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efecto, se había mojado ya las dos veces de que
  La conversión                                      habla el refrán; después había subido a la
                                                     plataforma del kiosco de la música, pero bien
                                                     pronto le arrojó de allí a latigazo limpio el agua
   de Chiripa.                                       pérfida que se agachaba para azotarle de lado,
                                                     con las frías punzadas de sus culebras
                                                     cristalinas. Parecía besarle con lascivia la carne
                         Leopoldo Alas, Clarín.      pálida que asomaba aquí y allí entre los
                                                     remiendos del traje, que se caía a pedazos. El
                                                     sombrero, duro y viejo, de forma de queso, de
                                                     un color que hacía dudar si los sombreros
                                                     podrían tener bilis, porque de negro había
                                                     venido a dar en amarillento, como si padeciese
                                                     ictericia, semejaba la fuente de la alcachofa,
                                                     rodeado de surtidores; y en cuanto a los pies,
                                                     calzados con alpargatas que parecían terracota,
                                                     al levantarse del suelo tenían apariencias de
                                                     raíces de árbol, semovientes. Sí, parecía Chiripa
                                                     un mísero arbolillo o arbusto, de cuyas cañas
                                                     mustias y secas pendían míseros harapos
                                                     puestos a... mojarse, o para convertir la planta
Llovía a cántaros, y un viento furioso, que          muerta en espanta-pájaros. Un espanta-pájaros
Chiripa no sabía que se llamaba el Austro,           que andaba y corría, huyendo de la intemperie.
barría el mundo, implacable; despojaba de
transeúntes las calles como una carga de                     Tenía Chiripa cuarenta años, y tan poco
caballería, y torciendo los chorros que caían de     había adelantado en su carrera de mozo de
las nubes, los convertía en látigos que azotaban     cordel, que la tenía casi abandonada, sin ningún
oblicuos.                                            género de derechos pasivos. Por eso andaba tan
                                                     mal de fondos, y por eso aquella misma y
        Ni en los porches ni en los portales valía   trágica mañana le habían echado del infame
guarecerse, porque el viento y el agua los           zaquizamí en que dormía; porque se habían
invadían; cada mochuelo se iba a su olivo; se        cansado de sus escándalos de trasnochador
cerraban puertas con estrépito; poco a poco se       intemperante que no paga la posada en años y
apagaban los ruidos de la ciudad industriosa, y      más años.
los elementos desencadenados campaban por
sus respetos, como ejército que hubiera tomado               -Bueno, pero para ellos -se había dicho
la plaza por asalto.                                 Chiripa sin saber lo que decía, y tendiéndose en
                                                     el banco del paseo público, donde creyó hacer
       Chiripa, a quien había sorprendido la         los huesos duros; hasta que vino a desengañarle
tormenta en el Gran Parque, tendido en un            la furia del cielo.
banco de madera, se había refugiado primero
bajo la copa de un castaño de Indias, y en

                                                                                                     1
Así como los economistas dicen que la       aunque no lo juraría) lo tenía desde la remota
ley del trabajo es la satisfacción de las           infancia, sin que él supiera por qué, como no
necesidades con el mínimo esfuerzo, Chiripa,        saben los perros por qué los llaman Nelson,
vagamente pensaba que lo del mínimo esfuerzo        Ney o Muley; si él supiera lo que era sarcasmo
era lo principal, y que a él habían de amoldarse    por tal tendría su mote, porque sería el hombre
también las necesidades, siendo mínimas. Era        menos chiripero del mundo. Ello era que hacía
muy distraído y bastante borracho; dormía           unos treinta años (todos de hambre y de frío)
mucho, y como tenía el estómago estropeado le       eran tres notabilidades callejeras, especie de
dejaba vivir de ilusiones, de flatos y malos        mosqueteros del hampa, Pipá, Chiripa y Pijueta.
sabores, comida ruin y fría y mucho líquido
tinto, y blanco si era aguardiente.                         La historia trágica de Pipá ya sabía
                                                    Chiripa que había salido en papeles, pero la
       Vestía de lo que le dejaban otros            suya no saldría, porque él había sobrevivido a
miserables por inservible, y con el orgullo de      su gloria. Sus gracias de pillete infantil ya nadie
esta parsimonia en los gastos, se creía con         las recordaba; su fama, que era casi disculpa
derecho a no echar mano a un baúl sino de           para sus picardías, había muerto, se había
Pascuas a Ramos y cuando una peseta era             desvanecido, como si los vecinos del pueblo,
absolutamente necesaria.                            envejeciendo, se hubieran vuelto malhumorados
                                                    y no estuvieran para bromas. Ya él mismo se
       Un día, viendo pasar una manifestación       guardaba de disculpar sus malas obras y su
de obreros, a cuyo frente marchaba un               holgazanería como gatadas de pillo célebre,
estandarte que decía: ¡Ocho horas de trabajo!,      como cosas de Chiripa.
