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La figura intelectual de Henri de
Lubac recuerda en muchos aspec-
tos al cardenal Newman. No sólo
por ser un cardenal teólogo y un
hombre de fe, sino también por
ser un hombre de archivo y estu-
dio, y por haber cultivado muchas
y sinceras amistades intelectuales.
Por haber sido puesto en cuestión,
como Newman, generó y archivó a
lo largo de su vida una multitud de
diarios, apuntes y cartas. Con ellos
compuso su admirable Memoria en
torno a mis escritos (1981), en la que
cuenta la génesis de sus obras.
También dejó un conjunto de es-
critos biográficos sobre su infancia,
algunos retazos de diarios (entre
otros, del Concilio) y una inmensa
correspondencia. Tenía la virtud
de interesarse sinceramente por el
trabajo de los demás y de juzgarlo
con benevolencia, cosa no tan fá-
cil entre intelectuales. Este talante
intelectual tan acogedor le generó
muchas y buenas amistades con las
que mantuvo una amplia corres-
pondencia que se conserva: Blon-
del, Gilson, Maritain, Mouroux, en-
tre otros muchos.
INFANCIA Y FORMACIÓN
Henri de Lubac (1886-1991) nació
en Cambrai, pequeña ciudad de
unos cuarenta mil habitantes en el
vértice norte de Francia, cerca de
Lille. El apellido, como tantos en
Francia, era de origen noble y la
familia conservaba un château bas-
tante pequeño y desmejorado. Era
una familia católica y practicante
con 6 hijos. El padre trabajaba en
la banca; y por motivos profesiona-
les, pronto se trasladaron a Lyon.
Estudió el bachiller con los jesuitas
(1905-1913) y, al final, aunque ya se
había inscrito en Derecho, decidió
entrar en la Compañía.
Eran años difíciles en la Francia
republicana y laicista, y los jesuitas
habían trasladado su casa de forma-
ción a Inglaterra. Allí empezó el no-
viciado (1913). Fue movilizado para
la guerra del 14, donde consiguió
algunas heridas en sus largas pier-
nas y una condecoración. Además,
se le metió una esquirla de metralla
en el oído, lo que le produciría fuer-
tes mareos durante los siguientes
cuarenta años, hasta que pudo ope-
rarse. Siguió estudiando en Canter-
bury y en la pequeña isla Estado de
Jersey (1919-1923), en el Canal de
la Mancha. Lo recuerda como una
época dorada de descubrimientos y
amistades. Allí conoció la obra del
filósofo cristiano francés Maurice
Blondel, que le marcó profunda-
mente. En 1923, pudo visitarle y así
inició una amistad duradera y una
abundante correspondencia. Le
pareció un hombre de inmensa pa-
ciencia, que hablaba pausadamente
(y escribía como hablaba).
APOLOGÉTICA Y TEOLOGÍA
Blondel había mostrado los lími-
tes de la apologética clásica, que
intentaba defender algunos pun-
tos, pero olvidaba destacar que la
justificación más importante del
cristianismo consiste en que es un
mensaje de salvación para todos los
hombres. Hay algo que todos los
hombres necesitan y, en el fondo
buscan, que sólo pueden encontrar
en el mensaje cristiano (“Nos hiciste
Señor para ti…”). En la primera carta
que De Lubac escribe a Blondel se
compromete a desarrollar el apoyo
teológico de este nuevo enfoque
apologético.
Al mejorar las relaciones entre
la Iglesia y el Estado francés tras la
guerra, se reabre la casa jesuita de
Fourviére (1926) en la antigua coli-
na que domina Lyon. Allí residirá y
se ordenará en 1927. Por tener que
sustituir a otro profesor jesuita, co-
menzó a dar clase en las Facultades
Católicas. Dio la lección inaugural
de 1929 precisamente sobre Apolo-
Henri de Lubac, una vida teológica
Fue un hombre de profunda fe, de trabajo intenso y de talante acogedor.
Por su conocimiento directo del debate teológico fue llamado a la Comisión preparatoria del Concilio
Teología del
Por Juan Luis Lorda
SIGLO XX
68 | Palabra, Teología 2015
gética y teología, ante una veintena
de asistentes. En la facultad, enseña
Teología Fundamental y, como no
hay otro profesor, Historia de las
Religiones, para lo que no se sien-
te nada preparado. Es el origen de
sus dos curiosos y poco conocidos
libros sobre el budismo.
