2. Indice
1 Fuerza renovada para modelar el futuro, el Papa Pag. 3
sobre el Vaticano II
2 Recordando a Pablo VI en el 50° aniversario del Pag. 6
Vaticano
3 El Concilio Vaticano II, a cincuenta años Pag. 15
4 Vaticano II. Contenido. Pag. 24
5 El Concilio Vaticano II, hoy Pag. 31
6 Reflexiones y datos Pag. 37
7 EL Concilio y la importancia de contar con un Pag. 43
Magisterio
8 A 50 años del Vaticano II: luces y urgentes desafíos Pag. 48
9 La herencia del Concilio Vaticano II Pag. 54
2 Año de la fe
3. 1.- Fuerza renovada para modelar el futuro,
habla el Papa sobre el Vaticano II
(RV).- El texto inédito de Su Santidad Benedicto XVI del Especial del Osservatore Romano, este 11
de octubre, en el marco del 50ª aniversario del Concilio Ecuménico Vaticano II, e inicio del Año de
la Fe, escrito por el Sucesor de Pedro en Castelgandolfo, en la fiesta del santo obispo Eusebio di
Vercelli, 2 de agosto de 2012:
«Fue un día espléndido aquel 11 de octubre de 1962, en el que, con el ingreso solemne de más de
dos mil padres conciliares en la basílica de San
Pedro en Roma, se inauguró el concilio Vaticano
II. En 1931 Pío XI había dedicado este día a la
fiesta de la Divina Maternidad de María, para
conmemorar que 1500 años antes, en 431, el
concilio de Éfeso había reconocido solemnemente
a María ese título, con el fin de expresar así la
unión indisoluble de Dios y del hombre en Cristo.
El Papa Juan XXIII había fijado para ese día el
inicio del concilio con la intención de encomendar
la gran asamblea eclesial que había convocado a
la bondad maternal de María, y de anclar
firmemente el trabajo del concilio en el misterio
de Jesucristo. Fue emocionante ver entrar a los
obispos procedentes de todo el mundo, de todos
los pueblos y razas: era una imagen de la Iglesia
de Jesucristo que abraza todo el mundo, en la que los pueblos de la tierra se saben unidos en su
paz.
Fue un momento de extraordinaria expectación. Grandes cosas debían suceder. Los concilios
anteriores habían sido convocados casi siempre para una cuestión concreta a la que debían
responder. Esta vez no había un problema particular que resolver. Pero precisamente por esto
aleteaba en el aire un sentido de expectativa general: el cristianismo, que había construido y
plasmado el mundo occidental, parecía perder cada vez más su fuerza creativa. Se le veía cansado y
daba la impresión de que el futuro era decidido por otros poderes espirituales. El sentido de esta
pérdida del presente por parte del cristianismo, y de la tarea que ello comportaba, se compendiaba
bien en la palabra “aggiornamento” (actualización). El cristianismo debe estar en el presente para
poder forjar el futuro. Para que pudiera volver a ser una fuerza que moldeara el futuro, Juan XXIII
había convocado el concilio sin indicarle problemas o programas concretos. Esta fue la grandeza y al
mismo tiempo la dificultad del cometido que se presentaba a la asamblea eclesial.
Los distintos episcopados se presentaron sin duda al gran evento con ideas diversas. Algunos
llegaron más bien con una actitud de espera ante el programa que se debía desarrollar. Fue el
episcopado del centro de Europa — Bélgica, Francia y Alemania — el que llegó con las ideas más
claras. En general, el énfasis se ponía en aspectos completamente diferentes, pero había algunas
prioridades comunes. Un tema fundamental era la eclesiología, que debía profundizarse desde el
punto de vista de la historia de la salvación, trinitario y sacramental; a este se añadía la exigencia
de completar la doctrina del primado del concilio Vaticano I a través de una revalorización del
ministerio episcopal. Un tema importante para los episcopados del centro de Europa era la
renovación litúrgica, que Pío XII ya había comenzado a poner en marcha. Otro aspecto central,
especialmente para el episcopado alemán, era el ecumenismo: haber sufrido juntos la persecución
del nazismo había acercado mucho a los cristianos protestantes y a los católicos; ahora, esto se
debía comprender y llevar adelante también en el ámbito de toda la Iglesia. A eso se añadía el ciclo
temático Revelación – Escritura – Tradición – Magisterio. Los franceses destacaban cada vez más el
tema de la relación entre la Iglesia y el mundo moderno, es decir, el trabajo en el llamado Esquema
3 Año de la fe
4. XII, del que luego nació la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. Aquí se tocaba
el punto de la verdadera expectativa del Concilio. La Iglesia, que todavía en época barroca había
plasmado el mundo, en un sentido lato, a partir del siglo XIX había entrado de manera cada vez más
visible en una relación negativa con la edad moderna, sólo entonces plenamente iniciada. ¿Debían
permanecer así las cosas? ¿Podía dar la Iglesia un paso positivo en la nueva era? Detrás de la vaga
expresión “mundo de hoy” está la
cuestión de la relación con la edad
moderna. Para clarificarla era
necesario definir con mayor
precisión lo que era esencial y
constitutivo de la era moderna. El
“Esquema XIII” no lo consiguió.
Aunque esta Constitución pastoral
afirma muchas cosas importantes
para comprender el “mundo” y da
contribuciones notables a la
cuestión de la ética cristiana, en
este punto no logró ofrecer una
aclaración sustancial.
Contrariamente a lo cabría esperar,
el encuentro con los grandes temas
de la época moderna no se produjo
en la gran Constitución pastoral,
sino en dos documentos menores
cuya importancia sólo se puso de
relieve poco a poco con la
recepción del concilio. El primero
es la Declaración sobre la libertad religiosa, solicitada y preparada con gran esmero especialmente
por el episcopado americano. La doctrina sobre la tolerancia, tal como había sido elaborada en sus
detalles por Pío XII, no resultaba suficiente ante la evolución del pensamiento filosófico y la
autocomprensión del Estado moderno. Se trataba de la libertad de elegir y de practicar la religión, y
de la libertad de cambiarla, como derechos a las libertades fundamentales del hombre. Dadas sus
razones más íntimas, esa concepción no podía ser ajena a la fe cristiana, que había entrado en el
mundo con la pretensión de que el Estado no pudiera decidir sobre la verdad y no pudiera exigir
ningún tipo de culto. La fe cristiana reivindicaba la libertad a la convicción religiosa y a practicarla
en el culto, sin que se violara con ello el derecho del Estado en su propio ordenamiento: los
cristianos rezaban por el emperador, pero no lo veneraban. Desde este punto de vista, se puede
afirmar que el cristianismo trajo al mundo con su nacimiento el principio de la libertad de religión.
Sin embargo, la interpretación de este derecho a la libertad en el contexto del pensamiento
moderno en cualquier caso era difícil, pues podía parecer que la versión moderna de la libertad de
religión presuponía la imposibilidad de que el hombre accediera a la verdad, y desplazaba así la
religión de su propio fundamento hacia el ámbito de lo subjetivo. Fue ciertamente providencial que,
trece años después de la conclusión del concilio, el Papa Juan Pablo II llegara de un país en el que
la libertad de religión era rechazada a causa del marxismo, es decir, de una forma particular de
filosofía estatal moderna. El Papa procedía también de una situación parecida a la de la Iglesia
antigua, de modo que resultó nuevamente visible el íntimo ordenamiento de la fe al tema de la
libertad, sobre todo a la libertad de religión y de culto.
El segundo documento que luego resultaría importante para el encuentro de la Iglesia con la
modernidad nació casi por casualidad, y creció en varios estratos. Me refiero a la Declaración
“Nostra aetate” sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Inicialmente se
tenía la intención de preparar una declaración sobre las relaciones entre la Iglesia y el judaísmo,
texto que resultaba intrínsecamente necesario después de los horrores de la Shoah. Los padres
conciliares de los países árabes no se opusieron a ese texto, pero explicaron que, si se quería hablar
del judaísmo, también se debía hablar del islam. Hasta qué punto tenían razón al respecto, lo
hemos ido comprendiendo en Occidente sólo poco a poco. Por último, creció la intuición de que era
4 Año de la fe
5. justo hablar también de otras dos grandes religiones — el hinduismo y el budismo —, así como del
tema de la religión en general. A eso se añadió luego espontáneamente una breve instrucción sobre
el diálogo y la colaboración con las religiones, cuyos valores espirituales, morales y socioculturales
debían ser reconocidos, conservados y desarrollados (n. 2). Así, en un documento preciso y
extraordinariamente denso, se inauguró un tema cuya importancia todavía no era previsible en
aquel momento. La tarea que ello implica, el esfuerzo que es necesario hacer aún para distinguir,
clarificar y comprender, resulta cada
vez más patente. En el proceso de
recepción activa poco a poco se fue
viendo también una debilidad de
este texto de por sí extraordinario:
habla de las religiones sólo de un modo
positivo, ignorando las formas
enfermizas y distorsionadas de
religión, que desde el punto de vista
histórico y teológico tienen un gran
alcance; por eso la fe cristiana ha
sido muy crítica desde el principio
respecto a la religión, tanto hacia el
interior como hacia el exterior.
