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Jorge Schvarzer


        El modelo
           japonés




Editorial CIENCIA NUEVA
Los libros de Ciencia Nueva




              Portada: Isabel Carballo




                                              




    C 1973 by Editorial Ciencia Nueva SRL
   Avda. Pte. Saenz Peña 825, Buenos Aires
                   Hecho el depósito de ley
Impreso en Argentina - Printed en Argentina
Jorge Schvarzer es ingeniero civil (lí)(>2) y ferroviario
(19Í>5) de la Universidad de Buenos Aires.
   Consultor especializado en problemas de distribución y
organización, ha sido asesor de distintas empresas y
docente en varias instituciones. Ha trabajado como exper-
to en economía de transportes en Europa y Argentina.
   Actualmente es interventor del Departamento de
Economía de la Eacultad de Ingeniería de la Universidad
de Buenos Aires.
Introducción




    Este libro tuvo su origen en una preocupación
  personal por los problemas del desarrollo y, en
  especial, por el análisis del modelo japonés y de las
  implicancias y conclusiones que podían obtenerse
 de ese estudio para el caso argentino.El autor tuvo
 la oportunidad de concretar algunas de sus ideas so-
 bre el desarrollo japonés en una serie de notas
 periodísticas,que se publicaron entre los meses de
 diciembre de 1972 y febrero de 1973 en el periódico
 El Economista de esta capital. Naturalmente, al
 reunir todo el material para presentarlo en la forma
 de este libro, se hicieron evidentes algunas limi-
 taciones y fallas del tono periodístico, lo que hizo
 necesario reformular el texto, agregando una serie
 de consideraciones y notas. El texto final difiere por
 eso profundamente del material publicado; sin
 embargo, como las leyes de la herencia son
 ineluctables, no puede negar su ya lejano origen que
se refleja en la estructura de la obra y quizás en el
estilo general. El autor espera que esa herencia
periodística sirva para hacer más fácil la lectura y
se consuela pensando que este libro no pretende ser
una tesis original sobre el desarrollo japonés, sino
más bien una reflexión ordenada sobre algunos de
los aspectos que considera claves en ese proceso.
   Este libro trata sobre el desarrollo de la economía
japonesa desde la última posguerra hasta la actuali-
6



 dad. Eso no implica ignorar que el fenómeno
 japonés comenzó mucho antes y se apoyó en una
 serie de características sociales y organizativas
 cuya importancia histórica puede evaluarse por los
 resultados obtenidos. Es que, si bien las causas
 fundamentales del proceso económico son —valga
 la tautología— económicas, las formas de ese
 proceso, e incluso su ritmo, pueden variar enor-
 memente bajo la influencia del carácter nacional, la
 tradición, las características y selección de los
 grupos gobernantes, así como su capacidad de im-
 ponerse sobre los gobernados, etc. Si no fuera así,
 distintos pueblos podrían copiar mecánicamente las
 políticas económicas exitosas de sus vecinos para
 lograr los mismos efectos, decisión que nunca llevó
 a buenos resultados; la experiencia corrobora la
afirmación teórica de que los resultados de la
misma política aplicada en medios y períodos
distintos son más diferentes de lo esperado por los
análisis puramente cuantitativos de los datos
económicos.
   La importancia de los factores nacionales men-
 cionados hace necesario decir dos palabras sobre
 algunas características históricas de la sociedad
 japonesa. Una tradición intelectual curiosamente
 adoptada casi por unanimidad por la mayor parte
 de los estudiosos de la misma, los lleva a iniciar su
 análisis en la etapa conocida como era Meiji,
 comenzada en 1867, que puso al país en el camino del
 desarrollo industrial al mismo tiempo que decidía la
 abolición de los viejos vínculos feudales bajo la égida
 de un gobierno reformador y dinámico. Con el
 mismo criterio con que se elige esa fecha, el análisis
podría desplazarse mucho más atrás en el tiempo,
porque las transformaciones de la era Meiji no
fueron un rayo en un cielo sereno, sino el resultado
particular de la estructura social sobre la que aquel
emperador se apoyó para modificar al Japón. El
éxito de las reformas se debió,en última instancia,al
extenso poder de un gobierno fuertemente centrali-
zado, cuyo origen debe buscarse a su vez en las
características especiales de la sociedad feudal
japonesa que lo precedió. Durante por lo menos un
par de siglos anteriores a la dinastía Meiji, el
feudalismo japonés ofreció un carácter netamente
y



   dependiente del emperador, con una estructura
   social y económica que concedía marcados pri-
  vilegios al poder central; a tal punto, que debe di-
  ferenciárselo netamente del modelo clásico asigna-
  do a la sociedad feudal, consistente en una serie de
  pequeñas unidades productivas autosuficientes y
  aisladas entre sí, dependientes de la protección de
  un señor que cobraba los tributos en su propio bene-
  ficio. Ese fue el caso de Europa Occidental, e in-
  cluso del gran vecino asiático del Japón, la China,
  que tuvo un feudalismo de aldea, con escasos
  vínculos entre sus diversas unidades y carente de un
  poder central efectivo, cuya dispersión social,
  política y económica era muy superior a lo conocido
  en la propia Europa antes de la Revolución
  Industrial. Esa diferencia en la concentración del
 poder entre las dos naciones asiáticas provocó pro-
 fundas consecuencias cuando se produjo la irrup-
 ción de las fuerzas occidentales en ambos países en
 el siglo XIX: en China favoreció el desmem-
 bramiento del imperio y su reparto en distintas
 porciones entre los imperios invasores; todavía hoy
 se notan las cicatrices de esa división, porque aún
 permanecen ciertos puntos estratégicos de sus
 costas formando parte de un imperio extracontinen-
 tal. Japón, en cambio, reaccionó a la penetración
 europea cerrándose sobre sí mismo, concentrando
 sus fuerzas para dar el gran salto. En lugar de di-
visión, la influencia exterior produjo mayor unidad.
Si el desarrollo posterior no puede entenderse sin
una referencia a la era Meiji, ésta a su vez es la
consecuencia de la organización feudal y adminis-
 trativa de los siglos anteriores, que produjo una
reacción positiva y nacional ante el catalizador
foráneo.
    Uno de los elementos que facilitaron ese refor-
zamiento interno de la sociedad japonesa fue la
extraordinaria extensión de su clase privilegiada,
Se ha estimado que a mediados del siglo XIX, la
clase dominante abarcaba de un 5 a un 6% de la po-
blación total del país: una proporción que debe
compararse con el ínfimo 0,5% en que se estimaba
la proporción de la nobleza francesa antes de la
Revolución de 1789, o bien con la cifra de alrededor
del 1% estimado para los grupos privilegiados de
8



  China a mediados del siglo XIX. La fuerza de la
  clase dominante, derivada tanto de su número como
  de su cohesión detrás del Estado, fueron un activo
  importante en el balance de medios para el
  progreso.
     Naturalmente que la economía no hace milagros,
  y la existencia de una clase privilegiada indica una
  producción de riqueza relativamente elevada para
  mantenerla. En otras palabras, mientras en la
  Francia del siglo XVIII se necesitaban doscientas
  personas para producir el excedente necesario para
  mantener a un miembro de la nobleza o del clero, en
  el Japón sólo se requerían veinte. A pesar de la falta
  de datos comparables para la época, puede
  suponerse que el feudalismo japonés, además de
 centralizado, era relativamente "rico" —hoy
 diríamos "desarrollado"— en cuanto podía producir
 ese excedente económico necesario para sostener a
 los grupos privilegiados.
    Japón, como casi toda el Asia, fue despertado a la
 vida moderna por el impacto de las cañoneras ex-
 tranjeras que buscaban nuevos mercados para las
 mercaderías sobrantes en los países capitalistas
 avanzados. Era la época del ascenso de la parte
 Occidental de Europa y del surgimiento de los Esta-
 dos Unidos; y también, del crecimiento vertiginoso
 de la producción como fruto de la Revolución
 Industrial y Social que permitió a una parte de la
 humanidad destacarse del resto mediante un
 gigantesco salto adelante. Hasta entonces las di-
 ferencias económicas y técnicas en el mundo habían
sido prácticamente despreciables respecto a las que
se producirían vertiginosamente en los siglos XIX y
XX. Europa y Asia, que no son en realidad más que
una enorme masa continental continua, se habían
mantenido alejadas fundamentalmente por el peso
délas enormes distancias. Entonces, luego de siglos
de contactos esporádicos y lejanos entre los dos
continentes, la Revolución Industrial los acercó
como nunca antes, al mismo tiempo que concedía
privilegios especiales a los dueños de los armamen-
tos más poderosos. Los chinos habían inventado la
pólvora hacía siglos y le enseñaron sus secretos a los
europeos que llegaban a sus tierras y se asombra-
ban ante los avances del Imperio de Oriente; ahora
9



  China recibía un pago diferido a sus enseñanzas en
  la forma de cañonazos que derribaban murallas y
  fortificaciones con el solo fin de abrir nuevos merca-
  dos. Europa había aprendido el uso de la pólvora al
  mismo tiempo que acumulaba el poder necesario
  para utilizarla en función de sus propios objetivos.
     La Revolución Industrial reducía las distancias
  con el mismo ritmo que aumentaban las diferencias
  económicas y de poder, ligando a todas las regiones
  del mundo a la expansión de los países más po-
  derosos. La necesidad de éstos de desplegarse sobre
  el globo terráqueo era tan grande en aquella época
 sucia y gloriosa que un ministro se permitía decir en
 pleno parlamento inglés que: "Las principales
 oficinas del Estado están ocupadas con problemas
 comerciales... El Foreign Office y el Colonial Office
 están ocupados fundamentalmente en encontrar
 nuevos mercados y en defender los existentes. La
 War Office y el Almiralty están especialmente
ocupados en los preparativos para la defensa de
 esos mercados y la protección de nuestro comer-
cio... Por eso, no es mucho decir que el comercio es
 el más grande de nuestros intereses políticos".
    Los ingleses no estaban solos en la organización
de una armada adaptada a sus necesidades co-
merciales y mucho menos en el Océano Pacífico,
 sobre cuyas costas se desplegaba una nueva poten-
cia por el lado del Nuevo Continente. Precisamente
los primeros en llegar a las costas del Japón fueron
los norteamericanos.
    En 1853 el comodoro Perry forzó con sus ca-
ñoneras la entrada al imperio oriental y abrió el
camino que impuso los tratados de 1858 y 1866 conce-
diendo derechos extraterritoriales al extranjero.
Las concesiones japonesas a los Estados Unidos
fueron extendidas rápidamente a las potencias
europeas,incluyendo a Rusia. En todos los casos, las
estipulaciones eran similares: Japón se comprome-
tía a abrir su economía y su comercio exterior y a no
imponer más del 5% de derechos aduaneros a las
mercaderías que arribaban; en otras palabras, de-
bía ofrecer su mercado internó al comercio ex-
tranjero.
   La presencia de los acorazados europeos en el
Pacífico y de los barcos mercantes cargados de
10



  mercaderías que los seguían, señalaba la
  consumación del largo proceso histórico de for-
  mación del mercado mundial, por obra del capi-
  talismo naciente. Desde entonces, toda la economía
  mundial estaría ligada por lazos cada vez más es-
  trechos y lo mismo ocurriría consecuentemente con
 los fenómenos políticos y sociales; ningún país po-
 dría darse el lujo de escapar a las exigencias que
 imponía el mercado exterior dominado por las po-
 tencias más desarrolladas. En ese fenómeno se
 inscribe todavía la problemática del sistema polí-
 tico y social de nuestro tiempo y que, sin duda, se
 mantendrá mientras no se modifiquen sus coor-
 denadas» básicas: un país se desarrolla hasta ad-
 quirir un poder suficiente o permanece dependiente
 del extranjero de una u otra forma. La industriali-
 zación a marcha forzada de la sociedad soviética
 luego de diez años de vacilaciones posre-
 volucionarias refleja la presión del mercado
 mundial sobre una sociedad socialista, de la misma
 manera que la actual tendencia a la unidad de
 Europa Occidental en el Mercado Común Europeo
 demuestra que el problema es el mismo en todo el
 globo. La federación de fuerzas menores es una
 alternativa tan lógica como la industrialización y el
 desarrollo acelerado para responder a las
 exigencias de un mundo que se ha unificado de
 acuerdo a ciertas leyes económicas mucho antes de
que lograra un equilibrio estable entre sus diversos
componentes. Mientras las condiciones del mercado
mundial se mantengan igual que en la actualidad, la
gama de respuestas se recjuce a la forma de
aumentar el poderío económico e industrial del país
dependiente.
    No son bien conocidas las reflexiones japonesas al
respecto durante el siglo XIX; lo cierto es que el
país respondió al desafío del exterior con extraor-
dinaria rapidez, con una profunda decisión y con
enorme claridad sobre los objetivos a cumplir.
Apenas un año después de firmado el segundo de los
tratados ya mencionados, el viejo régimen era
destronado para dar paso a las reformas necesarias
para fortalecer la sociedad nacional. Desde el
mismo comienzo de la era Meiji, el gobierno fue el
factor dinámico del proceso de desarrollo tomando a
11



 su cargo las inversiones necesarias; su empuje lo
 llevó a efectuar nada menos que el 40% de la for-
 mación total de capital en la economía nacional
 durante la década de 1880.
    Es una verdad demasiado repetida que el
 desarrollo requiere inversiones en capital humano
 tanto como inversiones en equipos y maquinarias;
 la masa de conocimientos acumulados por la po-
 blación es un bien difícil de medir, pero no por eso
 menos importante. La materia gris es a la producti-
 vidad lo que el acero a la industrialización. En el
 siglo XIX, esa idea no era suficientemente reconoci-
 da y la educación superior seguía en cierta medida
 los vaivenes del mercado. Por eso es más destaca-
 ble la visión del gobierno japonés que no trepidó en
 destinar partidas importantes del presupuesto para
 contratar miles de técnicos extranjeros, pagados a
 buen precio, destinados a formar los equipos
 humanos necesarios para la industrialización; las
 autoridades no dudaron tampoco, en enviar
 numerosos súbditos a estudiar a los centros más
desarrollados del mundo con el mismo objeto.
   Es conveniente destacar que la decisión japonesa
 de industrializarse rápidamente, de tener una ar-
 mada poderosa y un ejército respetado, no se reflejó
 en un chauvinismo retrógrado sino en la convicción
de que había que tomar lo mejor de Occidente para
enfrentar el desafío de Occidente. Otros países pre-
tendieron encerrarse en un nacionalismo cultural
que significaba en última instancia dejar intactos
los antiguos privilegios precapitalistas y, en
consecuencia, se mantuvieron y se mantienen en la
dependencia y el atraso; un atraso que termina por
anular naturalmente los valores culturales y
nacionales que pretendían verbalmente defender.
En cambio, Tokio, sin olvidar su milenaria tradición
cultural se preocupó de reemplazar al antiguo ar-
tesano por la máquina moderna, que convertía al
siervo de siglos en obrero industrial.
   El desarrollo económico puede seguirse de
acuerdo a distintos regímenes políticos, sociales y
económicos, cada uno de los cuales tiene su propia
lógica. Japón eligió copiar a las potencias existentes
de una manera tal que ya a partir de 1890 comienza
su propia política expansionista sobre China y
12



  Corea: pero todavía era demasiado débil para
  imponer sus intereses sobre los de otras potencias y
  en 1895 pierde una parte de los beneficios arranca-
  dos a los nuevos territorios por la intervención
  conjunta de Rusia, Alemania y Francia. En 1905,
 como revancha, va a mostrar que aprendió la ex-
  periencia y que esos diez años no pasaron en vano y
derrota a Rusia en forma decisiva en pocos meses,
 obteniendo así completa libertad de acción en Corea
y en la parte meridional de Manchuria, donde va a
 instalar una enorme base industrial aprovechando
 las riquezas minerales de la zona.
    Los intereses económicos se hacen sentir sobre las
 posiciones políticas y militares que a su vez refuer-
 zan las tendencias expresadas por los primeros. La
 lógica de un desarrollo que desbordaba las fronteras
 nacionales se impuso con un ritmo que envidiarían
 las viejas potencias coloniales. En las primeras
 décadas del siglo XX, el Japón, que hacía poco más
 de una generación era un sistema feudal, aparecía
 dominado por una oligarquía económica y militar
 preocupada por el desarrollo industrial y la
 absorción de nuevas zonas de influencia. En su
 época de mayor auge y mediante la ocupación mili-
 tar durante la guerra, el Japón domina Corea,
 Manchuria, la costa occidental de China y la isla de
 Formosa, toda la península de Indochina,
Tailandia y Birmania, la península malaya y los
 archipiélagos indonesio y filipino. Prácticamente
 todo el sudeste de Asia se encontraba bajo el manto
imperial. Pero Japón estaba lejos aún de haber
logrado la potencia industrial de los grandes países
capitalistas de Occidente a los que enfrentó militar-
mente en la década del cuarenta. La descarga de
dos bombas atómicas sobre sendas ciudades del
archipiélago, puso fin a una aventura expansionista
y militar condenada por anticipado al fracaso.
Nunca como entonces la ciencia y la técnica habían
llegado a demostrar su poder de una manera tan
abrumadora y los dirigentes japoneses extraerían
las consecuencias lógicas de aquella experiencia.
   El intenso desarrollo industrial japonés se había
insertado en las antiguas estructuras feudales con
las cuales estaba asociado a causa de Ta propin
política gubernamental en ese sentido, y es probable
13



  que lós intentos expansionistas buscasen compensar
  las deficiencias de la estructura productiva interior
  que se hacían sentir más profundamente a medida
  que crecía la producción. El país apenas había
  llegado a producir 7 millones de toneladas de acero
  en el período de la última guerra y mantenía una po-
  blación campesina que todavía representaba más
  del 40% de la población total. Los pilotos de Kamika-
 zes que en su marcha suicida sembraban el terror
 entre las tropas enemigas, compensaron numerosas
 veces con su sacrificio personal la mayor debilidad
 productiva de su nación; pero, al mismo tiempo, su
 actitud era un indicador preciso de que el proceso
 modernizador no había llegado al fondo de las
 conciencias donde predominaban resabios feudales
 profundamente arraigados.
    La ocupación norteamericana de posguerra fue un
 nuevo impacto traumático para las clases
 dirigentes del país. Se repetía a un siglo de distancia
 la experiencia del comodoro Perry, pero multiplica-
 da en su efecto. Ahora había tropas de ocupación,
 justificadas por una guerra que conmoviera al
 mundo, y que establecían una serie de imposiciones
 sobre lo que podía y no podía hacer el Japón, frente
 a las cuales los tratados del siglo pasado parecían
 un juego de aiños. Mac Arthur, el general nor-
 teamericano, actuó como un auténtico procónsul,
 llevado por su convicción de que el mundo debía ser
 de una sola manera: la fijada por la práctica nor-
 teamericana.
    Al impacto económico de la destrucción física de
 buena parte de las instalaciones industriales y la
consiguiente desarticulación productiva, se
agregaron algunas medidas de las autoridades de
ocupación que provocaron nuevos cambios. Algunas
tuvieron escaso efecto, como las normas sobre di-
visión de los monopolios que dominaban la vida del
país; al poco tiempo las tendencias a la concen-
tración reconstruirán una situación similar a la de
preguerra en un nuevo marco económico. En
cambio, una medida mucho más significativa y de
mayor alcance fue la reforma agraria ordenada por
los norteamericanos para eliminar la fuerza de los
propietarios terratenientes, una transformación
que tendría profunda resonancia en la evolución
14



 futura del país. Como ocurrió otras veces en la
 historia, la intervención militar del extranjero pue-
 de reemplazar a las fuerzas sociales internas en el
 cumplimiento de las tareas de cambio social. La
 guerra es a veces un substituto para la revolución; y
 en el caso japonés, la intervención norteamericana
 cumplió el papel de eliminar definitivamente a la
oligarquía terrateniente.
   Los rigores de la ocupación se diluyeron rápi-
 damente debido a los cambios que se estaban pro-
duciendo en el sudeste de Asia. En 1949, pese a los
esfuerzos de los consejeros norteamericanos y la
ayuda masiva que le prodigaron, el régimen de
Chiang Kai Shek huía a Formosa para dejar paso al
primer gobierno unificado de toda China con poder
real después de varios siglos. China surgía de un
largo período de dependencia y guerras civiles bajo
un gobierno que alzaba las banderas del comunismo
y comenzaba una reforma de implicancias pro-
fundas para el país y el mundo, impulsado por la
dinámica de sus propias fuerzas sociales internas.
Para ese entonces ya había comenzado la lucha en
Vietnam, entre el régimen de Ho Chi-Minh, que ha-
bía logrado el poder en la resistencia contra los
japoneses, y las tropas francesas que pretendían
mantener el control del Imperio. Al año siguiente, el
estallido de la guerra de Corea indicaba que la si-
tuación en Asia estaba lejos de la estabilidad y que
Occidente necesitaba aliados para su política de
combatir el avance del comunismo.
   Al mismo tiempo que relajaban los controles
políticos y económicos sobre el Japón para conver-
tirlo en una base segura para la lucha global contra
el comunismo, los norteamericanos lo utilizaron
como una base de retaguardia para la guerra de
Corea. Las demandas de equipo, alimentos y alo-
jamientos del ejército yanki ; fueron un nuevo incen-
tivo para la economía del país que estaba en pleno
proceso de reconstrucción y ayudaron a su despegue
posterior. En cierta forma, podría decirse que los
norteamericanos se retiraron muy temprano del
Japón; al menos, antes que el auge económico les
permitiera evaluar la potencialidad de aquella
nación para sus empresas y negocios. Y en ese
sentido se quedaron muy atrás de lo realizado por el
15



 comodoro Perry,que veía ese mercado con criterio
 de futuro. Dos décadas después, los responsables
 norteamericanos comprenderían su error, pero ya
 era demasiado tarde; una nación fuerte, con el
 desarrollo económico más impetuoso del mundo,
 organizada detrás de un Estado sólido y compacto,
 se disponía a competir con el gigante que la había
 logrado vencer y dominar. Hasta ahora esa compe-
 tencia se realiza pacíficamente pero con una feroci-
 dad económica con tan pocos precedentes como las
 sonrisas y la suavidad diplomática que acompañan
 las discusiones. Ahora sí, Japón ha logrado realizar
 los intentos comenzados el siglo pasado, pero esta
 vez en contraposición a la experiencia anterior,
 cuando su expansión militar superó a su posibilidad
 económica hasta llevarlo al fracaso; ahora su ex-
 pansión económica es única en el mundo en el senti-
do de que no ha ido acompañada de poder militar.
Hasta qué punto sus sonrisas diplomáticas frente a
las presiones norteamericanas ocultan la dis-
posición a armarse más tarde o más temprano, o la
certidumbre de que es necesaria una salida pací-
fica, es un 'problema que resolverá el futuro
próximo. Para analizarlo es necesario estudiar
primero el fenómeno del desarrollo japonés de
posguerra, cuyas líneas principales son el objeto de
este libro.
Esbozo rápido de un éxito