TEOLOGÍA VIVA DE LOS PADRES
En esos años pasan por Lyon jóve-
nes jesuitas, como Daniélou, Von
Balthasar y Bouillard. Y se entu-
siasman con el descubrimiento de
las obras y la teología de los Padres
de la Iglesia. Comienza entonces la
colección “Sources Chrétiennes”.
Reuniendo varios artículos, que
juzga un poco heterogéneos, com-
pone Catolicismo. Aspectos sociales del
dogma (1937). En la época, el subtí-
tulo podía sonar a los aspectos “so-
cialistas” del dogma. Pero es eso.
El cristianismo no es una religión
individualista, sino profundamente
social y “corporativa” en el Cuerpo
de Cristo. El cristiano vive, reza y
espera resucitar unido a la Iglesia.
No era especialmente novedoso,
pero resultaba admirable la inmen-
sa y oportuna erudición patrística;
y además permitía contemplar la
teología patrística como algo per-
fectamente vivo, coherente e inspi-
rador. Está considerada una de las
obras teológicas más importantes
del siglo XX. Empiezan a aparecer
afirmaciones que acabarán en los
documentos de la Iglesia: “La Euca-
ristía hace la Iglesia”.
En esos años, prepara la edi-
ción de las Homilías sobre el Éxodo
(1947), de Orígenes. Y eso le per-
mite afrontar después un ensayo
sobre la interpretación alegórica
de la Escritura (Historia y espíritu).
Esa exégesis es clave para entender
la unidad que los Padres ven entre
Escritura, Liturgia y vida cristiana.
LA TEOLOGÍA Y LA GUERRA
Son años fuertes. En 1939, la guerra
y la inmediata la derrota francesa.
Colabora en la resistencia intelec-
tual cristiana, mientras otros cris-
tianos piensan que hay que apoyar
al mariscal Petain aunque ha pac-
tado con los nazis. La sensación ge-
neralizada de catástrofe le empuja
a un análisis sobre una cultura que,
al haber perdido a Dios, ha perdido
también el respeto por el ser huma-
no. Lo desarrolla en el Drama del hu-
manismo ateo, publicado al terminar
la guerra (1943). Obra emblemática,
que no ha perdido vigencia.
También le hace ahondar en la
vieja idea apologética; cómo pre-
sentar el cristianismo a una socie-
dad que lo necesita pero huye de
él. Un acontecimiento teológico
más bien casual le ha puesto en
una pista importante. Varios ar-
tículos de los años veinte habían
repropuesto un curioso tema de
Santo Tomás. Resulta que en la
Summa contra Gentiles (IV, 57), pero
también en otros lugares impor-
tantes, Santo Tomás dice que “la
inteligencia desea naturalmente la
visión de la substancia divina”; es de-
cir, la visión beatífica.
EL DESEO DE DIOS
Esto parecía contradecir un punto
perfectamente establecido de la
doctrina de gracia, que es la total
separación del orden natural y el
sobrenatural. ¿Cómo puede haber
un deseo natural de lo sobrenatu-
ral? Si el ser humano desea la vi-
sión beatífica es que de alguna ma-
nera se le debe. El asunto parecía
tan fuerte que el mismo Cayetano
había corregido a Santo Tomás en
su comentario a la Summa.
Hay que decir que, entonces y
ahora, la palabra “deseo” induce a
error. El argumento de Santo To-
más es simple e irrefutable, pero
hay que entenderlo. Dice el Aqui-
nate que la mente está hecha para
saber (desea saber), pero lo único
que puede llenar plenamente el
conocimiento humano es Dios. Por
tanto, la mente “desea” contemplar
a Dios. En realidad, es lo mismo es-
tar inclinado a conocer (todo) que
desear conocer a Dios. Y lo mismo
podría decirse del amor: la incli-
nación natural a amar y ser amado
(plenamente) es, en sí misma, un
“deseo” de Dios, aunque el que lo
tiene quizá no se da cuenta; ni por
tener esa inclinación se representa
a Dios tal como es. No hay ninguna
confusión de órdenes.
