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UNIVERSIDAD DE CHILE
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y HUMANIDADES
Departamento de Literatura
Literatura Española Moderna y Contemporánea
Prof. Andrés Morales Milohnic.
2º semestre de 2008




 “La lucha entre razón y fe en cinco
  poemas de Miguel de Unamuno”
          Dios: ¿Idea o Sentimiento en la poesía
                      unamuniana?




                                              Luis San Martín Arzola
"Si sólo en esta vida esperamos en Cristo,
                                                      somos los mas miserables de los hombres todos."
                                     (San Pablo: Cor., 1,15, 19.) Epígrafe de San Manuel Bueno, Mártir
I.- Para introducir


     Miguel de Unamuno, creador prolífico que es generalmente conocido por su narrativa
y por su ensayística, dos géneros que en él se desarrollaron extraordinariamente, y que
trataron temas tan diversos como la relación del hombre con su entorno o la figuración
histórica del Cristianismo en su propia creencia religiosa, por dar ejemplos. Autor y
pensador vasco brillante intelectual y artísticamente hablando, que a pesar de todo no fue
debidamente valorado en su tiempo por su faceta más desconocida aunque no menos
excepcional: la poesía. Esto quizás por su inmersión exitosa y deslumbrante en los otros
géneros antes nombrados que opacarían su lírica, o quizás por lo tardío de su incursión en la
poesía siendo un hombre de letras (comenzó a publicar a los cuarenta y tres años), o
simplemente por la aparente simpleza de forma –aunque no de fondo- que se puede
observar en sus poemas, llenos de palabras simples pero repletos de ideas y temas
complejos sobre la vida en general. Poesía espiritual y, como dijimos anteriormente, a
primera vista no muy desarrollada formal y técnicamente la cual trata los mismos temas (la
religiosidad, la muerte, la patria, etc.) que plasma en sus obras narrativas, como su orgullosa
“nivola” Niebla o su pequeña novela, la cual es muy cercana a su poesía por el fuerte
sentimiento agónico que se expresa, es decir, “obra de poeta” (Cernuda 100), San Manuel
Bueno, Mártir. Poesía que tiene además como base filosófica los principios teóricos sobre la
religión y la vida que él mismo vierte en sus celebrados y lúcidos ensayos, como La Agonía
del Cristianismo o Del sentimiento trágico de la vida. Obra poética que probablemente es el
“compendio-emocional-final” de la visión de Unamuno, y que como tal no merece aquella
ínfima valoración de la que hablamos, ya que debiese ser más estimada en cuanto a la
importancia que posee, puesto que aquella es la única instancia en la cual existe en su
máxima expresión el Unamuno de siempre, pero convertido en un hablante poético que se
manifiesta desde lo más profundo de su alma, de su ser íntimo. En fin, de su “Yo”.
     Por estas razones, y con la sincera intención de aportar un granito de arena para
contribuir en la merecida apreciación de la obra poética unamuniana, pretendo en este
modesto ensayo adentrarme analíticamente en una pequeña parte de su abundante creación,
examinando, desmenuzando y desenmarañando la problemática de un tema en específico en
cinco poemas (sonetos) específicos. Estos sonetos elegidos son: “La oración del ateo”,
“Incredulidad y Fe”, “¡Sit pro ratione voluntas”!, “A Nietzsche” y “La Unión con Dios”,
todos del libro Rosario de Sonetos Líricos (1912). En relación a la problemática planteada,
y apoyándome en la idea de que hay una infinidad de aspectos temáticos que se desarrollan
en la obra de Unamuno en general y en su poesía en particular, decidí fijar mi mirada en
uno, para estudiarlo procuradamente y así intentar contestar a la pregunta que se despliega
en el titulo: la agonía espiritual, religiosa, quizás mística en sus versos cargados de emoción
sufriente y contradictoria. Aún más concretamente: sumergirme en la verdadera concepción
y naturaleza de Dios en su lírica, que se debate consigo misma, y a la vez en la conciencia
del hablante poético, en el vaivén de expresarse, vivirse y pensarse frente a la otredad divina
(el Dios Cristiano) con la cabeza o con el corazón, en la (in)capacidad humana de otorgarle
a éste la denominación de Idea, de concepto racional, o de puro Sentimiento fuera del
mundo inteligible y empírico. Es decir, la consideración de feroz lucha entre la razón y la fe
en sus clarificadoras y a la vez oscuras líneas. Resumidamente, mi objetivo es determinar
por medio del análisis de los poemas escogidos cuál es el destino final de la concepción de
Dios en manos del hombre individual que piensa y necesita constantemente a la divinidad,
para llegar a buen puerto, y afirmar si ésta es Idea o Sentimiento, raciocinio o fe. Tal
hombre individual es el ser humano que reflejado en el hablante lírico unamunesco, explora
agónicamente la posibilidad de sentirse y configurarse junto con la existencia en Dios. Los
medios –razón y fe- necesariamente opuestos y en conflicto para concebirlo y relacionarse
con él son la materia del presente ensayo.


                                             ***
II.-


       •    Adentrándonos en la poesía de Unamuno


            Con el objetivo de situarnos literariamente y a grandes rasgos en la poesía
unamuniana, comenzaremos por definirla –antes del análisis- según los rasgos que la hacen
particular, a través de una caracterización escueta y pretendidamente precisa del estilo de su
lírica.
           Unamuno era un poeta que no se sentía para nada dentro del tiempo literario que
estaba viviendo en cuanto a la tradición poética imperante de los últimos años del siglo XIX
y los primeros del XX. El vasco fue decididamente en contra de ella. Fue un antimodernista
que no sentía mucho aprecio ni apego al Modernismo como podrían haberlo sentido a
principios del siglo XX poetas tales como Juan Ramón Jiménez o los hermanos Machado.
En pocas palabras, como señala José Luis Cano, “…se mantuvo al margen de la influencia
del Modernismo que impulsó Rubén” (17), y por lo mismo, fue en contra de la poesía del
mismo, el máximo exponente de tan magnánimo movimiento. Parecía, como afirma
Cernuda, “más bien un poeta del siglo XIX que del XX” (91). No le llamaban la atención
las siutiquerías métricas ni la forma despampanante de los versos modernistas, tenía más
admiración por las cosas claras y clarificadoras (aparentemente claras, como veremos en el
análisis) que por el misterio y el hermetismo, y por tal razón creó una poesía rica de fondo y
pobre de forma, llena de intuición y pobre de raciocinio entorpecedor. Es decir, el fondo
determina y califica poéticamente a la forma, y la hace parte de sí. (Vivanco XVIII). Es de
esta particular y atrayente manera cómo el poeta tardío conforma y plasma su “poesía
esencialmente religiosa, que no puede contentarse con la belleza” (Vivanco IX), y dentro de
esta, la idea contradictoriamente (aspecto que explicaré después) desarrollada de la creencia
en un Dios (¿Idea o Sentimiento?) a través de la pugna entre la razón y los versos de sus
sonetos.
           Ya habiendo caracterizado concretamente la poesía de Unamuno y habiéndola
relacionado con la problemática que trazaré, me atendré de ahora en adelante a la
descripción de ella y posteriormente, al análisis del tema inscrito en la obra que seleccioné
como pertinente para el desarrollo siguiente. Veamos.
•    Primera aproximación: ¿Creencia de razón o de fe en la poesía unamunesca?