Chiripa, estremeciéndose, pensó:
                                                           « ¡Bah! el mundo era malo; y si te vi, no
       -¡Rediós, ocho horas de trabajo; y para      me acuerdo». Veía pasar, ya lleno de canas, a
eso tiran bombas! Con ocho horas tengo yo           los señoritos que antaño reían sus travesuras y
para toda la temporada de verano, que es la de      le pagaban sus vicios precoces; pero no se
más apuro, por los bañistas.                        acercaba a pedirles ni un perro chico, porque no
                                                    querrían ni reconocerle.
       En llevando dos reales en el bolsillo,
Chiripa no podía con una maleta, ni apenas                  Que estaba solo en la tierra, bien lo
tenerse derecho.                                    sabía él. A veces se le antojaba que un
                                                    periódico, o un libro viejo y sobado que oía
      Pero tenía un valor pasivo, para el           deletrear a un obrero, hubiera sido para él un
hambre y para el frío, que llegaba a heroico.       buen amigo; pero no sabía leer. No sabía nada.
                                                    Se arrimaba a la esquina de la plaza, donde
        Generalmente andaba taciturno, tristón,     otros perdían el tiempo fingiendo esperar
y creía, con cierta vanidad, en su mala estrella,   trabajo, y oía, silencioso, conversaciones más o
que él no llamaba así, tan poéticamente, sino la    menos incoherentes acerca de política o de la
aporreada... en fin, una barbaridad.                cuestión social.

       Su apodo, Chiripa (el apellido no lo                Nunca daba su opinión, pero la tenía. La
recordaba; el nombre debía de ser Bernardo,         principal era considerar un gran desatino el
                                                                                                     2
pedir ocho horas de trabajo. Prefería, a oír           pudiera cada quisque vestir con decencia y con
disparates, que le leyeran los papeles. Entonces       ropa estrenada en su cuerpo; ya que no había
atendía más. Aquello solía estar hilvanado. Pero       bastante dinero para que a todos les tocase
ni siquiera los de las letras de molde daban en        algo... ¿por qué no se establecía la igualdad y la
el quid. Todos se quejaban de que se ganaba            fraternidad en todo lo demás, en lo que podía
poco; todos decían que el jornal no bastaba para       hacerse sin gastos, como era el llamarse ricos y
las necesidades... había exageración; ¡si fueran       pobres de tú, y convidarse a una copa, y enseñar
como él, que vivía casi de nada! Oh, si él             cada cual lo que supiera a los pobres, y
trabajara aquellas ocho horas que los demás            saludarlos con el sombrero, y dejarles sentarse
pedían como mínimum (él no pensaba                     junto al fuego, y pisar alfombras, y ser
mínimum, por supuesto), se tendría por                 diputados y obispos, y en fin, darse la gran vida
millonario con lo que entonces ganaría.                sin ofender, y hasta lavándose la cara a veces, si
                                                       los otros tienen ciertos escrúpulos?
        «Todo se volvía pedir instrumentos de
trabajo, tierra, máquinas, capital... para trabajar.           Eso era la alternancia; eso había creído
¡Rediós con la manía!». Otra cosa les faltaba a        él que era el cristianismo y la democracia, y eso
los pobres que nadie echaba de menos:                  debía ser el socialismo... como ello mismo lo
consideración, respeto, lo que Chiripa, con una        decía... cosa de sociedad, de trato, de juntarse...
palabra que había inventado él para sus                alternancia.
meditaciones de filósofo de cordel, llamaba
alternancia.

        ¿Qué era la alternancia? Pues nada; lo
que había predicado Cristo, según había oído           Salió del Kiosco de la música a escape, hecho
algunas veces; aquel Cristo a quien él sólo            una sopa, echando chispas contra el Fundador
conocía, no para servirle, sino para llenarle de       de la alternancia y contra su Padre, y se metió
injurias, sin mala intención, por supuesto, sin        en la población en busca de mejor albergue.
pensar en Él; por hablar como hablaban los             Pero todo estaba cerrado. A lo menos cerrado
demás, y blasfemar como todos.                         para él.

        La alternancia era el trato fino, la                   Pasó junto a un café: no osó entrar.
entrada libre en todas partes, el vivir mano a         Aquello era público, pero a Chiripa le echarían
mano con los señores y entender de letra, y            los mozos en cuanto advirtiesen que iba tan
entrar en el teatro, aunque no se tuviera dinero,      sucio, tan harapiento que daba lástima, y que no
lo cual no tenía nada que ver con la gana de           iba a hacer el menor gasto. A un mozo de
ilustrarse y divertirse.                               cordel en activo le dejarían entrar, pero a él, que
                                                       estaba reducido a la categoría de pordiosero...
