Los sentidos inspirados de las escrituras p. jesús maría mestre
1. LOS SENTIDOS INSPIRADOS DE LA ESCRITURA
Por el R. P. Jesús Mestre
Tomado de Revista Iesus Christus número 124 / Julio-Agosto de 2009
¿Qué es eso de "relectura"? Simplemente, que la Sagrada Escritura es la expresión de la experiencia religiosa de una
comunidad en un momento dado, y por eso, para que siga teniendo validez para los creyentes de todos los tiempos,
debe ser continuamente reinterpretada a fin de responder a situaciones nuevas, antes desconocidas. Vayan ahí algunos
ejemplos de ello:
• "La muerte y resurrección de Jesús han llevado al extremo la evolución comenzada [de progreso dialéctico entre las
Escrituras y los acontecimientos que las llevan a cumplimiento], provocando, en algunos aspectos, la ruptura
completa, al mismo tiempo que una apertura inesperada. La muerte del Mesías, «rey de los Judíos» (San Marcos, 15,
26 y par.) ha provocado una transformación de la interpretación histórica de los salmos reales y de los oráculos
mesiánicos. Su resurrección y su glorificación celestial como Hijo de Dios han dado a esos mismos textos una
plenitud de sentido antes inconcebible. Expresiones que parecían hiperbólicas deben, a partir de ese momento, ser
tomadas literalmente. .. A la luz del acontecimiento de la pascua, los autores del Nuevo Testamento han releído el
Antiguo Testamento ".' Dicho en criollo, esos textos (que son las profecías mesiánicas clásicas del Antiguo
Testamento, las mismas que Nuestro Señor Jesucristo, después de su resurrección, explicó a los discípulos de Emaús)
no eran en realidad profecías sobre el Mesías, sino expresiones hiperbólicas a las que los autores del Nuevo
Testamento, después de "releerlas" para aplicarlas a Jesús, dieron un significado que antes no tenían.
• De modo semejante, el vaticinio de Isaías: "He aquí que una doncella concebirá en su seno, y dará a luz un hijo, y le
pondrá por nombre Emmanuel", que se referiría supuestamente a un hijo de Ezequías, ha sido "releído" por Mateo
(esto es, por la comunidad de creyentes designada por Mateo), y aplicado a Cristo, transformando el texto en una
profecía mesiánica realizada con la Encarnación del Señor: "Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había
dicho el Señor por el profeta: He aquí que la Virgen concebirá en su seno, y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Emmanuel, esto es, Dios con nosotros ". El texto inicial no era una profecía, ni mucho menos, pues no designaba
literalmente a Cristo; pero la comunidad cristiana, haciendo un uso muy apropiado de la "relectura", reinterpretó dicho
texto, aplicándolo a realidades nuevas y encontrando una apertura inesperada de sentido.
Queda claro que proceder de esta manera es negar lisa y llanamente la Escritura y sus diferentes sentidos inspirados,
especialmente los que tienen un valor profético (el modernista, igual que el racionalista, siente una repugnancia
instintiva ante todo lo que sea profecía). En realidad, no sería Dios quien le da un sentido a la Escritura, sino la
comunidad creyente al releerla. En cada generación, la relectura debería establecer nuevos sentidos bíblicos, esto es,
realizar una constante actualización, o aggiornamento, o update de los sentidos de la Biblia, para que la Escritura siga
correspondiendo a la experiencia religiosa del momento. Y por eso mismo, la interpretación de la Biblia debería tener
un aspecto de creatividad, y ser necesariamente plural, evitando la exclusividad de un solo sentido.
No es difícil refutar semejantes teorías, que además afectan a verdades definidas como dogma de fe por el Magisterio.
Basta para ello exponer lo que la Iglesia nos enseña sobre los sentidos inspirados de la Sagrada Escritura. Tal será el
tema del presente artículo.
En la Escritura hay dos sentidos inspirados, y sólo dos.
