Llevo casi 24 años en Cuba. He vivido cambios importantes del país, la Iglesia y la Orden, que condicionaban la evangelización, hoy en día hay más posibilidades que en años pasados. Llegué a Cuba en pleno “período especial”, marcado por el desabastecimiento de todos los artículos, aun de los alimenticios.
1. 1
misiones y predicación
celebraciones y oración
diálogo y comunidad
e s t u d i o s y r e f l e x i ó n
Mi experiencia como fraile predicador en Cuba
por Antonio Bendito OP
Antonio Bendito reside en la ciudad de
Trinidad, Provincia Sancti Spiritus, Cuba.
Llevo casi 24 años en Cuba. He vivido cambios
importantes del país, la Iglesia y la Orden, que
condicionaban la evangelización, hoy en día hay
más posibilidades que en años pasados. Llegué a
Cuba en pleno “período especial”, marcado por
el desabastecimiento de todos los artículos, aun
de los alimenticios. Compartir lo que teníamos,
atender a los más necesitados era, sin duda,
nuestra primera proclamación del Evangelio.
En 1992 el país pasó de Estado Ateo a Esta-
do Laico. Oficialmente, todo cubano podía prac-
ticar la religión que quisiera; en la práctica, tarda-
ría años en hacerse realidad; aun hoy las Fuerzas
Armadas y los cuadros del Partido no tienen
libertad para practicar su fe. Las iglesias, hasta
entonces casi vacías, empezaron a formar comu-
nidades. Más difícil resultaba reunir los fieles en
el campo, donde no había capillas, porque no
permitían reunirse en casas particulares. Cuando
nos arriesgábamos, pronto se presentaba gente
del Partido a amenazar al dueño de la casa.
El reto grande de esos años era avivar la fe,
sostener la esperanza y dedicar tiempo a la for-
mación, pues muchos llegaban sin conocer nada
de religión. Se sintieron atraídos por el testimo-
nio de algunos hermanos, pero necesitaban ini-
ciarse en la vida cristiana. Los pocos que habían
permanecido fieles necesitaban formarse más
sólidamente para poder ayudar a otros. Esa ha
sido la gran tarea que tuvimos y aún tenemos.
Encuentro nacional de la Iglesia y visita de Juan Pablo II
En el ámbito eclesiástico hubo acontecimientos
que marcaron épocas y dieron gran impulso a la
evangelización. En 1987 se tuvo el primer En-
cuentro Nacional de la Iglesia en Cuba, que la
sacó de las catacumbas y la puso en pie de mi-
sión. El 1993, la Conferencia Episcopal publicó
un documento profético: “El Amor todo lo es-
pera”, en el que los obispos recogían el sentir del
pueblo y daban voz a los sin voz; pedían apertu-
ra, descentralizar, libertad de expresión y de ac-
ción. El documento que fue muy mal recibido
por el Partido y el Gobierno, hubo ataques en la
prensa oficial muy agresivos contra los “once”,
por no nombrar a los obispos. También a noso-
tros nos tocó ser profetas por leer en las misas
este documento y orientar a los fieles sobre los
derechos humanos, lo cual se consideraba sub-
versivo. La predicación tenía que ser evangélica,
evitando aludir a la realidad cubana.
En 1998 nos visita Juan Pablo II. Para prepa-
rarnos se nos permitió hacer misión casa por
casa, formar misioneros en el Kerigma fue nues-
tra tarea principal en ese tiempo. Con esta visita
empezó cierta apertura que la Iglesia aprovechó
en diversos campos de acción: casas de misión,
centros para formación integral de las personas,
abiertos a todos sin importar ideologías o creen-
cias, pero atentos a no politizar estos espacios
donde se respiraba mayor libertad, porque en-
tonces los cerraban.
9
2. 2
Diálogo: fe, cultura y sociedad
Uno de los primeros centros se abrió en nues-
tro Convento de San Juan de Letrán. Desde
años atrás se tenía un aula donde se impartían
conferencias mensuales y se proyectaban de
películas, buscando impulsar valores necesa-
rios para la sociedad.
Con la ayuda de los
obispos italianos se
habilitaron aulas en los
sótanos del convento,
donde se imparten
cursos de lenguas,
computación, diseño
computarizado, cate-
quética, teología, filo-
sofía y humanismo.
La actividad del
centro fue enriquecida
con la presencia del gran teólogo Fr. Jesús Espeja,
que lo dirigió durante varios años dándole una
fuerte impronta teológica. Otras grandes figuras de
la Orden y profesores de distintas ramas del saber
nos regalaron su sabiduría, su tiempo y su aporte
económico, pagándose ellos mismos el viaje.
