos, antes uno), pero, ¿y antes? ¿cómo llegó él aquí? Nada surge espontáneamente. No vamos caminando por las calles y aparece vida de la nada —como generación espontánea— ante nosotros. El que ha dado cuerpo y vida (movimiento y causa) a los seres y sistemas en un principio es lo que ahora llamaremos Dios: Quien no tuvo que ser creado por nada más. Sin embargo, no faltarán quienes digan que esto es perfectamente explicable a través de la gran explosión original y posterior evolución de la vida. Ya hablaremos más adelante de este punto específicamente, pero de momento podemos asegurar que ni siquiera la evolución contradice el hecho de que la conjunción animada de elementos que forman a un ser vivo es el primer Creador, aunque se tratara de la reunión perfecta de elementos que produjeron algo coherente y vivo en lugar de un nuevo caos. Pero no nos adelantemos: explicaremos después por
  • 12. qué es imposible, sin una inteligencia ordenadora en juego, que esto sucediera. Por ahora afirmaremos que dicho originador no podría depender de nada más para tener vida. Y a ese causante de la existencia de todo lo demás es a lo que llamaremos Dios. Por otra parte, si rastreamos cualquier tipo de movimiento que observemos en el Universo (el crecimiento de un vegetal, la trayectoria de los astros, un pensamiento, una canica girando en el suelo, etc.) llegaremos nuevamente a un origen que debe bastarse a sí mismo, es decir, que no requiera de nada previo que lo mueva. El universo es la suma total de todo lo que se mueve, no importa cuántas cosas sean. Todo el universo está en proceso de cambio. Pero el cambio requiere una fuerza externa que lo mueva, porque si no, simplemente no se movería. Imagine partículas de polvo: necesitan del viento para moverse, o de alguien que las agite, o de cualquier otra causa externa a sí mismas. Si no existe esa causa, se quedarán detenidas en su lugar. Ahora piense en el mecanismo de un reloj. Una pieza mueve a otras, que a su vez actúan en las siguientes. Nada de lo que existe en el universo puede moverse sólo, por sí mismo. Aún nuestros movimientos requieren de voluntad y energía, sin los cuales no sucederían. De esto deducimos que tiene que haber una fuerza externa al universo, algo que le trascienda y le haga moverse. Esto es lo que llamamos Dios. Si no hubiera nada externo al universo material, entonces no habría causas en el universo para el cambio. Pero cambia. Y eso demuestra que tiene que existir ese causante externo. El universo es la suma total de toda materia, espacio y tiempo. Estas tres cosas dependen unas de otras. Entonces, ese ser externo al
  • 13. universo está fuera de la materia, el espacio y el tiempo. Es la fuente inmutable del cambio. Sin ella, no ocurriría nada. No tiene por qué ocurrir. La causa original puede verse en cualquier hecho de la vida, que nos llevará inevitablemente a retroceder hasta Dios. Por ejemplo: yo ahora pienso en este argumento. Lo hago porque deseo que usted lo comprenda, y para ello he estudiado al respecto, investigado y reflexionado. Eso ha ocurrido porque he sentido curiosidad. La curiosidad ha sido educada por personas que sabían de sus materias. Puedo seguir retrocediendo a través de esas personas y la forma en que adquirieron sus conocimientos, o también a través del motivo por el que pude estudiar. Tomemos ése: he podido estudiar porque mis padres costearon mis estudios. Ellos lo hicieron con la ganancia de su trabajo. Ese trabajo lo consiguieron después de aprender su profesión, que a su vez fue posible gracias al trabajo de sus propios padres. Así puedo seguir retrocediendo a mis abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, y la cadena continuará hasta el primero que ha existido sobre la tierra y la forma en que sostuvo su vida, en un orden lógico. Todo lo que sucede, aún sorpresivo como un accidente, puede rastrearse en una cadena de hechos y situaciones previas. Luego seguimos: para que un animal encontrara cómo alimentarse tiene que antes haber sentido hambre. El hambre se debe a que es un ser vivo que necesita una fuente de energía para moverse, algo externo a sí mismo. Ese alimento a su vez se alimenta de algo más, y podemos seguir retrocediendo. Todo movimiento o acto requiere de uno anterior que lo haya provocado, hasta que alcanzamos a aquel que sólo es generador y no requiere de nada previo. El ciclo no puede ser infinito: todo tiene un inicio, como probaremos a continuación.
  • 14. Pero antes resumamos con Aristóteles, príncipe de los filósofos, quien, ciñéndose a este razonamiento, dijo: "no podría explicarse la coordinación y armonía de los movimientos sin aceptar la existencia de Dios".
  • 15. La nada… nada es Podemos notar que las cosas existen y dejan de existir. Un árbol, como en el ejemplo antes mencionado, crece de una pequeña semilla, florece, languidece, muere y finalmente desaparece. Cualquier cosa que llegue a existir y luego deje de hacerlo podría nunca haber existido: nosotros, una casa, el perro, etc. Si el universo comenzó a existir, quiere decir que podemos retroceder hasta su origen, como al de cualquier cosa que haya comenzado a existir dentro de él. La cadena hacia atrás no puede ser infinita dentro del tiempo, porque si lo pensamos, si así fuera nunca llegaríamos al eslabón actual, a este momento, porque el pasado temporal sería infinito, interminable. Siempre, eternamente, estaríamos atrapados en esa cadena sin alcanzar el presente. El tiempo, por lo tanto, no puede ser infinito al menos hacia atrás. Esto quiere decir que hubo un momento en que el universo con sus leyes no existía. Pero de la nada, nada sale. Entonces, el universo no podría haber comenzado a existir, para luego generar la famosa explosión. Para que lo hiciera es necesario un ser o causante que no tuviese que existir por nada previo, es decir, increado. Que no tenga un tiempo en que no existía, o sea, que esté fuera del tiempo, lo que dentro de nuestros medios humanos se tendría que resumir incorrectamente como que “ha existido siempre”. Entonces, si retrocedemos hasta el origen finito del universo, al inicio de todo, encontraremos que es absolutamente necesario
  • 16. algo que lo produjera. Si ese “algo” hubiese a su vez sido creado por otro “algo” más, entonces ya no sería el primero ni increado. Cuando alcanzamos el primero, el que no ha sido creado por nadie, el que ha generado todo lo que vino después, ahí hemos llegado hasta Dios. Sin Él como originador, repetimos, nada existiría. Hemos visto un nuevo argumento, pero no vamos a detenernos allí. Todavía queda mucho camino, y seguiremos con otro más.
  • 17. Orden e inteligencia versus caos y absurdo Ahora vamos a adentrarnos en otro aspecto de nuestro universo: su perfección y complejidad, abordando a su vez el prometido punto acerca de la generación caprichosa y posterior evolución como explicación de la existencia. Este será el capítulo que más desarrollaremos, porque además de la lógica es posible apoyarse también en la ciencia, de la que nos serviremos para ayudar a aquellos que consideran sus argumentos como la única y última palabra. Observemos, para empezar, la anatomía humana, con sus mil mecanismos que “encastran” a la perfección para dar todas sus cualidades y capacidades al hombre, permitiéndole vivir y desarrollar diversas habilidades tanto para subsistir como para desarrollarse. Podemos detenernos en algo, y lo haremos observando uno sólo de los múltiples sistemas de que se sirve nuestro organismo para funcionar correctamente, viendo así la maravillosa complejidad que poseemos. Veamos por ejemplo el sistema respiratorio. Su función es incorporar oxígeno al organismo, para que al llegar a las células se produzca la "combustión" y poder así "quemar" los nutrientes y liberar energía. De esta combustión quedan desechos, como el dióxido de carbono, el cual es expulsado al exterior a través de la expiración. El proceso se inicia en la nariz, donde los cilios nos permiten oler y el aire se humedece, calienta y purifica para ingresar al cuerpo. La faringe y la laringe conducen ese aire, que en el caso de la última es utilizado además para producir el sonido, a través
  • 18. de las cuerdas vocales que allí se alojan. Luego llegamos a la tráquea, donde su superficie mucosa actúa como bactericida y en la que se adhieren las partículas de polvo que no fueron filtradas por las vías respiratorias superiores. Más adelante ésta se divide en dos bronquios que se dividen de nuevo, una y otra vez, en bronquios secundarios, terciarios y, finalmente, en unos 250.000 bronquiolos. Los bronquios son las diversas ramificaciones del interior del pulmón, terminando en los alvéolos pulmonares que tienen a su vez unas bolsas más pequeñas rodeadas de una multitud de capilares por donde pasa la sangre, se purifica y se realiza el intercambio gaseoso. Los pulmones contienen unos 300 millones de alvéolos. Y finalmente en este sistema está el diafragma, que es un músculo que separa la cavidad torácica de la abdominal, y al contraerse permite la entrada de aire a los pulmones. Solamente para que podamos incorporar oxígeno a nuestro organismo — uno de los muchísimos procesos que realiza nuestro cuerpo para vivir y moverse — existe este sistema altamente especializado y perfecto. Cualquiera de sus elementos en malas condiciones u orden acaba con su correcto funcionamiento, y nos enfermamos o morimos. La complejidad increíble de este único sistema ¿puede haber surgido “porque sí”? ¿Qué hace que algo tan perfecto tenga lugar si no es una inteligencia que así lo ordena? Podemos observar de la misma forma el sistema digestivo, el cardiovascular, nuestra estructura ósea, el sistema reproductivo, los sentidos, etc. Pero esto podría no terminar de impresionarnos porque, después de todo, el cuerpo humano es muy avanzado dentro de la escala jerárquica de la vida y pudo ser – aunque difícilmente – producto de la casualidad. Por eso, detengámonos un momento a pensar en algo muchísimo más pequeño y elemental: la célula.
