1. ¿El fin de la Historia?
La modernidad ha sido generalmente entendida como un proceso de secularización: La
aparición del humanismo renacentista, la recuperación del materialismo griego y las
posibilidades de dominio sobre el mundo que abrió la ciencia positiva. Max Weber ha
interpretado la modernidad como un proceso de racionalización encaminado al
desencatamiento del mundo.
El análisis de Heidegger acerca de la representación marca el tránsito moderno del orden a la
imagen del mundo. Lo que caracteriza a la edad moderna es la conversión del mundo en
imagen y del hombre en sujeto. El ser de lo existente se busca y se encuentra en la condición
de representado. En la modernidad el conocimiento del mundo es virtualmente su conquista.
Existe una acentuación de la dimensión subjetiva del saber, entendido éste como proceso que
garantiza la seguridad y la certeza. A esta cuestión responden la claridad y distinción que
Descartes exige a las ideas, la seguridad de las ciencias positivas que Kant busca para la
filosofía o los intentos de Husserl por elaborar una filosofía como ciencia estricta.
Para la escolástica el orden jerárquico de las ciencias venía determinado por la significación de
objetos, no por el grado de exactitud alcanzada. Pero si, en la ciencia moderna, la significación
de los objetos es esencialmente subjetiva, no es extraño que lo obtenido por el sujeto en
términos de seguridad y certeza, aparezca como el más elevado criterio epistemológico.
El Discurso del Método de Descartes es un ejemplo palmario en cuanto a la definición del
estatuto epistemológico de la modernidad. El extrañamiento del mundo se pone también de
manifiesto, como un signo distintivo de la modernidad iniciada en la brusca separación entre
la res extensa y la res cogitans, entre el mundo como extensión y la subjetividad
autoconciente.
¿Qué quiere decir el final de la historia? En principio y en autores como Lyotard, se trata de
sacar todas las consecuencias de la muerte del logos. La historia como concepto desaparece.
La historia formaría parte de uno de nuestros deseos de verdad, no de la verdad. La imagen
más precisa sería el eterno retorno, pues tal imagen muestra que no hay origen y no hay final.
La historia, en suma, consistiría en un conjunto de interpretaciones y nada más. Con las
consecuencias filosóficas, morales y políticas correspondientes. Por ejemplo, se haría
imposible un análisis crítico racional progresista de cualquier cosa.
La historia entonces no tendría por qué llevar a ningún sitio. La historia sería un metarrelato
más una ilusión de verdad que escondería nuestro miedo a un mundo sin ley, imposible de
apresar. Es aquí precisamente donde se hace fuerte el posmoderno. Cansado de una historia
que se presenta con seguridad inalterable, de tanta promesa sin cumplimiento o de tantos
intentos de fundamentación, se atrinchera en el fragmento, en el simple relato.
2. El término posmoderno fue introducido por J. F. Lyotard en 1979. La posmodernidad se
entiende así, como el estado que corresponde a las sociedades posindustriales. La
posmodernidad de esta manera, se contrapone a la modernidad. Pero ¿qué es la modernidad?
Etimológicamente “moderno” procede del latín modernus – lo de hace poco – Ilustrados y
románticos volverán los ojos de manera distinta hacia la antigüedad. El modernismo de final
de siglo radicalizará la idea de novedad hasta considerar caduco todo lo que no esté a la altura
de un estilo de vanguardia.
La posmodernidad es un síntoma, el pensamiento débil al que se adhiere Vattimo expresan la
convicción de que las grandes verdades de la Ilustración son inservibles. Más aún son un
callejón sin salida. La posmodernidad desvela y ataca las pretensiones de fundamentación
última, trascendental, propias de buena parte de la modernidad. Dicha oposición a la
modernidad discurre, desde luego, por carriles muy diversos ( expresiones literarias, artísticas,
arquitectónicas)
Nietzsche y Heidegger son en buena medida los autores que desencadenan lo que en los
últimos años se ha entendido por posmodernidad. La muerte de Dios no implica únicamente la
muerte de los grandes relatos, ni se trata sólo de la constatación de que la razón se ha trocado
en instrumentalidad en como denunció la escuela de Frankfurt. Se trata además de un desafío.
Somos nosotros los maestros de cualquier interpretación. El mundo se sustenta en nuestros
hombros y no al revés
Heidegger es otro punto de referencia a la hora de hablar de posmodernidad. Porque no sólo
debería constatarse la falta de fundamento. Tampoco existiría una verdad oculta que nos
asegura frente a las apariencias. Dicho de otra manera, no existen aislados y fijos, unos entes u
objetos que el sujeto contempla y en relación a los cuales emite la palabra verdadera. Lo que
existe es el ser humano en medio de las cosas. El sujeto y el objeto han de contextualizarse
más bien en un ser que está ya en el mundo.
La polémica en torno a la modernidad y su valor ha tenido un punto de referencia que se
expresa en la crítica o no a los metarrelatos. Para el posmoderno sólo queda la narración o
relato. Los metarrelatos serían inútiles y perversos.
