PINTURA DEL RENACIMIENTO EN ESPAÑA (SIGLO XVI).ppt
ESTILO INDIRECTO LIBRE
1. ESTILO DIRECTO
• Las palabras o pensamientos de los
personajes se reproducen tal cual fueron
dichas o pensadas, sin cambiar, añadir o
quitar nada.
• En el texto aparece señalado por el uso
de un guión que introduce la voz del
personaje o por la acotación entre
comillas.
• Ejemplo – Patricia dijo: “Me encanta
leer, ya que es como si entrara a otro
mundo”
2. ESTILO INDIRECTO
• El narrador nos presenta lo que dice el
personaje igual que en el estilo directo,
pero en tercera persona.
• Ejemplo- Patricia decía que le
encantaba leer, ya que era como si
entrara a otro mundo.
3. ESTILO INDIRECTO LIBRE
• El narrador lo utiliza cuando con sus
propias palabras nos reproduce la voz de
los personajes, es decir, nos resume sus
palabras o pensamientos, ya que sólo
reproducirá lo que a él le parezca
conveniente.
• Ejemplo- Patricia decía que le gustaba
mucho leer, pues se sentía como
transportada a un mundo especial.
4. CARACTERÍSTICA GENERALES
DEL ESTILO INDIRECTO LIBRE
• Utiliza el imperfecto del indicativo
• La conversión de la persona “yo” en la
persona “él /ella”
• Se omite el verbo decir y la partícula
“que”
• El narrador cede la palabra al personaje,
insertando en el relato el discurso del
personaje sin advertir mediante guiones
ni el verbo decir.
5. • Suele darse en contextos que requieren
alta dosis de empatía del narrador con el
punto de vista, emociones o afectos del
personaje.
• El narrador se identifica con el interior del
personaje, reproduce sus palabras y sus
pensamientos como si ambos fueran una
sola persona.
6. NOTA
* Esto me hace pensar en un problema que tuvimos con el editor
a propósito del estilo indirecto libre en Clarín. Es curioso, único, el
manejo del indirecto libre con comillas en La Regenta, recurso que no
significa nada en el canon del estilo indirecto libre; y Clarín, no siempre,
pero hay cierta parte del indirecto libre que coloca entre comillas. El editor,
digo bien, un editor ilustrado, decía: «no puede ser, se deben quitar».
¿Entonces? Discusión democrática y conclusión: no, las comillas no deben
quitarse. Si el autor, que es el dueño de su estilo y de sus palabras, pone
comillas es que le da a esa parte entrecomillada del indirecto libre una
significación particular; es decir, el narrador se aparta y deja la entera
palabra al personaje.
Eso es una creación de Clarín, única. En ningún texto literario se va a ver el
indirecto libre con comillas. Si hubiéramos cedido, hubiéramos borrado una
característica fundamental del manejo del estilo, del lenguaje, en la novela.
(De los problemas generales de la traducción de «La Regenta», Yvan
Lissorgues)
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/7803062654905835481045
7/p0000001.htm
7. * La más famosa invención de Falubert, el discurso
indirecto libre, encuentra en La Regenta una
proliferación enorme, pero también un mal
entendimiento considerable en tanto que Clarín en
muchos casos destruye la ambigüedad esencial de
este estilo por comillas didácticas que atribuyen las
ideas envueltas claramente a los interlocutores sin dejar
parte ninguna posible al narrador [...] Clarín crea
situaciones verdaderamente hechas para el estilo
indirecto libre, pero las descarrila por su intrusión
didáctica.
(La imitación estilística de Madame Bovary en la Regenta,
Helmut Hatzfeld)
http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/32/TH_32_00
1_040_0.pdf
8. EJERCICIO
• Antonio dijo que cómo no se le había
ocurrido
• Dijo: “¿Cómo no se me ocurrió?
• ¿Cómo siendo aquello tan sencillo no se
le había ocurrido a él?
9. EJERCICIO
• Antonio dijo que cómo no se le había
ocurrido – ESTILO INDIRECTO
• Dijo: “¿Cómo no se me ocurrió?
• ¿Cómo siendo aquello tan sencillo no se
le había ocurrido a él?
10. EJERCICIO
• Antonio dijo que cómo no se le había
ocurrido – ESTILO INDIRECTO
• Dijo: “¿Cómo no se me ocurrió? – ESTILO
DIRECTO
• ¿Cómo siendo aquello tan sencillo no se
le había ocurrido a él?
