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Carta Pastoral
Unidad en la verdad
Instrucción de la Conferencia Episcopal
Paraguaya sobre la Identidad de los Católicos
ante los Cristianos No-Católicos
Introducción
1. VOLUNTAD DE DIÁLOGO
La comunicación entre los distintos miembros de la Iglesia es
necesaria para la vida de este cuerpo Místico de Cristo, que todos
formamos. La voluntad de diálogo que nos anima a los Obispos del
Paraguay está patente para cualquiera que siga el ritmo de los
acontecimientos en nuestro querido país.
Así queremos ser fieles al Concilio Vaticano II que nos dijo: "Como
es propio de la Iglesia entablar diálogos con la sociedad en que vive,
deber es en primer término de los Obispos dirigirse a los hombres y
entablar y promover diálogo con ellos. Estos diálogos ordenados a la
salvación, para que vaya siempre unida la verdad con la caridad, la
inteligencia con el amor, es menestrer que se distingan por la claridad
del lenguaje, así como por la humildad y mansedumbre, igualmente por
la debida prudencia, juntamente, no obstante con la confianza, que, al
fomentar la amistad, tiende por naturaleza a unir los ánimos" (CD 13).
Es en ese clima de diálogo que deseamos dirigirnos a todos los fieles
católicos, y a cuantos quieran oirnos con ánimo de responder a una
inquietud, que reiteradamente se nos ha manifestado.
2. OYENDO A NUESTRO PUEBLO
En efecto, por diversos canales ha llegado a nuestra conciencia de
Obispos el problema que para nuestros católicos del Paraguay
representa una proliferación de sectas y diversas denominaciones
cristianas no católicas, que siembran confusión en los ánimos.
Insistentemente se nos pide una palabra orientadora. No podemos
negarla sin traicionar nuestra misión dialogante, y mirando al bien
integral del pueblo, "en medio del cual nos ha puesto el Espíritu Santo
para pastorear la Iglesia de Dios, que El se adquirió con su propia sangre" (Hech
20, 28).
3. RESPUESTA OBLIGADA
Por lo que, reunidos en Asamblea, determinamos dirigirnos
abiertamente a todos nuestros fieles y a todos los paraguayos de buena
voluntad con la presente instrucción, en que estudiamos la situación
que a los creyentes les presenta la llamada "invasión de las sectas"
(DP 419), iluminarla con la luz evangélica, según la recta doctrina
del ecumenismo, y sugerir pautas de comportamiento para que el
pueblo cristiano progrese en su fe conforme a la voluntad de Cristo,
que quiso que fuese UNA su Iglesia (Jn 17, 21).
4. SENTIDO DE ESTA INSTRUCCIÓN
Dirigimos nuestra Instrucción como "maestros de la verdad", según
el testimonio de Puebla: "En una Iglesia totalmente al servicio de la
Palabra, el Obispo es el primer evangelizador, el primer catequista;
ninguna otra terea le puede eximir de esta misión sagrada. Medita
religiosamente la Palabra…, vela porque su comunidad avance
contínuamente en el conocimiento y práctica de la Palabra de Dios…
a fin de poder discernir la Verdad" (DP 687).
Asi tenemos que responder a las dificultades y problemas que agobian,
y angustian señaladamente a los hombres, y en particular a los fieles,
para que ellos mismos puedan defender y propagar la doctrina que Jesús nos
entregó.
5. INTENSIÓN CLARIFICADORA
Querríamos aclarar que nuestra posición es de iluminación a los
católicos, y de trato fraterno a los que no lo son. Las personas humanas,
cualesquiera que sean, nos merecen todo respeto como imágenes de
Dios y portadoras de una dignidad indiscutible. Tratamos solamente
de orientaciones doctrinales con las que pretendemos discernir la
verdad, que debe ser el objetivo de cualquier diálogo entre los
miembros de la gran familia humana.
Lo hacemos, además, porque nos sentimos con el deber de padres y
pastores en esta situación, y debemos hablar. Los fieles católicos tienen
derecho a una clarificación nuestra. A los no-católicos es justo
ofrecerles de modo asequible el pensamiento autorizado de nuestra
Iglesia. Pero al hablar en el clima de diálogo, que señalábamos al
principio, no pretendemos entrar en polémica, tomar actitudes de
ataque ni de defensa. Sencillamente queremos clarificar nosotros
mismos nuestros pensamientos sobre la verdadera Iglesia de Cristo,
y sobre el recto sentido que en ella tiene el ecumenismo.
Iniciaremos la PRIMERA PARTE con un breve análisis de situación.
En la SEGUNDA PARTE expondremos unos puntos resaltantes, que
conforman la identidad de nuestra doctrina católica.
Trataremos en la TERCERA PARTE el problema actual de las sectas.
En una CUARTA PARTE diremos algo sobre el Ecumenismo, que es
una realidad esperanzadora, principalmente con las llamadas "confesiones
históricas".
Así con estas ideas queremos ayudar a todos a caminar hacia la
UNIDAD EN LA VERDAD.
PRIMERA PARTE
ANÁLISIS DE NUESTRA SITUACIÓN RELIGIOSA
1. La tradición católica del Paraguay
Desde los comienzos de nuestra nacionalidad el pueblo paraguayo,
como los demás pueblos hermanos de América Latina, se encontró
con la unidad católica, preciosa herencia de los tiempos coloniales.
Este hecho constituye, según Puebla, "un rasgo fundamental de
identidad y unidad del continente y, a la vez, una tarea permanente" (DP 1099).
Un Paraguay, abierto y hospitalario, después de las guerras sufridas
con la Triple Alianza y con Bolivia, acogió en su deficitaria población
a otros grupos de varias latitudes geográficas, que incrementaron
nuestro caudal humano y generaron también riquezas, al mismo
tiempo que traían sus propias creencias. Así el grupo pequeño de no
católicos, que contábamos a principios de siglo, iva aumentando
considerablemente.
2. El espíritu del Concilio Vaticano II
El Espíritu Santo, que siempre actúa en su Iglesia, nos ha hecho vivir
a nivel mundial, continental y nacional momentos maravillosos. Están
en la conciencia de muchos los acontecimientos del Concilio
Ecuménico Vaticano II (1962-1965), las Conferencias Generales del
Episcopado Latinoamericano de Medellín (1968) y Puebla (1979), el
lanzamiento del Plan de pastoral Orgánica para nuestra Iglesia en Paraguay
(1976-1978 y 1981…).
Somos conscientes de que nuestro avance eclesial se realiza, como
decíamos en nuestra Carta Pastoral del 12 de junio de 1976, "entre
las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios". Aun así,
podemos afirmar que "el señor ha estado junto a nosotros" (Ps 124,
1), y que nuestros intentos por el "Saneamiento Moral de la Nación"
no han sido del todo estériles. "El que planta y el que riega no es
nada", repetimos con San Pablo, "sino el que hace crecer, Dios" (1 Cor, 3,7)
3. La proliferación de las sectas
En los últimos años se han poblado nuestros núcleos urbanos y rurales
de carpas llamando a la fe precisamente a un pueblo creyente, como lo es el
nuestro.
Una de las sectas, "Pueblo de Dios", ha llegado a constituirse en
noticia diaria durante dos largas secuencias en uno de los matutinos
de nuestra capital. El descontrol de la inmigración en zonas del este y
norte de nuestro territorio nos produce también golpes efectivos con un
proselitismo sectario.
Sobre el accionar diario se superponen, como olas programadas, unas
campañas periódicas se disertantes, con amplia publicidad, y de
sanadores, que ofrecen prodigiosas curaciones a los desesperados,
que por falta de medios para su atención médica acuden a ellos.
Hay también numerosos visitadores religiosos que golpean de puerta
en puerta pidiendo a los católicos unos momentos de atención. Además
hay otros que invanden hogares católicos sin dejarles lugar para
discernir su aceptación o su rechazo. Emisoras de radio y programas
televisivos atraviesan todos los muros. Dentro de cada uno existen
barreras psicológicas, que cada cual establece conforme a su fe, pero
que con la sagacidad de un buen montaje pueden ser superadas, y de
hecho vemos que han sido barridas en católicos deficientemente formados.
Esta invasión de sectas es apoyada con recursos económicos ingentes
y usando medios de comunicación con métodos y técnicas que
pretenden entrar en el ámbito de la conciencia de los católicos tanto
en comunidades urbanas como en campesinas.
4. Crítica evangélica de nuestra situación religiosa
Muchos de estos predicadores actúan de buena fe, y son ejemplos de
compromiso con sus propias convicciones. Seríamos injustos en no
admitirlo, según el consejo de nuestros Maestros (Lc. 16,8). Pero
tampoco somos tan ingenuos, como para no darnos cuenta que detrás
de estas actividades proselitistas existe un propósito de debilitar la
unidad de la Iglesia Católica. Especialmente, cuando descubrimos
en algunas ocasiones la verdad del análisis hecho en Puebla: "Muchas
sectas han sido, clara y pertinazmente, no solo anticatólicas, sino
también injustas al juzgar a la Iglesia, y han tratado de minar a sus
miembros menos formados" (DP 80)
Esta situación ha hecho que entre los católicos se produzcan una
inquietud. Han oído hablar de apertura de la Iglesia superando viejas
posiciones de antagonismos.
Sinceramente sensibles a todo lo que supone amor al hermano,
comprensión y diálogo, han acogido con júbilo los conceptos de
"libertad religiosa", "colaboración recíproca", "convivencia
pluralista", que se han difundido como eco universal del Vaticano II.
Incluso algunos oyeron la palabra "ecumenismo". Surge entonces un
cúmulo de sentimientos imprecisos, que se agitan más en católicos
de buena voluntad, y que confunden sus propias ideas. A veces nos
han formulado sus interrogantes; otras veces, ha faltado hasta la
claridad para formularlos. A esta situación ambivalente y confusa
quiere dar una respuesta precisa nuestro mensaje.
Señalamos, por tanto a continuación los principios vigentes de nuestra identidad
católica.
SEGUNDA PARTE
LA IDENTIDAD CATÓLICA
I. LA REVELACIÓN DE DIOS
1. Dios se da a conocer
La religión es el conjunto de relaciones que hay entre Dios y los
hombres. Es el vínculo que une al hombre con Dios; es a la vez un
don de Dios, que eleva las facultades espirituales del hombre. La
religión, se fundamenta en Dios. En la maravillosa obra de la creación,
que exige un Creador, puede ver cualquier hombre cómo Dios se ha
revelado. En lo íntimo de nuestra conciencia, cuando nos sentimos
ante el dilema de una ley moral universal, tenemos que reconocer
que hay un Legislador supremo por encima de las leyes que los hombres hacen y
deshacen.
Pero además Dios quiso revelarse a través de la palabra, "hablando a
los hombre como amigo para invitarlos y recibirlos en compañía"(DV
2). Al llegar un momento de la historia eligió a Abraham para hacerlo
padre de un gran pueblo. Posteriormente por medio de Moisés y de
los profetas fue preparando a este pueblo, Israel, para que lo
reconociera a El como Dios único y verdadero, como Padre providente
y justo juez, y para que esperara al Salvador prometido. "De este
modo fue preparando a través de los siglos el camino del Evangelio"
(DV 3). Es lo que llamamos Antiguo Testamento, recogido en la
primera parte de la Santa Biblia.
2. Jesucristo, plenitud de la Revelación
Es en Cristo, en su persona, con sus hechos y sus palabras, en quien
esta revelación llega a su plenitud.
Todo el Antiguo Testamento es una preparación para esta Revelación
última. Así, "Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones y de
muchas maneras por los profestas; ahora, en esta etapa final, nos ha
hablado por el Hijo" (Hbr 1,1-2). En efecto Jesucristo, la palabra
eterna hecha carne, nos habla de la intimidad de Dios.
Realiza la obra de la Salvación, que el Padre le ha confiado. Con su
muerte y su Resurreción, y con el envío del Espíritu Santo lleva a
Plenitud toda la Revelación: "Que Dios está con nosotros para
librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte, y para hacernos
resucitar a una vida eterna" (DV 4). Esta Revelación es ya la definitiva,
"ni hay que esperar otra salvación, pública, antes de la gloriosa
manifestación de Cristo Nuestro Señor" (DV 4).
3. Transmisión de la Revelación
De poco habría servido la comunicación de estas verdades a los
hombres, en distintos momentos de la historia, y finalmente a través
de Jesús, si Dios no hubiera asegurado que podría llegar sin
adulteración a todos los hombres de todos los tiempos.
"Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los
pueblos se conservara íntegro y fuera transmitido a todas las edades.
Por eso Cristo Nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los
Apóstoles que predicaran a todo el mundo el Evangelio como fuente
de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta,
comunicándoles así los bienes divinos, el Evangelio prometido por
los profetas, que El mismo cumplió y promulgó con su boca…Además
los mismos Apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito
el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo" (DV 7).
Desde el primer momento, pues, aparecen la Tradición, la Escritura,
y el Magisterio. Porque, "para que este Evangelio se conservara
siempre vivo y entero en la Iglesia, los Apóstoles nombraron como
sucesores a los Obispos dejándoles su encargo en el Magisterio. Esta
Tradición, con la Escritura de ambos testamentos, son el espejo en
que la Iglesia peregrina contempla a Dios de quien todo lo recibe,
hasta el día en que llegue a verlo, como El es" (DV 7).
4. El depósito revelado: Sacrada Escritura y Tradición
Una parte de lo revelado se recoge, inmediatamente o más tarde, en
libros escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, y que por esta
razón reciben el nombre de Sagrada Escritura.
La parte de lo revelado, "no recogida por escrito, sigue también viva
en el seno del pueblo cristiano, y es entregada así mismo por una
generación a la siguiente; de ahí el nombre que suele dársele de
Tradición (De "Traditio": entrega).
En la Sagrada Escritura y en la Tradición se contiene, como en único
depósito, el conjunto de lo que ha sido revelado a los hombres.
