1. Francesco Castelli llamado El Borromini. 1599-1667
Representa la tendencia más expresiva e imaginativa de la arquitectura barroca, opuesta
a la visión más clásica de Bernini.
Su estilo arquitectónico se basa en la fantasía, en lo dramático y en la expresión
arquitectónica del movimiento. Su técnica es ansiosa y atormentada. Inventa elementos
nuevos, como los capiteles con volutas al revés. Los entablamentos y las cornisas son
ondulados, con remates y ritmos cóncavos- convexos, curvas y contracurvas.
Con él, el diseño curvo se lleva a límites insospechados, siendo introducido de tal forma
que se integra en el propio replanteo del edificio y los muros se vuelven alabeados,
distorsionando su superficialidad.
En cuanto a la iluminación, Borromini, afila los perfiles, añade resaltes y aplica aristas,
para que la luz se quiebre en un cortante efecto claroscurista.
Las edificaciones, de plantas complejas y geométricas, son de pequeño tamaño y
materiales más modestos (especialmente el ladrillo). Están al servicio de las órdenes
religiosas menores, a diferencia de Bernini que trabajaba para los papas y otros clientes
poderosos, por este motivo, Borromini no dispone para sus construcciones de muchos
recursos y apoyos.
San Carlino alle quatro fontane (exterior y planta).1634-1667. Roma
En este monasterio, Borromini construyó primero el dormitorio, el refectorio y los
claustros, más tarde la iglesia (1638-1641) y, tras casi veinticinco años en los que
trabajó en otros proyectos, añadió la fachada (1665-1667). Esta obra fue, por tanto, su
primera y última intervención individual en un edificio y su estudio nos acerca bastante
al estilo de Borromini.
El solar era pequeño e irregular pero el arquitecto supo organizarlo con maestría. El
claustro forma un octógono alargado a base de columnas colocadas de dos en dos. Las
esquinas se sustituyen por curvas convexas, obteniendo así un ritmo ondulante que
estará presente también en la iglesia.
Claustro San Carlos
La iglesia se basa en unidades geométricas. La planta básica está formada por un
rombo formado por dos triángulos equiláteros, cuyo perímetro se va curvando por los
segmentos cóncavos y convexos hasta dar prácticamente la imagen de un óvalo. De su
apariencia en el plano, se desprende no obstante la impresión de algo orgánico, como si
se tratara del caparazón de un crustáceo o de una gruta natural y caprichosamente
excavada en la roca.
2.
3. La configuración interior viene determinada por esta planta. Las paredes, con vanos y
nichos, se ondulan y compartimentan mediante columnas sobre las que corre un
entablamento continuo, que da paso a una cúpula ovalada sobre pechinas, decorada con
casetones de formas geométricas –octágonos, hexágonos y cruces- que van
disminuyendo su tamaño progresivamente hacia la linterna, provocando un efecto
ilusionista (sensación de mayor altura), en cambio, en la semicúpula del altar el mismo
recurso busca dar mayor profundidad. La luz proviene de esa linterna y de las ventanas
disimuladas detrás del anillo del óvalo. Borromini utilizó libremente tres estructuras
distintas: la zona ondulada inferior; la zona intermedia con pechinas y la cúpula
ovalada. Sin embargo, todo responde perfectamente a un conjunto unitario, es un
conjunto cuyo espacio interior late como un corazón.
La fachada fue la última obra de Borromini. Está formada por dos pisos y tres cuerpos
verticales y la articulación del muro combina dos órdenes de columnas, uno pequeño y
otro gigante que son repetidos en los dos pisos por separado. El resto de elementos que
conforman la fachada parecen empeñados en romper esta unidad potenciando ritmos
ondulantes y ascendentes que confieren un inusitado dinamismo al conjunto. La
fachada se compone de tres vanos: abajo, los dos vanos del extremo son cóncavos y el
vano central (la puerta) es convexo y se encuentran unidos por un entablamento
ininterrumpido. En la parte superior describe tres vanos cóncavos y el entablamento se
despliega según tres segmentos separados, con un medallón ovalado que sostienen
ángeles mancebos, este medallón anula el efecto del entablamento como una barrera
horizontal y le da un impulso ascendente. Al igual que las columnas gigantes, que al ser
tan altas y estar tan próximas entre ellas, potencian igualmente el impulso vertical.
En el piso de abajo, las pequeñas columnas de los vanos de los extremos enmarcan una
pared con pequeñas ventanas ovaladas y sirven de apoyo a nichos con estatuas. En el
piso de arriba, las pequeñas columnas enmarcan nichos y apoyan entre paños adjuntos a
la pared.
Estos pisos, además, tienen un ritmo inverso: los vanos cerrados arriba corresponden a
vanos abiertos en el piso inferior; la cornisa rota en el remate superior corresponde a un
entablamento continuo abajo, y el templete convexo se relaciona con la puerta
retranqueada, que es la entrada de la iglesia. El óvalo sostenido por ángeles que rompe
un frontón en forma de llama, se corresponde en el eje con la estatua de San Carlo
Borromeo, metida en una hornacina con dos querubines que la protegen con sus alas.
El resultado final es el de una fachada construida a base de elementos clásicos pero con
un nuevo lenguaje, el de la ondulación de su paramento que confiere al edificio una
elasticidad plástica que distorsiona el vocabulario de lo antiguo. Nuestra mirada no tiene
descanso al contemplar su movimiento ondulante acentuado por el claroscuro que
genera la luz al chocar con los entrantes y salientes. Parece como si Borromini
transformara un material tan duro como la piedra en algo dúctil y elástico que pudiera
moldear a su antojo, pues no en vano durante sus primeros años trabajó esculpiendo
elementos decorativos, balaustradas, guirnaldas y escudos de armas en la Basílica de
San Pedro del Vaticano. Esta fachada con sus cimbreantes formas parece avanzar móvil
hacia el visitante.