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MI DESCUBRIMIENTO
DE LA FE
El que busca halla
Encuentros con mariposas
En las alas de la esperanza
El prodigio de la
resurrección
Y lo que representa para
nosotros
C A M B I A T U M U N D O C A M B I A N D O T U V I D A
1.	 Joel Osteen, n. 1963
2.	 Hechos 2:26
3.	 V. Juan 20:21
4.	 V. Isaías 61:1–3
5.	 Mateo 10:8 (rvc)
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E-mail: info@actmin.org
Tel: 1-877-862-3228 (nº gratuito)
Director	 Gabriel García V.
Diseño	 Gentian Suçi
Producción	 Samuel Keating
© Activated, 2015
Es propiedad. Impreso en Taiwán por Ji Yi Co., Ltd.
A menos que se indique otra cosa, los versículos
citados provienen de la versión RV, revisión de
1960, © 1960 Sociedades Bíblicas en América
Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas
Unidas. Utilizados con permiso.
Año 17, número 3
A NUESTROS AMIGOS
La esperanza del cristiano
Para la mayoría de la gente, esperanza es sinónimo
de ilusión infundada. Se evidencia en refranes como
el que reza: «Con esperanza no se llena panza». Sin
embargo, en la Biblia no tiene ese sentido. En las
Escrituras significa expectación gozosa y confiada.
A lo mejor abrigas la esperanza de que te sucedan
cosas buenas, o la ilusa esperanza de que nada malo te
ocurra. Es lo mismo que todos anhelamos; pero no es un deseo muy realista, por-
que en este mundo «los males los hay a caudales». Por eso es mucho más sensato
depositar nuestra esperanza en Dios más que en ninguna otra cosa. Me resulta
reconfortante este pensamiento: «Tienes que creer que tu vida está en manos de
Dios y que es Él quien la gobierna. Puede que estés pasando por un momento
difícil, pero debes creer que Dios tiene un motivo para ello y que al final hará que
todo redunde en bien»1
.
Las esperanzas sin ancla nos dejan a la deriva en un mar de incertidumbres y
no sirven para afrontar las verdaderas tempestades de la vida, como puede ser el
diagnóstico de una enfermedad terminal o la pérdida de vivienda y sustento. Para
esos trastornos y tragedias necesitamos una esperanza sólida, que es precisamente
la que nos brinda Jesús. Su resurrección, que los cristianos conmemoramos este
mes, trae consigo la promesa de la vida eterna que disfrutaremos con Él. De ahí
que el rey David de antaño expresara este sentimiento: «Mi corazón se alegró, y se
gozó mi lengua, y aun mi carne descansará en esperanza»2
.
Jesús nos indicó cómo quiere que orientemos entretanto nuestra vida:
Así como el Padre lo envió a Él, Él nos envía a nosotros3
. Nos insta a ser Sus
manos, Sus pies, Sus ojos, Sus labios; a vendar a los quebrantados de corazón, a
consolar a los que están de duelo, a dar de comer a los hambrientos, a levantar
a quienes tienen el alma sepultada en la desesperanza y la soledad, a dar vista a
los ciegos iluminándolos con la luz de Jesús, a anunciar el evangelio a los pobres,
a desatar los pesados yugos y liberar a los oprimidos espiritualmente4
. «Den
gratuitamente lo que gratuitamente recibieron»5
.
Pongamos a Jesús en el centro de nuestras celebraciones esta Semana Santa y
anunciemos a todos la buena nueva de Su nacimiento, muerte y resurrección, que
es fuente de auténtica esperanza de nueva vida para todos los que se acercan a Él.
Gabriel García V.
Director
2
1.	 http://butterflywebsite.com/discover/stories.cfm
2.	 V. Mateo 7:7
3.	 http://elixirmime.com
Encuentros
con mariposas
Buscando documentación para un cuento
sobre un comerciante de antigüedades que coleccionaba
mariposas exóticas, di con un portal de Internet1
que
me facilitó abundantes recursos narrativos sobre esas
fascinantes criaturas.
Me quedé asombrado con la enorme cantidad de
relatos que la gente ha enviado a ese portal —cientos de
experiencias—, y me llamó la atención la gran influencia
que han tenido las mariposas en la vida de los mortales
de todas las épocas. Hace más de 2.000 años los antiguos
griegos ya empleaban la transformación de la mari-
posa —el paso del estado de larva al de adulto— como
metáfora de la resurrección e inmortalidad del alma.
Un tema recurrente en los encuentros con mariposas
publicados en ese portal es el consuelo que proporcionan
esas magníficas criaturas a personas que están pasando
por momentos particularmente difíciles. Después de leer
muchos de esos relatos tuve curiosidad por saber si las
mariposas podrían intervenir también mágicamente en
mi vida. Estaba viviendo una temporada complicada.
Extrañaba especialmente a mi hija mayor, fallecida siete
años antes.
Una noche le pedí a Dios que me enviara una mariposa
como señal de que nuestra hija todavía estaba con nosotros
en espíritu; después me olvidé del asunto. Sin embargo, al
día siguiente estuvimos en una remota zona rural, y mien-
tras empacábamos nuestros equipos y los cargábamos en
el vehículo después de una actuación, hubo una colorida
mariposa que no dejó de revolotear a mi alrededor. Más
tarde, mientras le comentaba eso a un amigo al detenernos
en un semáforo, otra mariposa pasó frente al parabrisas,
como diciendo: «Todavía estoy contigo».
No obstante, el encuentro más notable que tuve con
una mariposa se produjo el día de Navidad. Cuando
nos hallábamos reunidos en torno al árbol, abriendo los
regalos y disfrutando de estar en familia, entró una mari-
posa en la sala y se posó cerca de la lámpara. Se quedó
con nosotros todo el día y toda la noche. A la mañana
siguiente no estaba, como si ya hubiera cumplido su
misión. Esa visita nos reconfortó mucho y nos llenó de
gratitud, pues la interpretamos como una señal, como un
recordatorio de la presencia de nuestra hija en esa fecha
tan especial.
Naturalmente que nuestro ánimo y consuelo no
deberían depender de esas señales. Aun así, uno las
agradece. La Palabra de Dios promete que el que pide,
recibe2
. Cuando necesites consuelo u orientación, Dios
puede enviarte mensajeros bajo diversas apariencias, con
o sin alas.
Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo3
.
Vive en Alemania. ■
Curtis Peter van Gorder
3
terrible que se torne la situación, el
Señor se hará presente para ayu-
darme. Lo único que debo hacer es
aferrarme a Él y a la fe que me ha
dado Su Palabra, a fin de ahuyentar
las dudas y el desaliento.
La Biblia dice que todas las cosas
redundan en bien para los que aman
a Dios1
. Tardé años en percatarme
de que ese versículo no dice: «Todas
las cosas les salen bien», sino: «Todas
las cosas los ayudan a bien». A mi
entender significa que, aunque a
todos nos pasan cosas malas, Dios
las entrelaza en la historia de nuestra
vida para que redunden en bien, ya
sea ahora o en la eternidad. Cuando
adopto ese enfoque me doy cuenta
de que no tiene sentido que le agra-
dezcamos a Dios todos los favores
que nos concede y acto seguido
necesariamente adquirieron tanta fe
y llegaron a ser así de optimistas por-
que todo en su vida haya ido como
una seda. Muchos se han vuelto así
después de vivir experiencias muy
difíciles, a veces incluso dolorosas,
desgarradoras, en las que optaron
por conservar la esperanza de que
el Señor los sacaría a flote, aunque a
veces ese rescate tomó un tiempo.
Algunos han librado batallas por
su salud; otros han visto a sus hijos
sufrir un enfermedad tenaz o han
perdido a un ser querido. El caso es
que esas personas tan llenas de fe
se fortalecieron y se volvieron más
valientes y compasivas a raíz de esas
experiencias. Siento un profundo
respeto por ellas. La palabra fe cobra
vida y sentido en seres de ese talante.
Me han enseñado que, por muy
A algunos les resulta de
lo más natural depositar su fe
y confianza en Dios. Se las arreglan
para descubrir el aspecto positivo de
las circunstancias y personas difíci-
les. Siempre ven el vaso medio lleno
de agua. Suelen decir cosas como:
«Dios proveerá», «No te preocupes,
todo saldrá bien». Cuando uno traba
conocimiento con una persona así,
podría suponer que lleva una vida
color de rosa, que tiene muy pocos
problemas y que todo le sale a pedir
de boca.
No obstante, tal vez te sorprenda
enterarte de que quienes despliegan
ese tipo de personalidad ejemplar no
Tengo FE
EN LA FE
Tina Kapp
1.	 V. Romanos 8:28
2.	 Salmo 86:10,12,13 (nvi)
3.	 www.just1thing.com
4
le echemos la culpa de nuestros
reveses. Ese versículo nos enseña que
podemos confiar en Él aun en medio
de las desgracias y tener la plena
seguridad de que tornará nuestras
dificultades en algo bueno, o de
algún modo hará que nos beneficien.
En la Biblia abundan los ejemplos
de ese principio, y creo que es porque
Dios quería que lo captáramos bien.
Uno de mis favoritos es el caso
del rey David. Imagínate por un
momento que todas tus perspectivas
profesionales estuvieran centradas
en el pastoreo de ovejas. Según mis
amplios conocimientos —y mi fértil
imaginación—, el pastoreo consiste
en observar a las ovejas pastar hora
tras hora, enfrentarse a una que
otra bestia feroz y tocar el arpa. De
repente saltas a la fama: te ungen rey,
matas a un gigante a la vista de dos
ejércitos, el rey y tus hermanos mayo-
res, y te vuelves íntimo amigo del
príncipe heredero. Si en ese momento
David hubiera dicho: «Sí, claro, Dios
es genial», todo el mundo habría
considerado que en su situación le
resultaba muy fácil decir eso.
No obstante, la realidad lo golpeó
más adelante cuando casi perdió el
reino (varias veces), fue traicionado
por su propio hijo y tuvo que acatar
los castigos divinos por algunas deci-
siones bien malas que tomó. Después
de todo eso, es evidente que cuando
alababa a Dios lo hacía con pleno
conocimiento de lo que es confiar
en Él en medio de los altibajos de la
vida.
Estaba leyendo el pasaje en que
el rey David le dice a Dios: «Tú eres
grande, y haces maravillas; ¡solo Tú
eres Dios! Señor mi Dios, con todo
el corazón te alabaré, y por siempre
glorificaré Tu nombre. Porque
grande es Tu amor por mí: me has
librado de caer en el sepulcro»2
. En
ese salmo David vuelve a rogarle
fervientemente a Dios que lo libre
de sus enemigos, pero también
indica que confía en la protección
y los cuidados de Dios. Su fe no se
ha visto afectada, sino que está más
fuerte que nunca.