        La alternancia era no excluir de todos         honorario, porque no pedía limosna, aunque el
los sitios amenos y calientes y agradables al          uniforme era de eso, a él le echarían poco
hombre cubierto de andrajos, sólo por los              menos que a palos. Lo sabía por experiencia...
andrajos. Ya que por lo visto iba para largo lo
de que todos fuéramos iguales tocante al                      Pasó junto al Gobierno de provincia,
cunquibus, o sean los cuartos, la moneda, y            donde estaba la prevención. Aquí me admitirían
                                                                                                        3
si estuviera borracho, pero en mi sano juicio y                 Pasó por el Banco, por el cuartel, por el
sin alguna fechoría, de ningún modo. No sabía           teatro, por el hospital... todo lo mismo, para él
Chiripa qué era todo lo demás que había en              cerrado. En todas partes había hombres con
aquel caserón tan grande; para él todo era              gorra de galones, para eso, para no dejar entrar
prevención; cosas para prender, o echar multas,         a los Chiripas.
o tallar a los chicos y llevarlos a la guerra.
                                                               En las tiendas podía entrar... a condición
        Pasó junto a la Universidad, en cuyo            de salir inmediatamente; en cuanto se
claustro se paseaban, mientras duraba la                averiguaba que no tenía que comprar cosa
tormenta, algunos magistrados que no tenían             alguna, y eso que todas le faltaban. En las
qué hacer en la Audiencia. No se le ocurrió             tabernas, algo por el estilo. ¡Ni en las tabernas
entrar allí. Él no sabía leer siquiera, y allí dentro   había para él alternancia!
todos eran sabios. También le echarían los
porteros.                                                       Y, a todo esto, el cielo desplomándose
                                                        en chubascos, y él temblando de frío... calado
       Pasó junto a la Audiencia... pero no era         hasta los huesos... Sólo Chiripa corría por las
hora de oír a los testigos falsos, única misión         calles, como perseguido por el agua y el viento.
decorosa que Chiripa podría llevar allí, pues la
de acusado no lo era. Como testigo falso, sin                   Llegó junto a una iglesia. Estaba abierta.
darse cuenta de su delito, había jurado allí            Entró, anduvo hasta el altar mayor sin que nadie
varias veces decir la verdad; y en efecto,              le diera nada. Un sacristán o cosa así cruzó a su
siempre había dicho la verdad... de lo que le           lado la nave y le miró sin extrañar su presencia,
habían mandado decir.                                   sin recelo, como a uno de tantos fieles.

        Vagamente se daba cuenta de que                         Allí cerca, junto al púlpito de la
aquello estaba mal hecho, pero ¡era por unos            Epístola, vio Chiripa otro pordiosero, de
motivos tan complicados! Además, cuando                 rodillas, abismado en la oración; era un viejo de
señoritos como el abogado, y el escribano, y el         barba blanca que suspiraba y tosía mucho. El
procurador, y el ricacho le venían a pedir su           templo resonaba con los chasquidos de la tos;
testimonio, no sería la cosa tan mala; pues en          cosa triste, molesta, que debía de importunar a
todo el pueblo pasaban por caballeros los que le        los demás devotos esparcidos por naves y
mandaban declarar lo que, después de todo,              capillas; pero nadie protestaba, nadie paraba
sería cierto cuando ellos lo decían.                    mientes en aquello.

        Pasó junto a la Biblioteca. También era                 Comparada con la calle, la iglesia estaba
pública, pero no para los pobres de solemnidad,         templada. Chiripa empezó a sentirse menos
como él lo parecía. El instinto le decía que de         mal. Entró en una capilla y se sentó en un
aquel salón tan caliente, gracias a dos                 banco. Olía bien. «Era incienso, o cera, o todo
chimeneas que se veían desde la calle, le               junto y más; olía a recuerdos de chico».
echarían también. Temerían que fuese a robar
libros.                                                       El chisporroteo de las velas tenía algo
                                                        de hogar; los santos quietos, tranquilos, que le
                                                        miraban con dulzura, le eran simpáticos. Un
                                                                                                        4
obispo con un sombrero de pastor en la mano,               A él era. Se puso colorado, cosa
parecía saludarle, diciendo: -¡Bien venido,         extraordinaria.
