Recopilación de los artículos que, en la sección “Apuntes Sociales. La Religión y el Mundo Actual”, publica desde 1917 el Padre Federico Salvador Ramón, bajo el seudónimo de Mirasol, en la revista mariana Esclava y Reina de la Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña.
SESION DE PERSONAL SOCIAL. La convivencia en familia 22-04-24 -.doc
La Religión y el Mundo Actual de Federico Salvador Ramón – 12 – Ejercito. Paz. Revolución
1.
2. En portada
The Upising (El levantamiento. Honoré Daumier
Derechos de autor registrados
2016 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado (Edición).
Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña
La Religión y el Mundo Actual. 12. Ejército. Paz. Revolución. Federico Salvador Ramón
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Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La
Inmaculada Niña.
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3. La religión
y el
mundo actual
- 12 -
Ejército. Paz.. Revolución
Federico Salvador Ramón
Publicado en la revista mariana Esclava y Reina
Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña
Abril – Mayo - Julio
Instinción – Almería – España
1919
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Edición actualizada por
María Dolores Mira Gómez de Mercado
Antonio García Megía
4.
5. Esta serie de documentos recopila los artículos que Federico Salvado Ramón, bajo
el seudónimo de «Mirasol», publica en la sección “Apuntes Sociales”, con subtítulo
genérico La Religión y el Mundo Actual, de forma casi ininterrumpida en la revista
Esclava y Reina de la Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña, desde su segundo
número aparecido en febrero de 1917.
Con la intención pedagógica que caracteriza toda su producción escrita, el padre
Federico observa, analiza y comenta desde un punto de vista católico, apostólico, romano
y de esclavo militante, los matices y perspectivas que se suceden en los ámbitos
filosófico, social, cultural, histórico, político, y por supuesto, religioso, durante la
turbulenta transición que supone el cambio de centuria, cuyo impacto se extiende hasta el
segundo cuarto del siglo XX.
Se trata de una época de mentalidades en conflicto que concluyen con el trágico
estallido de la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias posteriores.
Los ejes nucleares del cambio de mentalidad afectan a campos tan diversos como
la relatividad y la operatividad de los conocimientos, el problema de los valores, las
relaciones entre ciencia, filosofía —desde el entendimiento de que la opción que cada
intelectual escoge —ya sea desde el pensamiento conceptualista, ya desde el
irracionalismo y desde la reivindicación de la «experiencia y la intuición de la
inmediatez», que siempre implica elecciones éticas y políticas a veces abiertamente
contrapuestas.
El mundo en los albores del siglo XX se enfrenta a la remoción de los fundamentos
del saber en las ciencias y en la cultura filosófica. En las décadas finales del siglo XIX y
en los inicios del siglo XX, entra en crisis el modelo positivista de cientificidad y la
prevalencia de la razón y la ciencia que habían constituido la base de los grandes sistemas
del siglo XIX. El racionalismo tradicional se ve amenazado por la irrupción imparable de
los sistemas irracionalistas de Nietzsche, Bergson o Freud.
6. Desde las últimas décadas del mil ochocientos y hasta la Primera Guerra Mundial,
sobre todo en Francia y en Alemania, la certeza positivista comienza a sufrir un intenso
proceso de erosión por las expansión de las posiciones irracionalista ya citadas y por la
transformación interna del propio positivismo, en el sentido de una mayor conciencia
crítica sobre las posibilidades, los límites y los métodos del saber científico, tal como se
manifiesta en la postulación sobre la fenomenología de Edmund Husserl.
Este decurso acelera el proceso de modernización emprendida por la burguesía
liberal hacia el capitalismo financiero que se aleja del capitalismo industrial alumbrado
en el siglo XVIII.
