SESION DE PERSONAL SOCIAL. La convivencia en familia 22-04-24 -.doc
Domingo de Ramos - ciclo A
1. LA MUERTE DE UN INOCENTE
DOMINGO DE RAMOS – CICLO A
En el domingo de Ramos comenzamos leyendo y reviviendo la entrada
de Jesús en Jerusalén, entre cánticos y agitar de palmas. Un momento
glorioso… seguido de una pasión terrible, una condena injusta y una
muerte sangrienta y vergonzosa en la cruz. Si alguien pensó que Dios es
un ser distante y todopoderoso, ajeno al dolor humano, la imagen de
Cristo sufriente da un vuelco a esta suposición. Dios no se ahorra a sí
mismo ninguno de los males que aquejan al hombre. Acepta los
aplausos de un día, asume con gallardía el peso de la cruz. No huye ante
la traición, la tortura y la injusticia. No escapa ni siquiera de la muerte.
Entre los peores sufrimientos que podemos llegar a padecer, él los
conoce todos.
Me gustaría detenerme en las dos primeras lecturas. Isaías, el profeta, se
declara dócil a Dios. Escucha su palabra y da la cara: nada lo detiene ni
lo acalla. Acepta las consecuencias de ser vocero de Dios, ultrajes,
maltratos, incomprensión. Sabe que no será defraudado.
San Pablo recuerda a Jesús y su misión. También dócil al Padre, hasta
la humillación y la muerte. Si sólo nos quedáramos con una parte de la
historia, podría parecer que el Padre del cielo es cruel con su Hijo, ¿cómo
puede permitir que muera de esa manera? Pero ver sólo una parte de la
historia es no comprender nada. La historia termina con la resurrección,
esa exaltación gloriosa en la que Jesús recibe el Nombre-sobre-todo-
nombre, y en la que todo el universo se inclinará ante él y volverá a ser
aclamado por todas las gentes, como en aquel domingo de ramos, ante
las puertas de Jerusalén. ¿De qué nos está hablando Pablo? De un
futuro que es ya presente, de un final que ya se está gestando. Con la
resurrección de Cristo se inician el mundo nuevo y la humanidad
resucitada que un día llegarán a su plenitud. Ahora, todos estamos en
camino. Y el camino de los seguidores, como el de Jesús, está lleno de
pequeñas y grandes pasiones.
Cuando se dice que Jesús sigue siendo crucificado hoy no es ninguna
metáfora. Sí, Jesús sigue sufriendo. Aquello que hiciereis a uno de estos
pequeños, me lo hacéis a mí. Muchas personas viven azotadas,
golpeadas y crucificadas, hoy, física o mentalmente, en su cuerpo o en
su alma. No sólo hablo de las víctimas de la guerra, la tortura y la
2. persecución religiosa. ¿Y en las familias? ¿Y en los vecindarios? ¿Y en el
trabajo, en la calle o en la empresa? Cuántas traiciones, abandonos,
juicios injustos, condenas y muertes, cuántas torturas físicas o psíquicas
se viven hoy. Tal vez muchos de nosotros podemos identificarnos con
Cristo en su dolor. Rezando con él, uniéndonos a él, podemos encontrar
alivio y consuelo, y suavidad y paciencia para extraer vida y sabiduría de
esos momentos duros que la vida nos presenta.
Pero también podemos preguntarnos: ¿y si en vez de ser víctima soy yo
el que está crucificando al prójimo? ¿Cuántas veces estoy azotando con
mi lengua criticona, cuántas veces desnudo con mis calumnias, cuántas
veces me burlo con mi cinismo o mi sarcasmo? ¿Cuántas veces hiero
con mi actitud, o abandono con mi desidia, mi indiferencia o mi pereza?
¿Cuántas veces estoy clavando a otra persona con mis dardos de
envidia, rencor o rechazo? ¿Cuántas veces dejo que mi odio o mis
intereses guíen mi conducta?
Meditemos despacio. Quizás tengamos a muchos cristos sufriendo en
silencio en nuestras casas, en las escuelas, en la oficina o en el taller, en
el mercado o en la esquina por la que transitamos a diario. ¿Qué
hacemos ante estos cristos que agonizan, hoy, entre nosotros?
Meditemos la Pasión del Señor. Que Dios nos encuentre, no clavando ni
azotando, ni riendo o distraídos jugando a los dados. Que el dolor no nos
deje indiferentes. Aprendamos lo que es misericordia, ternura y
compasión. Abramos los ojos para que podamos ver, como lo hizo el
centurión, ¡un militar pagano!, que ahí, sobre la cruz inicua, está
muriendo el mismo Dios. ¿Puede haber un sacrificio de amor más
grande?