       En los sonetos escogidos para resolver la problemática que se halla en la poesía de
Unamuno, sobre la razón y la fe en incidencia con la concepción de la divinidad, además de
observarse todas las características poéticas transversales a la lírica del vasco, las cuales
vimos en el apartado anterior, se puede percibir una particularidad que caracteriza a estos
cinco poemas. Esta particularidad tiene relación con la creencia o la no creencia en Dios del
hablante lírico, quien es, como dijimos más arriba el reflejo puro del ser humano, del
“hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere –sobre todo muere-…” (Unamuno
25), que la vez se vincula con la lucha entre la razón y la fe como medios para alcanzar la
verdadera noción.
       Para entender bien la figura de Dios que ronda los poemas en sus distintas facetas, es
preciso entender cómo Unamuno, quien como persona y también como ser humano de carne
y hueso que ya definimos, está totalmente vertido en su poesía, comprende a la divinidad. El
caso es que si Dios no existiera, el tampoco existiría, porque no tendría Creador que lo
hubiera conformado a él como ser humano: Cernuda afirma que “si Dios no existiera, él,
Unamuno, el poeta, el catedrático, el español el padre de familia, todo en una pieza, que era
en esta vida, cesarían necesariamente un día” (100). A partir de esto, y con esta idea
atormentadora, Unamuno crea los sonetos que estudiaremos, basándose instintivamente en
su propia agonía sufriente y explicitando su propia necesidad de su divinidad, necesidad de
inmortalidad de su alma y de saberse cuerpo y alma unidos y fundidos en uno sólo con
Dios, aunque dudando también a ratos sobre la verdad de su presencia. Pero, la concepción
de este Dios en la poesía de Unamuno, ¿es una Idea o un Sentimiento? Para conseguir la
una o la otra naturaleza divina, para que el hablante, que es el hombre mismo, llegue
finalmente a una estabilidad en ese ámbito, tiene que dar antes que todo un primer paso: el
existir. Existir para después pensar, porque lo que vino primero fue vivir que antecedió al
pensar. Más bien un sum, ergo cogito (Unamuno 58), como lo plantea el poeta. Es la pura
vitalidad que otorga fe antes que el razonar sobre los que nos rodea.
       Como ya hemos mencionado variadas veces, los poemas que analizaremos el pensar y
el sentir están en una pugna incontrolable, en una contradicción fatal que es atravesada
fieramente por las sombras de estas dos acciones eminentemente humanas, que son el
pensar, el usar la cabeza, la razón, y el sentir, el usar el corazón, el sentimiento profundo del
espíritu humano. Cada uno de estos medios para el conocimiento del Creador en la poesía
de Unamuno es defendida y también atacada en sus versos –que, recordemos, tienen mucho
que ver con las ideas planteadas en sus ensayos, como dijimos-, de una manera caótica que
confunde pero que deja entrever una pequeña luz entre tanta oscuridad.


    •    Dios: Idea


        Para creer en Dios la fe es lo fundamental, lo primero según la idea de Unamuno de
que vivir, existir, está antes del pensar. Pero la idea de que “algo como Dios”, tan
supuestamente omnipresente, omnisciente y omnipotente, no pueda ser visto y no pueda ser
empíricamente comprobado, deja mucho camino por delante en la definición concreta de
una divinidad inconcreta, es decir, de un Dios racional. ¿Cómo lo piensa el poeta, entonces?
La fe es una fe a base de incertidumbre, de duda. (Unamuno 138) El hombre, en general,
para razonar sobre lo que está a su alrededor se pregunta por lo que siente, lo que oye, lo
que ve, etc. Al cuestionarse comienza a pensar, a utilizar la razón para definir el entorno con
sus propias capacidades. Tal entorno estaría fuera de sí mismo, y él por su parte estaría
conciente de que lo que define –o intenta definir- por lo tanto, al concebirlo como “otra
cosa”, está en el exterior, y existe para él mismo, como el Dios que es una Idea. “Existir en
la fuerza etimológica de su significa es estar fuera de nosotros, fuera de nuestra mente: ex-
sistere.” (Unamuno 194). “El Dios racional, entonces es la proyección al infinito de fuera
del hombre por definición, es decir, del hombre abstracto, el hombre no hombre” (Unamuno
27), ese hombre que no tiene carácter de tal porque no está en Dios, porque tiene la duda de
su propia inmortalidad humana otorgada por un Dios al cual cuestiona ¿Está Dios entonces
en el exterior y no en el interior del ser?


    •    Dios: Sentimiento


        El pensar en Dios es necesariamente el tener cierta fe en que existe, pues ésta precede,
como dijimos, a la razón (Unamuno 94). Aún más, el filosofar sobre su existencia, sobre su
Verdad, nos hace concientes de ese algo que está allí, que sentimos bien dentro como una
fuerza invisible y que tratamos de explicar a raíz de nuestros propios sentimientos, de
nuestra propia voluntad de creer. El hombre de carne y hueso filosofa, “no con la razón,
sino con la voluntad, con el sentimiento, con la carne y con los huesos, con el alma toda y
con todo el cuerpo.” (Unamuno 52). Es el hombre de la inmensa fe, aunque no definitiva. Y
es que probablemente el ser humano, y el hablante lírico mismo en los sonetos que
revisaremos, es el que siente al Supremo en su existencia, en su vitalidad, pero duda, es
escéptico, porque se quieren señales concretas, visibles de lo verdadero, para no vivir en el
engaño y después desengañarse.
     Al contrario del Dios racional, este es otro Dios. “El Dios sentimental o volitivo”, que
“es la proyección al infinito de dentro del hombre por vida, del hombre concreto, de carne y
hueso.” (Unamuno 28). Es el de la entera voluntad, el Dios del “querer creer” que está en lo
más profundo del hombre, del verdadero ser humano.
     Para terminar con esto, cabe preguntarnos: ¿No es Dios el resultado de un sentimiento
desde dentro del alma del hombre y con el hombre o es sólo una creación hecha por él
mismo que sale expulsada de su mente para ex-sistere? Tratemos de contestar a esta
problemática, ya esbozada más detalladamente, con ayuda de los sonetos que expresan y
también reflexionan en cuanto a este tema, emotiva y racionalmente.


                                               ***
•    Análisis y relación de pugna entre Dios Idea y Dios Sentimiento en la poesía
          seleccionada.


La oración del Ateo


     En este primer soneto a analizar se puede observar, primeramente, una apelación directa
a Dios por parte del hablante lírico, con tintes de afirmación implacable por su no existencia.
Es un ateo agonizando por la duda del Dios Racional de este poema, del cual se tiene
incertidumbres:
                                   Oye mi ruego Tú, Dios que no existes
                                  y en tu nada recoge estas mis quejas…


         Estas quejas son las de un atiborrado por las dudas, las de un ateo rogando a un Dios
que no existe, pero que sabe, o por lo menos tiene la esperanza, que lo puede ayudar. Además,
se observa, en el verso segundo, que se configura a la divinidad en una nada, en una ausencia.
El Dios no es más que una Idea, que no está allí con él sino que fuera de él, es “una idea de
Dios, algo muerto.” (Unamuno 174). Un Dios como concepto, al cual se refiere e incluso se
apela, pero no se le otorga la categoría de verdad, sino que una especie de engaño provisional
para consolar a los pobres hombres que lo anhelan sufriendo:


                                 Tú que a los pobres hombres nunca dejas
                                    Sin consuelo de engaño. No resistes
                                  A nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.


     Sin embargo, se observa más adelante en este poema que tal Dios, que no es
Sentimiento sino Idea, como dijimos, se concibe con la cabeza, y cuando ésta se aleja se
acerca la Fe al corazón doliente del hablante lírico, que recuerda momentos en que la
emoción, y no la razón, predominó en su propia existencia:


                                   Cuando Tú de mi mente más te alejas,
                                    más recuerdo las plácidas consejas
                                 con que mi ama endulzóme noches tristes.
Pero aquella concepción de Dios está limitada por lo que la mente puede decir sobre él y
lo que ésta no deja decir al Sentimiento sobre su dolida inexistencia. Es un Dios grande,
inabarcable dentro de la realidad, que es el pie de apoyo del hablante lírico en este segmento:


                                 ¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
                                   que no eres sino Idea; es muy angosta
                                   la realidad por mucho que se expande
                                              para abarcarte…


     A este Dios se le anhela de verdad, pero está ausente, y quizás presente en su gran
ausencia, pues se le reza, se le ruega, y por sobretodo, se le anhela amparo. La nada de la
razón y el todo del Sentimiento, fundidos en la verdadera creencia del ateo. “La razón, la
cabeza, nos dice: ¡nada!; la imaginación, el corazón nos dice: ¡todo!, y entre nada y todo,
fundiéndose el todo y la nada en nosotros, vivimos en Dios, que es todo, y vive Dios en
nosotros, que sin Él no somos nada”. (Unamuno 191)
                                           …Sufro yo a tu costa,
                                   Dios no existente, pues si Tú existieras
                                        existiría yo también de veras.