A ello se suman las transformaciones culturales sobrevenidas por las políticas de
expansión imperialista y colonial de las grandes potencias, exclusivamente europeas hasta
los inicios del siglo XX, a las que habrán de sumarse desde inicios de la centuria, los
Estados Unidos norteamericanos y el Imperio de Japón que sale fortalecido tras derrotar
al coloso Ruso en la guerra por el dominio de los territorios de Manchuria.
Este es el contexto en que se desarrolla la vida del padre Federico Salvador
Ramón, y, como queda dicho, esta su postura al respecto.
MaríaDoloresMirayGómezdeMercado
Antonio GarcíaMegía
7. LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – EJÉRCITO. PAZ. REVOLUCIÓN
FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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La religión y el mundo actual
- 12 -
Apuntes Sociales
Ejército. Paz. Revolución
¿A quién puede ocultársele la gravedad de los momentos por los cuales atraviesa
España?
Nosotros no intentamos siquiera atenuar los odios de clases, la decadencia
política, la falta de caracteres, la sobra de inteligencias mejor avenidas con su propio
medro que con la verdad, la abundancia de conciencias sin rumbo, de almas sin fe en
ideal alguno y de bien menguado patriotismo, y sin cesar clamaríamos en contra de
los abusos de caciques endiosados y de malos administradores de la hacienda pública.
En las artes, en las letras y en las industrias no escasea de lo mucho que la
inmoralidad ha desorientado y corrompido tan limpias fuentes de verdadero progreso.
Adonde quiera que volvamos nuestros ojos vemos, desgraciadamente, lo que no
quisiéramos ver, si consideramos las costumbres ciudadanas de nuestros compatriotas.
Pero así y todo, no dudamos por un momento que en España se impondrá el
buen sentido y el espíritu de orden y de grandeza que ha dominado y dominará siempre
al pueblo español, porque éste no fue jamás esclavo del mercantilismo y menos de la
baja avaricia.
A los españoles puede empujarlos a todos y a cualquier camino, por extraviado
que éste sea, la necesidad de un momento, un engaño, una ilusión pasajera, pero
salvada la necesidad, conocido el engaño o deshecha la ilusión, el pueblo español es
8. LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – EJÉRCITO. PAZ. REVOLUCIÓN
FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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de los pueblos que más sienten en sí los requerimientos de la autoridad y de las
elevadas concepciones, y jamás dejará de haber entre nosotros quien, por deshacer un
entuerto, no esté dispuesto a darlo todo menos el honor. Y estos locos son de los que
hacen ciento y, en España tórnanse pronto en legión.
Nuestro pueblo, con todo sus defectos, tiene como innato en su corazón el
menosprecio a cuanto es humano y terreno, y crece y se agiganta sirviendo de mozo
de estribo a un noble aventurero, mientras se achica y desprecia, asimismo, si anda
siquiera en amigable compañía del señor más poderoso si es de los que andan a la
caza de provechosas ínsulas.
Y nosotros no creemos que este espíritu no ha de resurgir, después de lucha
más o menos enconada, hasta después de verlo soterrado bajo el fango del
materialismo que nos persigue.
Es claro que del pueblo que hablamos no es de la masa obrera solamente, pues
siempre reconoceremos a ésta, moral e intelectualmente, incapaz de acometer la
empresa de la regeneración de sí misma y, mucho menos, de colocarse y de colocar
a España en el lugar que les sea debido internacionalmente.
Lo que conforta nuestro ánimo, en este rudo y peligroso tránsito que
presenciamos en todos los órdenes de la vida, es la seguridad de que no han de
faltar hombres dignamente directores de esas nobles masas, profundamente conocedores
y conscientes de los fines y de los senderos de la verdadera prosperidad y del más
elevado progreso.
Y tan seguros estamos de este aserto, que no dudamos, ni dudaremos jamás,
que, cuando el caso así lo requiera a un héroe seguirá otro más héroe, y no faltará en
España nunca el puñado de valientes, germen de la nación católica que descubrió,
conquistó y civilizó un nuevo mundo. El alma de Don Pelayo, indomable raíz de donde
brotan como renuevo de perenne verdor los Hernán Cortés y los Pizarros, no se ha
extinguido en nuestra patria.
