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ESTANCAMIENTO Y AUSTERIDAD.
Manfred Nolte
El estancamiento de la economía europea traducido en tasas insostenibles de
paro, junto a la inmovilización de los precios que alimenta las conjeturas de una
deflación encubierta y aun de una tercera recaída (dip) dentro del ciclo
pernicioso iniciado en 2008, han desatado nuevamente las alarmas académicas
e institucionales. La quiebra del programa diseñado por François Hollande que
ha abocado a una crisis de gobierno y una desafección generalizada del
electorado galo ha enardecido a los krugmanitas, un selecto grupo de
intelectuales encabezados por el nobel Paul Krugman, que achaca a las nefastas
políticas de austeridad auspiciadas por Merkel y Bruselas todos los males que
padece el actual modelo productivo europeo.
En su expresión más radical, adoptada por partidos anti europeístas y
xenófobos, la construcción europea y en particular la que afecta a algunos países
periféricos de la Eurozona, debe ser reformulada, con las consecuencias más
que probables del abandono consiguiente de la disciplina de la moneda única,
de las exigencias de la consolidación fiscal, a lo que se uniría la restricción de las
libertades comunitarias y en particular una política autárquica en materia
fundamentalmente de mano de obra. En otras palabras: deshacer parte del
ingente camino andado por la Unión Europa para restablecer las soberanías
domésticas y colaborar solamente en lo estrictamente indispensable.
El tema reviste una importancia crucial. Su solución ni es fácil ni suscita
consensos suficientes. La comunidad internacional, lejos de aquellos esfuerzos
conjuntos y solidarios que caracterizaron a las primeras cumbres del G20, sobre
todo en Washington 2008 y Londres 2009, litiga prioritariamente por sus
intereses nacionales. Hasta los Bancos centrales –Instituciones teóricamente
independientes de los respectivos intereses gubernamentales- despliegan hoy
políticas contradictorias.
Formulemos al respecto algunas reflexiones.
La Unión europea se halla en la encrucijada. Con 505 millones de habitantes,
representando tan solo el 7,2 % de la población, dispone del 50% del gasto social
2. mundial. La competitividad de la zona es estacionaria, mientras la longevidad
creciente de la población dispara los costes sanitarios, asistenciales y de
pensiones. La crisis ha recortado ingresos presupuestarios aumentando el gasto
social. En este contexto las cotas de estado del bienestar alcanzadas por los
ciudadanos europeos en cualquiera de las rúbricas presupuestarias se
consideran con naturalidad como un dato fijo e irreversible. Nada menos cierto.
El actual estado del bienestar, una conquista histórica que exige su constante
revalidación, se erige en las circunstancias actuales en una variable –y no en un
dato fijo- de muy complejo gobierno. Obviamente, la opinión pública no está
preparada para asumir esta penosa evidencia. En particular Hollande ha
fracasado en convencer a sus votantes de la necesidad de reformas dolorosas,
entre ellas la reducción del aparato del Estado. Antes bien han calado las tesis
del ex ministro Montebourg, para quien bastaría flexibilizar el déficit y eludir
penosas reformas, toda vez que de esta manera, la economía rebotará
milagrosamente alejándose de los peligros del presente.
La razón última, por no decir única, de la relatividad del derecho al estado del
bienestar se encuentra en el fenómeno de la globalización. En un mundo-aldea
crecientemente global donde no existen fronteras a los movimientos de
mercancías, servicios y capitales, las posiciones relativas de renta y de beneficios
sociales de un país no dependen de sus convicciones socialdemócratas o
liberales, ni de la pujanza de sus instituciones democráticas ni de la madurez de
sus representaciones sindicales. Dependen de su competitividad. De la
capacidad diferencial de crear valor y establecer ventajas comparativas de corte
ricardiano. De la habilidad para abastecer el mercado interno con productos y
servicios sustitutivos de las importaciones y generar una balanza por cuenta
corriente equilibrada con respecto al resto de competidores mundiales. El
fenómeno de la globalización y uno de sus apéndices más notables como es la
deslocalización de empresas se erige en el campo de juego de la nueva economía
mundial. No hay sitio productivo en un país concreto para los productos y
servicios banalizados de escaso valor añadido porque se contratarán en países
emergentes a costes sensiblemente inferiores . El arbitraje del empleo es obvio:
disminuirá la ocupación en los sectores poco competitivos de las economías
occidentales y aumentará en los países en desarrollo o emergentes. A nivel
global, el ajuste hacia el equilibrio se antoja justo y equilibrante. Anclemos
claramente este concepto: el rival o antagonista de los extraordinarios logros de
la economía social no es el mercado ni el ideario liberal sino el irreversible
tsunami de la globalización. El antídoto nacional solo puede residir en el las
mejoras de competitividad o el retorno a posiciones autárquicas. Adelantemos,
para no dejar enemigos a la espalda, que la segunda opción resulta
sencillamente suicida.
