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Paso de los Toros, 1987
Raúl “Cotorra” Martínez, el primer director técnico que
tuvo Fabián O’Neill en su vida, llegó al enorme caserón donde
vivían “amontonados” el ex jugador con su abuela Mecha y
algunos de sus tíos y primos. Estaba desesperado. Faltaba una
hora y media para la final del campeonato juvenil y no había ni
rastros de su jugador estrella. Lo había visto en el club la noche
anterior durante esas largas partidas de truco y monte con sa-
bor a whisky y humo de tabaco. A Fabián, que tenía 13 años en
esa época, le gustaba mezclarse con los adultos que timbeaban
hasta bien entrada la madrugada. Siempre tenía algunos pesos
amorralados para echar a suerte en las cartas. Pero aquella no-
che el cantinero no quiso que se quedara más y el chiquilín se
fue con sus pesos y sus ganas de tomar el penúltimo trago a otro
lado. Ahí fue cuando Cotorra le perdió la pista.
–Ni entre a buscarlo, no sabe cómo llegó anoche… ¡Ni me
reconoció! –le dijo la abuela Mecha al director técnico, que no
estaba dispuesto a jugar la final contra Huracán sin la figura
del cuadro y no escuchó advertencias. En Paso de los Toros, los
partidos entre Defensor y Huracán son tan clásicos como entre
Nacional y Peñarol. No era una final cualquiera.
Cotorra entró decidido a la casa. Caminó por los corre-
dores hasta llegar al cuarto donde dormía Fabián y lo llevó a
16
cuestas desde la cama hasta la ducha. Mientras el agua fría le
refrescaba la cabeza al recién levantado, Cotorra escuchaba la
voz de la abuela que repetía que lo único que precisaba ese
muchacho era un cuarto oscuro y dormir dos días de corrido.
O’Neill todavía estaba empapado cuando el técnico terminó
de despabilarlo con dos aspirinas y una Coca Cola. Lo tomó
de un brazo e hizo el camino de vuelta por los corredores de
la casa. Pasó por al lado de la abuela, que seguía firme con sus
consejos.
–¡No lo ponga! ¡Va a pasar vergüenza!
Cotorra no detuvo sus pasos apurados, y mientras abando-
naba la casa arrastrando a la fuerza al mejor jugador del equipo,
le avisó a la abuela:
–Si no lo pongo pierdo el campeonato.
El partido final terminó 4 a 2. Ganó Defensor y Fabián
metió dos goles. “¡Y encima le pusieron marca personal!”. Con
su rostro ajado y su pelo blanco y abundante como si fuera de
algodón, el técnico de Defensor de Paso de los Toros, el pri-
mero que tuvo O’Neill como jugador, todavía hoy saborea la
victoria.
* * *
Paso de los Toros es una pequeña ciudad al borde del Río
Negro y exactamente en el centro de Uruguay. Se llama así en
homenaje a la fuerza de los baquianos que ayudaban a cruzar
carretas y tropas de ganado de un lado al otro del río. Eran co-
nocidos como los “hombres toros”. Paso de los Toros también
es celebre porque allí se inventó la famosa agua tónica y porque
17
es la cuna del escritor Mario Benedetti. No es muy distinta a
cualquier ciudad del interior del país. Tiene 12.985 habitantes,
hay más mujeres que hombres y la mayoría de los trabajado-
res son funcionarios públicos o están vinculados a la actividad
agropecuaria. Un gigantesco monumento al toro, ubicado a la
entrada de la ciudad, asoma como referencia inequívoca del lu-
gar. La calle General Artigas, la principal, está partida al medio
por un cantero ancho y tupido de verde. Sobre esa calle está el
bar Carlitos y uno que se llama 18 de Julio, aunque no tenga
un cartel que lo identifique como tal sino dos que dicen “Venta
de Cigarrillos”; también hay una farmacia, un supermercado,
una estación de servicio, una empresa de transporte, una escue-
la, el Club Ámsterdam, tiendas de ropa, peluquerías y un local
donde imparten cursos de mozo y mucama. El punto más alto
de la ciudad es la torre de la Iglesia Santa Isabel, única en el
interior del país por su refinado estilo gótico. Por la baja altura
de sus construcciones parece una ciudad sin sombra, donde el
calor castiga sin piedad durante la primavera y el verano. En
Paso de los Toros los motociclistas usan casco y los ciclistas
todavía se ponen palillos de ropa a la altura de los tobillos para
no ensuciar sus pantalones con el aceite de la cadena.
En esta ciudad, en el año 1973, nació Fabián Alberto
O’Neill Domínguez, el primero de la séptima generación de
los O’Neill que llegaron a Uruguay desde Irlanda en 1837. Es
el mayor de cuatro hermanos varones pero es el único que no
se crió con sus padres. A los pocos meses de nacido, su abuela
se ocupó de él.
En este punto de su vida hay zonas grises que ni el propio
O’Neill ni gente de su entorno aclaran del todo. De eso no se
18
habla. Pocos quieren o saben explicar por qué el ex jugador fue
criado por su abuela. “La versión que tengo yo es que ellos no
me podían tener, en el sentido para mantenerme y darme de
comer”, dice Fabián. Rider O’Neill, uno de sus tres hermanos
menores, que también se dedicó al fútbol profesional, sostiene
el relato. “Fue por la pobreza”, dice. “Mi madre era más pu-
diente que mi padre, mi padre era pobre, pobre. Tuvieron a
Fabián y no lo podían mantener. Con decirte que mis padres
vivían debajo de un ombú antes de hacerse la casa…”.
La historia tiene ribetes de telenovela de la tarde. Mercedes
“Marita” Domínguez, la joven de familia acomodada de Paso
de los Toros, la menor de diez hermanos e hija de una estanciera
con carácter, se enamora de Luis Alberto O’Neill, el “Peludo”,
un hombre pobre y con fama de timbero. Su familia condena
el noviazgo pero nada de esto le importa a la muchacha que
se va a vivir sin lujos junto a su amado. “Yo tenía 17 años, era
una niña de mamá. Mi madre no lo quería ni ver en la puerta,
pero yo me enamoré de él”, cuenta Marita. En ese entonces,
antes de ser funcionario de UTE, él vivía del fútbol amateur,
fue jugador de los clubes América y Oriental, entre otros, y ha-
cía algunas changas a cambio de escaso dinero y materiales de
construcción. Cuando ella queda embarazada de Fabián, se dan
cuenta de que va a ser difícil mantenerlo. Para ilustrar la mala-
ria de aquellos tiempos, Rider, que es apenas dos años menor
que Fabián, se acuerda de que iba pedaleando en su bicicleta a
buscar el pan y la leche que cada día le daban a su padre como
pago en uno de los clubes donde jugaba.
