Alí Rodríguez es un personaje importante en la transición posneoliberal en América Latina. Fue Ministro de Economía y el responsable de PDVSA durante la era de Chávez, luego fue Ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela y, posteriormente, Secretario General de la UNASUR. De alguna manera, representa el momento histórico y político que vive la región, de ahí que sus declaraciones den cuenta de la forma que asumen los discursos y la praxis política de los responsables de la transición posneoliberal, al menos en América del Sur.
En un documento publicado por la revista electrónica ALAI (“Recursos naturales como eje dinámico de la estrategia de UNASUR”, 2014-03-24,www.alainet.org), Rodríguez expone punto por punto los argumentos del discurso extractivista. Esos argumentos señalan, desde una pretendida posición objetiva, que América Latina en general y Suramérica en particular, no se caracterizan por ser potencias tecnológicas ni financieras y que su mayor riqueza está en sus recursos naturales y en su gente, y que es el momento de utilizar esos recursos naturales para financiar tareas urgentes tanto del desarrollo, como el crecimiento económico, cuanto de la redistribución del ingreso, como la salud y educación
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Alí Rodríguez y el discurso extractivista
1. Alí Rodríguez y el discurso extractivista
Pablo Dávalos
ALAI, 31 marzo 2014
Alí Rodríguez es un personaje importante en la transición
posneoliberal en América Latina. Fue Ministro de Economía y el
responsable de PDVSA durante la era de Chávez, luego fue Ministro
de Relaciones Exteriores de Venezuela y, posteriormente, Secretario
General de la UNASUR. De alguna manera, representa el momento
histórico y político que vive la región, de ahí que sus declaraciones
den cuenta de la forma que asumen los discursos y la praxis política
de los responsables de la transición posneoliberal, al menos en
América del Sur.
En un documento publicado por la revista electrónica ALAI (“Recursos
naturales como eje dinámico de la estrategia de UNASUR”, 2014-03-
24,www.alainet.org), Rodríguez expone punto por punto los
argumentos del discurso extractivista. Esos argumentos señalan,
desde una pretendida posición objetiva, que América Latina en
general y Suramérica en particular, no se caracterizan por ser
potencias tecnológicas ni financieras y que su mayor riqueza está en
sus recursos naturales y en su gente, y que es el momento de utilizar
esos recursos naturales para financiar tareas urgentes tanto del
desarrollo, como el crecimiento económico, cuanto de la
redistribución del ingreso, como la salud y educación.
Este discurso se sintoniza con lo que han expresado y propuesto
varios líderes políticos de la región, por ejemplo, la metáfora del
presidente ecuatoriano Rafael Correa de que no se podía ser como el
2. mendigo sentado sobre un saco de oro para justificar la privatización
de los territorios a las corporaciones petroleras y mineras; el texto
“Geopolítica de la Amazonía” del vicepresidente boliviano Álvaro
García Linera para justificar el extractivismo en su país, la “Ley de
Semillas” (también conocida como “Ley Monsanto”) para permitir el
mercado de agrotóxicos y transgénicos, por parte de Cristina Kirchner
en Argentina, los argumentos del Programa de aceleración del
crecimiento (PAC), del PT en Brasil, etc.
En realidad, no se trata de un discurso novedoso, de hecho, fue parte
fundamental del debate económico y político que atravesó América
Latina desde fines de la segunda guerra mundial y que tendría a la
Comisión Económica Para América Latina, CEPAL, como el principal
referente teórico y político.
Los teóricos de la CEPAL acuñarían la expresión de “estructuralismo”
para comprender las dinámicas y las formas que había asumido la
modernización y el desarrollo del capitalismo de la región. Al interior
del estructuralismo latinoamericano emergerían posiciones radicales,
como aquellas de la Teoría de la dependencia, mientras que la
corriente de pensadores marxistas latinoamericanos criticarían al
estructuralismo de la CEPAL por no considerar al imperialismo y al
capitalismo como las verdaderas trabas a cualquier estrategia de
desarrollo.
Sería célebre la expresión de uno de ellos que en condiciones de
capitalismo lo único que podría desarrollarse en América Latina era el
propio subdesarrollo (Cfr. André Gunder Frank). Al interior de este
debate, se consideraba casi de manera unánime que la
especialización de América Latina en exportar bienes primarios, como
minerales, petróleo, productos agrícolas, maderas, riqueza ictiológica,
entre otros, lo único que produciría en la región sería una fuerte
dependencia de los centros imperialistas de poder mundial y
condenaría a la región a la pobreza.