Repetimos estos conceptos para aclarar los diálogos, a veces
polémicos, que aparecen con frecuencia entre hermanos cristianos
en nuestra prensa diaria. Dice al respeto el Concilio Vaticano II:
"La Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su fe la
Escritura unida a la Tradición, ya que, inspirada por Dios y escrita de
una vez para siempre, nos transmite indudablemente la palabra del
mismo Dios; en las palabras de los Apóstoles y de los profetas hacen
resonar la voz del Espíritu Santo. Por tanto, toda la predicación de la
Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir por
la Sacrada Escritura" (DV 21)
Nosotros veneramos las Escrituras. Las hemos venerado siempre. Si
alguno, en algún tiempo no le dió la importancia que tiene, se debió
a razones pastorales en determinadas circunstancias históricas. Hoy
la Iglesia católica está en primera línea en el estudio y empleo de la
Biblia. Lo que ocurre es que nosotros afirmamos también el valor de
la Tradición. Porque la "Tradición" y la Escritura están estrechamente
unidas y compenetradas, manan de la misma fuente, se unen en un
mismo caudal, corren a un mismo fin" (DV 9) y nunca se contradicen.
Jesucristo no dejó ningun libro escrito. Solo algunos de los Apóstoles
y Discípulos que, establecieron, con su vida y sus enseñanzas, los
pirncipios de la Iglesia, dejaron por escrito la vida y palabra de su
Señor y Maestro. Los mismos libros inspirados que integran la Biblia,
fueron aceptados por tales, no por afirmaciones escritas de los mismos
libros, sino por una autoridad exterior a ellos, de acuerdo con la fe de la
comunidades cristianas. En la Biblia nadie va a encontrar en catálogo
o canon de los libros inspirados. Profundamente decía San Agustín:
"Yo no creería en el evangelio, si la autoridad de la Iglesia católica no
me hubiera movido a aceptarlo" (Contra Maniqueos, 5,6: RJ 1581).
Antes de que fuera escrito el Nuevo Testamento Jesucristo fundó,
estableció su Iglesia. Es más, por boca de San Pablo la misma Biblia
nos pide adherirnos a la Tradición: "Hermanos, sed constantes y
mantened firmemente las tradiciones en que fuisteis adoctrinados,
ya sea de viva vos, ya sea por carta nuestra" (2 Tes. 1, 15).
5. Relaciones entre la Sagrada Escritura y la Tradición
"La Tradición recibe la Palabra de Dios, encomendada por Cristo y
el Espíriti Santo a los Apóstoles, y la transmite a sus sucesores, para
que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la
expongan y la difundan fielmente en su predicación. Por eso la Iglesia
no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado" (DV11)
De ahí que la Tradición tenga una importancia fundamental. Es cierto
que los primeros protestantes la dejaron un poco de lado por la
confusion existente en aquellos momentos en la mente de algunos
entre las tradiciones "humanas" y la "divina" y por el intento de
apoyarse solo en la Escritura. Pero entre nuestros actuales hermanos
separados existe hoy otra sensibilidad con respecto a la legítima
Tradición. Por nuestra parte vemos con alegría que entre los católicos
también va creciendo la práctica de alimentar su fe cada vez más con
la Sagrada Escritura. Nos complacemos en constatar estas
prometedoras líneas de convergencia.
6. El depósito de la fe y el Magisterio
Como católicos, universales, no seguimos una interpretación
individualista, libre de la doctrina revelada en la Biblia y en la
Tradición, que es lo que llamamos "el depósito de la Fe". Si cada uno
interpretara a su manera, por su propio arbitrio, este depósito de la
Revelación, cada uno haría su Iglesia, que naturalmente ya no sería
única y menos aún la de Jesucristo. Ya San Pedro nos advierte que
toda profecía de la Escritura no puede hacerse con la propia
interpretación (2 Pedro 1, 20). El mismo Cristo interpreta a los
discípulos de Emaus el sentido de las Escrituras (Lc 24, 45), Felipe
conduce al Eunuco a la lectura e interpretación de Isaías (Hch 8, 31).
Como consecuencia del principio que enunció San Pedro en la carta
citada, dice más adelante que en las epístolas de Pablo "Hay cosas
difíciles de entener, que los ignorantes y débiles interpretan
torcidamente - como también las demás escrituras - para su propia
perdición" (2 Pedro 3, 15-16). La Iglesia católica tiene un Magisterio
auténtico, que nos preserva de las interpretaciones equívocas.
Por Magisterio entendemos tanto el contenido de la enseñanza oficial
de la Iglesia como la función de proponerlo. Esta función está
encomendada a la Jerarquía, que Cristo estableció, y a la que prometió
una especial asistencia del Espíritu Santo a fin de que no pueda
equivocarse al ejercer su función magisterial (Mt 28, 19-20). Pero la
Iglesia sólo puede enseñar como verdades reveladas las que están
contenidas en el depósito de la revelación; es decir, en la Sacrada
Escritura y la Tradición. Porque "el Magisterio no está por encima de
la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo
transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu
Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica
fielmente, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone
como revelado por Dios para ser creído (DV 10).
7. Importancia de integrar Escritura, Tradición y Magisterio
Estamos por consiguiente firmemente persuadidos de que el principio,
llamado por algunos hermanos separados, del "libre examen" es el
que justamente explica la multitud de Iglesias separadas, que se
distanciaron a partir de un mismo contenido de fe individualiscamente
interpretado. No pensamos, por otra parte, que sean tan coherentes
los que al mismo tiempo que hablan de "libre interpretación" de las
Escrituras, que nos quieren imponer su interpretación, y niegan a los
católicos la facultad de interpretar de otra manera.
Nosotros, en cambio, con el Vaticano II afirmamos que "la Tradición",
la Escritura y el Magisterio, según el plan de Dios, están unidos y
ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres,
cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo,
contribuyen eficazmente a la salvación de las almas" (DV 10)
II. JESUCRISTO FUNDÓ UNA IGLESIA
1. Jesucristo quiso una sola Iglesia
Jesucristo, que como decíamos arriba es la plenitud de la Revelación
del Padre, prolongó su misterio humano-divino en la comunidad de
fieles que llamamos Iglesia. Él la ideó como UN redil (Jn 10, 1-10),
que ha de acoger a todas sus ovejas; como UNA vid (Jn. 15, 1-5), que
ha de vincular vitalmente a todos sus sarmientos; como UNA familia,
donde "no hay extranjeros ni forasteros, sino familiares de Dios"
(Ef. 2, 19); como UN templo del Dios único (Jn 2, 19-21); como UN
cuerpo (Rom 12,5); como UNA esposa (Mt. 9, 15). Cada una de
estas imágenes, y otras que podemos encontrar en la Sacrada Escritura
(LG 6), nos hablan de UNA sola Iglesia. Hay dos de estas expresiones
que destacan más ricamente su sentido de unicidad: Cuerpo de Cristo y Esposa
de Cordero.
Si la Iglesia es el cuerpo de Cristo, podríamos ante cualquier división
preguntar con San Pablo: "¿Es que Cristo está dividido?" (1 Cor 1,
13). Un cuerpo seccionado no podemos imaginarlo vivo. Sería solo
una quimera. Subraya el mismo Apóstol: "Porque el pan es uno, somos
muchos UN solo cuerpo, pues todos participamos del UNICO pan" (1 Cor 10, 17).
Si la Iglesia es esposa de Cristo (Ef 5, 25-32), debe ser UNICA, y estar
indisolublemente unida a Cristo. La teología matrimonial de San Pablo
basada en el Génesis (2, 22-23) y en los evangelios (Mt 19,5), pretende
resaltar la UNIDAD indisoluble de Cristo con su Iglesia, como la del
esposo con la esposa; UN Esposo con UNA Esposa.
El mismo Cristo al hablar de su Iglesia, no en imágenes, sino con su
misma denominación (Mt 16, 18), no dijo mis Iglesias, sino mi Iglesia
claramente en singular, como lo muestran las versiones auténticas del texto
original.
2. Jesucristo fundó la Iglesia sobre la roca de Pedro
Tenemos como garantía de nuestra pertenencia a la Iglesia UNA de
Cristo la roca de Pedro. "Nuestro Salvador, después de su resurrección
encomendó su Iglesia a Pedro para que la apacentara (Jn 21, 17),
confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (Mt
28, 18ss), y la erigió perpétuamente como columna y fundamento de
verdad (1 Tim 3, 15); establecida y organizada esta Iglesia en este
mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica gobernada
por el sucedor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, si
bien fuera de su estructura se encuentran muchos elementos de
santidad y verdad, que como bienes propios de la Iglesia de Cristo
impelen hacia unidad católica" (LG 8).
Los Obispos del Paraguay estamos en comunión con el Obispo de
Roma, como lo estuvieron los Apóstoles con San Pedro. Es más lo
consideramos como principio y fundamento de nuestra unidad como
cabeza de nuestro Colegio Episcopal, y signo visible de unión con
toda la Iglesia universal - católica, - que en él se siente UNA, como
quiso Jesucristo. Siempre tendremos presente en nuestro corazón
aquellas palabras claras y terminantes del Maestro: "Tú eres Pedro; y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 16).
Nuestro pueblo ha visto siempre con alegría esta unidad nuestra con
el Papa como una clara señal de su identidad católica. En esta
coyuntura histórica se apresta con entusiasmo ante el anuncio de la
venida de aquel, a quien mira como el Vicario de Jesucristo y como a
un Padre Universal, especialmente de los deposeídos y que por la
bondad de Dios hoy se llama Juan Pablo II.
3. Jesucristo edifica a la Iglesia en la Eucaristía
Incorporados a la Iglesia como hijos de Dios por el Bautismo, y
reconciliados con ella por la Penitencia - si la hubieramos traicionado;
participamos del sacrificio eucarístico, "fuente y cumbre de toda la
vida cristiana" (LG 11). En él ofrecemos a Dios el verdadero sacrificio
del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo, que nos dejo El mismo (Mt
26, 26ss). Al mismo tiempo nos ofrecemos con EL en la comunidad
de la Iglesia. En esa comunión con el Hijo de Dios se va construyendo
día a día la Iglesia hasta la Pascua eterna, que se anticipa en cada Eucaristía.
La Iglesia celebra la Eucaristía, y la Eucaristía edifica la Iglesia. Nos
detenemos un tanto en la reflexión sobre este Sacramento.
No se realiza la Iglesia sólo mediante el hecho de la unión entre los
hombres a través de la experiencia de fraternidad, a la que da ocación
el banquete eucarístico. Es algo más profundo. "La Iglesia se realiza
cuando en aquella unión y comunión fraternas, celebramos el sacrificio
de la cruz de Cristo, cuando anunciamos la muerte del Señor hasta
que Él vuelva (1 Cor 11,26), y luego, cuando, compenetrados
profundamente en el misterio de nuestra salvación, nos acercamos
comunitariamente a la mesa del Señor, para nutrirnos
sacramentalmente con los frutos del santo Sacrificio propiciatorio.
En la comunión eucarística recibimos, pues, a Cristo, a Cristo mismo,
y nuestra union con EL, que es don y gracia para cada uno, hace que
nos asociemos en El a la unidad de su cuerpo, que es la Iglesia" (Juan
Pablo II, Carta a los Obispos sobre el Misterio de la Eucaristía, 24 de febrero 1980,
nº 4).
Por eso es que nuestro pueblo tradicionalmente toma como signo -
aunque este signo no pocas veces este falseado en algunos - de la
pertenencia real a la Iglesia la participación frecuente, al menos
dominical, de los fieles en la Santa Misa. Por eso también nosotros,
los obispos, nos sentimos más visiblemente signos de la unidad de la
Iglesia, cuando en el altar rodeados de nuestras comunidades
diocesanas celebramos "el misterio de la Cena del Señor, para que
por medio del Cuerpo y de la Sangre del Señor quede unida toda la
fraternidad" (LG 26), o cuando celebramos como Conferencia de
Hermanos la Eucaristía en los grandes acontecimientos nacionales,
que unen a toda la Iglesia Paraguaya, como acontece, en las fiestas
anuales de la Virgen de los Milagros de Caacupé.
En la certeza de que la Eucaristía es fuente de vida espiritual y de
diálogo fraterno, de que es signo y motor de la unidad, y de que es
alimento de la vida religiosa individual y social, hemos querido los
Obispos del Paraguay en reciente Asamblea convocar un Congreso
Eucarístico Nacional. Será el Segundo, pues el próximo año se
cumplirán los cincuenta años del que nuestro predecesor Mons. Juan
Sinforiano Bogarín, celebró con tanto bien para nuestra Iglesia durante
su fecundo Pontificado. Al ser la Eucaristía una credencial de nuestra
identidad católica, encontrarán en este acontecimiento nuestros agentes
de pastoral y fieles en general una oportunidad providencial para
disponerse al V Centeriario de la Evangelización de nuestro continente.
4. El Espíritu Santo dirige a la Iglesia
Alimentados por la Eucaristía todos los cristianos formamos un solo
Cuerpo con Cristo, nuestra Cabeza.
Como el alma es la realidad que dirige todo el cuerpo y le da la unidad,
así los Santos Padres buscando este principio de vitalidad que da la
unidad a la Iglesia nos proponen al Espíritu Santo como el alma de
ella (LG 7). En efecto, enviado por Jesús en el día de Pentecontés, el
Espíritu Santo "habita en la Iglesia y en cada uno de los fieles como
en un templo (1 Cor 3, 16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su
adopción como hijos (Gal 4, 6; Rom 8, 15-16.26). Conduce a la Iglesia
a la verdad completa (Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio,
la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos;
y las embellece con sus frutos" (Ef 4, 11-12; 1 Cor 12,4; Gal 5.22).
Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva
incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo.
Así toda la Iglesia aparece como "un pueblo reunido en virtud de la
unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). "Con la
venida del Espíritu Santo, nos dice Juan Pablo II en su última
Encíclica, empezó la era de la Iglesia, una era que perdura a través de
los siglos y las generaciones" (D et V 26).
5. María, Madre de la Iglesia
Si decimos que la Iglesia, continúa el misterio divino humano de
Jesús, su Madre, María, extiende también su maternidad, por voluntad
del mismo Cristo, sobre todos aquellos a quienes el mismo Jesús
adoptó como hermanos y miembros de su propio Cuerpo.