     ¿Es Dios en este soneto, Idea o Sentimiento? Pareciese que la primera se impone sobre
la otra, pues se dice explícitamente, como vimos más arriba, que Dios es sino Idea. Pero el
Sentimiento también está presente, de la mano del anhelo puro de querer creer y no poder.


Incredulidad y Fe


       En este poema el hablante lírico pide fervientemente a Cristo que su sed de creer en el
Dios Sentimiento, el Volitivo, y no en el Dios Idea, sea saciada. Se invoca a la fe para alejar a
la razón que lo aprisiona, con cierta voluntad de creer, lo que es fundamental, pues se quiere
creer en el Dios vivo, el subjetivo, la subjetividad objetivada en su Dios, que es más que sólo
una Idea fuera de él, sino que voluntad anhelante. Ese Dios al cual se ruega, “antes que razón
es voluntad”. (Unamuno 180)


                               Sed de Dios tiene mi alma, de Dios vivo;
                               Conviértemela, Cristo, en limpio aljibe
que la graciosa lluvia en sí recibe
                                                de la fe…


        El hablante está prácticamente pidiendo fe, aunque sea un poco de ella, que le será
suficiente para concebir al Dios Sentimiento, y alejar al Dios de la razón:


                                        …Me contento si pasivo
                                     una gotica de sus aguas libo…


        Pero la razón también aparece, esta vez para imponerse parcialmente por sobre la fe,
por sobre el corazón, sólo para desaparecer de inmediato, pues la voluntad de creer se
fundamenta en el no ver a Dios, en tener fe en él aunque no se compruebe empíricamente su
existencia, por lo cual el que lo ve no vive, es decir, no es, no existe en Cristo. Y el hablante
poético si quiere existir en él, creer en él:


                                …pues quien mi rostro ve –dice- no vive,
                                     y en esa gota mi salud estribo.


        Toda la personalidad del ser, toda la voluntad de ser, se entrega a aquella pequeña
esperanza de tener por fin fe. Aún así, la razón también combate para concebir al Dios Idea
por medio de la razón, del saber, el cual no sirve para satisfacer la fe del incrédulo, del que
tiene dudas y sufre y se amarga por tenerlas, atormentado, e implora a Cristo que se las aleje y
se convierta en un Sentimiento por medio de la fe, la cual funciona sólo a base de
incredulidad. Cree y confía en Dios el hablante de este poema, y porque cree, porque quiere
creer, pide al Señor ayuda, aquejado profundamente. (Unamuno 138):


                                  Hiéreme frente y pecho el sol desnudo
                                   del terrible saber que sed no muda;
                                    do bebo agua de vida, pero sudo
                                   y me amarga el sudor, el de la duda;
                                   sácame, Cristo, este espíritu mudo;
                                    creo, Tú a mi incredulidad ayuda.


        En este soneto el Dios Volitivo, el Dios que se siente dentro de lo más profundo del
espíritu doliente, del “espíritu mudo”, es el que está presente. El Dios racional sólo aparece
para otorgar el ruego al hombre de carne y hueso, que suplica al Dios Sentimiento su
presencia.


¡Sit pro ratione voluntas¡


        En este soneto el hablante lírico, ya en el título, confirma la importancia que tiene la
voluntad de creer para configurar al Dios: que la voluntad sea por la razón, que aquella no
esté subyugada a ella sino que se convierta en ella. Se muestra a Dios como Idea, como una
ilusión que nos mantiene aferrados a nuestra vida, engañados pero en paz1. Refiriéndose a la
Verdad el hablante expresa:


                                                Si nos arrebata
                                       la ilusión engañosa que nos ata
                                  a nuestra vida -¡engaño siempre abierto!-
                                     mejor que estar desengaño y muerto
                                       vivir en el error que nos rescata.


        Es mejor vivir en el error con una profunda fe y por eso existir, que conocer la Verdad
y desengañarnos para sabernos muertos. El engaño, “siempre abierto” y que abarca a los
hombres todos, nos rescata de de la razón que nos llenará de dudas y nos mantendrá
atormentados. El Dios Sentimiento es evidente en este poema ¿Pero es posible vivir en este
engaño virtuoso? ¿Creer sólo en la fe esperanzados en un Dios que nos proteja? La
desesperación y el escepticismo es la clave para llegar a Dios, porque gracias a ellos se
construye la esperanza, ya que tal desesperación sentimental, junto con el dudar sobre ella por
medio de la razón, hacen sentir el hambre de Dios, y así su realidad en nosotros. (Unamuno
182):


                                     ….pues desesperación es el escaño
                                     de la esperanza que su objeto crea.




1
  En cuanto a esto, vale la pena recordar la voluntad en San Manuel Bueno, Mártir del cura, el protagonista,
quien quería que su pueblo, todo Valverde de Lucerna, creyera una ilusión para así vivir en paz. Que en su
ignorancia se hicieran humanos, porque era mejor vivir en una ilusión, felices, que saber la verdad de Dios y
desengañarse, para morir.
A Nietzsche


        Este soneto tiene una particularidad de entre los poemas a analizar: se dirige al filósofo
alemán Friedrich Nietzsche, conocido por su noción del superhombre y su repudio a la moral
cristiana y al imperio de la razón por sobre la voluntad personal. El hablante lírico apela al
filósofo en cuanto a sus ideas, y lo relaciona con la concepción de Dios por medio de la razón
y de la fe. Afirma que Nietzsche, como todo hombre de carne y hueso, quería la inmortalidad
de su alma y tenía además la escondida voluntad de fundirse en Cristo, por su incertidumbre,
pues en la filosofía se mostró como orgulloso odio y egolatría, como un maldecir a Dios
constantemente, aunque sí considerándolo:


                                   Al no poder ser Cristo maldijiste
                               de Cristo, el sobre hombre en arquetipo,
                                 hambre de eternidad fue todo el hipo
                                de tu pobre alma hasta la muerte triste.


        El hablante lírico expresa que Nietzsche no fue más que un pobre hombre sometido a
la creencia de Dios y a la agonía que provoca éste por su no existencia. Apela a sus teorías,
que no son más que una proyección del escepticismo que se transforma en su creencia, y lo
compara con Edipo, siendo él, según mi interpretación, el que odió al Padre, es decir, a Dios,
pero lo quiso, quiso creer en él en lo más hondo de su corazón:


                                    A tu aquejado corazón le diste
                                 la vuelta eterna, así queriendo el cipo
                               de ultratumba romper, ¡oh nuevo Edipo!,
                              víctima de la Esfinge a que creíste vencer…




        El filósofo, por sobre todo, sentía que los hombres estaban aprisionados a la razón
moral, que quería erradicar. Irónicamente se planteó triunfante, pero todo fue lamento por no
conocer al Dios de Sentimiento y vivir en el engaño del Dios Idea que lo hizo crear toda su
filosofía.
                                       …Sintiéndote por dentro esclavo
                                      Dominación cantaste y fue lamento
                                      Lo que a risa sonó de león bravo…
No se libertó nunca el filósofo de la razón, que es tormento principal del ser humano,
ya que trae la duda de la fe, del Dios Sentimiento. Pues en toda su filosofía, negando a la
divinidad la convirtió en realidad, como si existiese. “Por desesperación se afirma, por
desesperación se niega, y por ella se abstiene uno de afirmar y de negar” (Unamuno 140). El
alemán, desesperado, creyó en él y lo negó, pero no se puede negar algo que no existe. La
muerte llegó después de su lucha contra Dios y por eso no logró lo que quiso, y él quiso morir
libre de la razón e inundado en el instinto, según él, más importante que nada:


                                 …luchaste con el hado en turbulento
                                   querer durar para morir al cabo
                                 libre de la razón, nuestro tormento.


