Condensadores de la rama de electricidad y magnetismo
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1. La problemática del tiempo en la historia (DORA SCHWARZSTEIN).
La historia trabaja con el tiempo, mejor aún, con la multiplicidad de tiempos
heterogéneos. Desde la más remota antigüedad las sociedades se han enfrentado de
modos muy diversos al tiempo. Para medirlo han producido calendarios de extrema
variedad. Los calendarios han intentado medir el paso de tiempos cortos, un día, un
mes, hasta un año. Esa cronometría trata al tiempo como fenómeno cíclico, recurrente.
Para períodos más largos, conjuntos de varios años, la cronología recurre a la vez a la
naturaleza, en la que se suceden los ciclos más cortos, y a la acción de los hombres y
las sociedades que sirven para distinguir una era de otra, la Edad Media de la Edad
Antigua, la Edad Moderna de la Contemporánea. Frente al tiempo cíclico de los relojes
y los calendarios, el tiempo de la cronología es lineal, no se repite.
En la forma más primitiva de registro de los derechos humanos, la de las crónicas, no
era rigurosamente necesario referirse a las eras o a los calendarios. El modo de
anotación del cronista es el presente. Lo que importa en la crónica es la sucesión entre
esos hechos. La crónica puede interrumpirse y ser retomada por un segundo cronista.
La historia, en cambio, aparece cuando en una narración se integran un pasado, un
presente y algún modo de referencia al futuro. La narración tiene comienzo y final, a la
vez que un sentido alude al pasado, pero también al futuro.
La historia alcanzó un gran desarrollo a lo largo del siglo XIX. En ese entonces su noción
implícita era la de un tiempo lineal, progresivo y acumulativo. En él se sucedían los
hechos de la historia que no eran todos los hechos del pasado y del presente, sino
aquellos que contribuían a esa acumulación que empujaba el progreso. Una
acumulación de hechos fundamentalmente políticos que eran el resultado de la acción
de grandes hombres. A fines del mismo siglo XIX, el desarrollo de las nacientes ciencias
sociales planteó abiertamente un fuerte desafío a la seguridad con la que los
historiadores practicaban su oficio. En un famoso artículo de principios de este siglo
Francois Simiand negaba la posibilidad de conocer científicamente los hechos únicos e
irrepetibles, y afirmaba que las ciencias sociales debían dirigir su atención hacia lo
repetido, a los hechos que se integraban en una serie y cuyo estudio permitía deducir
las leyes que lo regían. En su alegato, Smiand atacaba lo que él llamada los tres ídolos
de la tribu de los historiadores: individuo, política y cronología.
Este alegato tuvo enorme influencia en la historiografía francesa de las primeras
décadas del siglo. Una vía privilegiada de aplicación fue entonces la historia de los
precios, una historia económica particular que enfocaba las transacciones comerciales
cotidianas para distinguir las tendencias de los precios prevalecientes en los mercados.
2. Ernest Labrousse, historiador de la revolución francesa, fue uno de los practicantes de
esta historia en la década de 1930. Pero a Labrousse más que las tendencias de los
precios le importaba explicar los orígenes de la revolución francesa. Un hecho político
mayor de esos que para la historia decimonónica no podía ser sino el resultado de la
acción de los grandes hombres. Labrousse, en cambio, buscó ubicar el origen de la
revolución en un proceso social que era resultado del entrecruzamiento de los ritos y
tendencias de la actividad económica.
Labrousse mostró la variedad de los movimientos que afectaba tanto a los precios como
a los ingresos de la sociedad del siglo XVIII. Pudo distinguir tres tipos de movimientos:
- Larga duración o seculares.
- Las oscilaciones cíclicas, de duración decenal e intercíclicas, que se prologaban
por diez a veinte años.
- Las variaciones estacionales que se dan dentro del año.
Pero la historia económica de Labrousse era una historia social. Mediante la elaboración
de su modelo de crisis económica de tipo antiguo o de Antiguo Régimen prueba como
la conjunción de movimientos de duración tiene repercusiones variadas según los
sectores sociales que a su vez harán confluir en el estallido revolucionario. En un modelo
de acción política que hoy criticaríamos por su fuerte determinismo económico, sin
embargo, Labrousse tiene gran importancia por su capacidad para proponer el
reemplazo de la noción de un tiempo continuo por la concepción de un tiempo histórico
discontinuo. Una discontinuidad temporal que no afecta sólo a la economía, sino al
conjunto de la sociedad francesa en la que tiene lugar la crisis y la revolución.
A fines de la década de 1940, otro historiador francés, Fernand Braudel, mostrará
brillantemente su propia visión de la heterogeneidad temporal de la historia. En su gran
obra sobre el Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, Braudel
organiza su exposición en tres partes sucesivas que corresponden a tres niveles de
temporalidad. La novedad mayor está en la primera parte, la de la historia estructural,
casi inmóvil. Un tiempo geográfico que más tarde definirá como el de la larga duración.