Toda la Tradición de la Iglesia, luminosamente expuesta por los Papas en sus grandes encíclicas sobre la Sagrada
Escritura (León XIII en Providentissimus Deus; Benedicto XV en Spiritus Paraclitus; y Pío XII en Divino afflante
Spiritú), nos enseña que en la Biblia sólo hay dos sentidos formalmente divinos, esto es, incluidos directamente por
Dios en la Escritura, sin que haya necesidad de deducirlo del texto inspirado por vía de raciocinio: el sentido literal, y
el sentido típico. Este doble sentido se explica por dos razones:
• La primera es que Dios, autor de la Sagrada Escritura, puede valerse, para manifestarnos algo, no sólo de palabras,
sino también de cosas: cuando se vale de palabras tenemos el sentido literal, y cuando se vale de las cosas designadas
por las palabras tenemos el sentido típico.
• La segunda es que la Sagrada Escritura tiene un doble autor: el hagiógrafo o autor humano, que es su autor
instrumental, y Dios, que en realidad es su autor principal. El sentido literal corresponde por lo general con lo que el
2. autor humano alcanzó a comprender y a decirnos de parte de Dios, mientras que el sentido típico corresponde a una
plenitud de significado que sólo Dios conocía, y quiso depositar en las cosas significadas por la letra.
Veamos ahora más en detalle ambos sentidos: el literal y el típico.
El Sentido Literal
El sentido literal es el que Dios nos manifiesta por las mismas palabras de la Escritura, correctamente interpretadas.
"Para hallar y exponer el sentido genuino de los Sagrados Libros —enseña el Papa Pío XII—, tengan los intérpretes
ante los ojos que lo primero que han de procurar es distinguir bien y determinar cuál es el sentido de las palabras
bíblicas llamado literal. .. por medio del conocimiento de las lenguas, valiéndose del contexto y de la comparación con
pasajes paralelos... "
León XIII nos enseña igualmente que para discernir el sentido literal "es preciso pesar con gran cuidado el valor de las
palabras en sí mismas, la significación de su contexto, la semejanza de los pasajes y otras cosas semejantes".
Este sentido literal puede ser de dos clases: apropio, cuando resulta de las palabras mismas en su acepción ordinaria
según la etimología, la gramática y el uso;
o impropio, cuando resulta de las palabras mismas tomadas en su valor figurativo, según las diferentes figuras
retóricas utilizadas por el hagiógrafo.
Hay que entender en sentido literal propio todos los libros históricos de la Biblia, tanto del Antiguo Testamento
(Génesis, Éxodo, Reyes, Macabeos) como del Nuevo (Evangelios y Hechos de los Apóstoles), porque es ley de la
ciencia histórica el narrarnos hechos objetivos, realmente sucedidos, y valerse en la narración del sentido obvio de las
palabras. Por ejemplo, hay que entender al pie de la letra que al principio Dios creó el cielo y la tierra; que formó al
hombre del polvo y a la mujer a partir del hombre; que nuestros primeros padres fueron tentados por el demonio bajo
apariencia de serpiente; y por ende, también hay que entender al pie de la letra todo lo que se nos cuenta sobre
Abraham, Moisés, David, Salomón, Elías y demás personajes y acontecimientos de la historia de Israel. En particular,
hay que entender tal como suena la narración evangélica, con todos los milagros realizados por el Señor.
En cambio, el sentido literal impropio suele abundar en los libros poéticos y sapienciales, que se valen de gran
variedad de figuras literarias, tales como la metáfora, la alegoría, la hipérbole, la prosopopeya, que juegan con el
sentido figurado de las palabras. Así, cuando David escribe en el Salmo 21: Novillos innumerables me rodean,
acósanme los toros de Basan; ávidos abren contra mí sus fauces, leones que desgarran y rugen, por novillos, toros y
leones se entiende metafóricamente a los malvados que asedian al Mesías puesto en cruz; o cuando Job dice que Dios
zarandea los montes en su furor, sacude la tierra de su sitio y se tambalean sus columnas, está describiendo
poéticamente el poder de Dios, sin pretender dar una descripción de la tierra que tenga valor científico. Este sentido
literal tiene tres principales características:
1o) Ante todo, es un sentido universal; esto es, todos los pasajes de la Escritura cuentan con un sentido literal, ya sea
propio, ya sea figurado.
2) Luego, es un sentido único; es decir, sólo hay un sentido literal para cada pasaje de la Escritura. La Iglesia ha
determinado en declaraciones solemnes el sentido exacto de algunos pasajes bíblicos con exclusión de otros, lo cual
no sería posible si la Escritura pudiese tener en sus pasajes una polivalencia de sentidos.