La unión con Dios


        Este soneto también tiene una particularidad: es la terrible y aún más fuerte y explícita
voluntad de fe, de creer en el Dios Sentimiento, pero también la rebelión contra él, una
rebelión que proviene desde el fondo de la personalidad del ser humano que tiene la
capacidad de creer. En primer lugar, se expresa en este poema la voluntad del hablante lírico
de fundirse en Dios, de quererlo para sí y dentro de sí, de ser uno sólo con él, para de esta
forma existir y no morir. De unir su “yo” con el Cristo sentimental, pues “Dios no existe, sino
que más bien sobreexiste, y está sustentando nuestra existiencia existiéndonos.” (Unamuno
182):


                               Querría Dios, querer lo que no quiero;
                                Fundirme en Ti, perdiendo mi persona,
                                   este terrible yo por el que muero
                                 y que mi mundo en derredor encona.


        La conciencia del hablante está atormentada por la razón, por la noción de un Dios
Idea, de la razón que lo mantiene agonizando en vida y que hace desaparecer al Dios
sentimental. El mundo también ayuda en ese tormento, y la divinidad, la creencia total y
sincera en ella es la única salvación. Si esta divinidad desapareciera, el hombre quedaría
abandonado en su indómita racionalidad, en su pensamiento e incertidumbre sufrientes. El
imperio del Dios Racional, del muerto, del que es la Nada, predominaría. Se necesita la fe, es
la única salvación:


                                 Si tu mano derecha me abandona,
                                 ¿qué será de mi suerte? Prisionero
                                 Quedaré de mí mismo, no perdona
                              La nada al hombre su hijo, y nada espero.


       El hablante lírico es un fiel totalmente arraigado con la figura de Dios, en quien confía
su voluntad que debe ser ordenada por la voluntad del Creador, y a quién se confía
plenamente en cada momento de su vida:


                               “¡Se haga tu voluntad, Padre!”, repito,
                                   al levantar y al acostarse el día,
                               buscando conformarme a tu mandato,…


       Sin embargo toda esta fe se ve atacada por la insubordinación del hablante frente el
Dios sentimental. Insubordinación que proviene desde lo más dentro del ser, como una
exclamación rebelde contra el Dios que tanto ama. En fin, un no seguir el mandato que le es
dado, e incluso ir en contra de él, para no servir a la divinidad, y por lo tanto, no concebirlo
como un Dios Sentimental, convirtiendo la duda de la poesía de Unamuno en una negación
inminente de la divinidad:


                                …pero dentro de mí resuena el grito
                                  del eterno Luzbel, del que quería
                                    ser, de veras, ¡fiero desacato!


                                                 ***
III.-
        •   Para concluir:


        Después de todo, ¿podremos responder a la pregunta del título? ¿Será Dios un
sentimiento o será Dios sólo un concepto?
        Con respecto a esto, observamos en todos los sonetos a analizar que Dios se concibe
como Idea, pero también se concibe como Sentimiento; con una razón y un escepticismo que
trae grande dudas y hace agonizar al hablante lírico, y con una fe fuerte que se configura a
partir del existir y de la propia vitalidad del hombre de carne y hueso. Al parecer ninguno de
las dos concepciones de Dios en estos sonetos seleccionados reina sobre la otra. Al fin y al
cabo, de esto se trata la poesía de Unamuno: una contradicción y una confusión constantes
entre opuestos que atormentaron al autor en vida. La poesía del vasco es un eterno mirarse en
el espejo, y verse doble. Como dice Antonio Carreño, el problema de la personalidad es
fundamental en su poesía (19), pero una personalidad que se divide en dos y que lucha contra
sí misma escindida en dos diferentes, lo cual lleva a entender también el carácter más
monologalmente expresivo y menos referencial de los sonetos que estudiamos. Unamuno
refleja en su poesía el acto de mirarse al espejo, lo cual lo lleva a sentir “una sensación terrible
del desdoblamiento de la personalidad” (Carreño 19), lo que se percibe en la cantidad de
opuestos planteados en sus versos. En nuestro caso, los opuestos –razón y fe- que aquí
tratamos de dilucidar en cuanto a la naturaleza y a la concepción final y definitiva de Dios no
son más que complementarios entre sí, están en lucha, en pugna, pero ninguno gana, ninguno
se impone y ninguno es único protagonista. Es decir, atravesar y resolver el problema de si el
Dios es Idea o Sentimiento trae muchos obstáculos, puesto que la objetividad y la subjetividad
que están dentro del hombre mismo, que forman la fe y la razón, produce que el sentimiento
de divinidad en nosotros se haga cada vez más oscuro (Unamuno 172), más confuso, tal como
la personalidad, y en relación con ella, que se configura en el hablante lírico de los sonetos.
        La vida de Unamuno reflejada en su profunda poesía es base para entender la unión
necesaria entre los dos opuestos en pugna. Además, sus propias concepciones sobre la vida
espiritual y la razón –las dos expuestas en su poesía- también juegan un gran papel. El ansia
de existir porque Dios existe, porque o si no existe el hombre muere, y agoniza viviendo y
razonando, perdiendo y ganando fe a ratos. El que no quiere renunciar a la vida, es decir, a la
concepción vitalista del Dios Sentimiento, y tampoco quiere renunciar a la razón, tiene que
existir y obrar entre esas dos “muelas contrarias”, que trituran constantemente al hombre, es
decir, el mismo reflejo del hablante lírico de sus sonetos. (Unamuno 148)
       La razón y la fe, entonces, no se conciben separados, sino que en lucha constante, y la
brecha que los separa es casi invisible, pues al necesitarse el uno con el otro se unen
indefectiblemente en la concepción de un Dios Sentimiento o de un Dios Idea. Como dice
Unamuno en Del sentimiento trágico de la vida, “razón y fe son dos enemigos que no pueden
sostenerse el uno sin el otro. Lo irracional pide ser racionalizado, y la razón sólo puede operar
sobre lo irracional. Tienen que apoyarse uno en otro y asociarse” (130). Esta asociación es la
fundamental en su poesía, la que configura la contradicción, pilar fundamental de todo lo que
expresa, y también producto final de una gran poesía que se construye en el constante ir y
venir de la fe y de la razón, del Dios Idea y del Dios Sentimiento, en conceptos que se definen
unos con otros y que nunca son lo mismo, que siempre se determinan de maneras opuestas y
se expresan de formas diversas. Quizás no queda más que un relativismo desesperanzado
sobre la verdadera naturaleza de Dios, ya que “no hay nada que sea lo mismo en los
momentos sucesivos de su ser” (Unamuno 109), y el ser humano, el que concibe al Dios, es
muchos más en uno solo, y además, muchas individualidades en un colectivo de pensamiento
y sentimientos entremezclados en un tiempo sucesivamente voraz que no para de correr, y que
no perdona. Dios, siendo también “algo” que existe, o que no existe, o que por lo menos trata
de existir en la mente del hombre, aparece y desaparece para aparecer nuevamente, y
posiblemente no sea más que la concepción de su ser según ciertos factores en algún lugar de
un constante tiempo invariable, que muta y que hace mutar.
       Esta oscura poesía nos muestra que probablemente la naturaleza divina, de Idea o bien
de Sentimiento por medio de la razón o la fe, no sea más que la que le otorgamos nosotros
mismos a través de nuestra escabrosa vida. Al fin y al cabo, cada vez que se quiere concebir a
Dios, éste se nos muestra distinto, convirtiéndose en algo dinámico y tal vez un poco
cambiante. Como dijo Unamuno: “Mi idea de Dios es distinta cada vez que la concibo”. (109)
Bibliografía


•   Cano, José Luis. “La generación del 98”. Poesía Española del siglo XX. De
    Unamuno a Blas de Otero. Madrid: Guaderrama, 1960. 11-37.
•   Carreño, Antonio. “Introducción”. La dialéctica de la identidad en la Poesía
    Contemporánea. Madrid: Gredos, 1982. 15-46.
•   Cernuda, Luis.”El Modernismo y la generación de 1898”. Estudios sobre Poesía
    Española Contemporánea. Madrid: Guaderrama, 1957. 87-101
•   De Unamuno, Miguel. Del sentimiento trágico de la vida. Madrid: Sarpe, 1984.
•   Vivanco, Luis Felipe. “Rosario de Sonetos Líricos (1912). Antología Poética.
    Miguel de Unamuno. Madrid: Escorial, MCMXLII. 127-171.

