2. Perfil fundacional del país
Definió políticas, asumió modelos
económicos, apostó a políticas
inmigratorias
Delimitó y sostuvo un sistema educativo
que hiciera posible el funcionamiento del
sistema.
Depositaron su confianza en el poder
disciplinador de la educación (nuevo orden
social) para construir una sociedad con
proyección y futuro.
3. Desarrollo del país
Le interesa definir cómo progresar
hacia una sociedad que favorezca el
desarrollo de sus miembros,
individual y colectivamente, que dé
lugar a la dialéctica sujeto producido-
sujeto productor.
Pretende pasar de la heteronomía a
la autonomía
4. La apuesta consiste en reconquistar
el escenario, en conversar con los
autores y guionistas, en convencer al
director de la obra, en contagiar de
renovado entusiasmo a los actores...
y en hacer subir a escena a los
espectadores..
5. Los cambios sociales y los cambios de paradigmas que
rodean a la escuela: el cambiante mundo laboral, la
incertidumbre, la fragmentación personal y social, la crisis
de conceptos claves: tiempo, espacio, identidad
Compleja homogeneización de la
realidad interior y exterior en un
estado de construcción, de-
construcción y re-construcción
permanente, en un mundo real y
virtual, propio y ajeno, local y global.
6. ¿De qué escuela hablamos y de
qué escuela deberíamos hablar?
Pérdida de la autoridad social
(síndrome del "desconcierto y
vaciamiento de la educación")
Pérdida de prestigio de la institución y
de la función de sus docentes,
cuestionamiento permanente de la
capacidad para transmitir
conocimientos y valores.
7. El derecho de educar desde la
escuela exige:
Actitudes y políticas de estratégico
distanciamiento del contexto
Imaginar, crear e instaurar -aunque
sea en el plano de las ideas- un
orden nuevo, una alternativa
auténticamente superadora y
Recuperar el re-conocimiento social
salvador.
8. Yo los vi llegar un mediodía de verano. Confiaron en la tierra firme, aunque presumieron que
esa costa rocosa y escarpada era el continente. Nunca imaginaron que se trataba de una
isla. Una de esas islas que se van consolidando, desarmando y desplazándose con el paso
de los años, cambiando de forma y de estructura, jugando a ser y no ser en un devenir
permanente. Nunca recorremos las mismas aguas, nunca pisamos la misma isla.
Venían de navegar mares tormentosos y no podían resistirse a la tentación de depositar sus
pies seguros en la orilla insobornable. Pero era una tierra olvidada y desconocida. Tal vez
yo solamente existía en la afiebrada imaginación de algunos y necesitaba de la presencia
de esos intrusos que me dieron vida: apareciendo en sus vidas yo misma adquiría
verdaderamente el ser. Creo que me despertaron de un largo letargo y todos ganamos con
el encuentro. Yo era, frente al mar cargado de riesgos e incertidumbres, la tierra prometida.
Ellos eran, ante la soledad y la arbitraria desprotección de siglos, una tabla de salvación.
Hasta ese, día nunca supe a ciencia cierta qué importancia real tenía.
Lentamente fueron reparando en mi presencia y fueron descubriéndome: me recorrieron con
la misma pasión con que desembarcaron y tuve la serena impresión de que creía haber
resucitado el paraíso original: paisajes, vegetación, arroyuelos, cascadas, claros en el
territorio eran vistos por primera vez, aclamados y bautizados con un envidiable sentido del
asombro y de la admiración. Al desembarcar y tomar posesión del territorio se creyeron
fundadores de una nueva realidad pero yo había estado allí desde siempre: generosa,
consentía en dejarme atravesar con cierta indiferencia, pero sólo toleraba algunos vestigios
de apropiación. Y yo me sentía bien. Por primera vez alguien -en nombre de la
civilización- me daba la bienvenida, me abría las puertas y me hacía pasar a la sociedad.
Había en mí un curioso juego de contradicciones: existía desde siempre, pero sentía que
recuperaba el ser con esas presencias. Ellos se asomaban a mi mundo, con la total
seguridad de sentirse descubridores y conquistadores; yo me asomaba a un nuevo
universo para certificar mis valores y descubrir -con mi natural astucia- qué destino me
cabría en el nuevo orden. Porque quedaba claro que no se adaptarían a mi estructura, sino
que había un orden previo que se me impondría. Recuerdo paso a paso los rituales de
ingreso, de conquista, de bautismos y de apropiación. Pasó el tiempo y con él,
imperceptiblemente, me di cuenta de que fueron explotando de mí todas las riquezas, me
fueron cambiando, se adueñaron de cada uno de los rincones, me hicieron suya. Y yo
aprendí a vivir solamente para ellos. Basta una acumulación de vida, aunque sea neutra y
gris, para que nuestras esperanzas más firmes y nuestros deseos más intensos se
desmoronen... Y llegó un momento en el que mi vida ya no soñaba, abierta, con ninguna
diversidad (xxxvii). Todos vivimos en el mismo engaño: había sido un encuentro fortuito,
casual, valioso, provisorio... y habíamos imaginado que sería eterno. Ellos porque se
sentían cómodos en el territorio conquistado y racionalmente organizado; yo porque
disfrutaba de una vida gloriosa y de una importancia desmesurada.
9. La estructura de mi geografía se fue modificando con el paso del tiempo: en algunos lugares se fueron
adicionando territorios y en otros, el paso del agua fue robando importantes sectores. El mar mismo
vivía en un cambio permanente y era muy difícil percibir esas modificaciones que nos alteraba
mutuamente.