    La economía mundial ha pasado a través de
 cambios tan violentos como intensos en el curso de
este siglo; guerras devastadoras, profundos
 cambios tecnológicos, revoluciones sociales y
 cambios políticos actuaron desordenadamente
 hasta cambiar la faz de la Tierra.
    Y sin embargo, las tendencias básicas de la
economía mundial se han mantenido constantes en
medio del cambio durante el cual las zonas indus-
triales del planeta continuaron progresando a un
ritmo más rápido que el de las más atrasadas en
cuanto a evolución técnica y económica, ampliando
la brecha entre ambos. Quizá, la mejor manera de
evaluar la profundidad de esa inercia histórica del
desequilibrio mundial, consiste en imaginarse la
respuesta que habría dado un observador inteligen-
te a principios del siglo, a la pregunta de cuáles
serían los países más desarrollados del mundo se-
tenta años después; es muy probable que, ese
prematuro analista prospectivo —como se llamaría
hoy— hubiera señalado casi todas las potencias
r e a l m e n t e e x i s t e n t e s en la a c t u a l i d a d .
Seguramente, dicho observador no habrá podido
prever la magnitud del cambio, las guerras que
de¡ vastarían a Europa ni la aparición de la energía
atómica, pero es muy probable que hubiera señala-
do a los Estados Unidos como una potencia futura y
18



que hubiera supuesto el mantenimiento de una ra-
zonable primacía económica para el Viejo Continen-
te. Tampoco cabe duda que habría agregado a Rusia
 en la lista de futuras potencias. El gigante del Este
 de Europa —dominado en aquel entonces por un go-
 bierno absolutista— no parecía llamado a ser el
 primer país donde triunfase una revolución
 comunista, pero sus potencialidades naturales y
 humanas eran de tal magnitud que todos los exper-
 tos le asignaban un gran porvenir.
   En cambio, es bastante difícil que nuestro
 imaginario observador de principios de siglo
 hubiera mencionado a Japón entre los países con
 futuro en el concierto internacional. En parte, la
 causa de esa omisión sería el desprecio tradicional
 de Occidente por el continente asiático: en parte
 porque aquel país ofrecía todavía una imagen mili-
 tar y feudal bastante diferente a los elementos que
comenzaban a identificarse en Occidente como
símbolos de progreso y desarrollo. Es cierto que en
1895 Japón había vencido militarmente a China y
que en 1905 derrotaría a Rusia, ocupando la pe-
nínsula de Corea y formando una zona de influencia
económica en Manchuria. Pero todavía se trataba
de victorias contra potencias de segundo orden. En
Europa, esos movimientos se interpretaban a veces
como un símbolo del "despertar" de un país, pero
que a lo sumo se usaban para señalarlos como
contraste con el estancamiento chino; pocos se atre-
verían a suponer una evolución importante del
Japón a partir de aquellas victorias. Durante la
Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Tokio se
hizo conocer nuevamente como una potencia través
de las acciones a que lo llevaron sus ambiciones
anexionistas y su esfuerzo militar y por primera vez
enfrentó agresivamente a las principales potencias
occidentales. La respuesta aliada fue aplastante:
más de dos millones de muertos entre militares y ci-
viles, la destrucción del 40% de las ciudades, del
30% de las instalaciones industriales, del 30% de las
centrales térmicas, del 58% de las refinerías, del
80% de la flota naval. La mayor parte de la in-
fraestructura económica y social había sido re-
ducida a polvo por los bombardeos sistemáticos que
culminaron con el lanzamiento de la bomba atómica
19



  sobre Hiroshima y Nagasaki. La ocupación nor-
  teamericana de posguerra va a ejercerse sobre un
  país completamente desvastádo que intenta cerrar
  dificultosamente sus heridas.
    Nuevamente, es difícil que en aquel entonces
  alguien hubiera supuesto un futuro siquiera pasa-
  blemente bueno para el país que se había titulado
  orgullosamente "Imperio del Sol Naciente''. Los
  empresarios norteamericanos recuerdan ahora con
  profunda frustración que uno de los funcionarios
  económicos enviado con las fuerzas de ocupación les
  aconsejaba no invertir capitales en Japón: según el
  banquero J. Dodge, la economía del archipiélago no
  ofrecía ninguna posibilidad atractiva, ni a corto ni a
  largo plazo.
    Los norteamericanos se caracterizaron his-
  tóricamente por su capacidad para distorsionar en
  más las perspectivas potenciales de su propia
  nación, y para distorsionar negativamente las posi-
 bilidades de los demás. Su autocentrismo nacional y
 su escasa visión histórica, les jugarían esta vez una
  mala pasada, haciéndoles perder la oportunidad que
 les ofrecía el derecho de guerra y la ocupación mili-
 tar del país. Tardarían bastante en enterarse de su
 error.
    Entre 1945 y 1952, Japón evolucionó como un
 apéndice de la política norteamericana en el Sudeste
 Asiático. Esta se basaba en algunos criterios fun-
 damentales; desde el principio de la posguerra, los
 Estados Unidos se fijaron como objetivo preservar
 al país de la amenaza comunista, fortaleciendo las
 instituciones democráticas y apoyando la rehabili-
 tación económica. Ellos exigieron y lograron la
 aplicación de una profunda reforma agraria, llama-
 da a tener gran importancia en el proceso posterior,
e impusieron la disolución de los enormes cartels
 empresarios reforzados en el período de guerra. A
 partir de 1950, la guerra de Corea provoca un auge
 en la economía japonesa y la perspectiva de un
 cambio de fuerzas en la región que decide a los
Estados Unidos a otorgarle la independencia
política.
   Hacia 1955, Japón logra alcanzar o superar los ni-
veles de preguerra en todas las ramas productivas
i m p o r t a n t e s . Los o b s e r v a d o r e s p r e d i c e n
20



 una reducción del ritmo de crecimiento. Todavía
 nadie se atreve a ser demasiado optimista respecto
 al futuro económico del país. El gobierno comienza
 entonces a desarrollar planes para impulsar la acti-
 vidad económica hasta lograr un éxito totalmente
 inesperado en su política: entre 1955 y 1961 el pro-
 ducto bruto crece a una tasa anual de 14,2%, una ci-
 fra que coloca al país como al de más rápido
crecimiento del mundo, en una época en que otras
 naciones se enorgullecían de la tasa de desarrollo
del 7 u 8%. La tasa de desarrollo es equivalente a
una tasa de interés compuesto, y su mantenimiento
en el tiempo provoca resultados sorprendentes; con
 14% anual del crecimiento del producto bruto un
país duplica su actividad económica en sólo cinco
años, pero precisa casi 15 años si la tasa baja al 5%
anual. Japón iba a demostrar prácticamente el
significado de estos cálculos.
   Para alentar a los empresarios a invertir de
manera que continúe el auge económico, el gobierno
prepara lo que parece ser un ambicioso plan de
desarrollo para el período 1960-70. Ese plan tiene el
curioso mérito de marcar la última ocasión en que
las previsiones para el futuro japonés resultan in-
feriores a la realidad. Los objetivos previstos para
cumplirse en una década se alcanzan prácticamente
en los primeros 4 años debido a la magia multiplica-
dora de una tasa de crecimiento más alta de la
propuesta, y ya en 1964, se hace necesario preparar
nuevos planes con metas más elevadas. El plan
demasiado optimista de 1960 resulta ser demasiado
pesimista apenas 4 años después.
   El ritmo de crecimiento resulta tan acelerado
que, entre 1955 y 1969, el producto bruto trepa de 270
dólares por cabeza a una magnitud de 1.630, alcan-
zando los promedios correspondientes a los países
desarrollados. En términos relativos, el ingreso per
cápita, que era sólo 11% del norteamericano en 1955,
salta a 35% del mismo en 1969. Las expectativas
para éste año suponen que llegará al 50% del país
más rico del mundo. Por la magnitud del producto
total, Japón ha superado a todos los países de
Europa Occidental tomados individualmente, y se
coloca tercero en el orden mundial.
   Los actuales desórdenes monetarios y la
21



 consiguiente revaluación del yen que se ha ido pro-
 duciendo en estos años, hacen suponer que en
 términos reales el desarrollo japonés podía estar —
 incluso— subvaluado. En efecto, como el ingreso
 por cabeza de cada país se obtiene dividiendo el
valor calculado en su moneda interna por la coti-
zación del dólar de la misma, resulta que el casi 30%
de revaluación del yen respecto del dólar producido
en los últimos 18 meses (agosto 1971-febrero 1973) ha
aumentado el ingreso nacional del país en esos
mismos términos; incremento que se agrega al de
su continuo desarrollo económico.
    El éxito económico ha transformado el pesimismo
 de otras épocas en un optimismo generalizado e
 irrefrenable. En el exterior,.los expertos mundiales
en una ciencia que no tiene expertos —la prospecti-
va— ubican al Japón como la "potencia del siglo
XXI" ; en el interior, los programas nacionales del
país tienen como objetivo nada menos que alcanzar
o sobrepasar a las dos grandes potencias en una
serie de ramas productivas. Lo está logrando. La
producción de acero llegó a 93 millones de toneladas
en 1970; es decir que sus equipos siderúrgicos arro-
jan el doble de la producción alemana y casi cuatro
veces la producción inglesa. En la industria naval,
Japón ha estado botando nada menos que la mitad
de la producción mundial de barcos. En la electró-
nica su avance parece incontenible; ya duplica la
producción de los Estados Unidos en receptores de
radio y está alcanzando una ventaja igual en tele-
visores y equipos para el hogar, buena parte de los
cuales son arrojados en el mercado ávido de aquel
país. En la industria automotriz bate records como
en un i carrera; superó las unidades producidas por
Italia en 1963, por Francia en 1964, por Gran Bretaña
en 1966 y por Alemania en 1967. Ya hay muchos que
se preguntan cuándo alcanzará a los Estados Unidos
cuyas usinas arrojan nada menos que 10 millones de
unidades anuales. Toyota, la principal empresa de
automóviles del Japón, anunció orgullosa que
venció a Volkswagen en septiembre de 1971,
colocándose tercera detrás de los dos gigantes:
General Motors y Ford: la segunda empresa
japonesa (Nissan) parece haberse conformado
hasta ahora con superar a las demás empresas
22



 mundiales hasta colocarse en el quinto puesto.
   Acero, mecánica, industria pesada, electrónica,
 pero también química y plásticos, cámaras fotográ-
 ficas y relojes. La estrategia industrial del Japón
 abarca ramas diversas y triunfos múltiples en la
competencia internacional. Su evolución lo ha
colocado ya en una situación especial en cuanto a ni-
vel de desarrollo económico.
   En esta época en que todo el mundo habla de
 " m i l a g r o s " y adjudica ese calificativo al
crecimiento económico de cualquier país que
muestra una coyuntura significativamente buena,
sería necesario encontrar otro adjetivo para aludir
al único milagro económico que mantiene constante
su crecimiento económico durante décadas en torno
al 10% anual. El asombro de los investigadores de
todo el mundo ha llevado a una producción de libros
explicando ese fenómeno, que ya se acumulan en las
estanterías con un ritmo "a la japonesa", y de los
cuales éste es un pálido ejemplar; es que nadie
alcanza a comprender claramente las raíces del
proceso o a aceptar las explicaciones simplistas de
los fabricantes de recetas aplicables a todo tiempo y
lugar.
   Para los norteamericanos en su pragmatismo
ingenuo y simplificador, la respuesta parece muy
simple: ellos hablan de "Japan Corporation",
aludiendo de un solo golpe mediante esa fórmula
feliz, al espíritu de empresa y a la unidad revelada
por aquel país para alcanzar ciertos objetivos
denominados nacionales.
   Pero los nombres y slogans, por ingeniosos que
sean, no alcanzan a satisfacer las necesidades in-
telectuales de explicarse ese fenómeno particular.
Para los argentinos, en especial, la explicación de-
bería contener algunos de los elementos que pueden
servir como un modelo para nuestro país, no para
adoptarlo como tal, sino para replantear las estra-
tegias propias.
   Con ese fin es conveniente analizar en detalle
algunos de los aspectos salientes de la evolución
económica e industrial del milagro japonés.
La estrategia industrial
                         del Japón




   A pesar del desarrollo económico e industrial
experimentado por el Japón antes de la Segunda
Guerra Mundial, la estructura de su economía se
parecía apreciablemente a la de los países en etapas
medias de desarrollo de la actualidad. El país pro-
ducía acero y también barcos y equipos, pero su
industria principal era la textil que, además de
abastecer el mercado interno, proveía la mayor
parte de las divisas generadas por las exportaciones
al resto del mundo. En efecto, la producción de los
diferentes artículos textiles aportaba el 31% del pro-
ducto industrial, y sus ventas al exterior llegaron a
significar el 57,4% del total de las exportaciones del
país entre los años 1934 a 1936. Ya entonces, la bara-
tura de la mano de obra era considerada el elemento
principal para vender a buen precio en el exterior,
puesto que las exportaciones de materias primas
eran escasas debido a la falta de recursos naturales
suficientes en el territorio nacional.
  La guerra, al destruir la mayor parte del equipo
productivo existente, dio al país la ocasión de elegir
un nuevo camino de desarrollo económico no limita-
do por una estructura tradicional. A partir de enton-
ces, la industria textil, típica de las primeras etapas
de la industrialización de un país atrasado, se
24



  recuperó, trabajando en un medio económico distin-
  to y sin volver jamás a ocupar su posición pri-
  vilegiada anterior. Su participación actual en la
  producción industrial sólo alcanzaba un 8,5% del to-
  tal en los últimos años y a un 15% en lo que respecta
  a valor de las exportaciones; de estas últimas, por
  otra parte, un volumen substancial corresponde a la
  producción y exportación de tejidos sintéticos en
  reemplazo de los productos tradicionales, productos
  que ya no se ajustan exactamente a las caracterís-
  ticas de la industria textil clásica.
     El ocaso relativo de la industria textil japonesa
  indica por contraste, los caminos seguidos por el
  desarrollo económico e industrial de aquel país en
  las últimas dos décadas de expansión acelerada.
  Después de la guerra, el crecimiento económico se
  concentró en las industrias químicas, metalúrgicas
  y de maquinarias, que habían alcanzado a aportar
  —ya en 1957— al 55% del valor total añadido por la
  industria manufacturera. Durante la primera déca-
  da del despegue japonés, el desarrollo se basó en la
  industria pesada, aún en detrimento de las indus-
  trias de bienes de consumo; luego, aproxima-
  damente a partir de 1957, también comenzaron a
  crecer con intensidad estas últimas ramas, pero
  apoyadas de tal manera en el crecimiento ya logra-
 do por las primeras que se logró la evolución armó-
  nica del sector industrial en su conjunto. Actual-
 mente, la economía industrial japonesa se basa en
 una industria pesada plenamente desarrollada que
 permite y facilita la expansión de las nuevas ramas
 industriales que surgen continuamente.
    La industria llamada pesada —y en especial la de
 acero y de construcción de maquinaria— tiene la
 ventaja de que a partir de ella se pueden construir
 los equipos a instalaciones para realizar cualquier
otra industria. Su existencia permite la autonomía
 de decisiones del país que la posee e impulsar la
evolución industrial en forma relativamente in-
dependiente del aprovisionamiento de los mercados
del exterior; es decir, de posibles situaciones
oligopolistas de la oferta así como de posibles es-
trangulamientos en el balance de pagos, ambos con
efecto de "frenado" sobre la dinámica industrial.
    Fin la prioridad acordada a la industria pesada - y
25



  probablemente sólo en eso— el desarrollo japonés
  de posguerra se asemeja a las vías seguidas por la
  Unión Soviética a partir de 1930, cuando Stalin
  impuso, a través de los planes quinquenales, el
 desarrollo de la industria básica a costa de la indus-
  tria liviana y de la postergación de los productos de
 consumo más o menos prescindibles. La Unión
 Soviética se vio obligada a tomar esa decisión ante
 la imposibilidad de abastecerse en el mercado
 mundial por el "cerco sanitario" que le tendieron
 las grandes potencias, y la situación permanente de
 enfrentamiento —frío o directo— con ellas. En el
 Japón, la decisión parece haber tenido objetivos
 generales de independencia nacional, siguiendo el
 mismo camino ya recorrido por los países avanza-
 dos, que no provenían de un apremio directo, pero sí
 de una experiencia histórica de un siglo de supedi-
 tación a Occidente.
    En virtud de las condiciones existentes en el
 mercado mundial, donde los precios se fijan por el
 predominio de la oferta de bienes de los países in-
 dustrializados, la industria pesada difícilmente pue-
de aparecer como rentable en las etapas de su
surgimiento. Las categorías del mercado conspiran
 contra ella a través de los beneficios comparados
 que ofrecen las distintas ramas industriales; ésa es
 una de las razones por la que la industrialización
comienza en general por la industria textil u otras
que se presentan como más redituables. Pero se ha
insistido poco sobre el hecho de que todas esas
industrias se pueden instalar antes que las otras si
un país está ligado al mercado mundial donde se
producen los equipos y máquinas necesarios; que la
industria puede nacer-"al revés" en un país sub-
desarrollado en base al aprovisionamiento de
equipos del exterior, en base a la existencia de una
industria proveedora fuera de las fronteras
nacionales y a la ligazón económica con ellas. En el
caso de la Unión Soviética, la ruptura de los contac-
tos comerciales dejó poco lugar a los mecanismos
del mercado que fueron reemplazados por
decisiones de las jerarquías gubernamentales; en e
Japón se resolvió mediante políticas que permi
tieran disminuir la influencia del mercado mundial
o actuar sin considerar sus datos económicos.
26



  Ambos debieron comenzar entonces por las indus-
  trias de base.
    Para el logro de esos objetivos, naturalmente,
  aunque en menor medida que en la URSS, el Estado
  japonés tuvo que cumplir un rol preponderante en el
 proceso económico, favoreciendo las industrias
  deseadas mediante créditos y medidas proteccionis-
  tas así como ayudando en la creación del mercado
  necesario para sus productos.
    Los créditos, los subsidios, las barreras adua-
 neras, son eficaces para instalar una industria,
 pero no suficientes. Una de las condiciones básicas
 es un mercado adecuadamente dimensionado para
 absorber sus productos. La falta de ese mercado es
 uno de los grandes problemas que deben resolver los
 países medianos y pequeños que tratan de llevar
 adelante un proceso integral de industrialización.
 Japón tenía ciertas facilidades que le permitieron
 avanzar rápidamente en ese sentido, debido a sus
 características estructurales.
    Una de las primeras medidas importantes de la
 política oficial de apoyo a la industria siderúrgica
 (consciente o no) parece haber sido el plan de mo-
 dernización ferroviaria encarado a mediados de la
 década del 50. Japón cuenta con la particularidad de
una red ferroviaria muy densa t y relativamente
 importante respecto a su territorio.que se desarrolló
a fines del siglo pasado para vencer los obstáculos a
la comunicación impuestos por sus cadenas monta-
ñosas, cuando no había otros medios conocidos de
transporte masivo. En la posguerra, las líneas
fueron nacionalizadas y el gobierno preparó un
ambicioso plan de remodelación y modernización
ferroviaria basado en el abastecimiento de la indus-
tria nacional. Por el tipo de sus instalaciones, los
ferrocarriles son un mercado capaz de absorber
cantidades ingentes de material siderúrgico. Una
parte es consumida en la forma de laminados y pie-
zas más o menos simples, como los rieles y las vigas
para puentes y estructuras; otra es incorporada en
los equipos utilizados como material rodante, en
especial locomotoras y vagones. La renovación
ferroviaria impulsaba así la industria mecánica
pesada paralelamente con la siderurgia; al misólo
tiempo, la decisión de electrificar algunas lineas
27



 claves favoreció a la industria de equipos eléctricos
  pesados. El plan de reactivación ferroviaria fue el
 primer plan de largo alcance preparado por el go-
 bierno japonés, cuyo éxito en asegurar a la industria
 un mercado abundante y estable tuvo sin duda un
 impacto considerable en las decisiones posteriores.
    Los proyectos se establecieron, siguiendo una tra-
 dición nacional, de común acuerdo entre el gobierno
 y los industriales japoneses. El primero indicaba su
 disposición a desarrollar ciertas ramas de la
 economía nacional y la forma de lograrlo y las
 segundas preparaban sus planes de inversión en
 función de las condiciones previstas.
   Los planes establecidos en esa época entre el go-
 bierno y los industriales japoneses se fijaron como
 objetivo permanente desarrollar su industria con
 las técnicas más modernas y adaptándolas a las si-
 tuaciones especiales de su economía, Una política
 que fue seguida, en general, con pocas vacilaciones.
 Por eso, a principios de la década del 60, estaban en
condiciones de tender una nueva línea férrea con
 alardes de avanzada respecto a la técnica mundial.
 En ella, los trenes circulan a una velocidad de
 crucero de 210 dilómetros por hora, sin pasos a
nivel en todo el trayecto, y ofreciendo comodidades
excepcionales —desde aire acondicionado hasta una
cabina telefónica para comunicarse automá-
ticamente desde el tren en marcha con cualquier
abonado en todo el país. El tren une el centro de la
ciudad de Tokio con el centro de Osaka, un trayecto
de poco más de 450 km. en alrededor de 3 horas
incluyendo todas las paradas intermedias; sus
servicios le permitieron desplazar no sólo a la
competencia carretera sino incluso al avión.
   Las normas de seguridad y de control de este
servicio no son menos notables que las de confort.
Un sistema eléctrico controla la velocidad de los
trenes, para evitar errores del conductor; otro in-
forma permanentemente a una cabina central en
Tokio la posición de cada tren sobre la vía mediante
una indicación sobre un tablero luminoso que
registra en escala toda la instalación. Los controles
permanentes dé vías, cables, instalaciones, etc.,
permiten eliminar hasta el más pequeño detalle
perturbador del servicio. En este caso parecen ha-
28