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La lucha entre razón y fe en cinco poemas de Miguel De Unamuno

  • 1. UNIVERSIDAD DE CHILE FACULTAD DE FILOSOFÍA Y HUMANIDADES Departamento de Literatura Literatura Española Moderna y Contemporánea Prof. Andrés Morales Milohnic. 2º semestre de 2008 “La lucha entre razón y fe en cinco poemas de Miguel de Unamuno” Dios: ¿Idea o Sentimiento en la poesía unamuniana? Luis San Martín Arzola
  • 2. "Si sólo en esta vida esperamos en Cristo, somos los mas miserables de los hombres todos." (San Pablo: Cor., 1,15, 19.) Epígrafe de San Manuel Bueno, Mártir I.- Para introducir Miguel de Unamuno, creador prolífico que es generalmente conocido por su narrativa y por su ensayística, dos géneros que en él se desarrollaron extraordinariamente, y que trataron temas tan diversos como la relación del hombre con su entorno o la figuración histórica del Cristianismo en su propia creencia religiosa, por dar ejemplos. Autor y pensador vasco brillante intelectual y artísticamente hablando, que a pesar de todo no fue debidamente valorado en su tiempo por su faceta más desconocida aunque no menos excepcional: la poesía. Esto quizás por su inmersión exitosa y deslumbrante en los otros géneros antes nombrados que opacarían su lírica, o quizás por lo tardío de su incursión en la poesía siendo un hombre de letras (comenzó a publicar a los cuarenta y tres años), o simplemente por la aparente simpleza de forma –aunque no de fondo- que se puede observar en sus poemas, llenos de palabras simples pero repletos de ideas y temas complejos sobre la vida en general. Poesía espiritual y, como dijimos anteriormente, a primera vista no muy desarrollada formal y técnicamente la cual trata los mismos temas (la religiosidad, la muerte, la patria, etc.) que plasma en sus obras narrativas, como su orgullosa “nivola” Niebla o su pequeña novela, la cual es muy cercana a su poesía por el fuerte sentimiento agónico que se expresa, es decir, “obra de poeta” (Cernuda 100), San Manuel Bueno, Mártir. Poesía que tiene además como base filosófica los principios teóricos sobre la religión y la vida que él mismo vierte en sus celebrados y lúcidos ensayos, como La Agonía del Cristianismo o Del sentimiento trágico de la vida. Obra poética que probablemente es el “compendio-emocional-final” de la visión de Unamuno, y que como tal no merece aquella ínfima valoración de la que hablamos, ya que debiese ser más estimada en cuanto a la importancia que posee, puesto que aquella es la única instancia en la cual existe en su máxima expresión el Unamuno de siempre, pero convertido en un hablante poético que se manifiesta desde lo más profundo de su alma, de su ser íntimo. En fin, de su “Yo”. Por estas razones, y con la sincera intención de aportar un granito de arena para contribuir en la merecida apreciación de la obra poética unamuniana, pretendo en este modesto ensayo adentrarme analíticamente en una pequeña parte de su abundante creación, examinando, desmenuzando y desenmarañando la problemática de un tema en específico en
  • 3. cinco poemas (sonetos) específicos. Estos sonetos elegidos son: “La oración del ateo”, “Incredulidad y Fe”, “¡Sit pro ratione voluntas”!, “A Nietzsche” y “La Unión con Dios”, todos del libro Rosario de Sonetos Líricos (1912). En relación a la problemática planteada, y apoyándome en la idea de que hay una infinidad de aspectos temáticos que se desarrollan en la obra de Unamuno en general y en su poesía en particular, decidí fijar mi mirada en uno, para estudiarlo procuradamente y así intentar contestar a la pregunta que se despliega en el titulo: la agonía espiritual, religiosa, quizás mística en sus versos cargados de emoción sufriente y contradictoria. Aún más concretamente: sumergirme en la verdadera concepción y naturaleza de Dios en su lírica, que se debate consigo misma, y a la vez en la conciencia del hablante poético, en el vaivén de expresarse, vivirse y pensarse frente a la otredad divina (el Dios Cristiano) con la cabeza o con el corazón, en la (in)capacidad humana de otorgarle a éste la denominación de Idea, de concepto racional, o de puro Sentimiento fuera del mundo inteligible y empírico. Es decir, la consideración de feroz lucha entre la razón y la fe en sus clarificadoras y a la vez oscuras líneas. Resumidamente, mi objetivo es determinar por medio del análisis de los poemas escogidos cuál es el destino final de la concepción de Dios en manos del hombre individual que piensa y necesita constantemente a la divinidad, para llegar a buen puerto, y afirmar si ésta es Idea o Sentimiento, raciocinio o fe. Tal hombre individual es el ser humano que reflejado en el hablante lírico unamunesco, explora agónicamente la posibilidad de sentirse y configurarse junto con la existencia en Dios. Los medios –razón y fe- necesariamente opuestos y en conflicto para concebirlo y relacionarse con él son la materia del presente ensayo. ***
  • 4. II.- • Adentrándonos en la poesía de Unamuno Con el objetivo de situarnos literariamente y a grandes rasgos en la poesía unamuniana, comenzaremos por definirla –antes del análisis- según los rasgos que la hacen particular, a través de una caracterización escueta y pretendidamente precisa del estilo de su lírica. Unamuno era un poeta que no se sentía para nada dentro del tiempo literario que estaba viviendo en cuanto a la tradición poética imperante de los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX. El vasco fue decididamente en contra de ella. Fue un antimodernista que no sentía mucho aprecio ni apego al Modernismo como podrían haberlo sentido a principios del siglo XX poetas tales como Juan Ramón Jiménez o los hermanos Machado. En pocas palabras, como señala José Luis Cano, “…se mantuvo al margen de la influencia del Modernismo que impulsó Rubén” (17), y por lo mismo, fue en contra de la poesía del mismo, el máximo exponente de tan magnánimo movimiento. Parecía, como afirma Cernuda, “más bien un poeta del siglo XIX que del XX” (91). No le llamaban la atención las siutiquerías métricas ni la forma despampanante de los versos modernistas, tenía más admiración por las cosas claras y clarificadoras (aparentemente claras, como veremos en el análisis) que por el misterio y el hermetismo, y por tal razón creó una poesía rica de fondo y pobre de forma, llena de intuición y pobre de raciocinio entorpecedor. Es decir, el fondo determina y califica poéticamente a la forma, y la hace parte de sí. (Vivanco XVIII). Es de esta particular y atrayente manera cómo el poeta tardío conforma y plasma su “poesía esencialmente religiosa, que no puede contentarse con la belleza” (Vivanco IX), y dentro de esta, la idea contradictoriamente (aspecto que explicaré después) desarrollada de la creencia en un Dios (¿Idea o Sentimiento?) a través de la pugna entre la razón y los versos de sus sonetos. Ya habiendo caracterizado concretamente la poesía de Unamuno y habiéndola relacionado con la problemática que trazaré, me atendré de ahora en adelante a la descripción de ella y posteriormente, al análisis del tema inscrito en la obra que seleccioné como pertinente para el desarrollo siguiente. Veamos.