11. EJERCICIO
• Antonio dijo que cómo no se le había
ocurrido – ESTILO INDIRECTO
• Dijo: “¿Cómo no se me ocurrió? – ESTILO
DIRECTO
• ¿Cómo siendo aquello tan sencillo no se
le había ocurrido a él? – ESTILO
INDIRECTO LIBRE
12. Capítulo XXV
Yo no le amo -fue lo primero que pudo decir después que consiguió dominarse. Ya no pensaba en su locura, pensaba en
defender su secreto.
-Pero anoche... hoy... no sé a qué hora... ¿qué hubo?
-Bailé con él... Fue Quintanar... lo mandó Quintanar...
-¡Disculpas no, Ana! eso no es confesar.
Ana miró en torno... Aquello no era la capilla, a Dios gracias. Este sofisma de hipócrita era en ella candoroso. Estaba segura de
que un deber superior la mandaba mentir. «¿Decirle al Magistral que ella estaba enamorada de Mesía? ¡Primero a su
marido!».
-Bailé con él porque quiso mi marido... Me hicieron beber... me sentí mal... estaba mareada... me desmayé... y me llevaron a
casa.
-¿El desmayo fue... en los brazos de ese hombre?
-¡En brazos!... ¡Fermín!
-Bien, bien... Así... lo oí yo... ¡Oigámoslo todos! Quiere decirse... bailando con él...
-Yo no recuerdo... tal vez...
-¡Infame!...
-¡Fermín... por Dios, Fermín!
Ana dio un paso atrás.
-Silencio... no hay que gritar... no hay que hacer aspavientos... yo no como a nadie... ¿a qué ese miedo?... ¿Doy yo espanto,
verdad?... ¿Por qué? yo... ¿qué puedo? yo ¿quién soy? yo... ¿qué mando? Mi poder es espiritual... Y usted esta noche no
creía en Dios...
-¡En mi Dios! Fermín, caridad...
-Sí, usted lo ha dicho... Y ese es el camino. Yo sin Dios... no soy nada... Sin Dios puede usted ir a donde quiera, Ana... esto se
acabó... Estoy en ridículo, Vetusta entera se ríe de mí a carcajadas... Mesía me desprecia, me escupirá en cuanto me
vea... El padre espiritual... es un pobre diablo. ¡Oh, pero por quien soy... Miserable... Me insulta porque estoy preso!...
El Magistral se sacudió dentro de la sotana, como entre cadenas, y descargó un puñetazo de Hércules sobre el testero del sofá.
Después procuró recobrar la razón, se pasó las manos por la frente; requirió el manteo; buscó el sombrero de teja, se obstinó en
callar, buscó a tientas la puerta y salió sin volver la cabeza.
Creyó que Ana le seguiría, le llamaría, lloraría... Pero pronto se sintió abandonado. Llegó al portal. Se detuvo, escuchó... Nada,
no le llamaban. Desde la calle miró a los balcones. Ninguno se abría. «No le seguían ni con los ojos. Aquella mujer se
quedaba allí. Todo era verdad. Le engañaba; era una mujer. ¡Pero cuál! ¡la suya! ¡la de su alma! ¡Sí, sí, de su alma! Para
eso la había querido. Pero las mujeres no entendían esto... La más pura quería otra cosa». Y pasaban por su memoria mil
horrores. La carnaza amontonada de muchos años de confesonario. La conciencia le recordó a Teresina. A Teresina pálida
y sonriente que decía, dentro del cerebro: «¿Y tú...?». «Él era hombre»; se contestaba. Y apretaba el paso. «Yo la quería
para mi alma...». «Y su cuerpo también querías, decía la Teresina del cerebro, el cuerpo también... acuérdate». «Sí, sí...
pero... esperaba... esperaría hasta morir... antes que perderla. Porque la quería entera... Es mi mujer... la mujer de mis
entrañas... ¡Y quedaba allá atrás, ya lejos, perdida para siempre!...».
Ana, inmóvil, había visto salir al Magistral sin valor para detenerle, sin fuerzas para llamarle. Una idea con todas sus palabras
había sonado dentro de ella, cerca de los oídos. «¡Aquel señor canónigo estaba enamorado de ella!». «Sí, enamorado
como un hombre, no con el amor místico, ideal, seráfico que ella se había figurado. Tenía celos, moría de celos... El
Magistral no era el hermano mayor del alma, era un hombre que debajo de la sotana ocultaba pasiones, amor, celos, ira...
