ACERTIJO DE POSICIÓN DE CORREDORES EN LA OLIMPIADA. Por JAVIER SOLIS NOYOLA
Una y otra vez. Milagros Doña Flores
1. UNA Y OTRA VEZ
Próxima la época de exámenes, Malcolm Malcolmson decidió ir a algún lugar
solitario donde poder estudiar sin ser interrumpido. Buscaba un pequeño
pueblo donde nada lo distrajera del estudio. Decidió buscar por sí mismo el
lugar. Hizo su equipaje, tan solo una maleta con un poco de ropa y todos los
libros que necesitaba, y compró un billete para el primer nombre
desconocido que vio en los itinerarios de trenes de cercanías.
Cuando el tren se acercó al andén y paró lentamente, cogí mi equipaje y
rápidamente subí al vagón que me llevaría a mi destino.
El viaje fue corto y no hubo ninguna parada. El tren me llevó a un pueblo de
pocos habitantes; nada más parar, un hombre encapuchado no dejaba de
observarme, llevaba una barba bastante larga, de un color gris como la
ceniza, botas bastante sucias y su aspecto daba miedo. Me fijé en su rostro y
me di cuenta que tenía salpicaduras de sangre. Mis ojos no pudieron abrirse
más, en ese momento, horrorizado bajé la mirada y me dirigí lo más rápido
que pude a la biblioteca de aquel extraño pueblo.
Me puse a estudiar tranquilamente, cuando de repente me encontré con el
mismo hombre detrás de mí. Intenté disimuladamente recoger mis
pertenencias y salir de la estancia lo más rápido que pude y me permitió la
ansiedad en ese instante. Me dirigí de nuevo a la estación, el próximo tren
era dentro de cinco horas. El hombre no paraba de seguirme, yo ya no sabía
hacia dónde dirigirme, así que me mantuve quieto en la estación, esperando
el tren y a que aquella pesadilla se acabara. El hombre se me acercó y me
dijo que sería mi último día de vida. Su voz era espeluznante. De repente,
cogió un saco y me tapó la cara, no podía pedir auxilio, ya que nos
encontrábamos solos. Notaba que me llevaba a algún sitio, no sabía dónde,
escuché el chirrido de una puerta al abrir, me sentó en un lugar que parecía
una silla, me quitó el saco y ... a mi alrededor sólo había cadáveres. Me daba
por muerto, el hombre intentó cogerme, pero fui más rápido que él y me
dirigí a la ventana para buscar una posible salida.
Finalmente, me escapé de aquel lugar y me dirigí en busca de una comisaría,
le conté los hechos, pero me tomaban por loco, yo ya no sabía qué hacer,
miré hacia atrás.
Ahí estaba, el mismo hombre, pero esta vez llevaba una sonrisa grabada en
2. su cara, se escuchaba a lo lejos la llegada del tren, debía apresurarme y
llegar a tiempo. El hombre me perseguía, su paso era muy tranquilo, no me
explicaba cómo iba tan rápido si solo caminaba mientras que yo corría con
todas mis fuerzas.
Llegué antes que aquel hombre, el tren todavía no había llegado, tenía que
hacer algo, ¿pero qué?. Entonces, escuché un susurro, leve, pero claro, me
di cuenta de que era una voz dulce y suave, parecía pertenecer a una mujer.
Miraba hacia todos los lados y no encontraba a la dueña de esa sugerente
voz, seguía oyéndola, me decía algo, decidí escucharla.
"Acaba con esto,...sabes que no puedes escapar de él...".
Como por arte de magia, la figura de una mujer apareció justo delante de
mis ojos, ¿cómo no me di cuenta de que estaba justo delante de mí? o
¿cómo no la vi venir?.
Sus ropas parecían muy antiguas, llevaba un vestido largo y un sombrero a
juego. No podía verle la cara, por alguna razón, creí que no tenía. De
repente, los susurros pararon. La mujer habló: "¿Qué has visto en aquella
casa? Aquella a la cuál aquel hombre te llevó, ¿Sábes de dónde proceden?".
Estaba sorprendido, ¿cómo sabía aquella mujer de lo que me había
ocurrido?. La mujer comenzó a reírse, cada vez más alto, a carcajadas,
parecía como si la razón la hubiera abandonado.