SOBRENATURAL
De Lubac conoció esta discusión so-
bre el deseo natural de Dios, e in-
tervino en ella. Entonces cayó en la
cuenta que la escolástica del XVII
había desarrollado un sistema de
perfecta separación entre lo natu-
ral y lo sobrenatural “corrigiendo”
a Santo Tomás. Y que había acuña-
do la idea de una naturaleza pura-
mente natural (“naturaleza pura”)
con un fin natural, tema totalmen-
te extraño a Santo Tomás de Aqui-
no, pero establecido como doctrina
común. También le pareció que la
contraposición tan neta entre lo
natural y lo sobrenatural (la reve-
lación y salvación), hacía aparecer
lo natural como autosuficiente y
lo sobrenatural como añadido y,
en esa misma medida, prescindi-
ble. Pero esta era precisamente la
reivindicación laicista: un mundo
que no necesita a Dios para ser él
mismo.
Entonces decidió hacer una re-
visión histórica del tema e ir con-
tra la categoría “naturaleza pura”,
es decir, la naturaleza no elevada
en estado puramente natural, por
considerarla confusa e inútil. Ese
es el origen del libro Sobrenatural
Palabra, Teología 2015 | 69
Henri de Lubac
Teología del siglo XX
(1946). El libro, bastante prolijo,
es un alarde de erudición, aunque
no queda tan claro que la categoría
“naturaleza pura” sea inútil. Lo que
queda claro y después confirmará
Gaudium et Spes, es que solo hay un
fin para toda la naturaleza humana.
LA “NUEVA TEOLOGÍA”
En cualquier otro momento, los 700
ejemplares de Sobrenatural hubie-
ran pasado totalmente inadverti-
dos. Pero, desde hacía unos años se
había creado una sensibilidad con
las nuevas corrientes teológicas
que surgían, sobre todo, en Francia.
Se les acusaba de reproponer el mo-
dernismo teológico condenado a fi-
nales del XIX. Y metiendo a todos
en el mismo saco, se le había dado
el nombre de “Nueva teología”. Ha-
bía salido un artículo de Parente
en el Osservatore Romano y otro de
Garrigou-Lagrange (1946) atacando
una obra de Bouillard y tachándola
de historicista. Los dos colaboraban
en el Santo Oficio, por lo que no se
trataba de una opinión cualquiera.
En realidad, no existía una “Nue-
va teología” como algo definido.
Existían los dominicos de Le Saul-
choir, que intentaban un tomismo
con más perspectiva histórica. Exis-
tía, un poco por todas partes, una
nueva presencia de la teología pa-
trística enriqueciendo muchos te-
mas. Existía una renovación bíblica
con muchas corrientes distintas. Y
existían muchas cosas más, difíciles
de clasificar. Todo esto hacía apare-
cer un poco “vieja” la teología “tra-
dicional” que se enseñaba especial-
mente en las facultades romanas; y
hacía crecer un recelo mutuo.
LA POLÉMICA
Siempre es más fácil juzgar al cabo
de los años, porque se distingue
mejor. En realidad al meterlo todo
en el mismo saco y atacarlo en su
conjunto, aquel tomismo se cerra-
ba a la posibilidad de mejorar y en-
riquecerse, muy al contrario de lo
que había practicado el mismo San-
to Tomás, que se enriqueció con to-
das las fuentes disponibles (griegas,
árabes y medievales), haciendo un
oportuno discernimiento. Cosa no
tan fácil por otra parte.
El asunto es que este prolijo y
difícil libro apareció como lo más
representativo y rechazable de la
“Nueva teología”. Hay que decir
que en las últimas páginas y con
poco tacto para cómo estaban las
cosas De Lubac repetía que el “ex-
trinsecismo” de separar tanto los
dos órdenes era lo que había provo-
cado el laicismo moderno. Supongo
que nada indignaría más a sus opo-
sitores que sentirse acusados, nada
menos, que de ser los provocadores
del laicismo de la Modernidad. Y
respondieron en un tono igual-
mente dramático dando a entender
que, al confundir los dos órdenes,
De Lubac amenazaba con hundir
todo el sistema de la revelación y
arruinar la teología católica. Entre
los opositores también había jesui-
tas muy conspicuos, como el Padre
Charles Boyer, de la Gregoriana.