En el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios juega un papel
importantísimo María. De su "si" a Dios (Lc 1,38), dependió la
Encarnación de Jesús, del que fue verdaderamente Madre, según el
testimonio unánime de los Evangelios, de los Hechos de los Apóstoles
(1,14) y de la referencia de San Pablo (Gal. 4,4). Cuando Jesús
muriendo en la cruz emite su Espíritu (Jn. 19,30), que había de ser,
como acabamos de decir, el alma de la Iglesia, está Ella firme junto a
la cruz de su Hijo (Jn 19,25). El día de Pentecostés en que viene el
Espíritu de Dios en plenitud a dar comienzo a la Iglesia como cuerpo
organizado, esta Ella con los Apóstoles. Con razón la Iglesia católica
durante siglos la ha tenido como a su propia Madre, al mismo tiempo que como a
su Modelo.
"Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin
cesar desde el momento del asentimiento que presto fielmente en la
Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la
consumación perpétua de los elegidos, pues Asumida a los cielos, no
ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión
sigue obteniéndonos los dones de la salvación eterna" (LG 62).
La Iglesia del Paraguay, que en el día de la Asunción del próximo
año cumplirá cuatro siglos y medio de su nacimiento, se ha ido
asociando al coro de los pueblos y de los siglos, que seguimos
cumpliendo la profecía evangélica de María: "Me llamarán feliz todas
las generaciones, porque el Poderoso ha hecho un mi maravillas" (Lc
1, 48-49). La raíz y la causa de toda la gloria de María, lo dice Ella
misma - está siempre en el Poderoso, Dios.
Por eso refiriéndolo "todo en la Virgen María a Cristo" (MC 25), en
diversos lugares de nuestra patria y con distintas advocaciones, pero
muy singularmente en Caacupé, ha sido y es venerada Ella con gozo
por todos los cristianos, que fieles al Evangelio nos consideramos
hijos de Ella por la colaboración singular que tuvo y tiene en la obra de nuestra
salvación.
6. El culto de María y la unidad cristiana
Por lo mismo María es también un puntal firme en la fe sencilla de
nuestro pueblo, que reconociendo que Cristo es nuestro único
Mediador (1 Tim 2, 5), ha asociado a El y a su triunfo sobre el mal la
figura de su Madre, según los designios del mismo Dios. Estos pueden
descubirse desde las primeras páginas del Génesis (3, 15) hasta las
últimas del Apocalipsis (12,1 -11), teniendo en Belén (Lc 2,7) y en
el Calvario (Jn 19, 26-27) su plenitud de revelación y redención. Sin
la presencia de María no puede concebirse un Cristo encarnado ni un
Cristo muriendo por nuestros pecados. Así la veneración hacia María
Virgen es algo intangible en las creencias de los católicos.
"En el culto a la Virgen, por su caracter eclesial, se reflejan las
preocupaciones de la Iglesia misma, entre las cuales sobresale hoy
en anhelo por el restablecimiento de la unidad de los cristianos. La
piedad hacia la Madre de Dios se hace así sensible a las inquietudes
y finalidades del movimiento ecuménico…Porque los fieles católicos
se unen a los hermanos de las Iglesias Ortodoxas, entre las cuales la
devoción a la Virgen reviste formas de alto lirismo y de profunda
doctrina, al venerar a la "Theotokos" (Madre de Dios) y al aclamarla
"esperanza de los cristianos"; se unen a los anglicanos, cuyos teólogos
clásicos pusieron ya de relieve la sólida base eucarística del culto a la
Madre de nuestro Señor, y cuyos teólogos contemporáneos subrayan
claramente la importancia del puesto que ocupa María en la vida
cristiana; se unen también a los hermanos de las Iglesias de la Reforma,
dentro de las cuales florece vigorosamente el amor por las Sagradas
Escristuras glorificando al Señor con las mismas palabras de la Virgen" (Lc 1, 46-
54) (MC 32).
"Somos conscientes - repetimos con Pablo VI - de que existen no
leves discordancias entre el pensamiento de muchos hermanos de
otras Iglesias y la doctrina católica en torno a la función de María en
la obra de la salvación, y por tanto sobre el culto que le es debido. Sin
embargo, como el mismo Poder del Altísimo que cubrió con su sombra
a la Virgen de Nazaret actúa en el actual movimiento ecuménico y lo
fecunda, deseamos expresar nuestra confianza en que la veneración
a la humilde Esclava del Señor - en la que el Todopoderoso hizo
maravillas - sera aunque lentamente, no obstáculo, sino medio y punto
de encuentro para la unión de todos los creyentes en Cristo. Nos
alegramos, en efecto de comprobar que una mejor comprensión del
puesto de María en el Misterio de Cristo y de la Iglesia, por parte
también de los hermanos separados, hace más fácil el camino hacia
el encuentro. Asi como en Caná la Virgen con su intervención obtuvo
que Jesús hiciese el primero de sus milagros (Jn 2, 1-12), así en nuestro
tiempo podrá Ella hacer propicio con su intercesión el advenimiento
de la hora en que los discípulos de Cristo volverán a encontrar la
plena comunión en la fe" (MC 33).
Entre tanto nosotros, como pastores del rebaño de Cristo, no podemos
dejar de repetir a todos los cristianos del Paraguay las mismas palabras
que Jesús dijo al morir, refiriéndose a María: "Ahí tienes a tu Madre"
(Jn 19, 26). Del mismo modo que haciendo nuestra la exhortación
de María en Caná de Galilea, repetimos sin cesar a los devotos que
acuden a nuestros santuarios marianos: "haced lo que El os diga"
(Jn 2,5), refiriéndonos al Autor y consumador de nuestra fe, Jesucristo (Hbr 12, 2).
TERCERA PARTE:
EL PROBLEMA DE LAS SECTAS
I. LAS SECTAS
1. Introducción
Los católicos se ven con frecuencia precisados a entablar diálogo
con quienes no comulgan con su fe. Entre ellos hay hombres
interesados en buscar sinceramente la verdad. Hay que prestarle
atención. Les debemos nuestra consideración cordial. Nos
corresponde dedicarles todo el tiempo y el sacrificio requeridos. Pero
en otros casos, son esas personas las que tratan de atraer a los católicos
a su propio credo religioso. Este es el caso de las sectas.
El fenómeno de las sectas, de apariencias más o menos cristianas,
viene preocupado a la Jerarquía de muchas Iglesias latinoamericanas.
¿Qué actitud tomar, y qué problemas pastorales plantea su presencia
en nuestro continente y de modo particular en nuestro país? Trataremos
de exponer brevemente, por un lado un conocimiento mejor de sus
características y del modo de enfrentarse con el fenómeno; y de otro,
la actitud de los fieles católicos ante las sectas, ya que en muchas
ocasiones se encuentran confundidos y sin saber como responder y
"dar razón de su esperanza a todo el que la pidiere" (1 Pedro 3, 15).
2. Distinción entre sectas e iglesias
Es este un problema difícil. Ningún grupo religioso quiere desde luego
ser llamado "secta", porque con ese nombre ya estaría
autodescalificado. No encontramos en ninguna titulación dada por
ellos la palabra "secta". Así mismo se denominan y describen como
"movimientos religiosos". Algunos incluyen dentro de las "sectas",
por cierta simplificación inexacta, a Iglesias y comunidades eclesiales
que no están en perfecta comunión con la Iglesia Católica Romana.
A nuestros queridos hermanos ortodoxos, herederos de los grandes
patriarcados orientales jamás los consideremos como "sectas" son
Iglesias venerables. Tampoco consideremos "sectas" las Iglesias de
la Reforma, surgidas en los condicionamientos históricos del siglo
XVI: luteramos, anglicanos, calvinistas, como aclararemos más adelante.
¿Qué criterios podríamos tener para distinguir entre "sectas" e
"Iglesia" dentro de los movimientos religiosos cristianos?.
3. Algunos criterios distintivos de las sectas
Fundaríamos la distinción en las "fuentes" de enseñanza de estos
grupos. Las sectas podrían ser aquellos grupos que, además de la
Biblia, tienen otros libros "revelados" - Mormón, por ejemplo, o
testigos de Jehová - o "mensajes proféticos" o "Pueblo de Dios" de
"San Lucas" en el Paraguay. Serían también los que excluyen de la
Biblia algunos libros canónicos, o cambiar radicalmente su contenido.
El Secretariado del Vaticano para la Unidad Cristiana en su documento
sobre las Sectas del 3 de mayo del presente año ha descrito las sectas
como "grupos religiosos con una concepción específica del mundo,
derivada - aunque no con completa fidelidad - de las enseñanzas de
las grandes religiones mundiales, que están caracterizadas por
determinado autoritarismo estructural y por forma de lavado de
cerebro que forman grupos que fomentan determinado sentimiento de culpa o de
miedo" (1.1.1.).
El Consejo Mundial de las Iglesias en colaboración con nuestra Iglesia
Católica Romana en el documento de Zagorsk (año 1969) ponía como
nota de identificación de las sectas el "proselitismo", como factor
distinto del "espíritu misionero" de una comunidad eclesial. El
proselitismo, como contrario al Evangelio, con tal de "conseguir
adeptos religiosos, usa medios deshonestos: estados de miseria y de
ignorancia, señuelos ventajosos en el orden político, verdades a
medias, chantajes, presiones psicológicas, manipulaciones en medios
de comunicación social". Incluye, dice el Documento, "todo lo que
viola el derecho de toda persona humana, cristiana o no, a no ser
coaccionada externamente en material religiosa, y todo modo de
proclamar el Evangelio que no se conforme a los caminos de Dios,
quien llama al hombre a responder libremente a su vocación y a
servirle en espíritu y verdad" (Doc de Zagorsk, nº 4).
4. Problemas pastorales que plantean
a) Difusión
Una de las causas de la difusión de las sectas en nuestro medio es
debida al abandono pastoral de grandes áreas del catolicismo popular.
Parroquias con miles de fieles diseminados en un amplio territorio y
con un solo sacerdote para atenderlos son un campo adecuado para la
acción proselitista de grupos religiosos. Estos cuentan además con
poderosos medios de propaganda a través de libros, folletos,
programas radiales y televisivos. Se ha dicho que los vacíos pastorales
son el mejor campo de cultivo para la proliferación de las sectas.
Se une a esto la insatisfacción de las necesidades religiosas del pueblo
que se siente "como oveja sin pastor". Llega entonces el ofrecimiento
de los movimientos religiosos libres, que siempre tienen algo
atrayente. No importa que sea un "testigo de Jehová" o un espiritista
"basilio". Lo que importa es que sea alguien que converse con ellos,
que los entienda y los conforte, que se muestre como hermano, que
les de pautas de conducta en sus problemas familiares, que les haga
participar en reuniones comunitarias donde ellos tengan parte activa,
donde reciban la Palabra de Dios.
b) Las necesidades religiosas populares
La adhesión multitudinaria a las diversas sectas pone de manifiesto
que en nuestro pueblo existe una gran inquietud religiosa, y una
insatisfacción por lo que recibe o deja de recibir de la Iglesia Católica.
Es preciso plantearse cuáles son las necesidades religiosas que el
pueblo siente, y si la Iglesia está en condiciones de satisfacérselas.
Tandríamos que preguntarnos si nos hacemos presentes a nuestro
pueblo con una acción pastoral planificada, cual se propone en el
Plan de Pastoral Orgánica.
Se podría decir que las necesidades, entre otras, que la gente sencilla
espera resolver mediante el recurso a la religión son de tres categorías:
- problemas de enfermedades y su posible sanación
- problemas de subsistencia y trabajo
- problemas de soledad y amor
Para mucha gente la religion existe para resolver estos tipos de
problemas. No significa que no sientan otras necesidades. Ven también
en la religión el sentido de su existencia y de su vida de cara a Dios,
las ansias de alcanzar la felicidad en modo pleno, la posibilidad de
una paz interior en medio del sufrimiento, la esperanza de un premio
o el temor de un castigo tras la muerte, la búsqueda de un Dios
providente que me ve y me ama…Pero no se da una explicitación de
esos valores más elevados. O no aciertan a descubrirlos. Sus
exigencias religiosas se sitúan en la búsqueda de soluciones a sus
problemas más inmediatos.
Muchas veces la Iglesia no está en condiciones de resolverlos, aunque
por su pastoral social resuelva algunas situaciones de indigencia. Pero
en cierto sentido se encuentra en condiciones de inferioridad respecto
a movimientos espiritistas y pentecostales, que prometen la cura de
todas la enfermedades. La Iglesia no puede caer en este tipo de
remedios inmediatistas, porque traicionaría su misión evangélica, y
desconfiaría del poder que tiene la Buena Nueva anunciada tal como
Jesucristo enseñó a sus Apóstoles.
II. ACTITUD ANTE LAS SECTAS
1. Visión de fe
Un correcto planteamiento del problema nos debe llevar en primer
lugar a intensificar la fe en el Espíritu Santo, y a sabernos instrumentos
de su poder. No somos nosotros quienes realizamos la Evangelización.
Es el Espíritu Santo a través de nosotros. De ahí la importancia de ser
buenos instrumentos en sus manos, unidos a EL y dóciles a su acción
poderosa: hemos de confiar más en la oración para que la acción del
Espíritu Santo sea eficaz.
También hay que tener en cuenta que algunos agentes pastorales
actúan con un cierto permisivismo, que temen hablar de pecado y de
exigencia en la vida cristiana; que no calibran las consecuencias del
pecado en la disgregación personal y social del que obra al margen de
la ley de Dios. Se cae en un cierto "secularismo" con respecto a lo que
llaman "sacramentalización", y que en realidad es la vida de la Gracia.
No tenemos que olvidar que la Iglesia tiene como tarea principal dar
los medios para que cada persona encuentre a Dios, alcance su amistad
y llegue a poseer la vida eterna. La excesiva- a veces exclusiva -
preocupación por resolver los problemas sociales, como si ésta fuera
la única o principal misión de la Iglesia, desvirtúan su misión pastoral
y haría perder su eficacia al pasar por alto al núcleo del mensaje evangélico.