3o) Finalmente, este sentido es la base necesaria de los demás sentidos, tanto inspirados (el sentido típico) como
humanos (el sentido acomodaticio). Por eso el sentido literal es el que se debe buscar en primer lugar y con toda
precisión; y los demás sentidos deben construirse sobre el sentido literal sin forzarlo ni desfigurarlo.
Sentido Típico
El sentido típico es un sentido oculto de la Escritura por el que, mediante las cosas o personas significadas por las
palabras, el Espíritu Santo expresa acontecimientos o personas futuras. Las personas o realidades directamente
evocadas por las palabras reciben el nombre de tipos (huella, señal, imagen), y las realidades futuras significadas por
los "tipos" reciben el nombre de antitipos (réplica del tipo, reproducción, copia).
La misma Escritura nos afirma la existencia de este sentido bíblico en muchos de sus pasajes. Así, por ejemplo,
Nuestro Señor nos enseña que la señal de Jonás fue figura de su resurrección (San Mateo, 12, 40), que la serpiente de
bronce lo fue de su muerte redentora en la Cruz (San Juan, 3, 14), y que el maná fue figura de la Sagrada Eucaristía
(San Juan, 6, 30-35 y 48-59). San Pablo, por su parte, nos enseña que Adán fue tipo de Cristo (Romanos, 5, 14), que el
paso del Mar Rojo, el maná, el agua milagrosa y los cuarenta años en el desierto, figuran el Bautismo, la Eucaristía y
3. nuestra peregrinación terrestre (I Corintios,10,111), que Agar y Sara fueron figuras del Antiguo y Nuevo Testamento
(Gala-tas, 4, 21-31), y que Melquisedec fue figura de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote (Hebreos, 7, 3). San Pedro
nos dice que el Bautismo fue la realidad significada por el diluvio (I Pedro, 3, 21).
El Magisterio de la Iglesia confirma esta enseñanza. Así, el Concilio de Florencia (1438-1445) afirma: "[El Concilio]
firmemente cree, profesa y enseña que las cosas legales del Antiguo Testamento, o Ley Mosaica, que se dividen en
ceremonias, cosas sagradas, sacrificios y sacramentos, como habían sido instituidas para significar algo futuro, aunque
eran acomodadas al culto divino en aquella edad, cesaron al venir Nuestro Señor Jesucristo, por ellas significado, y
han comenzado los sacramentos del Nuevo Testamento".5 León XIII, por su parte, enseña en Providentissimus Deus:
"[El intérprete] procure no descuidar lo que los Santos Padres entendieron en sentido alegórico [que coincide con el
que hoy llamamos "típico"], sobre todo cuando este significado deriva del sentido literal y se apoya en gran número de
autoridades. La Iglesia ha recibido de los Apóstoles este método de interpretación y lo ha aprobado con su ejemplo,
como se ve en la liturgia ".
Y la Pontificia Comisión Bíblica, en su carta del 20 de agosto de 1941 a los Obispos de Italia, con motivo de un
opúsculo que sostenía errores sobre la Escritura, dice: "Es proposición de fe que debe tenerse por principio
fundamental, que la Sagrada Escritura contiene, además del sentido literal, un sentido espiritual o típico, como nos ha
sido enseñado por la práctica de Nuestro Señor y de los Apóstoles ".'
En este sentido típico podemos señalar tres características principales:
1o) Ante todo, es un sentido intentado por el mismo Dios, el cual "ordenó y dispuso sapientísima-mente todas las
cosas dichas o hechas en el Antiguo Testamento de tal manera, que las pasadas significaran anticipadamente las que en
el Nuevo Pacto de gracia habían de verificarse "; y por eso, los intérpretes católicos deben descubrirlo y proponerlo
"con aquella diligencia que la dignidad de la divina palabra reclama".
2o) Luego, no es un sentido universal, esto es, "no toda sentencia o narración contiene un sentido típico, y fue un
exceso grave de la escuela alejandrina el querer encontrar por doquiera un sentido simbólico, aun con daño del sentido
literal e histórico ".' Por eso mismo, su existencia "debe probarse, ya por el uso de Nuestro Señor, de los Apóstoles o
de los escritores inspirados, ya por el uso tradicional de los Santos Padres y de la Iglesia, especialmente en la sagrada
liturgia, puesto que «la regla de la oración es la regla de la fe»".
