Todo empezó con mi padre Diego Cisneros, inspiración de este libro. En sus momentos de reflexión, cuando quedó inesperadamente apartado del día a día de los negocios, me pedía a menudo, junto a mi madre Albertina Rendiles, que procuráramos recuperar la historia de la familia para la posteridad. Un relato que él temía desapareciese. La aprensión de mi progenitor de incumplir su compromiso histórico tenía sus razones. Su núcleo familiar vivió una época de cambios forzados de residencia, cuyo itinerario empezó en La Habana a finales del siglo xix, pasando por breves permanencias en Cumaná y dos décadas de estancia en Puerto España, Trinidad, para finalmente asentarse en Caracas en 1928.
En las mudanzas se extravían objetos, papeles y fotografías; se confunden y esfuman recuerdos y memorias. Una vez en Venezuela, y por razones prácticas debido a sus obligaciones empresariales con Estados Unidos, donde se acostumbra un solo apellido, decidió acortar el suyo y terminar por llamarse Diego Cisneros en lugar de Diego Jiménez de Cisneros. Su hermano, mi tío Antonio José, por el contrario, conservó su apelativo completo. Mi padre cargaba este cercenamiento con cierta angustia en sus años de reposo, ya que sentía que la practicidad no solo se había llevado por delante un trozo de su nombre, legando a su descendencia por añadidura un apellido incompleto, sino también una parte importante de su historia.
Los Cisneros, historia de un movimiento de cuatro siglos
Los Cisneros: Rostros y rastros de una familia [1570 – 2015]- Introducción
1. PRESENTACIÓN
Todo empezó con mi padre Diego Cisneros, inspiración de este libro. En sus momentos
de reflexión, cuando quedó inesperadamente apartado del día a día de los negocios, me
pedía a menudo, junto a mi madre Albertina Rendiles, que procuráramos recuperar la
historia de la familia para la posteridad. Un relato que él temía desapareciese. La
aprensión de mi progenitor de incumplir su compromiso histórico tenía sus razones. Su
núcleo familiar vivió una época de cambios forzados de residencia, cuyo itinerario
empezó en La Habana a finales del siglo XIX, pasando por breves permanencias en
Cumaná y dos décadas de estancia en Puerto España, Trinidad, para finalmente
asentarse en Caracas en 1928.
En las mudanzas se extravían objetos, papeles y fotografías; se confunden y
esfuman recuerdos y memorias. Una vez en Venezuela, y por razones prácticas debido a
sus obligaciones empresariales con Estados Unidos, donde se acostumbra un solo
apellido, nuestro padre decidió acortar el suyo y terminar por llamarse Diego Cisneros
en lugar de Diego Jiménez de Cisneros. Su hermano, mi tío Antonio José, por el
contrario, conservó su apelativo completo. Mi padre cargaba este cercenamiento con
cierta angustia en sus años de reposo, ya que sentía que la practicidad no solo se había
llevado por delante un trozo de su nombre, legando a su descendencia por añadidura un
apellido incompleto, sino también una parte importante de su historia.
El rescate del apellido Jiménez de Cisneros se inicia con sus memorias, un
testimonio oral de invaluable utilidad. Con esa base informativa emprendimos un
rastreo acucioso en archivos de Venezuela, Cuba, Trinidad, Estados Unidos y España.
Esa indagación se llevó a cabo desde 1982, dos años después de su fallecimiento. La
inició el acreditado genealogista Antonio Herrera-Vaillant, quien consultó en ambas
orillas del Atlántico para obtener los datos de las ramas de la estirpe; siguieron los
profesores españoles Juan Torres Fontes y Manuel Amador González, quienes
dirigieron sendos equipos de archivólogos en Murcia y Puerto de Santa María. También
participó el historiador venezolano Álvaro García Castro, quien esclareció líneas
parentales e inspeccionó los anales de Cisneros de Campos. En paralelo se efectuó la
indagación de otras ramas familiares, una pesquisa que arrojó, entre otros resultados, la
grata sorpresa de que nuestras raíces venezolanas Bermúdez de Castro datan de 1670, lo
que equivale, a la fecha de hoy en 2015, a 345 años de presencia activa en Venezuela.
2. Producto de estas investigaciones son otros libros de la gesta familiar que
revelan el afán por documentar la historia de nuestros antepasados1
. Esta obra es la
continuación y recoge la historia de los Jiménez de Cisneros desde el siglo XVII y sus
vinculaciones con los Bermúdez de Castro, los Rendiles Martínez y los descendientes
de William Henry Phelps. Estas páginas son tanto o más relevantes y necesarias debido
a los tiempos de diáspora que corren, con 128 parientes, entre hermanos, sobrinos y
primos, viviendo hoy en día en Estados Unidos, México, Perú, Chile, España, Portugal,
Suiza y Dubái, a quienes agrego mis tres hijos y diez nietos.
