1. Semana 15 Aprendizaje Profesional
Conocimiento 1: Los Prejuicios
¿Qué simboliza el dibujo?
Para cualquiera de nosotros este dibujo representa dos personas dentro de una casa y una ventana. Pero, como demostrara un estudio antropológico, para muchos africanos el dibujo simbolizaba una madre junto a su hijo, ella cargando un paquete en la cabeza y ambos debajo de una palmera. Esta interpretación no tiene mayor trascendencia, porque ni el africano ni el occidental están equivocados. Pero resulta que muchas veces en la vida profesional asumimos que nuestras interpretaciones de la realidad son verdaderas y nos cerramos a la posibilidad de investigar, aprender y entendernos. Hay cosas que son necesariamente verdaderas y no pueden estar sometidas a la interpretación, por ejemplo, robar o engañar es malo siempre. Estos son principios. Pero, además de los principios, existen en nuestra mente juicios que están profundamente arraigados y que provienen de generalizaciones, ilustraciones o historias que han influido sobre cómo entendemos al mundo y cómo actuamos en él.
Estos juicios son lo que podemos llamar prejuicios y son, como su nombre lo dice, juicios realizados antes de toda experiencia relevante respecto a un tema. Es una actitud adquirida antes de toda prueba y experiencia adecuada, y que se manifiesta en forma de simpatía o antipatía frente a individuos, grupos, razas, nacionalidades o ideas, pautas o instituciones.
Ellos no son necesariamente verdaderos y pueden afectar nuestra capacidad de aprender, no sólo respecto del mundo que nos rodea, sino también respecto de nosotros mismos.
El éxito del trabajo en equipo pasa por la capacidad de entendimiento y no hay nada peor que los prejuicios para el entendimiento entre las personas. El problema del prejuicio es que se instala para quedarse. Los prejuicios tienden a ser definitivos y una persona prejuiciosa vive siempre con ellos. Ahora bien, si un equipo de trabajo funciona bien porque se supera, entonces hay aprendizaje en cada uno de sus miembros gracias a la interacción con los demás compañeros y a la experiencia conjunta y personal en el desarrollo de actividades del equipo. Por el contrario, si los miembros del equipo se hunden en prejuicios y cierran la posibilidad de aprender de la experiencia, no habrá un mejor equipo y el desarrollo profesional de cada uno se frustrará. No hay peor cosa para un equipo que el prejuicio de que los otros no saben hacer bien su trabajo o que el jefe no sabe lo que dice.
Nosotros actuamos en el mundo del trabajo desde la perspectiva personal, desde el propio punto de vista, porque es imposible que sea de otra manera. Las diferentes opiniones, percepciones o acciones no constituyen un problema dentro de un equipo de
2. trabajo, al contrario, lo enriquecen. Sin embargo, ellas se vuelven conflictivas cuando cada persona cree que su manera de ver las cosas es la única manera posible o, al menos, la única razonable. En vez de utilizar las diferentes percepciones para expandir sus perspectivas e integrarlas en una visión común, cada uno de los interlocutores se traba en una batalla para definir quién tiene la razón, quién tiene la única interpretación correcta de aquél ámbito de la realidad que es susceptible de opinión.
Esto puede tener su origen en simples generalizaciones, como “las personas son indignas de confianza”, o teorías complejas, tales como mis supuestos acerca de por qué los miembros de una familia se comportan de tal o cual manera. Muchas veces moldeamos nuestros actos a partir de dichas generalizaciones. Si creemos, por ejemplo, que las personas son indignas de confianza, no actuamos como si hubiéramos creído lo contrario. Si yo creo que mi hijo no confía en sí mismo y mi hija es agresiva, continuaré interviniendo en sus discusiones para impedir que ella le dañe la autoestima.
En general nuestra subjetividad afecta lo que vemos. Dos personas con diferentes formas de ver el mundo pueden observar el mismo acontecimiento y describirlo de manera distinta porque han observado detalles distintos. Esto no quiere decir que cada uno tenga la razón, porque eso es contradictorio, sino que quiere decir que el aporte de distintos puntos de vista es muchas veces un enriquecimiento cuando los principios están claros.
Desde la óptica de la propia carrera profesional, un punto de vista o una generalización se pueden volver contraproducentes cuando impide que aprendamos y se cristaliza en prejuicios. Cuando creemos que nuestra apreciación de la realidad profesional es la única correcta no sólo le cerramos el paso al trabajo en equipo, sino que también suprimimos cualquier posibilidad de aprendizaje.