Ya dijimos en nuestro artículo anterior que los desconocidos, los escondidos
mejor diremos, capaces de concebir o de alcanzar las más arriesgadas hazañas, ni faltan
ni faltaran, pues es cierto que doquiera, en nuestra amada España, hállase un Pérez o
un Marchena,
A la hora de tomar cada bando, de los dos contendientes hoy, anarquistas y
obedientes, sus posiciones respectivas inequívocas, los que juzgan que el amor innato
de España a la santa libertad y a la noble independencia hase trocado en todos los
españoles, en el confuso y gárrulo vocerío de las nefandas libertades modernas,
adquirirán, mal que les pese, el convencimiento de que el amor a la más austera
disciplina es otro de los distintivos más propios del carácter español.
Por ser generoso y alegre, nuestro pueblo danza regocijado al compás de sus
jotas, por sus nostalgias ideales y sublimes canta las tristes notas de sus melancólicas
soleares y, porque jamás se detuvo en sus gigantes ansias de ir más allá ante la inmensa
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FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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barrera de los Pirineos, tiene siempre en su garganta las delicadas notas del zorcico que
remeda el adiós más tierno de despedida a los seres más amados.
Mas, donde quiera vive, todo español añoran de sus playas y sus campos, sus
montes y sus ríos, la casa donde nació y la iglesia de su patrona la Virgen Santísima.
Y rico o pobre, sabio o ignorante, lleva grabado en su alma el dulzor del amante consejo
de su madre y la grave amonestación de su padre inspirándole el amor al orden y al
trabajo.
No y mil veces no; el pueblo español no es lo que se deduce a simple vista,
por los que no saben mirar a fondo, de sus plazas de toros y de sus exagerados chicoleas
y juelgas1
.
No es eso, porque no lo ha sido jamás y la idiosincrasia de un pueblo no
cambia de un día a otro. Y no se debe dar al olvido que, si el pueblo español formó
los héroes de la Reconquista y del descubrimiento del Nuevo Mundo, por lo que es
incomparable su gloriosa historia, y si en el seno de ese mismo pueblo, y en el alma
de un capitán herido, nació la sublime idea de formar una falange de santos y de sabios
que oponer a la rebelión protestante creada al fuego de la soberbia de herejes y de
reyes, hay precedentes, con tales motivos, para suponer que de nuestro pueblo puede
también surgir el esclavo campeón que ha de luchar en contra del anarquismo actual.
Diremos, en fin, que el pueblo español es un pueblo noblemente altivo, pero
no bajamente rebelde, y si se insurrecciona es para buscar siempre hombres capaces de
llevar sobre sí el peso del gobierno que le encamine a la grandeza.
El espíritu anárquico no arraigará jamás en nuestras sociedades que tienen por
casa solariega la cueva de Covadonga y la basílica del Pilar, por baluartes
Roncesvalles y la almenada Granada, por trofeos de su gloria y poderío las naciones que
se recuestan sobre la cordillera de los Andes y los heroicos pasos señalados con
imperecederos monumentos en toda Europa.
No lo dudamos. En España hay hombres verdaderamente patriotas y habiendo
fe, como dijimos en nuestro artículo anterior, y hombres capaces de sentir las sublimes
idealidades enseñadas por el Dios del Calvario, es imposible dejarse dominar por el
espíritu de rebelión propio de las almas empequeñecidas.
Bien podemos regocijarnos en España, libres de los más funestos estragos de
una guerra fruto de una civilización que empezó en Alemania, y siguió a Inglaterra, y
encendió la revolución en Francia, y acarreó mil excesos en todas las naciones del
orbe.
Mírase en los momentos actuales libre de las enormes cadenas que aherrojan a
las que lucharon sin norte elevado, aunque acuciadas todas por la necesidad de
defenderse cuando no de vivir, que tal era la situación en que hallábanse colocadas por
1
Así en el original.