A los pocos meses del nacimiento de Fabián, Marita y
Luis Alberto atraviesan su primera crisis de pareja. Cerca de
19
aquel fin de año de 1973, se separan por unos días y la “niña de
mamá” vuelve a buscar refugio al hogar materno. Luego habrá
unas cuantas idas y vueltas, peleas y reconciliaciones, hasta que
la abuela Mecha dice basta y busca proteger a su nieto de tanta
crisis doméstica. “Cuando arregles las cosas con tu marido, vol-
vés a buscarlo”, cuenta Marita que le dijo su madre.
Marita cuenta que casi no tuvo alternativa. Lo dejó a su
cargo uno, dos, tres meses. Años. “Pero iba todos los días a
verlo, nunca dejé de estar con él, era todo para mí y sufrí mu-
cho”. Cuando su vida ya está más encaminada, cuando con su
esposo logran construir una casa ­­­–­después de hacer a pulmón
un hogar donde vivir– busca recuperar a su hijo pero ya es tar-
de; este siente que su abuela ya es como su madre y la abuela,
demasiado encariñada, tampoco está dispuesta a dejar que su
nieto se vaya de su lado.
Hay más de una versión sobre el desenlace de esta trama.
En la propia familia hay voces discordantes. Rider dice que la
abuela y su familia pusieron a Fabián en contra de su madre.
“Mi madre lo quiso traer de vuelta con nosotros pero ya la
abuela se había encariñado, ya la había serruchado con eso de
que lo dejó tirado. Y Fabián era muy chico, hasta hoy no sabe
bien la historia. Nunca supo la verdadera historia porque nun-
ca quiso escuchar a mi madre”.
Julián Domínguez (más conocido como “Lalo”), tío ma-
terno de O’Neill, asegura que su sobrino nunca pudo regresar
con su madre porque ya estaba “acostumbrado” a vivir con su
abuela. “Iba un rato a pasar con ellos y sus hermanos, y volvía
enseguida porque se cagaban a trompadas. Iba con la mochila
a pasar un fin de semana y al rato daba vuelta para atrás por-
20
que se habían peleado”. Eran peleas de niños, las clásicas entre
hermanos varones, matiza Rider. E insiste que, lejos de haber
un conflicto, a Fabián le “llenaron la cabeza” en contra de su
madre, alimentando la idea de que lo había abandonado.
“Lo enredaron. ¿Por qué lo tiraron en contra de la madre?
Si no lo dejó tirado, al revés, quería lo mejor para él en esa si-
tuación que no tenían ni para comer. ¿Por qué te van a llevar
para abajo de un árbol?, ¿para pasar mal? Al revés, lo dejaron
con la abuela. Pero mi madre iba todos los días, no era que no
fue nunca más”. Según el hermano de Fabián, la familia le re-
prochó siempre lo mismo a la madre: “¿Teniendo todo te vas a
vivir debajo de un árbol?”, fue la pregunta que siempre quedó
aguijoneando.
Tantos reproches y rencores dejaron secuelas en la familia
O’Neill Domínguez. Por un lado estaba Fabián, su abuela y sus
tíos. Por el otro, sus padres y sus tres hermanos, todos varones y
con dos años de diferencia entre sí. Vivían a ocho cuadras pero
se veían más bien poco y la relación era fría.
Mientras que para Fabián su abuela era “todo, la vida”, Ri-
der, su hermano, se refiere a ella como “la madre de mi madre”.
Fabián O’Neill prefiere hablar poco de aquellos años. Los
comentarios que hace sobre su madre son escasos pero contun-
dentes. Dice que no la quiere. “No tengo sentimiento… no voy
a mentir. Es una cosa que ¡ta!, te parió ahí… pero, ¡yo qué sé!, yo
tengo el ejemplo de muchísima gente que la madre es la que te
parió, la que te cría, la que te enseña y esto, y esto y lo otro”.
“No voy a hablar de mi madre porque me parió y soy Fa-
bián O’Neill hoy por ella también porque me tuvo pero…”. El
ex jugador no completa la frase.
21
Con el paso de los años, la relación de Fabián con sus
padres mutó varias veces; transitó momentos buenos y malos.
Pese a las duras sentencias que hoy hace sobre su madre, en su
mejor época de jugador la llevó a vivir con él a Italia. También
llevó a su padre, con quien reconoce haber mantenido una
mejor relación. Rider dice que hubo un “clic” en el vínculo de
O’Neill con su madre que no lo sabe explicar. No tiene idea
de la razón. Pudo haber sido en una tormenta de la adolescen-
cia cuando ya estaba en Montevideo jugando en Nacional y la
soledad en la capital lo empujaba a revolver en sus orígenes.
Lo cierto es que cuando sus padres se separaron, a mediados
de la década de 2000, Fabián afianzó más que nunca la rela-
ción con su padre y dejó a un lado cualquier acercamiento
con su madre.
En una entrevista que dio para el programa de televisión
Cámara Testigo en el año 2011, el ex jugador hace unas lacó-
nicas referencias al tema. Dice que al padre lo recuerda y lo
quiere mucho. Pero no parece poder perdonarle a la madre el
supuesto abandono. “Me lo han contado varias veces pero igual
no me convencen a mí. Me dicen que me dio. Pero a mi dame
de comer, como le doy yo a mi hijo. ¿Si no te dan de comer,
boludo?”
. Y dejó claro una vez más que lo más importante en
su vida fue su abuela. Andrea Ramírez, la tercera y actual esposa
de Fabián, dice que una vez lo vio llorando por su madre. “Un
día en la estancia estaba él en la cocina de los peones y lo en-
contré llorando. Se preguntaba ‘¿por qué mi madre me dejó a
mí y crió a otros tres varones?’ ”. Esa misma pregunta es la que,
según Marita, nunca escuchó de la boca de su hijo. “Jamás me
. Cámara Testigo, Canal 12, julio 2011.
22
preguntó nada, nunca. Se guió por el entorno, por lo que decía
el pueblo, por rumores. A mí me dolió mucho eso”.
Luis Alberto O’Neill murió en el 2009. En el pueblo mu-
chos lo recuerdan por gestos solidarios iguales a los que hoy
tiene su hijo. Cuando era operario de UTE tenía la ingrata
tarea de cortar la luz a quienes no pagaban, algo que trataba
de postergar todo lo que podía, conversando con los vecinos,
buscando la manera de que se pusieran al día. Mercedes Do-
mínguez vive aún en Paso de los Toros. Cultiva un perfil muy
bajo, dice que le gusta la tranquilidad del campo y de hecho
siempre estuvo ligada a tareas rurales. Aún hoy sigue haciendo
lo mismo. Fabián llegó a decir que si la ve por la calle, no la
saluda. “No es algo que me llame la atención”.
* * *
A los 9 años Fabián O’Neill le hacía los mandados a las
prostitutas del pueblo, vivía casi todo el tiempo en la calle y
jugaba al fútbol hasta las 3 de la mañana. Eran “picados” de
“veinte contra veinte” en la calle Zorrilla de San Martín, frente
a la casona de la abuela Mecha.