2. La acción pastoral planificada: actitud preventiva
En orden a la acción pastoral será preciso examinar si los métodos
pastorales que usamos son adecuados. Con frecuencia desconocemos
las exigencias de las religiosidad popular, nuestras palabras son
abstractas, sin aplicaciones concretas, practicas, y sin atención a los
factores sensibles, emocionales y afectivos.
Debe también distinguirse, al planificar, si las áreas están ya invadidas
por las sectas, o si aún no han recibido el impacto de ellas.
Un punto prioritario de acción pastoral debería centrarse en acudir a
las ovejas que se encuentran abandonadas mediante una catequesis,
que les ofrezca la doctrina católica en su integridad, y su fundamento
bíblico-eclesial de modo sencillo y sistemático. Así ante la eventual
llegada de falsos pastores, tendrán argumentos con que responder.
Hemos de personificar la parábola del Buen Pastor, que acude en
busca de la oveja perdida y que no abandona a las que se encuentran
en peligro. Para ello hacen falta más operarios. Es necesario "pedir al
Señor de las miés que envíe obreros a sus miés" (Lc 10, 2)
3. Acción pastoral en áreas afectadas
La actitud pastoral ante las sectas no puede estar privada de la caridad,
aunque se sepa que no es correspondida. Por más que algunas de
ellas presenten a la Iglesia católica como un invento de Satanás. Se
trata de un problema pastoral, que hay que encarar con interés, con
seriedad, con prudencia, con las notas de la caridad.
A muchos fieles, que por su escasa formación religiosa y cultural,
serían fácilmente envueltos en la dialéctica sectaria, sería preferible
aconsejarles que rehúyan, con caridad y firmeza, un diálogo largo o
la aceptación de folletos. Un recurso sencillo sería invitarle al visitante
a rezar junto al Señor y a su Santísima Madre. Al mismo tiempo
convendrá intensificar la formación religiosa de estos mismos fieles.
Otros cristianos con más formación pueden dialogar, pero siempre
sin herir. Conviene, con todo, estar alerta, pues en ocasiones no se
trata de auténtico diálogo en busca de la verdad, sino de mantener
posiciones sólidamente preestablecidas.
4. Actitud de los párrocos
Cuando en una parroquia se deja sentir la presencia de las sectas, si
se trata solo de algunas familias, habría que acercarse con especial
atención a las familias afectadas. Si el fenómeno es más universal,
hay que indicar públicamente a los fieles donde está la verdad. Al
mismo tiempo convendría revisar la acción pastoral en los campos
más sensibles: juventud, enfermos, marginados. Conviene examinar
los métodos catequísticos y pedagógicos: si son sencillos, capaces de
dar certeza o si generan desconfianza e inquietudes. No olvidemos
que el gran atractivo de las sectas es la seguridad y convicción con
que exponen sus creencias. Si algunos sacerdotes parecen no estar
convencidos de lo que predican, la gente acudirá más a los "creyentes".
También tendremos que examinar si la catequesis que se imparte es
de contenidos precisos, o si tiene formulaciones vagas, genéricas,
que ni educan ni dan crecimiento en la fe cristiana. No estaría mal el
ver también cómo anda la formación bíblica de nuestras comunidades.
Uno de los ganchos fuertes de las sectas es su capacidad de acogida,
de relación entre persona y persona: sus adeptos dejan de sentirse
número y adquieren enseguida responsabilidades. Buen ejemplo para
que tratemos de cuidar las relaciones personales en el seno de la
parroquia, para que demos importancia a la dirección espiritual, y a
saber escuchar y acoger, para que demos más responsabilidades a los
fieles, cuidando de no exigirles por encima de su capacidad.
5. Actitud de catequistas y agentes de pastoral
En este punto podríamos añadir algunas recomendaciones específicas
para los catequistas, como responsables de la educación de la fe de
niños, jóvenes y adultos, insistir en que se utilice frecuente y
correctamente la Palabra de Dios, con referencia a la Tradición de la Iglesia y a su
Magisterio.
A los agentes de pastoral les pedimos que, unidos a sus párrocos,
sean en medio del pueblo una imagen viva de Jesús: hombres y
mujeres de mente serena, corazón generoso, espíritu de sacrificio,
constructores de la unidad en comunión y participación.
Como conclusión indicamos que se trata de no que darse inactivos,
ni asustarse o limitarse a lamentaciones estériles. Como decía un
vicario de pastoral: "No me quejo de las sectas, veo en ellas una
señal del Señor, una llamada a mayor exigencia, a una mayor
profundización en la fe, a una mayor entrega a mi ministerio y a un
mayor compromiso por parte de la parroquia" (P. Crery, L´Offensive des sects, p.
437).
6. Actitud de los fieles ante el proselitismo sectario
El católico debe partir siempre del presupuesto de que Cristo vino a
salvar a todos los hombres haciéndoles llevar al conocimiento de la
verdad (1 Tim 2,4). Por eso los católicos tenemos que amar a todos,
sin distinción de razas, lenguas, nacionalidad, partido político o
religión. En el trato con los no católicos podemos encontrar personas
que buscan sinceramente la verdad. No hay que tener miedo a
manifestar la verdad que uno vive. De lo contrario, seríamos
hipócritas. Porque respetamos sus creencias, no le hablaremos
de religión, si no lo desean. En más, estaríamos dispuestos a
defender su libertad de conciencia, pues una conciencia violentada no agrada a
Dios.
Pero no se confunda la libertad de conciencia con el indiferentismo
religioso. Nuestra sinceridad y nuestro respeto hará que seamos
amigos, ya que la sinceridad atrae, sin necesidad de ceder en la fe o en la moral.
Por último, la presencia de las sectas les debe estimular a los fieles
católicos a conocer y vivir mejor su fe, para unirse más sensiblemente
a su comunidad católica, donde fortalecer la propia identidad, que se
le garantiza en una Iglesia orgánicamente jerárquica, como lo quiso su Fundador,
Jesucristo.
CUARTA PARTE
LAS CONFESIONES HISTÓRICAS Y EL ECUMENISMO
I. LAS CONFESIONES HISTÓRICAS
Hemos señalado en la segunda parte de nuestro mensaje algunos
puntos de la identidad católica, que consideramos importantes en
nuestra visión del Misterio de la Iglesia. Ciertamente es un misterio,
que tiene sus oscuridades; "Caminamos en la fe, y no en la visión" (2
Cor 5,7). Es decir, la Iglesia de Cristo no es un amalgama, que podemos
confeccionar los hombres dosificando entre los credos religiosos o las
confesiones cristianas los puntos en común, que más convengan ahora
para nosotros. Eso sería crear otra Iglesia más, en contra de la voluntad
de Cristo que la quiso, como dijimos al principio, UNA.
Por eso, al hacer las precedentes manifestaciones acerca del problema
de las sectas, queremos dejar a salvo el sentido recto del ecumenismo.
Porque con las confesiones históricas se tiene un tratamiento distinto
de las sectas. Y comencemos por el hecho histórico de la separación.
Es verdad que desde el comienzo del cristianismo se produjeron
separaciones - "airesis" en griego - herejías más o menos violentas,
más o menos masivas. No es éste el momento de examinar las causas
de esas rupturas históricas de la unidad, de las que todos en cierta
medida nos sentimos responsables. Ha confesado públicamente el
Concilio Vaticano II "A las faltas contra la unidad se pueden aplicar
también las palabras de San Juan: Si decimos que no tenemos
pecado, hacemos a Dios mentiroso y su palabra ya no está en
nosotros (1 Jn 1,10). Humildemente, por tanto, pedimos perdón a
Dios y a los hermanos separados, así como nosotros perdonamos a
quienes nos hayan ofendido" (UR 7).
Por eso, repetimos, no es el caso de hacer ningun análisis histórico
sobre el pecado. Esta ahí. La unión fue rota, y hay que recomponerla
desde adentro. Mejor, tenemos que ponernos a la disposición de Cristo,
que quiere que todos lleguen a la salvación por la vivencia de la verdad,
en espíritu de sincera conversión para que El la recomponga. El es el
que ha suscitado en su Iglesia este movimiento providencial llamado
ecumenismo, que el Concilio Vaticano II ha recepcionado.
II. EL ECUMENISMO
1. El Ecumenismo y la búsqueda de la verdad
Se entiende por ecumenismo, según la versión autorizada del Concilio
Vaticano II, "las actividades e iniciativas que, según las variadas
necesidades de la Iglesia y las características de la época, se suscitan
y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos" (UR 4). Se citan
entre éstas: todos los esfuerzos para eliminar palabras, juicios y
acciones que no respondan, según la justicia y la verdad, a la condición
de los hermanos separados, y que, por lo mismo, hacen más difíciles
las relaciones con ellos; las reuniones de los cristianos de diversas
Comunidades o Iglesias organizadas con espíritu religioso; el diálogo
entre peritos, en el que cada uno explica con mayor profundidad la
doctrina de su Comunión, y presenta con claridad sus características.
Por medio de ese diálogo todos adquieren un conocimiento más
auténtico y un aprecio más justo de la doctrina y de la vida de cada
Comunión. Con él se consigue una más estrecha colaboración en pro
del bien común que exige toda conciencia cristiana. Mediante el
diálogo es posible también reunirse en la oración unánime, y examinar
a esa luz nuestra fidelidad a la voluntad de Cristo sobre la Iglesia,
para renovarnos y reformarnos en lo que fuere necesario.
"Todas estas cosas, cuando son realizadas prudente y pacientemente
por los fieles de la Iglesia católica bajo la vigilancia de los pastores,
contribuyen al bien de la justicia y de la verdad, de la concordia y de
la colaboración del espíritu fraterno y de la unión, para que por este
camino, poro a poco, superados los obstáculos que impiden la perfecta
comunión eclesiástica, todos los cristianos se congreguen en la única
celebración de la Eucaristía, para aquella unidad de la una y única
Iglesia que Cristo concedió desde el principio a su Iglesia, y que creemos
que subsiste indefectiblemente en la Iglesia católica y esperamos que
crezca cada día más hasta la consumación de los siglos" (UR 4).
2. El ecumenismo, camino de conversión
El eucumenismo es, por tanto, un camino largo que pide la conversión
del corazón, la oración unánime, penitente y confiada, el conocimiento
mutuo entre los hermanos, un trabajo común por causas nobles que
enlaza amistades, da testimonio de unidad, y actúa para que el mundo crea en
Jesucristo.
El católico convencido brinda a todos el gozo de su fe. Consciente
del deseo de Cristo: "que todos sean uno" (Jn 17, 21), procura abrirse
a los hermanos; los oye con caridad atenta, si descubre que hay en
ellos intención de diálogo al margen de proselitismo; intenta valorar
en ellos lo bueno, lo evangélico de que gozan; colabora generosamente
en espíritu fraterno con cualquier cristiano por el bien común de todos
los hombres, especialmente de los más necesitados; ora en comunión
de súplica para que el Señor nos una; se purifica para no impedir la
obra de Dios en nuestro itinerario hacia el abrazo deseado; con su fe,
su esperanza y su caridad facilita los caminos de la unidad, para que
Jesús venga a nuestro encuentro pleno de fraternidad.
3. Iniciativas concretas de ecumenismo
Podría ser oportuno indicar aqui algunas iniciativas concretas que ya se
realizan en conjunto con otras confesiones religiosas, y que pueden sugerir
otras similares que la caridad inspire. En el campo de la promoción
humana se colabora con Programa de Ayuda Cristiana (PAC), con el
Comité de Iglesias, con Fraterna Ayuda para comercialización de
productos en favor de modestos artesanos (FAPAM), etc.
En la difusión de la Palabra de Dios se colabora con las Sociedades
Bíblicas Unidas. En la dimensión de la oración se promueven
encuentros ecuménicos con motivo de la Semana para la Unión de
los cristianos, y se participa en grupos de oración ecuménica, que
funcionan en algunas de nuestras diócesis con nuestro conocimiento
y beneplácito. Es más, hay un Equipo Nacional de "Ecumenismo y
Diálogo", presidido por un obispo de nuestra Conferencia Episcopal,
que permanentemente trabaja con nosotros en estas tareas.
Por eso lamentamos que mientras el movimiento ecuménico avanza
en otras regiones, y aqui mismo, -aunque lentamente-, con las
confesiones históricas, se hayan lanzado las sectas -que rehúyen hasta
el diálogo- a esas campañas, que tanto confunden a los católicos y
hacen retrasar el verdadero ecumenismo.
4. El falso ecumenismo
a) Ecumenismo y sinceridad
Aclarado lo que es el ecumenismo, juzgamos que será práctico
distinguirlo de lo que no es. Ecumenismo no es ocultar los puntos
fundamentales de nuestra doctrina. "Nada tan ajeno al ecumenismo
como ese falso irenismo, que daña a la pureza de la doctrina católica
y oscurece su genuino y definido sentido" (UR 11).
El ecumenismo no es, en la mente de Pablo VI, "poner a un lado los
puntos controvertidos, ocultar, debilitar, modificar, negar si es preciso,
las enseñanzas de la Iglesia Católica, que no son aceptadas por los
hermanos separados" (Alocución en la audiencia general del 20 de
enero de 1965). Eso sería traición a nuestra propia fe, y política
insincera con nuestro hermanos separados, que a la larga es también
perniciosa para ellos mismos.
b) Ecumenismo e indiferentismo
Tampoco el ecumenismo debe llevarnos al indiferentismo: es decir, a
la doctrina que afirma que todas las religiones son completamente
iguales, y que del mismo modo llevan por un camino verdadero a la salvación.
Reconocemos los elementos eclesiales verdaderamente existentes
entre los cristianos de otras Iglesias, pero no renunciamos a la
conciencia de que en la Iglesia católica subsisten todos los bienes
que Jesús dejó a su Iglesia. Con el Vaticano II repetimos: "Solamente
a través de la Iglesia de Cristo, auxilio general de salvación puede
alanzarse la plenitud de los medios de salvación. Creemos también
que el Señor confió todos los bienes de Nuevo Testamento al único
Colegio Apostólico, a cuya cabeza está Pedro, a fin de constituir en
la tierra un solo cuerpo de Cristo, al cual es necesario se incorporen
plenamente todos los que, en alguna forma, pertenecen al pueblo de Dios" (UR 3).
