El documento analiza la situación económica de España, señalando que aunque hay algunos indicadores positivos como el empleo y el crecimiento del PIB, también hay razones para la preocupación. A nivel interno, la bolsa española no se ha recuperado completamente de la crisis y hay inestabilidad política. A nivel externo, el proteccionismo creciente y la incertidumbre geopolítica amenazan con desestabilizar la economía mundial y por extensión la española. El autor concluye que la situación económica
titulo valor prate principal y accesoria...................
Fortaleza frágil de la economía española
1. UNA FORTALEZA FRAGIL.
Manfred Nolte
El testamento de Rajoy en forma de una gratificante estadística relativa al
empleo y una velocidad de crucero sostenida del PIB renueva el optimismo en la
economía española. El dato de afiliación superó en junio los 19 millones de
inscritos, cerca del máximo de 19,5 millones de 2008, aunque la ocupación esté
lejos de las cifras de entonces por el incremento de la población en edad de
trabajar. La venta residencial inicia el segundo trimestre de 2018 al alza,
apoyada en una financiación a tipo variable artificial e irrepetible con un
Euribor negativo y un crecimiento del nuevo crédito del 16% interanual. Con
esto y algunas buenas noticias más, la confianza de los consumidores sigue
creciendo en junio por la mejor valoración que los españoles hacen de la
situación económica y laboral.
No obstante, tras mencionar –solo de pasada- el pestilente olor que destila el
asunto catalán, algo flota en el subconsciente del ambiente económico que
confiere un tinte de excesivos, a los sentimientos de complacencia que se
advierten en buena parte de nuestra sociedad.
Algo alarma, por ejemplo, en la bolsa española, en el famélico Ibex 35, que
arrastra diez años ignorando la cota de los 16.000 puntos de 2008, siendo así
que todos los países que han abandonado la crisis han sido recompensados con
la total recuperación en sus índices bursátiles. No hay un solo analista en el
mercado que sepa explicar cabalmente la disociación entre la marcha de la
economía en sus magnitudes fundamentales y la anémica deriva de nuestro
principal indicador financiero.
Y algo gordo se cuece, sobre todo, en el ámbito internacional, cuando el
concepto ‘internacional’, para bien o para mal, no es sino una cara más de la
realidad doméstica, e inseparable de ella. No decrece el comercio mundial, por
ahora, pero los pregones de involución proteccionista se repiten. Las palabras
2. de Lord Palmerston – primer ministro del Reino Unido en la segunda mitad del
siglo XIX- resuenan con amenazadora actualidad: “No tenemos aliados eternos
ni enemigos perpetuos. Lo único eterno y perpetuo son nuestros intereses, y es
nuestra obligación secundarlos”. Evidentemente Donald Trump no es Lord
Palmerston y 1855 no es 2018, pero hoy mucho más que entonces las erráticas
maniobras del mandatario americano apuntan al desastre. Una calamidad que
se traduce en el colapso de la confianza en el orden internacional, donde foros
como Paris, el G20 o el G7, por no citar la OTAN o la Organización Mundial del
Comercio, amenazan con disolverse.
Pero hay otras temas que preocupan, y mucho. Y esas cosas no son ajenas a la
vida económica de nuestro país. Me refiero a la dilución de un centro político y
económico –da igual de derechas que de izquierdas- como el que prevalecía en
la antesala de la crisis. Populismos de extrema derecha y de extrema izquierda
han proliferado en gran medida como respuesta a la recesión. El electorado está
insatisfecho porque al paro ha acompañado una nula o despreciable subida de
los salarios reales. La austeridad derivada de economías mal gestionadas o que
han vivido por encima de sus posibilidades, han reactivado la ley del péndulo,
mera física ciega y determinista. Brexit, el creciente divorcio entre la Europa
occidental y oriental especialmente en materia migratoria y esa bomba
retardada llamada Italia, son tres reflejos del malestar de nuestro entorno
cercano. Los sistemas políticos en la mayoría de las economías europeas,
incluida España, se han fragmentado, dando paso a la representación
parlamentaria de partidos minoritarios o marginales que forman mayorías
‘contra natura’ de equilibrios heroicos e inestables.
El reciente vuelco político registrado en el escenario español recuerda aquella
celebre consideración de Don Miguel de Unamuno, acerca del carácter ibérico,
siempre cambiante y apresurado, pero ello más por desprecio de lo que
abandona que por amor de lo que busca.
Las cosas no están definitivamente mal, pero tampoco acaban de estar
definitivamente bien. Las ráfagas de incertidumbre, tanto en nuestra piel de
toro como en los entornos internacionales traducen una repulsa mal
fundamentada hacia el orden liberal mundial, que ha sido fuente indiscutible de
prosperidad. El suelo que pisamos es frágil, y el ciclo apenas avisa antes de abrir
la esclusa y derramar al vacío, a borbotones, los afanes de los ciudadanos.