O’Neill anduvo desde muy chico mezclado entre los adul-
tos y sus vicios, algo que no solo lo enorgullece sino que tam-
bién señala como escuela de vida. Dice que empezó a tomar
alcohol a los 9 años y no se olvida más de cuál fue la primera
bebida que probó y le alteró el espíritu: una caña con Coca
Cola. “Aprendí todo en la calle. De lo que saco fruto es que
me junté con esas personas mayores y eso me enseñaba cosas:
el respeto con la gente. Si estaban jugando cuatro o cinco a la
23
conga y yo estaba afuera y tenía que salir a hacer un mandado,
iba. Ahora mandás a un botija a hacer un mandado y capaz
que ni va. El respeto a los mayores es fundamental”. El Cotorra
Martínez le dijo una vez una frase que lo marcó a fuego: “El
respeto es como el dólar, tiene valor en todos lados”.
El submundo de la noche. Las apuestas, el truco, el tute, la
mesa de un casín, el mostrador de estaño, el vaso de vino servi-
do con precisión hasta el borde y las piedras de hielo flotando
en un whisky formaban parte de su ambiente. Una escenografía
inusual para un niño de 9 años, que siempre disfrutó más la
compañía de los adultos que de los de su edad.
O’Neill se jacta de haber sido en esos años mandadero de
las prostitutas de un quilombo que quedaba a pocas cuadras de
su casa. Dice que a las 11 de la mañana ya empezaba con esas
tareas que le servían para hacerse unos pesos y también para
introducirse en un universo que por supuesto estaba vedado
para el resto de sus compañeros del colegio de monjas. Tam-
bién tenía una apariencia que lo hacía atractivo para las chicas
más grandes. “Yo era de ojos celestes, pelo bien rubio, larguito,
medio pintón y encima bandido”. Cotorra Martínez, el hom-
bre con pelo de algodón, dice que Fabián usaba “una melenita”
al estilo del jugador argentino Claudio Caniggia.
Su primera vez fue a los 11 años. Debutó con una joven de
Cerro Largo veinte años mayor.
Además de hacerle los mandados a las prostitutas, en las
noches vendía chorizos en la puerta del prostíbulo. En realidad
acompañaba a Ariel Jaques, “El Jaquecito”, un veterano que
ponía un medio tanque y se hacía unos pesos con los caballeros
que salían hambrientos después de tanto esfuerzo físico. “Era
24
un viejito pobre, yo andaba con él y lo ayudaba”. “Una vez llegó
un gaucho grandísimo y pidió uno, pidió dos, pidió hasta siete
chorizos y dejó 300 pesos, que era un platal”, recuerda O’Neill
y la apunta como una de las primeras anécdotas vinculadas al
submundo nocturno.
Con la plata que hacía en esas noches, O’Neill se jugaba
una conga, se compraba algún trago y pasaba el tiempo en los
boliches de Paso de los Toros. “Andaba todo el tiempo en la
calle, no como pichi, sino buscándola. Y con respeto. Hoy hay
muchos botijas que me piden plata a mí para una milanesa,
para esto o lo otro y a veces no es pedir, hay que ganársela.
Cuando era botija, no sé si era inteligente o me hacía querer”.
Antes de su agitada vida en la ciudad, el ex jugador vivió
sus primeros seis años en el campo de su abuela, en una es-
tancia que quedaba a unos 20 kilómetros de Paso de los Toros
por un camino rural. Tenía 200 hectáreas, una casa antigua,
grande, rodeada de muros, que daba a las costas del río Sal-
sipuedes, donde O’Neill solía pescar junto a los peones de la
estancia. En el campo había actividad ganadera aunque no de
gran volumen. Lo que recuerda Fabián de esos años es que an-
daba todo el tiempo arriba de dos potrancas y jugaba al fútbol
con un capataz que lo hacía enojar porque se demoraba horas
para decidirse a pelotear con él. El “Cholo” Domínguez, otro
de sus tíos, le regaló la primera pelota de cuero, una que estuvo
ahí camuflada entre los pastos de la estancia hasta que O’Neill
se fue a jugar a Italia. Fabián siempre andaba con los peones y
le gustaba corretear atrás de los chanchos jabalíes. Ahí aprendió
a cazar y forjó un vínculo con la vida campestre que mantiene
hasta el día de hoy. Dice que en su adolescencia no había torca-
25
za o aperiá que se le escapara. Con una honda tenía tan buena
puntería como con un rifle.
Cuando cumplió seis años, su abuela lo llevó a la ciudad
para que empezara la escuela en el colegio María Auxiliadora,
a una cuadra y media del caserón de la calle Zorrilla de San
Martín, una construcción antigua, de techos altos y grandes
ventanas donde vivía con sus primos y tíos.
En su familia dicen que Fabián era el niño mimado de las
monjas, un cariño que se reflejaba con un encargo que encerra-
ba una gran responsabilidad: izar la bandera uruguaya todos los
días. Tarea en los papeles sencilla pero que no era cumplida con
total eficiencia. “A veces iba mamado y la ponía con el sol para
abajo”. En la mayoría de las ocasiones era porque se acostaba
tarde después de tanto trajín en los prostíbulos y boliches. “Lle-
gaba a las 6 o 7 de la mañana y a las 8 tenía que ir a estudiar”. A
veces iba solamente a poner la bandera y volvía a su casa a dor-
mir un rato y seguía de largo. Las monjas llamaban a la abuela
para avisarle que había puesto la bandera al revés.
O’Neill también fue monaguillo en la iglesia del pueblo.
Los domingos de misa tenía que estar una hora antes para pre-
parar la eucaristía. “Comíamos las ostias que no tienen gusto
a nada, tienen gusto a Dios nomás… Y todavía se te pega en
el paladar”, recuerda con una carcajada. Hoy asegura que hace
mucho tiempo ya que no pisa una iglesia.
Fabián dice que iba a la escuela “obligado”, que era el me-
jor de todos en Matemática (“me decías 4 por 3 y en un ratito
te lo sacaba”) y que era “un desastre” en Historia y Geografía.
Cuando terminó la primaria se inscribió en la UTU y en dos
años se recibió de herrero. Su mejor trabajo fue hacerle las
26
rejas de la casa al Cotorra Martínez, el técnico que tenía en
Defensor.
En esos años de la UTU, Fabián iba y venía a todos la-
dos en una bicicleta Graciela. Y el fútbol empezaba a dominar
su vida. Su calidad llamaba la atención de todos, no pasaba
desapercibida para nadie. Su primer técnico lo describe. “Ju-
gaba muy bien. Jugaba adelante, como entreala derecho, como
nueve a veces, en donde se lo necesitara él jugaba. A veces hasta
de cinco lo ponía. Jugaba con los dos rebenques, enroscaba con
una y enroscaba con la otra, no sabías con cuál le iba a pegar. Yo
le decía al tío que le veía condiciones, que había que ayudarlo
porque iba a llegar lejos”.
