1. VALORES DE LA DEMOCRACIA
El pacto social y la soberanía popular
Los diferentes pueblos pueden tener diferentes valores, o bien, clasificarlos de manera distinta, dando lugar a los
varios tipos de moral que son modos históricos distintos de vivir la condición esencial humana. Las morales pueden
cambiar, los seres humanos pueden tener múltiples maneras de pensar sobre lo que llaman bueno o malo, valioso o
no valioso; lo que no cambia y es una característica permanente de la naturaleza humana es su necesidad de
distinguir y valorar éticamente. Lo que no cambia es este no ser indiferente, esta necesidad de elegir como
característica del ser humano y como motor de la creación de las diferentes morales.
Estas distintas morales o maneras de valorar se traducen políticamente en formas diversas de organización social,
por ello es necesario conocer los valores que inspiran cada forma de organización social, en este caso, la
democracia.
Desde la antigüedad poetas y pensadores han imaginado un estadio primitivo de la evolución humana en el que no
existían los lazos sociales. En estas circunstancias, meramente imaginarias, la pregunta sería: ¿cómo surge la
sociedad? La respuesta de algunos autores ya en la dirección de suponer un contrato o pacto que pone fin a la
soledad e indefensión del individuo aislado.
La teoría del contrato social está ligada a las teorías políticas antiabsolutistas, por ejemplo en John Locke (1632-
1704, filósofo inglés, teórico de la soberanía del pueblo y del régimen parlamentario; autor de Ensayo sobre el
gobierno civil) quien utiliza esta idea en defensa de los derechos del pueblo.
En el siglo XVIII, por influencia de Locke y otros filósofos ingleses, los temas del ser humano en estado de naturaleza
y del contrato social se utilizan contra el despotismo monárquico. Uno de los autores franceses más conocidos es
Jean Jacques Rousseau (1712-1778, autor de El contrato social y Emilé).
En El contrato social, Rousseau investiga el fundamento jurídico de la sociedad. Sostiene que el hombre nace libre y
esta libertad es inalienable, ya que dejar de ser libre es dejar de ser hombre. Por ello, el problema a resolver al crear
una sociedad es el de hallar una forma de asociación que defienda y proteja con la fuerza común, a la persona y los
bienes de cada uno de los miembros. En esta forma de asociación, el individuo, al unirse a todos, deberá continuar
tan libre como antes.
Para resolver este problema, nos dice, basta con que cada uno se entregue totalmente, con todos sus derechos, a la
comunidad. De este modo, dándose cada uno a todos, no se da a nadie. Y como no hay ningún asociado sobre el
que no se adquiera el mismo derecho que se le cede sobre sí mismo, se gana el equivalente a lo que se pierde, pero
se le añade la fuerza común para defender y conservar lo que se tiene.
Al sistema propuesto por Rousseau se le ha llamado despotismo democrático. Esto es así porque al ciudadano no le
queda ningún derecho, pero el poder absoluto radica en el pueblo. Por tanto, si el pueblo encarga a determinados
hombres las funciones de gobierno, este cargo será revocable por la voluntad general. En el ejercicio de su
soberanía debe considerarse al pueblo como un cuerpo con una voluntad única, misma que es siempre justa y
tiende a la utilidad pública, pues no sirve a intereses particulares.
Las ideas de Rousseau se vinculan, tanto con el despotismo democrático, como con la defensa de los derechos del
hombre.
LA DIGNIDAD, LIBERTAD E IGUALDAD
La dignidad
El concepto de dignidad se encuentra en diferentes tradiciones religiosas y filosóficas. En un principio hacía
referencia a la pertenencia a una posición dentro de la jerarquía social. Comportarse dignamente era comportarse
de acuerdo al propio rango.
La dignidad es pues el valor que conviene al ser humano, el que es distintivo de su especificidad. En la Oración sobre
la dignidad humana de Giovanni Pico Della Mirándola, humanista renacentista, dignidad se corresponde con
libertad y humanidad.
Kant vincula la dignidad a la condición racional del ser humano y por tanto, la dignidad es un valor independiente de
las condiciones sociales, el género, la edad o cualquier otra característica individual.