  • 19. Una célula viva, unidad básica de cualquier ser viviente, es enormemente compleja. Cada célula es un mundo atestado de hasta doscientos billones de grupitos de átomos llamados moléculas. Nuestros 46 ‘hilos’ de cromosomas, conectados, medirían más de dos metros puestos uno después del otro. Sin embargo, el diámetro del núcleo que los contiene mide menos de una centésima de milímetro. Cada una de las células – y son más de cien billones en nuestro caso – funciona como una ciudad amurallada. Plantas energéticas producen la energía necesaria. Fábricas crean proteínas, unidades vitales del comercio químico. Complejos sistemas de transportación sirven para guiar a sustancias químicas específicas de un lugar a otro de la célula y más allá de sus límites. Centinelas en las barricadas controlan los intercambios, y examinan el mundo externo en busca de señales de peligro. Ejércitos biológicos disciplinados se mantienen listos para luchar contra posibles invasores. Un gobierno genético centralizado mantiene el orden. En un recipiente que mide 0,0025 de centímetro, de lado a lado, se encuentran la membrana celular, los ribosomas, el núcleo, los cromosomas, el nucléolo, el retículo endoplasmático, las mitocondrias, el aparato de Golgi y los centríolos encargados entre todos de hacer que este increíble sistema microscópico funcione a la perfección. Y entonces nos preguntamos ¿es posible que el azar produjese esto? Aún si así fuese, “algo” tendría que ser responsable de que se generara este orden y constantemente avanzase hacia algo mejor, en lugar de destruirse y desaparecer en el caos que supuestamente había en su entorno al comenzar a existir la primera. Porque pensémoslo, ¿por qué causa el caos se auto— ordenaría, y no sólo eso, sino que además se conservaría y evolucionaría hacia formas aún más complejas? ¿Cómo sabría aquella primera célula que tenía que defenderse de posibles enemigos (incluso medioambientales),
  • 20. que debía alimentarse, que tendría que reproducirse? ¿Quién le indicó todo aquello? ¿Podemos afirmar que además de su complejísimo sistema, venía también equipada de un "instinto" de supervivencia? ¿por qué? Pero sigamos observando en lo más pequeño de lo pequeño: las proteínas. Las necesarias para la vida tienen moléculas muy complejas. La probabilidad de que se forme una de esas proteínas de los veinte aminoácidos necesarios para la vida dentro de más de cien como existen, es de 10113 (1 seguido por 113 ceros). Y cualquier suceso que tiene sólo la probabilidad de 150 es rechazado por los matemáticos como algo que nunca sucede. Agreguemos a esto que no alcanzaría con una, sino que se hacen necesarias 2.000 de ellas para la actividad celular. ¿Qué probabilidad hay de obtener todas estas al azar? ¡Sólo de una sobre 1040.000 ! Esto muestra matemática y lógicamente que la formación espontánea de vida es algo imposible, sin agregar siquiera a la ecuación que debe ocurrir en un mismo tiempo y espacio. Fred Hoyle y N.C. Wickramasinghe, los dos astrónomos originalmente evolucionistas que intentaron durante años probar la posibilidad real de que esta “casualidad” ocurriera, terminaron reconociendo: “Los números que ya hemos calculado y señalado son esencialmente imposibles de afrontar. A no ser que uno se deje dominar por el prejuicio, sea debido a creencias sociales o debido a educación científica, de modo que acepte la convicción de que la vida se originó espontáneamente en la Tierra, este simple cálculo (las probabilidades matemáticas contra ello) desestima tal idea completamente”. Y ya querrían algunos que éste fuese el único problema para sostener su teoría. Además de ser absurdamente pequeña la
  • 21. posibilidad de que esto ocurriese por accidente, hay aún más dificultades: tiene que haber una membrana que envuelva a la célula. Pero esta membrana es extremadamente compleja e “inteligente”, compuesta de moléculas de proteína, azúcar y grasa. Más difíciles aún de obtener que estas son los nucléolos, unidades estructurales del ADN. La probabilidad de formar siquiera la más sencilla de las histonas (responsables del gobierno de la actividad de los genes dentro del ADN) es de 20100 , otro número enorme, mayor —para darnos una idea— que el total de todos los átomos de todas las estrellas y galaxias que se pueden ver mediante los mayores telescopios astronómicos, que viene a agregarse a la larga fila de cifras estratosféricas, todas sumadas a las anteriores. ¿Puede usted, entonces, entender el absurdo de que aun suponiendo que se cumpliese la generación accidental de un solo aminoácido, deberían ocurrir en el mismo momento y lugar (sólo diez minutos después o a un simple centímetro de distancia ya no serviría) la generación de otros diecinueve más para sólo con ello obtener una simple proteína? ¿Y que luego necesitaríamos 1999 más —también en el mismo espacio y lugar— para obtener las requeridas para la actividad de una única célula? Y si haciendo un acto de fe sobrenatural lo creyésemos, aún nos quedaría averiguar algo: ¿cómo se conservaría, reproduciría y sobreviviría esa sola, triste y abandonada célula? ¿de qué se alimentaría en medio del caos hasta el momento estéril? ¿qué o quién le habría “enseñado” que debe hacerlo? ¿cómo resistiría en un mundo en que no hay vegetales —organismos más complejos que una simple célula— que produzcan la fotosíntesis causante de la liberación de oxígeno, y por tanto carente de todo alimento, por dar un simple ejemplo? ¿Cómo evitaría cocinarse en una Tierra sin atmósfera que la protegiese de la efusión de rayos ultravioletas?
  • 22. Ni siquiera en condiciones de laboratorio se ha podido probar que la reunión de los elementos químicos produzca vida. Y esto contando con que el científico sabe lo que está intentando lograr y es, por tanto, la “inteligencia externa” de la que se carece según la teoría evolucionista. Una conjunción caprichosa de “ingredientes”, ¿cómo sabría que tiene que defenderse, nutrirse, reproducirse para no desaparecer? Si así fuese, estaríamos frente a un auténtico milagro. En palabras de Anthony van Leeuwenhoek, microbiólogo: "Habría sido un milagro obtener estas moléculas por casualidad". Pero además de lo dicho, volvamos al hecho de que no se ha podido producir vida en un laboratorio. ¿Por qué? El científico crea una mezcla de químicos, pero allí no hay vida. Un cadáver, por su parte, tiene los aminoácidos, las células, los órganos necesarios, pero tampoco está vivo. ¿A qué se debe que la conjunción de elementos no signifique el inicio de la vida? Tal como en los anteriores ejemplos —y si no nos hubiésemos cansado ya de tanto absurdo— podríamos continuar con la impresionante complejidad de toda la naturaleza: sus ciclos climáticos, el ecosistema, el orden de los astros, la impresionante variedad de especies, el instinto animal, las leyes físicas, y así seguiríamos con cada una de las millones de ramas que existen. Hemos visto la molécula, y no tuvimos respuesta, luego nos preguntamos ¿qué causó el orden cósmico y no más caos? Todo esto nos mueve inevitablemente a hacernos una vez más estas preguntas sencillas: ¿Acaso es posible un orden tan perfecto y complejo, con billones de interrelaciones, sin una inteligencia externa que lo dispusiera así? Si ha quedado claro que es
  • 23. imposible que fuese fruto de la simple casualidad, ¿cómo pudo haber sucedido? Agregaré de momento una nueva reflexión lógica respecto a la evolución, y es que lo menor no puede lo mayor. Esto significa que algo superior puede hacer lo que entra dentro de sus capacidades porque es igual o inferior, pero no sucede al revés con lo inferior. Por ejemplo: una inteligencia en verdad superior puede despojarse de conceptos complejos para ponerse a la altura de una en verdad inferior, pero la inferior no podrá estar a la altura de la superior. Este principio también se traslada al mundo material. De un ser complejo, con patas, piel, huesos, carne, órganos, etc., podemos extraer una parte. Pero de una parte (un dedo por ejemplo), no podemos sacar el todo, que es mayor a sí misma. Y así: un vaso grande puede contener el agua de uno pequeño y agregar más. Pero el pequeño no puede contener toda el agua del vaso mayor. Esto significa que un ser inferior no puede sacar de sí más de lo que él es. Puede desarrollar algo que tiene potencialmente, como de una semilla saldrá una planta, pero no puede superar su naturaleza vegetal para ser algo mayor, transformándose en un miembro del reino animal, por ejemplo. Sólo existe una forma razonable de creer que lo menor puede lo mayor, y sería a través de un acto deliberado y milagroso (extra natural) por parte de Dios. Es lógico: quienes creen que esto es posible están sosteniendo que una inteligencia previa y externa (alguna forma de Dios, según ellos la entienden) ordenó la evolución para que de algo menor saliese cada vez algo mayor, contrariando las leyes de la naturaleza. ¿Y quiénes son los que creen que nos vamos purificando y acercando paso a paso a nuestra supuesta verdadera esencia divina? Los gnósticos, que dicen que todo es Dios y por tanto hay que evolucionar hasta que en el último estadio podamos
  • 24. volvernos conscientes (a través de la iluminación) de nuestra unión con el Todo, velada hasta ese momento por la ilusión de creernos separados. Esto implica la evolución del hombre a un estadio en que las capacidades paranaturales (telekinesis, precognición, telepatía, etc.) sean comunes a todos (progresivamente cada vez a más individuos), por ejemplo, como forma de acercamiento siempre mayor a los ámbitos espirituales y despojo gradual de la materia (cuerpo). Hasta finalmente llegar a ser sólo espíritu y lograr vivenciar constantemente la esencia divina1 . Vale decir que la evolución, más que una premisa cientificista (y aunque sirva a efectos antirreligiosos exotéricos a ciertas mentes poco inquietas), es gnóstica ante todo. La evolución hacia la toma de consciencia de nuestra esencia divina, creen de una forma u otra quienes sostienen esta base, ocurre a través del desarrollo de las especies, a través de la espiritualización del hombre y también a través de las reencarnaciones (cada vez más depuradas y superiores). De gnosticismo y su verdad o falsedad ya hablaremos mas adelante. De momento sólo nos concentramos en la prueba de la existencia divina. Podríamos escribir un grueso volumen sobre las distintas causas de la imposibilidad de la evolución, como otros investigadores han hecho y se les mantiene en el desconocido silencio, pero por ahora nos contentamos con hablar sólo de algunas de las inconsistencias que demuestran su error. 1 Esta es la modalidad expresada por obras de carácter nuevaerista, también orientales, y películas del estilo de X Men (un nuevo salto evolutivo), o incluso Matrix, donde el descubrimiento de la ilusión permite la manipulación de la falsa existencia, como ocurre en el recibidor de la vidente o en las diversas pruebas de concientización del protagonista.
  • 25. Pensamos seriamente la posibilidad de hacer dicha obra en un futuro próximo. Pero mientras tanto ha quedado claro, ya con esta pequeña demostración de probabilidades antes expuesta, que ésta no es la respuesta a nuestra existencia. Pero continuemos, aun así. ¿Qué nos dicen personas de verdadero espíritu científico respecto a las bajísimas probabilidades del surgimiento espontáneo y su supervivencia, que ya hemos explicado? Ante la total imposibilidad de probar que las cosas pueden haber ocurrido azarosamente, y por la grandeza y perfección del universo en que vivimos, grandes científicos de todos los tiempos también han tenido que replantearse la posibilidad de una creación inteligente. Veamos a algunos hablarnos desde sus campos de competencia: “La probabilidad de que la vida se originara de modo accidental es comparable a la probabilidad de que el diccionario no abreviado fuera el resultado de una explosión en una imprenta” (Edwin Conklin, biólogo). "Por el conocimiento de Su obra, lo conoceremos a Él". (Robert Boyle, químico, físico) “Basta con contemplar la magnitud de esta tarea para admitir que la generación espontánea de un organismo vivo es imposible”. (George Wald, bioquímico) "Un astrónomo incrédulo es un loco". (Edward Young, astrónomo) “El hombre honrado, armado con todo el conocimiento que nos está disponible, sólo podría declarar que, en algún sentido,
  • 26. parece que el origen de la vida es casi un milagro”. (Francis Crack, biólogo) "Todos los descubrimientos humanos parecen ser hechos sólo con el propósito de confirmar más y más fuertemente las verdades que vienen de lo alto y están contenidas en los escritos sagrados". (John Herschel, astrónomo, químico, filósofo de la Ciencia) "Cuanto más estudio a la naturaleza, más me maravillo del trabajo del Creador". (Louis Pasteur, medico, químico, físico, bacteriólogo, inmunólogo) "Es difícil para mí comprender a un científico que no reconoce la presencia de una racionalidad superior detrás de la existencia del universo, tanto como me costaría comprender a un teólogo que negara los avances de la ciencia". (Wernher von Braun, científico espacial, padre de la Cohetería) Entonces ¿no es lógico sostener con ellos que no es posible que todo provenga de una casualidad sin sentido? ¿Cuál es la causa de nuestra existencia y de la perfección ordenada de los millones de sistemas y sub—sistemas que conviven y se sostienen mutuamente interactuando entre sí en el universo? ¿Por qué habría de avanzar hacia algo superior en lugar de que la única porción de orden volviese rápidamente a ser absorbida por el caos imperante? Como dijo el astrónomo Robert Jastrow: “Los científicos no tienen prueba de que la vida no haya sido el resultado de un acto de creación”. Al parecer, sólo quieren negar que así fuese, como lo han demostrado las múltiples falsificaciones de eslabones perdidos y el silenciamiento de obras que demuestran seria y extensamente la imposibilidad de la famosa teoría.