El Centro Fr. Bartolomé de las Casas trata de
responder a las necesidades de la Cuba de hoy y
de preparar para el futuro. Está en perfecta línea
dominicana, especialmente la que tuvimos al
fundar la Universidad de la Habana, el Centro
Social, La Escuela Químico-azucarera de Cien-
fuegos. Hoy día está tomando tanto relieve que
peligra dejar como algo secundario la labor pas-
toral en las parroquias y otras comunidades. Te-
nemos todo un territorio para evangelizar que se
nos ha encomendado: gran parte del Vedado en
la Habana y la ciudad de Trinidad.
Como dominicos somos conscientes que
nuestra labor principal es la formación. Necesi-
tamos buenos catequistas para impartir una cate-
quesis sólida a niños, jóvenes y adultos. Nos
esforzamos por preparar y seguir formando
buenos matrimonios. Se comenzó con la Escuela
de Padres. Ponemos empeño en la formación de
adolescentes y jóvenes. Empezamos en Trinidad
unos encuentros con adolescentes y jóvenes con
el lema: “La vida como vocación”. La respuesta
ha sido muy positiva.
La ciudad de Trinidad, donde me encuentro,
es una zona misionera que crece a gran ritmo.
Veo con tristeza esos barrios que se desarrollan
sin posibilidad de hacerles llegar la Buena Nueva.
Dos son las causas: nuestros fieles, absorbidos
por el turismo, no se
prestan para la labor
misionera. Y los dos
sacerdotes que esta-
mos aquí entramos en
los 80, con lo que
nuestra labor es limi-
tada. Nos mantiene la
esperanza de un futu-
ro mejor, con frailes
jóvenes que tomen el
relevo y dinamicen la
obra misionera.
Otra de gran relieve es la realizada por Cári-
tas: en las parroquias de la Habana y en Trini-
dad, Caritas es la Palabra encarnada en los más
pobres. Trinidad es una ciudad turística que
genera riqueza, pero también pobreza para
quienes no participan del turismo. Hay ancianos
muy solos y sin recursos, niños sin familia, en-
fermos, pobres de todas las edades y condicio-
nes. Tenemos una serie de programas y talleres
que intentan responder a estas necesidades. Lo
maravilloso es constatar que, si bien no se en-
cuentran misioneros, sí hay un buen grupo de
personas que dan su tiempo y esfuerzo para
colaborar en esta obra de Caritas.
Además de la pastoral, varios de nosotros en
La Habana hemos sido y algunos son profesores
en el Instituto de Vida Religiosa, “María Reina”,
y en el Seminario. Nuestros frailes han sido lla-
mados a impartir retiros, formación y conferen-
cias a todo el clero.
A pesar de estar siempre con penuria de per-
sonal, una gran tarea que hemos tenido es la
promoción y formación de las vocaciones, lo
cual exige mucha dedicación y mucho esfuerzo.
Esta tarea se ha dilatado, pues hemos asumido la
formación de los prenovicios del Vicariato que
comprende la República Dominicana y Cuba.
* Ilustración: Iglesia de los Dominicos en Trinidad
3. 3
La semilla del Verbo en los pueblos originarios
por Gonzalo Ituarte OP
Gonzalo Ituarte ha acompañado durante muchos años a las comunidades
indígenas de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México.
Estaba por terminar mis estudios de teología
cuando acompañé como diácono a Don Samuel
Ruiz, Obispo de San Cristóbal de las Casas, en
una gira pastoral por la Selva Lacandona, en el
estado de Chiapas, México, para instituir a quie-
nes acompañarían a sus comunidades de identi-
dad y cultura maya tseltal en los servicios diaco-
nales. Fue una experiencia que cambió mi pers-
pectiva dominicana y me hizo pedir a mi prior
provincial, fray Francisco Quijano, que me asig-
nara a la Misión de Ocosingo. Medio año des-
pués, en enero de 1978, el propio Don Samuel
Ruiz me impuso las manos para ordenarme pres-
bítero en nuestro Convento de Santo Tomás de
Aquino en la Ciudad de México. Y un mes des-
pués me encontraba en Chiapas, visitando comu-
nidades en las cañadas de la Selva Lacandona.
En el siglo XVI los frailes dominicos ha-
bían sido evangelizadores en estas tierras, ani-
mados por fray Bartolomé de las Casas, pero
acicateados por el celo apostólico que animaba
a la Orden de Predicadores ante la situación de
los pueblos originarios del, para los europeos,
nuevo continente.