 ber obrado asimismo criterios de prestigio en el
 orden mundial y el deseo de demostrar la capacidad
 técnica de la industria japonesa para usarlo como
 argumento eficaz en el logro de nuevas expor-
 taciones. También debía influir el interés de
 desarrollar nuevos aspectos de la industria
 mecánica y eléctrica que se veían reclamados para
 llevar adelante la construcción de la línea.
    El desarrollo ferroviario no constituyó un hecho
 aislado de la economía japonesa puesto que el go-
 bierno fomentó en todas las formas los transportes
 masivos de pasajeros, que son fuertes clientes de la
 industria de bienes de capital. La red subterránea
 de Tokio, en plena expansión, está destinada a
 ubicarse en pocos años como la primera del mundo
 por su longitud; también se están construyendo fe-
 brilmente otras líneas subterráneas en Yokohama,
 Nagoya, Osaka, Kobe y Sapporo.
    El kilometraje de nuevas líneas inaugurado
 anualmente supera en mucho al de los demás países
 avanzados y sigue ofreciendo salidas a una industria
 cuyo desarrollo y experiencia le permite desde hace
 unos años encarar exportaciones de magnitud. Los
 técnicos japoneses están además ofreciendo sus
 servicios en el exterior en el proyecto y construcción
 de líneas férreas y subterráneas, donde han
 conseguido ponerse a la vanguardia mundial.
   Curiosamente, y en contraposición a la experien-
 cia de los demás países avanzados de Occidente, al
 mismo tiempo que se promovía el desarrollo del
 transporte masivo de pasajeros, se contenía el
surgimiento del transporte automotor y la misma
 producción de automóviles. En primer lugar, el go-
 bierno logró ese efecto no destinando fondos para la
 construcción de carreteras ni otorgando facilidades
 para dichos vehículos; a eso se agregó la total falta
 de incentivos acordados a la industria automotriz.
El panorama comenzó a cambiar recién a principios
de la década del 60, cuando el creciente desarrollo
de la industria pesada reclamaba la apertura de
nuevas industrias consumidoras de sus productos.
Entonces la producción automotriz surgió con ritmo
incontenible hasta ocupar un puesto de vanguardia
en la producción industrial. Quizás una com-
paración con nuestro país marque claramente la di-
29



  ferencia de situaciones significativas para visuali-
  zar la diferencia de políticas y de efectos logrados
  en cada caso. En 1962, en virtud de los decretos
 promocionales de pocos años antes, la Argentina
 armaba (más que producía) unos 100.000 automó-
 viles de pasajeros y Japón alcanzaba la cifra de
 270.000 unidades; la producción por cabeza fa-
 vorecía entonces a nuestro país puesto que Japón
 tiene 100 millones de habitantes. En cambio, en 1971,
 Argentina apenas había conseguido duplicar su pro-
 ducción mientras Japón alcanzaba la meta ines-
 perada, una década antes, de 2 millones dé
 automóviles, ubicándose en el segundo puesto en el
 ranking mundial.
    Dos conclusiones básicas se pueden extraer de
 esta experiencia; una referida a las ventajas de
 instalar una industria como la automotriz en un me-
 dio no integrado verticalmente hacia arriba —hacia
la producción d£ los insumos básicos— y la segunda
en cuanto a la forma de evaluar la relación deseada
entre ahorro y consumo, puesto que la modificación
de esa tasa lleva a contradicciones entre las
exigencias de la evolución industrial y las de los di-
ferentes grupos sociales que se proponen el consumo
inmediato.
   Gracias a que desarrollaron primero la industria
p e s a d a b á s i c a ( a c e r o , equipos, m á q u i n a s
herramientas) los japoneses pudieron desarrollar
con rapidez una industria automotriz capaz de
competir eficazmente en el mercado mundial: pro-
duciendo simultáneamente con la misma calidad y
con precios inferiores a los de sus competidores
externos. Antes de cubrir el mercado nacional, ya se
podían lanzar a la exportación y, por ejemplo, en la
costa oeste de los Estados Unidos, los.automóviles
japoneses protagonizaron una verdadera invasión,
desplazando a sus competidores con un ímpetu
pocas veces visto en la industria. Detrás del
programa de devaluación del dólar y de la tasa
aduanera del 10% anunciada por el Presidente
Nixon el 15 de agosto de 1971, en una declaración de
guerra económica que conmovió al mundo, se en-
cuentra en buena parte el fulgurante éxito del pe-
queño Toyota en las autopistas norteamericanas,
avanzando a una velocidad tal que sólo parecía posi-
30



 ble frenarlo mediante la intervención gubernamen-
  tal.
    Los industriales japoneses consiguieron salvar la
 diferencia de cambio, que se redujo en 18% entre el
 yen y el dólar y siguieron vendiendo sus coches más
 pequeños a unprecio inferior a la cifra mágica de
 2.000 dólares en el mercado norteamericano. En el
 momento de escribir estas líneas, una nueva crisis
 del dólar que se traduce en otra revaluación del yen
 demuestra que Detroit no puede competir todavía
 con sus poderosos rivales del exterior pese a las
 ventajas logradas en el llamado Acuerdo Smith-
 soniano.
    Como consecuencia de haber relegado la industria
 automotriz durante un largo plazo los japoneses
 tienen todavía un stock de vehículos relativamente
 reducido respecto a la población; y todavía ahora,
 pese al formidable salto de los últimos años, el
 número de automóviles por habitante es inferior en
 aquel país que en la Argentina. Mientras nosotros
 consumimos satisfechos el más caro de los bienes de
 consumo durables, destinando a su producción una
 importante magnitud de recursos económicos es-
 casos, los japoneses, con un ascetismo digno de
consideración, se desplazan mediante transportes
 públicos a medida que trepan los peldaños que los
 convierten en potencial mundial. Ellos lograron
 ampliar sus plantas hasta llevarlas a la magnitud
 necesaria para aprovechar las economías de escala,
y supieron exportar 1 los excedentes para evitar
 sentirse frenados en su expansión por la tasa más
 modesta de crecimiento de la demanda interna.
Todo lo contrario ocurrió en nuestro país debido, por
 un lado, a su deficiente estructura industrial, y a la
falta de una política previsora al respecto, por el
otro; y esas fallas se hacen dolorosamente evidentes
cuando se las compara con el modelo industrial
japonés.
    La ineficiencia de la producción básica argentina
se revela en los cálculos que afirman que los bienes
y equipos producidos en el país cuestan alrededor de
un 30% más que el promedio internacional ; por esa
razón, nuestra tasa de ahorro del 20% del ingreso
nacional se ve reducida a un 14% en términos de
precios internacionales. En contraposición, los
31



 bienes industriales japoneses cuestan de un 40 a 50%
 menos que el precio internacional. De esa manera el
 ahorro de aquel país se ve multiplicado por la
 economicidad de su producción nacional de equipos;
 no por eso dejaron de lado la importancia absoluta
 del ahorro y es de destacar que la formación de
 capital fijo no ha dejado de crecer en términos
 absolutos: de 21% del producto nacional en 1955, ella
 ha alcanzado el récord internacional de 36,5% del
producto en 1969. Si se tiene en cuenta que el produc-
 to bruto se ha multiplicado durante ese lapso, se
 llega a la conclusión de que la masa de ahorro ha
 crecido en forma absoluta en magnitudes im-
 presionantes para los observadores acostumbrados
 a una evolución más pausada del desarrollo
económico.
   Para resumirlo en pocas palabras, puede decirse
que uno de los secretos del éxito de la economía
japonesa consiste en las opciones adoptadas para su
desarrollo industrial. En primer lugar, el desarrollo
de las industrias básicas, con un mercado garanti-
zado por una planificación estatal a largo plazo y el
apoyo financiero y normativo necesario que evitó
la influencia del mercado mundial; luego, sobre esa
base, el desarrollo de las ramas de bienes de
consumo apoyadas en el aprovisionamiento de la
industria pesada. En todos los casos, las industrias
se desarrollaron con las técnicas más modernas y la
mayor productividad, en condiciones óptimas
respecto a las observadas en el mercado mundial.
La postergación del consumo de cierto tipo de bienes
favoreció el proceso de industrialización y permitió
incrementar la inversión en forma absoluta y relati-
va, sentando las bases de una economía capaz de sa-
tisfacer los nuevos requerimientos que le eran
efectuados.
   Es conveniente insistir, como se verá más
adelante, que el costo social de estas medidas fue
enorme y este texto no trata de justificar sino de
analizar el modelo japonés. En cambio, puede se-
ñalarse que el modelo consumista aplicado en la
Argentina no sólo retrasó el desarrollo nacional,
sino que ni siquiera favoreció a los sectores más
necesitados que viajan cada vez peor en los
transportes masivos de pasajeros, por ejemplo,
32



mientras un grupo "privilegiado" se enloquece so-
bre las carreteras saturadas de vehículos indivi-
duales que impactan por su diseño externo, mucho
más atractivo que sus posibilidades reales de medio
de movilización.
La evolución de las grandes
            ramas industriales




    El viajero que llega a Tokio se asombra con
  frecuencia al encontrar frente a él una torre que
  parece una copia exacta de la famosa torre Eiffel
  que caracteriza a París. Cuando se le señala esa
  similitud a los japoneses, ellos se contentan con
  responder que hay algunas diferencias de estruc-
  tura y que la suya tiene una ventaja importante: es
 varios metros más alta que su similar francesa.
Quizás esta anécdota sea representativa del espíritu
 que anima a los habitantes del archipiélago nipón y
 que podría resumirse corno una disposición a copiar
 lo existente, pero mejorándolo en algo. Esa parece
 haber sido una de las claves del crecimiento indus-
 trial del país.
    Ya se ha visto que Japón no era un país
 técnicamente avanzado en los primeros años de la
 posguerra. No tenía, como los alemanes, la capaci-
dad suficiente para desarrollar una tecnología
 propia en todas las ramas de la producción indus-
 trial ; en cambio, sí la tenía para seleccionar las me-
 joras técnicas disponibles en el mercado mundial
con el objeto de implantarlas en el país. Desde 1949,
los industriales japoneses comenzaron a escudriñar
atentamente la oferta de tecnología en el mercado
 mundial y a firmar masivamente contratos de
licencia con los centros empresarios del exterior: el
34



 número de esos contratos alcanzaba a 1.670 a fines
 de 1961. La importancia de esas compras de co-
 nocimientos pueden apreciarse mejor por medio
 de los costos que ellas representaban al país. Los
 pagos abonados por ese concepto pasaron de 20
 millones de dólares en 1955 a 120 millones en 1961;
 pero los industriales japoneses no se detuvieron y
 los años siguientes vieron un salto igualmente
 impresionante en los pagos de divisas originados en
 compra de tecnología, que en 1970 llegaban a 413
 millones de dólares. Al mismo tiempo, se comenza-
 ba a notar una leve mejora de la balanza de pagos
 tecnológica como consecuencia de la creciente
 venta al exterior de licencias japonesas, producto de
 la política de desarrollo de la tecnología nacional so-
bre la base de los conocimientos avanzados que se
 iban incorporando a la industria en expansión.
   Japón ha realizado un esfuerzo considerable para
 asimilar la tecnología extranjera mediante la
compra de patentes y la formación de equipos
técnicos, asegura el "Libro Blanco Sobre Ciencia y
Tecnología" editado por el Gobierno en 1970. Ahora
esa política ha llegado a un límite y la creciente
equiparación de la tecnología japonesa con la
extranjera hace cada vez "menos novedosa y
atractiva" su importación.
   La compra de conocimientos en el exterior no es
una política buena ni mala por sí misma. Todo
depende del tipo de tecnología que se compre, del
precio que se pague y del uso que se le de'en el país.
Japón compró tecnología a precios relativamente
adecuados? aprovechando una situación particular
del mercado internacional y cuando la brecha entre
los conocimientos nacionales y los grandes centros
del exterior era tan grande que toda incorporación
de conocimientos extranjeros tenía un fuerte efecto
multiplicador en la economía local.
   Pero, a medida que avanzó en la adquisición de
conocimientos, se encontró con diversas dificulta-
des. En primer lugar, que los conocimientos más
especializados se encuentran a veces en poder de
una sola firma que no está dispuesta a venderlos o
que demanda por ellos un precio exagerado res-
pecto a su utilidad. La estrategia de numerosas
grandes firmas internacionales consiste en buena
35



  medida en utilizar el control exclusivo de sus paten-
  tes como argumento para realizar beneficios en to-
  dos los países, ya sea mediante el comercio o la
  inversión directa y no están dispuestos a venderlas a
  bajo precio a posibles competidores. Por eso la
 compra masiva de tecnología, fácil de realizar
 durante los primeros estadios del desarrollo indus-
  trial, no puede continuarse cuando se llega a los ni-
 veles más sofisticados. En segundo lugar, los indus-
 triales japoneses comenzaron a encontrar fuertes
 rechazos de las firmas occidentales a venderles sus
 patentes, cuando éstas descubrieron que ese negocio
 daba paso a formidables competidores que se volca-
 ban en sus propios mercados. La arremetida
 comercial japonesa —sobre la cual se trata más
 adelante— daba justificación a los temores más
 lógicos como a los más irracionales de los negocios
 del mundo entero. Por último, el costo en divisas de
 la tecnología importada comenzaba a tener un peso
 considerable sobre la balanza de pagos del país y
 demandaba medidas para contenerlas, ya sea me-
 diante una reducción de las mismas, ya sea por una
compensación con exportaciones equivalentes de
patentes japonesas.
    Por todas esas razones, las perspectivas guber-
namentales consisten en alentar las inversiones en
investigación y desarrollo dentro mismo del país.
Esa política se apoya con ventaja en las1
consecuencias de los criterios utilizados his-
tóricamente por los industriales y el gobierno
japonés; porque las compras de patentes no fueron
el resultado de una actitud pasiva tendiente a reci-
bir como tales los productos de la investigación en el
exteror, sino un esfuerzo serio para utilizarlos en
favor del desarrollo económico nacional. Japón es
precisamente el único país que ha importado tec-
nología adaptándola a sus posibilidades nacionales
hasta crear una industria de vanguardia apoyada
por expertos capacitados para continuar el proceso
en forma sostenida.
    La experiencia histórica, cuando no la teoría,
demuestran que un país no puede importar ningún
bien productivo en forma positiva si no cuenta con
un caldo de cultivo adecuado para que fructifique
con el tiempo. Las críticas que se hacen en los países
36'



 subdesarrollados a la tecnología extranjera
 consisten muchas veces en destacar que ella no se
 adapta a las necesidades y posibilidades del merca-
 do local, sin comprender que esa adaptación puede,
 y en general, debe hacerse en el país mismo. Ningún
 receptor de tecnología puede aprovecharla
 íntegramente si no tiene el personal calificado para
 seleccionarla primero y para adaptarla después. La
 gran ventaja japonesa consistió precisamente en su
 capacidad para llevar adelante esa doble política.
    Los resultados pueden apreciarse en cierta medi-
 da a través de los datos sobre la evolución indus-
 trial. La productividad de la mano de obra aumentó
 a razón del ritmo casi increíble del 10 por ciento
 anual en los últimos años. Consecuentemente, el
 producto por obrero se multiplicó tres veces y media
 entre 1955 y 1970; un índice más que elocuente de las
 posibilidades productivas de la economía moderna.
   El gobierno no estuvo ausente tampoco en ese
 desarrollo. El poderoso Ministerio de Industria y
 Comercio (conocido por sus siglas MITI) y que
 personifica la continuación de esa curiosa relación
empresario-estatal que caracteriza al país, fue el
organismo que controló y coordinó el proceso de
 adopción de tecnología. El fue el primero eñ el
 mundo en crear un registro permanente y completo
de la tecnología disponible en el mercado inter-
nacional, sus características y costos. Cada vez que
un industrial japonés desea firmar un contrato de
licencia debe recurrir al MITI,quien le dirá si esa
tecnología es la más avanzada disponible y si sus
costos son adecuados; de más está decir que una
respuesta negativa implica la prohibición de firmar
el contrato... y el MITI, que controla los créditos, las
licencias y las normas industriales, tiene el poder
suficiente para hacer imponer su opinión sobre el
empresario rebelde.
   Aunque no se refiere directamente a la tecnología,
es importante señalar que el gobierno prohibió en la
mayoría de los casos la compra de marcos o diseños
que implicasen una erogación de divisas sin bene-
ficio aparente para la economía local. De esa
manera, el mercado japonés fue por mucho tiempo
uno de los más protegidos del mundo por cuanto no
se veían en él la mayoría de las grandes marcas
37



  internacionales que imponen sus nombres en todos
  los letreros luminosos del planeta. El gobierno supo
  distinguir prematuramente en este sentido lo que
  muchos otros gobiernos ignoraron: la diferencia
  entre compra de conocimientos relevantes y
  compra de activos comerciales, cuyo valor sólo se
 puede justificar en función de la apertura del
  mercado internacional y de los beneficios que se
  logren a través de él.
    El MITI es también el organismo encargado de
  regular la dirección de la actividad industrial. Ese
 ministerio se ocupó con ese objetivo de centrar la
  compra de tecnología en las industrias básicas,
  donde Japón ha logrado ahora un puesto de avanza-
  da. Un caso típico, pero que puede extenderse a
 otras industrias, es el de la producción siderúrgica,
 que está imponiendo su propio ritmo a la actividad a
  nivel mundial. Los japoneses no tenían una gran
 experiencia en la actividad y apenas habían supera-
 do antes de la guerra el escalón mínimo de produc-
 ción; luego se pusieron a la vanguardia en la
aplicación de nuevos conocimientos y, en especial,
 fueron los primeros en adoptar masivamente los
nuevos procedimientos para producir acero en
hornos básicos de oxígeno. Hoy son la única po-
 tencia industrial que produce todo su acero con esa
 técnica. También aquí la desaparición casi comple-
 ta de la industria debido a los bombardeos, les
 permitía encarar nuevos proyectos partiendo de las
 mejores técnicas y sin preocuparse por las ins-
talaciones existentes que estaban reducidas a cha-
 tarra.
    Los Estados Unidos, en cambio, al igual que los
países europeos, mantienen todavía equipos e
 instalaciones de preguerra —mucho menos produc-
 tivos— y que ya no existen en Japón. Por supuesto,
que el desarrollo de la producción llevó a todos los
países a incorporar nuevas plantas con nuevas
técnicas, pero esas plantas se agregaron a las
existentes mucho más antiguas. En cambio, en
Japón toda la industria es nueva y además, moder-
na.
    Las nuevas técnicas obligaron a aumentar el nivel
mínimo de las economías de escala necesaria, y
nuevamente los industriales japoneses marcaron el
38



 paso; ahora están construyendo plantas de acero
 integradas de una capacidad mínima de producción
 de 4 millones de toneladas de acero, ubicadas sobre
 el mar para reducir los fletes de transporte de ma-
 terias primas así como el costo de los productos
 terminados que se ve muy influido por ellos. Las
 modificaciones en la técnica naviera que llevaron a
 cabo les permite recibir el mineral de hierro de
 Australia, procesarlo y enviar el acero a los Estados
  Unidos, donde llega, después de haber recorrido
  tres continentes, a un precio inferior del producido
  localmente.
    La última innovación consiste en la incorporación
 de computadoras a la producción; ya hay 372 unida-
 des ayudando a aumentar la planificación y el
 control de la industria del acero. Japón ocupa ahora
 el tercer lugar por el volumen de la producción
 dentro de la siderurgia mundial, apenas detrás de
 ios Estados Unidos y la URSS,a los que espera al-
canzar en breve. Hace un par de años logró un
primer éxito en ese sentido al organizar la compañía
privada más grande del mundo en la actividad. El
nacimiento en 1969 de la New Nippon Steel Co., pro
ducto de la fusión de dos empresas existentes, dio
lugar a un gigante cuya producción supera a la arro-
jada por la famosa U. S. Steel. El objetivo de los
japoneses consiste siempre en arrebatarle su lugar
al primero, en competir en toda la línea; el criterio
de una auténtica potencia mundial —como diría un
geopolítico.
    El tamaño de una compañía es sólo un índice de
los fenómenos de industrialización, porque el
crecimiento de la producción siderúrgica japonesa
fue realmente espectacular. Antes de la guerra ha-
bía llegado a producir en total 7 millones de tonela-
das anuales, una cifra irrisoria en comparación con
la correspondiente a las potencias occidentales.
Luego consiguieron recuperar el mismo nivel de
producción en 1951, pero esa vez no se detuvieron
allí. En 1960 alcanzaban los 22 millones de toneladas
producidas par-i saltar, en 1970, a la magnitud fa-
bulosa de 93 millones (Estados Unidos y la URSS
pujan por el primer puesto con aproximadamente
120 millones de toneladas cada uno).
   En 1971, la aguda contracción del mercado inter-
39



   nacional y sus ^repercusiones sobre la economía
   nacional, impidieron que la industria alcanzara la
   cifra mágica de 100 millones de toneladas, pero ya
   nadie tiene dudas que Japón será el primer produc-
   tor mundial en pocos años, dada su tasa vertiginosa
   de crecimiento en relación al semi-estancamiento
  de los principales productores.
     Uno de los inconvenientes de las estadísticas es
  que no siempre sirven para visualizar la magnitud
  de ciertos procesos. Por eso parece conveniente
  poner en perspectiva ese avance vertiginoso me-
  diante algunas comparaciones más cercanas a
  nuestros marcos de referencia. La producción de to-
  da la América Latina alcanzó en 1971 a 14 millones
  de toneladas; es decir que Japón, que en 1960 ya pro-
  ducía una cantidad mayor de acero que toda nuestra
  parte del continente, amplió su capacidad instalada
  en una década en cinco veces más que toda la
  existente en América Latina. Para una com-
  paración todavía más familiar, basta decir que
  nuestro país alcanzó recientemente los 2 millones de
  toneladas de acero, luego de largos años de esfuer-
 zos que algunos denominan la "batalla de acero" ;
 Japón instaló una capacidad igual cada tres meses.
 Y ese ritmo lo mantuvo en forma constante durante
 una década.
     La victoria en la siderurgia llevó a otra victoria en
 la industria naval. Los astilleros japoneses
 superaron a todos los demás países en la producción
 de barcos, arrojando en los últimos años nada
 menos que la mitad del tonelaje botado mundial-
 mente. También allí se pusieron a la vanguardia del
 progreso técnico desarrollando tanto nuevos mo-
 delos como nuevas formas de producir barcos. Ellos
son los creadores de los superpetroleros que están
 comenzando a surcar los mares, los promotores de
 los nuevos buques de transporte de minerales y los
 creadores de un sistema de armado semistandardi-
 zado que permite reducir apreciablemente los
 tiempos y costos de la producción.
    De la misma manera que en la industria naval y
 siderúrgica, los japoneses comenzaron comprando
las licencias existentes en la industria electrónica
para ponerse luego a la cabeza de la producción en
ese ramo. Ellos no inventaron el transistor, pero
40