La Biblia compara la fe con el
oro. Al igual que el metal precioso,
la fe tiene gran valor. Una fe que se
debilita cuando es sometida a prueba
es como una moneda devaluada: no
sirve de mucho. Pero al igual que el
oro, la fe auténtica es muy estimable,
poco común, costosa, y dura toda la
vida.
Recuerdo vivencias y situaciones
que no me resultaron fáciles de
sobrellevar, o por las cuales defini-
tivamente no me gustaría volver a
pasar. Sin embargo, me doy cuenta
de que si no hubiera atravesado
esos momentos difíciles me habría
perdido algunas de las extraordina-
rias enseñanzas que me dejaron. Ese
conocimiento y esas experiencias
han fortalecido mi fe. Ahora tengo la
certeza de que, por muy intensas que
sean las tormentas emocionales que
me azoten, Jesús está detrás de los
nubarrones, aguardando el momento
de irrumpir con Su luz y darme justo
lo que necesito para avanzar con
gracia y fuerza, lista para encarar lo
que me depare la vida.
Tina Kapp es bailarina,
presentadora y escritora.
Vive en Sudáfrica, donde
dirige una empresa de
entretenimiento que recauda
fondos para obras de caridad
e iniciativas misioneras. Este
artículo es una adaptación
de un podcast publicado en
Just1Thing3
, portal cristiano
destinado a la formación de
la juventud. ■
5
La ESPERANZA
Y EL ÁRBOL DE
VIDA
Es un hombre alto y enjuto
de sesenta y tantos años, mayor
que muchos de los otros puesteros
del mercado de frutas y verduras.
Siempre recibe a sus clientes con
una sonrisa radiante.
Una calurosa mañana de julio,
al acercarme a su puesto, vi que
llevaba un grueso collar ortopé-
dico que le cubría desde el mentón
hasta los hombros. Aunque no
se quejaba, sus ojos traslucían la
incomodidad que le causaba. Me
explicó que había sufrido un acci-
dente automovilístico y se estaba
recuperando de una operación.
En Taiwán, en pleno verano,
la humedad del aire se dispara,
y las temperaturas se elevan
hasta niveles desagradables. Me
estremecí de solo pensar en cómo
debía de sentirse con aquel collarín
de tejido plástico, aguantando el
agobiante calor de un mercado al
aire libre. Él se dio cuenta y me
sonrió.
—Ya mejorará. Todas las lesiones se
curan. Quejarme de lo molesto que es
no me servirá de nada.
Pagué lo que había comprado y le
prometí que oraría por él.
Cuando lo vi dos semanas después,
todavía llevaba el collarín, pero su
sonrisa seguía indemne.
—¿Le duele mucho? —le pre-
gunté—. Ese collarín debe de ser
incomodísimo.
—Me duele y es fastidioso
—asintió—; pero lo que me ayuda
a soportarlo es imaginarme ese día
estupendo en que me lo sacarán y
podré volver a moverme con libertad.
Eso me ayuda un mundo a sobrellevar
la incomodidad.
Pasó el tiempo, y parecía que ese
día estupendo no llegaba nunca. No
se recuperó tan rápidamente como se
preveía, y tuvo que llevar el collarín
más de un mes. Sin embargo, seguía
aferrado a la esperanza, resuelto a no
desfallecer, al tiempo que se esforzaba
por mantener a flote su negocio.
Al fin llegó el día en que se vio
libre de la opresión de aquel collarín.
Aunque le había quedado una cicatriz
roja bien visible en el cuello, tenía
erguida la cabeza, y no daba señal
alguna de sentirse cohibido, sino
que contaba a todos lo contento que
estaba de haberse librado finalmente
del collarín. Su alegría me recordó el
versículo: «La esperanza postergada
aflige al corazón, pero un sueño
cumplido es un árbol de vida»1
.
Mi amigo es un modelo de lo que
el apóstol Pablo denomina «constan-
cia en la esperanza»2
. Su esperanza
no era un deseo difuso ni un
idealismo romántico. Simplemente
decidió creer que ningún dolor es
para siempre y que toda herida sana.
Poco le importaba lo largo o difícil
que fuera el proceso; lo esencial para
él era conservar la moral y aferrarse
a la promesa de un futuro mejor.
Al enfrentarme yo también a las
tormentas de la vida, su ejemplo me
inspira a aguantar cuando las cosas
se ponen difíciles. Me aferraré a
Aquel en quien pongo mi esperanza,
«como segura y firme ancla del
alma»3
.
Elsa Sichrovsky es escritora
independiente. Vive con su
familia en Taiwán. ■
1.	 Proverbios 13:12 (ntv)
2.	 1 Tesalonicenses 1:3
3.	 Hebreos 6:19
Elsa Sichrovsky
6
Estimado Guillermo
Iris Richard
Guillermo y yo somos viejos amigos. Hace poco nos encontramos para tomar un café
y me contó las dificultades que ha tenido. Su mujer ha contraído una enfermedad crónica que la ha
dejado postrada, y él la cuida como puede. Al mismo tiempo se ha visto abrumado por las exigencias
de su trabajo y el miedo a quedar cesante. Todo eso ha desembocado en una crisis de fe. Le expliqué
que yo también, no hace tanto, estuve batallando con sentimientos similares, y rezamos juntos; pero
más tarde me pareció que tenía más cosas que le podía decir, y le escribí la siguiente carta.
Estimado Guillermo:
Me gustó mucho pasar un rato contigo, aunque me entristece que hayas sufrido esos reveses y lo
estés pasando mal. Hace poco yo también atravesé una temporada difícil, y se me ocurrió que tal vez lo
que me ayudó a mí te sirva también a ti.
Cuando perdí de vista a Dios, me di cuenta de que tenía que serenarme —por ejemplo, temprano
en la mañana, cuando solamente los pájaros están despiertos y se oyen sus piídos, o en la quietud de la
noche, cuando cesa toda la bulla externa—, tenía que sosegar mis procesos mentales a fin de volver a
escuchar claramente a Dios.
Le conté a una amiga de mucha confianza lo que me angustiaba, y eso me ayudó a digerir algunas
situaciones complicadas. Aprendí a no tener miedo de las lágrimas.
También leí diversos textos que alimentaron mi espíritu y me hicieron mucho bien, pues encontré en
ellos pasajes que me hablaron al alma. Continué buscando la esperanza, y a la larga rebrotó.
Procuré hallar razones para sentirme agradecida, aunque fueran cositas insignificantes. Eso silenció
las molestas voces de la negatividad y la desdicha y me permitió mantener abierta la puerta para ir al
reencuentro de mi fe.
Desde entonces he asumido algunos compromisos conmigo misma:
Cuando me siento muy cansada para orar, igual lo hago, confiando en que Dios oirá mis ruegos1
.
Cuando estoy muy agotada para leer la Biblia, igual lo hago. La Palabra de Dios es viva y eficaz2
.
Cuando mi impaciencia me impide serenarme, igual lo intento. Me recuerdo a mí misma que Dios
sana a los quebrantados de corazón3
.
Cuando estoy cabizbaja y triste, alzo la mirada con la confianza de que se disipará la neblina, pues
Dios premia a quienes lo buscan4
.
Para terminar esta carta, querido Guillermo, te deseo lo mejor y te prometo orar por tu situación
todos los días.
Tu amiga,
Iris
Iris Richard es consejera. Vive en Kenia, donde ha participado
activamente en labores comunitarias y de voluntariado
desde 1995. ■
1.	 V. Job 22:27
2.	 V. Hebreos 4:12
3.	 V. Salmo 147:3
4.	 V. Hebreos 11:6
7
LA MEJOR
OBRA
PICTÓRICA
DEL MUNDO
Marie Boisjoly
La otra noche vi un fascinante documen-
tal sobre un famoso fresco de Piero della Francesca:
La resurrección, obra que pintó alrededor de 1463 en la
Toscana, Italia. Jesús aparece en el centro de la escena
en el momento en que vence a la muerte y se alza por
encima de cuatro soldados dormidos junto al sepulcro.
El cuadro ilustra el contraste entre la esfera humana y la
divina. El simbolismo se observa también en el paisaje
del fondo: a un costado de Jesús se aprecian árboles
viejos, sin hojas y sin vida; al otro lado, árboles jóvenes
y lozanos. Se trata de un recordatorio de que la resu-
rrección de Cristo es garantía de vida eterna para todos
los que depositan en Él su esperanza: «Porque Yo vivo,
también ustedes vivirán»1
. Aldous Huxley afirmó que ese
fresco era «la mejor obra pictórica del mundo». En todo
caso, lo que me llamó la atención a mí fue cómo se salvó
la obra durante la Segunda Guerra Mundial.
Hacia el final de la contienda, los aliados combatían
para librar a la Toscana de la ocupación alemana. Un
destacamento británico llegó a las colinas que dominan
la ciudad de Sansepolcro, donde se encuentra el edificio
que alberga el fresco de La resurrección. Enseguida se dio
la orden de iniciar los disparos de artillería.
En ese momento, un oficial de artillería británico
llamado Tony Clarke se acordó de haber leído un ensayo
de Huxley de 1925 en el que se describía la pintura,
y se vio en un dilema. Al final, consciente de que el
fresco mencionado por el escritor se encontraba en la
ciudad, aquel amante del arte resolvió incumplir la orden
recibida —aun exponiéndose a un consejo de guerra— y
mandó suspender el fuego de artillería.
En realidad las tropas de ocupación alemanas ya
habían evacuado la localidad, por lo que los británicos la
liberaron fácilmente al día siguiente. La ciudad no sufrió
daños, y el fresco tampoco: se salvaron de milagro gracias
a la determinación de Tony Clarke y a unos renglones
de un ensayo. Un tiempo después, los habitantes de
Sansepolcro, en reconocimiento de que el oficial hubiera
librado a su ciudad de la destrucción, bautizaron una
calle en su honor.
No sé si el oficial era creyente, ni si lo era Huxley, el
escritor satírico. En cualquier caso, sus palabras y actos sir-
vieron para preservar esa representación de la resurrección
de Cristo, como testimonio para la posteridad. Para mí es
una clara muestra de intervención divina en las circuns-
tancias más inverosímiles. Él puede valerse de unas pocas
palabras recordadas en el momento preciso para responder
a las oraciones de Sus hijos urgidos de protección.
