1. ¿Qué se necesita para ser feliz?
La felicidad no es un destino, la felicidad es un viaje.
Con el tiempo vamos perdiendo facultades, pero no hablo de las físicas
exclusivamente, ni hablo de nuestras limitaciones cuando llegamos a
viejos. Hablo de las que perdemos en la adolescencia, cuando un día
brincamos de la cama listos para meter nuestra infancia en el cubo de la
basura y dedicarnos a crecer descontroladamente.
Nuestra capacidad de ser infrustrables, cuando aun no hemos pisado los
años púberes, es la esencia de nuestra felicidad. Es así como no importa
si está lloviendo o está asoleado, si llegamos tarde
o si no fuimos. Incluso si somos ricos o pobres, es
Es la ausencia la ausencia de frustración el escudo que defiende
nuestra felicidad.
de frustración el
escudo que
En una oportunidad, cuando yo recién cumplía
defiende nuestra nueve años, tuvimos que hacer un viaje a Villa de
felicidad Cura, estado Aragua en Venezuela, en donde vivía
mi familia materna. Mi mamá estaba a tres meses
de dar a luz mi segundo hermano; íbamos
básicamente porque el parto no se presentaba fácil, por cosas que no
comprendía en aquel entonces. Mi abuelita, que es enfermera le ayudaría
en ese trimestre final del parto.
A mi me metieron en un colegio como oyente para justificar la
inasistencia por ese período de tiempo y no perder el año que cursaba en
Caracas. Era un colegio grandísimo o al
menos así lo veía yo, constituido por tres
viejas y enormes casas llena de salones con
un gran patio al medio, en donde había un
hermoso y frondoso Samán.
Todos los días a la hora del receso salíamos a
ese gran patio a jugar; nuestra capacidad de
hacer amigos cuando somos chiquitos es
2. simplemente envidiable. Al segundo día de haber entrado al colegio ya
tenía una lista como de quince amigos nuevos. Un día, nos preparábamos
para sacar una partida béisbol, estábamos haciendo un pequeño juego
que luego nos permitiría escoger a los miembros
del equipo, era una suerte de lotería entre dos
en donde el ganador podía escoger de primero
a los jugadores que esa
mañana defenderían los
espacios en la cancha. Al segundo día
cuando sentí una voz más de haber entrado
bien tímida detrás de mi a l c o l e g i o y a
que me dijo: -oye Nazoa,
¿tu quieres ser yo?- me dijo en un tono serio. Al tenía una lista
voltear vi un niño extremadamente delgado, de c o m o d e 1 5
porte muy frágil que iba sentado en una amigos
improvisada silla de ruedas, los chicos que me
acompañaban guardaron un nervioso silencio, sólo
esperando mi respuesta, que con la impresión que sentí al momento, a
penas si pude balbucear un -No-. -está bien- dijo él, con un gesto de no
importarle mucho, se volteo a los otros chicos y repitió la pregunta a uno
que era muy alto y fuerte, -¿y tu, Boscán?- mientras el resto gritaban
impacientes -¡Yo, Yo, yo!- Boscán asintió con notable entusiasmo.
Arteaga era su apellido, lamento no recordar su nombre. Por algún
motivo Arteaga no podía caminar y tenía un movimiento torpe en sus
manos pero su alma estaba intacta. A partir de ese
momento ya no llamaron más a Boscán por su
E l v e r d a d e r o nombre, para nosotros él era Arteaga. El verdadero
Arteaga, desde su Arteaga desde su silla de ruedas daba órdenes
precisas de lo que su avatar tenía que hacer. De
silla de ruedas, hecho, si en algún momento éste era cogido out o lo
d a b a ó r d e n e s ponchaban bateando, corría el riesgo de ser sustituido
precisas de lo que por uno que no estuviera tan cansado o que estuviera
en mejores condiciones.
su avatar tenía
que hacer
¿Qué carrizo habré pensado yo de todo
aquello? no lo sé, pero seguramente influyó mucho en
lo que soy hoy en día, nunca volví a ver una sonrisa
tan placentera como la de Arteaga, ni creo que veré más nunca la
determinación y el tesón con que sus amiguitos representaban su papel
sin ningún interés mas que el hacerlo bien por alguien que lo merece,
ellos sí que sabían ser felices... Incluyéndome.
Pasaron tres meses y tras el parto de mi mamá regresamos a Caracas; en
ese tiempo nunca tuve otra oportunidad de ser él. Sospecho que yo no
3. era muy bueno jugando metras, trompo, chapita, subiendo árboles o
cualquier otro juego, y recién hoy comprendo que hubo ocasiones en
que me sentí limitado, cosa que nunca vi en Arteaga. pero que honor
hubiera sido ser Arteaga aunque sea por unas horas.
Quiero dejarles un video de una entrevista a un gran personaje, él es
catalán y se llama Albert Casals.