tienen el mérito de haber logrado su aplicación
 comercial en forma masiva. Luego de varios siglos,
 están repitiendo al revés la historia de los des-
 cubrimientos asiáticos que se convirtieron en base
 de la supremacía occidental. Pero los nuevos
 conocimientos no los transportan los viajeros
 curiosos sino las empresas de alcance mundial.
 Marco Polo ha sido reemplazado por la gran cor-
 poración y el ritmo de cambio se ha acelerado
 vertiginosamente. Apenas dos décadas después del
 descubrimiento occidental del transistor, los
 japoneses son los principales productores y exporta-
 dores mundiales de receptores de radio y de tele-
 visión en negro y color, así como de los sucesivos
 productos que desarrolla la industria con vistas al
 consumo masivo.
   Todo ocurre como si los japoneses fueran avan-
zando industria por industria para ocupar el primer
puesto en el rango mundial. Por ejemplo, ni bien ha-
bían asentado su producción en las ramas men-
cionadas, comenzaron a desarrollar vigorosamente
la producción de cámaras fotográficas. En 1960, sus
plantas arrojaron 1.800.000 unidades al mercado; en
1970 habían llegado a las 5.800.000 unidades de todo
tipo. Las exportaciones de 1971 ya absorbían la mi-
tad de la producción y totalizaban nada menos que
120 millones de dólares. El embate japonés obligó a
los productores europeos tradicionales a tomar
serias medidas de defensa para no ser desalojados
definitivamente del mercado. Algunas de ellas re-
flejaban casi el pánico ante la imposibilidad de
competir ; su respuesta a veces se resumía direc-
tamente en el cierre de la planta y otras mediante el
traslado de la producción a los países de mano de
obra de bajo precio del Sudeste Asiático, pero
siempre levantando barreras aduaneras en sus
mercados locales. Y sin embargo difícilmente se
pueda decir que lograron recuperar la tranquilidad.
  La voz de alarma de los fabricantes europeos
clásicos de productos de precisión, se difunde ahora
entre los fabricantes suizos de relojes, porque ese
parece ser el nuevo campo elegido por los
japoneses: 6 millones de unidades producidas en
1955; 13 en 1960; 50 millones en 1970. Las
41



  progresiones resultan fantásticas por sus ritmos.
  Las exportaciones de relojes (11 millones de unida-
  des en 1969) proveen de 95 millones de dólares al
  país. En Suiza crece la preocupación de los medios
  oficiales y privados. Sólo una vigorosa reorgani-
 zación de la industria relojera de los cantones —to-
 davía semiartesanal y distribuida en un enorme
  número de pequeñas empresas— podrá frenar la
 competencia del nuevo gigante asiático y su produc-
 ción en cadena caracterizada por la aplicación de
 tecnología ultramoderna. Como en otros casos ya
 mencionados, los primeros relojes japoneses eran
 prácticamente copiados de los occidentales; ahora
 acaban de anunciar un reloj electrónico sin muelle,
 cuya exactitud sería tal que sólo arrojaría una di-
 ferencia de tiempo de un segundo en un siglo y que
 los colocaría a la vanguardia de la industria.
    Los ejemplos pueden continuarse, pero la morale-
ja resulta clara. Importando tecnología foránea
 seleccionada por su precio y calidad, adaptándola
 en forma creadora y avanzando sabiamente rama
 por rama, a lo largo del espectro industrial, desde la
 producción de medios de producción hasta la de pro-
 ductos de consumo masivo, los japoneses lograron
crear un poder industrial sin precedentes por su
dinámica y modernismo. Ahora su industria puede
competir orgullosamente con cualquier otra, en casi
 todas las ramas ; y en buena parte de ellas, lleva las
de ganar.
   La estrategia industrial, que aquí se ha resumido
a los elementos fundamentales, no explica por sí
sola el milagro japonés; una serie de otras variables
interviene eficazmente en esos logros y será anali-
zada en los capítulos siguientes.
La estrategia exportadora




   La avalancha exportadora japonesa sobre los
 mercados mundiales logro', en un lapso muy breve,
 imponer una serie de productos y marcas nuevas en
 los mayores países del globo; la presencia de esas
mercancías ayudó a generar el mito de que el
 desarrollo económico de esa potencia asiática se
 basó, principalmente, en la actividad de expor-
 tación. En realidad, la energía irradiada hacia el
exterior por aquel país no fue más que la
consecuencia lógica de su vertiginoso crecimiento
en todos los campos de la producción, aunque no ca-
be duda que su éxito tuvo un papel destacado en la
solución de los problemas del estrangulamiento
externo. Las restricciones de la balanza de pagos,
que comenzaron a principios de la década de los
años cincuenta, fueron superadas rápidamente
gracias a la exportaciones hasta plantearlas a un
nuevo nivel muy superior en los años recientes, en
que se enfatizan los problemas estratégicos respec-
to a los económicos. Paralelamente, ese éxito sirvió
como pocos para convencer al mundo entero de que
había surgido una nueva potencia industrial.
   El crecimiento de las exportaciones japonesas
alcanzó el ritmo medio casi increíble de 16% por año
a lo largo de la década de los sesenta, que le permi-
tía duplicar su magnitud absoluta cada cuatro años
y medio. De un total de 2.000 millones de dólares en
44



  el año 1956, ellas alcanzaron los 19.000 millones en
  1970, convirtiendo al país en uno de los principales
  exportadores del mundo. Su participación relativa
  en el comercio mundial creció, en consecuencia, del
  2,6% del total en 1957 al 4,8% en 1965,para trepar
  hasta el 6% en 1970. En ese último año sólo tres
  grandes países lo superaban por el volumen de sus
  exportaciones: los Estados Unidos, Alemania y
  Gran Bretaña, aunque no son demasiado extremas
  las posibilidades de que alcance un segundo puesto
  en un futuro próximo.
    Pese a ese salto gigantesco, la importancia del
 comercio exterior japonés es relativamente peque-
  ña. El mismo es inferior, respecto a su producto
 interno, que el observado antes de la guerra, y de
 menor importancia que el correspondiente a la
 mayoría de los países industrializados. La
 proporción de las exportaciones respecto al produc-
 to bruto interno era del 20,8% en 1931 con una estruc-
 tura económica y una orientación de las expor-
 taciones muy diferente de la actual. Luego de la
 guerra, dos" tactores intervinieron para reducir
 violentamente sus operaciones con el exterior,uno de
origen interno, debido a la dislocación de su base
industrial como resultado del conflicto, y otro de
 origen externo, centrado especialmente en la pérdi-
 da de todas sus colonias del sudeste asiático. A
 partir de 1950, el comercio exterior comenzó a
aumentar lentamente y, en 1960, las exportaciones
 alcanzaban a ser un 12,8 del producto interno. Luego
 tendió a bajar para establecerse en un valor de alre-
dedor del 12% en los últimos años. En comparación,
Alemania Occidental exporta el 19% de su producto
bruto, igual que el Canadá, mientras un país peque-
ño como Holanda —para el que las exportaciones
son vitales— llega a una proporción del 33%;
solamente los Estados Unidos, debido al enorme
peso de su mercado interno, tienen una relación ne-
tamente inferior a la japonesa (que oscila alrededor
del 4% de su producto bruto).
    Contrariamente a una creencia extendida en
Occidente, el éxito de las firmas japonesas en el
extranjero es en buena parte función de una elevada
demanda interna. El análisis de los diversos casos,
muestra que pocos empresarios se lanzaron a L'
45



 producción en serie de aquellos productos para los
  que no existía previamente un mercado disponible
 en el interior del país, y sólo después comenzaron a
 buscar nuevos horizontes.
    En la industria, desde los paraguas hasta los
  transistores, el desarrollo tuvo como objetivo satis-
 facer el mercado nacional en plena expansión, como
consecuencia de la mejora en el nivel de vida, o de la
demanda gubernamental, o del aumento de la po-
blación; y las exportaciones comenzaron
generalmente con algunos años de retraso respecto
al primer gran impulso industrial.
    Algunos casos sintomáticos son bien representati-
 vos de la situación. Se ha señalado recientemente
 que, pese al avance de los artículos basados sobre el
 transistor—donde tiene una primacía indiscutible—
 la industria electrónica japonesa no ha logrado
 hasta ahora producir una buena máquina grabadora
 para dictado en oficinas. La razón parece ser muy
 simple; la escritura japonesa, que mantiene los
 símbolos tradicionales de épocas lejanas, no es apta
para la utilización eficiente de una máquina de
escribir; en consecuencia, es muy escasa la utili-
zación de las máquinas existentes (que requieren un
doble movimiento vertical al mismo tiempo que
horizontal para satisfacer las necesidades de
representación de la infinidad de signos que com-
ponen su alfabeto) y menos aún el trabajo de dac-
tilógrafas o estenógrafas.
    Esa anomalía del lenguaje escrito oriental ha
impedido hasta ahora el desarrollo adecuado de
equipos de oficina que ya son corrientes en Occiden-
te y ha frenado el desarrollo de las exportaciones en
ese sector. La falta de una demanda interna ha sido
en diCi.a línea la causa principal de la dificultad
para encauzar la producción hacia el mercado
exterior.
    Los datos sobre la importancia de la demanda
interna no deben tomarse en forma absoluta, sino
como indicativos de, las relaciones entre el mercado
exterior y el interior. Más aún, la relación de las
exportaciones con el producto bruto no refleja la
proporción correcta de su importancia económica,
salvo para análisis muy limitados. En efecto, a me-
dida que una economía se vuelca hacia el sector
46



 servicios, la importancia de las exportaciones
 respecto al producto bruto puede decrecer mientras
 mantiene su valor respecto a la producción indus-
 trial. Por eso conviene comparar la importancia del
 comercio exterior respecto a la producción de las di-
 versas ramas industriales, donde se notan diferen-
 cias significativas de participación. Las expor-
 taciones japonesas de hierro y acero, por ejemplo,
 equivalen al 20% de la producción total del sector y
 una proporción similar se encuentra para la rama
 de producción automotriz. Estos parecen ser los
porcentajes más altos de participación del comercio
exxerior en la industria japonesa, al menos para sus
ramas más significativas; en las demás ramas su
proporción es mucho menor. En la industria electró-
nica se reduce al 15% de la producción total, y para
la química sólo alcanza a un pobre 7%, pese a que
las exportaciones de productos químicos se mul-
tiplicaron por diez en la última década, hasta llegar
por sí solas a un valor de 1.200 millones de dólares en
 1960.
   Prácticamente todas las exportaciones japonesas
corresponden a bienes industriales con excepción de
algunas ventas menores de maderas y productos
agrícolas. Además, sus ventas están concentradas
en productos de hierro y acero, maquinaria y
transporte, y otras ramas tecnificadas como la
electrónica y la química. Las características de sus
exportaciones definen con nitidez los mercados a los
que deben dirigirse, que son especialmente los
países en vías de industrialización o los países ya
desarrollados de Occidente. En particular, las ex-
portaciones a los Estados Unidos, que se destacan
como mercado natural para el Japón por su posición
geográfica, abarcan nada menos que el 30% de sus
ventas al exterior. De esa manera, aquel país se ha
convertido en principal cliente de la industria
nipona; un honor que la nación más grande del
mundo no está muy conforme de disponer y frente al
cual ha tomado una serie de medidas restrictivas y
de control.
   Los norteamericanos comenzaron comprometien-
do a los japoneses, mediante diversos medios de
presión para que mantuvieran un sistema de cuotas
máximas de participación en el mercado estadouni-
47



dense para una serie de productos, de manera de
 evitar una competencia que parece ruinosa para sus
 propias industrias que se encuentran a la defensiva
 desde hace tiempo frente a los menores precios
 japoneses. Ahora también exigen a Japón, además,
 que les compren más mercaderías para equilibrar
 la balanza comercial desfavorable con este país.
   Durante largo tiempo los industriales japoneses
 encontraron posible sortear las restricciones nor-
 teamericanas con una cuota inagotable de astucia;
 en el caso de la siderurgia, aceptaron limitarse en
 tonelaje a 10% del mercado estadounidense para de-
 dicarse inmediatamente a enviar aleaciones de
 mayor valor que les permitieron tomar un 16% del
 mercado en dólares, manteniendo la restricción en
volumen. Como en la historia de aquel que se
presentó ante el rey vestido y desnudo al mismo
tiempo, los industriales japoneses cumplen al pie de
la letra sus compromisos, pero se preocupan de que
esa letra no afecte el desarrollo efectivo de sus
negocios. Pero, últimamente, la ofensiva del go-
bierno de Nixon ha tomado un carácter global que
hace cada vez más difícil la penetración comercial.
En una reunión con el premier japonés, el Presi-
dente Nixon lo comprometió a que su país importe
mercaderías norteamericanas adicionales por un
valor de mil millones de dólares para compensar el
déficit de su balanza comercial. El gobierno de
Tokio aceptó aparentemente esperando desarmar
en parte los dispositivos de control que encuentra en
su avance, aunque no parece que esta vez lo haya
logrado. A los sistemas de cuotas de importación y
la amenaza permanente de imponer considerables
tarifas aduaneras, se agrega la devaluación del
dólar combinada con exigencias y presiones para la
revaluación del yen; en un año y medio la paridad
entre ambas monedas se ha visto modificada en na-
da menos que 30% en perjuicio de las exportaciones
japonesas. Sin embargo, las mercancías del in-
dustrioso pueblo de Oriente siguen entrando a
precios competitivos a los mercados nor-
teamericanos; el porqué de ese milagro es algo que
preocupa a numerosos estudiosos y cuya solución no
parece fácil.
48



   Desde que los Estados Unidos comenzaron su
política de limitaciones de las mercaderías ja-
ponesas, en Europa se encendieron las señales de
 peligro; es probable —decían— que Japón busque
 descargar en el Viejo Continente los productos que
 ya no encuentren colocación en el mercado
 americano. A diferencia de los Estados Unidos,
 Europa tiene una barrera natural que es la gran
distancia a que se encuentra del Lejano Oriente y el
costo de transporte; tiene asimismo una política
proteccionista organizada que facilitaría el rechazo
de ciertos productos si el Japón intenta penetrar con
ímpetu en sus mercados y todas las declaraciones
indican que está alerta, temerosa y preparada para
aplicarla.
   Los impedimentos comerciales planteados por
Estados Unidos, así como las perspectivas plantea-
das en Europa, están haciendo reflexionar lar-
gamente a los dirigentes de Tokio sobre su futura
estrategia comercial. Los avances hacia China y la
URSS, que están ya superando la timidez de los
primeros pasos, forman parte de su búsqueda en pro
de un nuevo equilibrio en sus relaciones econó-
micas.
   Pero todavía esos mercados no son suficien-
temente importantes para Tokio; sus exportaciones
 a los países del bloque comunista apenas superaron
 los mil millones de dólares en 1970, un escaso 5% de
sus operaciones totales. De ellas, la mitad fue a
 China Popular, y el resto a la URSS y los demás
 países del Este de Europa. Las posibilidades reales
 que ofrecen esos mercados recién se conocerán
dentro de unos años y es muy difícil hacer predic-
ciones por el momento, aunque pueden señalarse
algunas características. El mercado más lógico y
fácil para Japón, es el de China, pero ese país es
demasiado pobre todavía como para absorber una
cantidad considerable de mercaderías; la única
posibilidad a corto plazo consistiría en que Pekín
pudiera entregar alguna materia prima requerida
por su poderoso vecino a cambio de máquinas y
equipos. En la URSS, Japón compite ya con los
Estados Unidos por la explotación de las riquezas
mineras de Siberia, donde se ve desfavorecido por
49



los acuerdos políticos y estratégicos de las dos
superpotencias. En el Este de Europa, en fin,
además de la distancia debe superar la competencia
de Europa Occidental que está organizando desde
hace varios años su penetración económica y
financiera de la región y goza de toda una
superestructura ya instalada a tal éfecto.
    El último gran mercado disponible para Japón es
 el del sudeste de Asia, donde algunos pueblos se
  están industrializando rápidamente apoyados en
  una población abundante y dispuesta u obligada a
 trabajar por un salario escaso; las posibilidades de
 acción en esa región se facilitan por las contradic-
 ciones políticas mundiales que ofrecen un amplio
 margen de maniobras económicas a los más osados.
 Para ello, las ventas japonesas a las Filipinas, por
 ejemplo, son apenas inferiores en valor a las que
 efectúa a los mercados de Alemania Occidental o de
 Gran Bretaña; y las exportaciones a Corea del Sur
 son muy superiores a aquéllas. El avance japonés se
 ve facilitado por su mejor conocimiento de la mayor
 parte de los países de la región respecto al
demostrado por las potencias occidentales, y en
 algunos casos sus avances fueron notables; en
 varios mercados nacionales lograron ya desplazar a
 los Estados Unidos para convertirse en el principal
 proveedor.                           ¡
    La tercera potencia industrial del mundo y la
 primera de Asia, parece seguir el mismo camino de
 expansión que intentaron sus ejércitos en la década
 del treinta; pero ahora bajo la forma de una in-
 vasión pacífica realizada con mercaderías a bajo
 precio en una zona donde la presencia militar
 norteamericana es predominante y donde fenó-
 menos como el comunismo chino han cambiado sus
 relaciones internas de poder. Pero el éxito del Japón
en el Sudeste Asiático sólo será coyuntural si esos
países no se desarrollan a un ritmo suficiente como
para absorber una masa creciente de sus mercan-
cías, io que no parece muy probable; en caso con-
trario, el país deberá encontrar nuevos mercados o
modificar su política de crecimiento.
   Antes de analizar este último problema es con-
veniente conocer otros elementos de la estrategia
50



japonesa; para ello falta cerrar el estudio de la
ofensiva exportadora con el de los grandes com-
binados de comercio exterior.
í




                      El abastecimiento
                     de la mano de obra




       Todo proceso de desarrollo obtiene un ritmo
     acelerado cuando al aumento de la productividad
     logrado por la inversión industrial se agrega un
     incremento absoluto de la población trabajadora.
     Para el primer elemento hace falta una cierta
     magnitud de ahorro entre otros condicionantes;
    para la segunda, una reserva potencial de mano de
    obra de suficiente importancia y en condiciones
     tales que pueda ser absorbida a lo largo del proceso.
     Esta última experiencia se ha repetido de una
    manera u otra en los distintos países que pasaron
    por un proceso significativo de desarrollo.
       Los países "nuevos" como Estados Unidos, el
    Canadá y en cierto momento la Argentina,lograron
    esas masas necesarias de trabajadores mediante la
    atracción dé inmigrantes europeos con la oferta
    prometedora de progreso y bienestar en propor-
    ciones muy superiores a las existentes en Europa,
    principal emisora de población en el siglo XIX y
    primeras décadas del actual.
       En otros países el proceso se logró a través de
    formas más o menos combinadas. La URSS utilizó
    la casi inagotable masa de trabajadores que le pro-
    veía la organización de una agricultura arcaica y
    sobrecargada de campesinos que, a partir de 1930,
52



 emigraban ordenadamente hacia las ciudades para
 movilizar los gigantescos complejos industriales
 que surgían al amparo de los planes quinquenales.
La Italia de posguerra supo utilizar, en un medio de
 empresa privada tutelada por el Estado, las
 reservas de población del Sur menos desarrollado
que migraron al Norte cuando comenzó el auge
industrial. Muchos de esos emigrantes continuaron
su viaje hasta Suiza o Alemania en la medida en que
aquellos países ofrecían condiciones mejores de
salarios, pero otros quedaron para abastecer las
crecientes necesidades de la industria nacional en
pleno auge; actualmente, hasta el cine y la li-
teratura están mostrando en forma creciente el
impacto social y psicológico de esa gran trans-
ferencia interna de gente, sobre el mapa
demográfico de Italia.
    En Alemania Occidental, los primeros años de
 posguerra vieron el aflujo ininterrumpido de los ha-
 bitantes de las zonas ocupadas por las tropas sovié-
 ticas y cuyo número sumó varios millones antes que
 los controles aplicados —incluido el muro de
 Berlín— frenasen la sangría humana que amenaza-
ba reducir a la nada el potencial demográfico de la
 República Democrática Alemana. Más tarde, el
 milagro alemán atrajo fácilmente los trabajadores
de los países periféricos de Europa: los italianos del
Sur se mezclaban con inmigrantes turcos y griegos,
al mismo tiempo que los españoles se confundían
con los portugueses que arribaban en masa para
entrar a trabajar en las instalaciones industriales
alemanas. Hoy se calcula que más del 10% de la
mano de obra de ese país está formada por extran-
jeros; en algunas ramas industriales la proporción
sube hasta el 20%, porcentajes que ya llaman a la
reflexión a los dirigentes sindicales y gubernamen-
tales alemanes por sus profundas implicancias
políticas y sociales.
   Asimismo, resulta casi ocioso recordar que el
desarrollo de Francia se basó en los últimos años en
la utilización de una enorme reserva campesina que
se mantenía en el régimen arcaico de la pequeña
propiedad desde antes de la Revolución Francesa y
que comenzaron a movilizarse últimamente (unos 5
millones emigraron en los últimos diez años a los
53



  centros urbanos); en el arribo de colonos franceses
  radicados en el exterior que decidieron regresar a
  su patria a consecuencia de la independencia de las
  colonias (dos millones retornaron solamente de
 Argeiia después de 1960); y al arribo de extranjeros,
 especialmente los de habla francesá, como la
  creciente inmigración árabe que llega del Norte de
  Africa (particularmente argelinos y tunecinos),
 escapando de la desocupación masiva de sus patrias
 de origen.
    Japón no escapó a esta regla aunque se ve someti-
 do a restricciones particulares. En primer lugar, no
 utilizó mano de obra llegada del exterior y parece
 difícil que eso pueda ocurrir. Ocupando un grupo de
 islas superpobladas con más de 100 millones de ha-
 bitantes que se extienden sobre una superficie in-
 ferior a la que cubre la provincia de Buenos Aires,
 Japón no puede elegir un crecimiento permanente
 de su población cuando hay signos evidentes de sa-
 turación en ciertas regiones. Esa es también una de
 las razones que lo llevan a insistir sobre la necesi-
 dad de aumentar la productividad de la mano de
 obra y que presionarán, sin duda, por un cambio
 futuro de la política económica, como se verá más
 adelante.
   Tradicionalmente el país fue un emisor de mano
de obra que partía alternativamente hacia países
nuevos o a producir en las colonias ocupadas por el
Imperio. Los controles en los países de inmigración
impidieron siempre establecer una corriente con-
tinua de seres humanos como la lograda en ciertas
épocas entre distintas regiones de Europa y de
América; en cambio, luego de la posguerra, ese
excedente potencjal de población que no encontraba
hacia dónde dirigirse, sería absorbido por el intenso
desarrollo económico del país.
   Las fuentes de la mano de obra para el desarrollo
japonés de posguerra, provinieron de dos recursos
diferentes, la agricultura y las pequeñas empresas,
pero especialmente de la primera. Entre 1940 y 1955
la población activa ocupada en la agricultura
mantuvo una participación aproximadamente
constante en el orden del 42% de la población activa
total.
   En un país de escasa superficie, esa cifra revela-
54



 ba por sí misma la existencia de una superpoblación
 agrícola, incluso si la demanda nacional de
 alimentos reclamaba una explotación intensiva del
 suelo. Precisamente por esa causa, el despegue
 manufacturero y la consiguiente atracción de las
 ciudades promovió una rápida migración hacia
 ellas. En 1970, la población activa ocupada en la
 agricultura se había reducido al 17% del total; esa
 disminución significó el desplazamiento de unos 7
 millones de campesinos hacia las actividades ur-
banas en sólo 15 años, a las que arrastraron —sin
 duda en forma definitiva— a sus hijos, algunos de
 los cuales comienzan a entrar en el mercado de tra-
 bajo. Al mismo tiempo, no debe olvidarse que la
 expansión de la población activa es también, en
cierta medida, un subproducto del crecimiento de la
población registrada en los últimos años luego del
boom de nacimientos de posguerra, que se produjo
siguiendo un curioso fenómeno en todas las naciones
que participaron en el conflicto. Actualmente, las
proyecciones demográficas indican que la población
seguirá creciendo hasta aproximadamente 1990,
para detenerse posteriormente con eL consiguiente
estancamiento en el aprovisionamiento de mano de
obra nacional.
   La segunda fuente, de menor importancia
numérica pero de gran importancia social, es la
provista por las pequeñas empresas. En Japón hay
infinidad de ellas ocupando una o dos personas que
en total suman varios millones de trabajadores. En
general, esos trabajadores están suficientemente
calificados para el trabajo técnico y hacia ellos se
dirigieron las grandes empresas para obtener el
personal necesario. Aunque no hay datos concretos^
al respecto, parece que esas empresas fueron lleva-
das por las condiciones del mercado a asumir el
papel de preparar para la producción industrial a la
mano de obra que^llegaba al mercado de trabajo. De
esa manera, cumplieron un papel social de gran
importancia, con escaso o ningún costo de inversión
para el Estado o para las grandes empresas.
   En resumen, durante la primera década y media
de progreso económico, la contracción de la
agricultura y de la pequeña industria ofreció
millones de hombres al desarrollo industrial. La
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El modelo japones