Una vez, a fines de los años ochenta, Cotorra y Fabián
estaban mirando un partido de Brasil en un bar y Bebeto, que
recién asomaba como crack en la selección norteña, hizo una
jugada que sorprendió a todos. Cotorra desafío a O’Neill para
que la repitiera. “¡Y la hizo!”. Por esa misma época, en un par-
tido entre las divisiones juveniles de Defensor de Paso de los
Toros y Colón O’Neill hizo 13 goles en un solo tiempo. El ta-
lento de Fabián ya empezaba a incomodar a técnicos contrarios
que no estaban muy acostumbrados a tener enfrente a alguien
que les complicara de esta manera los previsibles esquemas del
fútbol infantil. En uno de tantos partidos, un entrenador rival
le pidió, casi encarecidamente, a uno de sus jugadores que no
se despegara de Fabián, que lo siguiera en cada uno de sus mo-
vimientos, que fuera su sombra. Tan a pecho se lo tomó que en
el entretiempo, cuando O’Neill estaba refrescándose con agua
a un costado de la cancha, su marcador estaba atrás como un
guardaespaldas.
27
Los días de Fabián transcurrían entre idas al campo los
fines de semana, las prácticas y las clases en la UTU. Roberto
Silva, compañero de equipo en aquella época y actual vicepresi-
dente de Defensor, lo pasaba a buscar para ir a los entrenamien-
tos. A la vuelta paraban en la casa de la abuela para descansar
y tomar la merienda. Roberto recuerda que la primera vez que
tomó agua mineral fue ahí. “Era una agua mineral Vitel, aque-
lla que había antes. Y Fabián me dijo: ‘tomala rápido’. Y seguro,
yo acostumbrado a tomar agua de la canilla nomás, entonces
empecé a llorar por la efervescencia. Fabián se reía y yo me pre-
guntaba ¿pah, qué me está haciendo esta agua?”. Acaso Silva es
uno de los pocos que tiene una imagen de O’Neill invitando a
alguien a tomar agua.
Había pocos momentos en el día en que Fabián no estu-
viera corriendo atrás de una pelota. El fútbol lo dominaba todo
en su vida pero no tenía una plena identificación con ningún
cuadro. Aunque hoy se sienta hincha de Nacional, dice que el
primer club por el que simpatizó fue Danubio (del que pue-
de recitar de memoria el plantel completo que salió campeón
del Uruguayo en el año 1988), que también llegó a salir en
los festejos del Peñarol campeón de América en 1987 y que al
año siguiente hizo lo mismo cuando Nacional obtuvo la Copa
Libertadores y la Copa Intercontinental. Una ensalada de equi-
pos, sin fanatismo por ninguno, quizá atribuible a alguien que
pone por encima la diversión de un festejo multitudinario so-
bre la identificación deportiva. O’Neill, típico exponente del
muchacho con afán de jolgorio del interior, era así.
En los recreos en la UTU siempre se armaban picados y
todos volvían descamisados, sudados y sin sus corbatas. Un día
28
O’Neill entró transpirado y exhausto a clase, y una profeso-
ra, Estela Romano, lo encaró. “Fabián, ¿qué pensás vos de la
vida?”. “Yo pienso que voy a jugar al fútbol y voy a ir a España
algún día”, le contestó. Eran tiempos en los que Europa no era
vista todavía como la gran meca de los futbolistas uruguayos
o como la salvación económica para la familia de un chiquilín
que apostaba fuerte a la pelota.
* * *
Fabián O’Neill dice que durmió en la misma cama que su
abuela hasta los 14 años. Mecha era una mujer sencilla y fami-
liera, hincha de Nacional y “blanca como hueso de bagual”.
“Yo ni sé ni cómo es la política pero mi abuela al ser blanca,
yo era blanco también. Y hoy soy blanco y de Wilson Ferreira
como era ella”, afirma Fabián, que sin embargo nunca votó en
las elecciones nacionales.
La abuela Mecha siempre estaba pendiente de todo lo que
pasaba a su alrededor. A la tarde, después de encargarse de la
cocina, tomaba mate dulce recostada en el perezoso en el patio
lateral de la casa. Era la matriarca. “Una mujer de antes”, define
el tío Lalo. Esa fue la mujer que crió al ex jugador, que siempre
se encargó de subrayar ese lazo indestructible. “Me enseñó a ser
gente; si tengo que jurar por algo lo hago por ella”, confesó en
una entrevista con La Diaria.
A los 14 años debutó en la primera división de Defensor de
Paso de los Toros y su nombre empezó a retumbar en el mun-
dillo futbolero de la ciudad. Flaquito, por lo menos dos o tres
. La Diaria, 9 de enero de 2012.
29
años menor que el resto de los jugadores, O’Neill se destacaba
por sus pases largos y por estar siempre bien posicionado en la
cancha. “No debe haber jugado más de cuatro o cinco partidos
que ya vinieron de Nacional y se lo llevaron”, contó Giovanni
Domínguez, un ex compañero en Defensor, en un artículo pu-
blicado en la revista Posdata en noviembre de 1995.
Todos los que seguían el fútbol en Paso de los Toros sabían
que ese rubio callejero y carismático tenía los días contados en
las canchas locales. Era vox populi que su habilidad desbordaba
los límites del fútbol de cabotaje y era cuestión de tiempo para
que los ojos de la capital se fijaran en él. Su talento era tema
de conversación en cada boliche. El Cotorra lo comentaba con
los padres de los otros muchachos que aprendían fútbol con él,
durante las meriendas de chocolate y pan con manteca después
de los partidos. Algún día iba a llegar a la ciudad uno de esos
caza talentos que trillan los rincones del Uruguay profundo. O
alguien se iba a encargar de anunciarle al fútbol grande que un
tal O’Neill existía. Y ese alguien avisó.
Eduardo “Lalo” Olivera era un funcionario del Banco de
Previsión Social de Paso de los Toros. Carlos Di Carlo, su jefe
en Montevideo, era además dirigente del Club Nacional de
Football. En uno de sus encuentros laborales, durante una tí-
pica charla de rutina, de esas que se inician para romper un
silencio, Di Carlo le preguntó a Olivera:
–¡Che, Lalo!, ¿no hay nadie que la rompa en Paso de los
Toros?
Di Carlo no esperaba otra respuesta de las que ya estaba
acostumbrado a oír cuando preguntaba casi por compromiso
. Posdata, 24 de noviembre de 1995, pág. 97.
30
por algún talento oculto en el interior del país. Y por más sen-
cilla que le pareció la contestación de Olivera, hubo algo, quizá
en el entusiasmo de su interlocutor, que le quedó picando en
su cabeza.
–Sí, hay un chiquilín en Paso de los Toros, cómo no.
Olivera había visto jugar a O’Neill apenas un par de veces.
Las suficientes como para darse cuenta de que era un jugador
con pasta, diferente. Otros amigos le habían comentado sus
habilidades y el Cotorra también le había insistido que Fabián,
su jugador estrella, al que iba a buscar hasta la cama de la abuela
para despertarlo para jugar, podía llegar lejos.