  • 27. Y así como en el ejemplo científico, volveré a preguntar: Si explotase una imprenta, ¿podría ocurrir que se formase “accidentalmente” un diccionario? Y esa pequeña obra humana no sería ni una minúscula arenilla en relación al universo en que vivimos. ¿Lo ha pensado? Para que algo se ordene, funcione, sostenga a otros sistemas, se relacione adecuadamente con otras cosas también ordenadas y no se destruya tan caprichosamente como apareció tiene que haber una inteligencia detrás de sí sosteniéndole e instándole a mejorar, por lo que – aún si fuésemos capaces de seguir manteniendo tamaña improbabilidad – deberíamos afirmar que fue un milagro, es decir, un hecho no natural. Ahora pensemos una cosa más, que dificultará aún más la posibilidad de la evolución y es tan razonable como las anteriores: Supongamos que las primeras formas de vida hubiesen logrado sobrevivir y desarrollarse como ya hemos visto que es prácticamente imposible que sucediera, llegaría el turno de evolucionar hacia formas superiores de vida. Para que esto fuese posible, la mutación superior (y no una mera malformación estéril como las hay tantas en la naturaleza) debería producirse al mismo tiempo y en el mismo lugar (una vez más) en un macho y una hembra en la misma edad reproductiva fértil, capaces de heredar su mutación a sus crías. Esto significa que tendrían que nacer dos seres vivos (macho y hembra) en el mismo espacio temporal y físico, reproducirse entre ellos y no con otros especímenes sin la mutación, transmitir su particularidad a las crías y que estas fuesen suficientes para poder a su vez perpetuar la nueva modificación. ¡No una, sino cientos o miles de veces desde la ameba hasta el ser humano! ¿Volvemos a hablar de números siderales que prueban la total improbabilidad de este hecho?
  • 28. Además de lo expuesto, debemos atender con mayor seriedad al tema del progreso. Aquí se hace importante aclarar que las cosas libradas a sí mismas decaen inevitablemente. Nada mejora porque sí. Deje un queso sobre una mesa por un buen tiempo y verá el resultado. No se alimente. No limpie su casa. No se ejercite. ¿Qué sucede? Todo tiende a la decadencia cuando es abandonado a sí mismo. Aquella improbable primera célula no tendría por qué haber evolucionado. ¿Por qué convertirse en algo aún más elaborado y complejo en vez de morir apenas “nacida”? A esa inteligencia que hace que todo exista en primer lugar, luego funcione bien y sirva a su vez a algo más en un sistema de engranajes precisos la llamamos Dios. En palabras de Sócrates: "Cualquier cosa que exista para un propósito útil debe ser el producto de una inteligencia". Dios es la única explicación posible a todo lo que hemos expuesto. Sólo a través de Dios podemos aceptar que de la nada —de la que también habría de salir el supuesto caos original, funcional dentro del tiempo que ya hemos dicho que no puede ser infinito hacia atrás— surgiesen sistemas complejos, funcionales y armónicos con los demás sistemas, permitiendo la vida, la convivencia, el desarrollo, la utilidad de su existencia, etc. Y ahora que hemos visto este argumento, podemos descansar un poco de él pasando a uno nuevo, relacionado con la perfección, pero de otra manera.
  • 29. El buen y el mal comprador Hemos hablado de la perfección de lo creado en cuanto a la ordenada complejidad existente en el universo, pero ahora nos referiremos a la perfección en otro sentido: como ideal. Todo lo que existe tiene un grado de perfección o de falta de ella. La perfección es llevar algo al punto máximo, donde no existe ninguna carencia sino completud absoluta. Cuando usted va al supermercado y escoge una manzana, por ejemplo, lo hace contrastando mentalmente a la fruta que se exhibe ante sus ojos con el ideal de esa manzana. ¿Cómo es una manzana perfecta? ¿Qué aroma, color, textura, dureza, sabor, etc., tiene que tener para ser la mejor en su especie? Si respondemos a esas preguntas, encontraremos el absoluto o ideal de la manzana. Aquello con lo cual podemos hacer un juicio, decidir si algo es bueno o malo y escoger lo que más se acerca a la perfección. Nadie compraría la manzana golpeada, medio podrida, con gusanos, decolorada e insípida (de poder probarla) pensando que está adquiriendo una manzana perfecta. En ese estado, la fruta carece de las características que la convierten en la ideal. ¿Cuál compraría usted? Esto se puede aplicar a cualquier cosa que existe, tanto en el plano material como en el emocional, filosófico y espiritual. Los grados de perfección en algo demuestran que existe su absoluto, es decir, su grado máximo. Algo puede ser malo por estar muy alejado de su perfección, cumplir medianamente con sus virtudes necesarias o alcanzarlas por completo. Un animal
  • 30. famélico, sarnoso, sin dientes y con una pata quebrada se encontrará en el grado bajo, mientras que el bien alimentado, con excelente pelaje y fortaleza se acercará más al ideal de su especie. Ese ideal o absoluto perfecto puede encontrarse dentro de cada una de las ramificaciones de la vasta diversidad existente. Entre las piedras, por ejemplo, existen muchísimos tipos diferentes, lo mismo sucede con las flores, los pájaros, etc. En cada uno de ellos, podríamos decir que hay uno que representa a su grupo mejor que los demás: esto es la cercanía al ideal. Algo superior al resto, y que dentro de su especie o categoría se acerca más a su perfección. Es necesario comprender que la perfección existe y no es subjetiva. Puede gustarme o no una comida (subjetividad) pero hay sin duda una forma perfecta para ese platillo: una temperatura de cocción, unos ingredientes, un tiempo de preparación, una forma de servirlo, etc. que lo convierten en el mejor de su tipo (objetividad). ¿Qué expresa con mayor completud las cualidades de un diamante trabajado, por ejemplo? Su color, claridad, corte y peso. Por ello, un diamante mal cortado u opaco, por ejemplo, no tendrá las características de su perfección. Así podemos sacar conclusiones de cualquier elemento existente. Si la perfección, por tanto, existe, tiene que haber una fuente de esa perfección. El punto máximo en que no hay carencia es lo que llamamos Dios. La suma de las perfecciones, el ideal absoluto, la fuente original de las perfecciones parciales que podemos ver en nuestras vidas, eso es Dios, “aquello más allá de lo cual no se puede pensar en nada más perfecto” (San Anselmo de Canterbury).
  • 31. Si existen los ideales tiene que ser por fuerza a causa de algo superior que los posee y emana, ya que no existe aquello que no es creado por algo más, como ya hemos explicado. No existiría una meta o fuente de perfección si todo fuese azaroso. Volvemos a repetirlo: nada tiende a mejorar por sí mismo sino a decaer. La perfección, que existe sin dudas porque podemos ver los distintos grados de la misma en cada elemento del universo, es lo que llamamos Dios. Deducimos que Él es perfecto porque si careciera de algo, siendo menos perfecto en algún punto, entonces ya no podría ser fuente emanante de ese punto del que carece. Pero de esto ya hablaremos más en adelante, al adentrarnos en explicaciones sobre el bien y el mal y las cualidades divinas que podemos deducir también con el buen uso de la razón.
  • 32. El espíritu humano Finalmente veremos un argumento de orden espiritual. Ya observamos el impresionante orden, funcionamiento e inteligibilidad del universo, y estamos experimentando algo que la inteligencia puede palpar. La inteligencia es una parte de lo que encontramos en el mundo. Pero este universo no está intelectualmente consciente de sí mismo. A pesar de lo grandes que son las fuerzas de la naturaleza, no se conocen a sí mismas. Sin embargo, nosotros las conocemos a ellas y a nosotros mismos. El universo es, entonces, inteligible, y el ser humano es el único ser vivo conocido consciente de ello. Para que algo pueda comprenderse tiene que existir la inteligencia y un orden sujeto a esa comprensión. Esa conciencia que nos caracteriza, junto a la capacidad de reflexión, la voluntad de mejorar, alcanzando mayores grados de perfección, además de la moral natural, entre otras capacidades como la memoria, la creatividad, etc., son factores humanos que no corresponden a la materia, a la psicología ni a la energía. Se trata del espíritu, que se prueba a sí mismo por la existencia de estas capacidades propias de su reino. El ser humano es capaz de interactuar en el mundo físico (movimiento, acción, etc.) y en el espiritual (pensamiento, creación, comprensión, virtudes, ideales), a diferencia de cualquier otro ser vivo. Sólo podemos movernos dentro de los terrenos a los que pertenecemos. Una planta no puede correr como un animal, y un animal no puede crear una obra de arte como un hombre. A cada uno corresponde el ingreso a un reino con características que le
  • 33. son propias. El ser humano puede desenvolverse en dos (material y espiritual), lo que prueba su doble naturaleza. Sólo por la existencia del espíritu podemos ser conscientes de nosotros mismos, aprehender realidades externas y buscar un bien mayor. Nada tendría, porque sí, que mejorar o elevarse. ¿Por qué algo debe tener conciencia de sí? ¿Acaso no nos rodea un mundo inconsciente de sí mismo? ¿Por qué hemos de descubrir, aprender, mejorar, buscar una trascendencia? Eso es espíritu, algo que ningún otro ser vivo sobre la tierra comparte con la humanidad. Y si el espíritu existe, tiene que desenvolverse en su propio mundo también existente, por necesidad lógica. No puede existir algo dentro de un ámbito inexistente. Algo no puede sostenerse fuera de su propio terreno: el sentimiento requiere del mundo emocional y psicológico, el cuerpo requiere del mundo físico, etc. Por ello, el pensamiento prueba al espíritu, y éste a su vez es prueba de que hay algo más que materia y procesos que la mueven y sostienen. Por ejemplo, si pensamos tiene que existir un ideal del pensamiento, su forma más pura y perfecta, libre de todo error o subjetividad, la perfección de la cual emana esta capacidad que nosotros poseemos en menor medida. Llamamos Dios a quien mueve y sostiene al mundo espiritual en que se desenvuelven las cualidades puras propias del espíritu.