Hasta los teóricos más alejados de cualquier posición crítica y radical
creían que América Latina tenía que salir de la trampa impuesta por
las injustas relaciones entre centro y periferia de especializarse en
productos primarios. Se veía en la exportación de productos primarios
una continuación de los mecanismos de colonización y explotación
económica que pervivían desde la época colonial.
Ninguno de ellos consideraba que la renta que podía provenir de la
exportación de recursos naturales podía provocar ni crecimiento
económico ni redistribución del ingreso; por el contrario,
consideraban que, habida cuenta de la estructura de la tenencia de la
tierra y la forma que habían asumido los regímenes políticos, la renta
de la exportación de productos primarios lo que haría es consolidar a
3. las oligarquías locales y convertir al Estado-nación en un Estado
oligárquico y feudal.
De ahí que casi todos ellos hayan coincidido en la necesidad de la
industrialización, es decir, la creación de valor agregado a la
producción pensando en términos más de mercado interno que del
mercado mundial al que siempre lo consideraron, y con razón, como
una amenaza. Por ello, propusieron cambios importantes en la
tenencia de la tierra, como por ejemplo la reforma agraria, cambios
en la política laboral como por ejemplo los incrementos de salarios
mínimos y el fortalecimiento de la capacidad sindical de los
trabajadores, también propusieron reformas educativas que
garanticen el libre ingreso a la universidad y mayor movilidad social,
reformas tributarias orientadas hacia los impuestos progresivos,
políticas de integración subregional y un control estricto a la inversión
extranjera directa, entre otras propuestas.
Todas esas iniciativas se perdieron con el neoliberalismo. El FMI y el
Banco Mundial arrasaron con cualquier política de redistribución y de
crecimiento endógeno. Impusieron la reprimarización de la economía
y se aseguraron que la renta extractiva se utilice exclusivamente para
el pago de la deuda externa mediante el dispositivo de las “reglas
macrofiscales”, amén de que impusieron una agresiva política de
privatizaciones, desregulación, apertura total de las economías y
flexibilización a los mercados de trabajo y de capitales.
Los pueblos de América Latina vieron perder sus derechos más
importantes al tiempo que la economía se hundió y la pobreza se
extendió. Cuando los movimientos sociales del continente se
movilizaron contra el neoliberalismo y, finalmente, lo derrotaron, su
propuesta política y económica tenía como horizonte la soberanía, la
redistribución del ingreso y la recuperación de un Estado social
diferenciándolo radicalmente del Estado neoliberal.
Por ello, extraña la retórica de que América Latina debería
nuevamente especializarse en la exportación de bienes primarios,
porque retrotrae el debate y esconde sus verdaderas intenciones. En
efecto, el discurso de que la renta de los recursos naturales financiará
el crecimiento económico y la redistribución del ingreso es
neoliberalismo puro y duro, edulcorado por la presencia de gobiernos
“progresistas” que proponen que esas tareas sean realizadas por
empresas nacionales.
En realidad, es el discurso de las transnacionales de los commodities,
porque son ellas quienes manejan el mercado mundial de su
distribución y su conexión con los mercados financieros de futuros,
swaps, options, y derivados, independientemente que la producción o
extracción de commodities lo haga una empresa nacional o
4. transnacional.
Además, se trata de un discurso manipulador porque la renta de los
recursos naturales jamás ha financiado ninguna estrategia de
desarrollo y menos aún la redistribución del ingreso, y ahí consta la
historia latinoamericana para demostrarlo así como el rico y profundo
debate teórico del estructuralismo latinoamericano.
La propuesta de Rodríguez, inter alia, en verdad es el discurso que
amplía la frontera del extractivismo tratando de conseguir el
consenso necesario en la población para que piense que las rentas
que podrían provenir del extractivismo podrían ayudarlos a salir de la
pobreza, pero en realidad la ampliación del extractivismo producirá
más pobreza, y vulnerará a los más pobres, a la vez que destruirá la
naturaleza, las fuentes de agua, la biodiversidad, las culturas
ancestrales, y provocará pasivos ambientales y externalidades
económicas irremediables.