Espero que este esfuerzo editorial sirva de inspiración a otras ramas del linaje
Jiménez de Cisneros de explorar e investigar su propio pasado. Los archivos están a la
disposición de cualquier miembro de la familia interesado en esta fascinante aventura.
Yo aspiraría a que nuestros hijos y nietos no solo absorban y aprendan de los legados de
luchas, éxitos y fracasos, sino que algunos de ellos, inspirados por esos quehaceres, se
dediquen a profundizar algunas vidas. No faltan personajes: Pablo de Hita y Salazar,
emparentado con la rama paterna de mi padre Diego Cisneros, valeroso hombre de
frontera en su papel de gobernador de La Florida española entre 1674-1680; Juan
Crisóstomo Bermúdez de Castro y Rodríguez Parejo, firmante del Acta de la
Independencia de Venezuela del 5 de julio de 1811 como diputado por la provincia de
Cumaná; y Manuel Bermúdez de Castro y Luces de Guevara, coronel de la
Independencia venezolana, dignos herederos del capitán Bernardo Bermúdez de Castro
y Caamaño, nuestro más remoto antepasado en Venezuela, quien desde España llegó a
Cumaná en 1670; William Henry Phelps, bisabuelo de mi esposa, empresario visionario
y ornitólogo de fama mundial, descendiente de los Phelps que llegaron a las costas de
Massachusetts en 1630, diez años después de los peregrinos del Mayflower. De especial
orgullo familiar es la vida de mi tía, la madre María del Carmen Rendiles Martínez,
fundadora de la orden de las monjas Siervas de Jesús en Venezuela, cuya obra dedicada
a la oración y la educación ha sido reconocida con el título de «venerable» por Su
Santidad el Papa Francisco en julio de 2013; un nombramiento crucial en el proceso de
beatificación y canonización, el cual sigue su curso regular en Roma.
1
El primero de ellos se tituló Diego Cisneros. Una vida por Venezuela (Bermúdez 1992). En la línea de
la historia empresarial, Pablo Bachelet, Gustavo Cisneros. Un empresario global (2005). Siguió La villa
de Cisneros de Campos (2007), un homenaje al terruño de los ancestros a cargo de Álvaro García Castro.
La obra supone la recuperación de la memoria histórica del poblado. El antecedente de esta publicación es
La saga atlántica de los Jiménez de Cisneros. De la villa de Cisneros de Campos al Nuevo Mundo (2011)
del historiador José Ángel Rodríguez.
3. Con la esperanza de que mis hijos, nietos y sobrinos se interesaran por sus
ancestros, no me he contentado con que la investigación concluyese en una
reproducción de un cuadro genealógico. Y fue así porque este recorrido de indagación
de nuestras raíces, el cual he seguido a lo largo de tres décadas como aficionado de la
Historia que soy, me ha llevado a concluir que el ADN de nuestra familia incluye
elementos definitorios de la modernidad como son la previsión de los cambios, la
innovación para provocarlos y la capacidad de resistencia para vivirlos y liderarlos.
Gracias a estos valores familiares, y a otros no menos vitales como la disciplina, la
perseverancia, el compromiso y orgullo por lo que hacemos y el amor por la libertad,
presentes desde nuestros más lejanos ancestros de Murcia en 1570, hemos podido
transitar por mares turbulentos, disfrutar de plácidas costas y compartir la convicción de
que nuestro destino ha sido y será el de seguir sembrando esa modernidad.
Como ya he revelado, esta aventura editorial comenzó con mi padre, por lo cual
este libro es un homenaje a su memoria. Con el paso del tiempo mi esposa Patty,
compañera en más de cuatro décadas, aliento constante en esta larga aventura del
periplo familiar, junto a nuestros tres hijos, se convirtieron en los estímulos más
potentes para completar la tarea. Guillermo, Carolina y Adriana aseguran la gran razón
de mi existencia y por ello les dedico las páginas que siguen. No olvido a nuestros diez
nietos, otra de las razones vitales de nuestra vida familiar: Sebastián, Catalina, Rodrigo,
Gustavo, Carolina, Clara, Federica, Santiago, Tomás Orinoco y Eva Luisa. Yo solo
espero que la historia familiar que sigue les recuerde, por un lado, nuestros valores más
genuinos y, por otro, les inspire a proyectarlos en sus quehaceres cotidianos por el bien
individual y colectivo.
No quiero terminar este libro sin dedicar unas palabras de gratitud a José Ángel
Rodríguez, animado compañero de travesía en un periplo tanto geográfico como
afectivo, quien realizó la última etapa de pesquisas en archivos y bibliotecas, cuando no
escrutando nuestras memorias.
Gustavo Jiménez de Cisneros Rendiles