  • 1. Jorge Schvarzer El modelo japonés Editorial CIENCIA NUEVA
  • 2. Los libros de Ciencia Nueva Portada: Isabel Carballo C 1973 by Editorial Ciencia Nueva SRL Avda. Pte. Saenz Peña 825, Buenos Aires Hecho el depósito de ley Impreso en Argentina - Printed en Argentina
  • 3. Jorge Schvarzer es ingeniero civil (lí)(>2) y ferroviario (19Í>5) de la Universidad de Buenos Aires. Consultor especializado en problemas de distribución y organización, ha sido asesor de distintas empresas y docente en varias instituciones. Ha trabajado como exper- to en economía de transportes en Europa y Argentina. Actualmente es interventor del Departamento de Economía de la Eacultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires.
  • 4. Introducción Este libro tuvo su origen en una preocupación personal por los problemas del desarrollo y, en especial, por el análisis del modelo japonés y de las implicancias y conclusiones que podían obtenerse de ese estudio para el caso argentino.El autor tuvo la oportunidad de concretar algunas de sus ideas so- bre el desarrollo japonés en una serie de notas periodísticas,que se publicaron entre los meses de diciembre de 1972 y febrero de 1973 en el periódico El Economista de esta capital. Naturalmente, al reunir todo el material para presentarlo en la forma de este libro, se hicieron evidentes algunas limi- taciones y fallas del tono periodístico, lo que hizo necesario reformular el texto, agregando una serie de consideraciones y notas. El texto final difiere por eso profundamente del material publicado; sin embargo, como las leyes de la herencia son ineluctables, no puede negar su ya lejano origen que se refleja en la estructura de la obra y quizás en el estilo general. El autor espera que esa herencia periodística sirva para hacer más fácil la lectura y se consuela pensando que este libro no pretende ser una tesis original sobre el desarrollo japonés, sino más bien una reflexión ordenada sobre algunos de los aspectos que considera claves en ese proceso. Este libro trata sobre el desarrollo de la economía japonesa desde la última posguerra hasta la actuali-
  • 5. 6 dad. Eso no implica ignorar que el fenómeno japonés comenzó mucho antes y se apoyó en una serie de características sociales y organizativas cuya importancia histórica puede evaluarse por los resultados obtenidos. Es que, si bien las causas fundamentales del proceso económico son —valga la tautología— económicas, las formas de ese proceso, e incluso su ritmo, pueden variar enor- memente bajo la influencia del carácter nacional, la tradición, las características y selección de los grupos gobernantes, así como su capacidad de im- ponerse sobre los gobernados, etc. Si no fuera así, distintos pueblos podrían copiar mecánicamente las políticas económicas exitosas de sus vecinos para lograr los mismos efectos, decisión que nunca llevó a buenos resultados; la experiencia corrobora la afirmación teórica de que los resultados de la misma política aplicada en medios y períodos distintos son más diferentes de lo esperado por los análisis puramente cuantitativos de los datos económicos. La importancia de los factores nacionales men- cionados hace necesario decir dos palabras sobre algunas características históricas de la sociedad japonesa. Una tradición intelectual curiosamente adoptada casi por unanimidad por la mayor parte de los estudiosos de la misma, los lleva a iniciar su análisis en la etapa conocida como era Meiji, comenzada en 1867, que puso al país en el camino del desarrollo industrial al mismo tiempo que decidía la abolición de los viejos vínculos feudales bajo la égida de un gobierno reformador y dinámico. Con el mismo criterio con que se elige esa fecha, el análisis podría desplazarse mucho más atrás en el tiempo, porque las transformaciones de la era Meiji no fueron un rayo en un cielo sereno, sino el resultado particular de la estructura social sobre la que aquel emperador se apoyó para modificar al Japón. El éxito de las reformas se debió,en última instancia,al extenso poder de un gobierno fuertemente centrali- zado, cuyo origen debe buscarse a su vez en las características especiales de la sociedad feudal japonesa que lo precedió. Durante por lo menos un par de siglos anteriores a la dinastía Meiji, el feudalismo japonés ofreció un carácter netamente
  • 6. y dependiente del emperador, con una estructura social y económica que concedía marcados pri- vilegios al poder central; a tal punto, que debe di- ferenciárselo netamente del modelo clásico asigna- do a la sociedad feudal, consistente en una serie de pequeñas unidades productivas autosuficientes y aisladas entre sí, dependientes de la protección de un señor que cobraba los tributos en su propio bene- ficio. Ese fue el caso de Europa Occidental, e in- cluso del gran vecino asiático del Japón, la China, que tuvo un feudalismo de aldea, con escasos vínculos entre sus diversas unidades y carente de un poder central efectivo, cuya dispersión social, política y económica era muy superior a lo conocido en la propia Europa antes de la Revolución Industrial. Esa diferencia en la concentración del poder entre las dos naciones asiáticas provocó pro- fundas consecuencias cuando se produjo la irrup- ción de las fuerzas occidentales en ambos países en el siglo XIX: en China favoreció el desmem- bramiento del imperio y su reparto en distintas porciones entre los imperios invasores; todavía hoy se notan las cicatrices de esa división, porque aún permanecen ciertos puntos estratégicos de sus costas formando parte de un imperio extracontinen- tal. Japón, en cambio, reaccionó a la penetración europea cerrándose sobre sí mismo, concentrando sus fuerzas para dar el gran salto. En lugar de di- visión, la influencia exterior produjo mayor unidad. Si el desarrollo posterior no puede entenderse sin una referencia a la era Meiji, ésta a su vez es la consecuencia de la organización feudal y adminis- trativa de los siglos anteriores, que produjo una reacción positiva y nacional ante el catalizador foráneo. Uno de los elementos que facilitaron ese refor- zamiento interno de la sociedad japonesa fue la extraordinaria extensión de su clase privilegiada, Se ha estimado que a mediados del siglo XIX, la clase dominante abarcaba de un 5 a un 6% de la po- blación total del país: una proporción que debe compararse con el ínfimo 0,5% en que se estimaba la proporción de la nobleza francesa antes de la Revolución de 1789, o bien con la cifra de alrededor del 1% estimado para los grupos privilegiados de
  • 7. 8 China a mediados del siglo XIX. La fuerza de la clase dominante, derivada tanto de su número como de su cohesión detrás del Estado, fueron un activo importante en el balance de medios para el progreso. Naturalmente que la economía no hace milagros, y la existencia de una clase privilegiada indica una producción de riqueza relativamente elevada para mantenerla. En otras palabras, mientras en la Francia del siglo XVIII se necesitaban doscientas personas para producir el excedente necesario para mantener a un miembro de la nobleza o del clero, en el Japón sólo se requerían veinte. A pesar de la falta de datos comparables para la época, puede suponerse que el feudalismo japonés, además de centralizado, era relativamente "rico" —hoy diríamos "desarrollado"— en cuanto podía producir ese excedente económico necesario para sostener a los grupos privilegiados. Japón, como casi toda el Asia, fue despertado a la vida moderna por el impacto de las cañoneras ex- tranjeras que buscaban nuevos mercados para las mercaderías sobrantes en los países capitalistas avanzados. Era la época del ascenso de la parte Occidental de Europa y del surgimiento de los Esta- dos Unidos; y también, del crecimiento vertiginoso de la producción como fruto de la Revolución Industrial y Social que permitió a una parte de la humanidad destacarse del resto mediante un gigantesco salto adelante. Hasta entonces las di- ferencias económicas y técnicas en el mundo habían sido prácticamente despreciables respecto a las que se producirían vertiginosamente en los siglos XIX y XX. Europa y Asia, que no son en realidad más que una enorme masa continental continua, se habían mantenido alejadas fundamentalmente por el peso délas enormes distancias. Entonces, luego de siglos de contactos esporádicos y lejanos entre los dos continentes, la Revolución Industrial los acercó como nunca antes, al mismo tiempo que concedía privilegios especiales a los dueños de los armamen- tos más poderosos. Los chinos habían inventado la pólvora hacía siglos y le enseñaron sus secretos a los europeos que llegaban a sus tierras y se asombra- ban ante los avances del Imperio de Oriente; ahora
  • 8. 9 China recibía un pago diferido a sus enseñanzas en la forma de cañonazos que derribaban murallas y fortificaciones con el solo fin de abrir nuevos merca- dos. Europa había aprendido el uso de la pólvora al mismo tiempo que acumulaba el poder necesario para utilizarla en función de sus propios objetivos. La Revolución Industrial reducía las distancias con el mismo ritmo que aumentaban las diferencias económicas y de poder, ligando a todas las regiones del mundo a la expansión de los países más po- derosos. La necesidad de éstos de desplegarse sobre el globo terráqueo era tan grande en aquella época sucia y gloriosa que un ministro se permitía decir en pleno parlamento inglés que: "Las principales oficinas del Estado están ocupadas con problemas comerciales... El Foreign Office y el Colonial Office están ocupados fundamentalmente en encontrar nuevos mercados y en defender los existentes. La War Office y el Almiralty están especialmente ocupados en los preparativos para la defensa de esos mercados y la protección de nuestro comer- cio... Por eso, no es mucho decir que el comercio es el más grande de nuestros intereses políticos". Los ingleses no estaban solos en la organización de una armada adaptada a sus necesidades co- merciales y mucho menos en el Océano Pacífico, sobre cuyas costas se desplegaba una nueva poten- cia por el lado del Nuevo Continente. Precisamente los primeros en llegar a las costas del Japón fueron los norteamericanos. En 1853 el comodoro Perry forzó con sus ca- ñoneras la entrada al imperio oriental y abrió el camino que impuso los tratados de 1858 y 1866 conce- diendo derechos extraterritoriales al extranjero. Las concesiones japonesas a los Estados Unidos fueron extendidas rápidamente a las potencias europeas,incluyendo a Rusia. En todos los casos, las estipulaciones eran similares: Japón se comprome- tía a abrir su economía y su comercio exterior y a no imponer más del 5% de derechos aduaneros a las mercaderías que arribaban; en otras palabras, de- bía ofrecer su mercado internó al comercio ex- tranjero. La presencia de los acorazados europeos en el Pacífico y de los barcos mercantes cargados de
  • 9. 10 mercaderías que los seguían, señalaba la consumación del largo proceso histórico de for- mación del mercado mundial, por obra del capi- talismo naciente. Desde entonces, toda la economía mundial estaría ligada por lazos cada vez más es- trechos y lo mismo ocurriría consecuentemente con los fenómenos políticos y sociales; ningún país po- dría darse el lujo de escapar a las exigencias que imponía el mercado exterior dominado por las po- tencias más desarrolladas. En ese fenómeno se inscribe todavía la problemática del sistema polí- tico y social de nuestro tiempo y que, sin duda, se mantendrá mientras no se modifiquen sus coor- denadas» básicas: un país se desarrolla hasta ad- quirir un poder suficiente o permanece dependiente del extranjero de una u otra forma. La industriali- zación a marcha forzada de la sociedad soviética luego de diez años de vacilaciones posre- volucionarias refleja la presión del mercado mundial sobre una sociedad socialista, de la misma manera que la actual tendencia a la unidad de Europa Occidental en el Mercado Común Europeo demuestra que el problema es el mismo en todo el globo. La federación de fuerzas menores es una alternativa tan lógica como la industrialización y el desarrollo acelerado para responder a las exigencias de un mundo que se ha unificado de acuerdo a ciertas leyes económicas mucho antes de que lograra un equilibrio estable entre sus diversos componentes. Mientras las condiciones del mercado mundial se mantengan igual que en la actualidad, la gama de respuestas se recjuce a la forma de aumentar el poderío económico e industrial del país dependiente. No son bien conocidas las reflexiones japonesas al respecto durante el siglo XIX; lo cierto es que el país respondió al desafío del exterior con extraor- dinaria rapidez, con una profunda decisión y con enorme claridad sobre los objetivos a cumplir. Apenas un año después de firmado el segundo de los tratados ya mencionados, el viejo régimen era destronado para dar paso a las reformas necesarias para fortalecer la sociedad nacional. Desde el mismo comienzo de la era Meiji, el gobierno fue el factor dinámico del proceso de desarrollo tomando a
  • 10. 11 su cargo las inversiones necesarias; su empuje lo llevó a efectuar nada menos que el 40% de la for- mación total de capital en la economía nacional durante la década de 1880. Es una verdad demasiado repetida que el desarrollo requiere inversiones en capital humano tanto como inversiones en equipos y maquinarias; la masa de conocimientos acumulados por la po- blación es un bien difícil de medir, pero no por eso menos importante. La materia gris es a la producti- vidad lo que el acero a la industrialización. En el siglo XIX, esa idea no era suficientemente reconoci- da y la educación superior seguía en cierta medida los vaivenes del mercado. Por eso es más destaca- ble la visión del gobierno japonés que no trepidó en destinar partidas importantes del presupuesto para contratar miles de técnicos extranjeros, pagados a buen precio, destinados a formar los equipos humanos necesarios para la industrialización; las autoridades no dudaron tampoco, en enviar numerosos súbditos a estudiar a los centros más desarrollados del mundo con el mismo objeto. Es conveniente destacar que la decisión japonesa de industrializarse rápidamente, de tener una ar- mada poderosa y un ejército respetado, no se reflejó en un chauvinismo retrógrado sino en la convicción de que había que tomar lo mejor de Occidente para enfrentar el desafío de Occidente. Otros países pre- tendieron encerrarse en un nacionalismo cultural que significaba en última instancia dejar intactos los antiguos privilegios precapitalistas y, en consecuencia, se mantuvieron y se mantienen en la dependencia y el atraso; un atraso que termina por anular naturalmente los valores culturales y nacionales que pretendían verbalmente defender. En cambio, Tokio, sin olvidar su milenaria tradición cultural se preocupó de reemplazar al antiguo ar- tesano por la máquina moderna, que convertía al siervo de siglos en obrero industrial. El desarrollo económico puede seguirse de acuerdo a distintos regímenes políticos, sociales y económicos, cada uno de los cuales tiene su propia lógica. Japón eligió copiar a las potencias existentes de una manera tal que ya a partir de 1890 comienza su propia política expansionista sobre China y
  • 11. 12 Corea: pero todavía era demasiado débil para imponer sus intereses sobre los de otras potencias y en 1895 pierde una parte de los beneficios arranca- dos a los nuevos territorios por la intervención conjunta de Rusia, Alemania y Francia. En 1905, como revancha, va a mostrar que aprendió la ex- periencia y que esos diez años no pasaron en vano y derrota a Rusia en forma decisiva en pocos meses, obteniendo así completa libertad de acción en Corea y en la parte meridional de Manchuria, donde va a instalar una enorme base industrial aprovechando las riquezas minerales de la zona. Los intereses económicos se hacen sentir sobre las posiciones políticas y militares que a su vez refuer- zan las tendencias expresadas por los primeros. La lógica de un desarrollo que desbordaba las fronteras nacionales se impuso con un ritmo que envidiarían las viejas potencias coloniales. En las primeras décadas del siglo XX, el Japón, que hacía poco más de una generación era un sistema feudal, aparecía dominado por una oligarquía económica y militar preocupada por el desarrollo industrial y la absorción de nuevas zonas de influencia. En su época de mayor auge y mediante la ocupación mili- tar durante la guerra, el Japón domina Corea, Manchuria, la costa occidental de China y la isla de Formosa, toda la península de Indochina, Tailandia y Birmania, la península malaya y los archipiélagos indonesio y filipino. Prácticamente todo el sudeste de Asia se encontraba bajo el manto imperial. Pero Japón estaba lejos aún de haber logrado la potencia industrial de los grandes países capitalistas de Occidente a los que enfrentó militar- mente en la década del cuarenta. La descarga de dos bombas atómicas sobre sendas ciudades del archipiélago, puso fin a una aventura expansionista y militar condenada por anticipado al fracaso. Nunca como entonces la ciencia y la técnica habían llegado a demostrar su poder de una manera tan abrumadora y los dirigentes japoneses extraerían las consecuencias lógicas de aquella experiencia. El intenso desarrollo industrial japonés se había insertado en las antiguas estructuras feudales con las cuales estaba asociado a causa de Ta propin política gubernamental en ese sentido, y es probable
  • 12. 13 que lós intentos expansionistas buscasen compensar las deficiencias de la estructura productiva interior que se hacían sentir más profundamente a medida que crecía la producción. El país apenas había llegado a producir 7 millones de toneladas de acero en el período de la última guerra y mantenía una po- blación campesina que todavía representaba más del 40% de la población total. Los pilotos de Kamika- zes que en su marcha suicida sembraban el terror entre las tropas enemigas, compensaron numerosas veces con su sacrificio personal la mayor debilidad productiva de su nación; pero, al mismo tiempo, su actitud era un indicador preciso de que el proceso modernizador no había llegado al fondo de las conciencias donde predominaban resabios feudales profundamente arraigados. La ocupación norteamericana de posguerra fue un nuevo impacto traumático para las clases dirigentes del país. Se repetía a un siglo de distancia la experiencia del comodoro Perry, pero multiplica- da en su efecto. Ahora había tropas de ocupación, justificadas por una guerra que conmoviera al mundo, y que establecían una serie de imposiciones sobre lo que podía y no podía hacer el Japón, frente a las cuales los tratados del siglo pasado parecían un juego de aiños. Mac Arthur, el general nor- teamericano, actuó como un auténtico procónsul, llevado por su convicción de que el mundo debía ser de una sola manera: la fijada por la práctica nor- teamericana. Al impacto económico de la destrucción física de buena parte de las instalaciones industriales y la consiguiente desarticulación productiva, se agregaron algunas medidas de las autoridades de ocupación que provocaron nuevos cambios. Algunas tuvieron escaso efecto, como las normas sobre di- visión de los monopolios que dominaban la vida del país; al poco tiempo las tendencias a la concen- tración reconstruirán una situación similar a la de preguerra en un nuevo marco económico. En cambio, una medida mucho más significativa y de mayor alcance fue la reforma agraria ordenada por los norteamericanos para eliminar la fuerza de los propietarios terratenientes, una transformación que tendría profunda resonancia en la evolución
  • 13. 14 futura del país. Como ocurrió otras veces en la historia, la intervención militar del extranjero pue- de reemplazar a las fuerzas sociales internas en el cumplimiento de las tareas de cambio social. La guerra es a veces un substituto para la revolución; y en el caso japonés, la intervención norteamericana cumplió el papel de eliminar definitivamente a la oligarquía terrateniente. Los rigores de la ocupación se diluyeron rápi- damente debido a los cambios que se estaban pro- duciendo en el sudeste de Asia. En 1949, pese a los esfuerzos de los consejeros norteamericanos y la ayuda masiva que le prodigaron, el régimen de Chiang Kai Shek huía a Formosa para dejar paso al primer gobierno unificado de toda China con poder real después de varios siglos. China surgía de un largo período de dependencia y guerras civiles bajo un gobierno que alzaba las banderas del comunismo y comenzaba una reforma de implicancias pro- fundas para el país y el mundo, impulsado por la dinámica de sus propias fuerzas sociales internas. Para ese entonces ya había comenzado la lucha en Vietnam, entre el régimen de Ho Chi-Minh, que ha- bía logrado el poder en la resistencia contra los japoneses, y las tropas francesas que pretendían mantener el control del Imperio. Al año siguiente, el estallido de la guerra de Corea indicaba que la si- tuación en Asia estaba lejos de la estabilidad y que Occidente necesitaba aliados para su política de combatir el avance del comunismo. Al mismo tiempo que relajaban los controles políticos y económicos sobre el Japón para conver- tirlo en una base segura para la lucha global contra el comunismo, los norteamericanos lo utilizaron como una base de retaguardia para la guerra de Corea. Las demandas de equipo, alimentos y alo- jamientos del ejército yanki ; fueron un nuevo incen- tivo para la economía del país que estaba en pleno proceso de reconstrucción y ayudaron a su despegue posterior. En cierta forma, podría decirse que los norteamericanos se retiraron muy temprano del Japón; al menos, antes que el auge económico les permitiera evaluar la potencialidad de aquella nación para sus empresas y negocios. Y en ese sentido se quedaron muy atrás de lo realizado por el
  • 14. 15 comodoro Perry,que veía ese mercado con criterio de futuro. Dos décadas después, los responsables norteamericanos comprenderían su error, pero ya era demasiado tarde; una nación fuerte, con el desarrollo económico más impetuoso del mundo, organizada detrás de un Estado sólido y compacto, se disponía a competir con el gigante que la había logrado vencer y dominar. Hasta ahora esa compe- tencia se realiza pacíficamente pero con una feroci- dad económica con tan pocos precedentes como las sonrisas y la suavidad diplomática que acompañan las discusiones. Ahora sí, Japón ha logrado realizar los intentos comenzados el siglo pasado, pero esta vez en contraposición a la experiencia anterior, cuando su expansión militar superó a su posibilidad económica hasta llevarlo al fracaso; ahora su ex- pansión económica es única en el mundo en el senti- do de que no ha ido acompañada de poder militar. Hasta qué punto sus sonrisas diplomáticas frente a las presiones norteamericanas ocultan la dis- posición a armarse más tarde o más temprano, o la certidumbre de que es necesaria una salida pací- fica, es un 'problema que resolverá el futuro próximo. Para analizarlo es necesario estudiar primero el fenómeno del desarrollo japonés de posguerra, cuyas líneas principales son el objeto de este libro.