3o) Finalmente, ha de basarse en el sentido literal, lo cual exige que las personas, cosas o acontecimientos de que Dios
se vale para significar cosas futuras hayan existido realmente; o, dicho de otra manera, el tipo no es un puro símbolo:
existió en sí mismo, y se distingue por eso de la metáfora, parábola y alegoría.
Esta última característica del sentido típico es la que más molesta a la "nueva exégesis", por dos razones:
• La primera, porque la interpretación "espiritualista" de la Escritura en boga hoy en día lo reduce todo o casi todo en
la Escritura a puros símbolos con que el hombre intenta expresar su experiencia de lo divino (símbolos serían, pues, el
árbol de la vida, la serpiente del paraíso, el pecado original, la creación de Eva a partir de Adán); por lo mismo, no
considera imprescindible su existencia histórica, y pretende que su interpretación se amolde al genio de cada tiempo.
• La segunda, porque el sentido típico es necesariamente profético: como Dios lo ve todo a la vez, preordena una cosa
o persona pasada, significada por la letra de la Escritura, a significar una realidad o persona futura (así, David es
figura de Cristo en su realeza; Melquisedec, de Cristo sacerdote; Isaac, el cordero pascual y los demás sacrificios de la
Antigua Ley, figura del sacrificio de Cristo); ahora bien, ya hemos indicado antes que el modernista no es muy amigo
de las profecías.
CONCLUSIÓN
No podemos extendernos más en los límites del presente artículo, pero lo dicho basta para asentar firme-
mente las siguientes conclusiones:
1) El exégeta católico debe indagar o investigar el sentido literal y el sentido típico de la Escritura, esto es, los
sentidos que Dios quiso poner en la Escritura, y no inventarlo ni crearlo según la mentalidad de la comunidad
creyente, como si los sentidos bíblicos pudieran cambiar con el tiempo o dependiesen de los hombres. Para cumplir
esta labor, el intérprete católico debe seguir reglas precisas, que la Iglesia ha recordado en sus encíclicas sobre la
Sagrada Escritura.
4. 2) El sentido literal no puede ser pluralista, como sueña el modernista; de modo que no puede haber una interpretación
polivalente de la Escritura. como si cada comunidad pudiera entenderla a su manera. Las versiones ecuménicas de la
Escritura, que pretenden ofrecer a sus lectores esta polivalencia de sentidos según la confesión a la que pertenezcan,
constituye un grave pecado contra el segundo mandamiento, esto es, contra el respeto debido a la palabra de Dios,
como lo afirma el Catecismo de Trento.
3) El sentido típico presupone siempre una realidad histórica (la de la persona o cosa que sirve de tipo), y así no se lo
puede relegar a un simple símbolo religioso; además, tiene verdadero valor de profecía, por lo que reducirlo a una
simple "relectura" de un pasaje bíblico sería despojarlo de todo su valor probatorio, y suprimir de la Escritura todo
elemento divino y sobrenatural (lo mismo que se dice de la profecía debe decirse de los milagros, que la exégesis
modernista interpreta como "signos" religiosos cuya verdad histórica no tiene importancia).
4) Las "relecturas" que patrocina la "nueva" Pontificia Comisión Bíblica como método de interpretación de la Sagrada
Escritura sólo se asemejan a lo que tradicionalmente se llamaba "sentido acomodaticio", esto es, la adaptación de un
pasaje escriturario a un tema que ni el hagiógrafo ni Dios tuvieron la intención de evocar. Pero sucede que este sentido
acomodaticio no es propiamente un sentido bíblico, es decir, no está inspirado, no ha sido intentado directamente por
Dios ni a través de las palabras, ni a través de las cosas designadas por las palabras. Por eso, relegar a una "relectura",
esto es, a un sentido "acomodaticio", toda la ciencia exegética, es negar los sentidos inspirados de la Escritura, y
transformarla, de obra divina que es, en una obra puramente humana, modificable y obligada a adaptarse a los tiempos
y a los hombres.