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TIEMPO DE POPULISMOS.
Manfred Nolte
En una reciente publicación, el economista Dani Rodrik ha compilado el
porcentaje de votos que los partidos populistas han ido cosechando en 19 países
que cuentan en su oferta electoral con al menos uno de ellos. Desde 1961 se ha
registrado un crecimiento en el porcentaje de votos de dichos grupos del 5% al
23%.
Al banalizarse, el término populismo se ha descontrolado. ‘Populista’ se ha vuelto
un insulto o cuando menos una especie de acusación genérica que se lanza
simplemente para desacreditar al adversario, asociándolo con algo irregular,
autoritario, demagógico, rupturista o simplemente sospechoso. El populismo es
una etiqueta de amplio espectro que se aplica a movimientos diversos. Desde el
peronismo en Argentina en los años 1930 al reciente chavismo pasando por los
partidos anti-emigración y xenófobos europeos, conviviendo con Syriza en
Grecia, Podemos en España o Donald Trump en los Estados Unidos. Alemania,
Francia, Holanda, Austria e Italia, han peleado con desigual fortuna para evitar
que la semilla populista germine en sus feudos nacionales.
El populismo se ha tornado en un fenómeno económico que busca su espacio en
el mercado de las opciones políticas. Como en cualquier mercado pueden
distinguirse en este los componentes de la oferta y los componentes de la
demanda. No son funciones económicas que dependan de variables típicamente
económicas, como los precios o los impuestos, pero los movimientos políticos a
los que denominamos populistas han sabido adaptarse a los requisitos de una
demanda creciente y se han dividido en populismos de derecha y populismos de
izquierda.
La oferta populista de izquierdas difiere en algunos aspectos de la oferta populista
de derechas, -fundamentalmente en materia de inmigración- pero comparte con
ella elementos genéricos y ambos establecen un mínimo común denominador.
El elemento central de los populismos se constituye en la inversión democrática.
Al ‘establishment’ se opone el ‘pueblo’, con la sutil restricción mental de que por
‘pueblo’ solamente se entiende a ‘los nuestros’, como aclaraba en el ‘libro rojo’ el
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‘gran timonel’, Mao Tse-Tung. Y ello consagrando como postulado el rebaje
subliminal de la democracia representativa y la reivindicación de la democracia
participativa. Como expresan Guiso y Morelli, el populismo está con el pueblo
contra la élite, algo que los referidos autores denominan ‘la retórica de la oferta’.
En todos los casos, tanto en el flanco diestro como en el siniestro, el populismo
muestra una relativa despreocupación hacia las consecuencias que a largo plazo
puedan acarrear las políticas rupturistas y revolucionarias.
Frente a estos postulados de la oferta, ¿cuales son las razones últimas que instan
la demanda de populismos? Para algunos se hallan en una globalización desigual
que ha alejado a ganadores de perdedores. Para otros autores hay que remitirse
al sentimiento de inseguridad que proporciona el actual sistema de mercado
incluso en las clases medias bajas y medias-medias. Estas masas confundidas y
desairadas han sido precisamente las que han provocado el triunfo de Trump en
Estados Unidas o el voto favorable al Brexit en el Reino Unido, por más que la
perspectiva histórica hurte a aquellas decisiones su validez económica. La histeria
sentimental no descarta morir matando.
Si aceptásemos estas tesis, las claves para aliviar o revertir el ascenso de los
populismos podrían encontrarse en elevar la protección social de los más
desfavorecidos, pero ello conjugado siempre con una insobornable cultura del
esfuerzo y la disciplina. Nada más letal para una economía que el populismo de
las subvenciones. Para más, el populismo ha contribuido a la fragmentación de
las mayorías parlamentarias, acrecentando la dificultad de la gobernanza
democrática.
La globalización ha sido un regalo para la reducción de la pobreza y el acceso al
bienestar de millones de ciudadanos, pero hoy en día tiene que conciliarse con
políticas sociales encaminadas a asegurar que el Estado del Bienestar no sea una
mera conquista del pasado. La globalización debe dar paso a variantes de
comercio y finanzas más inclusivas. Tal propósito no debe tampoco confundirse,
como el populismo promueve, con el regreso al tribalismo, esa forma de
hipersocialismo que se vende como panacea para resolver el síndrome de la
inseguridad personal.
El Pontífice Jorge Mario Bergoglio cree que “la solidaridad es el antídoto más
eficaz contra el populismo”. Sentencia que no debe echarse en saco roto.