Marie Boisjoly es risoterapeuta y directora
de Coloreando el mundo, un espectáculo
interactivo de payasos y títeres. Vive en
México. ■
1.	 Juan 14:19 (nvi)
8
Les dijeron que estaba
vacío, que habían encontrado la
entrada abierta y el sepulcro vacío.
Habían trascendido otros detalles,
pero eso fue suficiente para que
los dos salieran disparados por las
callejuelas de la soñolienta ciudad.
Partieron enseguida, apretando
los talones, y recorrieron todo lo
rápido que pudieron el largo y
oscuro trayecto. Los primeros rayos
de sol ya comenzaban a alumbrar el
cielo.
Lo habían sepultado apenas tres
días antes. «¿Qué más querrán hacer
con Su cuerpo? —pensaban—.
¿No lo azotaron suficiente antes de
matarlo?»
Todavía estaba fresco en la mente
de Pedro el recuerdo de los soldados
descargando sus látigos contra Él
una y otra vez, mucho más de lo que
es capaz de soportar un hombre. Y
Él lo había permitido.
Jesús pudo haberlo detenido.
¿Por qué dejó que lo siguieran
atormentando? Dijo que podría
haber llamado a legiones de ángeles
para que lo protegieran. ¿Por qué no
lo hizo?
De golpe le vino algo a la
memoria. Era un texto del profeta
Isaías: «Él herido fue por nuestras
rebeliones, molido por nuestros
pecados; el castigo de nuestra paz
fue sobre Él, y por Su llaga fuimos
nosotros curados»1
.
Entonces lo entendió: «Lo hizo
por nosotros».
Ya se veía la entrada del sepulcro.
Juan se le había adelantado y lo
estaba examinando con la mirada sin
atreverse a entrar.
Al acercarse, Pedro aminoró
la marcha. El sol se asomaba por
encima de un pequeño montículo
que quedaba a su espalda. Amanecía.
Entró, y Juan lo siguió de cerca. La
tumba estaba vacía. En el suelo habían
quedado los lienzos que se habían
empleado para cubrir el cuerpo, y el
sudario con que habían envuelto la
cabeza de Jesús estaba prolijamente
doblado un poco más allá.
El cuerpo no estaba. Se lo habían
llevado.
—¿Quién… qué…? —a Juan no le
salían las palabras; finalmente acertó
a decir—: ¿A dónde se lo llevaron?
No hubo respuesta; solo silencio.
El ambiente era electrizante. Algo se
les escapaba. Algo importante.
Permanecieron unos minutos
inmóviles, aguardando. De pronto se
les hizo la luz, y brilló en su corazón
con una intensidad parecida a la
de aquel amanecer. Jesús les había
hablado de eso. En su momento ellos
no lo habían entendido, pero a esas
alturas estaba clarísimo.
«El Hijo del hombre […] será
entregado a los gentiles […]; mas al
tercer día resucitará»2
.
Los cuatro evangelios narran
la resurrección de Jesús. Este
artículo es una adaptación de
esos relatos. ■
EL TERCER DÍA
Yo soy la resurrección y la vida; el
que cree en Mí, aunque esté muerto,
vivirá. Y todo aquel que vive y cree en
Mí, no morirá eternamente.
Jesús en Juan 11:25,26
No está aquí, pues ha resucitado.
Mateo 28:6
1.	 Isaías 53:5
2.	 Lucas 18:31–33
Dan Johnston
9
EL PRODIGIO
En esta época del año
celebramos el elemento fundamental
de nuestra fe cristiana: la resurrec-
ción de Cristo. Es el tema central
del evangelio, el componente clave
que valida todo lo que enseñó Jesús.
Su resurrección demuestra que Él
es el Hijo de Dios, que los creyentes
tenemos salvación y perdón, que
somos hijos de Dios y que estaremos
con Él eternamente en el Cielo.
El apóstol Pablo afirmó que si
Jesús no se hubiera levantado de los
muertos, el mensaje del cristianismo
no tendría fundamento, y la fe de
los creyentes sería inútil1
. Pero tal
como explicó el ángel a las mujeres
que acudieron al sepulcro de Jesús,
Él resucitó, cumpliendo lo que había
predicho. Ese hecho da validez a
nuestro credo y nuestra fe. ¡Jesús está
vivo! ¡Vive! Y como Él vive, también
nosotros vivimos.
Renovada admiración y
asombro
El hecho de que Jesús se levantara
de la tumba significa que venció a
la muerte. Con ello nos liberó de
las limitaciones de esta vida. Si bien
en estos momentos vivimos en un
mundo degradado, tenemos la pro-
mesa de un mundo perfecto que ha de
venir. Ahora mismo sufrimos tristezas
y desengaños; pero en la vida que
tendremos después de esta nuestras
lágrimas serán enjugadas para siempre
y nuestros temores eliminados2
.
Aunque ahora a veces navegamos en
medio del desconcierto, la tristeza,
el miedo y la incertidumbre, cuando
nos unamos a Él y estemos en Su
presencia en el Cielo conoceremos
una dicha inefable.
Todo eso es posible porque Dios,
que nos ama profundamente y quiere
que cultivemos una relación con Él,
trazó un plan para que pudiéramos
convertirnos en hijos Suyos. Ese
plan requería que Él se introdujera
en este mundo mediante un naci-
miento milagroso y que, tras vivir en
nuestro medio, entregara Su vida por
nosotros en la cruz y posteriormente
resucitara. Habiéndose ejecutado ese
plan, podemos establecer con Él la
relación para la que fuimos creados,
y disfrutarla ahora y para siempre.
Es una maravilla que Dios haya
posibilitado que gocemos de Su
presencia ahora mismo en esta vida y
que vayamos a habitar eternamente
en esa presencia. La respuesta
adecuada por parte nuestra sería una
de gratitud eterna, alabanza, culto
y adoración, pues se nos ha dado el
mejor regalo posible.
Más fe para afrontar
nuestra vida actual
Cuando pensamos y meditamos
en el significado de la resurrección de
Jesús y nos damos cuenta de lo que
1.	 V. 1 Corintios 15:12–20
2.	 V. Apocalipsis 21:4
3.	 V. Marcos 16:15
4.	 Juan 3:16 (rvr 95)
RESURRECCIÓN
Adaptación de un artículo de Peter Amsterdam
DE LA
10
se logró por medio de ella y cómo
ha transformado nuestra vida para
siempre, somos capaces de encarar
con más fe cada una de las facetas de
nuestra existencia. Jesús no solo se
levantó de los muertos: tiene toda la
intención de ayudarnos a nosotros a
deshacernos de los pesos muertos que
hay en nuestra vida, de todo lo inútil
que ha entrado en una vía muerta.
A veces nos resignamos a ciertas
situaciones y circunstancias porque
nos parece que no hay esperanza de
que cambien, que son como son y
simplemente hay que aguantarlas.
No obstante, Dios es especialista
en cambiar las cosas, en insuflar
nueva vida a corazones, relaciones
y situaciones que están o parecen
estar muertos. Tal vez te encuentras
en una situación que te parece que
se te ha ido de las manos o que no
ofrece ninguna esperanza; pero no
hay ninguna situación que se le
salga de las manos a Jesús. Su poder
es ilimitado. Cuando Él estuvo en
la Tierra, obró lo imposible una y
otra vez. Multiplicó los panes y los
peces, caminó sobre el agua, curó a
los paralíticos y devolvió la vista a
los ciegos. Hasta resucitó muertos.
Renovado compromiso con
la divulgación de la Buena
Nueva
La venida de Jesús a la Tierra, Su
muerte en la cruz por nosotros y Su
consiguiente resurrección alteraron
para siempre el curso de la Historia.
Dichos actos nos dan a todos la
oportunidad de aceptar a Jesús y
pasar a formar parte de la familia de
Dios.
El hecho de que Jesús encargara
a Sus discípulos que predicaran el
evangelio por todo el mundo1
nos da
a entender que Él quiere que todo
hombre, mujer y niño tenga oportu-
nidad de formar parte de la familia
de Dios, salvarse de sus pecados y
conocer el perdón y la reconciliación
que Él nos ofrece. Es natural que
todos los que ya hemos aceptado Su
magnífico regalo y sabemos lo que
es pertenecer a la familia de Dios,
haber sido perdonados y tener en
nuestro interior el Espíritu de Dios
nos sintamos impulsados a divulgar
el evangelio.
Los que creemos en la resurrec-
ción, los que nos hemos salvado
gracias a ella y un día vamos a
resucitar debemos recordar, cuando
celebremos la resurrección de Dios
Hijo, que somos anunciadores
de Cristo resucitado para los que
todavía no se han enterado de que
«de tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a Su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en Él cree
no se pierda, sino que tenga vida
eterna»4
.
Peter Amsterdam dirige
juntamente con su esposa,
María Fontaine, el
movimiento cristiano La
Familia Internacional. ■
Se ha producido una maravillosa y potente paradoja, pues la
muerte que creyeron infligirle Sus enemigos como deshonra
y desgracia se ha convertido en el glorioso monumento a la
conquista de la muerte. Atanasio de Alejandría (296–373)
11
No se abandonen a la des-
esperación. Somos el pueblo de
la Pascua, y nuestro canto se entona
entre aleluyas.
Papa Juan Pablo II (1920–2005)
2
Un hombre completamente inocente
se ofreció como sacrificio por el bien
de los demás, incluidos sus enemigos,
y así pagó el rescate del mundo. Fue
una acto perfecto.
Mahatma Gandhi (1869–1948)
2
La esperanza cristiana es fe que
aguarda el cumplimiento de las pro-
mesas de Dios. La esperanza cristiana
es una certeza, garantizada por Dios
mismo. Expresa el conocimiento de
que el creyente, cada día de su vida y
en cada momento del más allá, puede
asegurar sinceramente —en base al
compromiso adquirido por Dios— que
lo mejor aún está por venir. Adaptación
de un texto de Jim Packer (n. 1926)
Lo que sucede en el momento de
la muerte de un cristiano no es
motivo de especulación, sino una
certidumbre basada en la verdad.
Un hecho histórico extraordinario
cambió el concepto de lo que es la
vida después de la muerte, trasladán-
dolo del terreno de las conjeturas al
de los hechos verificables. El apóstol
Pablo afirma abierta y claramente el
motivo de su confianza: «Sabemos
que aquel que resucitó al Señor Jesús
nos resucitará también a nosotros con
Él y nos llevará junto con ustedes a
Su presencia»1
. La resurrección de
Jesucristo sienta un precedente para
la de todos los que estamos en Cristo.