La actitud de Benjamín es de conciencia de la crisis, por eso ha llamado la atención a los
teóricos de la posmodernidad. En filosofía de la historia, Benjamín es notable por su exacta
visión del desastre: “Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a
un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que lo tiene pasmado. Sus
ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y éste deberá ser
el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto su rostro al pasado. Donde a nosotros se nos
manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente
ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies.
3. Por tanto, no hay que reconstruir los hechos, ni reconstruir el sentido, todo eso carece de
utilidad. Más bien hay que entender el presente como momento último y desenlace de todo el
devenir.
Nuestro tiempo, las últimas décadas del siglo XX, se ha dado a sí mismo la denominación de
posmodernidad. La palabra refleja la situación de la crisis que le caracteriza y la perplejidad
que le es propia. Se sabe bien lo que quedó atrás, pero no tanto lo que puede haber por
delante.
Si algo caracteriza a la modernidad es la confianza en la razón, esa razón concebida como
autónoma y universalista. El siglo XX puede calificarse por su irracionalidad y barbarie, como el
siglo de la crisis de la razón, y con ella de la crisis de la filosofía. Por lo demás, es de recordar
que tal crisis de la modernidad se fue fraguando desde la lógica interna de su pensamiento.
Frente a la filosofía moderna de la representación que pretende establecer una identidad
entre el sujeto y el objeto, entre la realidad y el concepto, que trata de reducir la multiplicidad
a la identidad racional, habría que pensar la diferencia en sí misma, lo que no se puede
reducir, ordenar, jerarquizar, re-presentar. En palabras de Derrida, se trata de deconstruir el
discurso absoluto de Hegel. Para Hegel, el asunto del pensar es el pensamiento en tanto que
concepto absoluto. Para nosotros, el asunto del pensar es, en términos provisionales, la
diferencia en tanto que diferencia.
Por un lado están los que se pueden llamar posmodernistas, entre los que citaremos como
figuras más representativas a Vattimo y a Lyotard: La Ilustración es un proyecto agotado, y la
modernidad misma no sólo ha acabado, sino que ha terminado en muchos casos en tragedia.
Por otro lado, se sitúan los re-ilustrados, es el caso de Apel y Habermas, que tratan de
responder al desafío de la modernidad como un proyecto inacabado, a condición de una
crítica Ilustrada de la Ilustración. Por el lado del pensamiento reilustrado de Apel y Habermas,
se plantea una respuesta a la posmodernidad sin postmodernismo.
Se reenfoca la tarea filosófica hacia la reelaboración de una teoría crítica de la racionalidad, se
trata de la racionalidad comunicativa. Teoría de la racionalidad y ética discursiva, de
pretensiones universalistas, son los dos puntos fuertes del pensamiento reilustrado, el cual
trata de recuperar críticamente la idea de progreso.
Apel y Habermas integran la reconstrucción de un pensamiento filosófico, no sólo asentado en
la teoría crítica de la racionalidad, sino autoconcebido en las funciones de vigilante, de
defensor e intérprete de la racionalidad.
Ahora bien, la obra de Jean François Lyotard es tan extensa, como densas son sus reflexiones.
De las 27 obras más importantes escritas por dicho autor y comentadas por un sin número de
especialistas. Nos abocaremos principalmente a las reflexiones realizadas en sus trabajos La
Condition posmoderne (1979) y Le Posmoderne expliqué aux enfants, (1988).
4. La característica del saber de esta época es que se produce para ser vendido, pierde el valor de
uso, sólo le queda el valor de cambio. Ya no se estudia para contemplar, por el saber por el
saber, sino para vender. Ni siquiera es un saber para las sociedades o para los estados, sino
para las grandes empresas y los grandes mercados.
Lo posmoderno no sería más que esta época en donde cada ser humano se descubre a sí
mismo, hablando y viviendo, envolviéndose de repente en una multiplicidad de relatos
dispersos. Serán, la fragmentación de estos Meta-relatos, la perdida de la creencia en estos
supuestos nos llevarán a las condiciones que caracterizarán la época posmoderna vaticinada
por Lyotard.
Esta caída de los grandes relatos repercute en la sociedad rompiendo los vínculos sociales,
para dejar a los individuos como átomos dispersos y en un movimiento autónomo. Todo se va
ahora a la pragmática del saber narrativo, que es el saber de la posmodernidad. Se ve como
pragmática porque ya no toma el saber como conjunto de enunciados denotativos.
Tratando de dejar atrás toda nostalgia respecto a la metafísica y de llevara hasta sus últimas
consecuencias la experiencia del olvido del ser y de la muerte de Dios, anunciadas a nuestra
cultura por Nietzsche y Heidegger, el pensamiento posmoderno ha encontrado su horma en el
pensamiento débil.
A Lyotard se le han hecho acusaciones de irracionalismo, terrorismo intelectual, liberalismo
cándido, neoconservadurismo, cinismo, nihilismo, etc. La constante que se ve en la defensa
que hace de sí mismo es devolver los cargos. No es la posmodernidad, sino la modernidad
misma, la que ya era irracionalista, terrorista, liberal, neoconservadora, cínica, nihilista, etc., al
menos de una manera muy larvada, si no es que oculta y disfrazada.