1. Mensaje de Cuaresma
Queridos hermanos y hermanas:
El tiempo de la cuaresma que vivimos es propicio para un encuentro
más íntimo con el Señor y de los cristianos entre sí. Este momento de
la vida de la Iglesia nos invita a comenzar un caminar, como es propio
de los discípulos de Jesús, quienes siguiendo a su Maestro y amigo,
escuchan su voz, aceptan sus enseñanzas, y se convierten en testigos vivientes
en medio del pueblo.
La Cuaresma nos motiva a hablar con el Señor y a decirle con palabras
sencillas pero muy sentidas: "Habla Señor, que tu Iglesia escucha".
Animados por esta actitud de escucha, los Obispos y los Superiores
Mayores de religiosos y religiosas del Paraguay nos hemos reunido
para compartir juntos el contenido del documento de participación
en preparación para la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del
Caribe.
Con el tema: "Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros
pueblos en Él tengan vida", se pone en marcha un movimiento que
quiere concentrarse en Jesús de Nazareth que se proclama: "Yo soy
el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6).
Jesús es el camino que nos indica el sendero a recorrer. Es su sendero,
es su estilo de vida, es la meta de todo hijo e hija de Dios. Él es la
verdad anunciada cuando inicia su misión después de su experiencia
de ayuno y oración en el desierto: "Se ha cumplido el tiempo y el
Reino de Dios está cerca; hagan penitencia y crean en el Evangelio"
(Mc 1, 15). Con ello, Jesús anuncia que es necesario cambiar de vida,
de mentalidad, llegar a una conciencia pura y a una acción
comprometida con el Reino de Dios. Siendo Él la Vida nos indica el
camino de la conversión para que todos nuestros pueblos tengan vida.
Como nos dice el Santo Padre, la cuaresma es un tiempo privilegiado
de la peregrinación interior para que nosotros, los Obispos, juntamente
con nuestro pueblo, nos encontremos con Cristo, quien es el centro
de nuestra vida (Cfr. Benedicto XVI. Mensaje de cuaresma). A partir
de ese encuentro debemos salir motivados para anunciar con la fuerza
de nuestra fe y con el vigor de nuestro amor un tiempo de esperanza
para construir con nuestro pueblo el Reino de Dios anunciado por Jesús.
"Al ver Jesús a las gentes se compadecía de ellas" (Mt 9, 36). Hoy,
como siempre, nuestra gente necesita de la compasión de Jesús. Para
ello es necesario convertirse sintiendo con nuestro pueblo sus penas
y dificultades, sus gozos y esperanzas.Solamente la fuerza del
Evangelio puede iluminar la vida de las personas que sufren tantos desengaños y
2. frustraciones.
La sociedad paraguaya de hoy, en particular, debe sentirse interpelada
por los valores del Reino de Dios, que son absolutamente
incompatibles con los enfrentamientos y las agresiones de personas
y de grupos; con las injusticias y abusos derivados del egoísmo y del
interés utilitario que no tiene en cuenta la situación de los demás.Con
valores como la verdad, el amor, la justicia, la honestidad, debemos
desarrollar aquellas actitudes y acciones que incidan en la sociedad y
la cambien desde dentro. Es urgente consolidar la institucionalidad
de una sociedad marcada por una agobiante desarticulación en sus
organismos constitutivos; una sociedad fragmentada por causa del
relativismo jurídico que, no sólo quita la seguridad de las leyes, sino
también agrava la situación de una población sufrida y cada vez más
empobrecida.
La vivencia de nuestra fe cristiana debe impulsarnos a respetar y a
defender los fundamentos, los principios y las normas de nuestra
nacionalidad; porque la fe ilumina, viene en ayuda de la ciencia y de
la razón para darle el sentido más profundo y último a la persona y a
la comunidad humana. Defender los principios y las normas es amar
a la patria y tener caridad, como nos dice el Papa Benedicto XVI en
su reciente encíclica "Dios es amor".
La práctica de la caridad desarrolla el auténtico patriotismo, que nos
lleva a trabajar por la justicia y nos abre a las exigencias del bien
común. Por eso, el Papa nos recuerda que la Iglesia no debe ni puede
emprender por cuenta propia la empresa política. Pero también nos
dice que no puede ni debe quedar al margen en la lucha por la Justicia
(Cfr."Dios es amor", No. 28).
De estas expresiones aparece con claridad la gravísima
responsabilidad que tiene el Estado y toda la dirigencia política para
implantar la justicia como servidora del bien común. Este bien común
tiene expresiones muy concretas. El pueblo manifiesta sus anhelos
de una política participativa y no excluyente, de un mayor bienestar
temporal que le asegure la solución de sus necesidades básicas, a saber:
- el arraigo en su propia patria para evitar la búsqueda de soluciones en otros
países;
- la seguridad de un trabajo digno que equilibre los polos causados por la mala
distribución de la riqueza;
- una justicia que no tenga resquicios de favoritismos a personas o
sectores de la sociedad y sin exclusión de los más necesitados;
3. - una justicia que evite la implantación de la impunidad;
- una justicia independiente de otros poderes.
Así como Jesús estuvo cerca del pobre, del desvalido, del enfermo,
del marginado, así debemos ser los discípulos y misioneros de
Jesucristo. Con ese mismo espíritu, las instituciones y organizaciones
de nuestra sociedad nacional deben empeñarse para resolver los
problemas acuciantes de nuestro pueblo porque eso es caridad, es auténtico amor
patriótico.
Si bien el llamado de Jesús a la conversión nos indica que por medio
de ella debemos construir el Reino de Dios, asimismo, con las fuerzas
espirituales, morales e intelectuales, debemos comprometernos en la
construcción de un Paraguay transformado. Por eso, es de actualidad
y de suma urgencia elaborar un "Proyecto País" que fije objetivos,
priorice soluciones a situaciones impostergables y señale rumbos que favorezcan
el desarrollo integral.
Que este tiempo cuaresmal nos recuerde que "la victoria de Cristo
sobre todo mal que oprime al hombre, nos quiere guiar precisamente
a la salvación integral" (Benedicto XVI, Mensaje de cuaresma 2006).
La conversión a Cristo, a nuestros hermanos, a nuestro pueblo, nos
afianza en el Camino, viviendo la Verdad que nos hace libres para
gozar de la Vida y la vida en abundancia que nuestro país necesita.
Con los ojos de Cristo, miremos nuestro presente y futuro y con el
amor que nuestro pueblo se merece, trabajemos con esperanza para
luchar contra los males del momento presente. El Paraguay que
queremos es posible y todos debemos empeñarnos en realizarlo.
En el espíritu de la celebración de los 50 años de la creación de la
Conferencia Episcopal Paraguaya, los Obispos nos comprometemos
a acompañar a nuestro pueblo, como siempre, en la consecución de este anhelo.
Confiamos en la intercesión de nuestros santos mártires Roque
González de Santa Cruz, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo,
discípulos y misioneros de Cristo para que nuestro pueblo tenga vida.
Que María la Virgen de los Milagros de Caacupé, Madre de Dios y
Madre de todos los paraguayos, nos aliente en esta peregrinación que
emprendemos como lglesia junto a nuestro querido pueblo.
Con sincero afecto impartimos nuestra bendición paternal.
Asunción, 10 de marzo del 2006.
4. Por mandato de la Asamblea Plenaria
+ Adalberto Martínez
Obispo de San Lorenzo - Secretario General de la CEP