  • 34. Conclusión de la primera parte Recién ahora esperamos que el lector pueda decir sin más temores a equivocarse que Dios existe. Podrá hacerlo porque hemos visto a través de distintos métodos la innegable necesidad lógica de la existencia de Dios: como causa, origen, motor, perfección, inteligencia y espíritu. Tal vez le ha llegado a su forma de pensamiento y comprensión más un razonamiento u otro, pero además hay que ver el conjunto que refleja la perfección de un sistema lógico y coherente en todos sus frentes, porque así es como ha de ser una verdad. Conocemos a Dios por sus efectos, como conocemos los efectos del pensamiento, las emociones o la moral, por ejemplo, sin pedirles que vengan a presentarse al mundo material tocándonos al hombro para hablarnos. Cada uno de los sistemas expuestos para descubrir esta lógica es muchísimo más desarrollable y concluye por sí mismo en este resultado, pero hemos preferido exponer más breve pero combinadamente a varios de ellos. Decidimos dejar de lado por ahora aquellos argumentos religiosos que requieren de una adhesión institucional que supondría la pre—aceptación de un conjunto de ideas que estamos tratando de concluir por nosotros mismos, sin ninguna imposición más que la que dicta nuestra propia capacidad de discernir a través de la reflexión. Sin embargo, hecho ese ejercicio llega el momento de abordar también estos temas.
  • 35. Porque si Dios existe, tal como la razón nos lo muestra, tenemos que considerar los aspectos prácticos: la consecuencia que esta comprensión ha de tener en nuestras vidas. Si Dios existe, como nuestra razón afirma, entonces estamos obligados a conocerlo, a averiguar qué quiere de nosotros, para qué nos puso aquí. No podemos seguir siendo indiferentes a Él, porque si hemos probado que existe, entonces quiere decir que nosotros fuimos creados por una causa superior a la de nuestra simple existencia casual. ¿Podremos entonces continuar con una vida dedicada al único objetivo de la búsqueda de nuestros propios deseos limitados a la vida en el mundo? ¿Dios nos puso aquí para hacer lo que se nos ocurra? ¿hay un plan? Y si lo hay, ¿cuál es? Saber que Dios existe es un alivio: las cosas tienen sentido, no están allí “porque sí”. Pero este conocimiento también entraña una responsabilidad: hemos de actuar coherentemente, en consecuencia, con esta realidad. Así como una comprensión en el campo de la medicina no puede quedar en la simple aceptación del principio de salud (cancerígenos, factores patológicos, etc., por ejemplo), sino que debe trasladarse a una integración práctica como principio de vida saludable (prevención, hábitos, etc.), las comprensiones en el campo intelectual corresponden en un paralelo a las mismas consecuencias, es decir, debemos aplicarlo en la práctica a nuestra vida anímica. Y para empezar a practicarlo, debemos comprender mejor a nuestro Creador. No se puede servir a quien no se conoce. No podemos actuar de acuerdo a algo que no sabemos cómo es y, por lo tanto, para qué nos creó y qué quiere de nosotros. Por esto queda claro que después de esta prueba llega al momento en que
  • 36. tendremos que dar un nuevo paso, hacia el siguiente peldaño de nuestra escalera de comprensiones. Y así lo haremos en la segunda parte de la obra.
  • 38. Progresión lógica Repasado ya el primer punto fundamental de la existencia divina, y abriendo la nueva etapa que se despliega ante nosotros, citaremos para empezar esta sección a otro científico: James Joule, padre de la termodinámica: "Después del conocimiento y la obediencia a la voluntad de Dios, la siguiente meta debe ser conocer algo de Sus atributos de sabiduría, poder y bondad como se evidencian en Su obra... Es evidente que el conocimiento de las leyes naturales significa no menos que el conocimiento de la mente de Dios allí expresada". Con lo visto hasta aquí, y a través de nuestra razón, podemos decir que ya aceptamos que Dios existe, pero el camino no ha hecho más que empezar. Porque entonces se nos plantea la siguiente cuestión lógica: ¿Cómo es ese Dios? ¿De qué forma podemos servirlo? Para eso hay que entender para qué fuimos creados y qué espera de nosotros, por lo que de inmediato surge la pregunta: ¿Será Padre de alguna religión? Y si es así, ¿es posible averiguar de cuál de ellas? Aquí afirmamos que Dios es católico. ¿Podemos probarlo? Vamos a ver punto por punto empezando desde lo más básico. Antiguamente bastaba con aquello que se nos enseñaba. Hoy, que ya no es así para muchos, se hace necesario comprender nosotros mismos las cosas que antes se daban por sentadas. Una vez seguros de la base, el resto será mucho más fácil. Podremos prestar nuestra confianza a aquellos conjuntos de ideas y creencias que estén en consonancia con lo que hemos deducido, en particular para aquellas materias que escapan a nuestra capacidad de comprensión por la luz de la razón. Pero por ahora,
  • 39. nos toca dedicarnos a dilucidar cómo es Dios en base a todo aquello que sí podamos analizar con los elementos de que disponemos. ¿Y por qué hay que saber cómo es Él antes de continuar nuestro camino? Para saber por qué y para qué estamos aquí, hemos primero de descubrir cómo es quien ha ideado todo. Sólo mediante ese conocimiento podremos sacar la siguiente conclusión lógica, porque como es evidente, todos actuamos de acuerdo a como somos, y Dios no es una excepción. Nuestro sentido de existencia sería bien distinto si Dios fuese bueno, malo o indiferente hacia su Creación, por ejemplo. ¿Cómo habríamos de actuar nosotros, por lo tanto, hacia un Dios de una u otra naturaleza? ¿Qué plan podría haber ideado con nosotros si fuese de esta o la otra forma? Se hace necesario, por fuerza, comprenderlo mejor. Sin embargo, nos preguntamos, ¿podemos nosotros conocer a Dios? Con lo que ya hemos deducido en la primera parte, y observando la naturaleza y funcionamiento de su Creación, es esperable que seamos capaces de sacar muchas más conclusiones lógicas, completando toda la medida de nuestra facultad de entendimiento. Por ello, otra vez, diremos que sí. Algunos, por el contrario, dicen que el hombre no puede comprender a Dios porque el ser humano es incapaz en su limitación de abarcar a lo ilimitado. Y aunque efectivamente es cierto que nos supera, aun así podemos aprehender muchas cosas que están dentro de nuestro campo de acción. Para ilustrarlo veamos un sencillo ejemplo. Imaginemos que nosotros somos un vaso, cada cual con cierta medida —mayor o menor— para llenarnos. Dios por su parte es el mar. Jamás podremos abarcarlo en su inmensidad, pero Él sí podrá llenarnos por completo. Esto quiere decir que si tenemos distintas capacidades, Dios —
  • 40. Creador y Dueño de todas las que existen— puede satisfacerlas por completo, y una de ellas es el uso de la razón. Sea nuestro vaso pequeño y tosco, o grande y pulido, siempre podremos quedar repletos por el mar, hasta los bordes. Esto quiere decir que no sólo nuestra Fe puede colmarse: también tenemos sensibilidad y raciocinio, y todo puede y debe quedar saciado, igualmente hasta los bordes. Esta es la causa de la existencia de los estudios religiosos y filosóficos, que no existirían si no fuese posible comprender nada. Además, podemos afirmar que si Dios nos ha dado la capacidad de entender es para que hagamos uso de todos nuestros medios para alcanzar nuestro fin. Si no tuviésemos la capacidad de comprender, no podríamos movernos hacia donde vemos que es mejor. Vale decir que sin este don nos resultaría imposible discernir, y viviríamos a la deriva, sin un sentido de vida, sin un camino para alcanzarlo, ora actuando de una forma, ora de otra, sin ton ni son. Antes de comenzar este proceso, entonces, es necesario aclarar que cada vez que hablemos de un atributo divino vamos a definirlo (en términos lo más simples posibles), para asegurarnos de que nos estamos refiriendo a la misma cosa. Es habitual que dos personas hablen de algo inmaterial como el amor, la libertad, etc., desde puntos de vista diferentes, y no se pongan de acuerdo porque entra en juego la subjetividad. Por eso, buscaremos aquí las definiciones más razonables, exactas y claras que se hayan desarrollado a lo largo de la historia del pensamiento, dejando afuera la mentalidad propia de los deseos y definiciones de cada quien. Entonces, para empezar nuestro trabajo de conocer a Dios a través de vías tan razonables como las que nos han llevado a concluir su existencia, tenemos que basarnos en lo que ya
  • 41. sabemos para así desarrollar la lógica que nos permitirá ir escalando a través de las distintas características que posee.
  • 42. ¿Cómo es Dios? Si Dios existe, se pueden deducir una serie de atributos con la base de lo ya expuesto. Podríamos afirmar, por ejemplo, que es un Ser que existe por Sí mismo, causa y motor de todo lo creado. Porque recapitulando brevemente, hemos de recordar que Dios no puede haber sido generado a su vez por algo más, ni depender de nada para existir. Por lo tanto es el Primero, el Único que no necesitó ser creado ni movido. Esto lo hace Autoexistente y Autosuficiente, y de esta forma tan simple hemos llegado a las primeras conclusiones. Por otra parte, ya hemos dicho que tiene necesariamente que estar fuera del tiempo, dado que el tiempo no es infinito en su comienzo, y Él debe existir desde "antes" (si se nos permite la expresión para facilitar el hilo de la idea) de que se generase lo que hoy existe —tiempo incluido—, o no sería el primero y productor de todo lo demás. Y al estar fuera de ese tiempo, podemos deducir sencillamente, por consecuencia, que es eterno. A su vez, debe estar fuera del espacio, porque no puede ser contenido por nada, ni necesitar moverse a través de nada más, pues en ese caso pasaría a depender de otra cosa, y ya no sería autosuficiente, ni motor, ni causa de todo lo demás. Podemos determinar rápidamente, por lo tanto, que Dios es inmaterial (o espiritual, dado que no ocupa un espacio) y eso lo hace invisible a los ojos de la carne, no depende de nada ni de nadie para existir y actuar, es infinito (no comienza ni tiene fin en su esencia y cualidades), es eterno, tiene el poder de hacer lo que desea, ha creado lo que existe y le ha dado un orden
  • 43. funcional innegable, que apreciamos en el universo que nos rodea, o sea, es inteligente. O, dicho con mayor propiedad, es Inteligencia. Para aclarar esto último mencionaremos que no podemos decir que Dios posea las cualidades que apreciamos en lo empírico o conceptual, porque Él es cada cualidad en modo absoluto. Entonces, Él no es majestuoso sino que es la Majestad, no decimos que es bueno, sino la Bondad misma, no es sabio sino la Sabiduría misma, etc. Por ello es la misma fuente de las virtudes, comenzando por la Perfección, necesaria para que sea la base absoluta de todo lo que de Él dimana. Por otra parte, es lógica elemental que Dios no podría estar compuesto por diversos elementos, porque entonces dependería de la unión de ellos para existir, algo que ya hemos explicado que no puede suceder porque Él no necesita nada. Por lo tanto, tiene que ser simple e indivisible. Ser simple quiere decir que no tiene composición o mezcla de distintos elementos, es decir, que es indivisible. No se le puede separar en partes, porque es una sola cosa. Esto no quiere decir que no tenga características que le son propias. Si tomamos la unidad básica de cualquier compuesto encontramos que tiene sus cualidades particulares, que la hacen distinta a todo el resto de los elementos que existen, aún en su simplicidad. Sin embargo, tenemos que declarar que la naturaleza espiritual de Dios no puede separarse o dividirse, a diferencia de cualquier sustancia física, que está formada por partes. El aire que respiramos, por ejemplo, está compuesto de nitrógeno y oxígeno. Y estos elementos químicos están por su parte compuestos de moléculas y átomos, y los átomos de neutrones,
  • 44. protones y electrones. Aún la unidad material más básica tal vez podría estar sujeta a la división, aunque éste no es un tema de discusión ahora. Lo que nos importa es que las sustancias físicas llevan en sí los elementos de su propia composición, ya que sus partes pueden separarse unas de las otras, mientras que Dios no, por el motivo expuesto. Hemos comprendido entonces que Él es simple, y esto es importante porque desde aquí podremos concluir mejor otros atributos suyos. Por ejemplo, entendiendo que éstos no pueden ser un añadido a Su naturaleza, sino que tienen que ser parte de la misma. Eso significará, entonces, que Dios es la fuente, simple y pura de cada una de sus cualidades. Ninguna le ha sido añadida (no existe el factor externo a Sí mismo), sino que Él es esas cualidades, y las emana hacia aquello que ha creado, haciendo que sus creaciones participen de ellas. El sol nos servirá como ejemplo. Podríamos decir que él es la fuente de luz, mientras que los diversos elementos de nuestro sistema solar lo reflejan. Cuanto más permita el objeto el brillo de la luz, irradiándola a su vez hacia los demás, más parecido será a la fuente, y cuanto menos, más apagado estará. Así, como en el ejemplo, participamos nosotros de nuestra fuente de virtudes, como luego veremos. Pero antes pensemos en la cuestión de la infinitud, que es otro tema importante a tener en cuenta. Dios es fuente de Sus atributos, afirmamos, y por lo tanto debe ser infinito o de lo contrario sería insuficiente e ineficaz. No es perfecto aquello que tiene una virtud (entendida como facultad o capacidad de obrar) con límites. Aún a nivel humano no podríamos decir que es perfecto algo que abandona a momentos la virtud que posee.