Dicho de otro modo, nuestra futura
resurrección se basa en la historicidad
de la de Cristo. La resurrección de
Jesucristo no es un tema tangencial,
sino central y crucial para la fe cris-
tiana. […] El hecho de que Jesús esté
vivo y fije Su hogar en nosotros no
solo cambia nuestra perspectiva de la
otra vida, sino también de la actual,
porque solo sabemos de veras lo que
es vivir libres a partir del momento
en que estamos preparados para enca-
rar la muerte. La fe cristiana no es
escapismo; es vivir en el presente, con
el amor, la fortaleza y la sabiduría que
nos da la presencia de Cristo en noso-
tros. Y en eso tenemos la confianza
de que Aquel que fue levantado de los
muertos nos llevará consigo a nuestra
morada eterna. Charles Price
2
Ningún tabloide publicará jamás
la desconcertante noticia de que
se ha descubierto en la antigua
Jerusalén el cuerpo momificado
de Jesús de Nazaret. Los cristianos
tampoco guardan celosamente en
una vitrina un cuerpo embalsamado
para adorarlo. Su sepulcro —a Dios
gracias— está vacío. La tumba vacía
proclama el hecho glorioso de que
nuestra vida no acabará al momento
de morir. La muerte no es una
pared; es una puerta.
Peter Marshall (1902–1949) ■
1.	 2 Corintios 4:14 (nvi)
Somos el
PUEBLO
DE LA
PASCUA
12
ALGO MÁS
QUE UNA
ILUSIÓN
Sukanya Kumar-Sinha
Tenía ocho años cuando perdí a mi abuelo, que por
aquel entonces rondaba los 65. Somos una familia muy
unida, y aquello fue un golpe duro para todos.
Recuerdo que besé la fría mejilla de Nanu y le dije adiós.
Pero algo por dentro me decía que no sería una despedida
permanente. Siempre he tenido la ferviente esperanza de
volver a estar con él. Cada vez que visitábamos el cemente-
rio lloraba por no poder verlo, tocarlo, hablarle; pero en el
fondo tenía la certeza de que nos volveríamos a encontrar.
En preparación para esa eventual reunión, pensaba:
«Cuando vuelva a ver a Nanu le pediré que me cuente cómo
fue esa vez que lo persiguieron unos ladrones armados»,
o: «Cuando vuelva a ver a Nanu lo retaré por no haberse
hecho a tiempo la operación de los riñones». No obstante,
con el paso de los años me acostumbré a su ausencia.
Después de la muerte de Nanu, mi abuela, Nana, se
convirtió en el corazón de nuestra gran familia. Ahora
ella también ha partido. Murió hace poco. Cuando nos
reunimos para desalojar su casa, pasé la mano por la
colcha de su cama y no pude evitar llorar. En la iglesia a
veces miraba el asiento donde ella se sentaba y le pregun-
taba a Jesús: «¿Por qué?»
Después de unas semanas el dolor se fue disipando y
se volvió menos constante, aunque aún estaba presente.
Hasta que un día me puse a pensar: «Cuando vuelva a
ver a Nana le diré cuánto la echamos todos de menos. Le
daré el abrazo que no pude darle en el hospital…»
Entonces me di cuenta de que la promesa de vida
eterna no es solo para alimentar las ilusiones de una niña
de ocho años, sino que nos brinda consuelo a lo largo de
toda la existencia. Los cristianos tenemos una esperanza
y una fe imperecedera en que la muerte no es el fin. Dios
envió a Su Hijo, Jesús, a la Tierra para que pudiéramos
tener vida eterna con Él. Lo único que necesitamos es
una fe infantil para creer esa promesa divina.
No sé exactamente cómo continuarán en el Cielo las
relaciones que tanto disfrutamos en la Tierra, pero sí sé
que nos aguarda vida eterna con Dios. La muerte no es
sino la puerta que trasponemos para alcanzarla.
Sukanya Kumar-Sinha es lectora de
Conéctate. Vive en Gurgaon (India) y trabaja
como directora de programas de una legación
diplomática en Nueva Delhi. ■
13
Mi descubrimiento
de la FE
Aunque me crié en el seno
de una familia cristiana, a los 13 años
me declaré atea. Cuando cumplí los
18 me fui de mi ciudad natal —Río
de Janeiro— con una mochila a la
espalda para ver el mundo. Visité
el Reino Unido, después crucé
el canal y tomé un bus hasta la
India, pasando por Turquía, Irán,
Afganistán y Paquistán. Aprendí que
la gente de lengua árabe usa la misma
expresión, As-salamu alaykum —la
paz de Dios sea con ustedes—, tanto
para saludarse como para despe-
dirse. En cierta ocasión, estando en
Afganistán, escuché a un niño cantar
una hermosa canción en el taller
de sastrería de su padre. Cuando le
pregunté qué cantaba, me dijo: «El
Corán, claro». Cuando llegué a Goa,
me quedé con un grupo de jóvenes
franceses que se pasaban horas
sentados en su chocita contemplando
una vela encendida sobre una mesa.
Recuerdo que pensé: «Dios debe
de existir. Por dondequiera que voy,
la gente lo busca». Al cabo de poco
tiempo volví a mis raíces cristianas y
me hice misionera. Entonces comencé
a aprender lo que significa en realidad
la fe.
Descubrí por experiencia que a
medida que superas, una a una, las
pruebas de la vida, la fe te llama a
seguir adelante. Es lo que te mantiene
en marcha cuando las contrariedades
y el abatimiento te gritan que abando-
nes. Es un silbo apacible que en medio
de la tribulación te dice que todo va
a salir bien. La fe crece día a día con-
forme vamos venciendo obstáculos.
Si consideras que no tienes mucha
fe, recuerda lo que dijo Jesús. Aunque
tu fe sea del tamaño de una semilla de
mostaza, es capaz de mover montañas1
.
Rosane Pereira es profesora de
inglés y escritora. Vive en Río de
Janeiro (Brasil) y está afiliada a
La Familia Internacional. ■
La resurrección consuma
la instauración del reino
de Dios. […] Es el acon-
tecimiento decisivo que
demuestra que el reino de
Dios ha comenzado en la
Tierra como en el Cielo. […] El
mensaje de la Pascua es que
el nuevo mundo de Dios ha
sido revelado en Jesucristo y
estás invitado a participar en
él. N. T. Wright (n. 1948)
Jesús, creo de corazón
que eres el Hijo de Dios,
que moriste en la cruz en
mi lugar y te levantaste
de entre los muertos. Te
ruego que me concedas
Tu perdón, para que
pueda vivir en paz para
siempre a Tu lado.
1.	 V. Mateo 17:20
Rosane Pereira
14
No es preciso
aprobar el
examen
La Pascua nos recuerda por sobre
todas las cosas que la salvación —el
inefable don de paz con Dios en esta
vida y en la venidera— no es algo
que podamos conseguir con lo que
hagamos, sino que se nos entrega
ya hecho. Jesús murió en la cruz por
nuestros pecados y resucitó al tercer
día. Él lo hizo; no nosotros.
«Hoy estarás conmigo en el
paraíso»1
, le dijo al ladrón colgado
de la cruz adyacente. No había nada
que el ladrón pudiera hacer en aquella
situación, nada que pudiera alterar
su pasado y desde luego tampoco su
futuro, pues estaba siendo ejecutado por
sus crímenes. No obstante, sí había algo
que podía pensar y decir: «Acuérdate
de mí cuando llegues a Tu reino»2
. Le
bastó con una declaración de fe.
Eso debería enseñarnos algo. ¡Qué
fácil es no disponer de tiempo para
Dios por estar dedicado a buenas
causas o a otras personas! Podemos
llenar nuestros días de buenas obras,
palabras amables, actos de generosi-
dad. Sin embargo, eso no basta para
reconciliarnos con Dios, pues así
como tenemos nuestros momentos
buenos, también tenemos los malos,
esas veces en que nuestros actos no son
tan prudentes o mesurados o en que
nuestras palabras no son tan amables
como deberían ser, o en que caemos
en el egoísmo y pensamos un poquito
más en nuestros propios deseos que en
los de los demás. Nos enojamos, no
perdonamos, nos quejamos.
Ninguno de nosotros pasa el
examen. Si la reconciliación con
Dios dependiera de nuestra con-
ducta, nadie la alcanzaría. Por eso
ninguna de nuestras buenas obras o
denodados esfuerzos nos ganará un
lugar a Su lado3
.
Lo fabuloso del asunto es que no
es necesario aprobar el examen. El
Hijo de Dios adoptó la vida de un ser
humano, vivió entre nosotros, escu-
chó, observó, tocó, sanó. El amor que
tuvo por nosotros fue tan grande que
aunque sabía lo que estaba a punto de
sufrir, se dejó apresar, golpear, azotar y
finalmente clavar a una cruz. Aun allí
Su amor prevaleció: perdonó a quienes
lo crucificaron, le encargó a alguien
el cuidado de su madre mientras esta
sollozaba y reconfortó al ladrón con la
promesa: «Hoy estarás conmigo en el
paraíso». Él lo hizo; no nosotros.
Por mucho que nos sintamos
incapaces y tengamos miedos y
preocupaciones, remordimientos y
sentimientos de culpa, cuando roga-
mos: «Señor, acuérdate de mí», Él
lo hace. Dejemos a un lado nuestras
inquietudes y afanes y pasemos el
día de hoy en Su compañía.
Abi May es escritora, docente
y promotora de salud. Vive
en el Reino Unido. Este es su
sitio web:
www.abi.mayihelp.co.uk. ■
Momentos de sosiego
Abi May
1.	 Lucas 23:43
2.	 Lucas 23:42 (rvc)
3.	 V. Tito 3:5
15
Los
sufrimientos
del alma
Yo comprendo las pruebas a las que son sometidos los corazones
humanos… la pesadumbre, el desaliento y la desesperación en
que a veces se sumen. Comprendo lo que es renunciar a alguien,
pues tuve que separarme primero de Mi Padre para ir a la Tierra
y luego de los que tanto quise en la Tierra para retornar con Mi
Padre.
Comprendo la intensidad del dolor y el sufrimiento, pues grité
de dolor cuando los clavos me atravesaron las manos y los pies.
Comprendo lo que es sentirse abandonado por los que lo aman a
uno, incluido Mi propio Padre. Por eso exclamé: «¡Dios mío, Dios
mío! ¿Por qué me has abandonado?»1
También comprendo la intensidad del temor, el temor de enca-
rar lo que se avecina, por el dolor y el pesar que traerá consigo.