Para este autor, en el reino de los fines todo tiene un precio o una dignidad. Lo que tiene precio puede ser
2. sustituido por algo que sea equivalente, pero lo que está por encima de todo precio, aquello que no tiene
equivalente que lo sustituya, eso tiene dignidad.
La dignidad del ser humano consiste en que es un fin en sí mismo, capaz de darse sus propias leyes. Ese valor de la
dignidad exige el respeto, de tal modo que respeto y dignidad son correlativos, no se puede entender uno sin la
otra.
La libertad
La democracia en los estados contemporáneos se ve asociada, tanto al liberalismo, como al socialismo. En el primer
caso estaríamos hablando de la democracia liberal; en el segundo, de la social democracia. Para la tradición liberal
el concepto de libertad es central. En la filosofía política se utilizan dos conceptos de libertad: libertad positiva y
libertad negativa. La libertad positiva se refiere a que el sujeto es libre de orientar su voluntad hacia un objetivo y
de tomar decisiones sin estar determinado por la voluntad de otros ciudadanos, es la autodeterminación.
La libertad negativa se define como ausencia de impedimentos, o ausencia de constricción. Esta manera de
considerar la libertad está asociada a lo que las leyes permiten o prohíben hacer; se refiere a la acción del sujeto y
pone énfasis en el concepto de individuo. La tradición liberal es la que ha enfatizado esta noción de libertad, ya que
a partir de ella ha estructurado los derechos del individuo. De acuerdo a IsaiahBerlin (1909-1997, autor de La
inevitabilidad histórica y Dos conceptos de libertad), el concepto de libertad negativa está siempre asociado a una
noción moderna de los sujetos sociales que incluye los derechos civiles e individuales.
En la tradición liberal, desde Thomas Hobbes (1588-1679, autor del Leviatárí) hasta Jeremy Bentham (1748-1832), la
libertad negativa se ve asociada a lo que las leyes nos permiten o no hacer y presupone un equilibrio en la sociedad
entre la libertad y otros valores igualmente importantes, tales como la justicia, la cultura, etc. Pero la libertad se
considera como el valor prioritario, aquel que puede permitir el desarrollo de los otros valores.
Para John Stuart Mili (1806-1873, autor de Los principios de la economía política y Sobre la libertad), la libertad y la
democracia están directamente relacionadas, ya que considera que la vida social y el espacio privado, cuyos
ámbitos, no puede violar el Estado, han de ser compatibles. Muchos estados quieren reglamentar decisiones que
son propias de la vida privada como la religión que debemos adoptar, las costumbres propias de cada familia, etc.
De ahí que la posición liberal incorpore la defensa de los derechos individuales.
Por otro lado, la tradición vinculada con Jean Jacques Rousseau (1712-1778, autor de El contrato social y Emile),
pone el acento en la libertad para hacer, la libertad positiva. Esta tradición es la que se ha llamado republicana o de-
mocrática. Para Rousseau la libertad positiva es un estado civil en el que los miembros individuales forman una
"voluntad general", que no obedece a los otros, sino que en pleno derecho de su autonomía se dicta las leyes a sí
mismo, se autodetermina.
A principios del siglo xx los socialistas sostenían que gracias a la extensión del voto sería posible el cambio social por
la vía de la legalidad. Pero se enfrentan al reto de mostrar que es posible superar democráticamente al capitalismo.
Al paso del tiempo se puede decir que la socialdemocracia ha logrado promover la idea de que es necesario
legitimar todo poder político mediante procedimientos democráticos, pero con respecto a la superación del
capitalismo no ha tenido tanto éxito, pues a menudo la socialdemocracia ha coexistido con el capitalismo, por ejem-
plo en la España posfranquista gobernada por Felipe González.
Después de los años treinta, la izquierda europea se dio cuenta de la dificultad de conciliar la legitimidad política
con una situación económica de desempleo, pobreza y marginación social, por ello se dio un acuerdo entre las
fuerzas del capital y las organizaciones representativas del movimiento obrero, acuerdo en el que se respetaba la
acumulación del capital, pero se pedía una legitimación pública a través de las instituciones del Estado de
bienestar. Comprendieron que sin pleno empleo, sin igualdad de oportunidades, sin seguridad social, no era posible
integrar a los sectores populares en las instituciones democrático-representativas. Se inicia así el momento del
poder sindical.