–Bueno, me tenés que dar el nombre y hay que hablar con
él –le dijo Di Carlo.
Esa misma tarde el nombre de Fabián O’Neill llegó a los
oídos de Roberto Recalt, el entonces presidente del Club Na-
cional de Football. Era el año 1990.
“Y ahí empezó todo”, cuenta hoy Lalo Olivera con indisi-
mulable orgullo.
Fabián O’Neill: extracto de su libro autobiográfico

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Fabián O’Neill: extracto de su libro autobiográfico

  • 1.
  • 2. 15 Paso de los Toros, 1987 Raúl “Cotorra” Martínez, el primer director técnico que tuvo Fabián O’Neill en su vida, llegó al enorme caserón donde vivían “amontonados” el ex jugador con su abuela Mecha y algunos de sus tíos y primos. Estaba desesperado. Faltaba una hora y media para la final del campeonato juvenil y no había ni rastros de su jugador estrella. Lo había visto en el club la noche anterior durante esas largas partidas de truco y monte con sa- bor a whisky y humo de tabaco. A Fabián, que tenía 13 años en esa época, le gustaba mezclarse con los adultos que timbeaban hasta bien entrada la madrugada. Siempre tenía algunos pesos amorralados para echar a suerte en las cartas. Pero aquella no- che el cantinero no quiso que se quedara más y el chiquilín se fue con sus pesos y sus ganas de tomar el penúltimo trago a otro lado. Ahí fue cuando Cotorra le perdió la pista. –Ni entre a buscarlo, no sabe cómo llegó anoche… ¡Ni me reconoció! –le dijo la abuela Mecha al director técnico, que no estaba dispuesto a jugar la final contra Huracán sin la figura del cuadro y no escuchó advertencias. En Paso de los Toros, los partidos entre Defensor y Huracán son tan clásicos como entre Nacional y Peñarol. No era una final cualquiera. Cotorra entró decidido a la casa. Caminó por los corre- dores hasta llegar al cuarto donde dormía Fabián y lo llevó a
  • 3. 16 cuestas desde la cama hasta la ducha. Mientras el agua fría le refrescaba la cabeza al recién levantado, Cotorra escuchaba la voz de la abuela que repetía que lo único que precisaba ese muchacho era un cuarto oscuro y dormir dos días de corrido. O’Neill todavía estaba empapado cuando el técnico terminó de despabilarlo con dos aspirinas y una Coca Cola. Lo tomó de un brazo e hizo el camino de vuelta por los corredores de la casa. Pasó por al lado de la abuela, que seguía firme con sus consejos. –¡No lo ponga! ¡Va a pasar vergüenza! Cotorra no detuvo sus pasos apurados, y mientras abando- naba la casa arrastrando a la fuerza al mejor jugador del equipo, le avisó a la abuela: –Si no lo pongo pierdo el campeonato. El partido final terminó 4 a 2. Ganó Defensor y Fabián metió dos goles. “¡Y encima le pusieron marca personal!”. Con su rostro ajado y su pelo blanco y abundante como si fuera de algodón, el técnico de Defensor de Paso de los Toros, el pri- mero que tuvo O’Neill como jugador, todavía hoy saborea la victoria. * * * Paso de los Toros es una pequeña ciudad al borde del Río Negro y exactamente en el centro de Uruguay. Se llama así en homenaje a la fuerza de los baquianos que ayudaban a cruzar carretas y tropas de ganado de un lado al otro del río. Eran co- nocidos como los “hombres toros”. Paso de los Toros también es celebre porque allí se inventó la famosa agua tónica y porque
  • 4. 17 es la cuna del escritor Mario Benedetti. No es muy distinta a cualquier ciudad del interior del país. Tiene 12.985 habitantes, hay más mujeres que hombres y la mayoría de los trabajado- res son funcionarios públicos o están vinculados a la actividad agropecuaria. Un gigantesco monumento al toro, ubicado a la entrada de la ciudad, asoma como referencia inequívoca del lu- gar. La calle General Artigas, la principal, está partida al medio por un cantero ancho y tupido de verde. Sobre esa calle está el bar Carlitos y uno que se llama 18 de Julio, aunque no tenga un cartel que lo identifique como tal sino dos que dicen “Venta de Cigarrillos”; también hay una farmacia, un supermercado, una estación de servicio, una empresa de transporte, una escue- la, el Club Ámsterdam, tiendas de ropa, peluquerías y un local donde imparten cursos de mozo y mucama. El punto más alto de la ciudad es la torre de la Iglesia Santa Isabel, única en el interior del país por su refinado estilo gótico. Por la baja altura de sus construcciones parece una ciudad sin sombra, donde el calor castiga sin piedad durante la primavera y el verano. En Paso de los Toros los motociclistas usan casco y los ciclistas todavía se ponen palillos de ropa a la altura de los tobillos para no ensuciar sus pantalones con el aceite de la cadena. En esta ciudad, en el año 1973, nació Fabián Alberto O’Neill Domínguez, el primero de la séptima generación de los O’Neill que llegaron a Uruguay desde Irlanda en 1837. Es el mayor de cuatro hermanos varones pero es el único que no se crió con sus padres. A los pocos meses de nacido, su abuela se ocupó de él. En este punto de su vida hay zonas grises que ni el propio O’Neill ni gente de su entorno aclaran del todo. De eso no se
  • 5. 18 habla. Pocos quieren o saben explicar por qué el ex jugador fue criado por su abuela. “La versión que tengo yo es que ellos no me podían tener, en el sentido para mantenerme y darme de comer”, dice Fabián. Rider O’Neill, uno de sus tres hermanos menores, que también se dedicó al fútbol profesional, sostiene el relato. “Fue por la pobreza”, dice. “Mi madre era más pu- diente que mi padre, mi padre era pobre, pobre. Tuvieron a Fabián y no lo podían mantener. Con decirte que mis padres vivían debajo de un ombú antes de hacerse la casa…”. La historia tiene ribetes de telenovela de la tarde. Mercedes “Marita” Domínguez, la joven de familia acomodada de Paso de los Toros, la menor de diez hermanos e hija de una estanciera con carácter, se enamora de Luis Alberto O’Neill, el “Peludo”, un hombre pobre y con fama de timbero. Su familia condena el noviazgo pero nada de esto le importa a la muchacha que se va a vivir sin lujos junto a su amado. “Yo tenía 17 años, era una niña de mamá. Mi madre no lo quería ni ver en la puerta, pero yo me enamoré de él”, cuenta Marita. En ese entonces, antes de ser funcionario de UTE, él vivía del fútbol amateur, fue jugador de los clubes América y Oriental, entre otros, y ha- cía algunas changas a cambio de escaso dinero y materiales de construcción. Cuando ella queda embarazada de Fabián, se dan cuenta de que va a ser difícil mantenerlo. Para ilustrar la mala- ria de aquellos tiempos, Rider, que es apenas dos años menor que Fabián, se acuerda de que iba pedaleando en su bicicleta a buscar el pan y la leche que cada día le daban a su padre como pago en uno de los clubes donde jugaba. A los pocos meses del nacimiento de Fabián, Marita y Luis Alberto atraviesan su primera crisis de pareja. Cerca de