Se sucedieron generaciones de frailes en los
siglos de la colonia y la independencia, con muy
diversos estilos y enfoques, con decreciente sig-
nificación, hasta que a mediados del siglo XIX se
despidió el último fraile, dejando un extenso
territorio con población indígena mayoritaria y
empobrecida, con pertenencia ya tradicional a la
Iglesia, pero limitada a una vaga noción de la
“religión” y con un apego grande al bautismo y a
las fiestas de los santos.
El caminar liberador de las comunidades bajo la guía de Tatic Samuel
En 1963, Don Samuel Ruiz, joven obispo en-
tonces, ante el reto de atender a la población
indígena de su diócesis, invita a los frailes domi-
nicos de la Provincia del Santo Nombre de Je-
sús, presente en el oeste de los Estados Unidos
de América, a que retomen la tarea entre la po-
blación maya tseltal, ubicada en más de 200 co-
munidades en los municipios de Ocosingo y
Altamirano, en una extensión cercana a los
17,000 kilómetros cuadrados.
Otra lengua, otra cultura, otro país, otro
mundo, no fueron disuasivos suficientes y la
pequeña comunidad de frailes –pronto acompa-
ñada por religiosas y laicos– aprendió de los in-
dígenas otro modo de ser humanos, de enfrentar
la vida, de ser comunidad, de tener esperanza,
desde la pobreza, la marginación, la opresión... y
la alegría.
Así, evangelizados los predicadores, conecta-
ron con la vida de las comunidades, sus luchas y
aspiraciones, caminaron sus caminos y compar-
tieron su palabra.
Y allí, donde ya había comunidad, donde es-
taba la “semilla del Verbo” en la cultura y en la
marginalidad, el anuncio explícito del Evangelio
encontró tierra fecunda y hubo Novedad en el
Pueblo y en la Iglesia.
Un nuevo modo de ser Iglesia surgió cuando
este pueblo pobre se apropió la Palabra, la expe-
rimentó como Luz dinamizadora y la compren-
dió viva en su medio.
No fue el método, pero sin éste no hubiera
nacido la Iglesia encarnada que el Espíritu animó
en tantos lugares de América Latina. Y es que los
predicadores, en el contexto de la Diócesis de San
Cristóbal de Las Casas, descubrieron que la mejor
evangelización requería que ellos guardaran silen-
cio, y escucharan, y dejaran que la Palabra hablara
desde la vida y corazón de los pobres, hablara en
ellos y desde ellos... y la Palabra se hizo Pueblo.
4. 4
Acoger la Palabra de Dios con el método tijwanej
Como buenos misioneros, los frailes habían con-
tinuado y fortalecido la formación de catequistas
que enseñaban el catecismo y las oraciones, al
principio en “castilla” y después en tseltal. Pero
aquí, en la selva chiapaneca, también se hacía
presente el Espíritu y, ante el entusiasmo de las
comunidades por profundizar en su fe, la Misión
fue implementan-
do un nuevo mo-
do de anuncio de
la Palabra, el “mé-
todo tijwanej”.
Siguiendo el
proceso de En-
carnación que se
respiraba en nues-
tro subcontinente,
se inició y desa-
rrolló un camino
por el que los
catequistas tenían como tarea animar, impulsar,
facilitar, que la comunidad, cada comunidad,
cada una, cada uno de sus integrantes, dieran su
palabra al escuchar la Palabra y mirarla desde su
realidad concreta.
Por supuesto ya estamos en el tiempo en que
se disponía de versiones del Nuevo Testamento
en lenguas indígenas –gracias a los misioneros
protestantes– y esto permitía que toda la comu-
nidad pudiera escuchar el relato primero, y la
lectura después, de textos seleccionados en las
reuniones de catequistas en función de la pro-
blemática más significativa o de la centralidad de
los asuntos que incidían en las comunidades.
Después se ofrecían dos o tres preguntas que
estimularan el diálogo para descubrir el significa-
do de la Palabra desde la realidad y la aportación
de la Palabra a la realidad.
En grupos de niñas, de niños, de varones, de
mujeres, de ancianos y ancianas, se distribuía la
asamblea dominical por un amplio tiempo y al
retornar a la capilla cada grupo reportaba según
le pareciera conveniente: por relato, por símbo-
los, por representación actuada –“señas” les lla-
man– y muchas veces concluían haciendo acuer-
dos para cumplir en la práctica lo que habían
descubierto. En esto consiste el método tijwanej,
palabra tseltal que
significa “agitar,
estimular, animar,
suscitar” la parti-
cipación.