Un ecumenismo indiferentista privaría a la Iglesia de su dimensión
misionera. Iría contra lo que el Decreto sobre las Misiones del Vaticano
II recomienda:"En cuanto lo permitan las condiciones religiosas,
promuévase las acción ecuménica de modo que, excluída toda especie
tanto de indiferentismo y confusionismo como de emulación insensata,
los católicos colaboren fraternalmente con los hermanos separados,
según las normas del Decreto sobre Ecumenismo, en la profesión
común - en lo posible- de la fe en Dios y en Jesucristo delante de las
naciones, y en la cooperación en asuntos sociales y técnicos, culturales y
religiosos" (AG 15).
c) Ecumenismo y compromiso pastoral
Ecumenismo no sería, finalmente, admitir con ingenuidad en nuestros
ambientes católicos la proliferación de sectas, que a juicio de Puebla,
"han sido clara y pertinazmente no sólo anticatólicas, sino también
injustas al juzgar a la Iglesia y han tratado de mirar a sus miembros
menos formados" (DP 80), como expresamos más arriba. Un recto
ecumenismo nos tiene que hacer despertar a un mayor compromiso
pastoral ante la difusión de las sectas.
Por este motivo no llamaríamos tampoco ecumenismo a las tendencias
alienantes de algunos movimientos religiosos, que apartan al hombre
de su compromiso concreto con el prójimo y con su realidad social,
y que a veces -tal vez por sus ventajas

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Unidad en la verdad. 8 de diciembre de 1986

  • 1. Carta Pastoral Unidad en la verdad Instrucción de la Conferencia Episcopal Paraguaya sobre la Identidad de los Católicos ante los Cristianos No-Católicos Introducción 1. VOLUNTAD DE DIÁLOGO La comunicación entre los distintos miembros de la Iglesia es necesaria para la vida de este cuerpo Místico de Cristo, que todos formamos. La voluntad de diálogo que nos anima a los Obispos del Paraguay está patente para cualquiera que siga el ritmo de los acontecimientos en nuestro querido país. Así queremos ser fieles al Concilio Vaticano II que nos dijo: "Como es propio de la Iglesia entablar diálogos con la sociedad en que vive, deber es en primer término de los Obispos dirigirse a los hombres y entablar y promover diálogo con ellos. Estos diálogos ordenados a la salvación, para que vaya siempre unida la verdad con la caridad, la inteligencia con el amor, es menestrer que se distingan por la claridad del lenguaje, así como por la humildad y mansedumbre, igualmente por la debida prudencia, juntamente, no obstante con la confianza, que, al fomentar la amistad, tiende por naturaleza a unir los ánimos" (CD 13). Es en ese clima de diálogo que deseamos dirigirnos a todos los fieles católicos, y a cuantos quieran oirnos con ánimo de responder a una inquietud, que reiteradamente se nos ha manifestado. 2. OYENDO A NUESTRO PUEBLO En efecto, por diversos canales ha llegado a nuestra conciencia de Obispos el problema que para nuestros católicos del Paraguay representa una proliferación de sectas y diversas denominaciones cristianas no católicas, que siembran confusión en los ánimos. Insistentemente se nos pide una palabra orientadora. No podemos negarla sin traicionar nuestra misión dialogante, y mirando al bien integral del pueblo, "en medio del cual nos ha puesto el Espíritu Santo para pastorear la Iglesia de Dios, que El se adquirió con su propia sangre" (Hech 20, 28). 3. RESPUESTA OBLIGADA Por lo que, reunidos en Asamblea, determinamos dirigirnos abiertamente a todos nuestros fieles y a todos los paraguayos de buena voluntad con la presente instrucción, en que estudiamos la situación que a los creyentes les presenta la llamada "invasión de las sectas"
  • 2. (DP 419), iluminarla con la luz evangélica, según la recta doctrina del ecumenismo, y sugerir pautas de comportamiento para que el pueblo cristiano progrese en su fe conforme a la voluntad de Cristo, que quiso que fuese UNA su Iglesia (Jn 17, 21). 4. SENTIDO DE ESTA INSTRUCCIÓN Dirigimos nuestra Instrucción como "maestros de la verdad", según el testimonio de Puebla: "En una Iglesia totalmente al servicio de la Palabra, el Obispo es el primer evangelizador, el primer catequista; ninguna otra terea le puede eximir de esta misión sagrada. Medita religiosamente la Palabra…, vela porque su comunidad avance contínuamente en el conocimiento y práctica de la Palabra de Dios… a fin de poder discernir la Verdad" (DP 687). Asi tenemos que responder a las dificultades y problemas que agobian, y angustian señaladamente a los hombres, y en particular a los fieles, para que ellos mismos puedan defender y propagar la doctrina que Jesús nos entregó. 5. INTENSIÓN CLARIFICADORA Querríamos aclarar que nuestra posición es de iluminación a los católicos, y de trato fraterno a los que no lo son. Las personas humanas, cualesquiera que sean, nos merecen todo respeto como imágenes de Dios y portadoras de una dignidad indiscutible. Tratamos solamente de orientaciones doctrinales con las que pretendemos discernir la verdad, que debe ser el objetivo de cualquier diálogo entre los miembros de la gran familia humana. Lo hacemos, además, porque nos sentimos con el deber de padres y pastores en esta situación, y debemos hablar. Los fieles católicos tienen derecho a una clarificación nuestra. A los no-católicos es justo ofrecerles de modo asequible el pensamiento autorizado de nuestra Iglesia. Pero al hablar en el clima de diálogo, que señalábamos al principio, no pretendemos entrar en polémica, tomar actitudes de ataque ni de defensa. Sencillamente queremos clarificar nosotros mismos nuestros pensamientos sobre la verdadera Iglesia de Cristo, y sobre el recto sentido que en ella tiene el ecumenismo. Iniciaremos la PRIMERA PARTE con un breve análisis de situación. En la SEGUNDA PARTE expondremos unos puntos resaltantes, que conforman la identidad de nuestra doctrina católica. Trataremos en la TERCERA PARTE el problema actual de las sectas. En una CUARTA PARTE diremos algo sobre el Ecumenismo, que es una realidad esperanzadora, principalmente con las llamadas "confesiones históricas". Así con estas ideas queremos ayudar a todos a caminar hacia la
  • 3. UNIDAD EN LA VERDAD. PRIMERA PARTE ANÁLISIS DE NUESTRA SITUACIÓN RELIGIOSA 1. La tradición católica del Paraguay Desde los comienzos de nuestra nacionalidad el pueblo paraguayo, como los demás pueblos hermanos de América Latina, se encontró con la unidad católica, preciosa herencia de los tiempos coloniales. Este hecho constituye, según Puebla, "un rasgo fundamental de identidad y unidad del continente y, a la vez, una tarea permanente" (DP 1099). Un Paraguay, abierto y hospitalario, después de las guerras sufridas con la Triple Alianza y con Bolivia, acogió en su deficitaria población a otros grupos de varias latitudes geográficas, que incrementaron nuestro caudal humano y generaron también riquezas, al mismo tiempo que traían sus propias creencias. Así el grupo pequeño de no católicos, que contábamos a principios de siglo, iva aumentando considerablemente. 2. El espíritu del Concilio Vaticano II El Espíritu Santo, que siempre actúa en su Iglesia, nos ha hecho vivir a nivel mundial, continental y nacional momentos maravillosos. Están en la conciencia de muchos los acontecimientos del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965), las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano de Medellín (1968) y Puebla (1979), el lanzamiento del Plan de pastoral Orgánica para nuestra Iglesia en Paraguay (1976-1978 y 1981…). Somos conscientes de que nuestro avance eclesial se realiza, como decíamos en nuestra Carta Pastoral del 12 de junio de 1976, "entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios". Aun así, podemos afirmar que "el señor ha estado junto a nosotros" (Ps 124, 1), y que nuestros intentos por el "Saneamiento Moral de la Nación" no han sido del todo estériles. "El que planta y el que riega no es nada", repetimos con San Pablo, "sino el que hace crecer, Dios" (1 Cor, 3,7) 3. La proliferación de las sectas En los últimos años se han poblado nuestros núcleos urbanos y rurales de carpas llamando a la fe precisamente a un pueblo creyente, como lo es el nuestro. Una de las sectas, "Pueblo de Dios", ha llegado a constituirse en noticia diaria durante dos largas secuencias en uno de los matutinos de nuestra capital. El descontrol de la inmigración en zonas del este y norte de nuestro territorio nos produce también golpes efectivos con un proselitismo sectario.
  • 4. Sobre el accionar diario se superponen, como olas programadas, unas campañas periódicas se disertantes, con amplia publicidad, y de sanadores, que ofrecen prodigiosas curaciones a los desesperados, que por falta de medios para su atención médica acuden a ellos. Hay también numerosos visitadores religiosos que golpean de puerta en puerta pidiendo a los católicos unos momentos de atención. Además hay otros que invanden hogares católicos sin dejarles lugar para discernir su aceptación o su rechazo. Emisoras de radio y programas televisivos atraviesan todos los muros. Dentro de cada uno existen barreras psicológicas, que cada cual establece conforme a su fe, pero que con la sagacidad de un buen montaje pueden ser superadas, y de hecho vemos que han sido barridas en católicos deficientemente formados. Esta invasión de sectas es apoyada con recursos económicos ingentes y usando medios de comunicación con métodos y técnicas que pretenden entrar en el ámbito de la conciencia de los católicos tanto en comunidades urbanas como en campesinas. 4. Crítica evangélica de nuestra situación religiosa Muchos de estos predicadores actúan de buena fe, y son ejemplos de compromiso con sus propias convicciones. Seríamos injustos en no admitirlo, según el consejo de nuestros Maestros (Lc. 16,8). Pero tampoco somos tan ingenuos, como para no darnos cuenta que detrás de estas actividades proselitistas existe un propósito de debilitar la unidad de la Iglesia Católica. Especialmente, cuando descubrimos en algunas ocasiones la verdad del análisis hecho en Puebla: "Muchas sectas han sido, clara y pertinazmente, no solo anticatólicas, sino también injustas al juzgar a la Iglesia, y han tratado de minar a sus miembros menos formados" (DP 80) Esta situación ha hecho que entre los católicos se produzcan una inquietud. Han oído hablar de apertura de la Iglesia superando viejas posiciones de antagonismos. Sinceramente sensibles a todo lo que supone amor al hermano, comprensión y diálogo, han acogido con júbilo los conceptos de "libertad religiosa", "colaboración recíproca", "convivencia pluralista", que se han difundido como eco universal del Vaticano II. Incluso algunos oyeron la palabra "ecumenismo". Surge entonces un cúmulo de sentimientos imprecisos, que se agitan más en católicos de buena voluntad, y que confunden sus propias ideas. A veces nos han formulado sus interrogantes; otras veces, ha faltado hasta la claridad para formularlos. A esta situación ambivalente y confusa quiere dar una respuesta precisa nuestro mensaje.