  • 6. 19 aquel fin de año de 1973, se separan por unos días y la “niña de mamá” vuelve a buscar refugio al hogar materno. Luego habrá unas cuantas idas y vueltas, peleas y reconciliaciones, hasta que la abuela Mecha dice basta y busca proteger a su nieto de tanta crisis doméstica. “Cuando arregles las cosas con tu marido, vol- vés a buscarlo”, cuenta Marita que le dijo su madre. Marita cuenta que casi no tuvo alternativa. Lo dejó a su cargo uno, dos, tres meses. Años. “Pero iba todos los días a verlo, nunca dejé de estar con él, era todo para mí y sufrí mu- cho”. Cuando su vida ya está más encaminada, cuando con su esposo logran construir una casa ­­­–­después de hacer a pulmón un hogar donde vivir– busca recuperar a su hijo pero ya es tar- de; este siente que su abuela ya es como su madre y la abuela, demasiado encariñada, tampoco está dispuesta a dejar que su nieto se vaya de su lado. Hay más de una versión sobre el desenlace de esta trama. En la propia familia hay voces discordantes. Rider dice que la abuela y su familia pusieron a Fabián en contra de su madre. “Mi madre lo quiso traer de vuelta con nosotros pero ya la abuela se había encariñado, ya la había serruchado con eso de que lo dejó tirado. Y Fabián era muy chico, hasta hoy no sabe bien la historia. Nunca supo la verdadera historia porque nun- ca quiso escuchar a mi madre”. Julián Domínguez (más conocido como “Lalo”), tío ma- terno de O’Neill, asegura que su sobrino nunca pudo regresar con su madre porque ya estaba “acostumbrado” a vivir con su abuela. “Iba un rato a pasar con ellos y sus hermanos, y volvía enseguida porque se cagaban a trompadas. Iba con la mochila a pasar un fin de semana y al rato daba vuelta para atrás por-
  • 7. 20 que se habían peleado”. Eran peleas de niños, las clásicas entre hermanos varones, matiza Rider. E insiste que, lejos de haber un conflicto, a Fabián le “llenaron la cabeza” en contra de su madre, alimentando la idea de que lo había abandonado. “Lo enredaron. ¿Por qué lo tiraron en contra de la madre? Si no lo dejó tirado, al revés, quería lo mejor para él en esa si- tuación que no tenían ni para comer. ¿Por qué te van a llevar para abajo de un árbol?, ¿para pasar mal? Al revés, lo dejaron con la abuela. Pero mi madre iba todos los días, no era que no fue nunca más”. Según el hermano de Fabián, la familia le re- prochó siempre lo mismo a la madre: “¿Teniendo todo te vas a vivir debajo de un árbol?”, fue la pregunta que siempre quedó aguijoneando. Tantos reproches y rencores dejaron secuelas en la familia O’Neill Domínguez. Por un lado estaba Fabián, su abuela y sus tíos. Por el otro, sus padres y sus tres hermanos, todos varones y con dos años de diferencia entre sí. Vivían a ocho cuadras pero se veían más bien poco y la relación era fría. Mientras que para Fabián su abuela era “todo, la vida”, Ri- der, su hermano, se refiere a ella como “la madre de mi madre”. Fabián O’Neill prefiere hablar poco de aquellos años. Los comentarios que hace sobre su madre son escasos pero contun- dentes. Dice que no la quiere. “No tengo sentimiento… no voy a mentir. Es una cosa que ¡ta!, te parió ahí… pero, ¡yo qué sé!, yo tengo el ejemplo de muchísima gente que la madre es la que te parió, la que te cría, la que te enseña y esto, y esto y lo otro”. “No voy a hablar de mi madre porque me parió y soy Fa- bián O’Neill hoy por ella también porque me tuvo pero…”. El ex jugador no completa la frase.
  • 8. 21 Con el paso de los años, la relación de Fabián con sus padres mutó varias veces; transitó momentos buenos y malos. Pese a las duras sentencias que hoy hace sobre su madre, en su mejor época de jugador la llevó a vivir con él a Italia. También llevó a su padre, con quien reconoce haber mantenido una mejor relación. Rider dice que hubo un “clic” en el vínculo de O’Neill con su madre que no lo sabe explicar. No tiene idea de la razón. Pudo haber sido en una tormenta de la adolescen- cia cuando ya estaba en Montevideo jugando en Nacional y la soledad en la capital lo empujaba a revolver en sus orígenes. Lo cierto es que cuando sus padres se separaron, a mediados de la década de 2000, Fabián afianzó más que nunca la rela- ción con su padre y dejó a un lado cualquier acercamiento con su madre. En una entrevista que dio para el programa de televisión Cámara Testigo en el año 2011, el ex jugador hace unas lacó- nicas referencias al tema. Dice que al padre lo recuerda y lo quiere mucho. Pero no parece poder perdonarle a la madre el supuesto abandono. “Me lo han contado varias veces pero igual no me convencen a mí. Me dicen que me dio. Pero a mi dame de comer, como le doy yo a mi hijo. ¿Si no te dan de comer, boludo?” . Y dejó claro una vez más que lo más importante en su vida fue su abuela. Andrea Ramírez, la tercera y actual esposa de Fabián, dice que una vez lo vio llorando por su madre. “Un día en la estancia estaba él en la cocina de los peones y lo en- contré llorando. Se preguntaba ‘¿por qué mi madre me dejó a mí y crió a otros tres varones?’ ”. Esa misma pregunta es la que, según Marita, nunca escuchó de la boca de su hijo. “Jamás me . Cámara Testigo, Canal 12, julio 2011.