Mientras que al comienzo del
concilio habían prevalecido los
episcopados del centro de
Europa con sus teólogos, en el curso de las fases conciliares se amplió cada vez más el radio del
trabajo y de la responsabilidad común. Los obispos se consideraban aprendices en la escuela del
Espíritu Santo y en la escuela de la colaboración recíproca, pero lo hacían como servidores de la
Palabra de Dios, que vivían y actuaban en la fe. Los padres conciliares no podían y no querían crear
una Iglesia nueva, diversa. No tenían ni el mandato ni el encargo de hacerlo. Eran padres del
Concilio con una voz y un derecho de decisión sólo en cuanto obispos, es decir, en virtud del
Sacramento y en la Iglesia del Sacramento. Por eso no podían y no querían crear una fe distinta o
una Iglesia nueva, sino comprenderlas de modo más profundo y, por consiguiente, realmente
“renovarlas”. Por eso una hermenéutica de la ruptura es absurda, contraria al espíritu y a la
voluntad de los padres conciliares.
En el cardenal Frings tuve un “padre” que vivió de modo ejemplar este espíritu del Concilio. Era un
hombre de gran apertura y amplitud de miras, pero sabía también que sólo la fe permite salir al aire
libre, al espacio que queda vedado al espíritu positivista. Esta es la visión a la que quería servir con
el mandato recibido a través del Sacramento de la ordenación episcopal. No puedo menos que
estarle siempre agradecido por haberme llevado a mí — el profesor más joven de la Facultad
teológica católica de la universidad de Bonn — como su consultor a la gran asamblea de la Iglesia,
permitiéndome frecuentar esa escuela y recorrer desde dentro el camino del concilio. En este
volumen se han recogido varios escritos con los cuales, en esa escuela, he pedido la palabra.
Peticiones de palabra totalmente fragmentarias, en las que se refleja también el proceso de
aprendizaje que el concilio y su recepción han significado y significan aún para mí. Espero que estas
diversas contribuciones, con todos sus límites, puedan ayudar en su conjunto a comprender mejor el
concilio y a traducirlo en una justa vida eclesial. Agradezco de corazón al arzobispo Gerhard Ludwig
Müller y a sus colaboradores del Institut Papst Benedikt XVI. el extraordinario empeño que han
puesto para la realización de este volumen».
Castelgandolfo, en la fiesta del santo obispo Eusebio di Vercelli,
2 de agosto de 2012
Traducción: L'Osservatore Romano
(PLJR - Radio Vaticano)
5 Año de la fe
6. 2.- Recordando a Pablo VI en el 50°
aniversario del Vaticano II
Un camino que sigue abierto
EDUARDO DE LA HERA BUEDO
Delegado de Ecumenismo de la Diócesis de Palencia
INTRODUCCIÓN
En la ciudad de Brescia (en el norte de Italia) se encuentra el Instituto Pablo VI, un centro de
recogida de datos sobre la persona del papa Montini. En Brescia se respiran aires montinianos por
todas partes. Brescia, como se sabe, es la patria norteña de Pablo VI, donde él nació y recibió su
formación juvenil. Aunque, para ser más exactos, él nació a ocho kilómetros de Brescia, en el
pueblo de veraneo de sus padres, Concesio.
Pues bien, a la ciudad de Brescia se dirigía, el domingo 8 de noviembre de 2009, el papa Benedicto
XVI para honrar la figura de este gran Papa que fue
Giovanni Battista Montini.
En la plaza llamada así, de ‘Pablo VI’, en el atrio de
la catedral, bajo una lluvia intensa y un cielo gris, el
papa Ratzinger, a quien precisamente Montini en
su momento había ordenado obispo, se refirió a él
como un “apasionado de la Iglesia”.
Es verdad. Si por algo se puede resumir la vida de Pablo
VI, es por esto mismo: por haber sido “un apasionado de
la Iglesia”. Recogía en este contexto Benedicto XVI
una cita del propio papa Montini: “Podría decir que
siempre he amado a la Iglesia (...), y que por ella, no
por otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que
la Iglesia lo supiera”1.
“¿Qué se puede añadir a palabras tan altas e intensas?”,
decía el papa Ratzinger en Brescia. “Solo quisiera
subrayar esta última visión de la Iglesia pobre y libre
(...)”, añadía el Papa actual.
decía también: “Pablo VI dedicó todas sus energías al
servicio de la Iglesia, siendo lo más conforme posible a
su Señor Jesucristo, de modo que, al encontrarla, el
hombre contemporáneo pudiera encontrar a Jesús,
porque de Él tiene necesidad absoluta”2.
Conciencia, renovación, diálogo: estas son las tres palabras claves, elegidas por Pablo VI para
expresar sus “pensamientos dominantes” -como él los define- al comenzar su ministerio.
Desde el comienzo de su ministerio, Pablo VI sentó ya las bases de lo que quería para la Iglesia:
conciencia, renovación y diálogo. Cuando nos disponemos a celebrar el cincuentenario de la
apertura del Concilio Vaticano II, cuyas sesiones él mismo continuó tras la muerte de Juan XXIII,
recordaremos aquí su figura y revisaremos hasta qué punto se ha cumplido o no esa triple propuesta
suya a lo largo del último medio siglo de andadura eclesial.
Las tres palabras tienen que ver con la Iglesia: toma de conciencia de lo que ya es la Iglesia (y de lo
que está llamada a ser con más empeño); renovación y reforma permanentes, promovidas por el
Concilio (en el que él tuvo desde el principio de su ministerio puestos los ojos); y diálogo {ad intra y
ad extra) o “coloquio”, tal y como él llama al diálogo. La palabra “coloquio” introduce un matiz
familiar y cercano, importante, porque es muy difícil dialogar desde fuera.
Estos son, precisamente, los tres grandes capítulos de la encíclica Ecclesiam Suam, su primera
encíclica programática, aparecida en el Ferragosto romano de 1964, con un tema único: los
“caminos de la Iglesia”3. Y estas son, también, las tres grandes líneas de fuerza que compendian el
primer gran discurso que el papa Montini dirige a la asamblea conciliar (y al mundo entero) en la
6 Año de la fe
7. solemne apertura de la segunda sesión del Vaticano II, casi un año antes de que apareciera la
encíclica. El documento papal ve la luz un 6 de agosto de 1964. Y la apertura de la segunda sesión
conciliar fue un 29 de septiembre de 1963 (casi un año antes). Se pueden poner en paralelo para ver
las coincidencias, no casuales, entre la encíclica y el trascendental discurso de apertura de la
segunda sesión del Concilio, solo tres meses después de la elección de Montini como papa4. Todo un
programa pastoral.
En torno a estos tres quicios (conciencia de lo que está llamada a ser la Iglesia, renovación y
diálogo) quisiera yo que girara este Pliego de Vida Nueva. ¿En qué momento de estas tres grandes
propuestas (“conciencia eclesial”, “renovación o reforma eclesiales” y “diálogo ad intra y ad extra”
nos encontramos hoy día? ¿Qué tareas, a mi juicio, quedan pendientes todavía después del Vaticano
II?
TOMAR CONCIENCIA DE LO QUE ESTÁ LLAMADA A SER LA IGLESIA
La Ecclesiam Suam (1964) se subtitula así: Los caminos
de la Iglesia. Más exactamente: Sobre los caminos que la
Iglesia católica debe seguir en la actualidad para cumplir
su misión.
Esto de los “caminos” a Pablo VI le gustaba mucho,
puesto que su visión del hombre, su concepción
humanista, era la misma de Gabriel Marcel (y de otros
muchos pensadores del momento): el ser humano lo es
en tanto que “caminante” (homo viator). Así pues,
¿cuáles son los caminos de la Iglesia?
¿A qué está llamada la Iglesia por voluntad de Cristo?
¿Qué se espera de ella? ¿Hacía qué metas debe tender, si
quiere ser fiel a su Maestro y Señor?
¿Qué caminos debe recorrer, sin apearse ni un segundo?
La Iglesia está llamada a ser una familia: el “Pueblo del
encuentro”
Una familia se construye por la comunión fraterna, por el
encuentro gozoso de todos sus miembros en un mismo pueblo o una misma congregado. La familia
de Jesucristo se construye por la aceptación de la Palabra de Dios, por compartir unos mismos
sacramentos (y muy especialmente la Eucaristía), y por obedecer a aquellos pastores que Cristo ha
puesto al frente de su grey.
La Iglesia está llamada a ser un Pueblo del encuentro. Es el nuevo Pueblo de Dios en continuidad
con el Pueblo de Israel. Pueblo elegido. Pueblo de la alianza. Pueblo de los grandes destinos. No es
que Pablo VI se prodigue demasiado en utilizar la imagen bíblica del “Pueblo de Dios”. Al menos, en
la Ecclesiam Suam no aparece apenas, pero sí aparece el término bíblico congregatio (ES, 24). Y,
sobre todo, aparece, “cuerpo de Cristo”. Y aunque en el n. 38 de la encíclica hace alusión de paso a
la Iglesia como Pueblo de Dios, fue sobre todo el Vaticano II el que, en Lumen Gentium -como es
sabido- empleó más esta imagen de la Iglesia como Pueblo: pueblo del éxodo, pueblo peregrino,
pueblo del encuentro entre todos los ciudadanos del Reino de Dios, plebs Dei, según lo que dice la
Primera carta de Pedro: “Los que antes erais no pueblo, sois
ahora pueblo de Dios...” (1 Pe 2,10).
El Pueblo de Dios es uno. Pastores y fieles pertenecen a la misma
familia. No hay compartimentos estancos en esta comunidad o
familia llamada Iglesia. Pablo VI insistía mucho en lo que él
llamaba el senso della Chiesa, que no es otro que el sentido de
pertenencia a la misma familia. Pastores y fieles, dentro de un
mismo e idéntico Pueblo, deben sentirse corresponsables. En una
palabra, vivir la comunión eclesial es una exigencia que toca a
todos: a la jerarquía y al laicado5.