¡La amaba un canónigo!». Ana se estremeció como al contacto de un cuerpo viscoso y frío.
13. Capítulo XXV
Yo no le amo -fue lo primero que pudo decir después que consiguió dominarse. Ya no pensaba en su locura, pensaba en
defender su secreto.
-Pero anoche... hoy... no sé a qué hora... ¿qué hubo?
-Bailé con él... Fue Quintanar... lo mandó Quintanar...
-¡Disculpas no, Ana! eso no es confesar.
Ana miró en torno... Aquello no era la capilla, a Dios gracias. Este sofisma de hipócrita era en ella candoroso. Estaba segura
de que un deber superior la mandaba mentir. «¿Decirle al Magistral que ella estaba enamorada de Mesía? ¡Primero
a su marido!».
-Bailé con él porque quiso mi marido... Me hicieron beber... me sentí mal... estaba mareada... me desmayé... y me llevaron a
casa.
-¿El desmayo fue... en los brazos de ese hombre?
-¡En brazos!... ¡Fermín!
-Bien, bien... Así... lo oí yo... ¡Oigámoslo todos! Quiere decirse... bailando con él...
-Yo no recuerdo... tal vez...
-¡Infame!...
-¡Fermín... por Dios, Fermín!
Ana dio un paso atrás.
-Silencio... no hay que gritar... no hay que hacer aspavientos... yo no como a nadie... ¿a qué ese miedo?... ¿Doy yo espanto,
verdad?... ¿Por qué? yo... ¿qué puedo? yo ¿quién soy? yo... ¿qué mando? Mi poder es espiritual... Y usted esta noche no
creía en Dios...
-¡En mi Dios! Fermín, caridad...
-Sí, usted lo ha dicho... Y ese es el camino. Yo sin Dios... no soy nada... Sin Dios puede usted ir a donde quiera, Ana... esto se
acabó... Estoy en ridículo, Vetusta entera se ríe de mí a carcajadas... Mesía me desprecia, me escupirá en cuanto me
vea... El padre espiritual... es un pobre diablo. ¡Oh, pero por quien soy... Miserable... Me insulta porque estoy preso!...
El Magistral se sacudió dentro de la sotana, como entre cadenas, y descargó un puñetazo de Hércules sobre el testero del sofá.
Después procuró recobrar la razón, se pasó las manos por la frente; requirió el manteo; buscó el sombrero de teja, se obstinó en
callar, buscó a tientas la puerta y salió sin volver la cabeza.
Creyó que Ana le seguiría, le llamaría, lloraría... Pero pronto se sintió abandonado. Llegó al portal. Se detuvo, escuchó... Nada,
no le llamaban. Desde la calle miró a los balcones. Ninguno se abría. «No le seguían ni con los ojos. Aquella mujer se
quedaba allí. Todo era verdad. Le engañaba; era una mujer. ¡Pero cuál! ¡la suya! ¡la de su alma! ¡Sí, sí, de su
alma! Para eso la había querido. Pero las mujeres no entendían esto... La más pura quería otra cosa». Y pasaban
por su memoria mil horrores. La carnaza amontonada de muchos años de confesonario. La conciencia le recordó a
Teresina. A Teresina pálida y sonriente que decía, dentro del cerebro: «¿Y tú...?». «Él era hombre»; se contestaba. Y
apretaba el paso. «Yo la quería para mi alma...». «Y su cuerpo también querías, decía la Teresina del cerebro, el cuerpo
también... acuérdate». «Sí, sí... pero... esperaba... esperaría hasta morir... antes que perderla. Porque la quería
entera... Es mi mujer... la mujer de mis entrañas... ¡Y quedaba allá atrás, ya lejos, perdida para siempre!...».
Ana, inmóvil, había visto salir al Magistral sin valor para detenerle, sin fuerzas para llamarle. Una idea con todas sus palabras
había sonado dentro de ella, cerca de los oídos. «¡Aquel señor canónigo estaba enamorado de ella!». «Sí, enamorado
como un hombre, no con el amor místico, ideal, seráfico que ella se había figurado. Tenía celos, moría de celos...
El Magistral no era el hermano mayor del alma, era un hombre que debajo de la sotana ocultaba pasiones, amor,
celos, ira... ¡La amaba un canónigo!». Ana se estremeció como al contacto de un cuerpo viscoso y frío.