  • 9. 22 preguntó nada, nunca. Se guió por el entorno, por lo que decía el pueblo, por rumores. A mí me dolió mucho eso”. Luis Alberto O’Neill murió en el 2009. En el pueblo mu- chos lo recuerdan por gestos solidarios iguales a los que hoy tiene su hijo. Cuando era operario de UTE tenía la ingrata tarea de cortar la luz a quienes no pagaban, algo que trataba de postergar todo lo que podía, conversando con los vecinos, buscando la manera de que se pusieran al día. Mercedes Do- mínguez vive aún en Paso de los Toros. Cultiva un perfil muy bajo, dice que le gusta la tranquilidad del campo y de hecho siempre estuvo ligada a tareas rurales. Aún hoy sigue haciendo lo mismo. Fabián llegó a decir que si la ve por la calle, no la saluda. “No es algo que me llame la atención”. * * * A los 9 años Fabián O’Neill le hacía los mandados a las prostitutas del pueblo, vivía casi todo el tiempo en la calle y jugaba al fútbol hasta las 3 de la mañana. Eran “picados” de “veinte contra veinte” en la calle Zorrilla de San Martín, frente a la casona de la abuela Mecha. O’Neill anduvo desde muy chico mezclado entre los adul- tos y sus vicios, algo que no solo lo enorgullece sino que tam- bién señala como escuela de vida. Dice que empezó a tomar alcohol a los 9 años y no se olvida más de cuál fue la primera bebida que probó y le alteró el espíritu: una caña con Coca Cola. “Aprendí todo en la calle. De lo que saco fruto es que me junté con esas personas mayores y eso me enseñaba cosas: el respeto con la gente. Si estaban jugando cuatro o cinco a la
  • 10. 23 conga y yo estaba afuera y tenía que salir a hacer un mandado, iba. Ahora mandás a un botija a hacer un mandado y capaz que ni va. El respeto a los mayores es fundamental”. El Cotorra Martínez le dijo una vez una frase que lo marcó a fuego: “El respeto es como el dólar, tiene valor en todos lados”. El submundo de la noche. Las apuestas, el truco, el tute, la mesa de un casín, el mostrador de estaño, el vaso de vino servi- do con precisión hasta el borde y las piedras de hielo flotando en un whisky formaban parte de su ambiente. Una escenografía inusual para un niño de 9 años, que siempre disfrutó más la compañía de los adultos que de los de su edad. O’Neill se jacta de haber sido en esos años mandadero de las prostitutas de un quilombo que quedaba a pocas cuadras de su casa. Dice que a las 11 de la mañana ya empezaba con esas tareas que le servían para hacerse unos pesos y también para introducirse en un universo que por supuesto estaba vedado para el resto de sus compañeros del colegio de monjas. Tam- bién tenía una apariencia que lo hacía atractivo para las chicas más grandes. “Yo era de ojos celestes, pelo bien rubio, larguito, medio pintón y encima bandido”. Cotorra Martínez, el hom- bre con pelo de algodón, dice que Fabián usaba “una melenita” al estilo del jugador argentino Claudio Caniggia. Su primera vez fue a los 11 años. Debutó con una joven de Cerro Largo veinte años mayor. Además de hacerle los mandados a las prostitutas, en las noches vendía chorizos en la puerta del prostíbulo. En realidad acompañaba a Ariel Jaques, “El Jaquecito”, un veterano que ponía un medio tanque y se hacía unos pesos con los caballeros que salían hambrientos después de tanto esfuerzo físico. “Era
  • 11. 24 un viejito pobre, yo andaba con él y lo ayudaba”. “Una vez llegó un gaucho grandísimo y pidió uno, pidió dos, pidió hasta siete chorizos y dejó 300 pesos, que era un platal”, recuerda O’Neill y la apunta como una de las primeras anécdotas vinculadas al submundo nocturno. Con la plata que hacía en esas noches, O’Neill se jugaba una conga, se compraba algún trago y pasaba el tiempo en los boliches de Paso de los Toros. “Andaba todo el tiempo en la calle, no como pichi, sino buscándola. Y con respeto. Hoy hay muchos botijas que me piden plata a mí para una milanesa, para esto o lo otro y a veces no es pedir, hay que ganársela. Cuando era botija, no sé si era inteligente o me hacía querer”. Antes de su agitada vida en la ciudad, el ex jugador vivió sus primeros seis años en el campo de su abuela, en una es- tancia que quedaba a unos 20 kilómetros de Paso de los Toros por un camino rural. Tenía 200 hectáreas, una casa antigua, grande, rodeada de muros, que daba a las costas del río Sal- sipuedes, donde O’Neill solía pescar junto a los peones de la estancia. En el campo había actividad ganadera aunque no de gran volumen. Lo que recuerda Fabián de esos años es que an- daba todo el tiempo arriba de dos potrancas y jugaba al fútbol con un capataz que lo hacía enojar porque se demoraba horas para decidirse a pelotear con él. El “Cholo” Domínguez, otro de sus tíos, le regaló la primera pelota de cuero, una que estuvo ahí camuflada entre los pastos de la estancia hasta que O’Neill se fue a jugar a Italia. Fabián siempre andaba con los peones y le gustaba corretear atrás de los chanchos jabalíes. Ahí aprendió a cazar y forjó un vínculo con la vida campestre que mantiene hasta el día de hoy. Dice que en su adolescencia no había torca-
  • 12. 25 za o aperiá que se le escapara. Con una honda tenía tan buena puntería como con un rifle. Cuando cumplió seis años, su abuela lo llevó a la ciudad para que empezara la escuela en el colegio María Auxiliadora, a una cuadra y media del caserón de la calle Zorrilla de San Martín, una construcción antigua, de techos altos y grandes ventanas donde vivía con sus primos y tíos. En su familia dicen que Fabián era el niño mimado de las monjas, un cariño que se reflejaba con un encargo que encerra- ba una gran responsabilidad: izar la bandera uruguaya todos los días. Tarea en los papeles sencilla pero que no era cumplida con total eficiencia. “A veces iba mamado y la ponía con el sol para abajo”. En la mayoría de las ocasiones era porque se acostaba tarde después de tanto trajín en los prostíbulos y boliches. “Lle- gaba a las 6 o 7 de la mañana y a las 8 tenía que ir a estudiar”. A veces iba solamente a poner la bandera y volvía a su casa a dor- mir un rato y seguía de largo. Las monjas llamaban a la abuela para avisarle que había puesto la bandera al revés. O’Neill también fue monaguillo en la iglesia del pueblo. Los domingos de misa tenía que estar una hora antes para pre- parar la eucaristía. “Comíamos las ostias que no tienen gusto a nada, tienen gusto a Dios nomás… Y todavía se te pega en el paladar”, recuerda con una carcajada. Hoy asegura que hace mucho tiempo ya que no pisa una iglesia. Fabián dice que iba a la escuela “obligado”, que era el me- jor de todos en Matemática (“me decías 4 por 3 y en un ratito te lo sacaba”) y que era “un desastre” en Historia y Geografía. Cuando terminó la primaria se inscribió en la UTU y en dos años se recibió de herrero. Su mejor trabajo fue hacerle las
  • 13. 26 rejas de la casa al Cotorra Martínez, el técnico que tenía en Defensor. En esos años de la UTU, Fabián iba y venía a todos la- dos en una bicicleta Graciela. Y el fútbol empezaba a dominar su vida. Su calidad llamaba la atención de todos, no pasaba desapercibida para nadie. Su primer técnico lo describe. “Ju- gaba muy bien. Jugaba adelante, como entreala derecho, como nueve a veces, en donde se lo necesitara él jugaba. A veces hasta de cinco lo ponía. Jugaba con los dos rebenques, enroscaba con una y enroscaba con la otra, no sabías con cuál le iba a pegar. Yo le decía al tío que le veía condiciones, que había que ayudarlo porque iba a llegar lejos”. Una vez, a fines de los años ochenta, Cotorra y Fabián estaban mirando un partido de Brasil en un bar y Bebeto, que recién asomaba como crack en la selección norteña, hizo una jugada que sorprendió a todos. Cotorra desafío a O’Neill para que la repitiera. “¡Y la hizo!”. Por esa misma época, en un par- tido entre las divisiones juveniles de Defensor de Paso de los Toros y Colón O’Neill hizo 13 goles en un solo tiempo. El ta- lento de Fabián ya empezaba a incomodar a técnicos contrarios que no estaban muy acostumbrados a tener enfrente a alguien que les complicara de esta manera los previsibles esquemas del fútbol infantil. En uno de tantos partidos, un entrenador rival le pidió, casi encarecidamente, a uno de sus jugadores que no se despegara de Fabián, que lo siguiera en cada uno de sus mo- vimientos, que fuera su sombra. Tan a pecho se lo tomó que en el entretiempo, cuando O’Neill estaba refrescándose con agua a un costado de la cancha, su marcador estaba atrás como un guardaespaldas.