Ese primer nivel será, a su vez, determinante del segundo, el de las coyunturas,
caracterizado por un tiempo más corto y más rápido, articulado sobre las
transformaciones más lentas de las estructuras. Es el tiempo de la sociedad, de la
economía, la cultura y la política.
A su vez, ese nivel será determinante del tercero, el de la historia tradicional, el de los
acontecimientos políticos y militares.
3. Para Braudel este recurso expositivo tripartito es necesario para su programa de una
historia plural que no cometa errores de razonamiento y de perspectiva al escribir en un
mismo nivel movimientos que no tienen ni la misma duración ni la misma dirección. Para
el autor, la historia es trabajada como una dialéctica de la duración.
En relación con la diversidad del tiempo con la que trabajamos los historiadores querría
señalar algunas cuestiones vinculadas a la memoria: todos tenemos un vínculo
inmediato y directo con el pasado: el recuerdo. Con respecto a ciertos sucesos podemos
hablar con seguridad, con respecto a otros podemos consular a nuestros familiares y
conocidos. En ambos casos, el testimonio dado sobre la base del recuerdo tiene un
valor propio. En nuestra propia reconstrucción personal del pasado, el recuerdo es el
primer escalón fundamental: nos dirigimos a nuestros allegados y, a través de ellos, nos
vinculamos con las tradiciones de nuestra sociedad. Y estas tradiciones mismas se
basan en la memoria, al igual que nuestros recuerdos individuales, representan los
acuerdos acumulados de la comunidad.
Con respecto a la memoria individual, debemos notar que nuestra experiencia del
presente depende en gran medida de nuestro conocimiento del pasado.
Experimentamos nuestro presente en un contexto causalmente conectado con el
pasado y, por lo tanto, con referencia a objetos que no estamos experimentando cuando
vivimos ese presente. De ahí la dificultad de eliminar nuestro pasado de nuestro
presente.
Con respecto a la memoria social, o lo que más comúnmente podemos denominar
memoria colectiva, es indudable que imágenes de un pasado común legitiman el orden
social presente. Es una regla implícita que los miembros de cualquier orden social deben
compartir una memoria común. Se trata por lo tanto de una memoria socialmente
construida.
Existen distintos tipos de memoria. En primer lugar, la memoria que opera dentro del
marco de algunas horas o días. Esta memoria simplemente recuerda eventos de un
tiempo breve. Existe en segundo lugar la memoria que opera en los límites de la vida de
un individuo. Este tipo de memoria recuerda hechos con frecuencia a una experiencia
personal más prolongada. Finalmente está la memoria que trasciende a la vida de los
individuos y recuerda hechos, eventos, o procesos que ocurrieron hace mucho tiempo.
Desde la perspectiva de la memoria individual podemos decir que existen diversos
planos de temporalidad: tiempo de la vida cotidiana, tiempo de la vida biológica, y el
tiempo de la historia, que a su vez se descompone en los diversos niveles y movimientos
propuestos por autores como Labrousse y Braudel.
4. Los hechos o sucesos de la historia, aun los contemporáneos, no son necesariamente
personales, sino que dependen de referencias externas para su validación, incluyendo
interpretaciones acerca de su significado. Los procesos y hechos de la historia están
cargados de valores, mucho más que los hechos de la vida cotidiana. Estos hechos,
que no fueron experimentados de forma directa, adquieren su significado a través de las
instituciones que le dan forma y deciden cual de sus aspectos es significativo o no,
brindando un marco general en el cual se inscriben otros hechos y procesos.
Existe una cuestión central del conocimiento histórico: la relación pasado – presente.
Distinguir entre pasado, presente y futuro y alcanzar un equilibrio entre la conciencia del
pasado, del presente y del futuro es una preocupación de los historiadores
contemporáneos. Es evidente que el pensamiento cronológico es el corazón del
razonamiento histórico. Es imposible para los estudiantes comprender la relación entre
los diferentes hechos o explicar la causalidad histórica sin ser un fuerte sentido de la
cronología o sin saber cuándo ocurrieron los hechos y en qué orden temporal. La
cronología ofrece la estructura mental necesaria para organizar el pensamiento
histórico.
La oposición pasado – presente, esencial en la adquisición de la conciencia del tiempo,
ha tenido diversas alternativas a través de los siglos. Hoy, el pasado ya no es la única
explicación del presente, y menos aún, no es garantía del futuro. Más aún, la historia
puede explicar la génesis, pero es incapaz de prever o predecir el futuro.
Sin historia, una sociedad no comparte una memoria. Sin historia no podemos encarar
una investigación de una sociedad. Y sin conocimiento histórico, no podremos formar
un ciudadano informado capaz de actuar eficazmente en el proceso democrático.