Chiripa!- Él, en justo pago, intentó santiguarse,
pero no supo.                                               -¡Tiene gracia! -se dijo, pero con gran
                                                    satisfacción, esponjándose-. Le llamaban a él
       No sabía nada. Cuando la oscuridad de        creyendo que iba a confesarse, y le hacían pasar
la capilla se fue aclarando a sus ojos, ya          delante de las señoritas aquellas que estaban
acostumbrados a la penumbra, distinguió el          formando cola. ¡Cuánto honor para un Chiripa!
grupo de mujeres que en un rincón arrodilladas      En la vida le habían tratado así.
formaban corro junto a un confesionario. De
vez en cuando un bulto negro se separaba del              El cura insistió en su gesto, creyendo
grupo y se acercaba al armatoste, del cual se       que Chiripa no lo notaba.
apartaba otro bulto semejante.
                                                            -¿Por qué no? -se dijo el perdis-. Por
       -Ahí dentro habrá un carca -pensó            probar de todo. Aquí no es como en el
Chiripa, sin ánimo de ofender al clero, creyendo    Ayuntamiento, donde yo quería que me diesen
sinceramente que un carca valía tanto como un       voto, pa ver lo que era eso del sufragio, y
sacerdote.                                          resultó que aunque era para todos, para mí no
                                                    era, no sé por qué tiquis-miquis del padrón o su
        Le iba gustando aquello. «Pero ¡qué         madre.
paciencia necesitaba aquel señor, para aguantar
tanto tiempo dentro del armario! ¿Cuánto                    Y se levantó, y se fue a arrodillar en el
cobraría por aquello? Por de pronto nada. Las       sitio que dejaba libre la penitente.
beatas se iban sin pagar».
                                                            -Por ahí, no; por aquí -dijo el sacerdote
       «Y nada. A él no le echaban de allí».        haciendo arrodillarse a Chiripa delante de sus
Cuando la capilla fue quedando más despejada,       rodillas.
pues las beatas que despachaban, a poco salían,
Chiripa notó que las que aún quedaban, se                  El miserable sintió una cosa extraña en
fijaban en su presencia. «¿Si estaré faltando?»     el pecho y calor en las mejillas, entre vergüenza
pensó; y por si acaso, se puso de rodillas. El      y desconocida ternura.
ruido que hizo sobre la tarima llamó la atención
del confesor, que asomó la cabeza por la                    -Hijo mío, rece usted el acto de
portezuela que tenía delante y miró con             contrición.
atención a Chiripa.
                                                           -No lo sé -contestó Chiripa humilde,
       « ¿Iría a echarle?». Nada de eso. En         comprendiendo que allí había que decir la
cuanto el cura despachó a la penitente que tenía    verdad... verdadera, no como en la Audiencia.
al otro lado del ventanillo con celosías, se        Además, aquello del hijo mío le había llegado
asomó otra vez a la portezuela y con la mano        al alma, y había que tomar la cosa en serio.
hizo seña a Chiripa.
                                                          El cura le fue ayudando a recitar el
       -¿Es a mí? -pensó el ex-mozo de cordel.      Señor mío Jesucristo.
                                                                                                   5
-¿Cuánto tiempo hace que no se ha            modo lo que sentía, su amor y fidelidad a la
confesado?                                          religión en cuyo seno se le albergaba. Entonces
                                                    Chiripa, después de pensarlo, exclamó como
       -Pues... toa la vida.                        inspirado:

       -¡Cómo!                                             -¡Viva Carlos Sétimo!

       -Que nunca.                                          -¡No, hombre; no es eso!... No tanto
                                                    -dijo el confesor sonriendo.
       Era un monte virgen de impiedad
inconsciente. No tenía más que el bautismo; a la           -Como     a   los   carcas   los   llaman
confirmación no había llegado. Nadie se había       clerófobos...
cuidado de su salvación, y él sólo había
atendido, y mal, a no morirse de hambre.                   -¡Tampoco, hombre!...

       El cura, varón prudente y piadoso, le fue           -Bueno, a los curas...
guiando y enseñando lo que podía en tan breve
término. Chiripa no resultaba un gran pecador               En fin, aplazando las cuestiones de pura
más que desde el punto de vista de los pecados      forma y lenguaje, se convino en que Chiripa
de omisión; fuera de eso, lo peor que tenía eran    seguiría las lecciones del nuevo amigo, en aquel
unas cuantas borracheras empalmadas, y la           templo que había estado abierto para él cuando
pícara blasfemia, tan brutal como falta de          se le cerraban todas las puertas; allí donde se
intención impía.                                    había librado de los latigazos del aire y del
                                                    agua.