  • 45. Si pudiese perder sus virtudes ya no sería perfecto ni eterno. Por lo tanto, ahora nos queda claro que posee todos Sus atributos divinos sin medida: todos son infinitos. Bien. Comprendido esto, podríamos concluir entonces con facilidad que Dios es omnipotente, omnipresente y omnisapiente. El aspecto que ahora mismo nos interesa es justamente la omnipotencia (omnis=todo; potencia=poder). Un atributo que sólo puede adjudicarse a Dios, dado que nada ni nadie más tiene la capacidad infinita de poderlo todo. Y Él, si es cada atributo en forma infinita, también es infinitamente poderoso. Además, y como ya hemos explicado antes, sólo hablamos de Dios al referirnos a quien no depende de nada para existir o actuar a Su voluntad. Diremos entonces que es Omnipotente porque al ser infinito su poder, y simple su esencia, puede todo lo que quiere con sólo quererlo. Es decir, cada uno de sus deseos es acto inmediato. Puede, entonces, hacer todo lo que le agrada, pero Sus acciones siempre estarán de acuerdo con Su carácter. Poderlo todo incluye aquello que parece imposible. Imposible es, justamente, que no se puede. Si algo fuese imposible para Él, ya no sería omnipotente. Aunque en este punto amerita aclarar que al hablar de imposibilidad estamos exceptuando el mal, el error o el absurdo (como el típico sofisma de la roca), que no son imposibilidades sino formas de carencia que atentan, por tanto, contra Su naturaleza perfecta. Pero, aunque hemos dicho varias veces que Él es perfecto, no nos hemos detenido en este punto. Es hora de hacerlo…
  • 46. En la definición enciclopédica descubrimos que perfección significa que tiene el mayor grado posible de bondad o excelencia. Respecto a Dios, origen y fin de todo, esto ha de significar que Él es esa bondad y esa excelencia. Dios es necesariamente el absoluto de la perfección, o tendría carencias y entonces no sería Dios. Esto quiere decir que Él es el mayor grado de excelencia que existe, y todo lo demás sólo será perfecto a semejanza suya. Si Dios no fuese la fuente, entonces no habría de dónde sacar las virtudes. No existirían, no estarían creadas. La creación — surgida de la nada— participa de su Creador. Si no existiese la inteligencia en Dios, por ejemplo, no podría existir en su Creación, tanto en los seres humanos que participan de ella como en la demostración antes dada de la necesidad de esta cualidad para que todo funcione bien en los diversos sistemas interrelacionados que conforman el universo. Para que nosotros podamos tener siquiera algunas de las diversas virtudes que existen tienen que haber emanado de Él, puesto que antes de la creación del tiempo y el espacio no existía nada sino Dios, y no podríamos haberlas tomado de ninguna “otra parte”. Así conocemos que Dios es fuente de toda virtud. Ahora bien, ¿acaso podemos determinar con seguridad que Dios es bondad y excelencia como dice la definición de lo perfecto? Algunas religiones creen que Él es indiferente, y otras le "otorgan" atributos negativos. ¿Es esto posible? Después de desarrollar algunos puntos básicos más nos detendremos en esto.
  • 47. El bien y el sentido de la creación Si no se entiende para qué se ejecuta una obra, entonces el resultado puede parecernos absurdo, mal hecho o inútil. Si encontrásemos un artefacto extraño en medio de la calle, al que ninguno de los presentes en la escena pudiera adjudicarle una funcionalidad, valor ni sentido más que su rareza, ¿podríamos clasificar como error y defecto la palanca para nosotros incomprensible, el botón supuestamente desproporcionado, o la temperatura al parecer extremadamente elevada? ¿O buscaríamos a quien puede respondernos de qué se trata, para luego conseguir determinar si esos adminículos antes inexplicables es posible que tengan algún sentido y valor a pesar de parecernos lo contrario? Antes de continuar con el sentido de la Creación, se hace necesario comprender otro de los atributos divinos que hasta ahora no habíamos explicado. Hemos hablado de la Perfección, pero no del Bien, y es hora de hacerlo. Muchos creen que este término se refiere a una especie de “acción políticamente correcta” y con esa concepción tan simplona es difícil comprender de lo que estamos hablando. La mejor definición del bien la ha dado Aristóteles y aquí nosotros la explicaremos: "Bien es aquello a lo que tienden las cosas". Veamos: si observamos, todas nuestras acciones están orientadas a un fin: comemos para tener energía, dormimos para descansar, nos reproducimos para perpetuar nuestra especie, creamos para edificarnos, etc.
  • 48. El fin que buscamos satisfacer se dirige a su vez hacia otro (por ejemplo sobrevivir), luego hacia otro más (por ejemplo, mejorar en las distintas variables de la vida), luego otro (por ejemplo perfeccionarnos) hasta que se alcanza el fin último, que buscamos por sí mismo y no porque nos lleve a otro más. Alcanzado el fin último somos felices. Sentimos satisfacción por el cumplimiento de un fin parcial (como comer para aplacar el hambre). Sentimos mayor satisfacción si además de comer podemos descansar, luego será mejor si también somos amados, y así en adelante, cuantos más campos hayan satisfechos, a mayores aspiraremos. Si existen diversos grados de satisfacción, tiene que existir el grado máximo, con el cual todo está satisfecho. Si Dios existe, es lógico afirmar que el fin último o Bien supremo es Él (cuyos atributos ya hemos visto que son infinitos), en cuanto satisface —sobrepasando todos los límites— absolutamente todas nuestras necesidades corporales y espirituales. Dios, entonces, ha de ser el Bien máximo: el Bien mismo. En cuanto cada ser busca el Bien según su naturaleza, la felicidad del ser humano no se alcanza con la simple satisfacción de las necesidades animales (comer, dormir, reproducirse, guarecerse, defenderse, etc.), sino que debe corresponder a todas nuestras potencialidades humanas (inteligencia, belleza, sentimiento, orden, fe, etc.). ¿Cómo alcanzamos esa felicidad que es Dios porque es el Bien absoluto? Siendo el hombre el único animal racional y espiritual, alcanza su bien y felicidad cuando éstos se ajustan a esas necesidades superiores que le diferencian del resto de las criaturas. Es decir, cuando satisface todas las necesidades, incluidas las que son propiamente humanas.
  • 49. Vivir para cumplir con cualquiera o incluso con todas las necesidades animales, no puede hacer feliz al hombre, que necesita satisfacer muchos más fines, ya que su constitución y razón exigen bienes superiores. El arte, el amor, la trascendencia, la justicia, la espiritualidad, la búsqueda de respuestas, son ejemplos de esas necesidades humanas superiores. Y es por esto que incluso quienes lo tienen todo a nivel material aún suelen ser infelices: simplemente no han logrado satisfacer correctamente sus necesidades superiores. Las dependencias, las malas relaciones, los excesos, el vacío interior, la depresión, son sólo algunas de las pruebas de que un hombre materialmente satisfecho (incluso con buena salud) puede tener otras carencias que le producen malestar. Hay varias definiciones de Bien, y aquí nos centramos en algunas de las mejores para responder a nuestra pregunta original. Otra definición muy buena es: “Aquello que en sí mismo tiene el complemento de la perfección en su propio género”. ¿De quién podemos decir con mayor propiedad que de Dios que cada uno de Sus atributos (género propio de cada bien) tiene el complemento de la perfección absoluta? Aclarado este punto, podemos pasar al sentido de la Creación. Si colegimos que las virtudes existen en grado máximo o absoluto en Dios, es lógico que tiene que haber una correspondencia entre ellas y la forma en que son aplicadas. Es decir, que Sus acciones se han de ajustar a las virtudes en grado máximo y no pueden contradecirlas, porque faltarían a su perfección. Pensar que un Ser de virtudes infinitas pudo haber creado al universo sin un sentido (razón de ser, finalidad) sería absurdo. Un ser humano, que no es sino un granito ínfimo de arena dentro
  • 50. de la inmensa playa de todo lo creado, es capaz de actuar en concordancia con su carácter, con un motivo y un fin para lo que hace. Definamos algo para entender mejor: un capricho es una idea o propósito repentino y no fundado en la razón. Esto puede ocurrirle a alguien finito, sujeto a carencias en sí. Y aun así sólo actuará caprichosamente de forma ocasional, porque debe inevitablemente obedecer a leyes de la razón (que utilizamos incluso para nuestra supervivencia), a menos que esté privado de ella, o sea, que esté demente y haya perdido la facultad de ser coherente. Siendo así ¿cómo podríamos adjudicar a un Dios simple, completo y Bien absoluto la creación de algo por mero capricho? Para esto era tan importante saber primero —siquiera someramente— cómo es Él: para respondernos a esa pregunta sin mayor dificultad. Pero algo no se conoce sólo por sí mismo, sino en particular por sus frutos. Vale decir que está estrechamente relacionada la razón de nuestra existencia con cómo es Quien nos creó. Porque así como podemos ser definidos por nuestras elecciones ("Dime con quién andas y te diré quién eres"), más aún se nos podrá conocer por lo que hacemos ("Por sus frutos se conoce al árbol"). Por la aplicación práctica de nuestra voluntad mantenida con constancia puede verse nuestro carácter, capacidades, intenciones y afectos. Como ya hemos visto antes, esto también se aplica a Dios. Así podremos deducir cuáles fueron Sus intenciones. Por lo pronto ya sabemos que, al no contener carencia en Sí, Dios no puede haber actuado por capricho. Hemos visto que eso es imposible e igual será la conclusión para una creación sin un
  • 51. sentido razonable. Veamos ahora cuáles son las opciones que existen.
