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‘PULCRONOMIA’: LA ECONOMIA DE LA BELLEZA.
Manfred Nolte
La temporada veraniega invita al comentario frívolo. El que sigue puede ser uno
de ellos.
La belleza no es un bien ilimitado. Al contrario, en todas sus formas y
manifestaciones, en el mundo de las ideas, y en particular en el aspecto físico de
las personas, la belleza es un bien escaso. Por eso es además un bien económico.
Un bien económico preciado y diferencial. La belleza puede tratarse no ya desde
la perspectiva de la poesía o de la historia del arte sino como un tópico de
enjundia y consecuencias relevantes en el orden económico y social. En la
sociedad de mercado la belleza física tiene un valor de consumo.
Daniel Hamermesh, economista y catedrático en la Universidad de Texas ha
dedicado gran parte de su carrera al estudio de la belleza y a como esta afecta al
empleo y a su retribución. En su libro ‘La belleza paga: ¿por qué la gente
atractiva tiene más éxito?’(Princeton University Press, 2011)realiza una vasta
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presentación de datos y conclusiones sobre el tema recopiladas a lo largo de
muchos años.
La tesis central de Hamermesh que da título a su libro no sorprenderá a nadie.
Pero, ¿por qué las personas atractivas tienen mayor éxito? La raíz ultima de esa
tesis se hunde en la evidencia de que la belleza es escasa y valiosa. Por eso se
cultiva para mejorarla o en su caso mantenerla. De siempre el ser humano ha
estado obsesionado por la belleza, sea una niña de seis años que emula los
atuendos de su muñeca, el adolescente con el corte de pelo de moda, el varón
maduro que afina con la ropa y complementos de marca. También los más
mayores dedican tiempo y dinero a camuflar sus canas o a trasplantes capilares
y todos sienten aprecio por el ‘shopping’, en casa o en el viaje de placer. No
existe límite de edad para la vanidad y sus dictados cuestan dinero al tiempo
que mueven sumas ingentes en la rueda diaria de la economía. Miles de
millones de dólares en la industria de la moda, de la cosmética, de la nutrición
con sus milagrosas dietas adelgazantes o de la cirugía plástica o reparadora son
la respuesta inmediata del mercado a la preocupación por nuestro ‘look’ y
nuestra entrega consciente o inconsciente a la fascinante dimensión estética de
nuestras vidas.
Pero más allá de la incidencia del factor belleza en el agregado productivo surge
una importante derivada en los efectos distributivos de la hermosura humana.
La mera estética física que los expertos sitúan en una especificidad simétrica.
Hammermesh comenta diversas encuestas realizadas en Estados Unidos en los
que se constataba que la discriminación basada en el ‘look’ o apariencia externa
era mayor que la derivada de motivos étnicos o de nacionalidad. Más aun. Los
mercados de trabajo de una amplia gama de sectores productivos generan una
prima positiva de remuneración para las personas de apariencia excelente y una
penalización para los de presencia pobre o deficiente. Según el catedrático
americano los estudios realizados desde mediados de los 90 del siglo pasado en
relación a las citadas primas y penalizaciones sobre el ‘look’ o apariencia en el
lugar de trabajo son concluyentes. En Estados Unidos los hombres más
atractivos ganan un 4% más que el varón de aspecto estándar con educación y
experiencia similares (8% en el caso de las mujeres) y los más desagraciados
perciben un 30% menos. A salarios medios de 20 dólares la hora, a lo largo de
una carrera profesional un trabajador agraciado de Estados Unidos percibe
230.000 dólares más que el normal. Obviamente si aplicamos la hora de salario
de un banquero de inversión las cifras se dispararán y las cifras varían según la
segmentación por deciles y sexos.
Pero, ¿por qué paga la belleza? ¿Es la belleza socialmente productiva?
Hammermesh avala con condiciones una respuesta afirmativa. Está claro que
clientes, agentes contratantes y compañeros de trabajo están dispuestos a
diferenciar a la gente más atractiva.¿Está correlacionada la belleza con otras
características productivas como la inteligencia, la salud o la personalidad? No
parece. ¿Por qué, entonces, importa la belleza? Porque los trabajadores
atractivos atraen o consolidan el negocio para el que trabajan. Que haya que
remunerar o no este factor diferencial, y si ello es bueno para la sociedad es
harina de otro costal.
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Por lo demás parece importante acotar las actitudes societarias en relación con
la belleza y determinar si nos hallamos ante algún tipo de injusticia y en su caso
poner medidas para remediarlo. Hammermesh no está seguro y anticipa que
podría estudiarse la protección legal de los físicamente desfavorecidos como se
hace con las minorías raciales, étnicas o religiosas, con la mujer o con los
minusválidos. De hecho ya existen en algunos países normativas que previenen
la discriminación humana por razón estética.
A estas alturas de la lectura probablemente todos estaremos deseando replicar
las tesis del señor Hammermesh desde la plataforma del sentido común: que
concedemos a la tenacidad, la confianza y sobre todo a la inteligencia un
atractivo tan prioritario que a su lado la belleza no puede sino palidecer como
título de valor. El mismo Hamermesh termina el libro con una nota conciliadora
señalando que la fealdad “no es una desventaja crucial cuya carga deba abrumar
nuestro espíritu”. Dicho de otra manera: el ‘look’ es solo un factor de éxito sin
resultar determinante ni ser el primero y principal. Los guapos y guapas tienen
una ligera ventaja sobre el resto de nosotros, pero hay muchas otras vías de
alcanzarlos e incluso de adelantarlos en lo personal y también en la carrera de la
eficiencia económica.