Comprendo asimismo la intensidad del sentimiento de abandono,
pues los que más me amaban me abandonaron en el momento en
que me llevaron preso. Sé además cuánto duele que te traicione
un ser que amas, como me traicionó a Mí Judas con un beso.
Aunque Mi Padre no dejó que pasara de Mí esa copa… aunque
Mis seres queridos huyeron en el momento de Mi angustia…
aunque los clavos me atravesaron las manos y los pies… aunque
soporté muchos latigazos y tuve la sensación de que Mi Padre
me abandonaba… ¡todo eso redundó en una magnífica victoria,
renovación y salvación!
Cuando me azotaron, me pusieron una corona de espinas y
me clavaron a la cruz, dio la impresión de que había sido vencido;
pero eso alteró el curso de la Historia y de toda la eternidad.
Si la vida se te presenta oscura y no ves nada, recuerda que Yo
te estoy abrazando, así como Mi Padre me abrazó. Te pido que
confíes en Mí cuando estés en lo más bajo, cuando te duela el
corazón, en tu hora de necesidad, pues tú también tendrás una
espléndida resurrección a raíz del sacrificio que hice por ti.
De Jesús, con cariño
1.	 Mateo 27:46 (nbj)

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Conéctate: Mi descubrimiento de la fe

  • 1. MI DESCUBRIMIENTO DE LA FE El que busca halla Encuentros con mariposas En las alas de la esperanza El prodigio de la resurrección Y lo que representa para nosotros C A M B I A T U M U N D O C A M B I A N D O T U V I D A
  • 2. 1. Joel Osteen, n. 1963 2. Hechos 2:26 3. V. Juan 20:21 4. V. Isaías 61:1–3 5. Mateo 10:8 (rvc) Si deseas información sobre Conéctate o estás interesado en otras publicaciones de carácter inspirativo, visita nuestro sitio web o comunícate con uno de nuestros distribuidores, cuyos datos de contacto aparecen más abajo. www.activated.org/es/ www.audioconectate.org México: Conéctate A.C. E-mail: conectate@conectateac.com Tel: (01-800) 714 4790 (nº gratuito) +52 (81) 8123 0605 España: Conéctate Apdo.626 28080 Madrid (34) 658  64  09  48 Estados Unidos: Activated Ministries PO Box 462805 Escondido, CA 92046–2805 E-mail: info@actmin.org Tel: 1-877-862-3228 (nº gratuito) Director Gabriel García V. Diseño Gentian Suçi Producción Samuel Keating © Activated, 2015 Es propiedad. Impreso en Taiwán por Ji Yi Co., Ltd. A menos que se indique otra cosa, los versículos citados provienen de la versión RV, revisión de 1960, © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizados con permiso. Año 17, número 3 A NUESTROS AMIGOS La esperanza del cristiano Para la mayoría de la gente, esperanza es sinónimo de ilusión infundada. Se evidencia en refranes como el que reza: «Con esperanza no se llena panza». Sin embargo, en la Biblia no tiene ese sentido. En las Escrituras significa expectación gozosa y confiada. A lo mejor abrigas la esperanza de que te sucedan cosas buenas, o la ilusa esperanza de que nada malo te ocurra. Es lo mismo que todos anhelamos; pero no es un deseo muy realista, por- que en este mundo «los males los hay a caudales». Por eso es mucho más sensato depositar nuestra esperanza en Dios más que en ninguna otra cosa. Me resulta reconfortante este pensamiento: «Tienes que creer que tu vida está en manos de Dios y que es Él quien la gobierna. Puede que estés pasando por un momento difícil, pero debes creer que Dios tiene un motivo para ello y que al final hará que todo redunde en bien»1 . Las esperanzas sin ancla nos dejan a la deriva en un mar de incertidumbres y no sirven para afrontar las verdaderas tempestades de la vida, como puede ser el diagnóstico de una enfermedad terminal o la pérdida de vivienda y sustento. Para esos trastornos y tragedias necesitamos una esperanza sólida, que es precisamente la que nos brinda Jesús. Su resurrección, que los cristianos conmemoramos este mes, trae consigo la promesa de la vida eterna que disfrutaremos con Él. De ahí que el rey David de antaño expresara este sentimiento: «Mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, y aun mi carne descansará en esperanza»2 . Jesús nos indicó cómo quiere que orientemos entretanto nuestra vida: Así como el Padre lo envió a Él, Él nos envía a nosotros3 . Nos insta a ser Sus manos, Sus pies, Sus ojos, Sus labios; a vendar a los quebrantados de corazón, a consolar a los que están de duelo, a dar de comer a los hambrientos, a levantar a quienes tienen el alma sepultada en la desesperanza y la soledad, a dar vista a los ciegos iluminándolos con la luz de Jesús, a anunciar el evangelio a los pobres, a desatar los pesados yugos y liberar a los oprimidos espiritualmente4 . «Den gratuitamente lo que gratuitamente recibieron»5 . Pongamos a Jesús en el centro de nuestras celebraciones esta Semana Santa y anunciemos a todos la buena nueva de Su nacimiento, muerte y resurrección, que es fuente de auténtica esperanza de nueva vida para todos los que se acercan a Él. Gabriel García V. Director 2
  • 3. 1. http://butterflywebsite.com/discover/stories.cfm 2. V. Mateo 7:7 3. http://elixirmime.com Encuentros con mariposas Buscando documentación para un cuento sobre un comerciante de antigüedades que coleccionaba mariposas exóticas, di con un portal de Internet1 que me facilitó abundantes recursos narrativos sobre esas fascinantes criaturas. Me quedé asombrado con la enorme cantidad de relatos que la gente ha enviado a ese portal —cientos de experiencias—, y me llamó la atención la gran influencia que han tenido las mariposas en la vida de los mortales de todas las épocas. Hace más de 2.000 años los antiguos griegos ya empleaban la transformación de la mari- posa —el paso del estado de larva al de adulto— como metáfora de la resurrección e inmortalidad del alma. Un tema recurrente en los encuentros con mariposas publicados en ese portal es el consuelo que proporcionan esas magníficas criaturas a personas que están pasando por momentos particularmente difíciles. Después de leer muchos de esos relatos tuve curiosidad por saber si las mariposas podrían intervenir también mágicamente en mi vida. Estaba viviendo una temporada complicada. Extrañaba especialmente a mi hija mayor, fallecida siete años antes. Una noche le pedí a Dios que me enviara una mariposa como señal de que nuestra hija todavía estaba con nosotros en espíritu; después me olvidé del asunto. Sin embargo, al día siguiente estuvimos en una remota zona rural, y mien- tras empacábamos nuestros equipos y los cargábamos en el vehículo después de una actuación, hubo una colorida mariposa que no dejó de revolotear a mi alrededor. Más tarde, mientras le comentaba eso a un amigo al detenernos en un semáforo, otra mariposa pasó frente al parabrisas, como diciendo: «Todavía estoy contigo». No obstante, el encuentro más notable que tuve con una mariposa se produjo el día de Navidad. Cuando nos hallábamos reunidos en torno al árbol, abriendo los regalos y disfrutando de estar en familia, entró una mari- posa en la sala y se posó cerca de la lámpara. Se quedó con nosotros todo el día y toda la noche. A la mañana siguiente no estaba, como si ya hubiera cumplido su misión. Esa visita nos reconfortó mucho y nos llenó de gratitud, pues la interpretamos como una señal, como un recordatorio de la presencia de nuestra hija en esa fecha tan especial. Naturalmente que nuestro ánimo y consuelo no deberían depender de esas señales. Aun así, uno las agradece. La Palabra de Dios promete que el que pide, recibe2 . Cuando necesites consuelo u orientación, Dios puede enviarte mensajeros bajo diversas apariencias, con o sin alas. Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo3 . Vive en Alemania. ■ Curtis Peter van Gorder 3
  • 4. terrible que se torne la situación, el Señor se hará presente para ayu- darme. Lo único que debo hacer es aferrarme a Él y a la fe que me ha dado Su Palabra, a fin de ahuyentar las dudas y el desaliento. La Biblia dice que todas las cosas redundan en bien para los que aman a Dios1 . Tardé años en percatarme de que ese versículo no dice: «Todas las cosas les salen bien», sino: «Todas las cosas los ayudan a bien». A mi entender significa que, aunque a todos nos pasan cosas malas, Dios las entrelaza en la historia de nuestra vida para que redunden en bien, ya sea ahora o en la eternidad. Cuando adopto ese enfoque me doy cuenta de que no tiene sentido que le agra- dezcamos a Dios todos los favores que nos concede y acto seguido necesariamente adquirieron tanta fe y llegaron a ser así de optimistas por- que todo en su vida haya ido como una seda. Muchos se han vuelto así después de vivir experiencias muy difíciles, a veces incluso dolorosas, desgarradoras, en las que optaron por conservar la esperanza de que el Señor los sacaría a flote, aunque a veces ese rescate tomó un tiempo. Algunos han librado batallas por su salud; otros han visto a sus hijos sufrir un enfermedad tenaz o han perdido a un ser querido. El caso es que esas personas tan llenas de fe se fortalecieron y se volvieron más valientes y compasivas a raíz de esas experiencias. Siento un profundo respeto por ellas. La palabra fe cobra vida y sentido en seres de ese talante. Me han enseñado que, por muy A algunos les resulta de lo más natural depositar su fe y confianza en Dios. Se las arreglan para descubrir el aspecto positivo de las circunstancias y personas difíci- les. Siempre ven el vaso medio lleno de agua. Suelen decir cosas como: «Dios proveerá», «No te preocupes, todo saldrá bien». Cuando uno traba conocimiento con una persona así, podría suponer que lleva una vida color de rosa, que tiene muy pocos problemas y que todo le sale a pedir de boca. No obstante, tal vez te sorprenda enterarte de que quienes despliegan ese tipo de personalidad ejemplar no Tengo FE EN LA FE Tina Kapp 1. V. Romanos 8:28 2. Salmo 86:10,12,13 (nvi) 3. www.just1thing.com 4