  • 5. Primera aproximación: ¿Creencia de razón o de fe en la poesía unamunesca? En los sonetos escogidos para resolver la problemática que se halla en la poesía de Unamuno, sobre la razón y la fe en incidencia con la concepción de la divinidad, además de observarse todas las características poéticas transversales a la lírica del vasco, las cuales vimos en el apartado anterior, se puede percibir una particularidad que caracteriza a estos cinco poemas. Esta particularidad tiene relación con la creencia o la no creencia en Dios del hablante lírico, quien es, como dijimos más arriba el reflejo puro del ser humano, del “hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere –sobre todo muere-…” (Unamuno 25), que la vez se vincula con la lucha entre la razón y la fe como medios para alcanzar la verdadera noción. Para entender bien la figura de Dios que ronda los poemas en sus distintas facetas, es preciso entender cómo Unamuno, quien como persona y también como ser humano de carne y hueso que ya definimos, está totalmente vertido en su poesía, comprende a la divinidad. El caso es que si Dios no existiera, el tampoco existiría, porque no tendría Creador que lo hubiera conformado a él como ser humano: Cernuda afirma que “si Dios no existiera, él, Unamuno, el poeta, el catedrático, el español el padre de familia, todo en una pieza, que era en esta vida, cesarían necesariamente un día” (100). A partir de esto, y con esta idea atormentadora, Unamuno crea los sonetos que estudiaremos, basándose instintivamente en su propia agonía sufriente y explicitando su propia necesidad de su divinidad, necesidad de inmortalidad de su alma y de saberse cuerpo y alma unidos y fundidos en uno sólo con Dios, aunque dudando también a ratos sobre la verdad de su presencia. Pero, la concepción de este Dios en la poesía de Unamuno, ¿es una Idea o un Sentimiento? Para conseguir la una o la otra naturaleza divina, para que el hablante, que es el hombre mismo, llegue finalmente a una estabilidad en ese ámbito, tiene que dar antes que todo un primer paso: el existir. Existir para después pensar, porque lo que vino primero fue vivir que antecedió al pensar. Más bien un sum, ergo cogito (Unamuno 58), como lo plantea el poeta. Es la pura vitalidad que otorga fe antes que el razonar sobre los que nos rodea. Como ya hemos mencionado variadas veces, los poemas que analizaremos el pensar y el sentir están en una pugna incontrolable, en una contradicción fatal que es atravesada fieramente por las sombras de estas dos acciones eminentemente humanas, que son el pensar, el usar la cabeza, la razón, y el sentir, el usar el corazón, el sentimiento profundo del
  • 6. espíritu humano. Cada uno de estos medios para el conocimiento del Creador en la poesía de Unamuno es defendida y también atacada en sus versos –que, recordemos, tienen mucho que ver con las ideas planteadas en sus ensayos, como dijimos-, de una manera caótica que confunde pero que deja entrever una pequeña luz entre tanta oscuridad. • Dios: Idea Para creer en Dios la fe es lo fundamental, lo primero según la idea de Unamuno de que vivir, existir, está antes del pensar. Pero la idea de que “algo como Dios”, tan supuestamente omnipresente, omnisciente y omnipotente, no pueda ser visto y no pueda ser empíricamente comprobado, deja mucho camino por delante en la definición concreta de una divinidad inconcreta, es decir, de un Dios racional. ¿Cómo lo piensa el poeta, entonces? La fe es una fe a base de incertidumbre, de duda. (Unamuno 138) El hombre, en general, para razonar sobre lo que está a su alrededor se pregunta por lo que siente, lo que oye, lo que ve, etc. Al cuestionarse comienza a pensar, a utilizar la razón para definir el entorno con sus propias capacidades. Tal entorno estaría fuera de sí mismo, y él por su parte estaría conciente de que lo que define –o intenta definir- por lo tanto, al concebirlo como “otra cosa”, está en el exterior, y existe para él mismo, como el Dios que es una Idea. “Existir en la fuerza etimológica de su significa es estar fuera de nosotros, fuera de nuestra mente: ex- sistere.” (Unamuno 194). “El Dios racional, entonces es la proyección al infinito de fuera del hombre por definición, es decir, del hombre abstracto, el hombre no hombre” (Unamuno 27), ese hombre que no tiene carácter de tal porque no está en Dios, porque tiene la duda de su propia inmortalidad humana otorgada por un Dios al cual cuestiona ¿Está Dios entonces en el exterior y no en el interior del ser? • Dios: Sentimiento El pensar en Dios es necesariamente el tener cierta fe en que existe, pues ésta precede, como dijimos, a la razón (Unamuno 94). Aún más, el filosofar sobre su existencia, sobre su Verdad, nos hace concientes de ese algo que está allí, que sentimos bien dentro como una fuerza invisible y que tratamos de explicar a raíz de nuestros propios sentimientos, de nuestra propia voluntad de creer. El hombre de carne y hueso filosofa, “no con la razón,
  • 7. sino con la voluntad, con el sentimiento, con la carne y con los huesos, con el alma toda y con todo el cuerpo.” (Unamuno 52). Es el hombre de la inmensa fe, aunque no definitiva. Y es que probablemente el ser humano, y el hablante lírico mismo en los sonetos que revisaremos, es el que siente al Supremo en su existencia, en su vitalidad, pero duda, es escéptico, porque se quieren señales concretas, visibles de lo verdadero, para no vivir en el engaño y después desengañarse. Al contrario del Dios racional, este es otro Dios. “El Dios sentimental o volitivo”, que “es la proyección al infinito de dentro del hombre por vida, del hombre concreto, de carne y hueso.” (Unamuno 28). Es el de la entera voluntad, el Dios del “querer creer” que está en lo más profundo del hombre, del verdadero ser humano. Para terminar con esto, cabe preguntarnos: ¿No es Dios el resultado de un sentimiento desde dentro del alma del hombre y con el hombre o es sólo una creación hecha por él mismo que sale expulsada de su mente para ex-sistere? Tratemos de contestar a esta problemática, ya esbozada más detalladamente, con ayuda de los sonetos que expresan y también reflexionan en cuanto a este tema, emotiva y racionalmente. ***
  • 8. Análisis y relación de pugna entre Dios Idea y Dios Sentimiento en la poesía seleccionada. La oración del Ateo En este primer soneto a analizar se puede observar, primeramente, una apelación directa a Dios por parte del hablante lírico, con tintes de afirmación implacable por su no existencia. Es un ateo agonizando por la duda del Dios Racional de este poema, del cual se tiene incertidumbres: Oye mi ruego Tú, Dios que no existes y en tu nada recoge estas mis quejas… Estas quejas son las de un atiborrado por las dudas, las de un ateo rogando a un Dios que no existe, pero que sabe, o por lo menos tiene la esperanza, que lo puede ayudar. Además, se observa, en el verso segundo, que se configura a la divinidad en una nada, en una ausencia. El Dios no es más que una Idea, que no está allí con él sino que fuera de él, es “una idea de Dios, algo muerto.” (Unamuno 174). Un Dios como concepto, al cual se refiere e incluso se apela, pero no se le otorga la categoría de verdad, sino que una especie de engaño provisional para consolar a los pobres hombres que lo anhelan sufriendo: Tú que a los pobres hombres nunca dejas Sin consuelo de engaño. No resistes A nuestro ruego y nuestro anhelo vistes. Sin embargo, se observa más adelante en este poema que tal Dios, que no es Sentimiento sino Idea, como dijimos, se concibe con la cabeza, y cuando ésta se aleja se acerca la Fe al corazón doliente del hablante lírico, que recuerda momentos en que la emoción, y no la razón, predominó en su propia existencia: Cuando Tú de mi mente más te alejas, más recuerdo las plácidas consejas con que mi ama endulzóme noches tristes.