La libertad de los individuos es inconcebible sin la libertad de todos, por ello debemos tener un particular interés en
la libertad de los demás, ya que nuestra propia libertad, en su realización efectiva, está en función de la libertad
efectiva de los demás.
La igualdad
La sociedad democrática es una sociedad de iguales, esto significa que todos los miembros tienen igual dignidad y,
3. por tanto, los mismos derechos fundamentales. Cada uno de ellos debe tratar a los otros como iguales y el Estado
tiene la misma responsabilidad de velar por el respeto a los derechos de todos y cada uno de Tos miembros de la
sociedad.
El concepto de igualdad no anula las diferencias entre los individuos, ya que se refiere sólo a la igualdad de
naturaleza en la que se funda la igualdad de derechos en la sociedad. Sin embargo, diversas teorías
contemporáneas de la igualdad nos hablan de algunas especificaciones de ésta, por ejemplo, la igualdad de
oportunidades, que se refiere básicamente al aspecto económico. La igualdad de oportunidades requiere que los
empleos, los préstamos, las becas y oportunidades educativas estén abiertos para todos. La idea general de la
igualdad de oportunidades es que la economía política de una sociedad abra los puestos a todos los que los
soliciten y que el único criterio de selección sea el mérito. De este modo, se evitaría que características personales
como la raza, el color de la piel, el sexo, la orientación sexual, la religión, etc., determinen la vida del individuo en la
esfera pública.
Un aspecto importante de la igualdad de oportunidades se refiere a las oportunidades educativas. La mayor parte
de las sociedades democráticas establecen niveles mínimos de educación accesibles para todos los ciudadanos.
La igualdad de oportunidades se expresa también en normas para las empresas, las escuelas, las universidades y las
instituciones gubernamentales en el sentido de ofrecer las mismas oportunidades a todos los miembros de la
sociedad; al menos formalmente, la igualdad de oportunidades está presente en las democracias modernas.
Sin embargo, las teorías de la igualdad de oportunidades tienen sus críticos como Rawls (autor de Una teoría de la
justicia y Liberalismo político, entre otros). Para este autor, la objeción central es que dichas teorías no tienen en
cuenta adecuadamente las circunstancias desfavorables de inicio, no sólo las sociales, sino también las naturales.
Por otra parte, piensa que las teorías de igualdad de oportunidades, amparadas en una supuesta justa competencia,
justifican el sistema existente y aceptan las amplias desigualdades resultantes. Por ejemplo, en la igualdad de
oportunidades, si se aceptan todas las solicitudes de empleo sin distinción de quién las haga, se puede creer que se
está procediendo de acuerdo a criterios de igualdad. Pero en el terreno de los hechos, aquellos solicitantes que por
circunstancias desfavorables de inicio, no han tenido oportunidades educativas de buena calidad, tendrán menos
oportunidades de lograr el empleo que quienes tuvieron acceso a mejores oportunidades educativas.
La igualdad democrática
La igualdad democrática sigue la norma de que los legisladores y los funcionarios públicos de alto nivel deben ser
nombrados a partir de elecciones democráticas. Todos los adultos en pleno uso de sus facultades pueden ser
candidatos a estos puestos de elección popular. Del mismo modo, todos pueden votar libremente por el candidato
de su preferencia. En una democracia, todos los votos cuentan lo mismo y prevalece la voluntad de la mayoría.
Todos los ciudadanos deben tener los mismos derechos a la libertad de expresión, asociación y práctica religiosa.
Desde sus primeras formulaciones, el concepto de igualdad se vincula con el de justicia y ha ido evolucionando
cerca de este ideal. La igualdad no es un hecho; desde la perspectiva política es un principio moral. A pesar de
compartir la misma naturaleza, los seres humanos somos diferentes. Por ello, la igualdad de naturaleza presupone
la diferencia.