  • 5. le echemos la culpa de nuestros reveses. Ese versículo nos enseña que podemos confiar en Él aun en medio de las desgracias y tener la plena seguridad de que tornará nuestras dificultades en algo bueno, o de algún modo hará que nos beneficien. En la Biblia abundan los ejemplos de ese principio, y creo que es porque Dios quería que lo captáramos bien. Uno de mis favoritos es el caso del rey David. Imagínate por un momento que todas tus perspectivas profesionales estuvieran centradas en el pastoreo de ovejas. Según mis amplios conocimientos —y mi fértil imaginación—, el pastoreo consiste en observar a las ovejas pastar hora tras hora, enfrentarse a una que otra bestia feroz y tocar el arpa. De repente saltas a la fama: te ungen rey, matas a un gigante a la vista de dos ejércitos, el rey y tus hermanos mayo- res, y te vuelves íntimo amigo del príncipe heredero. Si en ese momento David hubiera dicho: «Sí, claro, Dios es genial», todo el mundo habría considerado que en su situación le resultaba muy fácil decir eso. No obstante, la realidad lo golpeó más adelante cuando casi perdió el reino (varias veces), fue traicionado por su propio hijo y tuvo que acatar los castigos divinos por algunas deci- siones bien malas que tomó. Después de todo eso, es evidente que cuando alababa a Dios lo hacía con pleno conocimiento de lo que es confiar en Él en medio de los altibajos de la vida. Estaba leyendo el pasaje en que el rey David le dice a Dios: «Tú eres grande, y haces maravillas; ¡solo Tú eres Dios! Señor mi Dios, con todo el corazón te alabaré, y por siempre glorificaré Tu nombre. Porque grande es Tu amor por mí: me has librado de caer en el sepulcro»2 . En ese salmo David vuelve a rogarle fervientemente a Dios que lo libre de sus enemigos, pero también indica que confía en la protección y los cuidados de Dios. Su fe no se ha visto afectada, sino que está más fuerte que nunca. La Biblia compara la fe con el oro. Al igual que el metal precioso, la fe tiene gran valor. Una fe que se debilita cuando es sometida a prueba es como una moneda devaluada: no sirve de mucho. Pero al igual que el oro, la fe auténtica es muy estimable, poco común, costosa, y dura toda la vida. Recuerdo vivencias y situaciones que no me resultaron fáciles de sobrellevar, o por las cuales defini- tivamente no me gustaría volver a pasar. Sin embargo, me doy cuenta de que si no hubiera atravesado esos momentos difíciles me habría perdido algunas de las extraordina- rias enseñanzas que me dejaron. Ese conocimiento y esas experiencias han fortalecido mi fe. Ahora tengo la certeza de que, por muy intensas que sean las tormentas emocionales que me azoten, Jesús está detrás de los nubarrones, aguardando el momento de irrumpir con Su luz y darme justo lo que necesito para avanzar con gracia y fuerza, lista para encarar lo que me depare la vida. Tina Kapp es bailarina, presentadora y escritora. Vive en Sudáfrica, donde dirige una empresa de entretenimiento que recauda fondos para obras de caridad e iniciativas misioneras. Este artículo es una adaptación de un podcast publicado en Just1Thing3 , portal cristiano destinado a la formación de la juventud. ■ 5
  • 6. La ESPERANZA Y EL ÁRBOL DE VIDA Es un hombre alto y enjuto de sesenta y tantos años, mayor que muchos de los otros puesteros del mercado de frutas y verduras. Siempre recibe a sus clientes con una sonrisa radiante. Una calurosa mañana de julio, al acercarme a su puesto, vi que llevaba un grueso collar ortopé- dico que le cubría desde el mentón hasta los hombros. Aunque no se quejaba, sus ojos traslucían la incomodidad que le causaba. Me explicó que había sufrido un acci- dente automovilístico y se estaba recuperando de una operación. En Taiwán, en pleno verano, la humedad del aire se dispara, y las temperaturas se elevan hasta niveles desagradables. Me estremecí de solo pensar en cómo debía de sentirse con aquel collarín de tejido plástico, aguantando el agobiante calor de un mercado al aire libre. Él se dio cuenta y me sonrió. —Ya mejorará. Todas las lesiones se curan. Quejarme de lo molesto que es no me servirá de nada. Pagué lo que había comprado y le prometí que oraría por él. Cuando lo vi dos semanas después, todavía llevaba el collarín, pero su sonrisa seguía indemne. —¿Le duele mucho? —le pre- gunté—. Ese collarín debe de ser incomodísimo. —Me duele y es fastidioso —asintió—; pero lo que me ayuda a soportarlo es imaginarme ese día estupendo en que me lo sacarán y podré volver a moverme con libertad. Eso me ayuda un mundo a sobrellevar la incomodidad. Pasó el tiempo, y parecía que ese día estupendo no llegaba nunca. No se recuperó tan rápidamente como se preveía, y tuvo que llevar el collarín más de un mes. Sin embargo, seguía aferrado a la esperanza, resuelto a no desfallecer, al tiempo que se esforzaba por mantener a flote su negocio. Al fin llegó el día en que se vio libre de la opresión de aquel collarín. Aunque le había quedado una cicatriz roja bien visible en el cuello, tenía erguida la cabeza, y no daba señal alguna de sentirse cohibido, sino que contaba a todos lo contento que estaba de haberse librado finalmente del collarín. Su alegría me recordó el versículo: «La esperanza postergada aflige al corazón, pero un sueño cumplido es un árbol de vida»1 . Mi amigo es un modelo de lo que el apóstol Pablo denomina «constan- cia en la esperanza»2 . Su esperanza no era un deseo difuso ni un idealismo romántico. Simplemente decidió creer que ningún dolor es para siempre y que toda herida sana. Poco le importaba lo largo o difícil que fuera el proceso; lo esencial para él era conservar la moral y aferrarse a la promesa de un futuro mejor. Al enfrentarme yo también a las tormentas de la vida, su ejemplo me inspira a aguantar cuando las cosas se ponen difíciles. Me aferraré a Aquel en quien pongo mi esperanza, «como segura y firme ancla del alma»3 . Elsa Sichrovsky es escritora independiente. Vive con su familia en Taiwán. ■ 1. Proverbios 13:12 (ntv) 2. 1 Tesalonicenses 1:3 3. Hebreos 6:19 Elsa Sichrovsky 6
  • 7. Estimado Guillermo Iris Richard Guillermo y yo somos viejos amigos. Hace poco nos encontramos para tomar un café y me contó las dificultades que ha tenido. Su mujer ha contraído una enfermedad crónica que la ha dejado postrada, y él la cuida como puede. Al mismo tiempo se ha visto abrumado por las exigencias de su trabajo y el miedo a quedar cesante. Todo eso ha desembocado en una crisis de fe. Le expliqué que yo también, no hace tanto, estuve batallando con sentimientos similares, y rezamos juntos; pero más tarde me pareció que tenía más cosas que le podía decir, y le escribí la siguiente carta. Estimado Guillermo: Me gustó mucho pasar un rato contigo, aunque me entristece que hayas sufrido esos reveses y lo estés pasando mal. Hace poco yo también atravesé una temporada difícil, y se me ocurrió que tal vez lo que me ayudó a mí te sirva también a ti. Cuando perdí de vista a Dios, me di cuenta de que tenía que serenarme —por ejemplo, temprano en la mañana, cuando solamente los pájaros están despiertos y se oyen sus piídos, o en la quietud de la noche, cuando cesa toda la bulla externa—, tenía que sosegar mis procesos mentales a fin de volver a escuchar claramente a Dios. Le conté a una amiga de mucha confianza lo que me angustiaba, y eso me ayudó a digerir algunas situaciones complicadas. Aprendí a no tener miedo de las lágrimas. También leí diversos textos que alimentaron mi espíritu y me hicieron mucho bien, pues encontré en ellos pasajes que me hablaron al alma. Continué buscando la esperanza, y a la larga rebrotó. Procuré hallar razones para sentirme agradecida, aunque fueran cositas insignificantes. Eso silenció las molestas voces de la negatividad y la desdicha y me permitió mantener abierta la puerta para ir al reencuentro de mi fe. Desde entonces he asumido algunos compromisos conmigo misma: Cuando me siento muy cansada para orar, igual lo hago, confiando en que Dios oirá mis ruegos1 . Cuando estoy muy agotada para leer la Biblia, igual lo hago. La Palabra de Dios es viva y eficaz2 . Cuando mi impaciencia me impide serenarme, igual lo intento. Me recuerdo a mí misma que Dios sana a los quebrantados de corazón3 . Cuando estoy cabizbaja y triste, alzo la mirada con la confianza de que se disipará la neblina, pues Dios premia a quienes lo buscan4 . Para terminar esta carta, querido Guillermo, te deseo lo mejor y te prometo orar por tu situación todos los días. Tu amiga, Iris Iris Richard es consejera. Vive en Kenia, donde ha participado activamente en labores comunitarias y de voluntariado desde 1995. ■ 1. V. Job 22:27 2. V. Hebreos 4:12 3. V. Salmo 147:3 4. V. Hebreos 11:6 7
  • 8. LA MEJOR OBRA PICTÓRICA DEL MUNDO Marie Boisjoly La otra noche vi un fascinante documen- tal sobre un famoso fresco de Piero della Francesca: La resurrección, obra que pintó alrededor de 1463 en la Toscana, Italia. Jesús aparece en el centro de la escena en el momento en que vence a la muerte y se alza por encima de cuatro soldados dormidos junto al sepulcro. El cuadro ilustra el contraste entre la esfera humana y la divina. El simbolismo se observa también en el paisaje del fondo: a un costado de Jesús se aprecian árboles viejos, sin hojas y sin vida; al otro lado, árboles jóvenes y lozanos. Se trata de un recordatorio de que la resu- rrección de Cristo es garantía de vida eterna para todos los que depositan en Él su esperanza: «Porque Yo vivo, también ustedes vivirán»1 . Aldous Huxley afirmó que ese fresco era «la mejor obra pictórica del mundo». En todo caso, lo que me llamó la atención a mí fue cómo se salvó la obra durante la Segunda Guerra Mundial. Hacia el final de la contienda, los aliados combatían para librar a la Toscana de la ocupación alemana. Un destacamento británico llegó a las colinas que dominan la ciudad de Sansepolcro, donde se encuentra el edificio que alberga el fresco de La resurrección. Enseguida se dio la orden de iniciar los disparos de artillería. En ese momento, un oficial de artillería británico llamado Tony Clarke se acordó de haber leído un ensayo de Huxley de 1925 en el que se describía la pintura, y se vio en un dilema. Al final, consciente de que el fresco mencionado por el escritor se encontraba en la ciudad, aquel amante del arte resolvió incumplir la orden recibida —aun exponiéndose a un consejo de guerra— y mandó suspender el fuego de artillería. En realidad las tropas de ocupación alemanas ya habían evacuado la localidad, por lo que los británicos la liberaron fácilmente al día siguiente. La ciudad no sufrió daños, y el fresco tampoco: se salvaron de milagro gracias a la determinación de Tony Clarke y a unos renglones de un ensayo. Un tiempo después, los habitantes de Sansepolcro, en reconocimiento de que el oficial hubiera librado a su ciudad de la destrucción, bautizaron una calle en su honor. No sé si el oficial era creyente, ni si lo era Huxley, el escritor satírico. En cualquier caso, sus palabras y actos sir- vieron para preservar esa representación de la resurrección de Cristo, como testimonio para la posteridad. Para mí es una clara muestra de intervención divina en las circuns- tancias más inverosímiles. Él puede valerse de unas pocas palabras recordadas en el momento preciso para responder a las oraciones de Sus hijos urgidos de protección. Marie Boisjoly es risoterapeuta y directora de Coloreando el mundo, un espectáculo interactivo de payasos y títeres. Vive en México. ■ 1. Juan 14:19 (nvi) 8