       Pero si jamás había confesado sus
culpas, penitencia no le había faltado. Había               -¿Conque te has hecho monago,
ayunado bastante, y el frío y el agua y la dureza   Chiripa? -le decían otros hambrientos,
del santo suelo habían mortificado sus carnes       burlándose de la seriedad con que, días y días,
no poco. En esta parte era recluta disponible       seguía tomando su conversión el pobre diablo.
para la vida del yermo; tenía cuerpo de
anacoreta.                                                 Y Chiripa contestaba:

       Poco a poco el corazón de Chiripa fue                -Sí, no me avergüenzo; me he pasao a la
tomando parte en aquella conversión que el          Iglesia, porque allí a lo menos hay...
clérigo tan en serio y con toda buena fe            alternancia.
procuraba. El corazón se convertía mucho
mejor que la cabeza, que era muy dura y no
entendía.

        El clérigo le hacía repetir protestas de
fe, de adhesión a la iglesia, y Chiripa lo hacía
todo de buen grado. Pero quiso el cura algo
más, que él espontáneamente expresara a su
                                                                                                   6

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La conversión de chiripa

  • 1. efecto, se había mojado ya las dos veces de que La conversión habla el refrán; después había subido a la plataforma del kiosco de la música, pero bien pronto le arrojó de allí a latigazo limpio el agua de Chiripa. pérfida que se agachaba para azotarle de lado, con las frías punzadas de sus culebras cristalinas. Parecía besarle con lascivia la carne Leopoldo Alas, Clarín. pálida que asomaba aquí y allí entre los remiendos del traje, que se caía a pedazos. El sombrero, duro y viejo, de forma de queso, de un color que hacía dudar si los sombreros podrían tener bilis, porque de negro había venido a dar en amarillento, como si padeciese ictericia, semejaba la fuente de la alcachofa, rodeado de surtidores; y en cuanto a los pies, calzados con alpargatas que parecían terracota, al levantarse del suelo tenían apariencias de raíces de árbol, semovientes. Sí, parecía Chiripa un mísero arbolillo o arbusto, de cuyas cañas mustias y secas pendían míseros harapos puestos a... mojarse, o para convertir la planta Llovía a cántaros, y un viento furioso, que muerta en espanta-pájaros. Un espanta-pájaros Chiripa no sabía que se llamaba el Austro, que andaba y corría, huyendo de la intemperie. barría el mundo, implacable; despojaba de transeúntes las calles como una carga de Tenía Chiripa cuarenta años, y tan poco caballería, y torciendo los chorros que caían de había adelantado en su carrera de mozo de las nubes, los convertía en látigos que azotaban cordel, que la tenía casi abandonada, sin ningún oblicuos. género de derechos pasivos. Por eso andaba tan mal de fondos, y por eso aquella misma y Ni en los porches ni en los portales valía trágica mañana le habían echado del infame guarecerse, porque el viento y el agua los zaquizamí en que dormía; porque se habían invadían; cada mochuelo se iba a su olivo; se cansado de sus escándalos de trasnochador cerraban puertas con estrépito; poco a poco se intemperante que no paga la posada en años y apagaban los ruidos de la ciudad industriosa, y más años. los elementos desencadenados campaban por sus respetos, como ejército que hubiera tomado -Bueno, pero para ellos -se había dicho la plaza por asalto. Chiripa sin saber lo que decía, y tendiéndose en el banco del paseo público, donde creyó hacer Chiripa, a quien había sorprendido la los huesos duros; hasta que vino a desengañarle tormenta en el Gran Parque, tendido en un la furia del cielo. banco de madera, se había refugiado primero bajo la copa de un castaño de Indias, y en 1
  • 2. Así como los economistas dicen que la aunque no lo juraría) lo tenía desde la remota ley del trabajo es la satisfacción de las infancia, sin que él supiera por qué, como no necesidades con el mínimo esfuerzo, Chiripa, saben los perros por qué los llaman Nelson, vagamente pensaba que lo del mínimo esfuerzo Ney o Muley; si él supiera lo que era sarcasmo era lo principal, y que a él habían de amoldarse por tal tendría su mote, porque sería el hombre también las necesidades, siendo mínimas. Era menos chiripero del mundo. Ello era que hacía muy distraído y bastante borracho; dormía unos treinta años (todos de hambre y de frío) mucho, y como tenía el estómago estropeado le eran tres notabilidades callejeras, especie de dejaba vivir de ilusiones, de flatos y malos mosqueteros del