  • 5. Señalamos, por tanto a continuación los principios vigentes de nuestra identidad católica. SEGUNDA PARTE LA IDENTIDAD CATÓLICA I. LA REVELACIÓN DE DIOS 1. Dios se da a conocer La religión es el conjunto de relaciones que hay entre Dios y los hombres. Es el vínculo que une al hombre con Dios; es a la vez un don de Dios, que eleva las facultades espirituales del hombre. La religión, se fundamenta en Dios. En la maravillosa obra de la creación, que exige un Creador, puede ver cualquier hombre cómo Dios se ha revelado. En lo íntimo de nuestra conciencia, cuando nos sentimos ante el dilema de una ley moral universal, tenemos que reconocer que hay un Legislador supremo por encima de las leyes que los hombres hacen y deshacen. Pero además Dios quiso revelarse a través de la palabra, "hablando a los hombre como amigo para invitarlos y recibirlos en compañía"(DV 2). Al llegar un momento de la historia eligió a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo. Posteriormente por medio de Moisés y de los profetas fue preparando a este pueblo, Israel, para que lo reconociera a El como Dios único y verdadero, como Padre providente y justo juez, y para que esperara al Salvador prometido. "De este modo fue preparando a través de los siglos el camino del Evangelio" (DV 3). Es lo que llamamos Antiguo Testamento, recogido en la primera parte de la Santa Biblia. 2. Jesucristo, plenitud de la Revelación Es en Cristo, en su persona, con sus hechos y sus palabras, en quien esta revelación llega a su plenitud. Todo el Antiguo Testamento es una preparación para esta Revelación última. Así, "Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones y de muchas maneras por los profestas; ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo" (Hbr 1,1-2). En efecto Jesucristo, la palabra eterna hecha carne, nos habla de la intimidad de Dios. Realiza la obra de la Salvación, que el Padre le ha confiado. Con su muerte y su Resurreción, y con el envío del Espíritu Santo lleva a Plenitud toda la Revelación: "Que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte, y para hacernos
  • 6. resucitar a una vida eterna" (DV 4). Esta Revelación es ya la definitiva, "ni hay que esperar otra salvación, pública, antes de la gloriosa manifestación de Cristo Nuestro Señor" (DV 4). 3. Transmisión de la Revelación De poco habría servido la comunicación de estas verdades a los hombres, en distintos momentos de la historia, y finalmente a través de Jesús, si Dios no hubiera asegurado que podría llegar sin adulteración a todos los hombres de todos los tiempos. "Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara íntegro y fuera transmitido a todas las edades. Por eso Cristo Nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles que predicaran a todo el mundo el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos, el Evangelio prometido por los profetas, que El mismo cumplió y promulgó con su boca…Además los mismos Apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo" (DV 7). Desde el primer momento, pues, aparecen la Tradición, la Escritura, y el Magisterio. Porque, "para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los Apóstoles nombraron como sucesores a los Obispos dejándoles su encargo en el Magisterio. Esta Tradición, con la Escritura de ambos testamentos, son el espejo en que la Iglesia peregrina contempla a Dios de quien todo lo recibe, hasta el día en que llegue a verlo, como El es" (DV 7). 4. El depósito revelado: Sacrada Escritura y Tradición Una parte de lo revelado se recoge, inmediatamente o más tarde, en libros escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, y que por esta razón reciben el nombre de Sagrada Escritura. La parte de lo revelado, "no recogida por escrito, sigue también viva en el seno del pueblo cristiano, y es entregada así mismo por una generación a la siguiente; de ahí el nombre que suele dársele de Tradición (De "Traditio": entrega). En la Sagrada Escritura y en la Tradición se contiene, como en único depósito, el conjunto de lo que ha sido revelado a los hombres. Repetimos estos conceptos para aclarar los diálogos, a veces polémicos, que aparecen con frecuencia entre hermanos cristianos en nuestra prensa diaria. Dice al respeto el Concilio Vaticano II: "La Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su fe la Escritura unida a la Tradición, ya que, inspirada por Dios y escrita de una vez para siempre, nos transmite indudablemente la palabra del
  • 7. mismo Dios; en las palabras de los Apóstoles y de los profetas hacen resonar la voz del Espíritu Santo. Por tanto, toda la predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir por la Sacrada Escritura" (DV 21) Nosotros veneramos las Escrituras. Las hemos venerado siempre. Si alguno, en algún tiempo no le dió la importancia que tiene, se debió a razones pastorales en determinadas circunstancias históricas. Hoy la Iglesia católica está en primera línea en el estudio y empleo de la Biblia. Lo que ocurre es que nosotros afirmamos también el valor de la Tradición. Porque la "Tradición" y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas, manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal, corren a un mismo fin" (DV 9) y nunca se contradicen. Jesucristo no dejó ningun libro escrito. Solo algunos de los Apóstoles y Discípulos que, establecieron, con su vida y sus enseñanzas, los pirncipios de la Iglesia, dejaron por escrito la vida y palabra de su Señor y Maestro. Los mismos libros inspirados que integran la Biblia, fueron aceptados por tales, no por afirmaciones escritas de los mismos libros, sino por una autoridad exterior a ellos, de acuerdo con la fe de la comunidades cristianas. En la Biblia nadie va a encontrar en catálogo o canon de los libros inspirados. Profundamente decía San Agustín: "Yo no creería en el evangelio, si la autoridad de la Iglesia católica no me hubiera movido a aceptarlo" (Contra Maniqueos, 5,6: RJ 1581). Antes de que fuera escrito el Nuevo Testamento Jesucristo fundó, estableció su Iglesia. Es más, por boca de San Pablo la misma Biblia nos pide adherirnos a la Tradición: "Hermanos, sed constantes y mantened firmemente las tradiciones en que fuisteis adoctrinados, ya sea de viva vos, ya sea por carta nuestra" (2 Tes. 1, 15). 5. Relaciones entre la Sagrada Escritura y la Tradición "La Tradición recibe la Palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíriti Santo a los Apóstoles, y la transmite a sus sucesores, para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación. Por eso la Iglesia no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado" (DV11) De ahí que la Tradición tenga una importancia fundamental. Es cierto que los primeros protestantes la dejaron un poco de lado por la confusion existente en aquellos momentos en la mente de algunos entre las tradiciones "humanas" y la "divina" y por el intento de apoyarse solo en la Escritura. Pero entre nuestros actuales hermanos separados existe hoy otra sensibilidad con respecto a la legítima Tradición. Por nuestra parte vemos con alegría que entre los católicos también va creciendo la práctica de alimentar su fe cada vez más con la Sagrada Escritura. Nos complacemos en constatar estas
  • 8. prometedoras líneas de convergencia. 6. El depósito de la fe y el Magisterio Como católicos, universales, no seguimos una interpretación individualista, libre de la doctrina revelada en la Biblia y en la Tradición, que es lo que llamamos "el depósito de la Fe". Si cada uno interpretara a su manera, por su propio arbitrio, este depósito de la Revelación, cada uno haría su Iglesia, que naturalmente ya no sería única y menos aún la de Jesucristo. Ya San Pedro nos advierte que toda profecía de la Escritura no puede hacerse con la propia interpretación (2 Pedro 1, 20). El mismo Cristo interpreta a los discípulos de Emaus el sentido de las Escrituras (Lc 24, 45), Felipe conduce al Eunuco a la lectura e interpretación de Isaías (Hch 8, 31). Como consecuencia del principio que enunció San Pedro en la carta citada, dice más adelante que en las epístolas de Pablo "Hay cosas difíciles de entener, que los ignorantes y débiles interpretan torcidamente - como también las demás escrituras - para su propia perdición" (2 Pedro 3, 15-16). La Iglesia católica tiene un Magisterio auténtico, que nos preserva de las interpretaciones equívocas. Por Magisterio entendemos tanto el contenido de la enseñanza oficial de la Iglesia como la función de proponerlo. Esta función está encomendada a la Jerarquía, que Cristo estableció, y a la que prometió una especial asistencia del Espíritu Santo a fin de que no pueda equivocarse al ejercer su función magisterial (Mt 28, 19-20). Pero la Iglesia sólo puede enseñar como verdades reveladas las que están contenidas en el depósito de la revelación; es decir, en la Sacrada Escritura y la Tradición. Porque "el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído (DV 10). 7. Importancia de integrar Escritura, Tradición y Magisterio Estamos por consiguiente firmemente persuadidos de que el principio, llamado por algunos hermanos separados, del "libre examen" es el que justamente explica la multitud de Iglesias separadas, que se distanciaron a partir de un mismo contenido de fe individualiscamente interpretado. No pensamos, por otra parte, que sean tan coherentes los que al mismo tiempo que hablan de "libre interpretación" de las Escrituras, que nos quieren imponer su interpretación, y niegan a los católicos la facultad de interpretar de otra manera. Nosotros, en cambio, con el Vaticano II afirmamos que "la Tradición", la Escritura y el Magisterio, según el plan de Dios, están unidos y
  • 9. ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas" (DV 10) II. JESUCRISTO FUNDÓ UNA IGLESIA 1. Jesucristo quiso una sola Iglesia Jesucristo, que como decíamos arriba es la plenitud de la Revelación del Padre, prolongó su misterio humano-divino en la comunidad de fieles que llamamos Iglesia. Él la ideó como UN redil (Jn 10, 1-10), que ha de acoger a todas sus ovejas; como UNA vid (Jn. 15, 1-5), que ha de vincular vitalmente a todos sus sarmientos; como UNA familia, donde "no hay extranjeros ni forasteros, sino familiares de Dios" (Ef. 2, 19); como UN templo del Dios único (Jn 2, 19-21); como UN cuerpo (Rom 12,5); como UNA esposa (Mt. 9, 15). Cada una de estas imágenes, y otras que podemos encontrar en la Sacrada Escritura (LG 6), nos hablan de UNA sola Iglesia. Hay dos de estas expresiones que destacan más ricamente su sentido de unicidad: Cuerpo de Cristo y Esposa de Cordero. Si la Iglesia es el cuerpo de Cristo, podríamos ante cualquier división preguntar con San Pablo: "¿Es que Cristo está dividido?" (1 Cor 1, 13). Un cuerpo seccionado no podemos imaginarlo vivo. Sería solo una quimera. Subraya el mismo Apóstol: "Porque el pan es uno, somos muchos UN solo cuerpo, pues todos participamos del UNICO pan" (1 Cor 10, 17). Si la Iglesia es esposa de Cristo (Ef 5, 25-32), debe ser UNICA, y estar indisolublemente unida a Cristo. La teología matrimonial de San Pablo basada en el Génesis (2, 22-23) y en los evangelios (Mt 19,5), pretende resaltar la UNIDAD indisoluble de Cristo con su Iglesia, como la del esposo con la esposa; UN Esposo con UNA Esposa. El mismo Cristo al hablar de su Iglesia, no en imágenes, sino con su misma denominación (Mt 16, 18), no dijo mis Iglesias, sino mi Iglesia claramente en singular, como lo muestran las versiones auténticas del texto original. 2. Jesucristo fundó la Iglesia sobre la roca de Pedro Tenemos como garantía de nuestra pertenencia a la Iglesia UNA de Cristo la roca de Pedro. "Nuestro Salvador, después de su resurrección encomendó su Iglesia a Pedro para que la apacentara (Jn 21, 17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (Mt 28, 18ss), y la erigió perpétuamente como columna y fundamento de verdad (1 Tim 3, 15); establecida y organizada esta Iglesia en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica gobernada por el sucedor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, si bien fuera de su estructura se encuentran muchos elementos de
  • 10. santidad y verdad, que como bienes propios de la Iglesia de Cristo impelen hacia unidad católica" (LG 8). Los Obispos del Paraguay estamos en comunión con el Obispo de Roma, como lo estuvieron los Apóstoles con San Pedro. Es más lo consideramos como principio y fundamento de nuestra unidad como cabeza de nuestro Colegio Episcopal, y signo visible de unión con toda la Iglesia universal - católica, - que en él se siente UNA, como quiso Jesucristo. Siempre tendremos presente en nuestro corazón aquellas palabras claras y terminantes del Maestro: "Tú eres Pedro; y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 16). Nuestro pueblo ha visto siempre con alegría esta unidad nuestra con el Papa como una clara señal de su identidad católica. En esta coyuntura histórica se apresta con entusiasmo ante el anuncio de la venida de aquel, a quien mira como el Vicario de Jesucristo y como a un Padre Universal, especialmente de los deposeídos y que por la bondad de Dios hoy se llama Juan Pablo II. 3. Jesucristo edifica a la Iglesia en la Eucaristía Incorporados a la Iglesia como hijos de Dios por el Bautismo, y reconciliados con ella por la Penitencia - si la hubieramos traicionado; participamos del sacrificio eucarístico, "fuente y cumbre de toda la vida cristiana" (LG 11). En él ofrecemos a Dios el verdadero sacrificio del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo, que nos dejo El mismo (Mt 26, 26ss). Al mismo tiempo nos ofrecemos con EL en la comunidad de la Iglesia. En esa comunión con el Hijo de Dios se va construyendo día a día la Iglesia hasta la Pascua eterna, que se anticipa en cada Eucaristía. La Iglesia celebra la Eucaristía, y la Eucaristía edifica la Iglesia. Nos detenemos un tanto en la reflexión sobre este Sacramento. No se realiza la Iglesia sólo mediante el hecho de la unión entre los hombres a través de la experiencia de fraternidad, a la que da ocación el banquete eucarístico. Es algo más profundo. "La Iglesia se realiza cuando en aquella unión y comunión fraternas, celebramos el sacrificio de la cruz de Cristo, cuando anunciamos la muerte del Señor hasta que Él vuelva (1 Cor 11,26), y luego, cuando, compenetrados profundamente en el misterio de nuestra salvación, nos acercamos comunitariamente a la mesa del Señor, para nutrirnos sacramentalmente con los frutos del santo Sacrificio propiciatorio. En la comunión eucarística recibimos, pues, a Cristo, a Cristo mismo, y nuestra union con EL, que es don y gracia para cada uno, hace que nos asociemos en El a la unidad de su cuerpo, que es la Iglesia" (Juan Pablo II, Carta a los Obispos sobre el Misterio de la Eucaristía, 24 de febrero 1980, nº 4).
  • 11. Por eso es que nuestro pueblo tradicionalmente toma como signo - aunque este signo no pocas veces este falseado en algunos - de la pertenencia real a la Iglesia la participación frecuente, al menos dominical, de los fieles en la Santa Misa. Por eso también nosotros, los obispos, nos sentimos más visiblemente signos de la unidad de la Iglesia, cuando en el altar rodeados de nuestras comunidades diocesanas celebramos "el misterio de la Cena del Señor, para que por medio del Cuerpo y de la Sangre del Señor quede unida toda la fraternidad" (LG 26), o cuando celebramos como Conferencia de Hermanos la Eucaristía en los grandes acontecimientos nacionales, que unen a toda la Iglesia Paraguaya, como acontece, en las fiestas anuales de la Virgen de los Milagros de Caacupé. En la certeza de que la Eucaristía es fuente de vida espiritual y de diálogo fraterno, de que es signo y motor de la unidad, y de que es alimento de la vida religiosa individual y social, hemos querido los Obispos del Paraguay en reciente Asamblea convocar un Congreso Eucarístico Nacional. Será el Segundo, pues el próximo año se cumplirán los cincuenta años del que nuestro predecesor Mons. Juan Sinforiano Bogarín, celebró con tanto bien para nuestra Iglesia durante su fecundo Pontificado. Al ser la Eucaristía una credencial de nuestra identidad católica, encontrarán en este acontecimiento nuestros agentes de pastoral y fieles en general una oportunidad providencial para disponerse al V Centeriario de la Evangelización de nuestro continente. 4. El Espíritu Santo dirige a la Iglesia Alimentados por la Eucaristía todos los cristianos formamos un solo Cuerpo con Cristo, nuestra Cabeza. Como el alma es la realidad que dirige todo el cuerpo y le da la unidad, así los Santos Padres buscando este principio de vitalidad que da la unidad a la Iglesia nos proponen al Espíritu Santo como el alma de ella (LG 7). En efecto, enviado por Jesús en el día de Pentecontés, el Espíritu Santo "habita en la Iglesia y en cada uno de los fieles como en un templo (1 Cor 3, 16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (Gal 4, 6; Rom 8, 15-16.26). Conduce a la Iglesia a la verdad completa (Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos; y las embellece con sus frutos" (Ef 4, 11-12; 1 Cor 12,4; Gal 5.22). Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. Así toda la Iglesia aparece como "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). "Con la venida del Espíritu Santo, nos dice Juan Pablo II en su última Encíclica, empezó la era de la Iglesia, una era que perdura a través de los siglos y las generaciones" (D et V 26).