LOS RESULTADOS
Desde el punto de vista intelectual,
la situación no avanzó gran cosa,
aunque se generó tal cantidad de
materiales, que los árboles impidie-
ron ver el bosque.
Ante el escándalo teológico,
la autoridad se sintió obligada a
intervenir; pero, quizá por puro
sentido de la proporción, prefirió
hacerlo en tono menor. Pío XII no
quiso hacer una condena explícita
de ninguna posición ni mencionar
a nadie en su encíclica Humani ge-
neris (1950), y se limitó a subrayar
una salvedad, la de que Dios podría
haber creado hombres sin elevarlos
al fin sobrenatural.
En 1950, a petición de la Santa
Sede, los superiores de la Compañía
retiraron a De Lubac de la docencia
y algunos de sus libros de las biblio-
tecas. Lo llevó bien y consiguió no
amargarse. Aprovechó el tiempo de
forzoso retiro (10 años) en prepa-
rar una obra monumental sobre los
sentidos de la Escritura en la Edad
Media. Y además, publicó Medita-
ción sobre la Iglesia, preciosa y amo-
rosa introducción al misterio. En
realidad lo tenía ya preparado. Y le
llegó la consoladora noticia (quizá
infundada) de que había gustado a
Pío XII.
JUAN XXIII Y LOS 		
TEÓLOGOS DEL VATICANO II
Lo curioso del caso es que por en-
tonces era nuncio en París mon-
señor Roncalli (1944-1953), futuro
Juan XXIII. Evidentemente, le tocó
algo de los asuntos de la “Nueva
teología”, aunque casi todo se lle-
vaba directamente desde Roma.
Había venido a París desde Estam-
bul para arreglar el espinoso asun-
to de los obispos que habían cola-
borado demasiado con Petain (a
juicio de su sucesor, el general De
Gaulle). Se quería hacer dimitir a
30 obispos, aunque todo quedó en
3 (y el anterior nuncio). No es pro-
bable que, con todo lo que había
vivido, este especializado asunto
teológico le pareciera tan tremen-
do. Además, conocía bien la Curia
romana.
El caso es que al convocarse el
concilio Vaticano II, quiso que De
Lubac estuviera en la Comisión pre-
paratoria del Concilio (1960). De
manera que se vio entre muchos
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do. Pero para contarlo es necesario
otro artículo. n
70 | Palabra, Teología 2015
Edición española de una obra de De Lubac

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Henry de Lubac (I) palabra junio 2015

  • 1. La figura intelectual de Henri de Lubac recuerda en muchos aspec- tos al cardenal Newman. No sólo por ser un cardenal teólogo y un hombre de fe, sino también por ser un hombre de archivo y estu- dio, y por haber cultivado muchas y sinceras amistades intelectuales. Por haber sido puesto en cuestión, como Newman, generó y archivó a lo largo de su vida una multitud de diarios, apuntes y cartas. Con ellos compuso su admirable Memoria en torno a mis escritos (1981), en la que cuenta la génesis de sus obras. También dejó un conjunto de es- critos biográficos sobre su infancia, algunos retazos de diarios (entre otros, del Concilio) y una inmensa correspondencia. Tenía la virtud de interesarse sinceramente por el trabajo de los demás y de juzgarlo con benevolencia, cosa no tan fá- cil entre intelectuales. Este talante intelectual tan acogedor le generó muchas y buenas amistades con las que mantuvo una amplia corres- pondencia que se conserva: Blon- del, Gilson, Maritain, Mouroux, en- tre otros muchos. INFANCIA Y FORMACIÓN Henri de Lubac (1886-1991) nació en Cambrai, pequeña ciudad de unos cuarenta mil habitantes en el vértice norte de Francia, cerca de Lille. El apellido, como tantos en Francia, era de origen noble y la familia conservaba un château bas- tante pequeño y desmejorado. Era una familia católica y practicante con 6 hijos. El padre trabajaba en la banca; y por motivos profesiona- les, pronto se trasladaron a Lyon. Estudió el bachiller con los jesuitas (1905-1913) y, al final, aunque ya se había inscrito en Derecho, decidió entrar en la Compañía. Eran años difíciles en la Francia republicana y laicista, y los jesuitas habían trasladado su casa de forma- ción