  • 9. Pero aquella concepción de Dios está limitada por lo que la mente puede decir sobre él y lo que ésta no deja decir al Sentimiento sobre su dolida inexistencia. Es un Dios grande, inabarcable dentro de la realidad, que es el pie de apoyo del hablante lírico en este segmento: ¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande que no eres sino Idea; es muy angosta la realidad por mucho que se expande para abarcarte… A este Dios se le anhela de verdad, pero está ausente, y quizás presente en su gran ausencia, pues se le reza, se le ruega, y por sobretodo, se le anhela amparo. La nada de la razón y el todo del Sentimiento, fundidos en la verdadera creencia del ateo. “La razón, la cabeza, nos dice: ¡nada!; la imaginación, el corazón nos dice: ¡todo!, y entre nada y todo, fundiéndose el todo y la nada en nosotros, vivimos en Dios, que es todo, y vive Dios en nosotros, que sin Él no somos nada”. (Unamuno 191) …Sufro yo a tu costa, Dios no existente, pues si Tú existieras existiría yo también de veras. ¿Es Dios en este soneto, Idea o Sentimiento? Pareciese que la primera se impone sobre la otra, pues se dice explícitamente, como vimos más arriba, que Dios es sino Idea. Pero el Sentimiento también está presente, de la mano del anhelo puro de querer creer y no poder. Incredulidad y Fe En este poema el hablante lírico pide fervientemente a Cristo que su sed de creer en el Dios Sentimiento, el Volitivo, y no en el Dios Idea, sea saciada. Se invoca a la fe para alejar a la razón que lo aprisiona, con cierta voluntad de creer, lo que es fundamental, pues se quiere creer en el Dios vivo, el subjetivo, la subjetividad objetivada en su Dios, que es más que sólo una Idea fuera de él, sino que voluntad anhelante. Ese Dios al cual se ruega, “antes que razón es voluntad”. (Unamuno 180) Sed de Dios tiene mi alma, de Dios vivo; Conviértemela, Cristo, en limpio aljibe
  • 10. que la graciosa lluvia en sí recibe de la fe… El hablante está prácticamente pidiendo fe, aunque sea un poco de ella, que le será suficiente para concebir al Dios Sentimiento, y alejar al Dios de la razón: …Me contento si pasivo una gotica de sus aguas libo… Pero la razón también aparece, esta vez para imponerse parcialmente por sobre la fe, por sobre el corazón, sólo para desaparecer de inmediato, pues la voluntad de creer se fundamenta en el no ver a Dios, en tener fe en él aunque no se compruebe empíricamente su existencia, por lo cual el que lo ve no vive, es decir, no es, no existe en Cristo. Y el hablante poético si quiere existir en él, creer en él: …pues quien mi rostro ve –dice- no vive, y en esa gota mi salud estribo. Toda la personalidad del ser, toda la voluntad de ser, se entrega a aquella pequeña esperanza de tener por fin fe. Aún así, la razón también combate para concebir al Dios Idea por medio de la razón, del saber, el cual no sirve para satisfacer la fe del incrédulo, del que tiene dudas y sufre y se amarga por tenerlas, atormentado, e implora a Cristo que se las aleje y se convierta en un Sentimiento por medio de la fe, la cual funciona sólo a base de incredulidad. Cree y confía en Dios el hablante de este poema, y porque cree, porque quiere creer, pide al Señor ayuda, aquejado profundamente. (Unamuno 138): Hiéreme frente y pecho el sol desnudo del terrible saber que sed no muda; do bebo agua de vida, pero sudo y me amarga el sudor, el de la duda; sácame, Cristo, este espíritu mudo; creo, Tú a mi incredulidad ayuda. En este soneto el Dios Volitivo, el Dios que se siente dentro de lo más profundo del espíritu doliente, del “espíritu mudo”, es el que está presente. El Dios racional sólo aparece
  • 11. para otorgar el ruego al hombre de carne y hueso, que suplica al Dios Sentimiento su presencia. ¡Sit pro ratione voluntas¡ En este soneto el hablante lírico, ya en el título, confirma la importancia que tiene la voluntad de creer para configurar al Dios: que la voluntad sea por la razón, que aquella no esté subyugada a ella sino que se convierta en ella. Se muestra a Dios como Idea, como una ilusión que nos mantiene aferrados a nuestra vida, engañados pero en paz1. Refiriéndose a la Verdad el hablante expresa: Si nos arrebata la ilusión engañosa que nos ata a nuestra vida -¡engaño siempre abierto!- mejor que estar desengaño y muerto vivir en el error que nos rescata. Es mejor vivir en el error con una profunda fe y por eso existir, que conocer la Verdad y desengañarnos para sabernos muertos. El engaño, “siempre abierto” y que abarca a los hombres todos, nos rescata de de la razón que nos llenará de dudas y nos mantendrá atormentados. El Dios Sentimiento es evidente en este poema ¿Pero es posible vivir en este engaño virtuoso? ¿Creer sólo en la fe esperanzados en un Dios que nos proteja? La desesperación y el escepticismo es la clave para llegar a Dios, porque gracias a ellos se construye la esperanza, ya que tal desesperación sentimental, junto con el dudar sobre ella por medio de la razón, hacen sentir el hambre de Dios, y así su realidad en nosotros. (Unamuno 182): ….pues desesperación es el escaño de la esperanza que su objeto crea. 1 En cuanto a esto, vale la pena recordar la voluntad en San Manuel Bueno, Mártir del cura, el protagonista, quien quería que su pueblo, todo Valverde de Lucerna, creyera una ilusión para así vivir en paz. Que en su ignorancia se hicieran humanos, porque era mejor vivir en una ilusión, felices, que saber la verdad de Dios y desengañarse, para morir.
  • 12. A Nietzsche Este soneto tiene una particularidad de entre los poemas a analizar: se dirige al filósofo alemán Friedrich Nietzsche, conocido por su noción del superhombre y su repudio a la moral cristiana y al imperio de la razón por sobre la voluntad personal. El hablante lírico apela al filósofo en cuanto a sus ideas, y lo relaciona con la concepción de Dios por medio de la razón y de la fe. Afirma que Nietzsche, como todo hombre de carne y hueso, quería la inmortalidad de su alma y tenía además la escondida voluntad de fundirse en Cristo, por su incertidumbre, pues en la filosofía se mostró como orgulloso odio y egolatría, como un maldecir a Dios constantemente, aunque sí considerándolo: Al no poder ser Cristo maldijiste de Cristo, el sobre hombre en arquetipo, hambre de eternidad fue todo el hipo de tu pobre alma hasta la muerte triste. El hablante lírico expresa que Nietzsche no fue más que un pobre hombre sometido a la creencia de Dios y a la agonía que provoca éste por su no existencia. Apela a sus teorías, que no son más que una proyección del escepticismo que se transforma en su creencia, y lo compara con Edipo, siendo él, según mi interpretación, el que odió al Padre, es decir, a Dios, pero lo quiso, quiso creer en él en lo más hondo de su corazón: A tu aquejado corazón le diste la vuelta eterna, así queriendo el cipo de ultratumba romper, ¡oh nuevo Edipo!, víctima de la Esfinge a que creíste vencer… El filósofo, por sobre todo, sentía que los hombres estaban aprisionados a la razón moral, que quería erradicar. Irónicamente se planteó triunfante, pero todo fue lamento por no conocer al Dios de Sentimiento y vivir en el engaño del Dios Idea que lo hizo crear toda su filosofía. …Sintiéndote por dentro esclavo Dominación cantaste y fue lamento Lo que a risa sonó de león bravo…
