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Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón
Nueva época - Vol. II No. 46 Diciembre de 2012
La Gran Revelación II
Las revelaciones de los libros sagrados de las culturas ancestra-
les, sean verdad indiscutible y científicamente comprobada por
nuestras investigaciones, sea que una comunicación interplane-
taria o una declaración de un ser sobrehumano no permita dudar
más de su autenticidad, ¿qué influencia tendrían en nuestra vi-
da?. ¿Qué transformarían, qué elemento nuevo traerían a nues-
tra moral y a nuestra dicha?. Muy poca cosa, sin duda, porque
pasarán muy alto y no descenderían hasta nosotros, ni nos to-
carán; nos perderemos en su inmensidad y, en el fondo, sabién-
dolo todo; no seremos ni más felices ni más sabios que cuando
nada sabíamos.
No saber a qué ha venido a la Tierra, he aquí la preocupación
constante del ser humano. Y lo más probable es que la verdad
real del universo, si la llegamos a saber algún día, será tan pare-
cida a alguna de las revelaciones que, pareciendo enseñarnos
todo, no nos enseñan nada. Tendrá al menos todo el carácter
humano. Necesitará ser tan ilimitada en el tiempo como en el
espacio, tan común y tan extraña a nuestro sentido como a nues-
tro cerebro. Cuanto más inmensa y alta sea la revelación, tanto
más estará condicionada a ser cierta; y cuánto más se aleje de
nosotros, tanto menos interesará. Nosotros ni siquiera podemos
salir de este dilema: las revelaciones, las explicaciones o las in-
terpretaciones muy pequeñas tampoco satisfarán porque las con-
sideraremos insuficientes, y las que fueren muy grandes pasarán
muy lejos de nosotros para atestiguarlas y alcanzarlas.
Todos sabemos que vivimos en el infinito; pero para nosotros
este infinito no es más que una palabra seca y desnuda, un vacío
negro e inhabitable, una abstracción sin forma; una expresión
muerta que nuestra imaginación no reanima un momento, sino al
precio de un esfuerzo agotante, solitario, inútil e infructuoso. De
hecho, nos hemos estancado en nuestro mundo terrestre y en
nuestros pequeños tiempos históricos, y cuando más levantamos
los ojos hacia los planetas de nuestro sistema solar y ponemos
nuestro pensamiento de antemano decepcionado, hasta las épo-
cas nebulosas que precedieron la aparición del ser humano so-
bre la Tierra. De repente volteamos y deliberadamente tornamos
sobre nosotros mismos toda la actividad de nuestra inteligencia y
por una desgraciada ilusión óptica, cuanto más pierde su campo
de acción, más creemos que lo profundiza. Nuestros pensadores
y nuestros filósofos, temerosos de extraviarse como sus predece-
sores, no se interesan más que en los aspectos, en los proble-
mas, en los secretos menos discutibles; pero si son los menos
discutibles también, son los menos elevados y el ser humano se
convierte en objeto de sus estudios, pero sólo como animal te-
rrestre.
Hay una multitud de iluminados, más o menos inteligentes, las
jóvenes y las señoras desequilibradas; los ingenuos que adoptan
por anticipado y ciegamente lo que no comprenden; los descon-
tentos, los guasones, los vanidosos, los ingeniosos que pescan a
río revuelto; y en una palabra, toda la turba que se aglomera alre-
dedor de toda doctrina, de toda ciencia, de todo fenómeno un
poco misterioso, para desacreditar las primeras interpretaciones
esotéricas, cuyo origen también, no está muy claro.
En el fondo, no estamos aclarando el enigma del misterio primor-
dial, todo lo demás no se aclara más que por grados que parten
del conocimiento relativo a la ignorancia absoluta. Es probable
que será lo mismo para todas las revelaciones que se dirijan a la
inteligencia humana mientras que viva sobre este planeta, porque
la inteligencia tiene límites que ningún esfuerzo podrá traspasar.
Mientras tanto, es cierto que estos grados, que no conducen a
nada, en verdad lo han colmado y, desde los primeros días, con-
ducido al más alto punto que haya esperado, y que pueda espe-
rar alcanzar. La más antigua explicación abraza desde el primer
golpe todos los ensayos de explicaciones propuestas hasta aho-
ra. Concilia el positivismo científico con el idealismo más trascen-
dental; admite la materia y el espíritu, concede la impulsión
mecánica de los átomos y de los mundos con su dirección inteli-
gente. Nos da una divinidad incondicional, acusa sin causa de
todas las cosas, digna del universo, que ella misma es y de las
que la han sucedido en todas nuestras religiones, no son más
que miembros esparcidos, mutilados y desconocidos. Ella nos
ofrece, por fin, a través de su ley de Karma, en virtud de la cual
cada ser lleva en sus vidas sucesivas las consecuencias de sus
actos y se purifica poco a poco; el principio moral más alto, el
más justo, el más invulnerable, el más fecundo, el más consola-
dor y el más lleno de esperanzas que sea posible proponer al ser
humano. Por cuya razón parece que todo amerita que se le exa-
mine, que se le respete y que se le admire.
Experimento un goce inefable en permanecer en mi modesta me-
dianía y en profesar el vacío, porque he sentido que la verdadera
paz ha venido a mí el mismo día en que me resigné a la suerte
común; o lo que es lo mismo, a la ignorancia y a la muerte. En-
contré la vida el mismo día en que renuncié a la existencia, y me
considero rico desde que no soy nada. No me toques este punto
de sutileza y vanidad espiritual, que constituye uno de los más
formidables obstáculos en la última liberación del Yo. Sin duda
que fui orgulloso y que no lo soy menos todavía; y es porque no
podemos extraer virtudes de nuestros vicios. Con más ardor que
aquel con el que abracé al fantasma de una superioridad indivi-
dual, tiendo ahora los brazos a la igualdad en lo homogéneo,
hacia el inmenso pleno del vacío. En la nada de lo que sabemos
no se halla más que la desesperación, y la esperanza no es otra
cosa que el todo que ignoramos.
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De mi
Libreta de Apuntes
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“A veces, podemos pasarnos años sin vivir en
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Tu amor
Acompañar tus pasos
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Blándela sobre el Sol
y lánzala por el Mar.
Y descubre el entorno
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esgrimiendo tu amor
en mi honor. 1989
Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual ©
“Hora feliz” en California - 1999