1. A tiempo y a destiempo
29º Domingo Ordinario – ciclo C
La segunda lectura de este domingo nos presenta una frase que se ha hecho célebre: «proclama la
palabra, insiste a tiempo y a destiempo; arguye, reprocha y exhorta con toda magnanimidad y
doctrina». Es un consejo de Pablo a su discípulo y ayudante, Timoteo. Lo anima a seguir anunciando el
evangelio sin cansarse, con la ayuda valiosa de las sagradas escrituras. Es un consejo que sigue vigente
para todo cristiano de hoy.
No debemos entenderlo mal, en sentido fundamentalista. No se trata de machacar a los demás con un
discurso repetitivo y echando bronca. Si cansamos a la gente y la humillamos con nuestra presunta
superioridad moral, nos aborrecerán y rechazarán lo que tengamos que decir. Ni siquiera querrán oír
el mensaje. Pablo recomienda insistir y no cejar nunca, pero también añade: con magnanimidad y
doctrina, es decir haciendo uso de la razón, de la inteligencia y de la bondad. No podemos imponer el
evangelio a la fuerza, y mucho menos con violencia y malos modos. Magnanimidad significa tener
grandeza de corazón, saber escuchar, acoger y ser tolerante con los demás. Habrá quienes no quieran
escucharnos o tengan motivos para no hacerlo, y hay que respetarlos.
Pero tampoco podemos caer en la otra actitud, que es la más habitual del pueblo cristiano. Con el
pretexto de ser prudentes y de respetar, nos callamos y hasta ocultamos nuestra fe. Tenemos miedo a
no ser políticamente correctos, a ir a contracorriente. Pero una cosa es esgrimir nuestra fe como un
hacha de guerra y otra cosa es comunicarla con naturalidad. Podemos evangelizar con alegría, con
belleza, con amabilidad. Invitando, y no obligando; enamorando y no imponiendo; mostrando, y no
abrumando con discursos que la mayoría de personas ya no comprenden. Como decía el papa Pablo
VI, el testimonio de los cristianos, nuestra forma de vivir y de estar en el mundo, será más eficaz que la
mejor predicación.
Jesús en el evangelio explica la parábola de la viuda insistente y el juez inicuo. Al final, a base de
persistir y hacerse pesada, la viuda logra su objetivo. Jesús nos exhorta a ser así, pero no ante los
hombres, sino ante Dios. Es decir, no nos cansemos de pedir a Dios. Pero pidámosle cosas de justicia,
no fruto de nuestro capricho e interés. A veces no sabemos bien qué pedir, Dios nos está enviando lo
que necesitamos en este momento… ¡y no sabemos verlo!
Jesús apunta a uno de los motivos de la falta de oración. No rezamos lo suficiente, no pedimos lo
bastante porque quizás nos falta fe. Si no creemos que Dios nos dará lo que pedimos, ¿para qué
intentarlo? ¿Hemos olvidado que Dios es un Padre bueno? La insistencia demuestra no sólo fe, sino un
verdadero deseo de conseguir aquello que pedimos. Es cierto que a veces tenemos que reenfocar
nuestras oraciones. Pero si lo que pedimos es bueno, no dudemos que Dios nos lo concederá, en el
momento más oportuno.
Por último, un comentario sobre la primera lectura, la batalla en la que Israel vence a Amalec en el
desierto. Mientras Moisés alza los brazos, en el monte, los israelitas ganan. Cuando los baja, pierden.
Entonces van Aarón y Jur, lo sientan en una roca y le sostienen los brazos, uno a cada lado. Esta escena
épica es una imagen de la perseverancia. Cuando uno falla y se cansa, los compañeros lo sostienen. La
fe no puede vivirse en soledad. Es bueno contar con hermanos de camino que, en los momentos de
debilidad, nos sostienen y alientan nuestra fe. Recordemos que Jesús nunca nos envía solos, sino,
como mínimo, de dos en dos… Así es como podremos perseverar mejor.