La austeridad se inscribe en el marco recién relatado. Las políticas de austeridad
en Europa obedecen a un doble supuesto: la necesidad de restablecer posiciones
competitivas y como consecuencia de ello al convenio libremente alcanzado
entre los países miembros de reducción de déficits y deudas públicas bajo el
llamado ‘Pacto de estabilidad y crecimiento’. Bruselas hace de árbitro, con el
librillo del ‘Procedimiento de déficit excesivo’ en la mano señalando las faltas e
incumplimientos que se producen en el terreno de juego. Pura aritmética.
Dentro de la senda de reducción señalada se solicita de los países afectados –es
el caso de Francia- reformas estructurales creíbles, fundamentalmente del
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3. mercado laboral y pensiones, reformas que según los analistas, Francia, el país
de mayor peso público europeo, no ha abordado. Paralelamente la contención
del déficit y del monto de la deuda soberana son un requisito indispensable para
asegurar la confianza de la inversión internacional. Sin el apoyo de los mercados
los países se ven abocados con mayor o menor dilación al impago de la deuda y
a la quiebra exterior. Con todo y con eso, sin ánimo de agriar el debate, el gasto
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5. gubernamental en la Unión Europa y en particular en la Zona euro es hoy, en
términos de PIB, significativamente más alto que antes de la crisis de 2008.(Ver
tabla).
Pero es que, además, y ello sería tema que merece tratamiento aparte, el
autentico cáncer de Europa no es la austeridad fiscal sino la austeridad
crediticia. El crédito es la sangre del sistema vascular económico y no solo no
fluye sino que se coagula progresivamente. Basta comparar la creación de
dinero de la FED y del BCE. Mientras que la Agencia americana ha
incrementado la base monetaria estadounidense en un 467% entre 2008 y 2014,
el Instituto central europeo lo ha hecho tan solo en un 25% para la eurozona.
España que lidera desproporcionadamente en la actualidad el crecimiento
europeo atraviesa una frágil recuperación cuyo éxito final no depende de si
misma. La adopción de enérgicas medidas estructurales sugeridas por Alemania
en el último bienio le han valido para mejorar su competitividad y para que las
exportaciones hagan de tractor inicial del arranque. Ha tenido la oportunidad y
la suerte de ser el primero y de beneficiarse,-debido a la notable reducción de
los costes laborales- de la llamada política de ‘empobrecimiento del vecino’
(beggar-thy-neighbour). Pero haciéndolo, ha vuelto la vida más difícil a
productores italianos y franceses, entre otros.
Como todo en este mundo, hay que distinguir entre la validez de un criterio y el
ritmo de su implantación. Y aquí cabe un cierto margen de maniobra. Dejando
de lado a Alemania y sus halcones y al núcleo duro bruselense, existe un tímido
consenso político para relajar la austeridad a la vista del prolongado escenario
de crecimiento raquítico. Europa sobrevive con respiración asistida gracias a la
tímida política monetaria acometida por Mario Draghi y sobre todo a la
credibilidad que despiertan sus amenazas. En Jackson Hole, días atrás, el
presidente del BCE ha señalado que “ayudaría mucho que la política fiscal
jugase un papel más relevante junto a la política monetaria, y creo que hay
espacio para ello”. Sus comentarios se alinean con la llamada de Jean-Claude
Juncker, presidente de la Comisión Europa, para activar inversiones publicas
comunitarias por valor de 300.000 millones de euros. Ahora habría que matizar
de donde salen, a quien computan, quien lo gestiona y finalmente los
beneficiarios y los criterios de asignación. Mientras tanto el retorno del crédito
permanece la gran asignatura pendiente.
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