Después de que, una vez votada en el aula conciliar, se aprueba
la Lumen Gentium, Pablo VI empleará el título de Pueblo de Dios
referido a la Iglesia con bastante profusión. No antes, para no
influir en los padres conciliares.
Así pues, en la Iglesia, los términos “pueblo del encuentro”,
7 Año de la fe
8. “congregatio”, “familia”, “comunión” le son familiares a Pablo VI. La palabra “encuentro” le
gustaba mucho y la usaba ampliamente y en diversas direcciones:
Encuentro de la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, con el Pueblo de la antigua Alianza, el Pueblo judío.
La Iglesia se ve a sí misma en línea de continuidad con el Pueblo de Israel.
San Pablo hablará del “nuevo Israel”
(cf. Flp 3, 5; Ef 2,12; Rm 9, 6.31). Cristo, derribando fronteras, “ha hecho de los dos pueblos uno
solo” (Ef 2,14). Pienso que, en el capítulo este de las relaciones Iglesia-Pueblo de Israel se ha
profundizado bastante en los últimos años. A pesar de los altibajos en el diálogo interreligioso con
los judíos, sin embargo, hemos llegado a niveles importantes de relación y compenetración. A Pablo
VI se deben algunas de las primeras aproximaciones en el diálogo interreligioso con los judíos6.
Los cristianos, discípulos del Señor, viven un encuentro entre sí y con sus pastores. Unas Iglesias
particulares se encuentran con otras. Y todas, con la Sede de Pedro. Dice Lumen Gentium: “Dentro
de la comunión eclesial, existen
legítimamente las Iglesias particulares
con sus propias tradiciones, sin quitar
nada al primado de la Sede de Pedro.
Este preside toda la comunidad de
amor, defiende las diferencias
legítimas y, al mismo tiempo, se
preocupa de que las particularidades
no solo no perjudiquen a la unidad,
sino que más bien la favorezcan” (LG,
13).
Todos realizamos, en comunión,
encuentro profundo con Cristo Jesús,
Maestro y Señor, único Pastor y
‘Episcopus plebis Dei’, como proclama
bellamente el mosaico del arco que
separa el presbiterio del resto del templo en la basílica de Santa María Maggiore de Roma (siglo V).
Por eso, el leitmotiv que, en su primera parte, repite constantemente la encíclica Ecclesiam Suam
es este: “Iglesia, únete más a Cristo; redobla tu fidelidad a Él. Así es como podrás profundizar
mejor en el conocimiento de ti misma”.
Llamada a ser “comunión de vida”
Este descubrimiento del misterio de Cristo en el corazón de la Iglesia conduce a descubrir que
también la Iglesia “es misterio”. Es precisamente “misterio de comunión y de unidad”.
La comunión en la Iglesia es ya una realidad, pero también es un reto, un permanente desafío,
sobre todo frente a la división.
Hoy, como entonces, existe ese resquebrajamiento en el interior de la propia Iglesia católica, y
todavía no disfrutamos de la perfecta unidad de comunión entre todas las otras Iglesias cristianas.
El papa Montini partía teológicamente del único Maestro y Señor; de la única cabeza que da unidad
al cuerpo (cf. LG, 7); de la única cepa de cuya comunión viven los sarmientos de la vid (cf. Jn 15,1-
5; LG, 6), para llevarnos después a descubrir la unidad de la Iglesia. Una Iglesia diversa en sus
miembros, de estilos variados, aunque en armonía y compenetración por el amor.
Las consecuencias de este proceso, llamado “cristocéntrico”, me parecen trascendentales para el
camino hacia la unidad de los cristianos y para una labor de profundización en la comunión eclesial,
tan necesaria hoy en todos los ámbitos y manifestaciones de la Iglesia católica.
Es verdad que la “comunión” no está reñida con la “diversidad”, siempre que esta no sirva de
pretexto para introducir serias fisuras y divisiones en el Cuerpo de Cristo. Claro, que la llamada a la
“comunión” tampoco debe servir para imponer una sola voz, una misma sensibilidad y una ausencia
de diálogo en todo aquello que sea opinable y objeto de debate. Mucho menos, para volver a la
vieja tentación del “ordeno y mando”.
Si los cristianos (tanto los católicos entre sí como en sus relaciones con los otros cristianos, aún “no
en perfecta comunión”) encuentran en el misterio de Cristo la raíz de su comunión, tendrán que
hacer un esfuerzo por remitirlo todo a Él. Este razonamiento evita un “eclesiocentrismo” exagerado
y, por supuesto, una excesiva e imperiosa polarización centrista en la Iglesia católica romana, como
v
m
8 Año de la fe
9. existió en otros tiempos. Es, precisamente, en Cristo -o sea, en la unión de los miembros a la
cabeza y de los sarmientos a la vid- donde los cristianos encontrarán la unidad plena de comunión,
que urgentemente necesitan, para testimoniar el Evangelio. Pero siempre -insisto- con la mirada
puesta en Cristo y no en los “intereses” de ninguna de las Iglesias cristianas, que, como dice
Christian Duquoc, siempre serán “Iglesias provisionales”7.
Le parecía a Pablo VI que, si se buscaba “un concepto o definición más pleno de Iglesia” -primer
objetivo que él trazó para el Concilio-, se habría dado un paso importante de cara a la unidad de los
cristianos. Y él lo encontró en lo de Ecclesia, communio (“Iglesia, comunión”).
Pero, con esta definición de Iglesia, no solo se habrían dado pasos hacia la unidad tan urgente de los
cristianos, “para que el mundo crea” (Jn 17, 21); sino que también -le parecía al Papase habrían
cambiado la óptica y el punto de mira de la
Iglesia en su relación con la sociedad y el
mundo. Nunca más una Iglesia de condenas o
anatemas, sino una Iglesia fiel a Cristo,
testimoniándole a Él en el día a día. Y también
una Iglesia comprensiva, misericordiosa,
dialogante con el mundo de su tiempo. Esta
“comunión fraterna”, según Pablo VI, hay que
irla trabajando en los siguientes niveles de
Iglesia:
En primer lugar, entre los propios fieles, en el
seno de cada una de las Iglesias. La Iglesia es
comunión de fieles, encuentro de hermanos.
En segundo lugar, entre las Iglesias particulares
o locales. La Iglesia es una comunión de las Iglesias esparcidas por el mundo (y habrá que hacer
comunión o encuentro, primero y ante todo, con las que están más cerca). De tal manera que
debemos tomar conciencia de la Iglesia universal a partir de las Iglesias locales en las que cada uno
vive su fe. Porque, efectivamente, “las Iglesias particulares están formadas a imagen de la Iglesia
universal”. Y solo “en ellas y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una y única” (LG III, 23).
En tercer lugar, la comunión fraterna se realiza en la comunión de los obispos entre sí, y con el
Obispo de Roma. La Iglesia es una comunión de obispos. De aquí surge la colegialidad y la
sinodalidad (aspectos en los que, a mi juicio, se debe seguir profundizando y yendo cada vez más
lejos). Hacer caminos juntos: esto es precisamente la sinodalidad. El papa Juan Pablo
en la encíclica Ut Unum Sint, decía que el “obispo de Roma pertenece a su colegio [al colegio de los
obispos] y ellos son sus hermanos en el ministerio” y “lo que afecta a la unidad de todas las
comunidades cristianas forma parte obviamente del ámbito de preocupaciones del primado” (UUS,
95). Añadía: “Estoy convencido de tener al respecto una responsabilidad particular, sobre todo al
constatar la aspiración ecuménica de la mayor parte de las comunidades cristianas y al escuchar la
petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de
ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva” (Ibid.).
En el n. 96 pedía una ayuda no retórica: “Tarea ingente que no podemos rechazar y que no puedo
llevar a término solo...”. Parece un ejercicio de humildad. Por aquí pueden abrirse todavía caminos
inexplorados.
Y finalmente, en cuarto lugar, la comunión eclesial en cuanto tal, según el papa Montini, constituye
el modelo de comunión entre pueblos y naciones. No que el mundo deba configurarse a imagen y
semejanza de la organización eclesial, no; sino que, mediante la Iglesia, el mundo de todos los
tiempos debería ser invitado permanentemente a ser familia solidaria, pueblos hermanados,
comunidades vivas en camino. Pablo VI hacía suyo el texto de los profetas de la Vieja Alianza:
“Como estandarte levantado, como señal orientadora de pueblos y naciones” (Cf. Is 11,12; 5, 26; Jr
5,15-17; 6, 22-30). Son imágenes elocuentes y significativas. Pablo VI las emplearía repetidas veces,
al igual que lo hace el Vaticano II para hablar de la Iglesia como signo o señal de universal comunión
(SC, 2)8.
9 Año de la fe
10. ¿No les parece a ustedes que, después de esta visión de la Iglesia (Iglesia- familia, Iglesia-comunión
de vida, Iglesia-pueblo del encuentro), aún queda mucho camino abierto (camino ecuménico y
camino misionero)? Por cierto, habrá que seguir profundizando en la exhortación apostólica
postsinodal Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, documento que sigue siendo ampliamente citado, y
sobre
el que volverán una y otra vez, a buen seguro, los obispos en el próximo Sínodo ya anunciado sobre
la Nueva Evangelización de los pueblos.