El proceso no
fue mágico, ni
homogéneo, ni
con el mismo
grado de impacto
en todas las po-
blaciones, pero
ciertamente hizo
surgir una dinámica de participación, de sentido
de identidad, de urgencia de acción para que la fe
se tradujera en obras, que la esperanza fuera sus-
tentada, y la caridad realidad. Liturgia en su lengua
y sus símbolos, teología india cristiana, conver-
gencia de fe y vida, transformación de la propia
cultura, diálogo ecuménico, elementos todos que
son fruto de quienes no detienen su caminar.
Y el pueblo se fue haciendo Sujeto en la Igle-
sia y, naturalmente, también en la construcción
de su destino. Una Iglesia en que se multiplica-
ron los ministerios –nuevos y antiguos– se arti-
culó en comunidad de comunidades, en zonas,
regiones y Misión: Iglesia Tseltal, inculturada,
muy propia y así, muy Iglesia.
Y la gente se hizo Pueblo, con organizacio-
nes, luchas, articulaciones, demandas, conscien-
cia de derechos, utopías, y más luchas, y creci-
miento, y sufrimiento, y paciencia, y perseveran-
cia, y la lucha sigue…
El diaconado indígena: los tuhuneletik
Iglesia comunitaria, servidora, liberadora, que
fue recuperando y dando nuevo vigor a ministe-
rios y servicios tradicionales, pero que también
fue asumiendo o creando nuevos ministerios
eclesiales, entre los que destacan los “tuhuneles”,
palabra que significa “servidores”, y los principa-
les. Se trató de una especie de diaconado no or-
denado, elegido por las comunidades de entre
5. 5
hermanos que habían servido por años como
catequistas o en otras tareas religiosas y comunita-
rias, con la anuencia y participación de la esposa.
La escasez de presbíteros y la extensión del
territorio, sumado a las dificultades para el tras-
lado por las cañadas y montañas, pasó a ser
bendición, porque los tuhuneles, con sus prin-
cipales o ancianos, en coordinación con los
catequistas y el equipo de la Misión, asumieron
la diversidad de servicios, desde la animación de
la celebración dominical con la distribución de
la comunión, hasta la administración del bau-
tismo y celebración del matrimonio; liturgias
penitenciales no sacramentales y visita a enfer-
mos, además del consejo y el consuelo que se-
gún las cualidades personales pudieran ofrecer.
Un verdadero servicio pastoral, pero en medio
de la comunidad, no encima ni aparte de los
demás servidores de la comunidad.
La necesidad de dar fortaleza al proceso con
el paso de los años hizo ver conveniente el asu-
mir el diaconado sacramental que ya se había
adoptado en otras misiones de la diócesis, parti-
cularmente la de Bachajón, atendida por la
Compañía de Jesús, colindante a la nuestra y de
lengua tseltal también.
Obviamente en el horizonte misionero de la
diócesis, y especialmente en el corazón del obis-
po, ya querido como jTatik Samuel, estaba la
convicción de que los pueblos originarios de
América Latina tienen el derecho a ser Iglesia
desde su cosmovisión, su cultura, sus tradiciones
e identidad, y esto haría que la Iglesia reconocie-
ra que el sacerdocio uxorado sería la forma más
natural y fecunda del ministerio presbiteral. Esto
no ha sucedido, pero estamos ciertos de que el
modo de ser Iglesia que se ha vivido en esta Mi-
sión y Diócesis, como en muchas otras de carac-
terísticas semejantes, iluminará los caminos ecle-
siales futuros. Nos alegraremos así de haber vi-
vido el futuro en el pasado, y de haber sido testi-
gos y acompañantes de quienes siguiendo a Jesu-
cristo han decidido continuar siendo Iglesia Ca-
tólica y ofreciendo la frescura de un Evangelio
que habrá de dar nuevas sorpresas en las diversas
latitudes de la Casa Común.
Así, aquellos frailes de los sesentas y los que
les seguimos, nos vemos como Domingo “in
medio Eclesiae”, acompañando el crecimiento
de la semilla del Verbo en los pueblos origina-
rios. Hemos aprendido “a amar a Dios en tie-
rra de indios”.
* Estas experiencias fueron publicadas en la revista TESTIMONIO (marzo 2016) de la Conferencia de Religiosos y Religiosas de Chile.