Iba a preguntarle para acabar con mis dudas, pero comenzó antes que yo.
"Pronto las dudas que te devoran se resolverán de la forma que menos te
imaginas". Se acercaba, por alguna razón no quería que se acercara, tenía
frío, no sentía mis dedos, me helaba, ella seguía acercándose. Mi vista, se
nublaba, ¿qué me ocurría?. Se me acercaba, se acercaba cada vez más, su
cara, la estaba levantando, la intriga me comía, pero no podía verla, mis ojos
no querían que la viera.
Poco a poco pude vislumbrar, presa del pánico, descubrí que carecía de
rostro, tan solo una tez blanca, sin ojos, sin labios, sin nariz. Miré a mi
alrededor y sin saber porqué, ya no me encontraba en la estación, sino en la
habitación de los cadáveres, pero ya no estaban, habían desaparecido. La
mujer tampoco estaba, me encontraba en el suelo, sentado, apoyado en la
pared, mi cuerpo no me respondía. Me acordé del hombre encapuchado,
3. ¿dónde estaría?
Susurros, otra vez, los escuchaba, la voz de mujer, en el fondo de la
habitación, ahí se encontraba, otra vez, no podía verle la cara.
Mi respiración, era tranquila, pero mi corazón palpitaba con fuerza, me
golpeaba con desesperación, creía que me iba a explotar.
Ella empezó a acercarse, su caminar resonaba por toda la habitación, cerré
mis ojos, esperando a la muerte que se acercaba. El sonido del caminar se
detuvo, ¿debía abrir los ojos?, decidí abrirlos. Era un infierno.
La cara de la mujer estaba delante de mí, observé cómo iban apareciendo
sus rasgos, lentamente, surgiendo de la nada, de su boca, nariz y ojos, salía
sangre. Ojos completamente negros, sin brillo alguno. Gritaba, no podía
moverme, los cadáveres que habían desaparecido volvieron, se estaban
moviendo, algunos, desmembrados, me tocaban. Los ojos de la mujer
explotaron, de ellos salían múltiples insectos, que llenaban toda la
habitación, me subían por el cuerpo, me entraban por la nariz, por los ojos,
por la boca, notaba dentro de mí la viscosidad de sus pequeños cuerpos, el
batir de sus alas, gritaba de terror, quería morir para poder librarme de este
sufrimiento, de este infierno.
La mujer, dijo solo una palabra, palabra que entendí alta y clara y que sin
saber el por qué, obedecí. "Mátalo"
De repente me encontraba de nuevo corriendo, el hombre seguía
persiguiéndome, el traqueteo del tren cada vez se hacía más fuerte, había
llegado a la estación antes que el encapuchado, miraba hacia todas las
direcciones, ¿qué debía de hacer?.
"Te cogí", esas palabras me helaron la sangre, me giré, el hombre se
abalanzó sobre mí, caímos al suelo, mi cabeza asomaba por el andén, no
podía desprenderlo de mí, me aplastaba, tenía que hacer algo o iba a ser
aplastado por el tren. De repente, unas palabras resonaron en mi cabeza, las
palabras, no, más bien la palabra: "Mátalo"
Cogí al hombre por la capucha, lo empujé al andén, pero él me agarraba, así
que caí con él.
El tren seguía acercándose, ya lo veíamos justo encima, debía salir de ahí,
4. pero mala era mi suerte, el pie, aprisionado en esas grandes láminas de
acero, no me dejaban salir, el hombre se disponía a levantarse, me iba a
alcanzar; tiré de mi pierna con todas mis fuerzas, la tela se rompió, el
hombre había saltado hacia mí, lo empujé con el pie que había liberado, éste
cayó otra vez en las vías.
Esa fue la última vez que lo ví con vida, sus entrañas y jugos desparramados
por el suelo, me daban risa, reía, una risa infernal me rasgaba la garganta,
me dí cuenta que la capucha no había acompañado al hombre a la muerte,
riendo, la cogí, me la puse y me dirigí a la casa donde había comenzado
todo, donde todo comenzaría una y otra vez.
Autora: Milagros Doña Flores, 4ºESO