Un camino abierto, para nuestras Iglesias locales y
para nuestras parroquias. Una parroquia, hoy, no
puede ser ya por más tiempo un mero centro
administrativo o burocrático de lo religioso, sino
una verdadera comunidad de comunidades
misioneras, abiertas, con el mensaje de Cristo
siempre a punto. Parroquias aglutinadoras,
unificadoras de distintos movimientos o grupos
eclesiales vivos y activos, dinámicos y
evangelizadores. Precisamente, en esta hora secular
del mundo, un mundo descristianizado, convertido
ya en auténtico terreno de misión.
RENOVAR
REFORMAR LA IGLESIA
Toda la segunda parte de la Ecclesiam Suam está
dedicada al tema, tan querido por Pablo VI, de la
renovación y reforma de la Iglesia9.
¿Renovar o reformar?
La palabra “reforma”, todavía hoy, parece que a
algunas personas (especialmente, entre los
católicos) les evoca conflictos de otras épocas (por
ejemplo, los del siglo XVI con la Reforma
protestante). Pablo VI no eludía la palabra
“reforma”, a la que siempre quería dar su justo significado dentro de la Iglesia católica10.
En la encíclica la empleó, al menos, hasta seis veces, y en su magisterio posterior volvió sobre ella
en innumerables ocasiones.
Pero permítaseme una observación, aunque solo sea de paso: en la redacción de la encíclica -que,
según se sabe, él hizo en italiano-, usa el término “reforma”, distinguiéndolo del de rinnovamento,
o su equivalente latino renovatio. Pues bien, curiosamente, la palabra “reforma”, en la encíclica,
fue siempre traducida al latín por renovatio, y no por la que me parece que correspondería mejor al
original, salido de su pluma, y que sería reformatio.
Me parece, pues, que en la versión más oficial latina de la encíclica no se respetaba un matiz que sí
aparecía en la versión italiana que Pablo VI había redactado. Probablemente, alguien
posteriormente quiso “suavizar”, en la “versión oficial latina”, una expresión que podría haber
sonado, en los piadosos oídos de algunos católicos (o miembros de la Curia, tal vez), a música
estridente o excesivamente fuerte. ¿Qué duendes, sin duda bien intencionados, pero probablemente
más papistas que el papa, se infiltraron en la última redacción de la Ecclesiam Suam para
enmendarle al mismísimo Papa su clara intención reformista?
Cualquiera que sea la explicación que se quiera dar, lo que nos interesa, sobre todo, es dejar claro
aquí que, efectivamente, Pablo VI distinguía en la encíclica -y todavía más en su posterior
magisterio- entre renovación y reforma, dando un matiz más general y de conversión interior a la
palabra renovación y dejando, en cambio, el término reforma, que nunca rehusó, para cuando se
hablara de cambiar algunas estructuras de la Iglesia o modificar el Código de Derecho Canónico.
Creo honestamente que todavía no se han extraído todas las consecuencias prácticas que, para el
ecumenismo, no menos que para el diálogo con el mundo de nuestros días, encierra este principio
de los Padres de la Iglesia: Ecclesia semper reformando.
10 Año de la fe
11. Como ya dijimos, en la Ut Unum Sint, el papa Juan Pablo II pediría, andando el tiempo, sugerencias,
aportaciones, propuestas y ayudas para reformar el modo concreto de ejercer el Primado de
jurisdicción en la Iglesia. Así parece desprenderse de esta pregunta que es un ruego: “La comunión
real, aunque imperfecta, que existe entre todos nosotros, ¿no podría llevar a los responsables
eclesiales y a sus teólogos a establecer conmigo
y sobre esta cuestión [la “cuestión del
ejercicio del Primado”] un diálogo fraterno,
paciente, en el que podríamos escucharnos
más allá de estériles polémicas, teniendo
presente solo la voluntad de Cristo para su
Iglesia, dejándonos impactar por su
grito ‘que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has
enviado’ (Jn 17, 21)?”11.
Una Iglesia amada, antes que pensada y
criticada
Pablo VI amaba, primero; y estudiaba, después.
Por este orden. Esta fue su norma. La practicó
con las personas, y la hizo realidad con el
misterio de la Iglesia. No rechazaba la crítica
a la Iglesia, cuando se hacía desde el
amor. Pero pedía una Iglesia amada y servida en
sus arrugas y defectos de madre...
Precisamente, desde el amor que él
profesaba a la Esposa de Cristo y, tal vez,
simplificando un poco, el papa
Con el ortodoxo Atenágoras en Jerusalén
Montini clasificaba o dividía en tres las actitudes que cabe adoptar frente a la Iglesia: la
indiferencia, la crítica (que puede ser destemplada o constructiva) y el enamoramiento12 (no se
entienda en sentido romántico).
En primer lugar, estarían los indiferentes. Los llama el papa Montini “vagabundos en el desierto del
misterio”. Son los que no se preocupan por la cuestión religiosa. Piensan que la “cuestión religiosa”
es una cuestión menos importante, apenas tiene relieve. Hoy, aparentemente, muchos andan por
aquí. Consideran, tal vez, que la fe se ha ido difuminando en la sociedad.
0 que es algo tan íntimo y subjetivo, que no es necesario vivirlo dentro de ninguna comunidad
eclesial. Y mucho menos con repercusiones en la esfera de lo público...
En segundo lugar, estarían los críticos: estos pueden ser positivos, unos; negativos, otros. Actitud
esta muy de moda. Quizá más todavía en tiempos del papa Montini, con toda la contestación
postconciliar. Cree ver el Papa -como decimos- dos categorías distintas de crítica: positiva, una;
negativa, la otra. Los críticos positivos se orientan hacia la verdad. Contemplan la Iglesia en toda su
profundidad. La quieren más bella, más acorde con las enseñanzas de Jesús. Hubo en la historia
grandes “reformadores”, que, sin salirse de la Iglesia, la impulsaron hacia una presencia de Cristo
más viva y eficiente en medio del mundo.
En tercer lugar, se sitúan -lejos de romanticismos estériles- los enamorados de la Iglesia. Son los
que aman a la Iglesia como es: divina y humana, misteriosa y contingente, sublime y defectuosa,
carismática e institucional. Cree el Papa ver a la Iglesia “perfecta en el pensamiento de Cristo (cf.
Ef 5, 27), pero perfectible en nuestra experiencia y deseo”13. No es necesario evadirse hacia el
sueño de una Iglesia meramente carismática, exenta de instituciones u organizaciones humanas.
Como veremos enseguida, solo hay una Iglesia. Y esta es carismática e institucional, invisible y
visible. Del amor a la Iglesia surge el deseo de la renovación personal -la de sus miembros- y el de la
reforma de sus estructuras e instituciones. Del amor a la Iglesia, del fervor y de la entrega, surge la
Iglesia misma.
Por tanto, la visión que algunos han dado de Pablo VI como la de un reformista conservador o como
la de un maquillador de rostros eclesiales, para que todo continúe siendo igual, no se corresponde
al ímpetu renovador que este Papa imprimió a la Iglesia de Cristo.
DIALOGAR PARA CONSTRUIR
11 Año de la fe
12. Pablo VI creía en el diálogo. Es por lo que lanza una propuesta en la Ecclesiam Suam, que
mantendría siempre en pie a lo largo de su pontificado. Son sus famosos círculos de interlocutores:
La Iglesia, “experta en humanidad”, quiere dialogar con los hombres de cada época, allí donde
estén, y en la situación que se encuentren. Apostar por
el diálogo es sentarse a escuchar, dejarse interpelar, provocar respetuosamente, y formular
respetuosamente muchas preguntas.
La Iglesia establece un círculo más cercano de interlocutores, el de los que creen en Dios, los que
han abrazado algunas de las grandes religiones monoteístas: hebreos, musulmanes, los seguidores
de las grandes religiones afroasiáticas. ¿En qué momento nos encontramos en lo que se refiere al
diálogo interreligioso?
3- El diálogo con las Iglesias y comunidades cristianas, todavía separadas o no en perfecta
comunión. Mucho camino se ha hecho desde Juan XXIII hasta Benedicto XVI, pasando por Pablo VI, el
Concilio Vaticano II y Juan Pablo II. Quanta est nobis via?, se preguntaba Juan Pablo II en la Ut
Unum Sint (UUS, III).
El diálogo dentro de la propia Iglesia católica romana. Diálogo que a Pablo VI le llevó, entonces, por
la “calle de la amargura”, y que -a mi modo de ver- sigue siendo un gran reto, un desafío aún hoy
día, en que vemos grupos, sectores y bloques enteros de Iglesia enfrentados, reticentes, un tanto
atrincherados en las propias posiciones.
¿Estamos en la etapa del postdiálogo?
En el décimo aniversario de la muerte de Pablo VI (celebramos el 33° aniversario el 6 de agosto de
2011), se reunieron -bajo los auspicios de la Scuola di formazione teológica di Bassano del Grappa-
estudiosos del pensamiento, de la figura y obra del papa Montini. Fue un encuentro provechoso14.
Monseñor Giuseppe Colombo, prestigioso teólogo, presidente de la Facultad Teológica de Italia
Septentrional,
habló del sensus
Ecclesiae (del
sentido de la
Iglesia) en Pablo
VI.
La opinión de
Colombo era,
entonces, la
siguiente: “(...)
No es fácil
volver al tiempo
del diálogo, hoy
que vivimos en
el tiempo del
postdiálogo”15.