  • 9. Les dijeron que estaba vacío, que habían encontrado la entrada abierta y el sepulcro vacío. Habían trascendido otros detalles, pero eso fue suficiente para que los dos salieran disparados por las callejuelas de la soñolienta ciudad. Partieron enseguida, apretando los talones, y recorrieron todo lo rápido que pudieron el largo y oscuro trayecto. Los primeros rayos de sol ya comenzaban a alumbrar el cielo. Lo habían sepultado apenas tres días antes. «¿Qué más querrán hacer con Su cuerpo? —pensaban—. ¿No lo azotaron suficiente antes de matarlo?» Todavía estaba fresco en la mente de Pedro el recuerdo de los soldados descargando sus látigos contra Él una y otra vez, mucho más de lo que es capaz de soportar un hombre. Y Él lo había permitido. Jesús pudo haberlo detenido. ¿Por qué dejó que lo siguieran atormentando? Dijo que podría haber llamado a legiones de ángeles para que lo protegieran. ¿Por qué no lo hizo? De golpe le vino algo a la memoria. Era un texto del profeta Isaías: «Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por Su llaga fuimos nosotros curados»1 . Entonces lo entendió: «Lo hizo por nosotros». Ya se veía la entrada del sepulcro. Juan se le había adelantado y lo estaba examinando con la mirada sin atreverse a entrar. Al acercarse, Pedro aminoró la marcha. El sol se asomaba por encima de un pequeño montículo que quedaba a su espalda. Amanecía. Entró, y Juan lo siguió de cerca. La tumba estaba vacía. En el suelo habían quedado los lienzos que se habían empleado para cubrir el cuerpo, y el sudario con que habían envuelto la cabeza de Jesús estaba prolijamente doblado un poco más allá. El cuerpo no estaba. Se lo habían llevado. —¿Quién… qué…? —a Juan no le salían las palabras; finalmente acertó a decir—: ¿A dónde se lo llevaron? No hubo respuesta; solo silencio. El ambiente era electrizante. Algo se les escapaba. Algo importante. Permanecieron unos minutos inmóviles, aguardando. De pronto se les hizo la luz, y brilló en su corazón con una intensidad parecida a la de aquel amanecer. Jesús les había hablado de eso. En su momento ellos no lo habían entendido, pero a esas alturas estaba clarísimo. «El Hijo del hombre […] será entregado a los gentiles […]; mas al tercer día resucitará»2 . Los cuatro evangelios narran la resurrección de Jesús. Este artículo es una adaptación de esos relatos. ■ EL TERCER DÍA Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente. Jesús en Juan 11:25,26 No está aquí, pues ha resucitado. Mateo 28:6 1. Isaías 53:5 2. Lucas 18:31–33 Dan Johnston 9
  • 10. EL PRODIGIO En esta época del año celebramos el elemento fundamental de nuestra fe cristiana: la resurrec- ción de Cristo. Es el tema central del evangelio, el componente clave que valida todo lo que enseñó Jesús. Su resurrección demuestra que Él es el Hijo de Dios, que los creyentes tenemos salvación y perdón, que somos hijos de Dios y que estaremos con Él eternamente en el Cielo. El apóstol Pablo afirmó que si Jesús no se hubiera levantado de los muertos, el mensaje del cristianismo no tendría fundamento, y la fe de los creyentes sería inútil1 . Pero tal como explicó el ángel a las mujeres que acudieron al sepulcro de Jesús, Él resucitó, cumpliendo lo que había predicho. Ese hecho da validez a nuestro credo y nuestra fe. ¡Jesús está vivo! ¡Vive! Y como Él vive, también nosotros vivimos. Renovada admiración y asombro El hecho de que Jesús se levantara de la tumba significa que venció a la muerte. Con ello nos liberó de las limitaciones de esta vida. Si bien en estos momentos vivimos en un mundo degradado, tenemos la pro- mesa de un mundo perfecto que ha de venir. Ahora mismo sufrimos tristezas y desengaños; pero en la vida que tendremos después de esta nuestras lágrimas serán enjugadas para siempre y nuestros temores eliminados2 . Aunque ahora a veces navegamos en medio del desconcierto, la tristeza, el miedo y la incertidumbre, cuando nos unamos a Él y estemos en Su presencia en el Cielo conoceremos una dicha inefable. Todo eso es posible porque Dios, que nos ama profundamente y quiere que cultivemos una relación con Él, trazó un plan para que pudiéramos convertirnos en hijos Suyos. Ese plan requería que Él se introdujera en este mundo mediante un naci- miento milagroso y que, tras vivir en nuestro medio, entregara Su vida por nosotros en la cruz y posteriormente resucitara. Habiéndose ejecutado ese plan, podemos establecer con Él la relación para la que fuimos creados, y disfrutarla ahora y para siempre. Es una maravilla que Dios haya posibilitado que gocemos de Su presencia ahora mismo en esta vida y que vayamos a habitar eternamente en esa presencia. La respuesta adecuada por parte nuestra sería una de gratitud eterna, alabanza, culto y adoración, pues se nos ha dado el mejor regalo posible. Más fe para afrontar nuestra vida actual Cuando pensamos y meditamos en el significado de la resurrección de Jesús y nos damos cuenta de lo que 1. V. 1 Corintios 15:12–20 2. V. Apocalipsis 21:4 3. V. Marcos 16:15 4. Juan 3:16 (rvr 95) RESURRECCIÓN Adaptación de un artículo de Peter Amsterdam DE LA 10
  • 11. se logró por medio de ella y cómo ha transformado nuestra vida para siempre, somos capaces de encarar con más fe cada una de las facetas de nuestra existencia. Jesús no solo se levantó de los muertos: tiene toda la intención de ayudarnos a nosotros a deshacernos de los pesos muertos que hay en nuestra vida, de todo lo inútil que ha entrado en una vía muerta. A veces nos resignamos a ciertas situaciones y circunstancias porque nos parece que no hay esperanza de que cambien, que son como son y simplemente hay que aguantarlas. No obstante, Dios es especialista en cambiar las cosas, en insuflar nueva vida a corazones, relaciones y situaciones que están o parecen estar muertos. Tal vez te encuentras en una situación que te parece que se te ha ido de las manos o que no ofrece ninguna esperanza; pero no hay ninguna situación que se le salga de las manos a Jesús. Su poder es ilimitado. Cuando Él estuvo en la Tierra, obró lo imposible una y otra vez. Multiplicó los panes y los peces, caminó sobre el agua, curó a los paralíticos y devolvió la vista a los ciegos. Hasta resucitó muertos. Renovado compromiso con la divulgación de la Buena Nueva La venida de Jesús a la Tierra, Su muerte en la cruz por nosotros y Su consiguiente resurrección alteraron para siempre el curso de la Historia. Dichos actos nos dan a todos la oportunidad de aceptar a Jesús y pasar a formar parte de la familia de Dios. El hecho de que Jesús encargara a Sus discípulos que predicaran el evangelio por todo el mundo1 nos da a entender que Él quiere que todo hombre, mujer y niño tenga oportu- nidad de formar parte de la familia de Dios, salvarse de sus pecados y conocer el perdón y la reconciliación que Él nos ofrece. Es natural que todos los que ya hemos aceptado Su magnífico regalo y sabemos lo que es pertenecer a la familia de Dios, haber sido perdonados y tener en nuestro interior el Espíritu de Dios nos sintamos impulsados a divulgar el evangelio. Los que creemos en la resurrec- ción, los que nos hemos salvado gracias a ella y un día vamos a resucitar debemos recordar, cuando celebremos la resurrección de Dios Hijo, que somos anunciadores de Cristo resucitado para los que todavía no se han enterado de que «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna»4 . Peter Amsterdam dirige juntamente con su esposa, María Fontaine, el movimiento cristiano La Familia Internacional. ■ Se ha producido una maravillosa y potente paradoja, pues la muerte que creyeron infligirle Sus enemigos como deshonra y desgracia se ha convertido en el glorioso monumento a la conquista de la muerte. Atanasio de Alejandría (296–373) 11
  • 12. No se abandonen a la des- esperación. Somos el pueblo de la Pascua, y nuestro canto se entona entre aleluyas. Papa Juan Pablo II (1920–2005) 2 Un hombre completamente inocente se ofreció como sacrificio por el bien de los demás, incluidos sus enemigos, y así pagó el rescate del mundo. Fue una acto perfecto. Mahatma Gandhi (1869–1948) 2 La esperanza cristiana es fe que aguarda el cumplimiento de las pro- mesas de Dios. La esperanza cristiana es una certeza, garantizada por Dios mismo. Expresa el conocimiento de que el creyente, cada día de su vida y en cada momento del más allá, puede asegurar sinceramente —en base al compromiso adquirido por Dios— que lo mejor aún está por venir. Adaptación de un texto de Jim Packer (n. 1926) Lo que sucede en el momento de la muerte de un cristiano no es motivo de especulación, sino una certidumbre basada en la verdad. Un hecho histórico extraordinario cambió el concepto de lo que es la vida después de la muerte, trasladán- dolo del terreno de las conjeturas al de los hechos verificables. El apóstol Pablo afirma abierta y claramente el motivo de su confianza: «Sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará también a nosotros con Él y nos llevará junto con ustedes a Su presencia»1 . La resurrección de Jesucristo sienta un precedente para la de todos los que estamos en Cristo. Dicho de otro modo, nuestra futura resurrección se basa en la historicidad de la de Cristo. La resurrección de Jesucristo no es un tema tangencial, sino central y crucial para la fe cris- tiana. […] El hecho de que Jesús esté vivo y fije Su hogar en nosotros no solo cambia nuestra perspectiva de la otra vida, sino también de la actual, porque solo sabemos de veras lo que es vivir libres a partir del momento en que estamos preparados para enca- rar la muerte. La fe cristiana no es escapismo; es vivir en el presente, con el amor, la fortaleza y la sabiduría que nos da la presencia de Cristo en noso- tros. Y en eso tenemos la confianza de que Aquel que fue levantado de los muertos nos llevará consigo a nuestra morada eterna. Charles Price 2 Ningún tabloide publicará jamás la desconcertante noticia de que se ha descubierto en la antigua Jerusalén el cuerpo momificado de Jesús de Nazaret. Los cristianos tampoco guardan celosamente en una vitrina un cuerpo embalsamado para adorarlo. Su sepulcro —a Dios gracias— está vacío. La tumba vacía proclama el hecho glorioso de que nuestra vida no acabará al momento de morir. La muerte no es una pared; es una puerta. Peter Marshall (1902–1949) ■ 1. 2 Corintios 4:14 (nvi) Somos el PUEBLO DE LA PASCUA 12