  • 14. 27 Los días de Fabián transcurrían entre idas al campo los fines de semana, las prácticas y las clases en la UTU. Roberto Silva, compañero de equipo en aquella época y actual vicepresi- dente de Defensor, lo pasaba a buscar para ir a los entrenamien- tos. A la vuelta paraban en la casa de la abuela para descansar y tomar la merienda. Roberto recuerda que la primera vez que tomó agua mineral fue ahí. “Era una agua mineral Vitel, aque- lla que había antes. Y Fabián me dijo: ‘tomala rápido’. Y seguro, yo acostumbrado a tomar agua de la canilla nomás, entonces empecé a llorar por la efervescencia. Fabián se reía y yo me pre- guntaba ¿pah, qué me está haciendo esta agua?”. Acaso Silva es uno de los pocos que tiene una imagen de O’Neill invitando a alguien a tomar agua. Había pocos momentos en el día en que Fabián no estu- viera corriendo atrás de una pelota. El fútbol lo dominaba todo en su vida pero no tenía una plena identificación con ningún cuadro. Aunque hoy se sienta hincha de Nacional, dice que el primer club por el que simpatizó fue Danubio (del que pue- de recitar de memoria el plantel completo que salió campeón del Uruguayo en el año 1988), que también llegó a salir en los festejos del Peñarol campeón de América en 1987 y que al año siguiente hizo lo mismo cuando Nacional obtuvo la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental. Una ensalada de equi- pos, sin fanatismo por ninguno, quizá atribuible a alguien que pone por encima la diversión de un festejo multitudinario so- bre la identificación deportiva. O’Neill, típico exponente del muchacho con afán de jolgorio del interior, era así. En los recreos en la UTU siempre se armaban picados y todos volvían descamisados, sudados y sin sus corbatas. Un día
  • 15. 28 O’Neill entró transpirado y exhausto a clase, y una profeso- ra, Estela Romano, lo encaró. “Fabián, ¿qué pensás vos de la vida?”. “Yo pienso que voy a jugar al fútbol y voy a ir a España algún día”, le contestó. Eran tiempos en los que Europa no era vista todavía como la gran meca de los futbolistas uruguayos o como la salvación económica para la familia de un chiquilín que apostaba fuerte a la pelota. * * * Fabián O’Neill dice que durmió en la misma cama que su abuela hasta los 14 años. Mecha era una mujer sencilla y fami- liera, hincha de Nacional y “blanca como hueso de bagual”. “Yo ni sé ni cómo es la política pero mi abuela al ser blanca, yo era blanco también. Y hoy soy blanco y de Wilson Ferreira como era ella”, afirma Fabián, que sin embargo nunca votó en las elecciones nacionales. La abuela Mecha siempre estaba pendiente de todo lo que pasaba a su alrededor. A la tarde, después de encargarse de la cocina, tomaba mate dulce recostada en el perezoso en el patio lateral de la casa. Era la matriarca. “Una mujer de antes”, define el tío Lalo. Esa fue la mujer que crió al ex jugador, que siempre se encargó de subrayar ese lazo indestructible. “Me enseñó a ser gente; si tengo que jurar por algo lo hago por ella”, confesó en una entrevista con La Diaria. A los 14 años debutó en la primera división de Defensor de Paso de los Toros y su nombre empezó a retumbar en el mun- dillo futbolero de la ciudad. Flaquito, por lo menos dos o tres . La Diaria, 9 de enero de 2012.
  • 16. 29 años menor que el resto de los jugadores, O’Neill se destacaba por sus pases largos y por estar siempre bien posicionado en la cancha. “No debe haber jugado más de cuatro o cinco partidos que ya vinieron de Nacional y se lo llevaron”, contó Giovanni Domínguez, un ex compañero en Defensor, en un artículo pu- blicado en la revista Posdata en noviembre de 1995. Todos los que seguían el fútbol en Paso de los Toros sabían que ese rubio callejero y carismático tenía los días contados en las canchas locales. Era vox populi que su habilidad desbordaba los límites del fútbol de cabotaje y era cuestión de tiempo para que los ojos de la capital se fijaran en él. Su talento era tema de conversación en cada boliche. El Cotorra lo comentaba con los padres de los otros muchachos que aprendían fútbol con él, durante las meriendas de chocolate y pan con manteca después de los partidos. Algún día iba a llegar a la ciudad uno de esos caza talentos que trillan los rincones del Uruguay profundo. O alguien se iba a encargar de anunciarle al fútbol grande que un tal O’Neill existía. Y ese alguien avisó. Eduardo “Lalo” Olivera era un funcionario del Banco de Previsión Social de Paso de los Toros. Carlos Di Carlo, su jefe en Montevideo, era además dirigente del Club Nacional de Football. En uno de sus encuentros laborales, durante una tí- pica charla de rutina, de esas que se inician para romper un silencio, Di Carlo le preguntó a Olivera: –¡Che, Lalo!, ¿no hay nadie que la rompa en Paso de los Toros? Di Carlo no esperaba otra respuesta de las que ya estaba acostumbrado a oír cuando preguntaba casi por compromiso . Posdata, 24 de noviembre de 1995, pág. 97.
  • 17. 30 por algún talento oculto en el interior del país. Y por más sen- cilla que le pareció la contestación de Olivera, hubo algo, quizá en el entusiasmo de su interlocutor, que le quedó picando en su cabeza. –Sí, hay un chiquilín en Paso de los Toros, cómo no. Olivera había visto jugar a O’Neill apenas un par de veces. Las suficientes como para darse cuenta de que era un jugador con pasta, diferente. Otros amigos le habían comentado sus habilidades y el Cotorra también le había insistido que Fabián, su jugador estrella, al que iba a buscar hasta la cama de la abuela para despertarlo para jugar, podía llegar lejos. –Bueno, me tenés que dar el nombre y hay que hablar con él –le dijo Di Carlo. Esa misma tarde el nombre de Fabián O’Neill llegó a los oídos de Roberto Recalt, el entonces presidente del Club Na- cional de Football. Era el año 1990. “Y ahí empezó todo”, cuenta hoy Lalo Olivera con indisi- mulable orgullo.