Después de la caída de los muros de la Guerra Fría, se opina, más que se dialoga. La pasión por el
diálogo parece cosa de tiempos pasados. Tiempo gris el nuestro. Tiempo de opiniones. Todas
iguales. Todas respetables. Opiniones confrontadas, a veces pretexto para la polémica. En este
contexto histórico, a Colombo le parecía que la Ecclesiam Suam corría el riesgo de pasar por la
encíclica de los años 60: los años en los que el diálogo era una necesidad vivida y compartida. El
choque o confrontación de las ideologías así lo requería. Pero, ¿qué ocurre hoy, cuando las
ideologías parecen haber desaparecido? ¿Estamos en la época de proclamar certezas? ¿No es
necesario ya contrastar verdades?
Algunos creemos que es necesario recuperar el talante, el estilo, en el que está escrita la Ecclesiam
Suam: el de la humildad de los pastores de la Iglesia que se sientan a dialogar con el mundo de hoy,
con creyentes y no creyentes, además de buscar entendimiento con los hijos de la Iglesia, y, en el
caso de los obispos, con los hermanos en el episcopado. Así lo ha entendido, de cara a los no
creyentes, Benedicto XVI, quien ha promovido el foro conocido como el Atrio de los Gentiles.
Recuperar el estilo dialogante como una permanente actitud de Iglesia
Pablo VI había roto ya con el viejo modelo de Iglesia y había apostado por otros modelos como los
del teólogo de Friburgo Charles Journet. Él mismo se mostraba dispuesto a ir aggiornando la vieja
eclesiología.
12 Año de la fe
13. He aquí, por tanto, un papa que se sienta, como un discípulo, a escuchar y preguntar (que esto es el
diálogo) con todos los miembros de la Iglesia también con aquellos que, fuera de la Iglesia, la
contemplan como un referente importante en medio de los conflictos y problemas del mundo
postmoderno.
¿Buenas intenciones? ¿Palabras? ¿Deseos colgados de las nubes? No debiera ser así. Por eso, todo
diálogo está pidiendo plataformas concretas.
La vida nuestra de cada día, tan movida hoy; las emigraciones; la presencia de misioneros en
numerosos países reclaman una colaboración práctica: jornadas de estudio, intercambios teológicos,
reuniones de oración y comunicación de experiencias religiosas, acciones humanitarias y caritativas,
esfuerzos en pro de la paz y de la justicia...
Es mucho lo que queda por hacer en lo que se refiere a la toma de conciencia y a la coordinación de
todo lo relativo al desarrollo social y económico de pueblos y países enteros.
La búsqueda de la verdad ya se está haciendo realidad en el estudio común que están llevando a
cabo las distintas asociaciones judeo-cristianas o cristiano-musulmanas, y que no hay que dejar de
alentar. Cuando se creó el Secretariado para los no cristianos, muchas iniciativas de estas
asociaciones fueron secundadas por la Santa Sede.
El “lenguaje respetuoso” es otro de los presupuestos del diálogo en el camino de construcción de
unas relaciones positivas en el campo interreligioso. Se han ido eliminando, poco a poco,
expresiones que pudieran resultar
molestas o hirientes. Al hablar, por
ejemplo, de los judíos, fueron
desapareciendo palabras que podían
resultar insultantes, como “deicidas”,
“pérfidos”, etc. El espíritu del Vaticano
era precisamente este.
Resulta significativo que, en los diálogos
bilaterales y multilaterales llevados a
cabo por las Iglesias, así como en el
trabajo realizado por Fe y Constitución
-el brazo teológico del CEI (Consejo
Ecuménico de las Iglesias)-, sobresalen
siempre los mismos grandes núcleos
temáticos de la teología, que
preocupan a los ecumenistas y a las
propias Iglesias: Justificación
y gracia, Ministerio ordenado,
Bautismo, Eucaristía. Pero, sobre todo,
el modelo, el tipo de reunificación
final que se persigue. ¿Hacia dónde nos
encaminamos con la tarea ecuménica?
¿Qué modelo de unidad perseguimos
unos y otros? Cuando hablamos de la una y única Iglesia de Jesucristo, ¿cómo entienden esta unidad
los teólogos de una confesión y los de otra? Son cuestiones que se van dilucidando, gracias al estudio
y profundización de los teólogos.
Desde hace ya muchos años, en el campo cristiano, se ha venido haciendo una teología ecuménica:
es decir, una reflexión conjunta entre todas las Iglesias cristianas sobre algunos de los contenidos
fundamentales de nuestro credo. Con los acentos propios de cada confesión, recogiendo matices y
sensibilidades propios de cada Iglesia, pero con el empeño serio de llegar a convergencias
doctrinales sobre temas que en el pasado fueron motivo de discordia.
CONCLUSIÓN
Lo más importante de la encíclica Ecclesiam Suam sigue siendo que, detrás de su estilo dialogante,
hay un modelo de Iglesia que el Papa propone. Un modelo que ya no tiene que ver con el de la
“Iglesia piramidal”: una Iglesia en la que las responsabilidades se van diluyendo o esfumando
conforme se va descendiendo por la pendiente de la pirámide en la que en la cúspide están los
pastores de la Iglesia, en el vértice el Papa, hasta llegar a la base en que se situarían los fieles, los
13 Año de la fe
14. laicos, que sostendrían la pirámide sobre sus hombros y cuya tarea sería la de obedecer sin más.
El modelo de la Iglesia como communio (ierarchica communio) es otro modelo distinto al que
estábamos acostumbrados antes del Vaticano
Este modelo (el de Iglesia como “Pueblo del encuentro” o el de “familia corresponsable”) sigue
abierto a ulteriores profundizaciones teológicas y prácticas.
Nos parece, efectivamente, que todavía resta mucho camino abierto en una visión de la Iglesia
como “comunión de Iglesias”. Dios quiera que lo vayamos recorriendo en el presente ya, para forjar
el futuro. También, para que nuestra Iglesia católica siga ejerciendo la misión y función que le
competen, al lado de las otras Iglesias cristianas (aún no en perfecta comunión), en el mundo
concreto que nos ha tocado en suerte y por el que Cristo se entrega, cada día, sin reservas.
14 Año de la fe
15. 3.- El Concilio Vaticano II,
a cincuenta años*
Pbro. Dr. Alejandro W. BUNGE
SUMARIO: I.- Contexto histórico del Concilio. 1.- Fin del colonialismo. 2.- Rápida industrialización.
3.- La televisión. II.- El “fin de cristiandad”. III.- Orientaciones teológicas y pastorales entre 1940 y
1960. 1.- La teología. 2.- La pastoral. IV.- Documentos del Concilio. 1.- Tipos de documentos. 2.-
Valor magisterial de los documentos. 3.- Documentos conciliares. V.- Apéndice: Algunas fechas en
torno al Concilio.
El 11 de octubre de 1962 se inauguró
el Concilio. Ese día fue un punto
culminante de un largo camino de
preparación, pero sobre todo el inicio
de un acontecimiento eclesial que
marcó el profundamente a la Iglesia
del final del siglo pasado y de lo que
llevamos recorrido del presente.
Servirá recorrer de una sucinta sus
hitos principales, para comprender su
relevancia trascendental.
I.- Contexto histórico del Concilio
Cuando surge el Concilio no hay, como
en el caso de otros anteriores, errores
doctrinales o prácticas morales que
necesiten una corrección urgente. No
hay situaciones destacadas que exijan
una toma de posición. Sin embargo,
Juan XXIII decía el 6 de enero de 1962
a las Comisiones preparatorias, en
vísperas de la inauguración del
Concilio, una frase que recién después
pudo entenderse en todo su sentido:
“El Concilio constituye una nueva epifanía, y es esperado no sólo por los católicos, sino también por
los hombres de todo el mundo; la Iglesia se encuentra en el umbral de una nueva época”. Podemos
ver esta nueva situación al menos en tres hechos importantes, como son el fin del colonialismo, la
aceleración de la industrialización y la aparición de la televisión.
1.- Fin del colonialismo
El fin del colonialismo en África y Asia tiene consecuencias mucho más visibles, en el mundo y en la
Iglesia, que el de América en el siglo pasado. Algunas fechas de la independencia de países en África
y Asia son: Indonesia en 1945, Filipinas en 1946, India en 1948, nacimiento de Israel en 1948, Libia
en 1951, Argelia en 1962 (¿1957?), Marruecos en 1956, Sudán en 1956, Ghana en 1957, Congo en
1960, Kenya, Uganda Madagascar.
La presencia del Tercer Mundo en el concierto de las naciones cambia en forma muy rápida. Para la
Iglesia nace también la dificultad de la inculturación, es decir, expresar su fe en las culturas hasta
ese momento dominadas y sepultadas por la europea, que la Iglesia usaba también en su
*
Es la primera parte de la Conferencia inaugural del Curso “Parroquia y nueva evangelización: a cincuenta años del
Concilio”, dado por la Facultad de Derecho Canónico de la Pontificia Universidad Católica Argentina, del 28 al 30 de
agosto de 2012, que será publicada en su integridad en el AADC 18 (2012).
15 Año de la fe
16. predicación y en su liturgia. Además, el crecimiento de la población se daba, en 1950 en una
proporción de 2 a 1 en estos pueblos respecto a los países desarrollados, y crecía de 3 a 1 en 1970, y
llegará a ser de 5 a 1 en el 2000.
2.- Rápida industrialización
Los descubrimientos de la ciencia y su aplicación por parte de la técnica dan un fortísimo impulso a
la industria y crece muy rápidamente la renta anual en los países industrializados. Esto lleva a un
rápido crecimiento del nivel de vida. Comienzan, entonces, a manifestarse todos los síntomas que
después nos permitirán caracterizar a la “sociedad de consumo”. Además, y junto con esto, crecen
en todo el mundo las grandes ciudades y se vacía el campo.
