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La Gran Paradoja.
Manfred Nolte
En la columna del pasado lunes formulábamos una cerrada defensa de la
responsabilidad ciudadana que constituye el pago de los impuestos debidos.
Resulta ocioso resaltar que tales afirmaciones se referían solamente a la partida
de los ingresos presupuestarios.
Pero como consecuencia de la crisis en curso, las políticas económicas de gasto,
-la otra cara del presupuesto-han producido un movimiento de división entre
los distintos agentes sociales conduciéndolos a posiciones irreconciliables.El
lector habrá adivinado que nos referimos a los defensores de las medidas
keynesianas de estímulo frente aaquellas otras de corte neoliberal recogidas
bajo el ideario de la „austeridad‟.
Son innumerables los ejemplos que encarnan los roles descritos. Reportaremos
tan solo dos recientes para trazar a continuación unas someras reflexiones a
modo de conciliación o síntesis, si es que estas fuesen posibles.
Comencemos por el primero.La activajornada de masiva movilización de las
principales centrales sindicales europeas“contra la austeridad” celebrada en
Bruselas – y también en otras plazas del viejo continente- el cuatro de abril
pasado perseguía, según la Confederación Europea de Sindicatos, transmitir a
los líderes de la Unión Europea “que sus políticas para tratar la crisis financiera
no son suficientes y han causado otras crisis crecientes de índole social y
económica. El mensaje es que la austeridad no funciona”.Adicionalmente los
convocantessolicitaban un segundo Plan Marshall del siglo veintiuno, una
batería de inversiones de choque que movilice en 10 años unos 260.000
millones de euros.La cifra que, según los proponentes, representa el 2% del PIB
comunitario, pondría fin a una Europa “anestesiada por años de austeridad e
inmovilismo” y reduciríala masa inaceptable de 26 millones de parados, 10 más
que en 2008 cuando comenzó la crisis, y siete millones y medio de jóvenes
europeos que ni tienen un puesto de trabajo ni cursan tipo alguno de estudio.
La propuesta se antoja sensata y en este caso el noble fin bien parece justificar la
adopción de medidas enérgicas y excepcionales. Solamente un pero surge a la
estela de la propuesta planteada: su financiación. ¿Se cubrirá esta con nuevos
recursos al contribuyente?¿Lo hará con cargo a un déficit presupuestario que
ahondará el problema de una deuda pública en muchos casos desorbitada y
quizá impagable? ¿Se sustituirán las nuevas partidas por otras del presupuesto,
abandonando aquellas? Y si es así ¿con qué criterio se realizará la selección y la
exclusión?¿Qué dejará de atenderse?
El segundo ejemplo lo constituye otra manifestación no menos sonora y
reivindicativa desarrollada el pasado Otoño por la singular y única
representación del Monarca de los Países Bajos.Un pacíficoalegato de una sola
persona.En la apertura del año parlamentario, el Rey Guillermo Alejandro de
Holanda anunció las nuevas medidas de ahorro aplicables a su país por valor de
6.000 millones de euros que se suman a los 46.000 millones de euros de ajustes
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que Holanda ha aprobado desde 2010, en su senda para cumplir con la
normativa europea de déficit excesivo. Un presupuesto de recortes pero sobre
todo un nuevo modelo económico para garantizar la sostenibilidad de los
nuevos tiempos.El monarca explicó que el "clásico Estado del bienestar" debe
transformarse en una "sociedad participativa" en la que los ciudadanos
aumentan la responsabilidad sobre sus propias vidas. "El paso hacia una
sociedad participativa es particularmente notable en la seguridad social y en los
que necesiten cuidados de larga duración. Es precisamente en esos sectores
donde el clásico Estado del bienestar de la segunda mitad del siglo XX ha
producido sistemas que en su forma actual ni son sostenibles ni están adaptados
a las expectativas de los ciudadanos".
Quienquiera que preste atención a la realidad de la globalización, la
deslocalización geográfica con el proceso de relevo iniciado por los países
emergentes dinámicos, los movimientos migratorios o los censos de
envejecimiento de la población occidental, en particular de la europea, sabe que
–a pesar de las críticas demoledoras recibidas- el mensaje del monarca holandés
es todo menos utópico.La razón fundamental es la globalización. Si la población
de la Unión Europea es el 7% de la mundial y si supone el 20% del comercio
mundial,no parece sostenible que soporte el 50% del gasto social del planeta.
Como ya se ha referido al comienzo, no resulta fácil ni cómodo trazar unas
líneas de convergencia y menos de síntesis entre las posiciones reflejadas en los
dos ejemplos citados. Apuntar tal vez que la socialdemocracia debe percatarse
que su rival no es el liberalismosino la globalización y el contexto que esta ha
generado, abriendo un vacío ideológico aun no sustituido cabalmente por
ningún otro proyecto. Estamos inmersos en un „socioliberalismo‟ que no
contenta a nadie, pero los modelos populistas o el regreso a nefastas
experiencias pasadas se antoja una alternativa aun peor.