a Inglaterra. Allí empezó el no- viciado (1913). Fue movilizado para la guerra del 14, donde consiguió algunas heridas en sus largas pier- nas y una condecoración. Además, se le metió una esquirla de metralla en el oído, lo que le produciría fuer- tes mareos durante los siguientes cuarenta años, hasta que pudo ope- rarse. Siguió estudiando en Canter- bury y en la pequeña isla Estado de Jersey (1919-1923), en el Canal de la Mancha. Lo recuerda como una época dorada de descubrimientos y amistades. Allí conoció la obra del filósofo cristiano francés Maurice Blondel, que le marcó profunda- mente. En 1923, pudo visitarle y así inició una amistad duradera y una abundante correspondencia. Le pareció un hombre de inmensa pa- ciencia, que hablaba pausadamente (y escribía como hablaba). APOLOGÉTICA Y TEOLOGÍA Blondel había mostrado los lími- tes de la apologética clásica, que intentaba defender algunos pun- tos, pero olvidaba destacar que la justificación más importante del cristianismo consiste en que es un mensaje de salvación para todos los hombres. Hay algo que todos los hombres necesitan y, en el fondo buscan, que sólo pueden encontrar en el mensaje cristiano (“Nos hiciste Señor para ti…”). En la primera carta que De Lubac escribe a Blondel se compromete a desarrollar el apoyo teológico de este nuevo enfoque apologético. Al mejorar las relaciones entre la Iglesia y el Estado francés tras la guerra, se reabre la casa jesuita de Fourviére (1926) en la antigua coli- na que domina Lyon. Allí residirá y se ordenará en 1927. Por tener que sustituir a otro profesor jesuita, co- menzó a dar clase en las Facultades Católicas. Dio la lección inaugural de 1929 precisamente sobre Apolo- Henri de Lubac, una vida teológica Fue un hombre de profunda fe, de trabajo intenso y de talante acogedor. Por su conocimiento directo del debate teológico fue llamado a la Comisión preparatoria del Concilio Teología del Por Juan Luis Lorda SIGLO XX 68 | Palabra, Teología 2015
  • 2. gética y teología, ante una veintena de asistentes. En la facultad, enseña Teología Fundamental y, como no hay otro profesor, Historia de las Religiones, para lo que no se sien- te nada preparado. Es el origen de sus dos curiosos y poco conocidos libros sobre el budismo. TEOLOGÍA VIVA DE LOS PADRES En esos años pasan por Lyon jóve- nes jesuitas, como Daniélou, Von Balthasar y Bouillard. Y se entu- siasman con el descubrimiento de las obras y la teología de los Padres de la Iglesia. Comienza entonces la colección “Sources Chrétiennes”. Reuniendo varios artículos, que juzga un poco heterogéneos, com- pone Catolicismo. Aspectos sociales del dogma (1937). En la época, el subtí- tulo podía sonar a los aspectos “so- cialistas” del dogma. Pero es eso. El cristianismo no es una religión individualista, sino profundamente social y “corporativa” en el Cuerpo de Cristo. El cristiano vive, reza y espera resucitar unido a la Iglesia. No era especialmente novedoso, pero resultaba admirable la inmen- sa y oportuna erudición patrística; y además permitía contemplar la teología patrística como algo per- fectamente vivo, coherente e inspi- rador. Está considerada una de las obras teológicas más importantes del siglo XX. Empiezan a aparecer afirmaciones que acabarán en los documentos de la Iglesia: “La Euca- ristía hace la Iglesia”. En esos años, prepara la edi- ción de las Homilías sobre el Éxodo (1947), de Orígenes. Y eso le per- mite afrontar después un ensayo sobre la interpretación alegórica de la Escritura (Historia y espíritu). Esa exégesis es clave para entender la unidad que los Padres ven entre Escritura, Liturgia y vida cristiana. LA TEOLOGÍA Y LA GUERRA Son años fuertes. En 1939, la guerra y la inmediata la derrota francesa. Colabora en la resistencia intelec- tual cristiana, mientras otros cris- tianos piensan que hay que apoyar al mariscal Petain aunque ha pac- tado con los nazis. La sensación ge- neralizada de catástrofe le empuja