  • 15. Esbozo rápido de un éxito La economía mundial ha pasado a través de cambios tan violentos como intensos en el curso de este siglo; guerras devastadoras, profundos cambios tecnológicos, revoluciones sociales y cambios políticos actuaron desordenadamente hasta cambiar la faz de la Tierra. Y sin embargo, las tendencias básicas de la economía mundial se han mantenido constantes en medio del cambio durante el cual las zonas indus- triales del planeta continuaron progresando a un ritmo más rápido que el de las más atrasadas en cuanto a evolución técnica y económica, ampliando la brecha entre ambos. Quizá, la mejor manera de evaluar la profundidad de esa inercia histórica del desequilibrio mundial, consiste en imaginarse la respuesta que habría dado un observador inteligen- te a principios del siglo, a la pregunta de cuáles serían los países más desarrollados del mundo se- tenta años después; es muy probable que, ese prematuro analista prospectivo —como se llamaría hoy— hubiera señalado casi todas las potencias r e a l m e n t e e x i s t e n t e s en la a c t u a l i d a d . Seguramente, dicho observador no habrá podido prever la magnitud del cambio, las guerras que de¡ vastarían a Europa ni la aparición de la energía atómica, pero es muy probable que hubiera señala- do a los Estados Unidos como una potencia futura y
  • 16. 18 que hubiera supuesto el mantenimiento de una ra- zonable primacía económica para el Viejo Continen- te. Tampoco cabe duda que habría agregado a Rusia en la lista de futuras potencias. El gigante del Este de Europa —dominado en aquel entonces por un go- bierno absolutista— no parecía llamado a ser el primer país donde triunfase una revolución comunista, pero sus potencialidades naturales y humanas eran de tal magnitud que todos los exper- tos le asignaban un gran porvenir. En cambio, es bastante difícil que nuestro imaginario observador de principios de siglo hubiera mencionado a Japón entre los países con futuro en el concierto internacional. En parte, la causa de esa omisión sería el desprecio tradicional de Occidente por el continente asiático: en parte porque aquel país ofrecía todavía una imagen mili- tar y feudal bastante diferente a los elementos que comenzaban a identificarse en Occidente como símbolos de progreso y desarrollo. Es cierto que en 1895 Japón había vencido militarmente a China y que en 1905 derrotaría a Rusia, ocupando la pe- nínsula de Corea y formando una zona de influencia económica en Manchuria. Pero todavía se trataba de victorias contra potencias de segundo orden. En Europa, esos movimientos se interpretaban a veces como un símbolo del "despertar" de un país, pero que a lo sumo se usaban para señalarlos como contraste con el estancamiento chino; pocos se atre- verían a suponer una evolución importante del Japón a partir de aquellas victorias. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Tokio se hizo conocer nuevamente como una potencia través de las acciones a que lo llevaron sus ambiciones anexionistas y su esfuerzo militar y por primera vez enfrentó agresivamente a las principales potencias occidentales. La respuesta aliada fue aplastante: más de dos millones de muertos entre militares y ci- viles, la destrucción del 40% de las ciudades, del 30% de las instalaciones industriales, del 30% de las centrales térmicas, del 58% de las refinerías, del 80% de la flota naval. La mayor parte de la in- fraestructura económica y social había sido re- ducida a polvo por los bombardeos sistemáticos que culminaron con el lanzamiento de la bomba atómica
  • 17. 19 sobre Hiroshima y Nagasaki. La ocupación nor- teamericana de posguerra va a ejercerse sobre un país completamente desvastádo que intenta cerrar dificultosamente sus heridas. Nuevamente, es difícil que en aquel entonces alguien hubiera supuesto un futuro siquiera pasa- blemente bueno para el país que se había titulado orgullosamente "Imperio del Sol Naciente''. Los empresarios norteamericanos recuerdan ahora con profunda frustración que uno de los funcionarios económicos enviado con las fuerzas de ocupación les aconsejaba no invertir capitales en Japón: según el banquero J. Dodge, la economía del archipiélago no ofrecía ninguna posibilidad atractiva, ni a corto ni a largo plazo. Los norteamericanos se caracterizaron his- tóricamente por su capacidad para distorsionar en más las perspectivas potenciales de su propia nación, y para distorsionar negativamente las posi- bilidades de los demás. Su autocentrismo nacional y su escasa visión histórica, les jugarían esta vez una mala pasada, haciéndoles perder la oportunidad que les ofrecía el derecho de guerra y la ocupación mili- tar del país. Tardarían bastante en enterarse de su error. Entre 1945 y 1952, Japón evolucionó como un apéndice de la política norteamericana en el Sudeste Asiático. Esta se basaba en algunos criterios fun- damentales; desde el principio de la posguerra, los Estados Unidos se fijaron como objetivo preservar al país de la amenaza comunista, fortaleciendo las instituciones democráticas y apoyando la rehabili- tación económica. Ellos exigieron y lograron la aplicación de una profunda reforma agraria, llama- da a tener gran importancia en el proceso posterior, e impusieron la disolución de los enormes cartels empresarios reforzados en el período de guerra. A partir de 1950, la guerra de Corea provoca un auge en la economía japonesa y la perspectiva de un cambio de fuerzas en la región que decide a los Estados Unidos a otorgarle la independencia política. Hacia 1955, Japón logra alcanzar o superar los ni- veles de preguerra en todas las ramas productivas i m p o r t a n t e s . Los o b s e r v a d o r e s p r e d i c e n
  • 18. 20 una reducción del ritmo de crecimiento. Todavía nadie se atreve a ser demasiado optimista respecto al futuro económico del país. El gobierno comienza entonces a desarrollar planes para impulsar la acti- vidad económica hasta lograr un éxito totalmente inesperado en su política: entre 1955 y 1961 el pro- ducto bruto crece a una tasa anual de 14,2%, una ci- fra que coloca al país como al de más rápido crecimiento del mundo, en una época en que otras naciones se enorgullecían de la tasa de desarrollo del 7 u 8%. La tasa de desarrollo es equivalente a una tasa de interés compuesto, y su mantenimiento en el tiempo provoca resultados sorprendentes; con 14% anual del crecimiento del producto bruto un país duplica su actividad económica en sólo cinco años, pero precisa casi 15 años si la tasa baja al 5% anual. Japón iba a demostrar prácticamente el significado de estos cálculos. Para alentar a los empresarios a invertir de manera que continúe el auge económico, el gobierno prepara lo que parece ser un ambicioso plan de desarrollo para el período 1960-70. Ese plan tiene el curioso mérito de marcar la última ocasión en que las previsiones para el futuro japonés resultan in- feriores a la realidad. Los objetivos previstos para cumplirse en una década se alcanzan prácticamente en los primeros 4 años debido a la magia multiplica- dora de una tasa de crecimiento más alta de la propuesta, y ya en 1964, se hace necesario preparar nuevos planes con metas más elevadas. El plan demasiado optimista de 1960 resulta ser demasiado pesimista apenas 4 años después. El ritmo de crecimiento resulta tan acelerado que, entre 1955 y 1969, el producto bruto trepa de 270 dólares por cabeza a una magnitud de 1.630, alcan- zando los promedios correspondientes a los países desarrollados. En términos relativos, el ingreso per cápita, que era sólo 11% del norteamericano en 1955, salta a 35% del mismo en 1969. Las expectativas para éste año suponen que llegará al 50% del país más rico del mundo. Por la magnitud del producto total, Japón ha superado a todos los países de Europa Occidental tomados individualmente, y se coloca tercero en el orden mundial. Los actuales desórdenes monetarios y la
  • 19. 21 consiguiente revaluación del yen que se ha ido pro- duciendo en estos años, hacen suponer que en términos reales el desarrollo japonés podía estar — incluso— subvaluado. En efecto, como el ingreso por cabeza de cada país se obtiene dividiendo el valor calculado en su moneda interna por la coti- zación del dólar de la misma, resulta que el casi 30% de revaluación del yen respecto del dólar producido en los últimos 18 meses (agosto 1971-febrero 1973) ha aumentado el ingreso nacional del país en esos mismos términos; incremento que se agrega al de su continuo desarrollo económico. El éxito económico ha transformado el pesimismo de otras épocas en un optimismo generalizado e irrefrenable. En el exterior,.los expertos mundiales en una ciencia que no tiene expertos —la prospecti- va— ubican al Japón como la "potencia del siglo XXI" ; en el interior, los programas nacionales del país tienen como objetivo nada menos que alcanzar o sobrepasar a las dos grandes potencias en una serie de ramas productivas. Lo está logrando. La producción de acero llegó a 93 millones de toneladas en 1970; es decir que sus equipos siderúrgicos arro- jan el doble de la producción alemana y casi cuatro veces la producción inglesa. En la industria naval, Japón ha estado botando nada menos que la mitad de la producción mundial de barcos. En la electró- nica su avance parece incontenible; ya duplica la producción de los Estados Unidos en receptores de radio y está alcanzando una ventaja igual en tele- visores y equipos para el hogar, buena parte de los cuales son arrojados en el mercado ávido de aquel país. En la industria automotriz bate records como en un i carrera; superó las unidades producidas por Italia en 1963, por Francia en 1964, por Gran Bretaña en 1966 y por Alemania en 1967. Ya hay muchos que se preguntan cuándo alcanzará a los Estados Unidos cuyas usinas arrojan nada menos que 10 millones de unidades anuales. Toyota, la principal empresa de automóviles del Japón, anunció orgullosa que venció a Volkswagen en septiembre de 1971, colocándose tercera detrás de los dos gigantes: General Motors y Ford: la segunda empresa japonesa (Nissan) parece haberse conformado hasta ahora con superar a las demás empresas
  • 20. 22 mundiales hasta colocarse en el quinto puesto. Acero, mecánica, industria pesada, electrónica, pero también química y plásticos, cámaras fotográ- ficas y relojes. La estrategia industrial del Japón abarca ramas diversas y triunfos múltiples en la competencia internacional. Su evolución lo ha colocado ya en una situación especial en cuanto a ni- vel de desarrollo económico. En esta época en que todo el mundo habla de " m i l a g r o s " y adjudica ese calificativo al crecimiento económico de cualquier país que muestra una coyuntura significativamente buena, sería necesario encontrar otro adjetivo para aludir al único milagro económico que mantiene constante su crecimiento económico durante décadas en torno al 10% anual. El asombro de los investigadores de todo el mundo ha llevado a una producción de libros explicando ese fenómeno, que ya se acumulan en las estanterías con un ritmo "a la japonesa", y de los cuales éste es un pálido ejemplar; es que nadie alcanza a comprender claramente las raíces del proceso o a aceptar las explicaciones simplistas de los fabricantes de recetas aplicables a todo tiempo y lugar. Para los norteamericanos en su pragmatismo ingenuo y simplificador, la respuesta parece muy simple: ellos hablan de "Japan Corporation", aludiendo de un solo golpe mediante esa fórmula feliz, al espíritu de empresa y a la unidad revelada por aquel país para alcanzar ciertos objetivos denominados nacionales. Pero los nombres y slogans, por ingeniosos que sean, no alcanzan a satisfacer las necesidades in- telectuales de explicarse ese fenómeno particular. Para los argentinos, en especial, la explicación de- bería contener algunos de los elementos que pueden servir como un modelo para nuestro país, no para adoptarlo como tal, sino para replantear las estra- tegias propias. Con ese fin es conveniente analizar en detalle algunos de los aspectos salientes de la evolución económica e industrial del milagro japonés.
  • 21. La estrategia industrial del Japón A pesar del desarrollo económico e industrial experimentado por el Japón antes de la Segunda Guerra Mundial, la estructura de su economía se parecía apreciablemente a la de los países en etapas medias de desarrollo de la actualidad. El país pro- ducía acero y también barcos y equipos, pero su industria principal era la textil que, además de abastecer el mercado interno, proveía la mayor parte de las divisas generadas por las exportaciones al resto del mundo. En efecto, la producción de los diferentes artículos textiles aportaba el 31% del pro- ducto industrial, y sus ventas al exterior llegaron a significar el 57,4% del total de las exportaciones del país entre los años 1934 a 1936. Ya entonces, la bara- tura de la mano de obra era considerada el elemento principal para vender a buen precio en el exterior, puesto que las exportaciones de materias primas eran escasas debido a la falta de recursos naturales suficientes en el territorio nacional. La guerra, al destruir la mayor parte del equipo productivo existente, dio al país la ocasión de elegir un nuevo camino de desarrollo económico no limita- do por una estructura tradicional. A partir de enton- ces, la industria textil, típica de las primeras etapas de la industrialización de un país atrasado, se
  • 22. 24 recuperó, trabajando en un medio económico distin- to y sin volver jamás a ocupar su posición pri- vilegiada anterior. Su participación actual en la producción industrial sólo alcanzaba un 8,5% del to- tal en los últimos años y a un 15% en lo que respecta a valor de las exportaciones; de estas últimas, por otra parte, un volumen substancial corresponde a la producción y exportación de tejidos sintéticos en reemplazo de los productos tradicionales, productos que ya no se ajustan exactamente a las caracterís- ticas de la industria textil clásica. El ocaso relativo de la industria textil japonesa indica por contraste, los caminos seguidos por el desarrollo económico e industrial de aquel país en las últimas dos décadas de expansión acelerada. Después de la guerra, el crecimiento económico se concentró en las industrias químicas, metalúrgicas y de maquinarias, que habían alcanzado a aportar —ya en 1957— al 55% del valor total añadido por la industria manufacturera. Durante la primera déca- da del despegue japonés, el desarrollo se basó en la industria pesada, aún en detrimento de las indus- trias de bienes de consumo; luego, aproxima- damente a partir de 1957, también comenzaron a crecer con intensidad estas últimas ramas, pero apoyadas de tal manera en el crecimiento ya logra- do por las primeras que se logró la evolución armó- nica del sector industrial en su conjunto. Actual- mente, la economía industrial japonesa se basa en una industria pesada plenamente desarrollada que permite y facilita la expansión de las nuevas ramas industriales que surgen continuamente. La industria llamada pesada —y en especial la de acero y de construcción de maquinaria— tiene la ventaja de que a partir de ella se pueden construir los equipos a instalaciones para realizar cualquier otra industria. Su existencia permite la autonomía de decisiones del país que la posee e impulsar la evolución industrial en forma relativamente in- dependiente del aprovisionamiento de los mercados del exterior; es decir, de posibles situaciones oligopolistas de la oferta así como de posibles es- trangulamientos en el balance de pagos, ambos con efecto de "frenado" sobre la dinámica industrial. Fin la prioridad acordada a la industria pesada - y
  • 23. 25 probablemente sólo en eso— el desarrollo japonés de posguerra se asemeja a las vías seguidas por la Unión Soviética a partir de 1930, cuando Stalin impuso, a través de los planes quinquenales, el desarrollo de la industria básica a costa de la indus- tria liviana y de la postergación de los productos de consumo más o menos prescindibles. La Unión Soviética se vio obligada a tomar esa decisión ante la imposibilidad de abastecerse en el mercado mundial por el "cerco sanitario" que le tendieron las grandes potencias, y la situación permanente de enfrentamiento —frío o directo— con ellas. En el Japón, la decisión parece haber tenido objetivos generales de independencia nacional, siguiendo el mismo camino ya recorrido por los países avanza- dos, que no provenían de un apremio directo, pero sí de una experiencia histórica de un siglo de supedi- tación a Occidente. En virtud de las condiciones existentes en el mercado mundial, donde los precios se fijan por el predominio de la oferta de bienes de los países in- dustrializados, la industria pesada difícilmente pue- de aparecer como rentable en las etapas de su surgimiento. Las categorías del mercado conspiran contra ella a través de los beneficios comparados que ofrecen las distintas ramas industriales; ésa es una de las razones por la que la industrialización comienza en general por la industria textil u otras que se presentan como más redituables. Pero se ha insistido poco sobre el hecho de que todas esas industrias se pueden instalar antes que las otras si un país está ligado al mercado mundial donde se producen los equipos y máquinas necesarios; que la industria puede nacer-"al revés" en un país sub- desarrollado en base al aprovisionamiento de equipos del exterior, en base a la existencia de una industria proveedora fuera de las fronteras nacionales y a la ligazón económica con ellas. En el caso de la Unión Soviética, la ruptura de los contac- tos comerciales dejó poco lugar a los mecanismos del mercado que fueron reemplazados por decisiones de las jerarquías gubernamentales; en e Japón se resolvió mediante políticas que permi tieran disminuir la influencia del mercado mundial o actuar sin considerar sus datos económicos.
  • 24. 26 Ambos debieron comenzar entonces por las indus- trias de base. Para el logro de esos objetivos, naturalmente, aunque en menor medida que en la URSS, el Estado japonés tuvo que cumplir un rol preponderante en el proceso económico, favoreciendo las industrias deseadas mediante créditos y medidas proteccionis- tas así como ayudando en la creación del mercado necesario para sus productos. Los créditos, los subsidios, las barreras adua- neras, son eficaces para instalar una industria, pero no suficientes. Una de las condiciones básicas es un mercado adecuadamente dimensionado para absorber sus productos. La falta de ese mercado es uno de los grandes problemas que deben resolver los países medianos y pequeños que tratan de llevar adelante un proceso integral de industrialización. Japón tenía ciertas facilidades que le permitieron avanzar rápidamente en ese sentido, debido a sus características estructurales. Una de las primeras medidas importantes de la política oficial de apoyo a la industria siderúrgica (consciente o no) parece haber sido el plan de mo- dernización ferroviaria encarado a mediados de la década del 50. Japón cuenta con la particularidad de una red ferroviaria muy densa t y relativamente importante respecto a su territorio.que se desarrolló a fines del siglo pasado para vencer los obstáculos a la comunicación impuestos por sus cadenas monta- ñosas, cuando no había otros medios conocidos de transporte masivo. En la posguerra, las líneas fueron nacionalizadas y el gobierno preparó un ambicioso plan de remodelación y modernización ferroviaria basado en el abastecimiento de la indus- tria nacional. Por el tipo de sus instalaciones, los ferrocarriles son un mercado capaz de absorber cantidades ingentes de material siderúrgico. Una parte es consumida en la forma de laminados y pie- zas más o menos simples, como los rieles y las vigas para puentes y estructuras; otra es incorporada en los equipos utilizados como material rodante, en especial locomotoras y vagones. La renovación ferroviaria impulsaba así la industria mecánica pesada paralelamente con la siderurgia; al misólo tiempo, la decisión de electrificar algunas lineas
  • 25. 27 claves favoreció a la industria de equipos eléctricos pesados. El plan de reactivación ferroviaria fue el primer plan de largo alcance preparado por el go- bierno japonés, cuyo éxito en asegurar a la industria un mercado abundante y estable tuvo sin duda un impacto considerable en las decisiones posteriores. Los proyectos se establecieron, siguiendo una tra- dición nacional, de común acuerdo entre el gobierno y los industriales japoneses. El primero indicaba su disposición a desarrollar ciertas ramas de la economía nacional y la forma de lograrlo y las segundas preparaban sus planes de inversión en función de las condiciones previstas. Los planes establecidos en esa época entre el go- bierno y los industriales japoneses se fijaron como objetivo permanente desarrollar su industria con las técnicas más modernas y adaptándolas a las si- tuaciones especiales de su economía, Una política que fue seguida, en general, con pocas vacilaciones. Por eso, a principios de la década del 60, estaban en condiciones de tender una nueva línea férrea con alardes de avanzada respecto a la técnica mundial. En ella, los trenes circulan a una velocidad de crucero de 210 dilómetros por hora, sin pasos a nivel en todo el trayecto, y ofreciendo comodidades excepcionales —desde aire acondicionado hasta una cabina telefónica para comunicarse automá- ticamente desde el tren en marcha con cualquier abonado en todo el país. El tren une el centro de la ciudad de Tokio con el centro de Osaka, un trayecto de poco más de 450 km. en alrededor de 3 horas incluyendo todas las paradas intermedias; sus servicios le permitieron desplazar no sólo a la competencia carretera sino incluso al avión. Las normas de seguridad y de control de este servicio no son menos notables que las de confort. Un sistema eléctrico controla la velocidad de los trenes, para evitar errores del conductor; otro in- forma permanentemente a una cabina central en Tokio la posición de cada tren sobre la vía mediante una indicación sobre un tablero luminoso que registra en escala toda la instalación. Los controles permanentes dé vías, cables, instalaciones, etc., permiten eliminar hasta el más pequeño detalle perturbador del servicio. En este caso parecen ha-
  • 26. 28 ber obrado asimismo criterios de prestigio en el orden mundial y el deseo de demostrar la capacidad técnica de la industria japonesa para usarlo como argumento eficaz en el logro de nuevas expor- taciones. También debía influir el interés de desarrollar nuevos aspectos de la industria mecánica y eléctrica que se veían reclamados para llevar adelante la construcción de la línea. El desarrollo ferroviario no constituyó un hecho aislado de la economía japonesa puesto que el go- bierno fomentó en todas las formas los transportes masivos de pasajeros, que son fuertes clientes de la industria de bienes de capital. La red subterránea de Tokio, en plena expansión, está destinada a ubicarse en pocos años como la primera del mundo por su longitud; también se están construyendo fe- brilmente otras líneas subterráneas en Yokohama, Nagoya, Osaka, Kobe y Sapporo. El kilometraje de nuevas líneas inaugurado anualmente supera en mucho al de los demás países avanzados y sigue ofreciendo salidas a una industria cuyo desarrollo y experiencia le permite desde hace unos años encarar exportaciones de magnitud. Los técnicos japoneses están además ofreciendo sus servicios en el exterior en el proyecto y construcción de líneas férreas y subterráneas, donde han conseguido ponerse a la vanguardia mundial. Curiosamente, y en contraposición a la experien- cia de los demás países avanzados de Occidente, al mismo tiempo que se promovía el desarrollo del transporte masivo de pasajeros, se contenía el surgimiento del transporte automotor y la misma producción de automóviles. En primer lugar, el go- bierno logró ese efecto no destinando fondos para la construcción de carreteras ni otorgando facilidades para dichos vehículos; a eso se agregó la total falta de incentivos acordados a la industria automotriz. El panorama comenzó a cambiar recién a principios de la década del 60, cuando el creciente desarrollo de la industria pesada reclamaba la apertura de nuevas industrias consumidoras de sus productos. Entonces la producción automotriz surgió con ritmo incontenible hasta ocupar un puesto de vanguardia en la producción industrial. Quizás una com- paración con nuestro país marque claramente la di-
