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Equidad de género y progreso económico.
Manfred Nolte
Jorge Mario Bergoglio ha reclamado su genio en la sociedad eclesial y esferas
tan influyentes como la doctrina social cristiana o la carta de Naciones Unidas le
confieren unos derechos universales, inviolables, inalienables e indivisibles.
Pero la realidad presenta grietas manifiestas. Nos referimos a la mujer en el
vasto contexto de la equidad de género. Con este concepto se alude al
tratamiento de mujeres y hombres en función de sus necesidades diferenciadas
y respectivas en paridad de derechos, obligaciones y oportunidades.
Un reciente estudio del Fondo Monetario Internacional (Katrin Elborgh-
Woytec y otros, Setiembre 2013) extiende la problemática de género desde
el ámbito de la equidad como derecho fundamental al menos debatido de su
contribución al caudal económico de la sociedad, de su capacidad para la
generación de progreso y bienestar. Ha sido presentado días atrás por Cristina
Lagarde, la primera mujer directora del FMI, y también primera presidenta de
la afamada firma de abogados Baker&McKenzie, antes de ser la primera
ministra de Finanzas del G8 con el gobierno de François Fillon. Según confiesa
Lagarde, ella misma tuvo que romper muchas ‘barreras de cristal’ en su carrera
y no sorprende que haya acometido la defensa del informe con especial
vehemencia e identificación con su contenido.
La nota del FMI sostiene que una buena parte de los desafíos socioeconómicos
actuales podrían resolverse con la mejor integración de ambos sexos en la vida
económica oficial y remunerada. Desde los problemas de financiación de las
pensiones a la estabilidad de los mercados financieros pasando por impulsar de
forma sostenida los niveles de crecimiento de la renta. Por citar algunos
ejemplos, elevar la tasa de participación femenina en la fuerza de trabajo a
porcentajes paritarios con el hombre supondría, según el estudio, incrementar
el PIB en Estados Unidos en un 5%, en Japón un 9%, en los Emiratos Árabes un
12% y en Egipto un 34%.
El dictamen estudia las características específicas de la participación de la mujer
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en el mercado de trabajo, las restricciones que impiden a las mujeres desarrollar
su pleno potencial económico y las políticas que eliminan las distorsiones del
acceso al mundo remunerado y crean una igualdad de condiciones para todos.
Estas últimas representan un amplio recetario que gira desde la educación,
siempre insuficiente en los países en desarrollo, hasta la fiscalidad disuasoria en
los países ricos donde la progresividad del impuesto sobre la renta puede
suponer una incitación a no abandonar el hogar.
Aquello a lo que los expertos de Washington no contestan es de donde surgirán
las ofertas de empleo para satisfacer la nueva mano de obra femenina deseosa
de contribuir a los guarismos contables de economía productiva. De toda la vida
es sabido que el ama de casa, que genera unos servicios impagables pero no
pagados, no computa en el PIB del país. Pero que bastaría que cambiase su
anónima jornada doméstica por otra remunerada por cuenta propia o ajena
para pasar de modo inmediato a engrosar el caudal de la contabilidad nacional.
Se olvida con frecuencia que el puesto de trabajo no es primordialmente función
de la capacitación, sobre todo a corto plazo, sino de la demanda del mercado
que lo reclame. Por otra parte, lo recién dicho en modo alguno invalida el
principio de igualdad de oportunidades.
Otra pregunta crítica consiste en indagar la autentica causalidad de la
integración laboral de la mujer. ¿Genera ganancias y renta la aportación
femenina al trabajo siendo esta su causa y aquella el efecto, o son las sociedades
ricas y desarrolladas las que, de forma natural, inducen al acceso de la mujer al
mundo laboral? Retorna aquí la vieja diatriba entre causalidad y correlación.
El ‘Índice Global de diferencias de género’ del Foro Económico mundial
(FEM) califica a los países según cuatro pilares relativos a la diferencia de
género: participación económica y oportunidad, logros educacionales, salud y
supervivencia y empoderamiento político. ¿Qué nos dice el estudio del FEM
acerca de la pregunta del párrafo anterior? La primera conclusión es que los
Países nórdicos –una región de 26 millones de habitantes- son los que han
avanzado en el camino de la igualdad de género como ningún otro en el mundo.
Los cinco países escandinavos figuran entre los 7 primeros de la clasificación
acompañando a Irlanda y Nueva Zelanda. Islandia capitanea la lista, seguida de
cerca por Finlandia, Noruega y Suecia. ¡Pero también figuran a la cabeza de los
países más ricos del mundo!
Lo cual no es óbice, para que otras naciones ricas pertenecientes al G8,
especialmente Japón(101) Italia(80) o Francia(57) figuren en posiciones
lamentables. España ocupa el puesto 26, Alemania el 13 y Estados Unidos el 22.
Sin duda, los países nórdicos son un referente mundial. Las diferencias
salariales entre sexos son las más reducidas y disfrutan de las tasas más altas del
planeta en participación laboral femenina. En Dinamarca el porcentaje del 72%
solo es ligeramente inferior al de los hombres (79%). En Suecia el 45% de los
miembros del Parlamento son mujeres y Dinamarca, Suecia y Noruega no le van
muy a la zaga.
Probablemente los movimientos feministas tengan poco que aprender del
informe del FMI que, a su vez, es el fruto de una centena de estudios empíricos
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de diversos autores en relación a distintos países y estructuras sociales. Pero hay
que saludar la conversión del organismo multilateral a la causa de las mujeres y
resaltar que la equidad de género se impone de forma paulatina no por la fuerza
de la militancia reivindicativa sino por la aplastante fuerza de los hechos, en
particular por su potencial de contribución al progreso económico.
‘Mujeres, Negocios y Ley’ (Banco Mundial, Setiembre de 2013) acaba de
publicarse hace unos días y presenta los indicadores basados en normas y
regulaciones que afectan las potencialidades de las mujeres como empresarias y
como empleadas. El informe concluye que aunque en los últimos 50 años el
estatus legal de las mujeres ha mejorado en la práctica totalidad de países,
persiste una notable cantidad de normas discriminatorias que limitan tanto el
acceso de la mujer al mundo remunerado como a su capacidad legal en la toma
de decisiones. Aunque esto nos devuelve a la esfera de la igualdad de derechos,
que, presuponiéndose, no es el objeto central de esta columna. El último
número de Finanzas y Desarrollo (FMI, Junio 2013,Vol.50) está
íntegramente dedicado a la problemática de la mujer.
28 de setiembre de 2013.