  • 13. ALGO MÁS QUE UNA ILUSIÓN Sukanya Kumar-Sinha Tenía ocho años cuando perdí a mi abuelo, que por aquel entonces rondaba los 65. Somos una familia muy unida, y aquello fue un golpe duro para todos. Recuerdo que besé la fría mejilla de Nanu y le dije adiós. Pero algo por dentro me decía que no sería una despedida permanente. Siempre he tenido la ferviente esperanza de volver a estar con él. Cada vez que visitábamos el cemente- rio lloraba por no poder verlo, tocarlo, hablarle; pero en el fondo tenía la certeza de que nos volveríamos a encontrar. En preparación para esa eventual reunión, pensaba: «Cuando vuelva a ver a Nanu le pediré que me cuente cómo fue esa vez que lo persiguieron unos ladrones armados», o: «Cuando vuelva a ver a Nanu lo retaré por no haberse hecho a tiempo la operación de los riñones». No obstante, con el paso de los años me acostumbré a su ausencia. Después de la muerte de Nanu, mi abuela, Nana, se convirtió en el corazón de nuestra gran familia. Ahora ella también ha partido. Murió hace poco. Cuando nos reunimos para desalojar su casa, pasé la mano por la colcha de su cama y no pude evitar llorar. En la iglesia a veces miraba el asiento donde ella se sentaba y le pregun- taba a Jesús: «¿Por qué?» Después de unas semanas el dolor se fue disipando y se volvió menos constante, aunque aún estaba presente. Hasta que un día me puse a pensar: «Cuando vuelva a ver a Nana le diré cuánto la echamos todos de menos. Le daré el abrazo que no pude darle en el hospital…» Entonces me di cuenta de que la promesa de vida eterna no es solo para alimentar las ilusiones de una niña de ocho años, sino que nos brinda consuelo a lo largo de toda la existencia. Los cristianos tenemos una esperanza y una fe imperecedera en que la muerte no es el fin. Dios envió a Su Hijo, Jesús, a la Tierra para que pudiéramos tener vida eterna con Él. Lo único que necesitamos es una fe infantil para creer esa promesa divina. No sé exactamente cómo continuarán en el Cielo las relaciones que tanto disfrutamos en la Tierra, pero sí sé que nos aguarda vida eterna con Dios. La muerte no es sino la puerta que trasponemos para alcanzarla. Sukanya Kumar-Sinha es lectora de Conéctate. Vive en Gurgaon (India) y trabaja como directora de programas de una legación diplomática en Nueva Delhi. ■ 13
  • 14. Mi descubrimiento de la FE Aunque me crié en el seno de una familia cristiana, a los 13 años me declaré atea. Cuando cumplí los 18 me fui de mi ciudad natal —Río de Janeiro— con una mochila a la espalda para ver el mundo. Visité el Reino Unido, después crucé el canal y tomé un bus hasta la India, pasando por Turquía, Irán, Afganistán y Paquistán. Aprendí que la gente de lengua árabe usa la misma expresión, As-salamu alaykum —la paz de Dios sea con ustedes—, tanto para saludarse como para despe- dirse. En cierta ocasión, estando en Afganistán, escuché a un niño cantar una hermosa canción en el taller de sastrería de su padre. Cuando le pregunté qué cantaba, me dijo: «El Corán, claro». Cuando llegué a Goa, me quedé con un grupo de jóvenes franceses que se pasaban horas sentados en su chocita contemplando una vela encendida sobre una mesa. Recuerdo que pensé: «Dios debe de existir. Por dondequiera que voy, la gente lo busca». Al cabo de poco tiempo volví a mis raíces cristianas y me hice misionera. Entonces comencé a aprender lo que significa en realidad la fe. Descubrí por experiencia que a medida que superas, una a una, las pruebas de la vida, la fe te llama a seguir adelante. Es lo que te mantiene en marcha cuando las contrariedades y el abatimiento te gritan que abando- nes. Es un silbo apacible que en medio de la tribulación te dice que todo va a salir bien. La fe crece día a día con- forme vamos venciendo obstáculos. Si consideras que no tienes mucha fe, recuerda lo que dijo Jesús. Aunque tu fe sea del tamaño de una semilla de mostaza, es capaz de mover montañas1 . Rosane Pereira es profesora de inglés y escritora. Vive en Río de Janeiro (Brasil) y está afiliada a La Familia Internacional. ■ La resurrección consuma la instauración del reino de Dios. […] Es el acon- tecimiento decisivo que demuestra que el reino de Dios ha comenzado en la Tierra como en el Cielo. […] El mensaje de la Pascua es que el nuevo mundo de Dios ha sido revelado en Jesucristo y estás invitado a participar en él. N. T. Wright (n. 1948) Jesús, creo de corazón que eres el Hijo de Dios, que moriste en la cruz en mi lugar y te levantaste de entre los muertos. Te ruego que me concedas Tu perdón, para que pueda vivir en paz para siempre a Tu lado. 1. V. Mateo 17:20 Rosane Pereira 14
  • 15. No es preciso aprobar el examen La Pascua nos recuerda por sobre todas las cosas que la salvación —el inefable don de paz con Dios en esta vida y en la venidera— no es algo que podamos conseguir con lo que hagamos, sino que se nos entrega ya hecho. Jesús murió en la cruz por nuestros pecados y resucitó al tercer día. Él lo hizo; no nosotros. «Hoy estarás conmigo en el paraíso»1 , le dijo al ladrón colgado de la cruz adyacente. No había nada que el ladrón pudiera hacer en aquella situación, nada que pudiera alterar su pasado y desde luego tampoco su futuro, pues estaba siendo ejecutado por sus crímenes. No obstante, sí había algo que podía pensar y decir: «Acuérdate de mí cuando llegues a Tu reino»2 . Le bastó con una declaración de fe. Eso debería enseñarnos algo. ¡Qué fácil es no disponer de tiempo para Dios por estar dedicado a buenas causas o a otras personas! Podemos llenar nuestros días de buenas obras, palabras amables, actos de generosi- dad. Sin embargo, eso no basta para reconciliarnos con Dios, pues así como tenemos nuestros momentos buenos, también tenemos los malos, esas veces en que nuestros actos no son tan prudentes o mesurados o en que nuestras palabras no son tan amables como deberían ser, o en que caemos en el egoísmo y pensamos un poquito más en nuestros propios deseos que en los de los demás. Nos enojamos, no perdonamos, nos quejamos. Ninguno de nosotros pasa el examen. Si la reconciliación con Dios dependiera de nuestra con- ducta, nadie la alcanzaría. Por eso ninguna de nuestras buenas obras o denodados esfuerzos nos ganará un lugar a Su lado3 . Lo fabuloso del asunto es que no es necesario aprobar el examen. El Hijo de Dios adoptó la vida de un ser humano, vivió entre nosotros, escu- chó, observó, tocó, sanó. El amor que tuvo por nosotros fue tan grande que aunque sabía lo que estaba a punto de sufrir, se dejó apresar, golpear, azotar y finalmente clavar a una cruz. Aun allí Su amor prevaleció: perdonó a quienes lo crucificaron, le encargó a alguien el cuidado de su madre mientras esta sollozaba y reconfortó al ladrón con la promesa: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Él lo hizo; no nosotros. Por mucho que nos sintamos incapaces y tengamos miedos y preocupaciones, remordimientos y sentimientos de culpa, cuando roga- mos: «Señor, acuérdate de mí», Él lo hace. Dejemos a un lado nuestras inquietudes y afanes y pasemos el día de hoy en Su compañía. Abi May es escritora, docente y promotora de salud. Vive en el Reino Unido. Este es su sitio web: www.abi.mayihelp.co.uk. ■ Momentos de sosiego Abi May 1. Lucas 23:43 2. Lucas 23:42 (rvc) 3. V. Tito 3:5 15
  • 16. Los sufrimientos del alma Yo comprendo las pruebas a las que son sometidos los corazones humanos… la pesadumbre, el desaliento y la desesperación en que a veces se sumen. Comprendo lo que es renunciar a alguien, pues tuve que separarme primero de Mi Padre para ir a la Tierra y luego de los que tanto quise en la Tierra para retornar con Mi Padre. Comprendo la intensidad del dolor y el sufrimiento, pues grité de dolor cuando los clavos me atravesaron las manos y los pies. Comprendo lo que es sentirse abandonado por los que lo aman a uno, incluido Mi propio Padre. Por eso exclamé: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»1 También comprendo la intensidad del temor, el temor de enca- rar lo que se avecina, por el dolor y el pesar que traerá consigo. Comprendo asimismo la intensidad del sentimiento de abandono, pues los que más me amaban me abandonaron en el momento en que me llevaron preso. Sé además cuánto duele que te traicione un ser que amas, como me traicionó a Mí Judas con un beso. Aunque Mi Padre no dejó que pasara de Mí esa copa… aunque Mis seres queridos huyeron en el momento de Mi angustia… aunque los clavos me atravesaron las manos y los pies… aunque soporté muchos latigazos y tuve la sensación de que Mi Padre me abandonaba… ¡todo eso redundó en una magnífica victoria, renovación y salvación! Cuando me azotaron, me pusieron una corona de espinas y me clavaron a la cruz, dio la impresión de que había sido vencido; pero eso alteró el curso de la Historia y de toda la eternidad. Si la vida se te presenta oscura y no ves nada, recuerda que Yo te estoy abrazando, así como Mi Padre me abrazó. Te pido que confíes en Mí cuando estés en lo más bajo, cuando te duela el corazón, en tu hora de necesidad, pues tú también tendrás una espléndida resurrección a raíz del sacrificio que hice por ti. De Jesús, con cariño 1. Mateo 27:46 (nbj)