  • 52. El divino… ¿aburrimiento? Si hemos acabado con la posibilidad de que fuese un mero capricho, ahora nos queda otro punto igualmente improbable: la diversión. Según ciertas creencias, Dios creó al universo y sus criaturas como un juego. Algunos lo definen así, y otros como un hecho “accidental”. Nos quedaremos en principio con el juego, porque el accidente (carencia de control de una situación cualquiera y sus consecuencias) es aún más absurdo para cualquiera que haya seguido hasta aquí por el camino del uso de su intelecto. El pensamiento gnóstico del juego divino dice que todo es Dios pero que una parte “perdió” en determinado momento conciencia de serlo, inmersa temporalmente en la ilusión de una separación que en verdad no existe. Cada “fragmento” (inexistente en realidad) debe volver a tener esa conciencia de ser divino para fundirse nuevamente con el Todo al que pertenece. Dios no tiene necesidad de crear algo para “entretenerse” porque esto implicaría una carencia previa: el aburrimiento o simplemente la falta de diversión. Pero aún queda una posibilidad: que el juego fuese una simple emanación de su “buen humor”, y entonces tendríamos que afirmar que el Bien perfecto ha tenido una causa mas bien prosaica para crear. Habría por fuerza que admitir que la Creación no es reflejo y emanación de divinas perfecciones, sino un engaño que oculta la realidad, diferente a ella. Esto querría decir que ninguna virtud de Dios se expresaría en lo creado a excepción de su “simpatía”. ¿Será esto posible? Lo mismo se aplicará a la experimentación o cualquier otra causa absurda que se pueda relacionar a la ilusión.
  • 53. Lo lógico será adjudicar al Máximo Ser la causa más elevada posible, ¿verdad? Alguien perfecto ha de actuar coherentemente con Su perfección. Y ya sabemos que Dios, Perfección absoluta, no podría permitir contradicciones siquiera temporales o ilusorias a la plenitud de Sus virtudes. Todo lo que no funciona bien en el mundo, con sus múltiples carencias, bajo la explicación de la ilusión significaría que Dios se permite a sí mismo la existencia del mal (aunque sea en pensamiento, como se podría definir más cercanamente a un engaño de la consciencia) dado que juega Él sólo en el patio de la creación. Es decir, que el mal o carencia de bien sería Suyo siquiera en ideas y juegos, atentando así contra Su perfección. Tampoco puede contradecir Su perfección perdiendo conciencia de Sí mismo, siquiera en pequeñas “partes”. La perfección le lleva a mantener coherencia, inteligencia, absoluta conciencia, orden, sabiduría e integridad, eternamente, en todo Su único e indivisible Ser. No puede nublarse en ninguna “parte” (siquiera temporal), ni carecer de nada, ni dejarse “engañar” por la ilusión. ¿Cómo iba Dios a crear una ilusión (sentido inferior a Su perfección y carencia de verdad, otro atentado contra su excelencia), capaz de engañar a Su sabiduría (mal que es carencia por encima del bien que es existencia), cuando de Él sólo puede salir el Bien absoluto, tal como comprendimos antes? ¿Es posible que una simple persona, con inteligencia limitada, diga una mentira, se la crea, y luego la viva como la verdad? Sí, pero ya sabemos que eso corresponde al reino de las enfermedades psicológicas. ¿Podemos adjudicarle un mal así al Dios que hemos comprendido hasta aquí? Podríamos seguir sacando conclusiones al respecto, pero ya está bastante claro que es imposible un origen tan contrario a Su dignidad máxima.
  • 54. Podemos decir que a lo largo de toda la historia religiosa de la humanidad surgieron sólo dos formas de comprender el sentido de la Creación y de actuar por consiguiente de acuerdo a esa razón: la esotérica y la exotérica. La ya mencionada gnosis es, en resumidas cuentas, la creencia de que existen formas veladas y gradualmente ascendentes de descubrir nuestra propia esencia divina. A eso le llaman ‘conocimiento’. Aunque tiene variantes, su doctrina se basa en el panteísmo (todo es dios) y el dualismo (el bien y el mal como dos caras de la misma moneda), que se trasciende sólo después de que se alcanza la iluminación (retorno al Todo). Ya hablaremos en detalle de esto mas adelante. Por ahora diremos que toda esa doctrina es una idea esotérica, es decir, es secreta, oculta: un conocimiento escondido tras el velo de la ilusión (que no deja a las “partes” ver “su verdadera naturaleza divina”), y por tanto sólo la desarrollan por pasos cabalmente unos pocos. Por otra parte está la afirmación exotérica: la forma de dominio público de alcanzar un fin. Dios es un ser externo a nosotros, fin al que nos dirigimos sin fundirnos con Él, puesto que no somos Él y tampoco podríamos añadirle algo "nuevo". Y la única manera de alcanzar dicho fin es a través de reglas y prácticas comunes, que cualquiera puede cumplir para agradar a Dios en su meta con sus criaturas. Ya hablaremos mejor de esto cuando abordemos de lleno el tema de los medios que nos ha dado para lograrlo. ¿Cuál preferirá un Dios razonable en sus acciones y objetivos? ¿La secreta o la universal? Ahora queremos saber, entonces, ¿cuál podría ser una respuesta en verdad razonable al sentido de la Creación? Hay dos explicaciones, complementarias y tan perfectas como quien las
  • 55. produce, comprendidas dentro del exoterismo: la manifestación y la comunicación de la gloria. Veamos por qué. Para empezar a facilitar este proceso vamos a definir la palabra ‘Gloria’, que tanto se utiliza en relación a Dios: Se trata de la reputación, el honor y renombre de alguien por sus virtudes o méritos. Es lo que ennoblece, honra o ilustra. Esplendor y magnificencia. Dios, en sus virtudes máximas, exentas de toda carencia, es por consiguiente absolutamente merecedor de ser llamado glorioso. Nadie podría tener mayor honor ni renombre. Nadie podría ser mayor nobleza ni, por tanto, ennoblecer más. Nadie podría, como Él, ser el esplendor y la magnificencia absolutos. Si Dios es la misma gloria, entonces nada podría aumentarla. Nada puede aumentar a un infinito, y ya hemos declarado que las virtudes de Dios lo son. No existe algo más grande que lo que no tiene fin en cada una de sus cualidades. Y esto nos demuestra que Dios no pudo crearnos para aumentar Su gloria, ni para suplir ninguna carencia, pues Él es completud total. Sus perfecciones no pueden recibir ningún añadido. Nada de lo que existe es, por tanto, de utilidad para Él. Esto nos lleva a la sencilla conclusión de que nosotros no somos necesarios para Dios. Nada de lo creado lo es. Y así vuelve con mayor fuerza la pregunta del sentido: ¿entonces cuál sería el sentido de la Creación? San Agustín lo responde claramente: "No ha creado Dios el mundo por indigencia o utilidad propia, sino por Su sola bondad". ¿Y qué es bondad sino el deseo de bien para otros? Como seres humanos se nos hace difícil explicarnos la causa de una acción que no nos reporte un beneficio. Pero podemos verlo en aquellas que son absolutamente desinteresadas, como un
  • 56. acto puro de amor, de generosidad, la lucha por una causa que nos trasciende, etc. En ello vislumbramos la entrega que no pide nada para sí. Y si un hombre, tan pequeño y desposeído, puede ejercer esas nobles acciones, ¿qué ocurrirá entonces con Quien nada necesita, es nobleza misma y todo lo puede? Sólo nos queda trasladar aquellos actos a la altura de las virtudes perfectas y recién entonces podremos empezar a comprender. Si no hemos sido creados para suplir ningún tipo de necesidad, entonces sólo queda pensar que Dios —Bien máximo— nos ha creado por amor y generosidad: para hacernos felices, dejándonos participar de Su gloria. Manifestar, por su parte, es hacer, mostrar o declarar algo. Dios, en Su gloria, puede manifestar sus perfecciones creando. Nada se lo impide. Lo hace por voluntad, con un poder ilimitado y una inteligencia sin fin: es el resultado voluntario, espontáneo y libre de Su magnífica creatividad y demás virtudes. Las creaciones, como bien se ha dicho, declaran las habilidades de su creador. Esto es así a escala humana y también en la Divina. Las virtudes se ejercen, y Dios lo hace con las suyas. La creación sería entonces, por un lado, una manifestación de la gloria de Dios: obras de magnificencia, orden, belleza, emanadas del Divino Hacedor. Eso sí está a Su altura. No una Creación que sólo responde a su alegría, sino una que se ajusta a todas y cada una de sus virtudes, manifestándolas. Y por otro lado tenemos la comunicación, que es el acto de transmitir, haciendo a otro partícipe de algo. La gloria de Dios
  • 57. son todas Sus perfecciones, y es lógico suponer que ha querido plasmarlas para que la obra estuviese en concordancia con Sus capacidades. El gran artista esculpe esplendor en una obra que habla a otros de tales habilidades. Así, un pintor, por ejemplo, utiliza sus mejores técnicas, plasma sus mejores ideas, pone amor a la obra, al fin la enmarca para realzarla... y el resultado de un verdadero trabajo artístico es que podemos apreciar un conjunto armónico, bello, bien ejecutado y con un sentido o mensaje. Incluso quien se detiene a apreciarla en detalle verá en la obra cuáles fueron las magistrales técnicas utilizadas, maravillándose así con los talentos del artista. Podemos ver años de perfeccionamiento en el arte a través de un trazo firme o una iluminación acabada, y reconocer en esa simple pintura la gran capacidad de quien la hizo. Veamos ahora sólo algunas de las perfecciones impresas en lo Creado por Dios: Un universo inconmensurable da testimonio de Su poder y magnificencia. El orden de las leyes naturales presta evidencia de Su inteligencia y jerarquización. La armonía y esplendor de los sistemas nos muestran Su belleza y bondad (deseo de bien). Las consecuencias de los actos nos hablan de Su justicia. Pero, ¿qué nos demuestra el divino amor? La creación desinteresada de seres a quienes generosamente hacerles partícipes del Bien que Él es y que les ofrece gratuitamente. Y este sentido u objetivo para Sus criaturas presta a su vez testimonio de Su sabiduría, que nada hace sin una razón superior. Podríamos seguir por muchas hojas mostrando relaciones entre lo creado y el divino Creador, pero creemos que con lo dicho basta para que este punto quede demostrado. Existimos por un acto de amor, participamos gratuitamente de Su gloria, en nosotros mismos y como testigos de la magnificencia divina.