a un análisis sobre una cultura que, al haber perdido a Dios, ha perdido también el respeto por el ser huma- no. Lo desarrolla en el Drama del hu- manismo ateo, publicado al terminar la guerra (1943). Obra emblemática, que no ha perdido vigencia. También le hace ahondar en la vieja idea apologética; cómo pre- sentar el cristianismo a una socie- dad que lo necesita pero huye de él. Un acontecimiento teológico más bien casual le ha puesto en una pista importante. Varios ar- tículos de los años veinte habían repropuesto un curioso tema de Santo Tomás. Resulta que en la Summa contra Gentiles (IV, 57), pero también en otros lugares impor- tantes, Santo Tomás dice que “la inteligencia desea naturalmente la visión de la substancia divina”; es de- cir, la visión beatífica. EL DESEO DE DIOS Esto parecía contradecir un punto perfectamente establecido de la doctrina de gracia, que es la total separación del orden natural y el sobrenatural. ¿Cómo puede haber un deseo natural de lo sobrenatu- ral? Si el ser humano desea la vi- sión beatífica es que de alguna ma- nera se le debe. El asunto parecía tan fuerte que el mismo Cayetano había corregido a Santo Tomás en su comentario a la Summa. Hay que decir que, entonces y ahora, la palabra “deseo” induce a error. El argumento de Santo To- más es simple e irrefutable, pero hay que entenderlo. Dice el Aqui- nate que la mente está hecha para saber (desea saber), pero lo único que puede llenar plenamente el conocimiento humano es Dios. Por tanto, la mente “desea” contemplar a Dios. En realidad, es lo mismo es- tar inclinado a conocer (todo) que desear conocer a Dios. Y lo mismo podría decirse del amor: la incli- nación natural a amar y ser amado (plenamente) es, en sí misma, un “deseo” de Dios, aunque el que lo tiene quizá no se da cuenta; ni por tener esa inclinación se representa a Dios tal como es. No hay ninguna confusión de órdenes. SOBRENATURAL De Lubac conoció esta discusión so- bre el deseo natural de Dios, e in- tervino en ella. Entonces cayó en la cuenta que la escolástica del XVII había desarrollado un sistema de perfecta separación entre lo natu- ral y lo sobrenatural “corrigiendo” a Santo Tomás. Y que había acuña- do la idea de una naturaleza pura- mente natural (“naturaleza pura”) con un fin natural, tema totalmen- te extraño a Santo Tomás de Aqui- no, pero establecido como doctrina común. También le pareció que la contraposición tan neta entre lo natural y lo sobrenatural (la reve- lación y salvación), hacía aparecer lo natural como autosuficiente y lo sobrenatural como añadido y, en esa misma medida, prescindi- ble. Pero esta era precisamente la reivindicación laicista: un mundo que no necesita a Dios para ser él mismo. Entonces decidió hacer una re- visión histórica del tema e ir con- tra la categoría “naturaleza pura”, es decir, la naturaleza no elevada en estado puramente natural, por considerarla confusa e inútil. Ese es el origen del libro Sobrenatural Palabra, Teología 2015 | 69 Henri de Lubac
  • 3. Teología del siglo XX (1946). El libro, bastante prolijo, es un alarde de erudición, aunque no queda tan claro que la categoría “naturaleza pura” sea inútil. Lo que queda claro y después confirmará Gaudium et Spes, es que solo hay un fin para toda la naturaleza humana. LA “NUEVA TEOLOGÍA” En cualquier otro momento, los 700 ejemplares de Sobrenatural hubie- ran pasado totalmente inadverti- dos. Pero, desde hacía unos años se había creado una sensibilidad con las nuevas corrientes teológicas que surgían, sobre todo, en Francia. Se les acusaba de reproponer el mo- dernismo teológico condenado a fi- nales del XIX. Y metiendo a todos en el mismo saco, se le había dado el nombre de “Nueva teología”. Ha- bía salido un artículo de Parente en el Osservatore Romano y otro de Garrigou-Lagrange (1946) atacando una obra de Bouillard y tachándola de historicista. Los dos colaboraban en el Santo Oficio, por lo que no se trataba de una opinión