El principio ético político de la igualdad no puede apoyarse en ninguna característica material. Su justificación
descansa desde sus orígenes en el reconocimiento mutuo de cualidades comunes valiosas, que partiendo de
hechos, se han convertido en derechos hasta llegar a los llamados derechos básicos, como la vida y la libertad como
condiciones para el mantenimiento y el ejercicio de la autonomía, así como el desarrollo de la persona.
Por otro lado, ha surgido un debate en torno a las relaciones justamente desiguales, que toma como referencia en
el terreno de los hechos, tanto a los méritos como a las necesidades.
El diálogo y el consenso
Para que la democracia logre sus objetivos se requiere de una educación cívica que nos ayude a prepararnos para
participar como ciudadanos en la vida democrática y para lograrlo tiene que ayudarnos a adquirir las habilidades y
las actitudes necesarias para actuar en sociedad de acuerdo a los valores democráticos, es decir, tiene que
ayudarnos a ser razonables. ¿Qué quiere decir ser razonable? a) guiarnos por razones; b) poder ver el problema
desde nuestra perspectiva y desde el punto de vista del otro; c) pensar en las consecuencias de nuestras acciones;
d) estar dispuestos a cambiar nuestros puntos de vista si encontramos otro que sea mejor.
4. Todas estas reflexiones tendrán que ser tomadas en cuenta cuando hablamos de la educación cívica. Por otro lado,
también en este caso nos damos cuenta de que somos responsables, en cierta medida, de la clase de sociedad en la
que vivimos. Nuevamente encontramos aquí elección y responsabilidad y, por tanto, libertad.
La comunicación entre los seres humanos, presupone y facilita el acuerdo. Por la comunicación, no sólo
compartimos experiencias y conocimiento, sino también actitudes, emociones, normas y fines. Por su parte, el
acuerdo que podemos lograr mediante una comunicación adecuada es una condición necesaria para la democracia.
La democracia es más que una forma de gobierno, es un modo de vida común y experiencia comunicada; posee un
sentido moral, más aún, es un ideal moral que consiste en la confianza en los seres humanos para generar juntos
fines y métodos para crecer ordenadamente. La democracia se nutre de la diversidad de perspectivas, del diálogo
abierto y de la búsqueda del consenso.
"La democracia comparada con otras formas de vida, es la única manera de vivir que cree s sinceramente en el
proceso de la experiencia como un medio y como un fin... La tarea de la democracia es por siempre la creación de
una experiencia más libre y más humana en la que todos participemos y a la que todos contribuyamos."2
El diálogo es una forma de discurso compuesta de argumentos que se orienta hacia la comprensión mutua y cuyo
fin puede ser persuadir a fin de llegar a acuerdos.
De acuerdo a JürgenHabermas (1929, filósofo alemán representante de la ética del-discurso, autor entre otros
libros de Teoría de la acción comunicativa, Identidades nacionales y postnacionales y El futuro de la naturaleza
humana), llegamos a acuerdos parciales, mediante diálogos en los que justificamos, convencemos, defendemos,
criticamos, explicamos, argumentamos, expresamos nuestros sentimientos y tratamos de interpretar los de los
demás. Pero, podemos lograr acuerdos más racionales si logramos un diálogo que siga ciertas reglas o
procedimientos que orientan a los participantes y facilitan la comprensión mutua. Para ello, presenta un modelo de
diálogo racional capaz de orientar las acciones políticas.
Este modelo tiene tres tipos de reglas. El primero requiere que los participantes en el diálogo hablen la misma
lengua, es decir, que sigan las mismas normas semánticas, por ejemplo, no contradecirse, usar los predicados de
manera consistente, que no se atribuyan diferentes significados a la misma expresión, entre otros aspectos.
El segundo grupo de reglas se refiere al deseo de los participantes de lograr un acuerdo. Estas reglas señalan que los
participantes expresan y defienden sólo aquello que consideran verdadero y respetan al interlocutor a pesar de no
estar de acuerdo en lo que dice, ya que reconocen su sinceridad y su deseo de llegar a un acuerdo. Este deseo de
alcanzar acuerdos presupone que los participantes no intentarán engañar, manipular ni confundir al otro.