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FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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efecto de la ficticia civilización protestante, las naciones europeas que, para ellas, era
una necesidad la guerra.
Sembrados los vientos de la falsa organización social que había socavado en lo
más respetable la autoridad, debían recogerse, por los sembradores locos, los
envenenados frutos de una civilización de ruinosa tempestad. Y los recogieron. Y
nosotros contemplamos con espanto la segur que hendía cedros, que aniquilaba pueblos,
que doquiera dejaba rastros de ruina y de desorden.
España, porque Dios así lo quiso y porque no faltó quien correspondiese con todo
su entusiasmo a ese divino querer, no hizo acto de presencia en esa inmensa catástrofe
de la humanidad.
La que no tomó parte en avivar el fuego que debía encender a toda Europa, no
tuvo necesidad de añadir astillas para que más ardiera a la hora del más horrible
incendio.
España sufre con sólo recibir las salpicaduras de las enormes olas que sepultaron
a las naciones en los abismos del odio y de la miseria.
Y, por este motivo, nosotros acariciamos la esperanza de que nuestra amadísima
patria seguirá libertándose del universal desconcierto causado al mundo por el
protestantismo del que fue, por la divina misericordia, el más poderoso enemigo
nuestra España representada por San Ignacio de Loyola y por Felipe II. Y del que
jamás fue partidario nuestro pueblo, ni aun el más indocto y menesteroso, si no es
que en alguna circunstancia y por exigencias de la necesidad, algunos, siempre muy
escasos en número, aparecieron o los hicieron aparecer como tales.
España se ha libertado de la guerra mundial porque no participaba, en su
generalidad, de los modos de pensar de los pueblos en pugna.
España no podía ser francesa, ni inglesa, ni yanqui, ni siquiera alemana, pues,
si bien es verdad que por razones de conveniencia y de algunos de sus principios, o
mejor aún, de sus prácticas, una fortísima masa española preconiza que nuestra gran
fortaleza solo al lado de Alemania la podíamos recuperar y sostener, no llegó a alcanzar
que se consumara una alianza, pero sí consiguió que la nación ibera se conservase
ajena a una guerra que ella por ningún concepto había ayudado a encender.
Y si tuvo España un pueblo refractario a la guerra que consiguió conservarla
en la neutralidad, fue porque poseía también medios indiscutiblemente eficaces para
mantenerla en reposo. Y, por eso, aunque no faltaron en los campos de batalla algunos
miles de aventureros, éstos en modo alguno representaron a la nación de San Fernando.
El pueblo español tuvo partidos políticos sensatos que consiguieron la
neutralidad, prensa clarividente y viril que la propugnara a toda costa y, más que nada,
ese pueblo fue inspirado por un certero instinto de su propia dignidad. Y por más que
los adalides de las masas, con propagandas locas, cuando no injuriosas, procuraron
lanzarlo a la hoguera, él, sensato y fuerte mantúvose en el puesto, que de consumo
exigíanle su historia, su decoro y hasta su propio interés.
11. LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – EJÉRCITO. PAZ. REVOLUCIÓN
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Un ejército caballeroso, sin odio ni espíritu de venganza, pero sin olvidar las
ficciones yanquis de Cuba y el desamparo, parcial en extremo, de Inglaterra en aquella
ocasión, y las ambiciosas miradas de Francia sobre Marruecos, y tantas y tantas otras
razones que no es del caso repetir, mostrábase, como hoy mismo lo hace, decidido
campeón de nuestra injerencia civilizadora en África y siempre con la mano en el puño
de la espada para defender la integridad nacional.