  • 58. ¿Hablamos de felicidad? Hay dos formas complementarias de definir este término. La primera dice que felicidad es la buena acción (virtud) que nos inclina a cumplir con nuestro fin por atracción hacia el bien. La segunda dice que es el placer, satisfacción o complacencia del ánimo al poseer un bien cualquiera. Es decir, en término máximo, que la felicidad es nuestro bien. No podemos ser verdaderamente felices si no satisfacemos por completo nuestras máximas necesidades. Y no podemos lograr satisfacerlas sin dirigirnos hacia ese objetivo. Ahora bien, existen necesidades de distintas categorías: menores y mayores, por lo que podríamos decir que existen también distintos grados de felicidad: parcial y total. Si concluimos que sólo podemos llenar absolutamente todas nuestras necesidades con el Bien superior (el único capaz de colmarnos por completo), la forma de conseguirlo es la virtud, o sea, el movimiento hacia el bien. Ya hemos explicado que el hombre no tiene todo lo necesario con la consecución de fines animales (comer, dormir, protegerse, etc.), sino que tiene otras necesidades que son propiamente humanas (amor, justicia, creación, etc.). Será, por tanto, parcialmente feliz cuando cumpla algunas de sus metas, y totalmente feliz cuando alcance el bien total para él.
  • 59. ¿Quién puede satisfacer por completo una necesidad sino quien es inmutable fuente de todo Bien absoluto y nos ama, por lo que desea darnos todo lo bueno? Para que el ser humano pueda lograr el divino objetivo de la máxima felicidad tiene que tener medios. No se puede pedir algo a alguien que no tiene la forma de lograrlo, y menos podemos pensar que un Ser inteligente nos exigiría un absurdo. Si desea que lleguemos hasta Él, por lo tanto, tiene que haber creado un camino para alcanzarlo. Si la voluntad de Dios es que nosotros seamos felices, y esa felicidad es Él mismo, por lógica debemos actuar de acuerdo a esa meta: tenerlo a Él. ¿Cómo hacerlo? Para empezar necesitamos conocer, que no es sino la adquisición de nociones mediante el ejercicio del entendimiento. Debemos conocer a Dios, a través del entendimiento, para saber cómo es, y por tanto qué quiere y cómo lo quiere. Y una vez hemos aclarado esto, podemos servirlo. Servir significa someterse a la voluntad de otro, haciendo lo que Él quiere o dispone. ¿Y quién más merecedor de nuestro sometimiento que el Perfecto y que sólo desea nuestro bien y sabe cabalmente cuál es el fin de nuestra existencia? Pero si hemos concluido que nuestra máxima felicidad es poseer a Dios, surge una pregunta lógica: ¿cómo poseemos en nuestra pequeñez a tal inmensidad? Con la correspondencia de amar y ser amados. Amando actuamos como Él: con generosidad, servicio, lealtad, etc., y por tanto nos acercamos a nuestro fin: participar del bien que Él es, en lugar de vivir carentes (mal) de sus virtudes.
  • 60. Sigamos definiendo: amar es el deseo ardiente del máximo bien del ser amado. Dios, Bien absoluto, no podría por lógica desear sino nuestro máximo bien, y por eso decimos que nos ama. Y podemos estar seguros de que Dios desea nuestro máximo bien (amor) porque si no contrariaría su propia naturaleza de Bien absoluto, deseando algo malo (carencia de Sí mismo) para sus criaturas. Esto significa que nuestra máxima felicidad requiere que actuemos en concordancia del que es nuestro máximo Bien: que nos dirijamos hacia Él desarrollando virtudes, y deseando su máximo bien (amor). ¿Y cuál puede ser el máximo bien de quien no necesita nada? Sólo en el caso de Dios es distinto nuestro amor, porque nosotros no podemos añadir bien al máximo Bien. Lo único que podemos hacer es actuar de acuerdo a Su voluntad, cumplir en nosotros Sus designios. Pero a diferencia del amor entre seres humanos, Él no pierde nada con nuestra negativa: sólo perdemos nosotros. Ahora bien, si deseamos cumplir Su voluntad, hemos de amarlo. El beneficio será todo nuestro, dado que Su voluntad es un bien para otros y no para Sí mismo. Porque si amamos al máximo bien, haremos lo que desea, le complaceremos. ¿Y qué ocurre si actuamos así? Encontramos lo mejor para nosotros. Nos hacemos un bien a nosotros mismos. Si yo amo a quien me ama, hacer lo que ese ser desea es mi máximo bien, puesto que mi máximo bien es su deseo. Pero para que exista el amor, debe existir la libertad. Un robot o una máquina cualquiera no puede amarnos porque sigue inevitablemente las órdenes que le dimos al crearlo. Actúa tal como le indicamos, porque carece de libertad. La ignorancia, por ejemplo, que podría considerarse un mal porque es falta de conocimiento, pasa a tener otro sentido cuando
  • 61. es un motor y una necesidad que nos empuja en el camino que transitamos en pos del fin último superior: querer aprender y conocer para alcanzar el Bien. Esto mismo sucede con el amor. Para poder amar debemos tener la posibilidad de hacerlo o de no hacerlo. El amor es un deseo, y para desear hay que ser libres. Pero no es un deseo cualquiera: es un deseo ardiente, es decir, es un acto de la voluntad para conseguir conquistar un fin. Pero tampoco es un fin cualquiera, sino que es el bien del ser que amamos. Y tampoco será en un grado cualquiera: hablamos del bien máximo. Por eso decimos que el amor, al ser un movimiento de la voluntad, depende de la libertad. Es importante que entendamos, en este punto, que el amor no es un sentimiento, si bien sentimos como criaturas sensibles al amar. El amor no es una pasión, si bien podemos apasionarnos en esa conquista. El amor es un acto de la voluntad. Por eso, tenemos que ser libres de aplicar o no esa voluntad. Dios sólo es amado si tenemos la libertad de hacerlo. Imaginémoslo en nuestra propia vida. ¿Podríamos sabernos amados de alguien que hipotéticamente estuviese obligado a amarnos? La trillada frase “Si amas a alguien déjalo libre; si regresa es tuyo, si no, nunca lo fue” se aplica a los seres humanos, y también a Dios con sus criaturas, que no podrían demostrarle su amor si estuvieran forzadas a querer de una única forma.
  • 62. El cumplimiento de un fin Ya podemos afirmar, después de todo lo visto, que el fin de nuestra existencia es nuestra máxima felicidad: el Bien Supremo, hacia lo que todo apunta, y donde ya no se sufrirá daño, pruebas, privación o dolor. Al sostener esto repetimos que no se puede pedir algo a alguien que no tiene la forma de lograrlo, y menos podemos pensar que un Ser inteligente y perfecto nos exigiría un imposible. Si queremos que un niño pequeño se suba a una tarima alta sin escalera ni ningún otro medio para ascender hasta allí, sabemos que no podrá cumplir nuestro mandato, y por tanto la orden hacia él es injusta, absurda e imposible de satisfacer. Como seres humanos esta ridícula situación podría eventualmente suceder, pero esto no es así en el caso de Dios, cuya motivación para crearnos ha sido expresar Su Gloria, y participarnos de ella, lo que también ya ha sido explicado. Entonces podemos decir, resumiendo todo lo anterior, que la Creación es un acto máximo de amor, porque busca nuestro máximo bien, que es Él mismo. Si ya hemos aceptado que Dios nos está llevando hacia Él, entonces nos preguntamos cuál es el camino (escalera o medio, diríamos en el ejemplo del niño pequeño) que ha puesto a nuestra disposición para alcanzarlo mediante el cumplimiento de Sus designios. En un principio es fundamental que el hombre sepa hacia dónde se debe dirigir. No podría la humanidad cumplir con su fin sin saber cuál es su objetivo final. Y para saberlo, es importante
  • 63. saber quién lo pide, por qué lo hace y cómo es ese ser, como ya hemos dicho. Si tenemos una meta clara y comprendemos que nuestra principal prioridad es alcanzarla, entonces debemos pasar a actuar de acuerdo a ese objetivo para lograrlo. Obvio. Si tengo que llegar a un destino, encamino mi cuerpo, los medios de transporte necesarios, etc., hasta alcanzar el punto al que debía ir. Lo mismo ocurre con nuestro destino final. Claro cuál es, nos moveremos conscientemente en su dirección, o terminaremos en cualquier otra parte. Si la voluntad de Dios es que nosotros seamos felices, y esa felicidad es Él mismo, nosotros debemos actuar de acuerdo a esa meta, que es ni más ni menos que tenerlo a Él. ¿Qué nos pide Su voluntad? Tienen lógicamente que haber reglas y deseos que cumplir para satisfacerla, o no habría forma de hacerlo. Y si Dios es perfección, evidentemente Sus designios estarán en total coherencia con la misma. Ya veremos luego las reglas, pero antes hablaremos de los deseos, que son muy sencillos: Si Dios quiere que participemos de Su Bien, entonces nuestra forma de servirle ha de ser cumpliendo con nuestro fin último y ayudando a otros a alcanzarlo también. Cuando en nuestra libertad decidimos cumplir nuestro fin estamos consintiendo con que Su Plan se cumpla en nosotros, y eso nos produce ese máximo bien, que es Su deseo para con las criaturas. Y la forma de acatar Su designio sobre nosotros es algo que ya declaramos antes, pero repetiremos para concentrar en un solo lugar la columna vertebral de esta argumentación: conociéndolo,
  • 64. comprendiendo quién es, cómo es y por qué actúa de esta forma en todo lo que nosotros seamos capaces de alcanzar a comprender; luego sirviéndolo, es decir sometiéndonos a Su voluntad que es asemejarnos a Él que es el Bien; y finalmente amándolo, que además de los afectos propios de quien se ve atraído por el objeto de su máximo anhelo, es el deseo ardiente de Su bien, que es simplemente dejar abierto el camino a que se cumpla Su voluntad de darnos el Bien con nuestro total consentimiento. Todo se relaciona y tiene la misma gloriosa meta: la felicidad máxima. Ya estamos trabajando en conocerlo mejor, aunque es recomendable leer otras obras, nutrirse de nuevos conocimientos en relación a Dios, meditar en todo lo visto sacando más y mayores conclusiones. Por otro lado es momento de preguntarnos si le amamos. ¿Cómo amar a Dios? Adorándolo, dedicándole días especiales y honrándolos, cumpliendo con Sus designios, deseando el cumplimiento de Su voluntad en nosotros y en los demás. Esto quiere decir que tenemos que parecernos a Él practicando las virtudes que ya sabemos que tiene. Como dice el aforismo latino: “Lo similar gusta de lo similar”. ¿Acaso puede la honradez amar a la deshonra? ¿Pueden convivir la justicia y la injusticia? No. Dios ama a aquello que se parece a Sí mismo, porque Él es el Bien. Por eso, y participando de la Santidad2 Divina, llamamos santas a las personas que se han aplicado en conocerlo, servirlo y amarlo, puliéndose hasta convertirse en los reflejos humanamente más cercanos a su Creador, participando de esta manera y a su escala de la Gloria de Dios. 2 Esta palabra se aplica a aquello que es perfecto, puro y limpio de toda culpa. Este término sólo puede aplicarse con total propiedad únicamente a Dios, y en segundo término a aquello que se asemeje con pureza a Él.