hampa, Pipá, Chiripa y Pijueta. sabores, comida ruin y fría y mucho líquido tinto, y blanco si era aguardiente. La historia trágica de Pipá ya sabía Chiripa que había salido en papeles, pero la Vestía de lo que le dejaban otros suya no saldría, porque él había sobrevivido a miserables por inservible, y con el orgullo de su gloria. Sus gracias de pillete infantil ya nadie esta parsimonia en los gastos, se creía con las recordaba; su fama, que era casi disculpa derecho a no echar mano a un baúl sino de para sus picardías, había muerto, se había Pascuas a Ramos y cuando una peseta era desvanecido, como si los vecinos del pueblo, absolutamente necesaria. envejeciendo, se hubieran vuelto malhumorados y no estuvieran para bromas. Ya él mismo se Un día, viendo pasar una manifestación guardaba de disculpar sus malas obras y su de obreros, a cuyo frente marchaba un holgazanería como gatadas de pillo célebre, estandarte que decía: ¡Ocho horas de trabajo!, como cosas de Chiripa. Chiripa, estremeciéndose, pensó: « ¡Bah! el mundo era malo; y si te vi, no -¡Rediós, ocho horas de trabajo; y para me acuerdo». Veía pasar, ya lleno de canas, a eso tiran bombas! Con ocho horas tengo yo los señoritos que antaño reían sus travesuras y para toda la temporada de verano, que es la de le pagaban sus vicios precoces; pero no se más apuro, por los bañistas. acercaba a pedirles ni un perro chico, porque no querrían ni reconocerle. En llevando dos reales en el bolsillo, Chiripa no podía con una maleta, ni apenas Que estaba solo en la tierra, bien lo tenerse derecho. sabía él. A veces se le antojaba que un periódico, o un libro viejo y sobado que oía Pero tenía un valor pasivo, para el deletrear a un obrero, hubiera sido para él un hambre y para el frío, que llegaba a heroico. buen amigo; pero no sabía leer. No sabía nada. Se arrimaba a la esquina de la plaza, donde Generalmente andaba taciturno, tristón, otros perdían el tiempo fingiendo esperar y creía, con cierta vanidad, en su mala estrella, trabajo, y oía, silencioso, conversaciones más o que él no llamaba así, tan poéticamente, sino la menos incoherentes acerca de política o de la aporreada... en fin, una barbaridad. cuestión social. Su apodo, Chiripa (el apellido no lo Nunca daba su opinión, pero la tenía. La recordaba; el nombre debía de ser Bernardo, principal era considerar un gran desatino el 2
  • 3. pedir ocho horas de trabajo. Prefería, a oír pudiera cada quisque vestir con decencia y con disparates, que le leyeran los papeles. Entonces ropa estrenada en su cuerpo; ya que no había atendía más. Aquello solía estar hilvanado. Pero bastante dinero para que a todos les tocase ni siquiera los de las letras de molde daban en algo... ¿por qué no se establecía la igualdad y la el quid. Todos se quejaban de que se ganaba fraternidad en todo lo demás, en lo que podía poco; todos decían que el jornal no bastaba para hacerse sin gastos, como era el llamarse ricos y las necesidades... había exageración; ¡si fueran pobres de tú, y convidarse a una copa, y enseñar como él, que vivía casi de nada! Oh, si él cada cual lo que supiera a los pobres, y trabajara aquellas ocho horas que los demás saludarlos con el sombrero, y dejarles sentarse pedían como mínimum (él no pensaba junto al fuego, y pisar alfombras, y ser mínimum, por supuesto), se tendría por diputados y obispos, y en fin, darse la gran vida millonario con lo que entonces ganaría. sin ofender, y hasta lavándose la cara a veces, si los otros tienen ciertos escrúpulos? «Todo se volvía pedir instrumentos de trabajo, tierra, máquinas, capital... para trabajar. Eso era la alternancia; eso había creído ¡Rediós con la manía!». Otra cosa les faltaba a él que era el cristianismo y la democracia, y eso los pobres que nadie echaba de menos: debía ser el socialismo... como ello mismo lo consideración, respeto, lo que Chiripa, con una decía... cosa de sociedad, de trato, de juntarse... palabra que había inventado él para sus alternancia. meditaciones de filósofo de cordel, llamaba alternancia. ¿Qué era la alternancia? Pues nada; lo que había predicado Cristo, según había oído Salió del Kiosco de la música a escape, hecho algunas veces; aquel Cristo a quien él sólo una sopa, echando chispas contra el Fundador conocía, no para servirle, sino para llenarle de de la alternancia y contra su Padre, y se metió injurias, sin mala intención, por supuesto, sin en la población en busca de mejor albergue. pensar en Él; por hablar como hablaban los Pero todo estaba cerrado. A lo menos cerrado demás, y blasfemar como todos. para