  • 27. 29 ferencia de situaciones significativas para visuali- zar la diferencia de políticas y de efectos logrados en cada caso. En 1962, en virtud de los decretos promocionales de pocos años antes, la Argentina armaba (más que producía) unos 100.000 automó- viles de pasajeros y Japón alcanzaba la cifra de 270.000 unidades; la producción por cabeza fa- vorecía entonces a nuestro país puesto que Japón tiene 100 millones de habitantes. En cambio, en 1971, Argentina apenas había conseguido duplicar su pro- ducción mientras Japón alcanzaba la meta ines- perada, una década antes, de 2 millones dé automóviles, ubicándose en el segundo puesto en el ranking mundial. Dos conclusiones básicas se pueden extraer de esta experiencia; una referida a las ventajas de instalar una industria como la automotriz en un me- dio no integrado verticalmente hacia arriba —hacia la producción d£ los insumos básicos— y la segunda en cuanto a la forma de evaluar la relación deseada entre ahorro y consumo, puesto que la modificación de esa tasa lleva a contradicciones entre las exigencias de la evolución industrial y las de los di- ferentes grupos sociales que se proponen el consumo inmediato. Gracias a que desarrollaron primero la industria p e s a d a b á s i c a ( a c e r o , equipos, m á q u i n a s herramientas) los japoneses pudieron desarrollar con rapidez una industria automotriz capaz de competir eficazmente en el mercado mundial: pro- duciendo simultáneamente con la misma calidad y con precios inferiores a los de sus competidores externos. Antes de cubrir el mercado nacional, ya se podían lanzar a la exportación y, por ejemplo, en la costa oeste de los Estados Unidos, los.automóviles japoneses protagonizaron una verdadera invasión, desplazando a sus competidores con un ímpetu pocas veces visto en la industria. Detrás del programa de devaluación del dólar y de la tasa aduanera del 10% anunciada por el Presidente Nixon el 15 de agosto de 1971, en una declaración de guerra económica que conmovió al mundo, se en- cuentra en buena parte el fulgurante éxito del pe- queño Toyota en las autopistas norteamericanas, avanzando a una velocidad tal que sólo parecía posi-
  • 28. 30 ble frenarlo mediante la intervención gubernamen- tal. Los industriales japoneses consiguieron salvar la diferencia de cambio, que se redujo en 18% entre el yen y el dólar y siguieron vendiendo sus coches más pequeños a unprecio inferior a la cifra mágica de 2.000 dólares en el mercado norteamericano. En el momento de escribir estas líneas, una nueva crisis del dólar que se traduce en otra revaluación del yen demuestra que Detroit no puede competir todavía con sus poderosos rivales del exterior pese a las ventajas logradas en el llamado Acuerdo Smith- soniano. Como consecuencia de haber relegado la industria automotriz durante un largo plazo los japoneses tienen todavía un stock de vehículos relativamente reducido respecto a la población; y todavía ahora, pese al formidable salto de los últimos años, el número de automóviles por habitante es inferior en aquel país que en la Argentina. Mientras nosotros consumimos satisfechos el más caro de los bienes de consumo durables, destinando a su producción una importante magnitud de recursos económicos es- casos, los japoneses, con un ascetismo digno de consideración, se desplazan mediante transportes públicos a medida que trepan los peldaños que los convierten en potencial mundial. Ellos lograron ampliar sus plantas hasta llevarlas a la magnitud necesaria para aprovechar las economías de escala, y supieron exportar 1 los excedentes para evitar sentirse frenados en su expansión por la tasa más modesta de crecimiento de la demanda interna. Todo lo contrario ocurrió en nuestro país debido, por un lado, a su deficiente estructura industrial, y a la falta de una política previsora al respecto, por el otro; y esas fallas se hacen dolorosamente evidentes cuando se las compara con el modelo industrial japonés. La ineficiencia de la producción básica argentina se revela en los cálculos que afirman que los bienes y equipos producidos en el país cuestan alrededor de un 30% más que el promedio internacional ; por esa razón, nuestra tasa de ahorro del 20% del ingreso nacional se ve reducida a un 14% en términos de precios internacionales. En contraposición, los
  • 29. 31 bienes industriales japoneses cuestan de un 40 a 50% menos que el precio internacional. De esa manera el ahorro de aquel país se ve multiplicado por la economicidad de su producción nacional de equipos; no por eso dejaron de lado la importancia absoluta del ahorro y es de destacar que la formación de capital fijo no ha dejado de crecer en términos absolutos: de 21% del producto nacional en 1955, ella ha alcanzado el récord internacional de 36,5% del producto en 1969. Si se tiene en cuenta que el produc- to bruto se ha multiplicado durante ese lapso, se llega a la conclusión de que la masa de ahorro ha crecido en forma absoluta en magnitudes im- presionantes para los observadores acostumbrados a una evolución más pausada del desarrollo económico. Para resumirlo en pocas palabras, puede decirse que uno de los secretos del éxito de la economía japonesa consiste en las opciones adoptadas para su desarrollo industrial. En primer lugar, el desarrollo de las industrias básicas, con un mercado garanti- zado por una planificación estatal a largo plazo y el apoyo financiero y normativo necesario que evitó la influencia del mercado mundial; luego, sobre esa base, el desarrollo de las ramas de bienes de consumo apoyadas en el aprovisionamiento de la industria pesada. En todos los casos, las industrias se desarrollaron con las técnicas más modernas y la mayor productividad, en condiciones óptimas respecto a las observadas en el mercado mundial. La postergación del consumo de cierto tipo de bienes favoreció el proceso de industrialización y permitió incrementar la inversión en forma absoluta y relati- va, sentando las bases de una economía capaz de sa- tisfacer los nuevos requerimientos que le eran efectuados. Es conveniente insistir, como se verá más adelante, que el costo social de estas medidas fue enorme y este texto no trata de justificar sino de analizar el modelo japonés. En cambio, puede se- ñalarse que el modelo consumista aplicado en la Argentina no sólo retrasó el desarrollo nacional, sino que ni siquiera favoreció a los sectores más necesitados que viajan cada vez peor en los transportes masivos de pasajeros, por ejemplo,
  • 30. 32 mientras un grupo "privilegiado" se enloquece so- bre las carreteras saturadas de vehículos indivi- duales que impactan por su diseño externo, mucho más atractivo que sus posibilidades reales de medio de movilización.
  • 31. La evolución de las grandes ramas industriales El viajero que llega a Tokio se asombra con frecuencia al encontrar frente a él una torre que parece una copia exacta de la famosa torre Eiffel que caracteriza a París. Cuando se le señala esa similitud a los japoneses, ellos se contentan con responder que hay algunas diferencias de estruc- tura y que la suya tiene una ventaja importante: es varios metros más alta que su similar francesa. Quizás esta anécdota sea representativa del espíritu que anima a los habitantes del archipiélago nipón y que podría resumirse corno una disposición a copiar lo existente, pero mejorándolo en algo. Esa parece haber sido una de las claves del crecimiento indus- trial del país. Ya se ha visto que Japón no era un país técnicamente avanzado en los primeros años de la posguerra. No tenía, como los alemanes, la capaci- dad suficiente para desarrollar una tecnología propia en todas las ramas de la producción indus- trial ; en cambio, sí la tenía para seleccionar las me- joras técnicas disponibles en el mercado mundial con el objeto de implantarlas en el país. Desde 1949, los industriales japoneses comenzaron a escudriñar atentamente la oferta de tecnología en el mercado mundial y a firmar masivamente contratos de licencia con los centros empresarios del exterior: el
  • 32. 34 número de esos contratos alcanzaba a 1.670 a fines de 1961. La importancia de esas compras de co- nocimientos pueden apreciarse mejor por medio de los costos que ellas representaban al país. Los pagos abonados por ese concepto pasaron de 20 millones de dólares en 1955 a 120 millones en 1961; pero los industriales japoneses no se detuvieron y los años siguientes vieron un salto igualmente impresionante en los pagos de divisas originados en compra de tecnología, que en 1970 llegaban a 413 millones de dólares. Al mismo tiempo, se comenza- ba a notar una leve mejora de la balanza de pagos tecnológica como consecuencia de la creciente venta al exterior de licencias japonesas, producto de la política de desarrollo de la tecnología nacional so- bre la base de los conocimientos avanzados que se iban incorporando a la industria en expansión. Japón ha realizado un esfuerzo considerable para asimilar la tecnología extranjera mediante la compra de patentes y la formación de equipos técnicos, asegura el "Libro Blanco Sobre Ciencia y Tecnología" editado por el Gobierno en 1970. Ahora esa política ha llegado a un límite y la creciente equiparación de la tecnología japonesa con la extranjera hace cada vez "menos novedosa y atractiva" su importación. La compra de conocimientos en el exterior no es una política buena ni mala por sí misma. Todo depende del tipo de tecnología que se compre, del precio que se pague y del uso que se le de'en el país. Japón compró tecnología a precios relativamente adecuados? aprovechando una situación particular del mercado internacional y cuando la brecha entre los conocimientos nacionales y los grandes centros del exterior era tan grande que toda incorporación de conocimientos extranjeros tenía un fuerte efecto multiplicador en la economía local. Pero, a medida que avanzó en la adquisición de conocimientos, se encontró con diversas dificulta- des. En primer lugar, que los conocimientos más especializados se encuentran a veces en poder de una sola firma que no está dispuesta a venderlos o que demanda por ellos un precio exagerado res- pecto a su utilidad. La estrategia de numerosas grandes firmas internacionales consiste en buena
  • 33. 35 medida en utilizar el control exclusivo de sus paten- tes como argumento para realizar beneficios en to- dos los países, ya sea mediante el comercio o la inversión directa y no están dispuestos a venderlas a bajo precio a posibles competidores. Por eso la compra masiva de tecnología, fácil de realizar durante los primeros estadios del desarrollo indus- trial, no puede continuarse cuando se llega a los ni- veles más sofisticados. En segundo lugar, los indus- triales japoneses comenzaron a encontrar fuertes rechazos de las firmas occidentales a venderles sus patentes, cuando éstas descubrieron que ese negocio daba paso a formidables competidores que se volca- ban en sus propios mercados. La arremetida comercial japonesa —sobre la cual se trata más adelante— daba justificación a los temores más lógicos como a los más irracionales de los negocios del mundo entero. Por último, el costo en divisas de la tecnología importada comenzaba a tener un peso considerable sobre la balanza de pagos del país y demandaba medidas para contenerlas, ya sea me- diante una reducción de las mismas, ya sea por una compensación con exportaciones equivalentes de patentes japonesas. Por todas esas razones, las perspectivas guber- namentales consisten en alentar las inversiones en investigación y desarrollo dentro mismo del país. Esa política se apoya con ventaja en las1 consecuencias de los criterios utilizados his- tóricamente por los industriales y el gobierno japonés; porque las compras de patentes no fueron el resultado de una actitud pasiva tendiente a reci- bir como tales los productos de la investigación en el exteror, sino un esfuerzo serio para utilizarlos en favor del desarrollo económico nacional. Japón es precisamente el único país que ha importado tec- nología adaptándola a sus posibilidades nacionales hasta crear una industria de vanguardia apoyada por expertos capacitados para continuar el proceso en forma sostenida. La experiencia histórica, cuando no la teoría, demuestran que un país no puede importar ningún bien productivo en forma positiva si no cuenta con un caldo de cultivo adecuado para que fructifique con el tiempo. Las críticas que se hacen en los países
  • 34. 36' subdesarrollados a la tecnología extranjera consisten muchas veces en destacar que ella no se adapta a las necesidades y posibilidades del merca- do local, sin comprender que esa adaptación puede, y en general, debe hacerse en el país mismo. Ningún receptor de tecnología puede aprovecharla íntegramente si no tiene el personal calificado para seleccionarla primero y para adaptarla después. La gran ventaja japonesa consistió precisamente en su capacidad para llevar adelante esa doble política. Los resultados pueden apreciarse en cierta medi- da a través de los datos sobre la evolución indus- trial. La productividad de la mano de obra aumentó a razón del ritmo casi increíble del 10 por ciento anual en los últimos años. Consecuentemente, el producto por obrero se multiplicó tres veces y media entre 1955 y 1970; un índice más que elocuente de las posibilidades productivas de la economía moderna. El gobierno no estuvo ausente tampoco en ese desarrollo. El poderoso Ministerio de Industria y Comercio (conocido por sus siglas MITI) y que personifica la continuación de esa curiosa relación empresario-estatal que caracteriza al país, fue el organismo que controló y coordinó el proceso de adopción de tecnología. El fue el primero eñ el mundo en crear un registro permanente y completo de la tecnología disponible en el mercado inter- nacional, sus características y costos. Cada vez que un industrial japonés desea firmar un contrato de licencia debe recurrir al MITI,quien le dirá si esa tecnología es la más avanzada disponible y si sus costos son adecuados; de más está decir que una respuesta negativa implica la prohibición de firmar el contrato... y el MITI, que controla los créditos, las licencias y las normas industriales, tiene el poder suficiente para hacer imponer su opinión sobre el empresario rebelde. Aunque no se refiere directamente a la tecnología, es importante señalar que el gobierno prohibió en la mayoría de los casos la compra de marcos o diseños que implicasen una erogación de divisas sin bene- ficio aparente para la economía local. De esa manera, el mercado japonés fue por mucho tiempo uno de los más protegidos del mundo por cuanto no se veían en él la mayoría de las grandes marcas
  • 35. 37 internacionales que imponen sus nombres en todos los letreros luminosos del planeta. El gobierno supo distinguir prematuramente en este sentido lo que muchos otros gobiernos ignoraron: la diferencia entre compra de conocimientos relevantes y compra de activos comerciales, cuyo valor sólo se puede justificar en función de la apertura del mercado internacional y de los beneficios que se logren a través de él. El MITI es también el organismo encargado de regular la dirección de la actividad industrial. Ese ministerio se ocupó con ese objetivo de centrar la compra de tecnología en las industrias básicas, donde Japón ha logrado ahora un puesto de avanza- da. Un caso típico, pero que puede extenderse a otras industrias, es el de la producción siderúrgica, que está imponiendo su propio ritmo a la actividad a nivel mundial. Los japoneses no tenían una gran experiencia en la actividad y apenas habían supera- do antes de la guerra el escalón mínimo de produc- ción; luego se pusieron a la vanguardia en la aplicación de nuevos conocimientos y, en especial, fueron los primeros en adoptar masivamente los nuevos procedimientos para producir acero en hornos básicos de oxígeno. Hoy son la única po- tencia industrial que produce todo su acero con esa técnica. También aquí la desaparición casi comple- ta de la industria debido a los bombardeos, les permitía encarar nuevos proyectos partiendo de las mejores técnicas y sin preocuparse por las ins- talaciones existentes que estaban reducidas a cha- tarra. Los Estados Unidos, en cambio, al igual que los países europeos, mantienen todavía equipos e instalaciones de preguerra —mucho menos produc- tivos— y que ya no existen en Japón. Por supuesto, que el desarrollo de la producción llevó a todos los países a incorporar nuevas plantas con nuevas técnicas, pero esas plantas se agregaron a las existentes mucho más antiguas. En cambio, en Japón toda la industria es nueva y además, moder- na. Las nuevas técnicas obligaron a aumentar el nivel mínimo de las economías de escala necesaria, y nuevamente los industriales japoneses marcaron el
  • 36. 38 paso; ahora están construyendo plantas de acero integradas de una capacidad mínima de producción de 4 millones de toneladas de acero, ubicadas sobre el mar para reducir los fletes de transporte de ma- terias primas así como el costo de los productos terminados que se ve muy influido por ellos. Las modificaciones en la técnica naviera que llevaron a cabo les permite recibir el mineral de hierro de Australia, procesarlo y enviar el acero a los Estados Unidos, donde llega, después de haber recorrido tres continentes, a un precio inferior del producido localmente. La última innovación consiste en la incorporación de computadoras a la producción; ya hay 372 unida- des ayudando a aumentar la planificación y el control de la industria del acero. Japón ocupa ahora el tercer lugar por el volumen de la producción dentro de la siderurgia mundial, apenas detrás de ios Estados Unidos y la URSS,a los que espera al- canzar en breve. Hace un par de años logró un primer éxito en ese sentido al organizar la compañía privada más grande del mundo en la actividad. El nacimiento en 1969 de la New Nippon Steel Co., pro ducto de la fusión de dos empresas existentes, dio lugar a un gigante cuya producción supera a la arro- jada por la famosa U. S. Steel. El objetivo de los japoneses consiste siempre en arrebatarle su lugar al primero, en competir en toda la línea; el criterio de una auténtica potencia mundial —como diría un geopolítico. El tamaño de una compañía es sólo un índice de los fenómenos de industrialización, porque el crecimiento de la producción siderúrgica japonesa fue realmente espectacular. Antes de la guerra ha- bía llegado a producir en total 7 millones de tonela- das anuales, una cifra irrisoria en comparación con la correspondiente a las potencias occidentales. Luego consiguieron recuperar el mismo nivel de producción en 1951, pero esa vez no se detuvieron allí. En 1960 alcanzaban los 22 millones de toneladas producidas par-i saltar, en 1970, a la magnitud fa- bulosa de 93 millones (Estados Unidos y la URSS pujan por el primer puesto con aproximadamente 120 millones de toneladas cada uno). En 1971, la aguda contracción del mercado inter-
  • 37. 39 nacional y sus ^repercusiones sobre la economía nacional, impidieron que la industria alcanzara la cifra mágica de 100 millones de toneladas, pero ya nadie tiene dudas que Japón será el primer produc- tor mundial en pocos años, dada su tasa vertiginosa de crecimiento en relación al semi-estancamiento de los principales productores. Uno de los inconvenientes de las estadísticas es que no siempre sirven para visualizar la magnitud de ciertos procesos. Por eso parece conveniente poner en perspectiva ese avance vertiginoso me- diante algunas comparaciones más cercanas a nuestros marcos de referencia. La producción de to- da la América Latina alcanzó en 1971 a 14 millones de toneladas; es decir que Japón, que en 1960 ya pro- ducía una cantidad mayor de acero que toda nuestra parte del continente, amplió su capacidad instalada en una década en cinco veces más que toda la existente en América Latina. Para una com- paración todavía más familiar, basta decir que nuestro país alcanzó recientemente los 2 millones de toneladas de acero, luego de largos años de esfuer- zos que algunos denominan la "batalla de acero" ; Japón instaló una capacidad igual cada tres meses. Y ese ritmo lo mantuvo en forma constante durante una década. La victoria en la siderurgia llevó a otra victoria en la industria naval. Los astilleros japoneses superaron a todos los demás países en la producción de barcos, arrojando en los últimos años nada menos que la mitad del tonelaje botado mundial- mente. También allí se pusieron a la vanguardia del progreso técnico desarrollando tanto nuevos mo- delos como nuevas formas de producir barcos. Ellos son los creadores de los superpetroleros que están comenzando a surcar los mares, los promotores de los nuevos buques de transporte de minerales y los creadores de un sistema de armado semistandardi- zado que permite reducir apreciablemente los tiempos y costos de la producción. De la misma manera que en la industria naval y siderúrgica, los japoneses comenzaron comprando las licencias existentes en la industria electrónica para ponerse luego a la cabeza de la producción en ese ramo. Ellos no inventaron el transistor, pero
  • 38. 40 tienen el mérito de haber logrado su aplicación comercial en forma masiva. Luego de varios siglos, están repitiendo al revés la historia de los des- cubrimientos asiáticos que se convirtieron en base de la supremacía occidental. Pero los nuevos conocimientos no los transportan los viajeros curiosos sino las empresas de alcance mundial. Marco Polo ha sido reemplazado por la gran cor- poración y el ritmo de cambio se ha acelerado vertiginosamente. Apenas dos décadas después del descubrimiento occidental del transistor, los japoneses son los principales productores y exporta- dores mundiales de receptores de radio y de tele- visión en negro y color, así como de los sucesivos productos que desarrolla la industria con vistas al consumo masivo. Todo ocurre como si los japoneses fueran avan- zando industria por industria para ocupar el primer puesto en el rango mundial. Por ejemplo, ni bien ha- bían asentado su producción en las ramas men- cionadas, comenzaron a desarrollar vigorosamente la producción de cámaras fotográficas. En 1960, sus plantas arrojaron 1.800.000 unidades al mercado; en 1970 habían llegado a las 5.800.000 unidades de todo tipo. Las exportaciones de 1971 ya absorbían la mi- tad de la producción y totalizaban nada menos que 120 millones de dólares. El embate japonés obligó a los productores europeos tradicionales a tomar serias medidas de defensa para no ser desalojados definitivamente del mercado. Algunas de ellas re- flejaban casi el pánico ante la imposibilidad de competir ; su respuesta a veces se resumía direc- tamente en el cierre de la planta y otras mediante el traslado de la producción a los países de mano de obra de bajo precio del Sudeste Asiático, pero siempre levantando barreras aduaneras en sus mercados locales. Y sin embargo difícilmente se pueda decir que lograron recuperar la tranquilidad. La voz de alarma de los fabricantes europeos clásicos de productos de precisión, se difunde ahora entre los fabricantes suizos de relojes, porque ese parece ser el nuevo campo elegido por los japoneses: 6 millones de unidades producidas en 1955; 13 en 1960; 50 millones en 1970. Las