No hubo un momento determinado. No fue un fría mañana de invierno o un sereno atardecer de
otoño: sino que fueron la suma de los días. Se fueron alejando, descuidaron algunos sectores,
silenciaron algunas voces, dejando caer resguardo, protecciones, sectores. Tuve la impresión
-pobre, porque yo nuevamente me había adormecido confiada en una inconsistente fantasía- de que
algo pasaba, pero que no podía ser demasiado grave
Y un día se fueron. Dejaron las instalaciones intactas, los artefactos en funcionamiento, la geografía
cambiada, los árboles y la vegetación domesticados según su gusto y parecer... No se llevaron
nada: otras naves vinieron a buscarlos y desaparecieron sin reconocimientos y sin explicaciones.
Volví a quedarme sola. A veces creo que están deambulando de un lugar a otro, con el bullicio y la
creatividad de antes, pero no es cierto: el sueño me deposita irremediablemente en la realidad.
Cuando los sueños pasan, como los recuerdos, se vuelven indemostrables y remotos. Recuerdos y
sueños están hechos de la misma materia... todo es recuerdo. A veces creo que nunca estuvieron.
Estoy nueva y definitivamente sola.
Han partido. Yo sigo sin despertar de mi desconcierto. ¡Tantos años viviendo de lo que ellos hacían y
pregonaban de mí! Creo que fui perdiendo mi identidad y se me fue diluyendo en los proyectos
ajenos.
Tal vez sea la hora de convertirme en tierra definitivamente firme, en constituirme en una fortaleza,
en encontrar vida propia, de no depender de nadie... de convertirme sencillamente en la escuela que
se ha atrevido a alcanzar la mayoría de edad, a hacer lo que quiere y lo que debe con una identidad
definitivamente propia. Tal vez he vivido en una cómoda y segura minoría de edad sin atreverme a
utilizar mis propias capacidades, carente de decisión y de ánimo para servirme creativamente de mis
propias potencialidades. (xxxviii) Ahora definitivamente lo he comprendido: la mera presencia de
ciertas cosas y de determinados rituales no garantiza su existencia: estoy sumergida en la
precariedad y mi universo presente y futuro es una construcción permanente.
Alguien - antes de partir - se atrevió a escribir en una de las rocas de la playa:
"Los sobrevivientes de la escuela del pasado deben convertirse
en los constructores de la escuela que vendrá".
Todos nosotros somos, en cierto modo, sobrevivientes de una escuela que nos enorgullece. Vivimos
un período de transición hacia un nuevo sistema (xxxix). Debemos reinventar un mundo, sin la
certeza de que vayamos a triunfar. Pero somos nosotros, en definitiva, los que estamos llamados a
ser los constructores de una escuela nueva y necesaria.
10. La estructura de mi geografía se fue modificando con el paso del tiempo: en algunos lugares se fueron
adicionando territorios y en otros, el paso del agua fue robando importantes sectores. El mar mismo
vivía en un cambio permanente y era muy difícil percibir esas modificaciones que nos alteraba
mutuamente.
No hubo un momento determinado. No fue un fría mañana de invierno o un sereno atardecer de
otoño: sino que fueron la suma de los días. Se fueron alejando, descuidaron algunos sectores,
silenciaron algunas voces, dejando caer resguardo, protecciones, sectores. Tuve la impresión
-pobre, porque yo nuevamente me había adormecido confiada en una inconsistente fantasía- de que
algo pasaba, pero que no podía ser demasiado grave
Y un día se fueron. Dejaron las instalaciones intactas, los artefactos en funcionamiento, la geografía
cambiada, los árboles y la vegetación domesticados según su gusto y parecer... No se llevaron
nada: otras naves vinieron a buscarlos y desaparecieron sin reconocimientos y sin explicaciones.
Volví a quedarme sola. A veces creo que están deambulando de un lugar a otro, con el bullicio y la
creatividad de antes, pero no es cierto: el sueño me deposita irremediablemente en la realidad.
Cuando los sueños pasan, como los recuerdos, se vuelven indemostrables y remotos. Recuerdos y
sueños están hechos de la misma materia... todo es recuerdo. A veces creo que nunca estuvieron.
Estoy nueva y definitivamente sola.
Han partido. Yo sigo sin despertar de mi desconcierto. ¡Tantos años viviendo de lo que ellos hacían y
pregonaban de mí! Creo que fui perdiendo mi identidad y se me fue diluyendo en los proyectos
ajenos.
Tal vez sea la hora de convertirme en tierra definitivamente firme, en constituirme en una fortaleza,
en encontrar vida propia, de no depender de nadie... de convertirme sencillamente en la escuela que
se ha atrevido a alcanzar la mayoría de edad, a hacer lo que quiere y lo que debe con una identidad
definitivamente propia. Tal vez he vivido en una cómoda y segura minoría de edad sin atreverme a
utilizar mis propias capacidades, carente de decisión y de ánimo para servirme creativamente de mis
propias potencialidades. (xxxviii) Ahora definitivamente lo he comprendido: la mera presencia de
ciertas cosas y de determinados rituales no garantiza su existencia: estoy sumergida en la
precariedad y mi universo presente y futuro es una construcción permanente.
Alguien - antes de partir - se atrevió a escribir en una de las rocas de la playa:
"Los sobrevivientes de la escuela del pasado deben convertirse
en los constructores de la escuela que vendrá".
Todos nosotros somos, en cierto modo, sobrevivientes de una escuela que nos enorgullece. Vivimos
un período de transición hacia un nuevo sistema (xxxix). Debemos reinventar un mundo, sin la
certeza de que vayamos a triunfar. Pero somos nosotros, en definitiva, los que estamos llamados a
ser los constructores de una escuela nueva y necesaria.