él. La alternancia era el trato fino, la Pasó junto a un café: no osó entrar. entrada libre en todas partes, el vivir mano a Aquello era público, pero a Chiripa le echarían mano con los señores y entender de letra, y los mozos en cuanto advirtiesen que iba tan entrar en el teatro, aunque no se tuviera dinero, sucio, tan harapiento que daba lástima, y que no lo cual no tenía nada que ver con la gana de iba a hacer el menor gasto. A un mozo de ilustrarse y divertirse. cordel en activo le dejarían entrar, pero a él, que estaba reducido a la categoría de pordiosero... La alternancia era no excluir de todos honorario, porque no pedía limosna, aunque el los sitios amenos y calientes y agradables al uniforme era de eso, a él le echarían poco hombre cubierto de andrajos, sólo por los menos que a palos. Lo sabía por experiencia... andrajos. Ya que por lo visto iba para largo lo de que todos fuéramos iguales tocante al Pasó junto al Gobierno de provincia, cunquibus, o sean los cuartos, la moneda, y donde estaba la prevención. Aquí me admitirían 3
  • 4. si estuviera borracho, pero en mi sano juicio y Pasó por el Banco, por el cuartel, por el sin alguna fechoría, de ningún modo. No sabía teatro, por el hospital... todo lo mismo, para él Chiripa qué era todo lo demás que había en cerrado. En todas partes había hombres con aquel caserón tan grande; para él todo era gorra de galones, para eso, para no dejar entrar prevención; cosas para prender, o echar multas, a los Chiripas. o tallar a los chicos y llevarlos a la guerra. En las tiendas podía entrar... a condición Pasó junto a la Universidad, en cuyo de salir inmediatamente; en cuanto se claustro se paseaban, mientras duraba la averiguaba que no tenía que comprar cosa tormenta, algunos magistrados que no tenían alguna, y eso que todas le faltaban. En las qué hacer en la Audiencia. No se le ocurrió tabernas, algo por el estilo. ¡Ni en las tabernas entrar allí. Él no sabía leer siquiera, y allí dentro había para él alternancia! todos eran sabios. También le echarían los porteros. Y, a todo esto, el cielo desplomándose en chubascos, y él temblando de frío... calado Pasó junto a la Audiencia... pero no era hasta los huesos... Sólo Chiripa corría por las hora de oír a los testigos falsos, única misión calles, como perseguido por el agua y el viento. decorosa que Chiripa podría llevar allí, pues la de acusado no lo era. Como testigo falso, sin Llegó junto a una iglesia. Estaba abierta. darse cuenta de su delito, había jurado allí Entró, anduvo hasta el altar mayor sin que nadie varias veces decir la verdad; y en efecto, le diera nada. Un sacristán o cosa así cruzó a su siempre había dicho la verdad... de lo que le lado la nave y le miró sin extrañar su presencia, habían mandado decir. sin recelo, como a uno de tantos fieles. Vagamente se daba cuenta de que Allí cerca, junto al púlpito de la aquello estaba mal hecho, pero ¡era por unos Epístola, vio Chiripa otro pordiosero, de motivos tan complicados! Además, cuando rodillas, abismado en la oración; era un viejo de señoritos como el abogado, y el escribano, y el barba blanca que suspiraba y tosía mucho. El procurador, y el ricacho le venían a pedir su templo resonaba con los chasquidos de la tos; testimonio, no sería la cosa tan mala; pues en cosa triste, molesta, que debía de importunar a todo el pueblo pasaban por caballeros los que le los demás devotos esparcidos por naves y mandaban declarar lo que, después de todo, capillas; pero nadie protestaba, nadie paraba sería cierto cuando ellos lo decían. mientes en aquello. Pasó junto a la Biblioteca. También era Comparada con la calle, la iglesia estaba pública, pero no para los pobres de solemnidad, templada. Chiripa empezó a sentirse menos como él lo parecía. El instinto le decía que de mal. Entró en una capilla y se sentó en un aquel salón tan caliente, gracias a dos banco. Olía bien. «Era incienso, o cera, o todo chimeneas que se veían desde la calle, le junto y más; olía a recuerdos de chico». echarían también. Temerían que fuese a robar libros. El chisporroteo de las velas tenía algo de hogar; los santos quietos, tranquilos, que le miraban con dulzura, le eran simpáticos. Un 4