3.- La televisión
En ese tiempo de cambios, la aparición de la televisión (año 1953 en Italia) permite también un
rápido conocimiento y propagación de los nuevos hábitos y cambios de mentalidad. Funciona como
un factor multiplicador en un proceso de transformación ya por sí mismo suficientemente
acelerado. Cambia el ritmo de vida, el día se alarga (todos se quedan “viendo televisión”). Crecen
las necesidades (que son siempre relativas, no necesidades absolutas). Se modifica la familia
porque se reduce el número de sus componentes y se multiplican las evasiones, se reduce el diálogo
familiar. Los valores que priman son los de lo “lo útil”, lo que “funciona”.
En definitiva, el mundo ya no tiene las características de poco tiempo atrás, en el que, con sus más
y sus menos, se había logrado una cierta síntesis entra la vida y el Evangelio, y en el que la Iglesia
tenía su lugar como
guardiana de los
valores evangélicos en
una sociedad que se
estructuraba
fundamentalmente a
través de ellos. La
Iglesia deja de ser
escuchada cuando
aplica el Evangelio a lo
económico, lo político,
lo social.
La situación que
presentaba la
organización política,
social y religiosa de
occidente antes de
todos estos cambios se
expresaba
sintéticamente
diciendo que se trataba de una “cristiandad”. Una organización política, social y religiosa
impregnada del espíritu cristiano, si no en toda la profundidad que este espíritu puede alcanzar, al
menos en sus formas. Pero la transformación ocurrida hizo surgir irremediablemente la pregunta:
¿es posible todavía hablar de “cristiandad”, o es éste un concepto que hay que considerar superado?
II.- El “fin de cristiandad”
Pío XII (1939-1958) fue un gran Papa, de una gran actividad, desarrollada en numerosos campos,
sobre todo a través de su magisterio, que se extiende a variadísimos temas y que revela con un gran
esfuerzo por llegar con la enseñanza y la predicación de la Iglesia a todas las nuevas situaciones que
planteaban los cambios que vivía el mundo. Dio un gran impulso renovador a las ciencias teológicas
y bíblicas 1.
1
Cf. Encíclicas Mystici Corporis, sobre la Iglesia, y Divino Afflante Spiritu, sobre el estudio de la Escritura, entre otras.
16 Año de la fe
17. Entre las limitaciones de su pontificado se puede señalar su estilo centralizador, que lo llevó a decir
posteriormente al Cardenal Domenico TARDINI que “no quería colaboradores sino ejecutores”.
Mantuvo vacante el puesto de Secretario de Estado después de la muerte del Cardenal Luigi
MAGLIONE (+1944), y quienes
fueron a partir de allí sus
secretarios, Mons. Domenico
TARDINI y Mons. Giovanni
Battista Enrico Antonio Maria
MONTINI, no fueron Obispos
durante el desarrollo de ese
oficio. Esto lo llevó a un
cierto aislamiento. Tenía una
clara visión de lo que
significaban los cambios que
se vivían, pero prácticamente
ningún diálogo con los
Obispos, y por eso mismo
perdía el contacto directo
con las nuevas situaciones.
Esto se ve, por ejemplo, en el
concordato con España
firmado en 1953, donde se
reconocen y se reivindican las
prerrogativas de la Iglesia
frente al Estado español
como si se estuviera en plena cristiandad (no tardó en ser modificado, en 1976). De la misma
manera, la prohibición de dar los sacramentos (excomunión) a los miembros del partido comunista
decretada el 30 de junio de 1943 mostraba la actitud de defensa desesperada de la cristiandad sin
conexión con la realidad, ya que fue una medida totalmente ineficaz (no disminuyeron ni los
afiliados ni los votantes del partido).
Pero además debe señalarse que, según resulta de los estudios más actualizados ya desde el año
1948 Pío XII había pensado en la convocatoria de un Concilio para la Iglesia universal, aunque no se
consideró con la energía suficiente para realizarla, pensando que le correspondería hacerlo a un
Papa más joven. Quiso Dios que en realidad fuera Juan XXIII, elegido para el oficio primacial a
menos de un mes de cumplir los 77 años, que lo convocó menos de tres meses después de haber
asumido su oficio.
III.- Orientaciones teológicas y pastorales entre 1940 y 1960
Rastreamos aquí, de una manera sólo indicativa, algunos impulsos renovadores de la Iglesia que se
ventilaban en los ambientes académicos y pastorales.
1.- La teología
El pensamiento teológico en el período indicado abarca un amplio espectro que puede resumirse en
dos posiciones fundamentales: una orientación más abierta en la periferia, una posición más cauta
en el centro (Vaticano y centros de estudios de Roma). Pero dentro de ese período se fue dando
claramente una evolución. Muchos intentos de renovación que al principio son muy resistidos
terminan siendo las ideas fundamentales en la teología renovada del Concilio 2.
Algunos autores, como DE LUBAC 3 o DANIÉLOU 4 entre los jesuitas y CONGAR 5 y CHENU 6 entre los
2
Una publicación de R. AUBERT, La théologie catholique au milieu du XXe siècle, Tournai-Paris, 1954, presenta un
excelente resumen de las posiciones teológicas del momento, que parece, sin embargo, una presentación de la teología
postconciliar. Hasta tal punto se reflejó en el Concilio el pensamiento renovador de los años que lo precedieron.
3
Fue retirado de la enseñanza por sus superiores en 1950 (después de la publicación de la Encíclica Humani generis el 12
de agosto de 1950) y sus libros fueron retirados de las bibliotecas jesuitas (en 1946 había escrito Surnaturel; en 1953 publicó
Méditations sur l'Eglise, libro que impactó mucho a Montini, después Papa Pablo VI que lo leía continuamente).
17 Año de la fe
18. dominicos, fueron mirados con recelo y sospechas al comienzo, incluso fueron objeto de algunas
medidas restrictivas, y terminaron siendo redactores o inspiradores de algunos de los documentos
del Concilio.
De la misma manera, la interpretación del papel del hermano mayor en la parábola del hijo pródigo
en un libro del P. MAZZOLARI 7, prohibido por el Santo Oficio, es asumida por JUAN PABLO II en la
Encíclica Dives in misericordia.
También podemos mencionar a MARITAIN 8, filósofo laico francés, promotor de la autonomía de los
laicos en su actuación temporal y política, aunque las críticas del Card. OTTAVIANI y del P. MESSINEO 9
no prosperaron y no hubo para él sanciones ni prohibiciones.
2.- La pastoral
En lo pastoral se dieron algunos pasos novedosos, como el intento de los sacerdotes obreros
(Francia, desde 1945), frenados desde Roma a partir de 1953 y más firmemente en 1959.
Los pedidos más intensos de renovación apuntaban a la reforma de la liturgia, al uso de las lenguas
vernáculas en las celebraciones de la Misa y demás Sacramentos, un mayor diálogo con los otros
cristianos, la reforma del Índice de los libros prohibidos, la simplificación del hábito eclesiástico, la
introducción del diaconado permanente para hombres casados, el respeto por la libertad de los
laicos en cuestiones políticas y su mayor participación en el gobierno de la Iglesia, el control de los
nacimientos, la guerra y el armamento atómico 10.
Como se ve fácilmente al analizar los documentos conciliares, prácticamente todos estos asuntos
presentados por las Conferencias episcopales, los Obispos y los organismos consultados al preparar
el temario del Concilio, fueron después temas tratados en el aula Conciliar y campo de decisiones
trascendentes.
IV.- Documentos del Concilio
Conviene tener presente algunos datos relevantes en cuanto a los frutos documentales del Concilio
Vaticano II.
1.- Tipos de documentos
Los documentos promulgados por el Concilio Vaticano II se agrupan en tres tipos, que indican cada
uno un grado de importancia y solemnidad diferente.
Aparecen en primer lugar las Constituciones, que son los documentos más importantes, por su
extensión y por los temas que tratan. La primera, Sacrosanctum Concilium, sobre la Liturgia,
además de ser el primer documento promulgado por el Concilio, fue el único hasta la finalización de
la tercera sesión. Hay también dos Constituciones llamadas dogmáticas: Lumen gentium, sobre la
Iglesia, y Dei Verbum, sobre la revelación. Se agrega el adjetivo “dogmática” al sustantivo
4
Su artículo Les orientations présentes de la pensée religieuse, publicado en 1948 en Etudes, y sus libros (entre ellos
Dialogues avec les marxistes, les existentialistes, les Protestants, les Juifts, l'Hindouisme, también de 1948), fueron retirados
de las bibliotecas jesuitas después de la publicación de la Encíclica Humani generis.
5
Su libro Vraie et fausse réforme dans l'Eglise, que presenta la necesidad de una continua reforma en la Iglesia, poniendo
en San Francisco la figura del verdadero reformador y en Lutero y Calvino la del falso, publicado en 1950, fue prohibido en
su publicación italiana y en las siguientes ediciones francesas.
6
Su libro Une école de théologie: Le Saulchoir, lugar en donde desarrollaba sus clases en el escolasticado de los
dominicos, publicado por primera vez en 1937, fue puesto en el Índice en 1942.
7
P. MAZZOLARI, La più bella avventura e le sue “dissaventure”, retirada de circulación por la prohibición impuesta por
el Santo Oficio. Lo mismo puede decirse del libro de Mons. PASCHINI, Vita di Galileo, cuya publicación fue suspendida por
el Santo Oficio por tiempo indefinido (en 1942), y que fue posteriormente citado por Gaudium et Spes, el documento del
Concilio sobre la Iglesia en el mundo actual (de 1964), al hablar sobre la autonomía de las ciencias.