  • 12. 5. María, Madre de la Iglesia Si decimos que la Iglesia, continúa el misterio divino humano de Jesús, su Madre, María, extiende también su maternidad, por voluntad del mismo Cristo, sobre todos aquellos a quienes el mismo Jesús adoptó como hermanos y miembros de su propio Cuerpo. En el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios juega un papel importantísimo María. De su "si" a Dios (Lc 1,38), dependió la Encarnación de Jesús, del que fue verdaderamente Madre, según el testimonio unánime de los Evangelios, de los Hechos de los Apóstoles (1,14) y de la referencia de San Pablo (Gal. 4,4). Cuando Jesús muriendo en la cruz emite su Espíritu (Jn. 19,30), que había de ser, como acabamos de decir, el alma de la Iglesia, está Ella firme junto a la cruz de su Hijo (Jn 19,25). El día de Pentecostés en que viene el Espíritu de Dios en plenitud a dar comienzo a la Iglesia como cuerpo organizado, esta Ella con los Apóstoles. Con razón la Iglesia católica durante siglos la ha tenido como a su propia Madre, al mismo tiempo que como a su Modelo. "Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que presto fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación perpétua de los elegidos, pues Asumida a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión sigue obteniéndonos los dones de la salvación eterna" (LG 62). La Iglesia del Paraguay, que en el día de la Asunción del próximo año cumplirá cuatro siglos y medio de su nacimiento, se ha ido asociando al coro de los pueblos y de los siglos, que seguimos cumpliendo la profecía evangélica de María: "Me llamarán feliz todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho un mi maravillas" (Lc 1, 48-49). La raíz y la causa de toda la gloria de María, lo dice Ella misma - está siempre en el Poderoso, Dios. Por eso refiriéndolo "todo en la Virgen María a Cristo" (MC 25), en diversos lugares de nuestra patria y con distintas advocaciones, pero muy singularmente en Caacupé, ha sido y es venerada Ella con gozo por todos los cristianos, que fieles al Evangelio nos consideramos hijos de Ella por la colaboración singular que tuvo y tiene en la obra de nuestra salvación. 6. El culto de María y la unidad cristiana Por lo mismo María es también un puntal firme en la fe sencilla de nuestro pueblo, que reconociendo que Cristo es nuestro único Mediador (1 Tim 2, 5), ha asociado a El y a su triunfo sobre el mal la figura de su Madre, según los designios del mismo Dios. Estos pueden
  • 13. descubirse desde las primeras páginas del Génesis (3, 15) hasta las últimas del Apocalipsis (12,1 -11), teniendo en Belén (Lc 2,7) y en el Calvario (Jn 19, 26-27) su plenitud de revelación y redención. Sin la presencia de María no puede concebirse un Cristo encarnado ni un Cristo muriendo por nuestros pecados. Así la veneración hacia María Virgen es algo intangible en las creencias de los católicos. "En el culto a la Virgen, por su caracter eclesial, se reflejan las preocupaciones de la Iglesia misma, entre las cuales sobresale hoy en anhelo por el restablecimiento de la unidad de los cristianos. La piedad hacia la Madre de Dios se hace así sensible a las inquietudes y finalidades del movimiento ecuménico…Porque los fieles católicos se unen a los hermanos de las Iglesias Ortodoxas, entre las cuales la devoción a la Virgen reviste formas de alto lirismo y de profunda doctrina, al venerar a la "Theotokos" (Madre de Dios) y al aclamarla "esperanza de los cristianos"; se unen a los anglicanos, cuyos teólogos clásicos pusieron ya de relieve la sólida base eucarística del culto a la Madre de nuestro Señor, y cuyos teólogos contemporáneos subrayan claramente la importancia del puesto que ocupa María en la vida cristiana; se unen también a los hermanos de las Iglesias de la Reforma, dentro de las cuales florece vigorosamente el amor por las Sagradas Escristuras glorificando al Señor con las mismas palabras de la Virgen" (Lc 1, 46- 54) (MC 32). "Somos conscientes - repetimos con Pablo VI - de que existen no leves discordancias entre el pensamiento de muchos hermanos de otras Iglesias y la doctrina católica en torno a la función de María en la obra de la salvación, y por tanto sobre el culto que le es debido. Sin embargo, como el mismo Poder del Altísimo que cubrió con su sombra a la Virgen de Nazaret actúa en el actual movimiento ecuménico y lo fecunda, deseamos expresar nuestra confianza en que la veneración a la humilde Esclava del Señor - en la que el Todopoderoso hizo maravillas - sera aunque lentamente, no obstáculo, sino medio y punto de encuentro para la unión de todos los creyentes en Cristo. Nos alegramos, en efecto de comprobar que una mejor comprensión del puesto de María en el Misterio de Cristo y de la Iglesia, por parte también de los hermanos separados, hace más fácil el camino hacia el encuentro. Asi como en Caná la Virgen con su intervención obtuvo que Jesús hiciese el primero de sus milagros (Jn 2, 1-12), así en nuestro tiempo podrá Ella hacer propicio con su intercesión el advenimiento de la hora en que los discípulos de Cristo volverán a encontrar la plena comunión en la fe" (MC 33). Entre tanto nosotros, como pastores del rebaño de Cristo, no podemos dejar de repetir a todos los cristianos del Paraguay las mismas palabras que Jesús dijo al morir, refiriéndose a María: "Ahí tienes a tu Madre" (Jn 19, 26). Del mismo modo que haciendo nuestra la exhortación
  • 14. de María en Caná de Galilea, repetimos sin cesar a los devotos que acuden a nuestros santuarios marianos: "haced lo que El os diga" (Jn 2,5), refiriéndonos al Autor y consumador de nuestra fe, Jesucristo (Hbr 12, 2). TERCERA PARTE: EL PROBLEMA DE LAS SECTAS I. LAS SECTAS 1. Introducción Los católicos se ven con frecuencia precisados a entablar diálogo con quienes no comulgan con su fe. Entre ellos hay hombres interesados en buscar sinceramente la verdad. Hay que prestarle atención. Les debemos nuestra consideración cordial. Nos corresponde dedicarles todo el tiempo y el sacrificio requeridos. Pero en otros casos, son esas personas las que tratan de atraer a los católicos a su propio credo religioso. Este es el caso de las sectas. El fenómeno de las sectas, de apariencias más o menos cristianas, viene preocupado a la Jerarquía de muchas Iglesias latinoamericanas. ¿Qué actitud tomar, y qué problemas pastorales plantea su presencia en nuestro continente y de modo particular en nuestro país? Trataremos de exponer brevemente, por un lado un conocimiento mejor de sus características y del modo de enfrentarse con el fenómeno; y de otro, la actitud de los fieles católicos ante las sectas, ya que en muchas ocasiones se encuentran confundidos y sin saber como responder y "dar razón de su esperanza a todo el que la pidiere" (1 Pedro 3, 15). 2. Distinción entre sectas e iglesias Es este un problema difícil. Ningún grupo religioso quiere desde luego ser llamado "secta", porque con ese nombre ya estaría autodescalificado. No encontramos en ninguna titulación dada por ellos la palabra "secta". Así mismo se denominan y describen como "movimientos religiosos". Algunos incluyen dentro de las "sectas", por cierta simplificación inexacta, a Iglesias y comunidades eclesiales que no están en perfecta comunión con la Iglesia Católica Romana. A nuestros queridos hermanos ortodoxos, herederos de los grandes patriarcados orientales jamás los consideremos como "sectas" son Iglesias venerables. Tampoco consideremos "sectas" las Iglesias de la Reforma, surgidas en los condicionamientos históricos del siglo XVI: luteramos, anglicanos, calvinistas, como aclararemos más adelante. ¿Qué criterios podríamos tener para distinguir entre "sectas" e "Iglesia" dentro de los movimientos religiosos cristianos?. 3. Algunos criterios distintivos de las sectas
  • 15. Fundaríamos la distinción en las "fuentes" de enseñanza de estos grupos. Las sectas podrían ser aquellos grupos que, además de la Biblia, tienen otros libros "revelados" - Mormón, por ejemplo, o testigos de Jehová - o "mensajes proféticos" o "Pueblo de Dios" de "San Lucas" en el Paraguay. Serían también los que excluyen de la Biblia algunos libros canónicos, o cambiar radicalmente su contenido. El Secretariado del Vaticano para la Unidad Cristiana en su documento sobre las Sectas del 3 de mayo del presente año ha descrito las sectas como "grupos religiosos con una concepción específica del mundo, derivada - aunque no con completa fidelidad - de las enseñanzas de las grandes religiones mundiales, que están caracterizadas por determinado autoritarismo estructural y por forma de lavado de cerebro que forman grupos que fomentan determinado sentimiento de culpa o de miedo" (1.1.1.). El Consejo Mundial de las Iglesias en colaboración con nuestra Iglesia Católica Romana en el documento de Zagorsk (año 1969) ponía como nota de identificación de las sectas el "proselitismo", como factor distinto del "espíritu misionero" de una comunidad eclesial. El proselitismo, como contrario al Evangelio, con tal de "conseguir adeptos religiosos, usa medios deshonestos: estados de miseria y de ignorancia, señuelos ventajosos en el orden político, verdades a medias, chantajes, presiones psicológicas, manipulaciones en medios de comunicación social". Incluye, dice el Documento, "todo lo que viola el derecho de toda persona humana, cristiana o no, a no ser coaccionada externamente en material religiosa, y todo modo de proclamar el Evangelio que no se conforme a los caminos de Dios, quien llama al hombre a responder libremente a su vocación y a servirle en espíritu y verdad" (Doc de Zagorsk, nº 4). 4. Problemas pastorales que plantean a) Difusión Una de las causas de la difusión de las sectas en nuestro medio es debida al abandono pastoral de grandes áreas del catolicismo popular. Parroquias con miles de fieles diseminados en un amplio territorio y con un solo sacerdote para atenderlos son un campo adecuado para la acción proselitista de grupos religiosos. Estos cuentan además con poderosos medios de propaganda a través de libros, folletos, programas radiales y televisivos. Se ha dicho que los vacíos pastorales son el mejor campo de cultivo para la proliferación de las sectas. Se une a esto la insatisfacción de las necesidades religiosas del pueblo que se siente "como oveja sin pastor". Llega entonces el ofrecimiento de los movimientos religiosos libres, que siempre tienen algo atrayente. No importa que sea un "testigo de Jehová" o un espiritista
  • 16. "basilio". Lo que importa es que sea alguien que converse con ellos, que los entienda y los conforte, que se muestre como hermano, que les de pautas de conducta en sus problemas familiares, que les haga participar en reuniones comunitarias donde ellos tengan parte activa, donde reciban la Palabra de Dios. b) Las necesidades religiosas populares La adhesión multitudinaria a las diversas sectas pone de manifiesto que en nuestro pueblo existe una gran inquietud religiosa, y una insatisfacción por lo que recibe o deja de recibir de la Iglesia Católica. Es preciso plantearse cuáles son las necesidades religiosas que el pueblo siente, y si la Iglesia está en condiciones de satisfacérselas. Tandríamos que preguntarnos si nos hacemos presentes a nuestro pueblo con una acción pastoral planificada, cual se propone en el Plan de Pastoral Orgánica. Se podría decir que las necesidades, entre otras, que la gente sencilla espera resolver mediante el recurso a la religión son de tres categorías: - problemas de enfermedades y su posible sanación - problemas de subsistencia y trabajo - problemas de soledad y amor Para mucha gente la religion existe para resolver estos tipos de problemas. No significa que no sientan otras necesidades. Ven también en la religión el sentido de su existencia y de su vida de cara a Dios, las ansias de alcanzar la felicidad en modo pleno, la posibilidad de una paz interior en medio del sufrimiento, la esperanza de un premio o el temor de un castigo tras la muerte, la búsqueda de un Dios providente que me ve y me ama…Pero no se da una explicitación de esos valores más elevados. O no aciertan a descubrirlos. Sus exigencias religiosas se sitúan en la búsqueda de soluciones a sus problemas más inmediatos. Muchas veces la Iglesia no está en condiciones de resolverlos, aunque por su pastoral social resuelva algunas situaciones de indigencia. Pero en cierto sentido se encuentra en condiciones de inferioridad respecto a movimientos espiritistas y pentecostales, que prometen la cura de todas la enfermedades. La Iglesia no puede caer en este tipo de remedios inmediatistas, porque traicionaría su misión evangélica, y desconfiaría del poder que tiene la Buena Nueva anunciada tal como Jesucristo enseñó a sus Apóstoles. II. ACTITUD ANTE LAS SECTAS 1. Visión de fe Un correcto planteamiento del problema nos debe llevar en primer
  • 17. lugar a intensificar la fe en el Espíritu Santo, y a sabernos instrumentos de su poder. No somos nosotros quienes realizamos la Evangelización. Es el Espíritu Santo a través de nosotros. De ahí la importancia de ser buenos instrumentos en sus manos, unidos a EL y dóciles a su acción poderosa: hemos de confiar más en la oración para que la acción del Espíritu Santo sea eficaz. También hay que tener en cuenta que algunos agentes pastorales actúan con un cierto permisivismo, que temen hablar de pecado y de exigencia en la vida cristiana; que no calibran las consecuencias del pecado en la disgregación personal y social del que obra al margen de la ley de Dios. Se cae en un cierto "secularismo" con respecto a lo que llaman "sacramentalización", y que en realidad es la vida de la Gracia. No tenemos que olvidar que la Iglesia tiene como tarea principal dar los medios para que cada persona encuentre a Dios, alcance su amistad y llegue a poseer la vida eterna. La excesiva- a veces exclusiva - preocupación por resolver los problemas sociales, como si ésta fuera la única o principal misión de la Iglesia, desvirtúan su misión pastoral y haría perder su eficacia al pasar por alto al núcleo del mensaje evangélico. 2. La acción pastoral planificada: actitud preventiva En orden a la acción pastoral será preciso examinar si los métodos pastorales que usamos son adecuados. Con frecuencia desconocemos las exigencias de las religiosidad popular, nuestras palabras son abstractas, sin aplicaciones concretas, practicas, y sin atención a los factores sensibles, emocionales y afectivos. Debe también distinguirse, al planificar, si las áreas están ya invadidas por las sectas, o si aún no han recibido el impacto de ellas. Un punto prioritario de acción pastoral debería centrarse en acudir a las ovejas que se encuentran abandonadas mediante una catequesis, que les ofrezca la doctrina católica en su integridad, y su fundamento bíblico-eclesial de modo sencillo y sistemático. Así ante la eventual llegada de falsos pastores, tendrán argumentos con que responder. Hemos de personificar la parábola del Buen Pastor, que acude en busca de la oveja perdida y que no abandona a las que se encuentran en peligro. Para ello hacen falta más operarios. Es necesario "pedir al Señor de las miés que envíe obreros a sus miés" (Lc 10, 2) 3. Acción pastoral en áreas afectadas La actitud pastoral ante las sectas no puede estar privada de la caridad, aunque se sepa que no es correspondida. Por más que algunas de ellas presenten a la Iglesia católica como un invento de Satanás. Se trata de un problema pastoral, que hay que encarar con interés, con
  • 18. seriedad, con prudencia, con las notas de la caridad. A muchos fieles, que por su escasa formación religiosa y cultural, serían fácilmente envueltos en la dialéctica sectaria, sería preferible aconsejarles que rehúyan, con caridad y firmeza, un diálogo largo o la aceptación de folletos. Un recurso sencillo sería invitarle al visitante a rezar junto al Señor y a su Santísima Madre. Al mismo tiempo convendrá intensificar la formación religiosa de estos mismos fieles. Otros cristianos con más formación pueden dialogar, pero siempre sin herir. Conviene, con todo, estar alerta, pues en ocasiones no se trata de auténtico diálogo en busca de la verdad, sino de mantener posiciones sólidamente preestablecidas. 4. Actitud de los párrocos Cuando en una parroquia se deja sentir la presencia de las sectas, si se trata solo de algunas familias, habría que acercarse con especial atención a las familias afectadas. Si el fenómeno es más universal, hay que indicar públicamente a los fieles donde está la verdad. Al mismo tiempo convendría revisar la acción pastoral en los campos más sensibles: juventud, enfermos, marginados. Conviene examinar los métodos catequísticos y pedagógicos: si son sencillos, capaces de dar certeza o si generan desconfianza e inquietudes. No olvidemos que el gran atractivo de las sectas es la seguridad y convicción con que exponen sus creencias. Si algunos sacerdotes parecen no estar convencidos de lo que predican, la gente acudirá más a los "creyentes". También tendremos que examinar si la catequesis que se imparte es de contenidos precisos, o si tiene formulaciones vagas, genéricas, que ni educan ni dan crecimiento en la fe cristiana. No estaría mal el ver también cómo anda la formación bíblica de nuestras comunidades. Uno de los ganchos fuertes de las sectas es su capacidad de acogida, de relación entre persona y persona: sus adeptos dejan de sentirse número y adquieren enseguida responsabilidades. Buen ejemplo para que tratemos de cuidar las relaciones personales en el seno de la parroquia, para que demos importancia a la dirección espiritual, y a saber escuchar y acoger, para que demos más responsabilidades a los fieles, cuidando de no exigirles por encima de su capacidad. 5. Actitud de catequistas y agentes de pastoral En este punto podríamos añadir algunas recomendaciones específicas para los catequistas, como responsables de la educación de la fe de niños, jóvenes y adultos, insistir en que se utilice frecuente y correctamente la Palabra de Dios, con referencia a la Tradición de la Iglesia y a su Magisterio.