  • 5. obispo con un sombrero de pastor en la mano, A él era. Se puso colorado, cosa parecía saludarle, diciendo: -¡Bien venido, extraordinaria. Chiripa!- Él, en justo pago, intentó santiguarse, pero no supo. -¡Tiene gracia! -se dijo, pero con gran satisfacción, esponjándose-. Le llamaban a él No sabía nada. Cuando la oscuridad de creyendo que iba a confesarse, y le hacían pasar la capilla se fue aclarando a sus ojos, ya delante de las señoritas aquellas que estaban acostumbrados a la penumbra, distinguió el formando cola. ¡Cuánto honor para un Chiripa! grupo de mujeres que en un rincón arrodilladas En la vida le habían tratado así. formaban corro junto a un confesionario. De vez en cuando un bulto negro se separaba del El cura insistió en su gesto, creyendo grupo y se acercaba al armatoste, del cual se que Chiripa no lo notaba. apartaba otro bulto semejante. -¿Por qué no? -se dijo el perdis-. Por -Ahí dentro habrá un carca -pensó probar de todo. Aquí no es como en el Chiripa, sin ánimo de ofender al clero, creyendo Ayuntamiento, donde yo quería que me diesen sinceramente que un carca valía tanto como un voto, pa ver lo que era eso del sufragio, y sacerdote. resultó que aunque era para todos, para mí no era, no sé por qué tiquis-miquis del padrón o su Le iba gustando aquello. «Pero ¡qué madre. paciencia necesitaba aquel señor, para aguantar tanto tiempo dentro del armario! ¿Cuánto Y se levantó, y se fue a arrodillar en el cobraría por aquello? Por de pronto nada. Las sitio que dejaba libre la penitente. beatas se iban sin pagar». -Por ahí, no; por aquí -dijo el sacerdote «Y nada. A él no le echaban de allí». haciendo arrodillarse a Chiripa delante de sus Cuando la capilla fue quedando más despejada, rodillas. pues las beatas que despachaban, a poco salían, Chiripa notó que las que aún quedaban, se El miserable sintió una cosa extraña en fijaban en su presencia. «¿Si estaré faltando?» el pecho y calor en las mejillas, entre vergüenza pensó; y por si acaso, se puso de rodillas. El y desconocida ternura. ruido que hizo sobre la tarima llamó la atención del confesor, que asomó la cabeza por la -Hijo mío, rece usted el acto de portezuela que tenía delante y miró con contrición. atención a Chiripa. -No lo sé -contestó Chiripa humilde, « ¿Iría a echarle?». Nada de eso. En comprendiendo que allí había que decir la cuanto el cura despachó a la penitente que tenía verdad... verdadera, no como en la Audiencia. al otro lado del ventanillo con celosías, se Además, aquello del hijo mío le había llegado asomó otra vez a la portezuela y con la mano al alma, y había que tomar la cosa en serio. hizo seña a Chiripa. El cura le fue ayudando a recitar el -¿Es a mí? -pensó el ex-mozo de cordel. Señor mío Jesucristo. 5
  • 6. -¿Cuánto tiempo hace que no se ha modo lo que sentía, su amor y fidelidad a la confesado? religión en cuyo seno se le albergaba. Entonces Chiripa, después de pensarlo, exclamó como -Pues... toa la vida. inspirado: -¡Cómo! -¡Viva Carlos Sétimo! -Que nunca. -¡No, hombre; no es eso!... No tanto -dijo el confesor sonriendo. Era un monte virgen de impiedad inconsciente. No tenía más que el bautismo; a la -Como a los carcas los llaman confirmación no había llegado. Nadie se había clerófobos... cuidado de su salvación, y él sólo había atendido, y mal, a no morirse de hambre. -¡Tampoco, hombre!... El cura, varón prudente y piadoso, le fue -Bueno, a los curas... guiando y enseñando lo que podía en tan breve término. Chiripa no resultaba un gran pecador En fin, aplazando las cuestiones de pura más que desde el punto de vista de los pecados forma y lenguaje, se convino en que Chiripa de omisión; fuera de eso, lo peor que tenía eran seguiría las lecciones del nuevo amigo, en aquel unas cuantas borracheras empalmadas, y la templo que había estado abierto para él cuando pícara blasfemia, tan brutal como falta de se le cerraban todas las puertas; allí donde se intención impía. había librado de los latigazos del aire y del agua. Pero si jamás había confesado sus culpas, penitencia no le había faltado. Había -¿Conque te has hecho monago, ayunado bastante, y el frío y el agua y la dureza Chiripa? -le decían otros hambrientos, del santo suelo habían mortificado sus carnes burlándose de la seriedad con que, días y días, no poco. En esta parte era recluta disponible seguía tomando su conversión el pobre diablo. para la vida del yermo; tenía cuerpo de anacoreta. Y Chiripa contestaba: Poco a poco el corazón de Chiripa fue -Sí, no me avergüenzo; me he pasao a la tomando parte en aquella conversión que el Iglesia, porque allí a lo menos hay... clérigo tan en serio y con toda buena fe alternancia. procuraba. El corazón se convertía mucho mejor que la cabeza, que era muy dura y no entendía. El clérigo le hacía repetir protestas de fe, de adhesión a la iglesia, y Chiripa lo hacía todo de buen grado. Pero quiso el cura algo más, que él espontáneamente expresara a su 6