Si queremos ser prudentes, aprender y saber hacer, el análisis de la realidad y del propio yo no pueden quedarse en el prejuicio, sino que deben fundamentarse en una actitud de humildad. La humildad es una virtud que se adquiere sobre todo por retroalimentación: examinando los resultados de nuestros propios actos. Siendo capaces de autorreflexión, podemos establecer una relación objetiva entre nuestros actos y sus resultados, apreciando lo que hay de defectuoso en aquellos cuando los resultados son mediocres y tomando conciencia de las circunstancias favorables que concurrieron a los resultados exitosos. Quedarse en un prejuicio, es evitar aprender.
La posibilidad de abrir los propios puntos de vista y apreciar la perspectivas de los demás radica en la posibilidad que tenemos todos nosotros para preguntarnos por qué pensamos lo que pensamos. La reflexión interna, capacidad únicamente humana, nos abre la posibilidad de poner en tela de juicio todos nuestros conocimientos profesionales y, de esta manera, perfeccionarlos con el aporte y la experiencia de los demás.
No tiene nada de malo que interpretemos la realidad, lo que es nefasto para nuestro desarrollo profesional es la falta de compromiso con la verdad, es decir, el compromiso con el empeño para extirpar las maneras en que nos limitamos y nos engañamos, impidiendo ver lo que existe para desafiar continuamente en el plano profesional nuestras teorías acerca de por qué las cosas están como están y por qué estoy como estoy. El compromiso con la verdad significa ensanchar continuamente nuestra percepción, tal como el gran atleta con magnífica visión periférica procura abarcar más zonas de la cancha.
3. El compromiso con la verdad y la superación de los prejuicios significa ahondar continuamente nuestra comprensión de las razones por las cuales hago lo que hago. Esta tarea es crítica, y consiste en reconocer las propias falencias y falta de virtudes. Para esto es una ayuda desarrollar señales de advertencia interna, como cuando nos sorprendemos culpando a algo o a alguien de nuestros propios problemas: “Renuncio porque nadie me aprecia”, “Estoy preocupado porque me despedirán si no termino el trabajo”, etc. Quien no asume un compromiso por reconocerse a si mismo, se hunde en prejuicios y el desarrollo profesional es prácticamente imposible. Esto será así mientras sigamos viendo los problemas en la vida profesional como una sucesión de hechos que obedecen a causas externas: ellos me defraudan. Una vez que veamos que entre las causas de los problemas estoy yo mismo, se podrá ver cómo solucionarlos y comenzar el camino de desarrollo profesional que queremos.
· Adversidad y fracaso
Si entendemos que el trabajo requiere el desarrollo de virtudes y del carácter de manera coherente con nuestra vocación y que permita la puesta en práctica de nuestros talentos, y si entonces nos preguntamos por qué queremos trabajar mejor, la respuesta más clara y contundente está en que nos interesa aprender a ser mejores en lo que nos gusta. Si queremos aprender debemos concentrarnos en aquello que no sabemos, en nuestras debilidades, en nuestras falencias y en todo lo que podemos mejorar para hacer del trabajo una actividad que nos guste más; una actividad a través de la cual desarrolle mis talentos y donde puede adquirir más virtudes.
Todo esto suena muy bien en teoría, pero la realidad aparece evidentemente como algo más difícil y con pocas oportunidades para desarrollar la propia vocación y aprender a ser mejor en mi propia profesión. Esto es así porque es muy difícil encontrar un trabajo que sea exactamente mi vocación o donde pueda poner en práctica todos mis talentos.
En los primeros años de trabajo, la vida profesional es difícil y no está exenta de dificultades, frustraciones y fracasos. Sin embargo, esto no es contradictorio con el desarrollo de virtudes ni del carácter, ni mucho menos con la posibilidad de hacer del trabajo una realidad vocacional, con una visión y un propósito elevado, porque en la dificultad hay una oportunidad fundamental: la de aprender. No existe una mala experiencia desde la perspectiva del aprendizaje profesional. El fracaso puede esconder una realidad positiva, transformándose sólo en un traspié y una oportunidad para aprender acerca de una visión distorsionada de la realidad, acerca de planes y estrategias que no funcionan como esperábamos, acerca del real propósito que tengo en la vida, acerca de la visión que había hecho propia para mi vida, etc. El fracaso esconde la posibilidad de cambiar para mejor; el que se resiste al cambio, a los resultados inesperados, se resiste a la posibilidad de mejorar.