La expansión del extractivismo privatiza los territorios y hace de la
renta extractiva una apuesta geopolítica. ¿Por qué, entonces, los
gobiernos de la región apuestan al extractivismo con el falso
argumento que éste financiará el crecimiento y la redistribución del
ingreso? Porque este discurso encubre el hecho de que ninguno de
estos gobiernos hayan realizado una reforma agraria que devuelva la
tierra a los indígenas y campesinos, y no lo van a hacer porque esas
tierras son, precisamente, el objeto de disputa con las
transnacionales del extractivismo; tampoco ninguno de esos
gobiernos ha devuelto a los trabajadores la capacidad sindical de
luchar por mejores salarios y mejores condiciones de trabajo, todo lo
contrario, en la dialéctica del capital siempre han preferido a éste
bajo el argumento de que la inversión privada crea empleo y
crecimiento.
Estos gobiernos tampoco han llevado adelante una política tributaria
progresiva que recaude impuestos desde los grupos económicos más
poderosos y sus empresas, de tal manera que los recursos de la
tributación directa sean alternativos a la renta extractiva, todo lo
contrario, la carga impositiva sigue sobre las espaldas de los más
pobres y del conjunto de la población.
¿Alternativas a la renta extractiva? Por supuesto que las hay, pero de
la misma manera que el discurso neoliberal establecía la doxa de que
“no hay alternativas” (expresión de Margaret Thatcher), asimismo el
discurso extractivista cierra el debate para las alternativas. La
primera de ellas está a la vista y es la utilización de la política
monetaria para financiar tanto al desarrollo cuanto a la redistribución
del ingreso.
5. Pero hay un miedo a utilizar la política monetaria en beneficio de la
población y esto se debe a la colonización tanto teórica como práctica
que sobre la moneda han realizado el FMI y la episteme neoliberal.
Se teme utilizar a la moneda por los efectos inflacionarios que pueda
provocar su utilización y se otorga a los bancos privados el manejo de
la política monetaria.
El ejemplo quizá más revelador sea el caso del gobierno de Evo
Morales quien a fines del 2010 decidió aplicar un ajuste económico
elevando los precios de la gasolina para compensar el déficit fiscal
(Decreto Supremo No. 748 de diciembre del 2010), mientras tenía
reservas monetarias internacionales de 9.73 mil millones de USD que
correspondían a más de la quinta parte del producto interior bruto
boliviano de ese mismo periodo. No solo ello, sino que posteriormente
se enfrentó contra la policía de ese país que reclamaba incrementos
modestos en su remuneración básica (solicitaban un salario mínimo
de 2000 bolivianos que para la época representaba alrededor de 250
USD), que bien podrían haber sido financiados con una pequeña parte
de lo que el gobierno boliviano tenía en reservas monetarias
internacionales.
Otro caso paradigmático es el gobierno de Brasil y su política de tasas
de interés y de liberalización del mercado de capitales. Los diferentes
gobiernos del Partido de Trabajadores (PT), en ese sentido, se
mostraron tan neoliberales y ortodoxos como sus antecesores, y
respetaron el manejo de la política monetaria que hacían los bancos
privados así como de las tasas de interés, consideradas entre las más
altas del mundo.
Se teme también aplicar una política tributaria de redistribución que
afecte a los grupos de poder y, en ese sentido, quizá el mejor
ejemplo sea el caso del gobierno ecuatoriano de Rafael Correa.
Durante el periodo de su gobierno, 2007-2013, los grupos
económicos ecuatorianos obtuvieron un total de ingresos por cerca de
150 mil millones de USD y pagaron apenas el 2% de impuestos
directos sobre esos ingresos. De hecho, para el año 2013 ya
controlaban cerca de la mitad del PIB de ese país. Una política
tributaria progresiva demostraría que la destrucción de la reserva
natural Yasuní, única en el mundo por su biodiversidad, era más una
estrategia destinada a proteger los intereses de los grandes grupos
económicos y de las corporaciones del extractivismo que una apuesta
por redistribuir el ingreso y financiar al desarrollo como trataba de
justificar el Presidente ecuatoriano.
No obstante, quizá la alternativa real no sea tanto el financiamiento
al desarrollo y la redistribución del ingreso sino incluso la misma
noción de desarrollo. Lo que los pueblos de América Latina quieren
este momento no es tanto el desarrollo sino más bien salir de él. El
6. modelo de desarrollo es más un constructo ideológico para las elites y
las clases medias de la región que para los pueblos que lo sufren. Es
un pretexto para apoderarse de los recursos naturales en el festín de
los commodities. Para los sectores organizados y los movimientos
sociales, el discurso actual no es el desarrollo sino el Buen Vivir y
éste, de las declaraciones hechas por las organizaciones sociales del
continente, al parecer, nada tiene que ver ni con el desarrollo ni con
el crecimiento económico.
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Extractivismo
CLAES - Centro Latino Americano de Ecología Social
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