Esta fue la base más firme, sin duda, de nuestra neutralidad. Nuestro ejército
admiraba los adelantos y esfuerzos de los ejércitos todos, pero no encontraba razón
alguna de utilidad ni de honor para España que le indujera a tomar parte en aquella
contienda. Por tal motivo mostró siempre su indiferencia ante una lucha en la que se
tenían en poco, cuando no se impugnaban, los verdaderos ideales que fueron, son y serán,
la única gloria del pabellón español.
Yo no sé si mi España ha enviado todavía sus barcos y sus hombres a
conquistar mercados. La patria de Isabel la Católica buscó almas para el ciclo antes
que mercados. Buscó hacer bien, antes que beneficiarse, y así lo abonan los
inestimables bienes que legó con carácter permanente a las naciones que se
conquistaron, mientras ella, como verdadera madre vino a quedar exhausta y
menospreciada hasta de sus propios hijos.
Más hoy, gloria a Dios por ello, las naciones españolas americanas retornan con
su amor a los brazos de la madre que les abre, con tanto anhelo como ternura, el
seno maternal para que de nuevo vuelva a beber, ya que viven emancipadas en los
indeficientes ríos de su virilidad, de su saber y de su amor, las mismas doctrinas con
que las alimentó en su infancia, las leyes del honor hasta morir, antes que perderlo
individualmente, y la de saber sucumbir como pueblo antes que entregarse como esclavo,
las leyes de la sabiduría, siempre encauzada en la infalible órbita de la Iglesia
Católica, y la ley del amor que sabe sacrificarse a sí mismo en bien de los demás,
como el divino Maestro en el ara de la Cruz.
Nuestro ejército, alejándonos de la conflagración de los dos grandes mercaderes
del mundo, nos ha puesto en condiciones de resistir la avalancha anarquista que
destroza, y seguirá destrozando, las naciones. Y mientras él continúe siendo patriota,
como es sabio, mientras él no deje de ser disciplinado, como es siempre, hasta en sus
derrotas, abnegado y heroico, España se salvará de las ruinas del anarquismo como se
vio libre de las garras de la conflagración europea.
Difíciles son, sin duda, los combates por los cuales atraviesa España en este
supremo momento histórico, como lo son para todas las naciones, pues no hay una
siquiera que no se agite en la más violenta convulsión social, amenazando a todos con
los peligros propios de las sublimes concepciones, de las gestaciones más laboriosas y
de los más dolorosos partos.
Estamos plenamente convencidos de que una nueva Edad se ha iniciado para las
naciones civilizadas, y los tránsitos sociales son tanto más violentos cuanto la extensión
del cambio es mayor y cuanto es más perfecta la evolución que se ha de imponer.
12. LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – EJÉRCITO. PAZ. REVOLUCIÓN
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No es, por ende, extraño que todas 1as naciones, incluso aquellas que lograron
mantenerse neutrales en la tremenda pasada guerra, sientan las agitaciones que a todas
las demás conmueven, aunque háse de tener en cuenta que tales trastornos serán ruina
para unas naciones, mientras que causarán a otras la más floreciente vida.
Seguimos creyendo que España será del número de estas últimas a pesar de
todos los elementos que por ignorancia, por pasión, o por servilismo, se empeñan en
mantener a nuestra patria en su vergonzosa decadencia o en derrumbarla por nuevos
precipicios.
Evidente es que, los hoy llamados entre nosotros izquierdas, favorecen
decididamente a la revolución socialista con más o menos conciencia de lo que
hacen, y no es menos palmario que las derechas, tal y como hoy están constituidas,
no pueden oponer una resistencia proporcionada al empuje revolucionario, desequilibrio
que se funda principalmente, si mal no lo entendemos, en que tanto las izquierdas
como las derechas adolecen del mismo pernicioso mal revolucionario que lleva en
sus entrañas el condenado liberalismo anticatólico, engendrador de todas las avaricias
del comunismo y de todas las soberbias de la anarquía y de todas las desenfrenadas
orgías del sensualismo.