  • 39. 41 progresiones resultan fantásticas por sus ritmos. Las exportaciones de relojes (11 millones de unida- des en 1969) proveen de 95 millones de dólares al país. En Suiza crece la preocupación de los medios oficiales y privados. Sólo una vigorosa reorgani- zación de la industria relojera de los cantones —to- davía semiartesanal y distribuida en un enorme número de pequeñas empresas— podrá frenar la competencia del nuevo gigante asiático y su produc- ción en cadena caracterizada por la aplicación de tecnología ultramoderna. Como en otros casos ya mencionados, los primeros relojes japoneses eran prácticamente copiados de los occidentales; ahora acaban de anunciar un reloj electrónico sin muelle, cuya exactitud sería tal que sólo arrojaría una di- ferencia de tiempo de un segundo en un siglo y que los colocaría a la vanguardia de la industria. Los ejemplos pueden continuarse, pero la morale- ja resulta clara. Importando tecnología foránea seleccionada por su precio y calidad, adaptándola en forma creadora y avanzando sabiamente rama por rama, a lo largo del espectro industrial, desde la producción de medios de producción hasta la de pro- ductos de consumo masivo, los japoneses lograron crear un poder industrial sin precedentes por su dinámica y modernismo. Ahora su industria puede competir orgullosamente con cualquier otra, en casi todas las ramas ; y en buena parte de ellas, lleva las de ganar. La estrategia industrial, que aquí se ha resumido a los elementos fundamentales, no explica por sí sola el milagro japonés; una serie de otras variables interviene eficazmente en esos logros y será anali- zada en los capítulos siguientes.
  • 40. La estrategia exportadora La avalancha exportadora japonesa sobre los mercados mundiales logro', en un lapso muy breve, imponer una serie de productos y marcas nuevas en los mayores países del globo; la presencia de esas mercancías ayudó a generar el mito de que el desarrollo económico de esa potencia asiática se basó, principalmente, en la actividad de expor- tación. En realidad, la energía irradiada hacia el exterior por aquel país no fue más que la consecuencia lógica de su vertiginoso crecimiento en todos los campos de la producción, aunque no ca- be duda que su éxito tuvo un papel destacado en la solución de los problemas del estrangulamiento externo. Las restricciones de la balanza de pagos, que comenzaron a principios de la década de los años cincuenta, fueron superadas rápidamente gracias a la exportaciones hasta plantearlas a un nuevo nivel muy superior en los años recientes, en que se enfatizan los problemas estratégicos respec- to a los económicos. Paralelamente, ese éxito sirvió como pocos para convencer al mundo entero de que había surgido una nueva potencia industrial. El crecimiento de las exportaciones japonesas alcanzó el ritmo medio casi increíble de 16% por año a lo largo de la década de los sesenta, que le permi- tía duplicar su magnitud absoluta cada cuatro años y medio. De un total de 2.000 millones de dólares en
  • 41. 44 el año 1956, ellas alcanzaron los 19.000 millones en 1970, convirtiendo al país en uno de los principales exportadores del mundo. Su participación relativa en el comercio mundial creció, en consecuencia, del 2,6% del total en 1957 al 4,8% en 1965,para trepar hasta el 6% en 1970. En ese último año sólo tres grandes países lo superaban por el volumen de sus exportaciones: los Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña, aunque no son demasiado extremas las posibilidades de que alcance un segundo puesto en un futuro próximo. Pese a ese salto gigantesco, la importancia del comercio exterior japonés es relativamente peque- ña. El mismo es inferior, respecto a su producto interno, que el observado antes de la guerra, y de menor importancia que el correspondiente a la mayoría de los países industrializados. La proporción de las exportaciones respecto al produc- to bruto interno era del 20,8% en 1931 con una estruc- tura económica y una orientación de las expor- taciones muy diferente de la actual. Luego de la guerra, dos" tactores intervinieron para reducir violentamente sus operaciones con el exterior,uno de origen interno, debido a la dislocación de su base industrial como resultado del conflicto, y otro de origen externo, centrado especialmente en la pérdi- da de todas sus colonias del sudeste asiático. A partir de 1950, el comercio exterior comenzó a aumentar lentamente y, en 1960, las exportaciones alcanzaban a ser un 12,8 del producto interno. Luego tendió a bajar para establecerse en un valor de alre- dedor del 12% en los últimos años. En comparación, Alemania Occidental exporta el 19% de su producto bruto, igual que el Canadá, mientras un país peque- ño como Holanda —para el que las exportaciones son vitales— llega a una proporción del 33%; solamente los Estados Unidos, debido al enorme peso de su mercado interno, tienen una relación ne- tamente inferior a la japonesa (que oscila alrededor del 4% de su producto bruto). Contrariamente a una creencia extendida en Occidente, el éxito de las firmas japonesas en el extranjero es en buena parte función de una elevada demanda interna. El análisis de los diversos casos, muestra que pocos empresarios se lanzaron a L'
  • 42. 45 producción en serie de aquellos productos para los que no existía previamente un mercado disponible en el interior del país, y sólo después comenzaron a buscar nuevos horizontes. En la industria, desde los paraguas hasta los transistores, el desarrollo tuvo como objetivo satis- facer el mercado nacional en plena expansión, como consecuencia de la mejora en el nivel de vida, o de la demanda gubernamental, o del aumento de la po- blación; y las exportaciones comenzaron generalmente con algunos años de retraso respecto al primer gran impulso industrial. Algunos casos sintomáticos son bien representati- vos de la situación. Se ha señalado recientemente que, pese al avance de los artículos basados sobre el transistor—donde tiene una primacía indiscutible— la industria electrónica japonesa no ha logrado hasta ahora producir una buena máquina grabadora para dictado en oficinas. La razón parece ser muy simple; la escritura japonesa, que mantiene los símbolos tradicionales de épocas lejanas, no es apta para la utilización eficiente de una máquina de escribir; en consecuencia, es muy escasa la utili- zación de las máquinas existentes (que requieren un doble movimiento vertical al mismo tiempo que horizontal para satisfacer las necesidades de representación de la infinidad de signos que com- ponen su alfabeto) y menos aún el trabajo de dac- tilógrafas o estenógrafas. Esa anomalía del lenguaje escrito oriental ha impedido hasta ahora el desarrollo adecuado de equipos de oficina que ya son corrientes en Occiden- te y ha frenado el desarrollo de las exportaciones en ese sector. La falta de una demanda interna ha sido en diCi.a línea la causa principal de la dificultad para encauzar la producción hacia el mercado exterior. Los datos sobre la importancia de la demanda interna no deben tomarse en forma absoluta, sino como indicativos de, las relaciones entre el mercado exterior y el interior. Más aún, la relación de las exportaciones con el producto bruto no refleja la proporción correcta de su importancia económica, salvo para análisis muy limitados. En efecto, a me- dida que una economía se vuelca hacia el sector
  • 43. 46 servicios, la importancia de las exportaciones respecto al producto bruto puede decrecer mientras mantiene su valor respecto a la producción indus- trial. Por eso conviene comparar la importancia del comercio exterior respecto a la producción de las di- versas ramas industriales, donde se notan diferen- cias significativas de participación. Las expor- taciones japonesas de hierro y acero, por ejemplo, equivalen al 20% de la producción total del sector y una proporción similar se encuentra para la rama de producción automotriz. Estos parecen ser los porcentajes más altos de participación del comercio exxerior en la industria japonesa, al menos para sus ramas más significativas; en las demás ramas su proporción es mucho menor. En la industria electró- nica se reduce al 15% de la producción total, y para la química sólo alcanza a un pobre 7%, pese a que las exportaciones de productos químicos se mul- tiplicaron por diez en la última década, hasta llegar por sí solas a un valor de 1.200 millones de dólares en 1960. Prácticamente todas las exportaciones japonesas corresponden a bienes industriales con excepción de algunas ventas menores de maderas y productos agrícolas. Además, sus ventas están concentradas en productos de hierro y acero, maquinaria y transporte, y otras ramas tecnificadas como la electrónica y la química. Las características de sus exportaciones definen con nitidez los mercados a los que deben dirigirse, que son especialmente los países en vías de industrialización o los países ya desarrollados de Occidente. En particular, las ex- portaciones a los Estados Unidos, que se destacan como mercado natural para el Japón por su posición geográfica, abarcan nada menos que el 30% de sus ventas al exterior. De esa manera, aquel país se ha convertido en principal cliente de la industria nipona; un honor que la nación más grande del mundo no está muy conforme de disponer y frente al cual ha tomado una serie de medidas restrictivas y de control. Los norteamericanos comenzaron comprometien- do a los japoneses, mediante diversos medios de presión para que mantuvieran un sistema de cuotas máximas de participación en el mercado estadouni-
  • 44. 47 dense para una serie de productos, de manera de evitar una competencia que parece ruinosa para sus propias industrias que se encuentran a la defensiva desde hace tiempo frente a los menores precios japoneses. Ahora también exigen a Japón, además, que les compren más mercaderías para equilibrar la balanza comercial desfavorable con este país. Durante largo tiempo los industriales japoneses encontraron posible sortear las restricciones nor- teamericanas con una cuota inagotable de astucia; en el caso de la siderurgia, aceptaron limitarse en tonelaje a 10% del mercado estadounidense para de- dicarse inmediatamente a enviar aleaciones de mayor valor que les permitieron tomar un 16% del mercado en dólares, manteniendo la restricción en volumen. Como en la historia de aquel que se presentó ante el rey vestido y desnudo al mismo tiempo, los industriales japoneses cumplen al pie de la letra sus compromisos, pero se preocupan de que esa letra no afecte el desarrollo efectivo de sus negocios. Pero, últimamente, la ofensiva del go- bierno de Nixon ha tomado un carácter global que hace cada vez más difícil la penetración comercial. En una reunión con el premier japonés, el Presi- dente Nixon lo comprometió a que su país importe mercaderías norteamericanas adicionales por un valor de mil millones de dólares para compensar el déficit de su balanza comercial. El gobierno de Tokio aceptó aparentemente esperando desarmar en parte los dispositivos de control que encuentra en su avance, aunque no parece que esta vez lo haya logrado. A los sistemas de cuotas de importación y la amenaza permanente de imponer considerables tarifas aduaneras, se agrega la devaluación del dólar combinada con exigencias y presiones para la revaluación del yen; en un año y medio la paridad entre ambas monedas se ha visto modificada en na- da menos que 30% en perjuicio de las exportaciones japonesas. Sin embargo, las mercancías del in- dustrioso pueblo de Oriente siguen entrando a precios competitivos a los mercados nor- teamericanos; el porqué de ese milagro es algo que preocupa a numerosos estudiosos y cuya solución no parece fácil.
  • 45. 48 Desde que los Estados Unidos comenzaron su política de limitaciones de las mercaderías ja- ponesas, en Europa se encendieron las señales de peligro; es probable —decían— que Japón busque descargar en el Viejo Continente los productos que ya no encuentren colocación en el mercado americano. A diferencia de los Estados Unidos, Europa tiene una barrera natural que es la gran distancia a que se encuentra del Lejano Oriente y el costo de transporte; tiene asimismo una política proteccionista organizada que facilitaría el rechazo de ciertos productos si el Japón intenta penetrar con ímpetu en sus mercados y todas las declaraciones indican que está alerta, temerosa y preparada para aplicarla. Los impedimentos comerciales planteados por Estados Unidos, así como las perspectivas plantea- das en Europa, están haciendo reflexionar lar- gamente a los dirigentes de Tokio sobre su futura estrategia comercial. Los avances hacia China y la URSS, que están ya superando la timidez de los primeros pasos, forman parte de su búsqueda en pro de un nuevo equilibrio en sus relaciones econó- micas. Pero todavía esos mercados no son suficien- temente importantes para Tokio; sus exportaciones a los países del bloque comunista apenas superaron los mil millones de dólares en 1970, un escaso 5% de sus operaciones totales. De ellas, la mitad fue a China Popular, y el resto a la URSS y los demás países del Este de Europa. Las posibilidades reales que ofrecen esos mercados recién se conocerán dentro de unos años y es muy difícil hacer predic- ciones por el momento, aunque pueden señalarse algunas características. El mercado más lógico y fácil para Japón, es el de China, pero ese país es demasiado pobre todavía como para absorber una cantidad considerable de mercaderías; la única posibilidad a corto plazo consistiría en que Pekín pudiera entregar alguna materia prima requerida por su poderoso vecino a cambio de máquinas y equipos. En la URSS, Japón compite ya con los Estados Unidos por la explotación de las riquezas mineras de Siberia, donde se ve desfavorecido por
  • 46. 49 los acuerdos políticos y estratégicos de las dos superpotencias. En el Este de Europa, en fin, además de la distancia debe superar la competencia de Europa Occidental que está organizando desde hace varios años su penetración económica y financiera de la región y goza de toda una superestructura ya instalada a tal éfecto. El último gran mercado disponible para Japón es el del sudeste de Asia, donde algunos pueblos se están industrializando rápidamente apoyados en una población abundante y dispuesta u obligada a trabajar por un salario escaso; las posibilidades de acción en esa región se facilitan por las contradic- ciones políticas mundiales que ofrecen un amplio margen de maniobras económicas a los más osados. Para ello, las ventas japonesas a las Filipinas, por ejemplo, son apenas inferiores en valor a las que efectúa a los mercados de Alemania Occidental o de Gran Bretaña; y las exportaciones a Corea del Sur son muy superiores a aquéllas. El avance japonés se ve facilitado por su mejor conocimiento de la mayor parte de los países de la región respecto al demostrado por las potencias occidentales, y en algunos casos sus avances fueron notables; en varios mercados nacionales lograron ya desplazar a los Estados Unidos para convertirse en el principal proveedor. ¡ La tercera potencia industrial del mundo y la primera de Asia, parece seguir el mismo camino de expansión que intentaron sus ejércitos en la década del treinta; pero ahora bajo la forma de una in- vasión pacífica realizada con mercaderías a bajo precio en una zona donde la presencia militar norteamericana es predominante y donde fenó- menos como el comunismo chino han cambiado sus relaciones internas de poder. Pero el éxito del Japón en el Sudeste Asiático sólo será coyuntural si esos países no se desarrollan a un ritmo suficiente como para absorber una masa creciente de sus mercan- cías, io que no parece muy probable; en caso con- trario, el país deberá encontrar nuevos mercados o modificar su política de crecimiento. Antes de analizar este último problema es con- veniente conocer otros elementos de la estrategia
  • 47. 50 japonesa; para ello falta cerrar el estudio de la ofensiva exportadora con el de los grandes com- binados de comercio exterior.
  • 48. í El abastecimiento de la mano de obra Todo proceso de desarrollo obtiene un ritmo acelerado cuando al aumento de la productividad logrado por la inversión industrial se agrega un incremento absoluto de la población trabajadora. Para el primer elemento hace falta una cierta magnitud de ahorro entre otros condicionantes; para la segunda, una reserva potencial de mano de obra de suficiente importancia y en condiciones tales que pueda ser absorbida a lo largo del proceso. Esta última experiencia se ha repetido de una manera u otra en los distintos países que pasaron por un proceso significativo de desarrollo. Los países "nuevos" como Estados Unidos, el Canadá y en cierto momento la Argentina,lograron esas masas necesarias de trabajadores mediante la atracción dé inmigrantes europeos con la oferta prometedora de progreso y bienestar en propor- ciones muy superiores a las existentes en Europa, principal emisora de población en el siglo XIX y primeras décadas del actual. En otros países el proceso se logró a través de formas más o menos combinadas. La URSS utilizó la casi inagotable masa de trabajadores que le pro- veía la organización de una agricultura arcaica y sobrecargada de campesinos que, a partir de 1930,
  • 49. 52 emigraban ordenadamente hacia las ciudades para movilizar los gigantescos complejos industriales que surgían al amparo de los planes quinquenales. La Italia de posguerra supo utilizar, en un medio de empresa privada tutelada por el Estado, las reservas de población del Sur menos desarrollado que migraron al Norte cuando comenzó el auge industrial. Muchos de esos emigrantes continuaron su viaje hasta Suiza o Alemania en la medida en que aquellos países ofrecían condiciones mejores de salarios, pero otros quedaron para abastecer las crecientes necesidades de la industria nacional en pleno auge; actualmente, hasta el cine y la li- teratura están mostrando en forma creciente el impacto social y psicológico de esa gran trans- ferencia interna de gente, sobre el mapa demográfico de Italia. En Alemania Occidental, los primeros años de posguerra vieron el aflujo ininterrumpido de los ha- bitantes de las zonas ocupadas por las tropas sovié- ticas y cuyo número sumó varios millones antes que los controles aplicados —incluido el muro de Berlín— frenasen la sangría humana que amenaza- ba reducir a la nada el potencial demográfico de la República Democrática Alemana. Más tarde, el milagro alemán atrajo fácilmente los trabajadores de los países periféricos de Europa: los italianos del Sur se mezclaban con inmigrantes turcos y griegos, al mismo tiempo que los españoles se confundían con los portugueses que arribaban en masa para entrar a trabajar en las instalaciones industriales alemanas. Hoy se calcula que más del 10% de la mano de obra de ese país está formada por extran- jeros; en algunas ramas industriales la proporción sube hasta el 20%, porcentajes que ya llaman a la reflexión a los dirigentes sindicales y gubernamen- tales alemanes por sus profundas implicancias políticas y sociales. Asimismo, resulta casi ocioso recordar que el desarrollo de Francia se basó en los últimos años en la utilización de una enorme reserva campesina que se mantenía en el régimen arcaico de la pequeña propiedad desde antes de la Revolución Francesa y que comenzaron a movilizarse últimamente (unos 5 millones emigraron en los últimos diez años a los
  • 50. 53 centros urbanos); en el arribo de colonos franceses radicados en el exterior que decidieron regresar a su patria a consecuencia de la independencia de las colonias (dos millones retornaron solamente de Argeiia después de 1960); y al arribo de extranjeros, especialmente los de habla francesá, como la creciente inmigración árabe que llega del Norte de Africa (particularmente argelinos y tunecinos), escapando de la desocupación masiva de sus patrias de origen. Japón no escapó a esta regla aunque se ve someti- do a restricciones particulares. En primer lugar, no utilizó mano de obra llegada del exterior y parece difícil que eso pueda ocurrir. Ocupando un grupo de islas superpobladas con más de 100 millones de ha- bitantes que se extienden sobre una superficie in- ferior a la que cubre la provincia de Buenos Aires, Japón no puede elegir un crecimiento permanente de su población cuando hay signos evidentes de sa- turación en ciertas regiones. Esa es también una de las razones que lo llevan a insistir sobre la necesi- dad de aumentar la productividad de la mano de obra y que presionarán, sin duda, por un cambio futuro de la política económica, como se verá más adelante. Tradicionalmente el país fue un emisor de mano de obra que partía alternativamente hacia países nuevos o a producir en las colonias ocupadas por el Imperio. Los controles en los países de inmigración impidieron siempre establecer una corriente con- tinua de seres humanos como la lograda en ciertas épocas entre distintas regiones de Europa y de América; en cambio, luego de la posguerra, ese excedente potencjal de población que no encontraba hacia dónde dirigirse, sería absorbido por el intenso desarrollo económico del país. Las fuentes de la mano de obra para el desarrollo japonés de posguerra, provinieron de dos recursos diferentes, la agricultura y las pequeñas empresas, pero especialmente de la primera. Entre 1940 y 1955 la población activa ocupada en la agricultura mantuvo una participación aproximadamente constante en el orden del 42% de la población activa total. En un país de escasa superficie, esa cifra revela-
  • 51. 54 ba por sí misma la existencia de una superpoblación agrícola, incluso si la demanda nacional de alimentos reclamaba una explotación intensiva del suelo. Precisamente por esa causa, el despegue manufacturero y la consiguiente atracción de las ciudades promovió una rápida migración hacia ellas. En 1970, la población activa ocupada en la agricultura se había reducido al 17% del total; esa disminución significó el desplazamiento de unos 7 millones de campesinos hacia las actividades ur- banas en sólo 15 años, a las que arrastraron —sin duda en forma definitiva— a sus hijos, algunos de los cuales comienzan a entrar en el mercado de tra- bajo. Al mismo tiempo, no debe olvidarse que la expansión de la población activa es también, en cierta medida, un subproducto del crecimiento de la población registrada en los últimos años luego del boom de nacimientos de posguerra, que se produjo siguiendo un curioso fenómeno en todas las naciones que participaron en el conflicto. Actualmente, las proyecciones demográficas indican que la población seguirá creciendo hasta aproximadamente 1990, para detenerse posteriormente con eL consiguiente estancamiento en el aprovisionamiento de mano de obra nacional. La segunda fuente, de menor importancia numérica pero de gran importancia social, es la provista por las pequeñas empresas. En Japón hay infinidad de ellas ocupando una o dos personas que en total suman varios millones de trabajadores. En general, esos trabajadores están suficientemente calificados para el trabajo técnico y hacia ellos se dirigieron las grandes empresas para obtener el personal necesario. Aunque no hay datos concretos^ al respecto, parece que esas empresas fueron lleva- das por las condiciones del mercado a asumir el papel de preparar para la producción industrial a la mano de obra que^llegaba al mercado de trabajo. De esa manera, cumplieron un papel social de gran importancia, con escaso o ningún costo de inversión para el Estado o para las grandes empresas. En resumen, durante la primera década y media de progreso económico, la contracción de la agricultura y de la pequeña industria ofreció millones de hombres al desarrollo industrial. La