El tercer grupo de reglas se refiere a los procesos de argumentación que los participantes siguen para alcanzar el
acuerdo. Los participantes en el diálogo tratan de convencer a los interlocutores de que tienen buenas razones para
preferir una solución sobre otra. Sólo la fuerza del mejor argumento debe tener el poder de hacer cambiar de
opinión a los participantes.
Este modelo de diálogo parte de la igualdad entre los participantes y la libertad de expresión. Todos aquéllos
capaces de participar deben ser incluidos, todos los participantes pueden cuestionar, argumentar o expresar sus
necesidades, deseos y puntos de vista. Ninguna fuerza externa o interna debe impedir que los participantes ejerzan
ese derecho, una de cuyas características principales es el derecho a disentir.
La protección de los derechos de las minorías
No hay una definición universalmente aceptada de las minorías y la palabra "minoría" tiene diferentes significados
en diferentes sociedades. Las Naciones Unidas han elaborado la Declaración de los derechos de las personas que
pertenecen a las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas, pero algunos grupos no desean ser clasificados como
minorías ya que no lo son, al menos numéricamente. Más aún, algunos grupos llamados minoritarios no son
homogéneos.
En la mayor parte de las sociedades contemporáneas existen grupos que podríamos considerar como minoritarios.
En algunos casos, como en el de nuestro país, estos grupos han formado parte de la nación desde su origen, pero
han-ido quedando relegados conforme el país avanza. Aquí es inevitable una pequeña reflexión sobre la justicia, ya
que la causa de la exclusión de estos grupos, especialmente los indígenas, se debe a la indiferencia que a lo largo de
la historia han mostrado, tanto las autoridades como la sociedad civil.
En otros países, en especial los más ricos, los grupos minoritarios están formados en su mayor parte por
inmigrantes procedentes de países más pobres, que han tenido que dejar sus hogares en busca de empleo.
Los grupos minoritarios tienen características que son diferentes a las de la cultura dominante, pero en muchos
5. casos mantienen fuertes lazos y semejanzas con los miembros de su propio grupo. Las características que los
miembros de los grupos minoritarios pueden compartir incluyen:
lenguaje
rasgos físicos
creencias y prácticas religiosas
costumbres y tradiciones
La tendencia general de la mayoría es la de discriminar a los miembros de estos grupos minoritarios, por ello las
instituciones democráticas deben encontrar mecanismos para garantizar la protección de sus derechos, incluyendo,
de manera especial, el derecho a ser diferente.
De acuerdo a algunos autores, el papel de las minorías en el desarrollo de las sociedades es importante. Ellos
impiden la masificación del pueblo al introducir elementos de novedad y diferencia que son esenciales para la
democracia, especialmente para las democracias nacientes.
La gran novedad del orden democrático es que ha de ser creado entre todos tomando como base la igualdad. Pero
la igualdad no es uniformidad; al contrario, es el supuesto que nos permite aceptar las diferencias, la rica
complejidad de los seres humanos. La igualdad como personas es impensable sin la consideración de las diferencias
que enriquecen todo orden social. De igual manera, el consenso es impensable sin el derecho al disenso.
La tolerancia y la paz
En un sistema democrático, la tolerancia consiste en una actitud deliberada que nos permite apoyar el pleno
derecho que todos los ciudadanos tenemos de expresar nuestras opiniones, practicar nuestras costumbres y
discrepar de otros. La democracia es un sistema que paradójicamente nos permite la igualdad y la diferencia. La
solución de esta paradoja depende de la tolerancia.
Los orígenes teóricos de la tolerancia se encuentran en la Carta sobre la tolerancia de 1689, escrita por John Locke
(1632-1704 también autor de Ensayo sobre el entendimiento humano y Primer tratado sobre el gobierno). Esta obra
se escribe como reacción a los horrores de la intolerancia religiosa que se desencadenó en el Renacimiento y, por
tanto, se refiere sobre todo a la tolerancia religiosa.