  • 13. No se libertó nunca el filósofo de la razón, que es tormento principal del ser humano, ya que trae la duda de la fe, del Dios Sentimiento. Pues en toda su filosofía, negando a la divinidad la convirtió en realidad, como si existiese. “Por desesperación se afirma, por desesperación se niega, y por ella se abstiene uno de afirmar y de negar” (Unamuno 140). El alemán, desesperado, creyó en él y lo negó, pero no se puede negar algo que no existe. La muerte llegó después de su lucha contra Dios y por eso no logró lo que quiso, y él quiso morir libre de la razón e inundado en el instinto, según él, más importante que nada: …luchaste con el hado en turbulento querer durar para morir al cabo libre de la razón, nuestro tormento. La unión con Dios Este soneto también tiene una particularidad: es la terrible y aún más fuerte y explícita voluntad de fe, de creer en el Dios Sentimiento, pero también la rebelión contra él, una rebelión que proviene desde el fondo de la personalidad del ser humano que tiene la capacidad de creer. En primer lugar, se expresa en este poema la voluntad del hablante lírico de fundirse en Dios, de quererlo para sí y dentro de sí, de ser uno sólo con él, para de esta forma existir y no morir. De unir su “yo” con el Cristo sentimental, pues “Dios no existe, sino que más bien sobreexiste, y está sustentando nuestra existiencia existiéndonos.” (Unamuno 182): Querría Dios, querer lo que no quiero; Fundirme en Ti, perdiendo mi persona, este terrible yo por el que muero y que mi mundo en derredor encona. La conciencia del hablante está atormentada por la razón, por la noción de un Dios Idea, de la razón que lo mantiene agonizando en vida y que hace desaparecer al Dios sentimental. El mundo también ayuda en ese tormento, y la divinidad, la creencia total y sincera en ella es la única salvación. Si esta divinidad desapareciera, el hombre quedaría abandonado en su indómita racionalidad, en su pensamiento e incertidumbre sufrientes. El
  • 14. imperio del Dios Racional, del muerto, del que es la Nada, predominaría. Se necesita la fe, es la única salvación: Si tu mano derecha me abandona, ¿qué será de mi suerte? Prisionero Quedaré de mí mismo, no perdona La nada al hombre su hijo, y nada espero. El hablante lírico es un fiel totalmente arraigado con la figura de Dios, en quien confía su voluntad que debe ser ordenada por la voluntad del Creador, y a quién se confía plenamente en cada momento de su vida: “¡Se haga tu voluntad, Padre!”, repito, al levantar y al acostarse el día, buscando conformarme a tu mandato,… Sin embargo toda esta fe se ve atacada por la insubordinación del hablante frente el Dios sentimental. Insubordinación que proviene desde lo más dentro del ser, como una exclamación rebelde contra el Dios que tanto ama. En fin, un no seguir el mandato que le es dado, e incluso ir en contra de él, para no servir a la divinidad, y por lo tanto, no concebirlo como un Dios Sentimental, convirtiendo la duda de la poesía de Unamuno en una negación inminente de la divinidad: …pero dentro de mí resuena el grito del eterno Luzbel, del que quería ser, de veras, ¡fiero desacato! ***
  • 15. III.- • Para concluir: Después de todo, ¿podremos responder a la pregunta del título? ¿Será Dios un sentimiento o será Dios sólo un concepto? Con respecto a esto, observamos en todos los sonetos a analizar que Dios se concibe como Idea, pero también se concibe como Sentimiento; con una razón y un escepticismo que trae grande dudas y hace agonizar al hablante lírico, y con una fe fuerte que se configura a partir del existir y de la propia vitalidad del hombre de carne y hueso. Al parecer ninguno de las dos concepciones de Dios en estos sonetos seleccionados reina sobre la otra. Al fin y al cabo, de esto se trata la poesía de Unamuno: una contradicción y una confusión constantes entre opuestos que atormentaron al autor en vida. La poesía del vasco es un eterno mirarse en el espejo, y verse doble. Como dice Antonio Carreño, el problema de la personalidad es fundamental en su poesía (19), pero una personalidad que se divide en dos y que lucha contra sí misma escindida en dos diferentes, lo cual lleva a entender también el carácter más monologalmente expresivo y menos referencial de los sonetos que estudiamos. Unamuno refleja en su poesía el acto de mirarse al espejo, lo cual lo lleva a sentir “una sensación terrible del desdoblamiento de la personalidad” (Carreño 19), lo que se percibe en la cantidad de opuestos planteados en sus versos. En nuestro caso, los opuestos –razón y fe- que aquí tratamos de dilucidar en cuanto a la naturaleza y a la concepción final y definitiva de Dios no son más que complementarios entre sí, están en lucha, en pugna, pero ninguno gana, ninguno se impone y ninguno es único protagonista. Es decir, atravesar y resolver el problema de si el Dios es Idea o Sentimiento trae muchos obstáculos, puesto que la objetividad y la subjetividad que están dentro del hombre mismo, que forman la fe y la razón, produce que el sentimiento de divinidad en nosotros se haga cada vez más oscuro (Unamuno 172), más confuso, tal como la personalidad, y en relación con ella, que se configura en el hablante lírico de los sonetos. La vida de Unamuno reflejada en su profunda poesía es base para entender la unión necesaria entre los dos opuestos en pugna. Además, sus propias concepciones sobre la vida espiritual y la razón –las dos expuestas en su poesía- también juegan un gran papel. El ansia de existir porque Dios existe, porque o si no existe el hombre muere, y agoniza viviendo y
  • 16. razonando, perdiendo y ganando fe a ratos. El que no quiere renunciar a la vida, es decir, a la concepción vitalista del Dios Sentimiento, y tampoco quiere renunciar a la razón, tiene que existir y obrar entre esas dos “muelas contrarias”, que trituran constantemente al hombre, es decir, el mismo reflejo del hablante lírico de sus sonetos. (Unamuno 148) La razón y la fe, entonces, no se conciben separados, sino que en lucha constante, y la brecha que los separa es casi invisible, pues al necesitarse el uno con el otro se unen indefectiblemente en la concepción de un Dios Sentimiento o de un Dios Idea. Como dice Unamuno en Del sentimiento trágico de la vida, “razón y fe son dos enemigos que no pueden sostenerse el uno sin el otro. Lo irracional pide ser racionalizado, y la razón sólo puede operar sobre lo irracional. Tienen que apoyarse uno en otro y asociarse” (130). Esta asociación es la fundamental en su poesía, la que configura la contradicción, pilar fundamental de todo lo que expresa, y también producto final de una gran poesía que se construye en el constante ir y venir de la fe y de la razón, del Dios Idea y del Dios Sentimiento, en conceptos que se definen unos con otros y que nunca son lo mismo, que siempre se determinan de maneras opuestas y se expresan de formas diversas. Quizás no queda más que un relativismo desesperanzado sobre la verdadera naturaleza de Dios, ya que “no hay nada que sea lo mismo en los momentos sucesivos de su ser” (Unamuno 109), y el ser humano, el que concibe al Dios, es muchos más en uno solo, y además, muchas individualidades en un colectivo de pensamiento y sentimientos entremezclados en un tiempo sucesivamente voraz que no para de correr, y que no perdona. Dios, siendo también “algo” que existe, o que no existe, o que por lo menos trata de existir en la mente del hombre, aparece y desaparece para aparecer nuevamente, y posiblemente no sea más que la concepción de su ser según ciertos factores en algún lugar de un constante tiempo invariable, que muta y que hace mutar. Esta oscura poesía nos muestra que probablemente la naturaleza divina, de Idea o bien de Sentimiento por medio de la razón o la fe, no sea más que la que le otorgamos nosotros mismos a través de nuestra escabrosa vida. Al fin y al cabo, cada vez que se quiere concebir a Dios, éste se nos muestra distinto, convirtiéndose en algo dinámico y tal vez un poco cambiante. Como dijo Unamuno: “Mi idea de Dios es distinta cada vez que la concibo”. (109)
  • 17. Bibliografía • Cano, José Luis. “La generación del 98”. Poesía Española del siglo XX. De Unamuno a Blas de Otero. Madrid: Guaderrama, 1960. 11-37. • Carreño, Antonio. “Introducción”. La dialéctica de la identidad en la Poesía Contemporánea. Madrid: Gredos, 1982. 15-46. • Cernuda, Luis.”El Modernismo y la generación de 1898”. Estudios sobre Poesía Española Contemporánea. Madrid: Guaderrama, 1957. 87-101 • De Unamuno, Miguel. Del sentimiento trágico de la vida. Madrid: Sarpe, 1984. • Vivanco, Luis Felipe. “Rosario de Sonetos Líricos (1912). Antología Poética. Miguel de Unamuno. Madrid: Escorial, MCMXLII. 127-171.