Santa Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitar
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MEDITACIÓN EUCARÍSTICA PREVIA A LA FESTIVIDAD DEL CORPUS CHRISTI (5 de junio
de 2023)
Señor, aquí presente ante nosotros, hemos nacido y vivimos en el ámbito de una
cultura cristiana. Nuestros padres nos llevaron a la pila del bautismo. Creyeron con
razón que era lo mejor para nosotros. Hemos crecido alrededor de una parroquia o de
una iglesia, la iglesia y la parroquia de nuestro barrio, ahora la de San José.
En muchas iglesias del mundo se oyen las campanas, al igual que en la nuestra;
nuestros pueblos tienen como patrono un santo o una Virgen; a pesar del cambio que
se está produciendo en el nombre de las personas, aún abundan los de María, Juan,
José, Antonio, Pedro, Inmaculada, Carmen, Tomás… Somos un pueblo de hondas raíces
cristianas. Celebramos romerías a los santuarios, las procesiones son comunes en
Semana Santa, pero también en otras épocas del año,… seguimos celebrando fiestas
de santos y vírgenes. El día de descanso sigue siendo el domingo, el día del Señor.
Pero cada vez nos cuesta más vivir como católicos y cristianos en un mundo, en una
cultura, en una sociedad, que, a pesar de esas raíces, extraña a Dios, lo destierra como
un trasto inútil. Apenas lo tiene presente en su día a día. Su nombre se ha hecho
impronunciable entre nosotros.
No queremos imponer nada, pero si deseamos que tu santo nombre vuelva a ocupar el
sitio que nunca debió perder. Aún recordamos, no sin cierta nostalgia, el tiempo en
que era omnipresente en nuestro país, la católica España. En sus medios de
comunicación, en sus numerosos colegios públicos y privados, en las calles y plazas,…
Es verdad que, a veces, algunos cristianos dejaban mucho que desear, y que otros
tomaban el nombre de Dios en vano, hipócritamente, para conseguir otros fines. Pero
el ambiente general era propicio a la vida religiosa, a las vocaciones, a la fe y a la moral
cristiana. Hoy ya no es así: asistimos a una verdadera inversión de virtudes y valores y
nos vemos inmersos en una realidad que nos es cada vez más ajena.
Ciertamente, nosotros hemos tenido una parte, tal vez importante, en el olvido de
Dios que hoy padecemos. Y sabemos que hoy, mostrarse como cristiano, pensar como
cristiano, predicar a Cristo, no es una tarea fácil. Nuestros contemporáneos creen
conocer su doctrina, sus propuestas de vida, y las rechazan por comodidad,
escepticismo, falta de fe, miedo, temor al compromiso. Desconocen que solo Él tiene
palabras de vida eterna y que si no estamos unidos a Jesús, como la vid a los
sarmientos, no podremos hacer nada verdaderamente valioso y bueno, personal ni
colectivamente; ni como pueblo ni como país. Nos duele que por una tolerancia y una
equidad religiosa mal entendidas se oculte o reniegue de nuestra condición de
católicos; se renuncie a lo que constituye lo más íntimo y relevante de nuestro ser. Se
abandonen nuestras propias raíces.
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Señor, que nuestra Iglesia y sus miembros, especialmente quienes tienen una mayor
responsabilidad en ella, conscientes de la situación, sepan dar testimonio de la Verdad
y no se plieguen al mundo, a sus modas y a sus ideas erróneas. Que muestren a todos
los hombres el camino de la salvación, sin complejos ni miedos. “Maestro, ¿qué tengo
que hacer para salvarme?”
No solo te pedimos por la transformación de la sociedad. Queremos que el mundo de
la cultura haga un lugar a Cristo. Que crezca el número de quienes lo reconocen como
su luz, guía y esperanza. Que quienes la cultivan (escritores, artistas, científicos,
comunicadores, pensadores, etc.) vuelvan a fijar los ojos en Él, lo tengan presente y
respeten su nombre santo. Que sintamos todos un sano temor de Dios. Que el hombre
de nuestro tiempo no quiera jugar a ser otro Dios, el Hombre-Dios, a sustituirlo,
pensando que ya no necesita de Él; porque si sigue ese camino, a la postre, no tardará
en estrellarse, como ya ha ocurrido en otros momentos de su historia, con graves
daños y mucho sufrimiento. Nos basta con recordar las grandes guerras y revoluciones
del pasado siglo, el fracaso de las grandes utopías inmanentistas, meramente
terrenales, de entonces.
Si de algo ha servido la pandemia reciente es para hacernos conscientes de nuestra
fragilidad; de cómo, a pesar de nuestros progresos, todo puede paralizarse en un
santiamén. No somos capaces de controlar las lluvias ni las sequías, de asegurar la paz,
de acabar con el hambre, de conjurar los terremotos y las desgracias que nos paralizan
y humillan. Todo esto representa la otra cara de la soberbia y del orgullo humano.
Pero, ni siquiera somos capaces de prescindir de estos pecados capitales.
Nuestros conocimientos y capacidades han aumentado prodigiosamente. Nunca como
ahora el ser humano ha podido llegar tan lejos con sus conocimientos y su técnica.
Bien es verdad que este desarrollo no siempre ha venido acompañado de una mejora
moral paralela. Pero sí nos ha llevado a la vez a afrontar retos que ninguno de nuestros
antepasados tuvo que afrontar y ni tan siquiera pudo pensar, salvo algunos visionarios.
Retos que parecen estar más allá de las capacidades humanas.
¡Qué gran paradoja! Hoy que parecemos ser todopoderosos. Los desafíos que
debemos afrontar afectan a lo más íntimo y medular del ser humano: nuestro
concepto del hombre, de lo que somos realmente. La ideología de género con su
negación de la naturaleza y de la biología, al extenderse a lo largo y ancho de nuestra
cultura, representa una grave amenaza, especialmente para nuestros jóvenes y niños.
Cómo no aludir también a las nuevas tecnologías, el transhumanismo, la inteligencia
artificial, la robótica, que, junto a efectos espectaculares, han aumentado nuestra
capacidad de manipulación, de confundir la verdad con la mentira, de que lo bueno y
lo malo se nos hagan indistinguibles. Y hay grupos poderosos, gentes erradas, que
están dispuestos a utilizar todo esto para ser más poderosos, para manipular a las
personas, especialmente las más sencillas y crédulas.
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En medio de este maremágnum, el demonio parece campar a sus anchas. Por eso
debemos estar alerta. No pecar de ingenuidad, que no es humildad, y de un exceso de
buenismo. Que seamos hombres de fe, misericordiosos, pero a la vez realistas.
Te pedimos Señor que nos des, a través de tu Espíritu, luz y la fortaleza para que
sepamos orientarnos en este mundo gaseoso y difuso, donde el mal y el bien se
confunden con tanta frecuencia. Y que sepamos asimismo detectar el mal, combatirlo
y rechazarlo con tu ayuda y tu poder. Haznos valientes para ir contracorriente siempre
que sea necesario, a ser uno contigo, a mantener la esperanza frente a los miedos, las
incertidumbres y las rutinas que nos esterilizan. Que optemos por una cultura abierta a
la trascendencia, a Dios; a la vida, a la Verdad y a la caridad. Te lo pedimos, Jesús
sacramentado.
Manuel Bustos Rodríguez