8
Cf. sus obras El primado de lo espiritual (1927) y El humanismo integral (1936), y las voces de sus críticos, A.
OTTAVIANI, Deberes del Estado católico con la religión, Madrid (1953) y A. MESSINEO, L'umanesimo integrale, Civ. Catt.
(1956) págs. 449-463.
9
Cf. nota anterior.
10
Cf. G. MARTINA, El contexto..., págs. 54-55.
18 Año de la fe
19. “Constitución” para indicar que se refieren a temas en forma preponderante doctrinales, aunque no
contengan la declaración de ningún nuevo “dogma de fe” de la Iglesia. Por último, encontramos una
Constitución llamada “pastoral”, sobre la Iglesia en el mundo moderno, Gaudium et spes, llamada
con ese adjetivo para indicar que trata sobre la respuesta evangelizadora, es decir, pastoral, de la
Iglesia a la realidad del mundo moderno.
Continúan los Decretos que, a partir de las afirmaciones más doctrinales de las Constituciones,
aplican la reflexión del Concilio a variados temas de la actividad de la Iglesia, adecuándolos a las
nuevas situaciones (Christus Dominus, sobre el ministerio de los Obispos, Presbyterorum ordinis,
sobre la vida y el ministerio de los sacerdotes, Optatam totius, sobre la formación de los
sacerdotes, Perfectae caritatis, sobre la renovación de la vida religiosa, Apostolicam actuositatem,
sobre el apostolado de los laicos, Orientalium ecclesiarum, sobre las Iglesias orientales católicas, Ad
gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, Unitatis redintegratio, sobre la relación con las
religiones cristianas no
católicas y Inter mirifica,
sobre los medios de
comunicación social).
Por último encontramos las
Declaraciones en las que el
Concilio se refiere a temas
que no son de exclusiva
incumbencia de la Iglesia
sino que interesan de un
modo o de otro a toda la
comunidad humana
(Dignitatis humanae, sobre
la libertad religiosa,
Gravissimum educationis,
sobre la educación y Nostra
aetate, sobre las relaciones
de la Iglesia con las
religiones no cristianas).
2.- Valor magisterial de
los documentos
Algunos se preguntan,
incluso con cierta ansiedad,
si los documentos del
Concilio, al menos las
Constituciones, que son los
más importantes, son
dogmas de fe. Para responder a esta pregunta hay que tener en cuenta la finalidad para la que fue
convocada el Concilio, tantas veces afirmada por los Papas Juan XXIII y Pablo VI: el
“aggiornamento” de la Iglesia, la acomodación de la vida y la misión de la Iglesia a las nuevas
situaciones que presenta el mundo moderno.
No hay, entonces, definición de “nuevos dogmas” en el Concilio, en ninguno de sus documentos.
Esto no significa que no haya en sus documentos dogmas de fe. Porque muchos dogmas que han sido
definidos en momentos anteriores aparecen en los documentos conciliares, no como cosas nuevas,
pero sí como contenidos de la fe, que pertenecen al depósito definido de la misma. Son dogmas de
fe no en virtud de su aparición en los documentos del Concilio, sino desde antes del mismo.
Por otra parte, no todo el contenido de la fe de la Iglesia está definido como “dogma”. Se utiliza
esta palabra para referirse a determinados contenidos de la fe que han sido declarados
solemnemente en un acto magisterial concreto de la autoridad suprema de la Iglesia, el Papa o un
Concilio ecuménico.
El contenido de la fe abarca no solamente las definiciones dogmáticas (éstas, por otra parte, son
muy pocas a lo largo de los 20 siglos de vida de la Iglesia) sino también el Credo, y toda la
enseñanza magisterial de la Iglesia a través de la predicación ordinaria y constante, por parte de los
19 Año de la fe
20. Obispos, de la Palabra de Dios y el modo en que ha sido entendida en el seno de la Iglesia.
Como ejemplo de una verdad de fe no definida como dogma podríamos citar la afirmación más
importante de la fe cristiana, sin la cual, dice San Pablo, “vana es nuestra fe” (1 Cor 15,14). Es la
resurrección de Jesucristo. Nunca ha sido definida dogmáticamente, sin embargo esto no significa
que no forme parte de nuestra fe. Es más, sin ella, toda nuestra fe deja de tener sentido.
Sencillamente hay que decir que nunca se hizo necesaria definirla solemnemente como un dogma,
ya que siempre estuvo presente en la fe y la vida de la Iglesia. Y así muchas otras verdades de
nuestra fe pertenecen a ella sin estar solemnemente definidas.
Esto nos lleva a considerar las diversas formas de intervención de los encargados de enseñar el
contenido de la fe en la Iglesia. Esta misión fue confiada por Jesucristo a los apóstoles al modo de
un “Colegio” (cf. la expresión, de uso corriente entre nosotros, “colegas”), al frente del cual puso a
Pedro, como Cabeza. Ese Colegio apostólico es continuado en el tiempo por el Colegio episcopal,
del que forman parte todos los Obispos en comunión con el Papa, que cumple la función de
“Pedro”, es decir, Cabeza del Colegio episcopal.
Cristo confió al Colegio apostólico, con Pedro a la cabeza del mismo, la misión de enseñar y
custodiar todo el contenido de la fe, que llamamos “depósito” de la fe. Esa misión reside ahora en
el Colegio episcopal, con el Papa como cabeza.
Esta misión la ejerce la autoridad suprema de la Iglesia en forma solemne a través de la Cabeza del
Colegio, el Papa, o cuando se reúnen todos los Obispos en un Concilio Ecuménico, o incluso sin
reunirse, pero manteniendo la comunión con el Papa y entre sí, enseñan todos una misma doctrina.
En cualquiera de estas formas de enseñar, el Papa por su cuenta o todos los Obispos reunidos en el
Concilio (con el Papa, porque si no está el Papa no hay Concilio) o dispersos por el mundo y
enseñando una misma doctrina, si se proclama la enseñanza con un acto definitivo, es decir, se
enseña que una doctrina sobre la fe o las costumbres (la moral) debe sostenerse en forma
definitiva, se pone en juego la infalibilidad de la Iglesia. La enseñanza resulta irreformable e
infalible. Cuando es el
Papa el que habla de esta
manera se dice que habla
“ex cathedra” (desde la
cátedra, desde su función
de enseñar como cabeza
de la Iglesia).
Por esta razón, cuando el
Papa o todos los Obispos
en el Concilio o dispersos
por el mundo, cada cual
en su diócesis, utilizan
este modo de enseñar los
fieles, deben creer esa
doctrina con “fe divina y
católica”. Esta es una
expresión que sirve para
decir que cuando reciben
una enseñanza de este
tipo los fieles deben
responder creyéndole a
Dios y a la Iglesia, a
través de la cual Dios se expresa.
De todos modos, el Papa y los Obispos no enseñan sólo de esa manera. Hay una forma más
cotidiana, más habitual, en la que predican el contenido de la fe. Y siguen siendo Pastores de su
pueblo, auténticos Pastores. Por eso, a esa forma más cotidiana de enseñar las verdades de la fe y
de la moral se lo llama “magisterio auténtico”, verdadero magisterio o enseñanza de la Iglesia.
No es un magisterio infalible, es probable que algunas cosas enseñadas de este modo sean
modificadas o mejor determinadas a lo largo del tiempo. Pero eso no significa que los fieles puedan
no atender a ese magisterio. Deben prestarle un “asentimiento religioso”, de la inteligencia y de la
voluntad. Es decir, se debe asentir a esta enseñanza, aceptándola con la inteligencia y asumiéndola
20 Año de la fe
21. en la propia vida, pero sin un asentimiento “de fe”, como cuando le creemos directamente a Dios, o
a Dios cuando habla a través del magisterio infalible de la Iglesia.
En los documentos del Concilio, en el que se reunieron convocados por el Papa los Obispos de todo
el mundo, encontramos una manera solemne de ejercerse el magisterio de la Iglesia. Podemos decir
que hay allí magisterio infalible, cada vez que se asumen definiciones o se repiten afirmaciones de
la fe de la Iglesia proclamadas anteriormente. No hay “definiciones nuevas”, no se utilizó el
magisterio infalible para enseñar cosas nuevas, hasta ese momento no enseñadas, pero sí se
retomaron muchas afirmadas anteriormente. Y además, se realizó extensamente magisterio
auténtico, es decir, enseñanzas que hacen los Obispos como Pastores.
Estas enseñanzas del Concilio tienen además la importante cualidad de ser el fruto de un trabajo
intenso en el que estuvieron presentes y activos, de un modo o de otro, más de 2000 Obispos de la
Iglesia fundada por Jesucristo hace casi 2000 años, sucesores de los apóstoles, a quienes debemos
nuestra fe (a los apóstoles y a los Obispos, sus sucesores). Magisterio auténtico, entonces, pero
solemne.
Todos los documentos del Concilio pertenecen a la enseñanza de todo el Colegio episcopal. Aunque
hayan intervenido más unas manos que otras en su preparación, incluso aunque hayan participado
en su preparación muchas personas que no eran Obispos, una vez que son votados y promulgados
por el Concilio, son un acto de su exclusiva autoridad. Sin embargo, y a título de curiosidad 11, vamos
a presentar los diversos documentos del Concilio y los resultados de las votaciones finales con las
que se llegó a su promulgación.