cualquiera. En realidad, no existía una “Nue- va teología” como algo definido. Existían los dominicos de Le Saul- choir, que intentaban un tomismo con más perspectiva histórica. Exis- tía, un poco por todas partes, una nueva presencia de la teología pa- trística enriqueciendo muchos te- mas. Existía una renovación bíblica con muchas corrientes distintas. Y existían muchas cosas más, difíciles de clasificar. Todo esto hacía apare- cer un poco “vieja” la teología “tra- dicional” que se enseñaba especial- mente en las facultades romanas; y hacía crecer un recelo mutuo. LA POLÉMICA Siempre es más fácil juzgar al cabo de los años, porque se distingue mejor. En realidad al meterlo todo en el mismo saco y atacarlo en su conjunto, aquel tomismo se cerra- ba a la posibilidad de mejorar y en- riquecerse, muy al contrario de lo que había practicado el mismo San- to Tomás, que se enriqueció con to- das las fuentes disponibles (griegas, árabes y medievales), haciendo un oportuno discernimiento. Cosa no tan fácil por otra parte. El asunto es que este prolijo y difícil libro apareció como lo más representativo y rechazable de la “Nueva teología”. Hay que decir que en las últimas páginas y con poco tacto para cómo estaban las cosas De Lubac repetía que el “ex- trinsecismo” de separar tanto los dos órdenes era lo que había provo- cado el laicismo moderno. Supongo que nada indignaría más a sus opo- sitores que sentirse acusados, nada menos, que de ser los provocadores del laicismo de la Modernidad. Y respondieron en un tono igual- mente dramático dando a entender que, al confundir los dos órdenes, De Lubac amenazaba con hundir todo el sistema de la revelación y arruinar la teología católica. Entre los opositores también había jesui- tas muy conspicuos, como el Padre Charles Boyer, de la Gregoriana. LOS RESULTADOS Desde el punto de vista intelectual, la situación no avanzó gran cosa, aunque se generó tal cantidad de materiales, que los árboles impidie- ron ver el bosque. Ante el escándalo teológico, la autoridad se sintió obligada a intervenir; pero, quizá por puro sentido de la proporción, prefirió hacerlo en tono menor. Pío XII no quiso hacer una condena explícita de ninguna posición ni mencionar a nadie en su encíclica Humani ge- neris (1950), y se limitó a subrayar una salvedad, la de que Dios podría haber creado hombres sin elevarlos al fin sobrenatural. En 1950, a petición de la Santa Sede, los superiores de la Compañía retiraron a De Lubac de la docencia y algunos de sus libros de las biblio- tecas. Lo llevó bien y consiguió no amargarse. Aprovechó el tiempo de forzoso retiro (10 años) en prepa- rar una obra monumental sobre los sentidos de la Escritura en la Edad Media. Y además, publicó Medita- ción sobre la Iglesia, preciosa y amo- rosa introducción al misterio. En realidad lo tenía ya preparado. Y le llegó la consoladora noticia (quizá infundada) de que había gustado a Pío XII. JUAN XXIII Y LOS TEÓLOGOS DEL VATICANO II Lo curioso del caso es que por en- tonces era nuncio en París mon- señor Roncalli (1944-1953), futuro Juan XXIII. Evidentemente, le tocó algo de los asuntos de la “Nueva teología”, aunque casi todo se lle- vaba directamente desde Roma. Había venido a París desde Estam- bul para arreglar el espinoso asun- to de los obispos que habían cola- borado demasiado con Petain (a juicio de su sucesor, el general De Gaulle). Se quería hacer dimitir a 30 obispos, aunque todo quedó en 3 (y el anterior nuncio). No es pro- bable que, con todo lo que había vivido, este especializado asunto teológico le pareciera tan tremen- do. Además, conocía bien la Curia romana. El caso es que al convocarse el concilio Vaticano II, quiso que De Lubac estuviera en la Comisión pre- paratoria del Concilio (1960). De manera que se vio entre muchos de los mismos que le habían ataca- do. Pero para contarlo es necesario otro artículo. n 70 | Palabra, Teología 2015 Edición española de una obra de De Lubac