Empero, no dudamos que, hecha la revolución, lo mismo los elementos sanos,
que aún restan en la patria española, que gran parte de los que hoy ayudan a la revolución
volverán sobre sí y, en tiempo relativamente corto, la revolución será vencida y una
franca restauración se iniciará al punto entre nosotros, restauración ansiada por el mundo
y que tal vez no todas las naciones acierten a iniciar, pero que en España no tomará
otro rumbo que el espiritual católico que siempre ha informado a la grandiosa
nacionalidad española y que es único verdadero derrotero de la verdadera civilización
y de la vida justa y generosa.
En nuestro artículo del mes de mayo ponderábamos, a grandes rasgos por
supuesto, cómo el nobilísimo ejército español es hoy elemento poderosísimo de orden,
de preservación de grandes males sociales, y garantía de no menores ventajas.
Y es de notar que, a todas las cualidades de heroico patriotismo que le adornan,
acompaña la de una ilustración nada común y, por eso, con los sabios españoles que
se disponen a llevar su ciencia a todas las naciones, y con nuestros notabilísimos
artistas, y con los héroes de religión que nunca faltaron en la patria de Cisneros, están
capacitados para hacer en África la obra civilizadora que le está encomendada en
estos momentos. Y de ello están dando admirables pruebas. Y, además, creemos que
habrá de contribuir muy especialmente a consumar la aproximación espiritual entre
América y España, influyendo en la formación de los ejércitos de las naciones
hispano-americanas como la madre que se regala en ceñir de atributos de fortaleza a
los hijos de sus entrañas.
El ejército español es católico y aunque los meros soldados llegasen a unirse a
los movimientos revolucionarios, las clases en su inmensa mayoría permanecerán fieles
13. LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – EJÉRCITO. PAZ. REVOLUCIÓN
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a sus principios, a su educación y a los legendarios ejemplos de heroísmo llevados a
cabo por sus antepasados en honor de su fe, de su patria y de su rey.
Pluguiera al cielo que el pueblo y el ejército que se vio libre de los horrores
de la guerra europea, libertara a España también de tomar parte en la Liga de Naciones,
así como no tomó tampoco en el impío tratado de paz, ignominia de la falsa
civilización que se derrumba, y que ha sido como el INRI que han colocado las
naciones alejadas del Vicario de Cristo sobre sus propias sepulturas.
No creemos que, aun formando parte de esa malhadada liga de naciones nuestra
España, comulguen los verdaderos españoles en las ideas y sentimientos que inspiraron
la paz de Versalles. A formar cortejo de ingleses y yanquis, si las propias ventajas
patrias no fueron notorias, solo se pueden prestar entre nosotros los que aman más su
interés que el nacional, los que se habituaron a vivir de la pura ficción política, los que
atienden más a lo que hoy se obtiene que a lo que mañana se puede perder.
Nuestro ejército, nuestros sabios, nuestros santos, se convencen cada día más de
que hay que hacer patria genuinamente española, virtuosa, sabia, fuerte, y, con
revolución y sin ella, germinarán las semillas de este patriótico idealismo que nos
conducirá de nuevo a ser los verdaderos paladines de la civilización del Hombre Dios,
única que puede ser camino y meta de la humana perfectibilidad.
Los españoles indiferentes ante los mayores peligros, como quien siente en sí la
fuerza de superarlos, los españoles, ávidos de la verdadera grandeza y despreciadores
de toda prosperidad si no miran más que a esta vida, los españoles que sintieron
mejor que pueblo alguno de la tierra aquello de que el alma es naturalmente cristiana,
no tardarán en volver sus ojos a la colina vaticana y allí verán resplandecer con sus
eternos fulgores el sol de la verdad y del bien fecundador de los más santos amores.
Y entonces, como ha escrito un publicista poco sospechoso de grandes fervores hasta
hoy «en medio del mundo vibrará el pensamiento renovador con la palabra de
Cervantes».
14.
15. Derechos de autor reservados
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