  • 65. Entonces, además de asemejarnos a nuestro Creador, debemos relacionarnos con Él. No podemos amar sin una comunicación. Si Dios es un ser inteligente y omnisciente, quiere decir que podemos hablarle, decirle que lo amamos, que deseamos pertenecerle, etc. Ese es el principio más básico de la oración, presente en todas las religiones. Finalmente, entonces, está servirlo. ¿Cómo serviremos a Dios? Ya dijimos que sometiéndonos a Su voluntad. Pero eso no nos aclara muy bien lo que hay que hacer ni cómo. En este punto hemos llegado al momento de avanzar un poco más. Ahora tenemos que averiguar cuáles son los medios y el camino que ha trazado para nosotros. Sólo cuando conocemos una ley podemos seguirla. ¿Es necesaria una institución religiosa en la Tierra, si Dios nos dirige y guía? El ser humano tiene que practicar las virtudes del Ser al que ama y quiere complacer. Es decir, que como Él debe aborrecer el mal, que es carencia de lo que ama: el Bien. Y todo aquello que impida su camino hacia ese Bien ha por tanto de ser lo que la ley prohíbe. Así como una ley de tránsito impide accidentes, procurando un orden que permita a todos circular de forma segura por las ciudades, tienen que existir leyes que procuren un orden social que evite “accidentes” en el camino hacia Dios. Un conjunto de leyes necesita, para ser mantenido, de un organismo que lo enseñe, lo conserve en su sentido original e imparta justicia respecto a su aplicación o infracción. Pero si Dios es perfecto, entonces Su plan es mucho más grande que la mera comunicación de leyes a cumplir para complacerlo. Se trata de darse a conocer (Él), para que Le amemos y sirvamos, comprendiéndole.
  • 66. Aunque, ¿cómo podemos conocer a Dios si no nos habla directamente en el oído al estilo que quisieran los ateos? Se hacen necesarias las jerarquías, y a través de ellas Dios permite que los hombres más capacitados guíen a quienes quedan a su cargo, actuando a semejanza de Él con sus criaturas. De esa forma se gana gloria. Del amor a Dios se desprende la fe. ¿Qué quiere decir esto? Las Escrituras lo explican: "la Fe es la certeza de lo que se espera y la evidencia de lo que no se ve"3 . La certeza se tiene por la razonabilidad de lo que podemos comprender, la concatenación histórica que llegamos a conocer y —si existe— la fiabilidad de la institución que nos lo enseña, a lo largo de su existencia. Pongamos un ejemplo: nos dicen que una civilización remota existió pero nunca la hemos visto personalmente. Creemos en su existencia porque dentro de lo que se comprende acerca del lugar estudiado y sus indicios es razonable este presupuesto. Además, la historia concuerda con la suposición en todo lo que somos capaces de dilucidar. Finalmente, lo afirman científicos e historiadores en quienes confiamos por sus investigaciones, medios y formación. Hace falta, por tanto, una institución que contenga a los fieles, reuniéndoles, enseñándoles, corrigiéndoles si es necesario, ayudándoles a mantener la vida que les permitirá ganar el buen destino, acorde con lo entendido sobre Dios en las anteriores obras, ya sea por revelación como por tradición4 . 3 Heb 11:1 4 La Tradición Cristiana, por ejemplo, se compone de todas las verdades reveladas por Dios que no están incluidas en la Sagrada Escritura (Biblia) y declaradas por el Magisterio de la Iglesia como tales. La Tradición Apostólica se realiza de dos modos: con la transmisión viva,
  • 67. Y para cumplir su fin, esa institución tiene que tener depositada la Verdad en sí, para luego poder enseñarla, corregir y todo lo dicho. Ha de quedarnos claro entonces que si Dios no diese ese medio el hombre no tendría forma de alcanzar su fin. No conocería, no sabría de qué forma servir, no entendería las leyes, no sabría si se aparta de las verdades, no sería regulado por la justicia divina en la tierra, etc. Esto lleva a otro punto de gran importancia. La ley Divina no puede, naciendo del amor, ser una reglamentación seca y condenatoria, que envíe a mal destino a cualquiera que la infrinja, aunque fuese una sola vez. ¿Por qué? La ley por la ley, seca y descarnada, no se encuentra templada por la misericordia y la compasión que de ella se desprende. Eso la vuelve poco virtuosa, porque para que algo lo sea tiene que estar en armonía con las demás virtudes que la apoyan y sostienen. Y sin esta condición se convierte en una aplicación mecánica, sin amor, de una regla fría que no apunta al bien último de las criaturas a las que se aplica. Dicho en palabras más sencillas: si el objetivo de Dios con nosotros es que Le alcancemos en nuestro destino final, entonces el cumplimiento de las leyes apunta al orden y la corrección. Pero lo fundamental seguirá siendo el Amor que nos tuvo al crearnos, y que nos tiene al sostenernos y guiarnos. Y además Dios, que es Amor, quiere que nos conduzcamos por amor a imitación suya. Y que por amor obedezcamos Sus leyes que, por lo demás, miran a nuestro propio bien. Es por eso por las generaciones de fieles, de la Palabra de Dios (también llamada simplemente Tradición); y con la Sagrada Escritura, que es el mismo anuncio de la Salvación puesto por escrito. Ambas conjuntamente se denominan el depósito de la fe.
  • 68. que San Agustín dice: “Ama y haz lo que quieras”. Porque quien ama no perjudica al amado, a quien conoce en todo lo que le resulta posible, sino que le sirve, pero amorosamente. Y por tanto, de su amor se desprende naturalmente la corrección de sus actos. Pero, ¿qué pasa si una persona contraviene una ley? En tanto alguien comete una infracción, aún grave, y sigue vivo, tiene aún la posibilidad de alcanzar su fin. Si no fuese así, estaríamos sosteniendo que quien cometió un pecado a los veinte años, luego vivió sesenta años sin posibilidad de levantar su condena. Absurdo, ¿verdad? Por ese motivo, tiene que haber algún medio para recuperar la buena relación con Dios después de haberle ofendido, permitiéndonos así ganar el buen destino. Para resumir, entonces, la Institución designada por Dios en la Tierra, tiene que ser depósito de Sus Verdades, tiene que tener una estructura que le permita formar personas que cumplan con el fin más alto que puede existir, que es el sacerdotal, porque cumple los mandamientos fundamentales: amar a Dios sobre todas las cosas (a través de su consagración, adoración, y cumplimiento de fines superiores) y al prójimo como a sí mismo, procurándole el mismo bien máximo que quiere para él, que es alcanzar a Dios al final de la vida terrena. La Institución debe, por lo demás, contener los ritos más adecuados para adorar y agradar a Dios y mejorar a los fieles, y el poder de educar y asistir a esos mismos creyentes desde su nacimiento y hasta la muerte. De esta manera, se mantiene una perfecta relación constante entre Dios y las criaturas, a través de un intermedio que es a la vez humano que divino. Humano en su estructura durante la vida terrenal, y Divino en sus fines y enseñanzas.
  • 69. Está claro que la institución depositaria de la Verdad tiene que estar en el seno de la religión auténtica. Por ello ahora nos preguntamos, y con razón, ¿cómo podemos saber cuál de todas es la correcta? E incluso, ¿no pueden serlo varias, o de alguna manera todas tal vez?
  • 70. El así llamado “indiferentismo religioso” Hay un cuento oriental bastante conocido que dice que varias personas con los ojos vendados son puestas delante de un gran elefante. Cada uno tantea una parte: uno la pata, otro la cola, otro la trompa, otro el lomo, y así por delante. Cuando hablan de lo que conocen, cada quien defiende su parte: "es una pata", "no — dice otro— es una oreja", etc. Y discuten quién tiene la razón, llegando a pelearse por ello, cuando en realidad cada cual estaba palpando una zona diferente del mismo animal. Esa historia viene como anillo al dedo para ciertos errores graves de comprensión. Y lo que intenta defender es totalmente falso. Lógicamente, si dos, tres o más personas (o corrientes, en realidad) afirman conocer al Todo por una de sus partes, simplemente no tienen idea de la verdad total y se confunden con la porción. Si juntásemos lo que dice cada cual, desde una visión superior, podríamos terminar llegando a la conclusión de que se trata de un elefante. Estos ven patas, aquellos otros ven trompa, éste panza, orejas, colmillos, cola, uno más siente la textura: resultado, un elefante. Son partes de un ser coherente. No se contradicen unas a otras, sino que se complementan. El único problema está en que cada quien se centra en su parte. Y mientras se niegue a aceptar que los demás también "captan" algo real, entonces se creará una situación absurda, donde nadie notará al verdadero animal sino sólo la porción que es capaz de abarcar. Esta alegoría tan útil a ciertas creencias es lo que en pensamiento lógico se llama una falacia. No sólo contradice la
  • 71. necesidad que tenemos de conocer cuál es el camino idóneo y en concordancia con las perfecciones del Creador, sino que además surge un problema cuando lo que cada quien afirma es totalmente contradictorio con el de al lado. Si la idea fuese cierta, no encontraríamos contradicción entre cola y pata. Sólo habrían partes distintas, que reunidas por una comprensión más abarcativa, resultarían coherentes y complementarias entre sí. Pero, ¿qué pasaría si uno dijese que ha palpado todo y descubrió que tiene grandes patas, otro que no tiene ninguna porque repta, y uno más que sólo usa aletas para desplazarse en el agua? Si estudiamos apenas un poco de religiones comparadas, descubrimos que hay diferencias irreconciliables respecto al mismo punto. Por ejemplo: unos dicen que existen muchos dioses (politeísmo) y otros que hay un solo Dios (monoteísmo). Unos afirman que el objeto de nuestras vidas es llegar a la iluminación (trascender la ilusión de estar separados, para retornar al Todo) y otros que debemos llenarnos de buenos actos para ir al Cielo junto a un Dios separado de nosotros, que nos juzga para determinar nuestra fidelidad y amor a Él. Unos dicen que el bien y el mal son dos lados de la misma moneda (dualismo) y otros que sólo existen bienes y sus carencias o negaciones, irreconciliables entre sí. Y así, muchas, muchas creencias que chocan directamente unas con otras. ¿Todas tienen razón? ¿Dios es uno, es muchos, es Todo o no existe en absoluto? ¿el hombre se ilumina (gnosticismo), muere y va a juicio y luego a un destino final (religiones exotéricas), muere y desaparece (ateísmo)? ¿Tiene una sola vida o reencarna muchas veces? Y así podemos seguir con preguntas sin fin. Como aquí se ve, ya no se trata de una pata versus una cola, donde no hay contradicción. Se trata de que uno dice que la pata tiene garras de tigre, otro dice que es un pie humano y el tercero