La posibilidad de mejorar profesionalmente pasa por el aprendizaje, pero no sólo con la adquisición de conocimientos técnicos, sino con el aprendizaje de uno mismo frente a una realidad difícil. Si se quiere triunfar, una persona debe ser honesta acerca de sus debilidades, debe permanecer abierta para intentar cosas nuevas para corregirlas, debe estar dispuesta a superar el dolor que conlleva superarlas y, por sobre todo, debe enfrentarse siempre a la posibilidad fracasar. El trabajo profesional es una línea permanente de superación, porque, de lo contrario, deja de ser profesional. Esta
4. superación no es acumulación de conocimientos, sino una perfección en el modo de actuar; es la perfección del carácter. El trabajo profesional es el camino de las virtudes profesionales, pero en una realidad que ofrece obstáculos que, dependiendo de cada uno, se pueden transformar en frustraciones u oportunidades.
La esencia del trabajo se encuentra en lograr un buen servicio, ya que sin servicio el trabajo es inútil y poco rentable, porque si no hay servicio nadie paga por mi trabajo. El trabajo debe ser una fuente de aprendizaje en cualquier realidad que nos toque vivir. Cuando nos cerramos a la posibilidad de hacer del propio trabajo un mejor servicio, de aprender y de buscar oportunidades, entonces el trabajo carece de sentido y nosotros dejamos de desarrollarnos profesionalmente y nuestra vida profesional se frustra. El fracaso profesional, en cambio, no es nunca frustración cuando lo planteamos desde la perspectiva del mejoramiento del servicio que entrego y de la intención de hacer de la vida profesional un camino de aprendizaje.
Vimos anteriormente que el lugar por excelencia del aprendizaje se encuentra en la superación de los prejuicios. Si creemos que hay puestos de trabajo que son un fracaso para nosotros, entonces no hay posibilidad de mejorar profesionalmente, y eso si es un fracaso. Si, además, creemos que sabemos todo y no enfrentamos el hecho de que siempre podemos fracasar no hay posibilidad de aprender nada. Sin una consideración positiva de los errores y de los momentos difíciles en la vida profesional, y con el muy generalizado ánimo de considerarse experto en lo que se hace, el aprendizaje es improbable o imposible. El considerado experto en una materia puede creérselo, instalarse en la autocomplacencia, pensar que el mundo permanece estático y creer poder quedarse dormido. Los grandes descubrimientos rara vez los hacen las personas que se consideran expertas, sino los que están abiertos al aprendizaje y a la experiencia profesional; lo cual abre grandes posibilidades de dificultad y cansancio.
Aprender y fracasar son casi mellizos, porque el fracaso remece lo que hemos considerado un conocimiento perfecto de la realidad. El camino de la perfección profesional pasa por cambiar lo que aprendimos y reevaluar lo que creemos son nuestras virtudes profesionales y nuestros conocimientos técnicos. Aprender pasa por superar viejos prejuicios que impiden que seamos mejores de lo que somos, porque con ellos estamos como ciegos frente a la propia realidad, y en esto no hay mejor experiencia que la del que fracasa profesionalmente. El que fracasa entiende de primera fuente el porqué de sus errores, comprende qué ha salido mal, qué es verdaderamente irremediable y cuáles son las propias falencias que hicieron de su quehacer profesional un fracaso.
Quien quiere aprender debe preguntarse permanentemente, en el éxito y en fracaso, si lo que hace tiene sentido, si ha creado un hábito de hacer mejor las cosas, cuáles son sus falencias, qué debe mejorar, etc. El que culpa a los demás de sus fracasos está condenado a no aprender nunca ni a superarse profesionalmente. El fracaso en una tremenda oportunidad de aprendizaje, de entender en la experiencia íntima y personal qué nos falta para hacer mejor las cosas, sobre todo cuando se comienza a trabajar y hay bastante tiempo para fracasar y aprender.
No reconocer nuestros errores significa renunciar a una de las mejores ocasiones de aprender.
El fracaso es común en la historia de muchos que han triunfado en su vida
El caso de Abraham Lincoln antes de ser presidente es clarísimo:
5. Fracasó en un negocio en 1831
Fue derrotado para la Asamblea Legislativa en 1832
Fracasó en un segundo negocio en 1833
Sufrió una crisis nerviosa en 1836
Fracasó como orador en 1838
Fue derrotado como candidato en 1840
Fue derrotado para el Congreso en 1843
Fue derrotado para el Congreso en 1848
Fue derrotado para el Senado en 1855
Fue derrotado para Vicepresidente en 1856
Fue derrotado para Senador en 1858
Fue elegido Presidente en 1860