Para interpretar adecuadamente el cuadro que sigue hay que tener en cuenta que “placet” significa
un voto afirmativo al documento y “non placet” significa un voto negativo. El documento con más
votos negativos es Inter mirifica, sobre los medios de comunicación social, en el que llegan al 7,7 %.
Esto puede ser entendido si se considera que fue debatido muy rápidamente y votado antes de que
pudiera ser perfeccionado suficientemente, ante la urgencia de terminarlo en la primera etapa del
Concilio.
En las 4 grandes Constituciones el porcentaje de votos negativos es llamativamente bajo: 0,18 %
para Sacrosanctum Concilium, sobre la Liturgia, 0,23 % para Lumen gentium, sobre la Iglesia, 0,25 %
para Dei Verbum, sobre la divina revelación y 3,13 % para Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el
mundo moderno. También aquí, en el último documento votado por el Concilio, vemos el resultado
de los apuros: ante la urgencia de terminar dentro de los plazos previstos, es la constitución con
mayor número de votos negativos, 75. Son pocos, en relación al número de votantes (2.391), pero
quizás hubieran sido menos si se hubiera podido discutir durante más tiempo algunos detalles,
seguramente objetados por quienes dieron su voto negativo.
3.- Documentos conciliares
Fecha Documento promulgado Placet Non Votos Total de
placet nulos votantes
4/12/63 Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre 2.147 4 1 2.152
la Liturgia
4/12/63 Decreto Inter mirfica, sobre los medios de 1.960 164 7 2.131
comunicación social
21/11/64 Constitución dogmática Lumen gentium, sobre 2.151 5 0 2.156
la Iglesia
21/11/64 Decreto Orientalium ecclesiarum, sobre las 2.110 39 0 2.149
Iglesias orientales
21/11/64 Decreto Unitatis redintegratio, sobre las 2.137 11 0 2.148
Iglesias cristianas no católicas
28/10/65 Decreto Christus Dominus, sobre el ministerio 2.319 2 1 2.322
pastoral de los Obispos
11
La curiosidad es una característica de la persona humana que, cuando se da en el sexo femenino, alcanza el rango de
virtud.
21 Año de la fe
22. Fecha Documento promulgado Placet Non Votos Total de
placet nulos votantes
28/10/65 Decreto Perfectae caritatis, sobre la vida 2.321 4 0 2.325
religiosa
28/10/65 Decreto Optatam totius, sobre la formación 2.318 3 0 2.321
de los presbíteros
28/10/65 Declaración Gravissimum educationis, sobre la 2.290 35 0 2.325
educación
28/10/65 Declaración Nostra aetate, sobre las religiones 2.221 88 1 2.310
no cristianas
18/11/65 Constitución dogmática Dei Verbum, sobre la 2.344 6 0 2.350
revelación
18/11/65 Decreto Apostolicam actuositatem, sobre el 2.340 2 0 2.342
apostolado de los laicos
7/12/65 Declaración Dignitatis humanae, sobre la 2.308 70 6 2.384
libertad religiosa
7/12/65 Decreto Ad gentes, sobre la actividad 2.394 5 0 2.399
misionera
7/12/65 Decreto Presbyterorum ordinis, sobre los 2.390 4 0 2.394
presbíteros
7/12/65 Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre 2.309 75 7 2.391
la Iglesia y el mundo moderno
V.- Apéndice: Algunas fechas en torno al Concilio
También resulta útil tener presente algunas fechas que señalan los momentos principales en la
preparación y la realización del Concilio.
1.- Etapa antepreparatoria
25/01/1959: Juan XXIII anuncia a los Cardenales, en la Basílica de San Pablo Extramuros, su propósito
de convocar un Concilio.
17/05/1959: Se constituye una Comisión antepreparatoria, presidida por el Cardenal Tardini.
18/06/1959: Carta del Cardenal Tardini a todos los Cardenales, Arzobispos, Obispos, Oficinas de la
Curia romana, Superiores Generales de las órdenes religiosas, Universidades católicas, facultades
teológicas, para pedir sugerencias y temas para el Concilio (contestaron el 77 % de los preguntados,
1998 respuestas).
29/06/1959: Encíclica Ad Petri cathedram indicando los fines del Concilio.
2.- Etapa preparatoria
5/06/1960: Motu proprio Superno Dei nutu que instituye las 15 Comisiones y Secretariados
preparatorios del Concilio.
25/12/1961: Constitución Apostólica Humanae salutis convocando el Concilio para 1962.
2/02/1962: Motu proprio Cocilium fijando la fecha de apertura para el 11/10/1962.
7-8/1962: Envío a los Obispos de todo el mundo de los primeros textos disponibles con los temas del
Concilio para que pudieran estudiarlos antes de su viaje a Roma.
3.- Primera etapa (11/10/1962 a 8/12/1962)
11/10/1962: Ceremonia solemne de apertura del Concilio, con discurso del Papa.
8/12/1962: Clausura de la primera etapa.
3/06/1963: Muerte de Juan XXIII.
21/06/1963: Elección de Pablo VI.
27/06/1963: Pablo VI anuncia que la segunda etapa se iniciará el 29 de septiembre
(¡inmediatamente!).
14/09/1963: Se convoca a los Padres conciliares y se nombran 4 Cardenales para dirigir los trabajos del
Concilio.
22 Año de la fe
23. 4.- Segunda etapa (29/09/1963 a 4/12/1963)
4/12/1963: Clausura de la etapa con el voto final y la promulgación de la Constitución sobre la
Liturgia, Sacrosanctum Concilium y el decreto sobre los medios de comunicación social, Inter mirifica.
5.- Tercera etapa (14/09/1964 a 21/11/1964)
14/09/1964: Misa concelebrada de apertura y discurso de Pablo VI (la reinstauración de la
concelebración es uno de los frutos del Concilio).
21/11/1964: Clausura de la etapa con voto final y promulgación de la Constitución dogmática sobre la
Iglesia, Lumen gentium y los decretos sobre el ecumenismo (Unitatis redintegratio) y las Iglesias
orientales (Orientalium Ecclesiarum).
28/08/1965: Pablo VI anuncia la apertura de la etapa final el 14/9.
6.- Cuarta etapa (14/09/1964 a 8/12/1965)
14/09/1965: Misa concelebrada de apertura y discurso de Pablo VI.
15/09/1965: El Papa instituye el Sínodo de los Obispos con la Constitución Apostólica Apostolica
sollicitudo.
28/10/1965: Voto final y promulgación de los decretos sobre el oficio pastoral de los Obispos (Christus
Dominus), la renovación de la vida religiosa (Perfectae caritatis), la formación sacerdotal (Optatam
totius) y de las declaraciones sobre educación cristiana (Gravissimum educationis) y sobre las
relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas (Nostra aetate).
18/11/1965: Voto final y promulgación de la Constitución dogmática sobre la divina revelación (Dei
Verbum) y del decreto sobre el apostolado de los laicos (Apostolicam actuositatem).
7/12/1965: Ultima sesión pública, con voto final y promulgación de la Constitución pastoral sobre la
Iglesia en el mundo moderno (Gaudium et spes), los decretos sobre la vida de los presbíteros
(Presbyterorum ordinis) y las misiones (Ad gentes) y la declaración sobre la libertad religiosa
(Dignitatis humanae).
8/12/1965: Ceremonia solemne de clausura del Concilio, al aire libre, en la plaza de San Pedro.
23 Año de la fe
24. 4.- Vaticano II. Contenido.
El gran acontecimiento de nuestra Era Moderna en el ámbito de la Iglesia fue el Concilio
Vaticano Segundo, convocado por el Papa Juan XXIII y seguido y clausurado por el Papa Pablo
VI.
Se pretendió que fuera una especie de "agiornamento", es decir, una puesta al día de la
Iglesia, renovando en sí misma los elementos que necesitaren de ello y revisando el fondo y la
forma de todas sus actividades.
Proporcionó una apertura dialogante con el mundo
moderno, incluso con nuevo lenguaje conciliatorio
frente a problemáticas actuales y antiguas.
Ha sido el concilio más representativo de todos.
Constó de cuatro etapas, con una media de
asistencia de unos dos mil Padres Conciliares
procedentes de todas las partes del mundo y de
una gran diversidad de lenguas y razas.
Papa Juan XXIII La reforma interior Paulo VI de la
vida eclesiástica y la búsqueda de un camino
nuevo para tratar de conciliar a los cristianos
separados de la unidad católica de la Iglesia. Fue
convocado por el Papa Juan XXIII en 1962 y
clausurado por el Papa Paulo VI en 1965. Se
propuso actualizar la vida de la Iglesia sin definir
ningún dogma. Trató de la Iglesia, la Revelación,
la Liturgia, la libertad religiosa, etc. Recordó el
Concilio la llamada universal a la santidad.
El Concilio Vaticano II es el hecho más decisivo de
la historia de la Iglesia en el siglo XX.
El Concilio se convocó con el fin principal de:
- Promover el desarrollo de la fe católica.
- Lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles.
- Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo.
Tras un largo trabajo concluyó en 16 documentos, cuyo conjunto constituye una toma de
conciencia de la situación actual de la Iglesia y define las orientaciones que se imponen.
Las características del Concilio Vaticano II, son Renovación y Tradición.
Los 16 Documentos del Concilio Vaticano II
1. Cuatro Constituciones.
Constitución: es un documento que posee un valor teológico o doctrinal permanente.
A ) La Iglesia, "Luz de las naciones". "Lumen Gentium".
La Iglesia es el pueblo de Dios, en el cual todos los cristianos son responsables y solidarios.
María es madre en la Iglesia.
24 Año de la fe