  • 19. A los agentes de pastoral les pedimos que, unidos a sus párrocos, sean en medio del pueblo una imagen viva de Jesús: hombres y mujeres de mente serena, corazón generoso, espíritu de sacrificio, constructores de la unidad en comunión y participación. Como conclusión indicamos que se trata de no que darse inactivos, ni asustarse o limitarse a lamentaciones estériles. Como decía un vicario de pastoral: "No me quejo de las sectas, veo en ellas una señal del Señor, una llamada a mayor exigencia, a una mayor profundización en la fe, a una mayor entrega a mi ministerio y a un mayor compromiso por parte de la parroquia" (P. Crery, L´Offensive des sects, p. 437). 6. Actitud de los fieles ante el proselitismo sectario El católico debe partir siempre del presupuesto de que Cristo vino a salvar a todos los hombres haciéndoles llevar al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4). Por eso los católicos tenemos que amar a todos, sin distinción de razas, lenguas, nacionalidad, partido político o religión. En el trato con los no católicos podemos encontrar personas que buscan sinceramente la verdad. No hay que tener miedo a manifestar la verdad que uno vive. De lo contrario, seríamos hipócritas. Porque respetamos sus creencias, no le hablaremos de religión, si no lo desean. En más, estaríamos dispuestos a defender su libertad de conciencia, pues una conciencia violentada no agrada a Dios. Pero no se confunda la libertad de conciencia con el indiferentismo religioso. Nuestra sinceridad y nuestro respeto hará que seamos amigos, ya que la sinceridad atrae, sin necesidad de ceder en la fe o en la moral. Por último, la presencia de las sectas les debe estimular a los fieles católicos a conocer y vivir mejor su fe, para unirse más sensiblemente a su comunidad católica, donde fortalecer la propia identidad, que se le garantiza en una Iglesia orgánicamente jerárquica, como lo quiso su Fundador, Jesucristo. CUARTA PARTE LAS CONFESIONES HISTÓRICAS Y EL ECUMENISMO I. LAS CONFESIONES HISTÓRICAS Hemos señalado en la segunda parte de nuestro mensaje algunos puntos de la identidad católica, que consideramos importantes en nuestra visión del Misterio de la Iglesia. Ciertamente es un misterio, que tiene sus oscuridades; "Caminamos en la fe, y no en la visión" (2 Cor 5,7). Es decir, la Iglesia de Cristo no es un amalgama, que podemos confeccionar los hombres dosificando entre los credos religiosos o las
  • 20. confesiones cristianas los puntos en común, que más convengan ahora para nosotros. Eso sería crear otra Iglesia más, en contra de la voluntad de Cristo que la quiso, como dijimos al principio, UNA. Por eso, al hacer las precedentes manifestaciones acerca del problema de las sectas, queremos dejar a salvo el sentido recto del ecumenismo. Porque con las confesiones históricas se tiene un tratamiento distinto de las sectas. Y comencemos por el hecho histórico de la separación. Es verdad que desde el comienzo del cristianismo se produjeron separaciones - "airesis" en griego - herejías más o menos violentas, más o menos masivas. No es éste el momento de examinar las causas de esas rupturas históricas de la unidad, de las que todos en cierta medida nos sentimos responsables. Ha confesado públicamente el Concilio Vaticano II "A las faltas contra la unidad se pueden aplicar también las palabras de San Juan: Si decimos que no tenemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y su palabra ya no está en nosotros (1 Jn 1,10). Humildemente, por tanto, pedimos perdón a Dios y a los hermanos separados, así como nosotros perdonamos a quienes nos hayan ofendido" (UR 7). Por eso, repetimos, no es el caso de hacer ningun análisis histórico sobre el pecado. Esta ahí. La unión fue rota, y hay que recomponerla desde adentro. Mejor, tenemos que ponernos a la disposición de Cristo, que quiere que todos lleguen a la salvación por la vivencia de la verdad, en espíritu de sincera conversión para que El la recomponga. El es el que ha suscitado en su Iglesia este movimiento providencial llamado ecumenismo, que el Concilio Vaticano II ha recepcionado. II. EL ECUMENISMO 1. El Ecumenismo y la búsqueda de la verdad Se entiende por ecumenismo, según la versión autorizada del Concilio Vaticano II, "las actividades e iniciativas que, según las variadas necesidades de la Iglesia y las características de la época, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos" (UR 4). Se citan entre éstas: todos los esfuerzos para eliminar palabras, juicios y acciones que no respondan, según la justicia y la verdad, a la condición de los hermanos separados, y que, por lo mismo, hacen más difíciles las relaciones con ellos; las reuniones de los cristianos de diversas Comunidades o Iglesias organizadas con espíritu religioso; el diálogo entre peritos, en el que cada uno explica con mayor profundidad la doctrina de su Comunión, y presenta con claridad sus características. Por medio de ese diálogo todos adquieren un conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de la doctrina y de la vida de cada Comunión. Con él se consigue una más estrecha colaboración en pro
  • 21. del bien común que exige toda conciencia cristiana. Mediante el diálogo es posible también reunirse en la oración unánime, y examinar a esa luz nuestra fidelidad a la voluntad de Cristo sobre la Iglesia, para renovarnos y reformarnos en lo que fuere necesario. "Todas estas cosas, cuando son realizadas prudente y pacientemente por los fieles de la Iglesia católica bajo la vigilancia de los pastores, contribuyen al bien de la justicia y de la verdad, de la concordia y de la colaboración del espíritu fraterno y de la unión, para que por este camino, poro a poco, superados los obstáculos que impiden la perfecta comunión eclesiástica, todos los cristianos se congreguen en la única celebración de la Eucaristía, para aquella unidad de la una y única Iglesia que Cristo concedió desde el principio a su Iglesia, y que creemos que subsiste indefectiblemente en la Iglesia católica y esperamos que crezca cada día más hasta la consumación de los siglos" (UR 4). 2. El ecumenismo, camino de conversión El eucumenismo es, por tanto, un camino largo que pide la conversión del corazón, la oración unánime, penitente y confiada, el conocimiento mutuo entre los hermanos, un trabajo común por causas nobles que enlaza amistades, da testimonio de unidad, y actúa para que el mundo crea en Jesucristo. El católico convencido brinda a todos el gozo de su fe. Consciente del deseo de Cristo: "que todos sean uno" (Jn 17, 21), procura abrirse a los hermanos; los oye con caridad atenta, si descubre que hay en ellos intención de diálogo al margen de proselitismo; intenta valorar en ellos lo bueno, lo evangélico de que gozan; colabora generosamente en espíritu fraterno con cualquier cristiano por el bien común de todos los hombres, especialmente de los más necesitados; ora en comunión de súplica para que el Señor nos una; se purifica para no impedir la obra de Dios en nuestro itinerario hacia el abrazo deseado; con su fe, su esperanza y su caridad facilita los caminos de la unidad, para que Jesús venga a nuestro encuentro pleno de fraternidad. 3. Iniciativas concretas de ecumenismo Podría ser oportuno indicar aqui algunas iniciativas concretas que ya se realizan en conjunto con otras confesiones religiosas, y que pueden sugerir otras similares que la caridad inspire. En el campo de la promoción humana se colabora con Programa de Ayuda Cristiana (PAC), con el Comité de Iglesias, con Fraterna Ayuda para comercialización de productos en favor de modestos artesanos (FAPAM), etc. En la difusión de la Palabra de Dios se colabora con las Sociedades Bíblicas Unidas. En la dimensión de la oración se promueven encuentros ecuménicos con motivo de la Semana para la Unión de los cristianos, y se participa en grupos de oración ecuménica, que
  • 22. funcionan en algunas de nuestras diócesis con nuestro conocimiento y beneplácito. Es más, hay un Equipo Nacional de "Ecumenismo y Diálogo", presidido por un obispo de nuestra Conferencia Episcopal, que permanentemente trabaja con nosotros en estas tareas. Por eso lamentamos que mientras el movimiento ecuménico avanza en otras regiones, y aqui mismo, -aunque lentamente-, con las confesiones históricas, se hayan lanzado las sectas -que rehúyen hasta el diálogo- a esas campañas, que tanto confunden a los católicos y hacen retrasar el verdadero ecumenismo. 4. El falso ecumenismo a) Ecumenismo y sinceridad Aclarado lo que es el ecumenismo, juzgamos que será práctico distinguirlo de lo que no es. Ecumenismo no es ocultar los puntos fundamentales de nuestra doctrina. "Nada tan ajeno al ecumenismo como ese falso irenismo, que daña a la pureza de la doctrina católica y oscurece su genuino y definido sentido" (UR 11). El ecumenismo no es, en la mente de Pablo VI, "poner a un lado los puntos controvertidos, ocultar, debilitar, modificar, negar si es preciso, las enseñanzas de la Iglesia Católica, que no son aceptadas por los hermanos separados" (Alocución en la audiencia general del 20 de enero de 1965). Eso sería traición a nuestra propia fe, y política insincera con nuestro hermanos separados, que a la larga es también perniciosa para ellos mismos. b) Ecumenismo e indiferentismo Tampoco el ecumenismo debe llevarnos al indiferentismo: es decir, a la doctrina que afirma que todas las religiones son completamente iguales, y que del mismo modo llevan por un camino verdadero a la salvación. Reconocemos los elementos eclesiales verdaderamente existentes entre los cristianos de otras Iglesias, pero no renunciamos a la conciencia de que en la Iglesia católica subsisten todos los bienes que Jesús dejó a su Iglesia. Con el Vaticano II repetimos: "Solamente a través de la Iglesia de Cristo, auxilio general de salvación puede alanzarse la plenitud de los medios de salvación. Creemos también que el Señor confió todos los bienes de Nuevo Testamento al único Colegio Apostólico, a cuya cabeza está Pedro, a fin de constituir en la tierra un solo cuerpo de Cristo, al cual es necesario se incorporen plenamente todos los que, en alguna forma, pertenecen al pueblo de Dios" (UR 3). Un ecumenismo indiferentista privaría a la Iglesia de su dimensión misionera. Iría contra lo que el Decreto sobre las Misiones del Vaticano II recomienda:"En cuanto lo permitan las condiciones religiosas,
  • 23. promuévase las acción ecuménica de modo que, excluída toda especie tanto de indiferentismo y confusionismo como de emulación insensata, los católicos colaboren fraternalmente con los hermanos separados, según las normas del Decreto sobre Ecumenismo, en la profesión común - en lo posible- de la fe en Dios y en Jesucristo delante de las naciones, y en la cooperación en asuntos sociales y técnicos, culturales y religiosos" (AG 15). c) Ecumenismo y compromiso pastoral Ecumenismo no sería, finalmente, admitir con ingenuidad en nuestros ambientes católicos la proliferación de sectas, que a juicio de Puebla, "han sido clara y pertinazmente no sólo anticatólicas, sino también injustas al juzgar a la Iglesia y han tratado de mirar a sus miembros menos formados" (DP 80), como expresamos más arriba. Un recto ecumenismo nos tiene que hacer despertar a un mayor compromiso pastoral ante la difusión de las sectas. Por este motivo no llamaríamos tampoco ecumenismo a las tendencias alienantes de algunos movimientos religiosos, que apartan al hombre de su compromiso concreto con el prójimo y con su realidad social, y que a veces -tal vez por sus ventajas