En su ensayo Sobre la libertad, John Stuart Mili, (1806-1873, autor de Los principios de la economía política y Sobre
la libertad) plantea una teoría plenamente moderna de la democracia. El autor liga la tolerancia al progreso de las
artes y de las ciencias, así como a la estructura política de cada país. A su vez, todo esto es propio de la naturaleza
misma de la democracia
La tolerancia es una acto de libertad mediante el cual se reconoce la libertad del otro, así expresado parece claro
que la tolerancia es un valor. Pero la práctica de la tolerancia ya no es tan sencilla y se hace necesario establecer
criterios de tolerancia, establecer los límites de la tolerancia. ¿Habrá que tolerar la violencia injustificada?, ¿la
esclavitud?, ¿el maltrato a las mujeres y a los niños?
La tolerancia activa y solidaria es difícil, pero es la que demanda la democracia. Exige nuestra intervención cuando
se violan los derechos' fundamentales y requiere humildad para aceptar que no somos poseedores exclusivos de la
verdad.
La tolerancia es el mínimo requerido para vivir en una comunidad cívica de ciudadanos dispuestos a escucharse
entre sí y a respetar las diferencias que, a la vez que nos separan, pueden ser una oportunidad para crecer.
El bien común y la solidaridad
Todas las comunidades, los grupos, las instituciones, persiguen fines propios basados en valores comunes. Los
individuos frecuentemente se enfrentan a la disyuntiva de elegir entre sus propios deseos, la satisfacción de sus
fines individuales y los fines que benefician a la totalidad de su comunidad. Los miembros de una sociedad que
representa una entidad colectiva, deben aprender a abrirse a los valores y fines propios de su colectividad y a
comportarse de manera que contribuyan a lograr el bien común; esto forma parte de la moralidad social orientada
a normar la conducta de acuerdo al interés de todos.
El bien de la colectividad no se reduce a la suma de los bienes de los individuos que la componen, ya que la
colectividad es una red de relaciones en la que cada componente ocupaun lugar específico, diferente al de otros. El
ordenamiento político requiere de una relación especial entre los miembros que constituyen la colectividad.
El bien común no se restringe al presente, incluye a los miembros de la colectividad que pertenecieron a ella en el
6. pasado y a los que pertenecerán a ella en el futuro. Los miembros presentes de la sociedad disfrutan de los logros
de los miembros del pasado y preparan beneficios para los miembros del futuro, dando continuidad a la
colectividad.
Por otro lado, el bien de la colectividad es una condición para la realización del bien de cada uno de sus miembros.
Por ejemplo, el desarrollo de un artista o de un científico sólo es posible porque existe un marco social de bienes
que permiten ese desarrollo: escuelas, universidades, institutos de investigación o de creación artística que han sido
fruto del esfuerzo colectivo. Pero, a su vez, los logros de este científico o artista, contribuyen a acrecentar el
patrimonio de la sociedad a la que "pertenecen, contribuyen al bien de todos. El bien común es bien del todo y bien
de cada uno de los miembros.
Además de la igualdad y de la tolerancia se necesita de un principio activo que impulse a las sociedades hacia el
logro del bien común. Este principio es el de la solidaridad, entendida como la ayuda mutua entre los miembros de
una sociedad. El bien del hombre se realiza por medio de la comunidad organizada, y la comunidad se organiza
mediante la ayuda mutua mediante el reconocimiento del deber que tenemos todos, primero para con cada
hombre tomado en forma particular, y en segundo lugar para con la comunidad como tal.
Muchos autores sostienen que el deber de solidaridad se extiende más allá de la comunidad propia, adquiriendo
una dimensión universal. Este deber de solidaridad se funda en el origen común y la igualdad de naturaleza de
todos los seres humanos, sea cual sea la comunidad a la que pertenecen. Esto nos obliga a buscar soluciones
constructivas que refuercen los lazos internacionales.
La educación para la solidaridad va desarrollando la costumbre de pensar en el bien propio en relación con el de los
demás, así como ver al mal de otros como algo que debo contribuir a solucionar. En el mundo contemporáneo, en
el que los medios de comunicación nos acercan cada vez a otras comunidades, se hace necesario fomentar también
la solidaridad internacional.